— Tienes razón Alondra, y me gusta que seas así de directa, ahora que estamos hablando de una forma totalmente madura creo que podemos quitarnos las máscaras, tengo la certeza y seguridad que tú amas a otro hombre… ¿acaso me equivoco?
— No, no te equivocas, y no creo que sea necesario negártelo, al fin y al cabo que tanto tú como yo estamos destinados a vivir a la voluntad y decisión que tomaron nuestros padres.
— Y según tu… ¿Crees que podría sentirme feliz sabiendo que tú desearías que fuera otro el que durmiera contigo?
— Perdón Jerónimo… pero ni tú ni yo tenemos muchas opciones para evitarlo… con esto trato de entender que tu… ¿buscaste a Luisa María para darme celos?
— No, te aseguro que no… aunque te mentiría si te dijera que no quería observar tu reacción, con esto compruebo que en definitiva no hay amor entre nosotros… aclaro que no es reproche, es una simple observación…
— Entonces… ¿En qué te perjudica que al casarme contigo piense en otro hombre?
— Por el simple hecho de que ese otro hombre es mi hermano Sebastián… —mirándola fijamente a los ojos.
Hubo un instante de silencio en ese carruaje, lo único que se podía escuchar eran los sonidos del caminar de los caballos y el azote del viento nocturno.
— ¡Jerónimo! Tu Hermano es un…
— ¡Mujeriego!, ¡Borracho! ¡un Caporal!.... Alondra, ¡Basta de cubrir tus sentimientos adjudicándole defectos a mi hermano!
— ¿Cómo lo supiste Jerónimo? Eso… ni mis mejores amigas lo saben… ¿Acaso el mismo te lo dijo?
— Eso no es importante, te confieso que sabes muy bien guardar tus sentimientos, difícilmente podría haberlo deducido, aquí lo único que es verdaderamente importante es reconocer lo que sentimos de verdad…
— No es cómodo hablar al respecto Jerónimo, en pocos meses tú pedirás mi mano, debo aceptar y ser tu esposa… Sebastián… Sebastián también al igual que tú y yo debe sacrificar lo que siente…
— ¿Crees que tenga que sacrificarlo? ¿acaso lo que sientes tú y siente él no es suficiente para luchar?
— ¡No tenemos más opciones Jerónimo! Yo rogué y suplique para que fuera destinada a ser la esposa de tu hermano… ¡Pero no fue así! Estaba dispuesta a no escuchar nada de los rumores del pueblo, mi amor era más grande que todo eso… ¡Pero mi destino no es él!
— Si tú lo amas de verdad, creo que accederás a una idea que tengo en mente… esto no perjudicará a nadie… ni a nuestros padres… lo prometo…
— ¿De qué hablas Jerónimo?
Una descabellada idea surgió de la mente de Jerónimo, correrían un poco de riesgos, pero al escucharlo Alondra sonrió de una manera que Jerónimo no había visto en ella nunca antes, era evidente que si le tenía mucho amor a su hermano Sebastián y no le importaba correr riesgos.
Al platicar su idea con Sebastián, a éste le pareció arriesgada y definitivamente fuera de lo común, pero por el inmenso amor que sentía por Alondra sabía que no tenía otra mejor alternativa, pudiera ser que esta idea de su hermano Jerónimo fuera la única que se le presentaría para ser feliz, de ese modo afrontando los riesgos Sebastián aceptó ejecutar esa idea.
En menos de una semana, Jerónimo invitó a su novia Alondra a cabalgar por el monte verde, lleno de árboles y corrientes de agua, era la primera vez que salían juntos al campo, y aunque el gobernador insistía en que los acompañara alguno de los trabajadores, Jerónimo insistió en querer ir ellos solos… adentrados en aquel monte lleno de paisajes y fauna silvestre, se detuvieron en un punto estratégico, era el lugar donde Jerónimo acostumbraba a ir con Sebastián cada vez que su padre los regañaba por alguna razón… al arribar a ese lugar ahí los estaba esperando Sebastián, montando su negro caballo y con una media sonrisa.
— Eres puntual hermano, no esperaba menos –sonriente comenta Jerónimo.
— Cuando esperas lo que más deseas cada minuto es eterno… pero incluso la eternidad es soportable cuando está la esperanza de alcanzar lo que quieres –comenta Sebastián mirando fijamente a Alondra.
— Supongo que tienen mucho de qué hablar, estaré cabalgando a los alrededores, pero recuerden esconderse si ven que alguien pasa por estos rumbos, que es muy poco probable pero aun así tomen precauciones… volveré en una hora, sino comenzarán a buscarnos Alondra… —comenta Jerónimo mirando la escena de dos enamorados con ganas de abrazarse.
— Gracias hermano… esto que estás haciendo nunca lo esperaba, me has devuelto el deseo de vivir y ser feliz nuevamente. –Tocando el brazo de Jerónimo dice Sebastián.
