INTRODUCCIÓN

Sobre el médico es un breve tratado dirigido a los principiantes en la profesión médica. El primer capítulo del mismo trata de la compostura y dignidad que debe revestir y aparentar el médico con el fin de recabar mayor consideración y estima de los pacientes. Los restantes trece capítulos, algunos muy cortos, se ocupan de «consejos sobre el arte médica» (parangélmata eis tÈn iatrikÈn téchnen), de carácter variado y bastante elemental, para uso de quienes se inician en la práctica de la curación.

El tema del primer capítulo (que es el más conocido, ya que suele ofrecerse en algunas antologías separado del resto)[1] está en relación con el del tratado Perì euschemosýnes, y muestra, una vez más, la importancia que los antiguos profesionales de la medicina concedían a esa «prestancia del médico» (prostasíe toû ietroû) tan expresamente recomendada. En una época en que el prestigio del médico no estaba avalado por títulos profesionales ni por unos estudios reconocidos oficialmente, cuando cualquiera podía presentarse como experto en esta téchne arriesgada y ardua, resultaba especialmente valioso el cuidado de la disposición en cuerpo y alma, en atuendo y en comportamiento, que debía caracterizar al verdadero discípulo de Hipócrates. La atención a la estética se conjuga con el aspecto ético en este bosquejo rápido, pero de tinos rasgos, en el que se nos dibuja la silueta del médico honorable y merecedor del crédito popular. Con su aspecto saludable (no sólo eúchros «de buen color», sino, además, eúsarkos «de buenas carnes, robusto»), cuidadosamente pulcro y bien perfumado, serio y amable en sus maneras, pero sin exceso de familiaridades, el buen médico inspira una confianza que su comportamiento posterior debe refrendar.

Los restantes capítulos versan sobre la disposición y los instrumentos convenientes al dispensario del médico, sobre vendajes, cataplasmas, ventosas, ligamentos, curación de heridas y llagas, etc. Todas estas recomendaciones pertenecen a un repertorio iniciático en las curas de urgencia, que hoy estarían al cuidado del médico, o bien de un practicante o enfermero. El autor de nuestro breve manual no profundiza en ninguna cuestión; remite a otros escritos o a la progresiva maestría que se irá adquiriendo en el aprendizaje. Éstos son preceptos escolares para principiantes. (Los consejos recuerdan, en algunos puntos, otros textos hipocráticos, como En el dispensario médico, o Sobre las heridas. Sin duda, este escrito propedéutico aspira a insertarse, sin grandes pretensiones de originalidad ni literarias, en la colección de escritos médicos que contribuyen a la formación del médico ilustrado.) Sus recomendaciones son, en general, atinadas y discretas. Alguna de ellas, como la que recomienda evitar los vendajes elegantes y teatrales (cap. 4), son una nota del buen gusto y la reserva del autor ante cualquier alarde innecesario. El buen médico atiende sólo a lo conveniente (to sýmpheron) para el paciente, y desdeña el ornamento vanidoso (to kallopismón), como él mismo prescribe en una aguda sentencia.

Ningún autor antiguo cita este tratado Sobre el médico, como ya observó Littré. No figura en el catálogo de Erotiano ni alude a él Galeno. Eso puede ser debido a su carácter de manual para principiantes, y de otro lado, a su carácter relativamente tardío. J. F. Bensel, que lo editó y estudió, puso en relación este texto con los Preceptos y Sobre la decencia[2]. Pero, como ya argumentó Jones[3], es muy improbable que nuestro sencillo autor tenga conexión con quien escribiera cualquiera de esos dos tratados, de un estilo mucho más difícil y un léxico mucho más influenciado por el epicureísmo. Tanto por la lengua como por la alusión en el último capítulo a las campañas de ejércitos griegos por otros países, parece indicado situarlo en la segunda mitad del s. IV o en el siglo III a. C.[4], en la época de las campañas de los Diádocos por Asia. El consejo de que quien pretenda ejercitarse en la cirugía de heridas violentas debe alistarse en un ejército y seguir a éste en sus expediciones por países y tierras del extranjero parece convenir a esos tiempos de la expansión helenística. También éste parece un consejo atinado, aunque no exento de riesgos personales. Con esta evocación de los médicos «militares», expertos en heridas de armas de guerra, concluye el breve escrito un tanto apresuradamente.

En su introducción a nuestro opúsculo (Oeuvres completes d’Hippocrate, 10 vols., París, 1839-1861, vol. IX, págs. 201-3) señala Littré cuán sencilla y rudimentaria se nos presenta la educación de un principiante en medicina, y cómo aquí apenas hay nociones de anatomía ni fisiología. En un párrafo (que Jones cita de nuevo, ya que le parece admirable) traza con claras líneas la figura de este médico hipocrático, un hábil practicante en muchos casos, que, aparte de un conocimiento bastante preciso de los huesos y articulaciones del cuerpo humano, tenía que resignarse a muy vagas nociones generales sobre el funcionamiento de las venas o la constitución de los músculos, la sangre y las vísceras internas, supliendo tal ignorancia con teorías muy abstractas. Esto es indiscutible en sus líneas básicas. Pero conviene distinguir entre la sencillez de un autor como este médico helenístico, que prepara un manual para principiantes[5], y la concepción más general de la medicina de un hombre educado, pero no profesional, como el autor del Perì téchnes, que escribía un discurso para otro auditorio y un siglo antes.

El autor del Perì ietroû es un buen divulgador, un médico con dotes de observación y un buen sentido de lo posible, lo correcto y lo saludable, dentro de las limitaciones de una ciencia incipiente.

El texto seguido es el de Littré, vol. IX, págs. 204-221.

CARLOS GARCÍA CUAL