CAPÍTULO 3
Carlos y Mar habían organizado los coches de forma que las chicas fueran acompañadas de alguno de los amigos para que, de esta forma, no tuvieran problemas en encontrar el sitio.
Alex iba con Pablo y llevaría a dos de las chicas. Las otras dos parejas iban juntas y como en el coche con Carlos siempre lo acompañaba Manu, esta vez irían también Mar y otra de las amigas, por lógica Sonia, que es la que vivía más cercana de esta.
Así, cuando llegó la hora, cada grupo se organizó para salir. Carlos y su amigo, ese día, acabaron un poco antes del trabajo y con todo ya listo, se dirigieron a casa de Mar y después a la de Sonia, que se había tomado la mañana libre, como todos los años.
Manu, cuando la vio aparecer por la puerta con unos vaqueros ajustados, un plumas, una botas militares, el pelo recogido en una cola alta y sin nada de maquillaje, no pudo evitar quedarse embobado mirándola, estaba preciosa y muy sexy, a pesar de ir sin ningún artificio.
Sonia metió la bolsa que llevaba en el maletero y se quitó el chaquetón para también dejarlo, quedándose con un jersey gordo entallado de cuello alto que realzaba más su figura.
Sus amigos no habían dejado de observar a Manu, una sonrisa se les dibujó a ambos en la cara, sin duda se habían dado cuenta de todo.
—¡Hola chicos! —dijo mientras entraba al coche, cerraba la puerta tras de sí y lanzaba una mirada sarcástica a Manu—. Otra vez nos encontramos, que casualidad, ¿no?
—Casualidad ninguna —se puso a la defensiva—. Es obvio, si tu mejor amiga y mi mejor amigo salen juntos nos vamos a encontrar muy a menudo, ¿no crees? —ya empezaba la morenita a guerrillear.
—Jajajaja, llevas razón. Lo de ayer fue casualidad, lo de hoy no tanto.
—¿Lo de ayer? ¿Os visteis ayer? —preguntaron la pareja casi al unísono.
—Por lo que veo, no os lo ha contado.
—No le di importancia, simplemente. Y tú, por lo que parece tampoco.
—¡Chicos tengamos la fiesta en paz! Bajad el hacha de guerra por favor, que os queda mucho tiempo que estar juntos ––dijo Mar poniendo los ojos en blanco.
—No os preocupéis, venimos a disfrutar del fin de año, ¿no? Solo era un comentario, sin importancia, después de que ayer le salvara la vida, ya no le caigo tan mal.
—Primero, por supuesto que venimos a pasarlo bien. Segundo, no me salvaste la vida, solo estabas en el sitio adecuado para evitar que fuera con mal aspecto —contestó Manu intentando parecer ofendido.
—Que puntilloso eres, pues eso.
—Y tercero, no me caías mal, no te conozco como para llegar a tanto, simplemente no comparto contigo esas ideas, para mí, algo infantiles.
—Mejor que paréis, creo que voy a poner algo de música —cortó Carlos, antes de que se caldeara la atmósfera.
—No te preocupes somos "adultos" y sabemos comportarnos, además, si queréis os cuento lo de ayer, teníais que haberle visto la cara de mala leche cuando entró y encima, para más inri, como se le puso cuando me vio. Fue súper gracioso.
Comenzó a contarles su encuentro con pelos y detalles, añadiendo gestos y apreciaciones personales. Todos, menos Manu, no paraban de reír, más por su actuación y la forma que tenía de expresarlo que por los hechos en sí, hasta que sin poder contenerse más, este también se soltó y no solo se reía, sino que también cooperaba con el relato.
—Pero lo mejor fue pillarla infraganti mirándome... — Apuntilló Manu con una sonrisa picarona.
—¡Oye, oye....! Yo solo te miraba profesionalmente.
—Ya, lo que tú digas...
Cuando se dieron cuenta habían llegado, el viaje se les había pasado sin darse cuenta entre risas y charla; ya se notaba entre ellos, otro tipo de atmósfera, más relajada y distendida.
Entraron en un camino estrecho, que serpenteaba rodeado de pinos después del cual a lo lejos se veía un caserón enorme de dos plantas, con un gran porche.
La fachada era muy rústica, de piedras, que le daba una sensación de robustez y antigüedad. La cubierta, de varias aguas, era de teja y el porche de vigas de madera cerrado con cristaleras abatibles.
Aunque estaba en medio del pinar, la casa se veía despejada y se podía distinguir en uno de los laterales, unos techados también de vigas de madera y tejas, para resguardar los coches. En el otro lateral, más próximo a la casa, del mismo estilo, y también cerrada con cristaleras abatibles, se distinguía lo que estaba claro que era una gran barbacoa.
—Ya hemos llegado a mi dulce morada —sonrió.
—Es preciosa, y enorme, ¡me encanta! —Sonia miraba embobada.
—La verdad es que sí. Me imaginaba más una casita pequeña, rústica, en un entorno verde, pero..., no sé, no tan... —Mar alucinaba con lo que se veía.