— Gracias Jerónimo… aquí esperaré por ti… una hora… —Nerviosa comenta Alondra.
Jerónimo se alejó y siguió cabalgando a los alrededores, quería asegurarse de que nadie viera a su hermano y Alondra juntos, había mucho que tenían por hablar ellos dos, pero sin duda era el momento oportuno para conciliar ese amor pendiente que había quedado entre ellos.
De esa manera Jerónimo fue cómplice en ocultar ese amor secreto entre su futura esposa y su hermano Sebastián, esos paseos por el campo cada vez eran más frecuentes, así como las salidas a los pueblos vecinos, se esforzaban demasiado porque nadie en absoluto se enteraran de esa tregua entre ellos, había una estricta discreción, incluso Jerónimo se sentía feliz al mirarlos besarse frente a él… y poco a poco esos cotidianos encuentros se extendían en tiempo, había ocasiones que el anochecer los alcanzaba en medio del campo y regresaban tarde a casa.
Y conforme los meses pasaban ese amor entre Sebastián y Alondra crecía, siendo el único testigo de ese amor Jerónimo se sentía satisfecho por ese acto, mirar a su hermano finalmente feliz al lado de quien tanto amaba le mostraba que todos esos riesgos que tomaban valían la pena.
Guadalajara Jalisco 03 de diciembre de 1893
Queridos amigos: Andrew y Sarah
Esperando que reciban esta carta días antes de Navidad les quiero manifestar mis sentimientos de nostalgia por estos días. Toda mi estancia en Inglaterra para estas fechas las pasé al lado de ustedes, llenando el espacio vacío por tener a mi familia lejos… ahora ustedes me hacen mucha falta, hoy comprendo que realmente no llenaron el espacio que tenía vacío, sino que aseguraron un espacio directo en mi corazón del cual nunca saldrán, no sé si volveremos a pasar una navidad juntos, pero quiero asegurarles que cada que llegue esta fecha ustedes estarán presentes en mi mente, y ese espacio que tienen en mi corazón estará siempre reservado para ustedes, mis más grandes y leales amigos… los extraño mucho…
Casi es fin de año, en el transcurso de unos días tendré que fijar una fecha de compromiso, me casaré en el mes de Febrero, en ocasiones les platiqué a ustedes sobre esto, y comprenderán mi situación… desafortunadamente es una tradición familiar que me niego a aceptar, pero es demasiado el peso social, económico y jerárquico, aun así… en medio de todo esto, hay un toque de felicidad… algún día ustedes sabrán lo que se oculta detrás de todo esto… solamente a ustedes podría confesarles lo que realmente sucede… especialmente a ti Sarah… que es de quien espero aún más su comprensión.
Me despido… no sin nuevamente desearles una muy Feliz Navidad….
Llevándolos siempre en mis pensamientos con nostalgia…
Jerónimo…
Para pedir la mano de Alondra, asistieron a la casa del Gobernador los padres de Jerónimo, el sacerdote Santiago, el juez de registro civil y dos testigos, fijaron la fecha para el día 18 de febrero de 1894, faltaban poco más de dos meses, tiempo que consideraron necesario para organizar la mejor boda que hasta esa fecha se había celebrado en el pueblo y sus alrededores.
Aunque Sebastián sabía que esa boda no afectaría en nada sus encuentros con Alondra, no entendía en totalidad cómo ahora se manejaría todo… era inevitable sentir celos al imaginar a su amada entrar vestida de blanco a la iglesia jurándose amor eterno con su hermano, posteriormente, tendría ella que dormir al lado de Jerónimo, y aunque confiaba en la palabra de él en que siempre la respetaría, no podía evitar ese sentimiento de celos.
Platicando recostados sobre el césped Alondra notó lo distante que estaba Sebastián, aunque él la abrazaba mientras ella descansaba sobre su pecho, su mente estaba en otra parte…
— ¿Qué te pasa Sebastián?... hoy casi no platicas, ¿acaso te sientes mal? –Tocándole su frente pregunta Alondra.
En los pensamientos de Alondra también había miedos, constantes inseguridades, se preguntaba ¿hasta cuándo toda esta mentira? ¿Qué pasaría al ser descubiertos? La cara del coronel y del Gobernador, ¡El escandalo! Entre sus amistades, pero dejando a un lado todo esto, nunca había estado tan feliz, al lado de Sebastián las horas pasaban como segundos, pero... ¿Hasta cuándo?...
— Yo tengo absoluta confianza en mi hermano Jerónimo, aun así... me duele imaginar que en unos meses pasarás todas las noches durmiendo con él... —comenta Sebastián sin dejar de abrazarla.
— Jerónimo es todo un caballero, estoy segura que me respetaría y me guardaría virgen solamente para ti... —comenta Alondra besando el pecho de Sebastián.
— Yo quiero ser el primer hombre en tu vida, y el único... estuvimos muy cercanos de hacerlo aquella noche...
