PRESENTACIÓN

El estallido de la bomba atómica, en 1945, hizo que fuera un poco más respetada la ciencia ficción. Después del horror de Hiroshima, nadie pudo volver a decir que los escritores de ciencia ficción eran sólo unos soñadores y unos chiflados, pues muchos de los motivos de sus relatos aparecieron entonces sintetizados en los titulares de los periódicos.

Supongo que tanto escritores como lectores de ciencia ficción se sintieron halagados, no por el efecto de la bomba atómica, por supuesto, sino por la cristalización, al menos, de un hecho que había sido hasta entonces tan científicamente ficticio.

Mi posición era también ambivalente. Aparte de los espantosos efectos de las explosiones nucleares y del sentimiento irracional de que cosas tales como las bombas atómicas estaban sólo en nosotros y no en el mundo real, llegué a creer también que la realidad debía operar sobre el género con algún efecto insensato.

Pienso que, hasta cierto punto, así fue. La nueva realidad desató la tendencia a crucificar a los escritores de ciencia ficción. Antes de 1945, el género había gozado de entera libertad. Todos sus argumentos y variantes temáticas permanecían inmaculados en la esfera de la fantasía y nosotros podíamos hacer lo que nos placiera. Pero, después de 1945, pareció hacerse necesario hablar sobre la tremebunda contemporaneidad, así como adaptar todo el infinito espectro de nuestros pensamientos a la reducida porción que había coincidido con la realidad.

De hecho, se asistió al nacimiento de lo que yo llamé tomorrow fiction: relatos de ciencia ficción que no pretendían ir más allá de lo que sería efectivo en los periódicos de la mañana siguiente.

Créanme, nada puede ser más aburrido que esos titulares en medio de la ciencia ficción. Como ejemplo, véase On the Beach, de Nevil Shute. Sin duda, en contraste con el público en general, para un verdadero adepto a este género debe ser como vino aguado. Uno se lo piensa y tal vez escriba una historia sobre una guerra nuclear… pero ahí se acaban los temas.

Me resistí a basar un relato en el presente, hasta que llegué a la consideración de que podía hacerlo sin parecer un devoto de la gacetilla tremendista y de sus tópicos. Quise escribir una historia que introdujera los elementos del mañana de modo que no quedaran anticuados para pasado mañana.

El resultado fue Sobre los ángeles, que, a pesar de su actualidad, es hoy día más ciencia ficción que en 1951, cuando fue escrita.