—Jajajaja, me alegro que os guste. Pues, por dentro también está muy bien. Mezcla detalles de varios estilos para que sea muy cómoda y acogedora. Vamos a pasar y así os la enseño antes de que vayan llegando los demás, luego ya si eso descargamos el coche y colocamos todo.
Efectivamente era una casa preciosa, tanto por fuera como por dentro y mucho más grande incluso de la impresión que daba.
Accedieron al chalet por el porche, que estaba acondicionado para juntar a mucha gente. En el lateral derecho había una mesa de madera enorme con sillas a juego y en el izquierdo, por un lado, unos sofás y sillones bajos rodeando una mesita cuadrada y por otro, una mesa redonda con sillas al rededor. En el centro, una chimenea de forja pegada a la pared ocupaba gran parte de esta. Estaba todo pensado para disfrutar de la casa todo el año.
Desde ahí, entraron directamente a un salón-comedor, separado de la cocina por una barra. Los espacios eran muy amplios a pesar de tener muebles de gran tamaño.
Siguió mostrándoles la casa, la parte baja constaba del salón-comedor-cocina, de un aseo y un dormitorio completo con otro baño. En la parte superior, había cuatro dormitorios grandes, cada dos, compartían un baño al que se accedía desde estos. Iban los cuatro, charlando, riéndose y contando anécdotas que habían pasado allí los amigos desde niños.
Momentos después fueron llegando todos, descargaron y colocaron la comida que traían y enseñaron la casa a las chicas que aún no la conocían.
Distribuyeron las habitaciones, arriba Carlos y Mar en la habitación de este. Una de las parejas en la contigua a ellos y la otra en la de abajo, así dejaban, añadiendo una cama a cada una, los otros dos dormitorios que compartían baño, una a los chicos y otra a las chicas.
Pusieron la mesa en el porche y sacaron los platos que cada uno había llevado preparados de su casa. Sabían que se les iba a hacer tarde para comer, por eso decidieron organizar esa primera comida de esa forma.
Todos colaboraban mientras no se paraba de hablar y escucharse alguna que otra risa. Se notaba un ambiente festivo y muy agradable, hasta los que no sabían cómo iban a estar juntos, se les veía a gusto, muy unidos, con bastante complicidad y miraditas, aunque, por supuesto, cada dos por tres se tiraban alguna que otra pulla.
Manu cuanto más la observaba, más le gustaba. Era una combinación explosiva, pero le atraía tanto, que hasta le asustaba. Nunca nadie le había hecho hervir la sangre de esa forma.
Con su ex, todo había surgido como algo natural y esperado, y con las chicas que había salido, nunca había sentido más que una atracción física, de hecho, con algunas ni se había preocupado de conocerlas.
Pero con ella era distinto. No solo le atraía su aspecto, también su carácter guerrillero pero dulce a la vez, su madurez para unos temas y su inocencia para otros, sus ideas románticas mezcladas con un realismo crudo de la vida, todo eso iba descubriendo cada momento que pasaba con ella. Eso sin contar con esa sonrisa que tenía tan sincera y fresca, junto con su naturalidad a la hora de moverse que le volvían loco. Era perfecta, y por poco, si no llega a ser por un cúmulo de "casualidades", no le hubiera dado ninguna oportunidad.
—Te veo muy concentrado observando a cierta morena —se acercó Carlos sin que él ni se hubiese percatado concentrado en sus pensamientos.
—Estaba pensando, que al final, me voy a volver creyente —rio ante la cara de su amigo—. Eso sí, como esto salga fuera de nosotros te corto las pelotas, ni a Mar.
—Jajajaja, no hace falta que yo se lo cuente, cualquiera que tenga ojos puede verlo.
Sonia observaba a Manu, su comportamiento con sus amigos y cómo desde que habían dejado de lado sus diferencias la trataba; tenía que reconocer que ya no podía, aunque lo intentara, ver al capullo que conoció el primer día.
No solo estaba como un tren, como pudo constatar en su tienda, también era divertido, inteligente, a veces cabezota y obstinado, algo que le gustaba y a la vez le activaba, era un verdadero encanto. Un encanto que le ponía las pulsaciones a mil con solo un roce o una sonrisa.
Aunque siempre había querido creer en la magia, las casualidades y señales, y se había peleado incluso con él por eso, en el fondo siempre había dudado que existieran, por lo menos para ella, pero..., ahora..., ya no lo tenía tan claro.
—¿Qué tal lo llevas? No se os ve mal.
—Parece que al final, no va a ser tan horrible como parecía —le sonrió sin apartar la vista de Manu.
—Yo diría..., casi todo lo contrario.
—Tampoco te pases, no vaya a ser que se relaje y vuelva el capullo que conocí el primer día. En este ambiente y este entorno, es fácil verlo todo color de rosa, pero ya sabes que luego la realidad, a veces es otra.
—¡Puffff! Ya has sacado a la Sonia realista. Vamos, que te gusta mucho y te estás acojonando —soltó una carcajada y le guiñó el ojo.
—No lo sabes tú bien —hizo un mohín.