— No sigas... —Interrumpe Alondra. —Realmente me apena pensar lo que pudo suceder esa noche... temí que alguien nos descubriera...
— Quiero demostrarte lo mucho que te amo... No sabes cuánto te deseo Alondra... —Tocando su silueta— me harías el hombre más feliz si te entregaras a mi... ¿Acaso tu no me amas?
— Sebastián... yo también te amo... pero creo que es bueno esperar... —Nerviosa comenta Alondra.
— ¿Esperar? ¿A qué tenemos que esperar? ¿A que nos casemos?... Sabemos perfectamente que eso no sucederá... ¿O esperas que nuestros padres cambien de opinión cuando ya anunciaron tu boda con mi hermano?... —Mirándola fijamente.
— Sebastián... tu sabes que si yo pudiera evitarlo lo haría... es algo que está fuera de mis manos, y no sabes lo que daría por cambiar las cosas...
— Entiendo que no está en tus manos cambiar la boda... pero si está en tus manos demostrarme tu amor... Entregarte a mí...
— Sebastián... Yo...
— Tu puedes hacerme el hombre más feliz en este preciso momento... tu sabes que he esperado muchos años, y me duele seguir esperando... ¿Acaso no confías en lo mucho que te amo?
— No dudo de tu amor Sebastián, pero es algo que no es fácil...
— Yo daría todo si pudiera llevarte a la iglesia y casarnos por las leyes de Dios, hacerte la mujer más feliz a mi lado sin necesidad de escondernos, dichoso sería poder gritar y que todos supieran que tú eres mi mujer... ¡Pero no es así! El matrimonio no podrá unirnos, pero yo no estoy dispuesto a alejarte de mí...
— Yo tampoco podría alejarme de ti Sebastián...
— Entonces... ¿Qué esperamos? Aprovechemos estos momentos que nos encontramos solos tu y yo... Dios sabe cuánto te amo y estoy seguro que también sabe cuánto me amas... aquí no hay pecado... hay amor... difícil... pero amor limpio y sincero de dos que se aman...
Alondra sabía que las palabras de Sebastián estaban llenas de verdad, realmente no había razón para esperar... entre sus miedos había el pensamiento de que por alguna cuestión del destino ya no pudieran seguir mirándose, debían vivir su amor plenamente, ese deseo que llevaban el uno por el otro por fin se consumó esa tarde...
Alondra se entregó en cuerpo y alma a Sebastián, en esos instantes dejaron a un lado todos sus temores, el miedo a ser descubiertos o las leyes terrenales, su único respaldo fue el amor que sentían el uno por el otro, demostrándose en cada beso, en cada caricia, en cada suspiro... lo fuerte que era su amor...
En la distancia, con mucha discreción, Jerónimo miraba cuando se vestían, sonriente y feliz no se acercó a ellos para no incomodarlos, esperó hasta que no hubiera ningún rastro que los delatara de lo que había sucedido... sabía cuánto se amaban y el esfuerzo al cual se enfrentarían en los próximos meses.
Al paso de los días, los preparativos para la boda de Jerónimo y Alondra tenían a todos muy ocupados, la madre de Jerónimo se encargaba de cada detalle, y aunque aún faltaban varios meses no quería dejar nada para el último momento, el vestido de novia para Alondra comenzaba a confeccionarse, una costurera francesa que radicaba en la Ciudad de México había mandado traer de París la blanca seda con grabados.
A principios del mes de diciembre Jerónimo viajó a un pueblo del estado de Guanajuato llamado San Miguel de Allende, había recibido una carta de parte de un Médico llamado Alberto Gómez, quien le solicitaba su ayuda para tratar un extraño brote de gripe surgido en ese pueblo, misma enfermedad que había ocasionado ya bastantes muertes, particularmente en adultos mayores de 60 años y niños. Apegado a su juramento hipocrático y con todo el deseo de ayudar a quien lo necesitara, Jerónimo llegó hasta las puertas de aquel hospital que estaba lleno de gente, en su mayoría por esa extraña epidemia de gripa.
Después de brevemente saludar al Médico Alberto, tomó algunas muestras de sangre y flema a los pacientes, observó detenidamente en su microscopio, hizo sus investigaciones que consideró necesarias y mezcló algunos componentes a las jeringas… Los médicos que trabajaban en ese hospital lo observaban detenidamente, aunque ya la mayoría tenía bastante experiencia en el ramo, Jerónimo los sorprendió con sus innovadoras formas de tratar a fondo esa enfermedad.
Al término de una semana Jerónimo había curado alrededor de 200 niños y otros cien adultos víctimas de esta enfermedad, para poder frenar la infección a los familiares de los enfermos él les recomendó varias medidas sanitarias y de esa forma evitar el contagio.
Un día antes de que Jerónimo regresara a Guadalajara, llegó hasta el hospital una joven madre, empapada en llanto y angustia, suplicaba la ayuda de los médicos… por su apariencia mostraba pobreza, su ropa desgastada, rota y sucia, su cabello sin arreglar, descalza y con flores en sus manos que aparentemente vendía.
— ¡Ayuda! ¡Por amor de Dios! ¡Mi hijo está por morir! –Gritaba suplicante aquella mujer.
— ¡Tranquila! ¿Dónde tienes a tu hijo? –pregunta tranquilo el Médico Alberto.
— ¡No puedo traerlo! ¡Está ardiendo en fiebre! Si lo toca el aire frio ¡Morirá! ¡Ayuda por Dios! –incontrolable la mujer.
— ¡No seas exagerada mujer! Tráelo contigo y lo revisaremos… tenemos demasiados enfermos y no podremos ir hasta tu casa… —Dice el Médico.
— ¡Por Piedad! ¡Mi hijo se muere! –Llorando sin control.
— ¡Fuera de aquí! Ve a vender tus flores y vienes para decirte la emulsión que le lleves a tu hijo…
— ¿Dónde está tu hijo? –Interrumpe Jerónimo. –llévame hasta donde lo tengas…
— Está en la habitación que rento… a una calle de aquí… —Limpiándose sus lágrimas y mirándolo fijamente.
— Iré contigo… ¡Vamos!
— No tienes que hacerle caso Jerónimo. –Comenta el Médico Alberto. –Es la vendedora de flores, está exagerando.
— Regreso en unos instantes, creo que pueden hacerse cargo de los pacientes.
A paso firme llegó Jerónimo junto con aquella mujer hasta aquella vieja habitación de piedra, tejado roto donde se colaba el frio del amenazante invierno que se aproximaba, el niño de aproximadamente dos años estaba recostado sobre la cama, sacó de su maletín un termómetro de mercurio, y le pidió a la mujer que pusiera a tibiar agua en la pequeña estufa de petróleo.
En una tina de metal llena de agua sumergieron el cuerpo del niño, con la intención de bajarle la excesiva temperatura, el pequeño estaba muy débil, tanto que ni siquiera lloraba al sentir el agua que para su cuerpo estaba fría. Le pidió a la madre que lo sostuviera mientras preparaba una inyección.
Casi de inmediato Jerónimo le aplicó la inyección, y en un lapso no mayor a diez minutos el pequeño comenzó a llorar, esto alegró a la joven madre, quien se esforzaba por estar tranquila y seguir las instrucciones que el médico le estaba dando. Poco a poco el niño comenzaba a recuperar su semblante natural, ahí se quedó observándolo Jerónimo quien observaba la pobreza con la que vivía esa familia…
— El niño está recobrando su temperatura normal, —comenta mientras retira de la boca del niño el termómetro.
— ¡Gracias a Dios! –contenta comenta la madre.
— La fiebre del pequeño es ocasionada porque el virus de gripe está intentado atacarlo… pero no tienes de qué preocuparte, voy a dejarte un medicamento que le tendrás que dar para no tener que pasar por otro susto como el de hoy.
— ¿Quiere que limpie su casa? Puedo cocinarle, plancharle, lavar su ropa… no tengo dinero como pagarle… Pero usted salvó la vida de mi hijo… ¡Tengo una gallina!
— No estoy cobrando nada… tu hijo es muy fuerte… cualquier niño pequeño con la temperatura que traía tu hijo, habría muerto… —Tocando la frente y observando los ojos del pequeño.
— Dios lo bendiga, usted fue como su ángel de la guarda, mi niño… pudo haber muerto… —llorando más tranquila.
Conforme el pequeño recuperaba su semblante y color Jerónimo lo observaba fijamente, el rostro del niño le parecía conocido, como si lo hubiese visto antes, pero él sabía que nunca antes… los ojos claros y facciones tan definidas, lo llevaron a la conclusión de que el pequeño tenía un peculiar parecido a su hermano Sebastián.
— Es curioso… —Comenta Jerónimo sonriente y mirando al niño. Este pequeño tiene demasiado parecido a uno de mis hermanos… si mi padre o mi madre lo miraran estoy seguro que dirían lo mismo…
— ¿De verdad? Es primera vez que le encuentran parecido con alguien a mi hijo… el pobre sufre demasiado que nunca puedo tenerlo con ropa bonita.
— A manera de recomendación podría sugerirle que vivan en otra parte, un lugar con mayor protección… aquí está muy frio y me imagino que en lluvias tienen bastantes problemas –observando el techo. – ¿Su esposo se encuentra trabajando?... me imagino…
— Bueno… yo… No tengo esposo… —Apenada comenta.
— ¿Cómo? ¿Acaso el padre del pequeño no vive con ustedes?
— Mi niño no conoce a su padre… Bueno, tampoco su padre sabe de la existencia de él…
— Madre soltera… pero… ¿Por qué no buscas al padre? ¡tiene que ayudarte!
— No puedo regresar a buscarlo… podrían apedrearme si regreso…
— ¿Apedrearte? ¡Qué locura! Nadie tiene derecho de hacerlo…
— Mi hijo… el no nació fruto de un amor… Perdóneme que no le diga lo que sucedió… me da vergüenza platicarle…
Jerónimo hizo una pausa al estar guardando sus utensilios en el maletín que llevaba, observó nuevamente al niño y después fijamente a la madre… escuchaba cada palabra que decía.
— No te pediré que me platiques… solo me gustaría hacerte una pregunta… ¿De dónde vienes?
— Era de Guadalajara… cuando todos supieron lo de mi embarazo… no podía permanecer más tiempo allá…
— No he preguntado tu nombre… ¿Cómo te llamas?
— Discúlpeme… con lo preocupada que estaba por mi hijo ni siquiera me presenté ante usted… mi nombre es Jacinta… para servirle a usted… —Extendiendo su mano.
Jerónimo no lo podía creer, frente a él estaba la hija del Herrero, quien se había ido del pueblo después del escándalo que se formó con ella y Sebastián… extendió su mano también él y le sonrió fijamente sin poderlo aun creer…
— Mucho gusto Jacinta… mi nombre es Jerónimo… —sonríe…
— Jerónimo, justo así se llama un hermano del padre de mi hijo… lo poco que sé de él es que lo tienen estudiando en otro país, creo que también para ser Médico… no estoy muy segura…
— Así es… Soy yo… Jerónimo, Hermano de Sebastián, el tercer hijo del Coronel Melquiades.
Jacinta no podía creer lo que estaba escuchando, pero conforme escuchó decir esto la invadió un miedo interno por el simple hecho de haber sido descubierta…
— ¿Jerónimo? No… ¡No puede ser! –Acercándose rápidamente a su hijo como si temiera se lo fuera arrebatar.
— Jacinta, necesito que te tranquilices, esto para mi es tan sorprendente como para ti… así que necesitamos tranquilizarnos y platicar un poco… deja descansar al niño… en tus brazos no debe estar por ahora.
— Jerónimo… ¡Te suplico por lo que más quieras! No me separes de mi hijo, ¡No le hagan daño! Te juro que a más tardar mañana temprano desaparezco y no vuelven a saber de mi… ¡Lo prometo! –Bastante nerviosa.
— Tranquilízate Jacinta… no vengo a quitarte a tu hijo, ni mucho menos mi intención es que desaparezcas… todo esto es una coincidencia poco común, pero… ¡Fantástica! No puedo creer que tenga un sobrino… —sonríe.
— Jerónimo, si tus padres o el sacerdote del pueblo se enteran que me viste… ¡Me matarán! –llorando de miedo.
— Pero… ¿Por qué piensas eso? Comprendo que al principio no estuvieran dispuestos a aceptar un matrimonio entre ustedes, pero estoy seguro que al mirar al niño quedarán convencidos que efectivamente es hijo de Sebastián…
— ¡No! Mi hijo no puede ir nunca a Guadalajara… ¡Lo matarían! ¡no!
Al ver la crisis nerviosa por la que estaba pasando Jacinta, Jerónimo sacó de su maletín una pastilla que la tranquilizaría…
— Toma esta pastilla, necesitas tranquilizarte para poder platicar… ¿Entendido?
Al paso de unos minutos Jacinta se tranquilizó y permaneció sentada junto a su hijo mientras comenzaba a conversar con Jerónimo de lo que había sucedido… Todo coincidía justo como su nana se lo había platicado…
— Yo creí en el amor de él… de quien fue mi novio… de tu hermano créeme que no lo culpo, podría decirse que simplemente cobró su apuesta, de no haberlo hecho… ¿Dónde hubiera quedado su hombría?... pero ahora mi pregunta es… ¿Dónde quedó la hombría de quien fue mi novio? Si yo hice esto fue porque lo amaba, y no me importó entregar mi cuerpo para saldar su deuda… nadie me cree que lo hice por amor… por amor a quien me pidió matrimonio y quería hacer una familia a mi lado… pero en una noche, todo eso cambió y aquí estoy pagando… sufriendo al lado de mi hijo, quien no es culpable de nada. –Comenta afligida Jacinta.
— Jacinta… comprendo perfectamente todo lo que me dices, y no pienso juzgar a ninguno, porque los tres tienen cierta culpa en todo esto… principalmente tu novio por apostarte, mi hermano por proceder a cobrar esa tonta apuesta… y tú por permitirlo… pero no es el tiempo de encontrar culpables… solo hay algo que no me queda claro… ¿Saliste del pueblo obligada por quienes?
— Todos en el pueblo quieren al Padre Santiago… tu familia es de las más respetadas en Guadalajara, todo esto fue un escándalo del cual me dolía estar en medio… me trataban peor que una basura, la gente me gritaba “Pecadora” “Prostituta” “Mala Mujer” esto a mí me dolía como nunca nada antes… una pesadilla constante de la cual ya no podía despertar ni escapar… Al saber que yo estaba embarazada mi padre me llevó a hablar con el Coronel, creo que ya sabes el resto de la historia… pensaron que yo quería aprovecharme de la situación y casarme con tu hermano por el simple hecho de aparentar con gente rica y poder… pero no fue así… yo no quería ir, mi padre decía que no podía vivir con la vergüenza y que debían responder por sus actos… pero no fue así… y yo no quería tampoco obligar a Sebastián a algo que no tenía que hacer… aunque tengo que reconocer que tu hermano se portó como todo un hombre y quiso reconocer mi embarazo… pero tu padre se negó rotundamente… tu madre me abofeteo exigiéndome que nunca más regresara a la hacienda…
— ¿Mi madre hizo eso? –sorprendido.
— Eso ya no importa… El caso fue de que aun así yo pensaba seguir mi vida… con la esperanza de que algún día dejaran de hablar de mí… simplemente me dejaran vivir… pero un día el Padre Santiago fue a visitarnos a la casa, todos nos sorprendimos, nunca antes había ido a visitarnos, ni siquiera cuando mi padre estuvo enfermo y no podía trabajar… llegó el padre, y fue muy preciso en sus palabras… les dijo a mis padres que mientras me tuvieran ahí en la casa los excomulgaría y no tenían el derecho de siquiera pisar la iglesia hasta que yo me fuera del pueblo… mi padre le suplicó que orara por mí que yo estaba muy arrepentida de lo sucedido… pero el padre fue firme… dijo que no tendría otra opción que condenarlos con el infierno en caso de que yo siguiera en esa casa, todos en mi familia somos muy creyentes de las leyes de Dios y nos aterra la idea de ser condenados al infierno, así que sin que mis padres me lo pidieran yo comencé a empacar la poca ropa que tengo… pero antes de salir de la casa el Padre Santiago se acercó y me dijo… “Tu pecado es uno de los más ofensivos ante las leyes de Dios, este pueblo no merece tener una pecadora como tú, cuando una mujer se deja llevar por las bajas pasiones así como tu está destinada a vivir entre tinieblas, no alcanzarías nunca el perdón de Dios… ese hijo que llevas en tu vientre, es un hijo del demonio, fruto de un pecado del cual pagarás con sufrimiento… Nunca regreses a este pueblo… de lo contrario me veré obligado a hacer un llamado con todos los habitantes para lincharte y después quemarte hasta dejarte en cenizas”…
— ¡Me niego a creer eso! – Sorprendido Jerónimo. – Es inaceptable que una persona utilice la palabra de Dios para manipular a la gente y someterlas a su voluntad… ¿Qué dijeron tus padres?
— Ellos ni siquiera voltearon a mirarme cuando me fui… hace meses le envié una carta a mi madre… nunca recibí contestación…
— ¿Saben que tienes un hijo?
— Ellos sabían que estaba embarazada, pero nunca supieron cuando nació mi hijo… si fue hembra o varón… simplemente para ellos… ya no existo… —intentando contener sus lágrimas.
— Esto para mi es una coincidencia muy extraña… Estoy seguro de que Dios me mandó aquí con este propósito… al ver el rostro de este niño no tengo la menor duda que es hijo de mi hermano Sebastián… tiene sus mismos ojos… forma de los labios y contorno… es mi sobrino…
— Por favor Jerónimo… no le digas a nadie que me viste… que nunca se enteren que mi hijo lleva tu sangre… porque si tu padre llegara a reconocerlo… estoy segura que me lo quitaría, porque él podría darle todo… ¡Yo moriría de tristeza al no tener a mi hijo!
— Te doy mi palabra… que nunca permitiría que te quitaran a tu hijo… si te da más tranquilidad te prometo no decirle nada a mi padre…
— ¡Gracias! Muchas gracias…
— Sé que aunque Sebastián es el padre de este niño, tú nunca estuviste enamorada de él… creo que sería injusto que se casaran por compromiso… Lo que sí es un deber muy importante es ayudarte económicamente…
— ¡yo no busco dinero Jerónimo!
— Lo sé… si esa fuera tu intención de una u otra forma ya lo hubieras obtenido… pero es evidente que ocupas ayuda económica… ¡Mira donde vives! ¡El niño necesita ropa, calzado, comida! ¿crees que es justo que sufra así?
— Yo me seguiré esforzando para que no le falte lo necesario… —Bajando la mirada apenada.
— No cuestiono tu esfuerzo… es evidente que deseas lo mejor para tu hijo… por esa razón… permite que te ayudemos… no quiero que les falte nada… comprende, el niño lleva nuestra sangre…
— Jerónimo… si tu padre se enterara…
— ¡No se enterará! Te he dado mi palabra y la cumpliré… hasta que tu decidas que es el momento oportuno se lo diré bajo tu consentimiento… Te lo prometo Jacinta…
— Gracias Jerónimo… no creí que fueras tan bueno… Estoy segura que Dios con esto me está perdonando por mis pecados…
— ¿Cómo se llama mi sobrino?
— Su nombre es Efrén…
Jerónimo cargó en sus brazos al pequeño Efrén, seguía tocando su frente para asegurarse que la fiebre siguiera bajando, mandó a uno de los niños del vecindario a comprar algunos alimentos en una cercana tienda de abarrotes… siguió platicando más a fondo con Jacinta, sacó de su cartera una cantidad muy considerable para que se ayudaran en los próximos días, le dio instrucciones para que cada dos semanas cobrara una remesa de dinero… le pidió también que le permitiera visitar de vez en cuando a Efrén y dejó a su consideración la posibilidad de que Sebastián debía conocer a su hijo.
Jerónimo regresó a Guadalajara, sentía una satisfacción al haber podido ayudar no solamente a los enfermos víctimas de la gripe, sino también a Jacinta y su sobrino. En su camino a casa, le pidió al conductor del carruaje detenerse en la floristería de su amiga Luisa María, a quién le pidió un discreto pero hermoso ramo de rosas…
— Supongo que este ramo de rosas es para tu futura esposa Alondra… —sonríe con poco afán Luisa María mientras corta con unas tijeras un listón de seda.
— Así es… son para ella, pienso pasar a visitarla más tarde… no la he visto desde hace varios días… —contesta observando la reacción de Luisa María.
— Jerónimo… ¿me creerías si te dijera que tengo una diferente opinión conforme a tu relación con Alondra? –Bajando la voz para no ser escuchada por los demás.
— ¿A qué te refieres con eso… estimada amiga?
— Estoy convencida de que no amas a esa mujer… pero por cubrir seguir con todo esto… tengo que creerte al escucharte decirme que si la amas…
— Antes de contestarte… podrías decirme… ¿Qué te hace pensar eso? –intrigado pregunta Jerónimo.
— El día que te conocí… tu indiferencia con ella, pasaste la mayor parte de la noche platicando conmigo… aclaro que no quiero insinuar que sientas algo por mí…
— Nadie lo ha mencionado… —encendiendo su puro.
— Jerónimo… soy muy observadora, y aunque apenas nos conocemos, podría asegurarte que no estoy equivocada del todo ¿Acaso si?
— Reconozco que eres muy observadora… y vaya que es admirable… pero estoy a días de casarme con Alondra… es un gran paso… ¿No crees?
— Lo sé… en el pueblo todos los ven como la pareja perfecta, es la boda más nombrada que he escuchado… pero mi idea personal es la que te manifiesto… desde luego esto no lo ando divulgando para evitar chismes de pueblo… sino que me cuestioné esos puntos de vista y decidí preguntártelos cuando hubiera una oportunidad… Perdóname si soy muy atrevida al meterme donde no debo…
— Descuida Luisa María… y me dejas sorprendido que con lo poco que tienes de conocernos pudiste deducir lo que dices… Como tú misma lo dices, en este pueblo todos nos ven a Alondra y a mí como la pareja ideal, como la próxima boda perfecta… dos familias ricas unen a dos hijos en matrimonio… “Qué originalidad” –Siendo sarcástico. –Pero la verdadera historia la acabas de deducir tú en una sola noche… Yo no amo a Alondra, ni ella tampoco me ama a mí… nuestro matrimonio será una vil farsa… nacer en una familia de abolengo créeme que no es algo privilegiado en estos tiempos… ser hijo de un coronel trae consigo la responsabilidad de obedecerle hasta sus últimos días… aunque yo amo a mi padre y lo respeto como tal… no he estado de acuerdo con muchas de sus decisiones…
— Alondra es una mujer muy hermosa… si tu padre la escogió para ti considero que no hizo mala elección…
— Si, lo es… una mujer muy hermosa, me atrevería decir que también por dentro lo es… pero nuestro corazón se quedaron con diferentes personas… tanto el de ella como el mío…
— ¿Amas a otra mujer?
— Si… y me arrepiento no haberlo dicho desde antes… mi corazón se quedó del otro lado del océano Atlántico… y el corazón de Alondra en las manos de… —Hace un espacio.
— No es necesario que me lo digas… no soy quien para juzgar a quien aman…
— Luisa María… me gustaría invitarte a cenar mañana por la noche a mi casa… me informa el conductor del carruaje que mi hermano Alejandro llegó a casa apenas hace unas horas… ¿Te gustaría venir?
— Encantada de acompañarlos… ¡Gracias por la invitación Jerónimo!
Jerónimo y Alejandro no se habían mirado desde hacía casi una década, un año antes de que su padre lo mandara a Europa, justo fue el tiempo cuando el Coronel decidió ingresar a Alejandro al Colegio Militar, desde entonces solamente escasas dos cartas se habían enviado… debido a las estrictas normas a las que estaba sometido incluso poco escribía a su familia.
Con una sonrisa poco cálida, robusto, bigote recortado, vestido de gendarme, sentado en la sala al lado del coronel y sus amistades, Jerónimo encontró a su hermano Alejandro… quien se levantó de su silla y le dio un abrazo.
— ¿Cuántos años sin verte hermano? Me alegra tener un médico en la familia, tal y como mi padre lo deseó… —le dice mientras toca su hombro.
— No sabes la alegría que me da volver a mirarte… fueron bastantes años, me siento muy orgulloso de ti… sé que vas por muy buen camino para ser un Coronel… mi padre se mantiene muy bien informado de tus disciplinas… y siempre habla muy bien de ti…
— Así como tú prometiste llegar con tu título que te acredita como médico… así llegaré algún día con mi padre a mostrarle mi nombramiento de Coronel. –Orgulloso al mirar a su padre.
— Estoy seguro de que lo harás… ¿Cuánto tiempo estarás en casa hermano?
— Solamente tres días…
— Muy bien… espero descanses muy bien por lo menos estos pocos días…
— Gracias Hermano… —observando el traje que vestía Jerónimo.
Poco antes de llegar la noche Jerónimo fue a casa de su prometida Alondra, quien frente a sus padres lo abrazó y besó su mejilla, pidió a una de las sirvientas poner en un florero con agua las flores que Jerónimo había comprado en la Floristería de Luisa María… después de platicar brevemente de su viaje y sin mencionar la sorpresa que había tenido, Jerónimo hizo la invitación a la familia de Alondra por parte de su padre a cenar la siguiente noche, con motivo de dar la bienvenida a su hermano Alejandro… ellos aceptando la invitación dejaron a Jerónimo y Alondra platicar a solas en la sala.
— Te noto un poco pensativo Jerónimo… ¿te pasa algo? –Pregunta Alondra mientras sirve el té.
— Un poco cansado… el tren me provocó jaqueca, no he dormido muy bien estos días…
— Me imagino, debes descansar… ¿Atendiste muchos enfermos en San Miguel?
— Bastantes… afortunadamente encontré la forma de cómo atacar directamente el virus… por poco eso se convierte en pandemia…
— Te admiro demasiado Jerónimo… todos en el pueblo saben que eres un excelente médico… sea de la forma que sea, me sentiré orgullosa de casarme con alguien como tú…
— Gracias Alondra… y cuéntame… ¿En mi ausencia se miraron Sebastián y tú?
— Si, nos miramos en tres ocasiones… una vez le dije a mi madre que iría a pasear al campo… no estaba muy convencida porque dice que una mujer comprometida no debe de salir a la calle… pero yo quería ver a Sebastián… y las otras dos veces… Sebastián se ha quedado a dormir aquí en mi casa… —Sonriente platica.
— ¿De verdad?... eso puede ser peligroso… ¿Por dónde entra?...
— Tu hermano es muy astuto y créeme que nos aseguramos de que nadie vea nada… cuando sé que vendrá dejo mi ventana sin cerrar… y se va antes de que amanezca…
— Deben ser precavidos… si tu padre o los vigilantes descubren a Sebastián rondando tu habitación… ¿Qué crees que suceda?
— Ni lo menciones… sé que es muy riesgoso…
Pasó por la mente decirle a Alondra sobre el hijo de Sebastián, pero sintió que no era prudente, aunque tenía la seguridad de que ella comprendería esa situación, aun así prefirió esperar el momento adecuado o que Sebastián se enterara primero…
— ¿Podríamos ir a cabalgar el día de mañana?
— No tengo ningún inconveniente… creo que invitaré también a mi hermano Alejandro que nos acompañe… —Observando la reacción de tristeza en Alondra. –Estoy bromeando… le diré a Sebastián que mañana cabalguemos –sonríe.
— Eres malo conmigo… creí que decías de verdad para llevar a tu hermano –sonríe.
— Definitivamente el no aceptaría todo esto… así que tendremos que salir a cabalgar mientras él esté ocupado…
A la mañana siguiente antes de salir a cabalgar Jerónimo fue a la habitación de Sebastián… quien aún se encontraba dormido, desvelado por esperar el momento de entrar a la habitación de Alondra, solo que no tuvo éxito por la vigilancia en los jardines y se devolvió poco antes de que amaneciera…
— ¡Despierta flojo! –sonriente Jerónimo quitándole de encima las cobijas y abriendo las cortinas para que entrara luz…
— ¡Jerónimo! Deja descansar… ¡Tengo sueño! –Tapándose la cara con una almohada.
— Muy bien, tendré que decirle a Alondra que estás indispuesto… con una evidente resaca por tu borrachera de anoche en la cantina… —sonríe Jerónimo.
— ¿Iremos a cabalgar? ¿Alondra irá con nosotros? –Quitándose la almohada y sentándose sobre su cama.
— Sí… pero si estás tan indispuesto pues…
— ¡No! ¡No! Me levanto en este mismo instante…
— Muy bien… antes de irnos ocupo platicar un asunto muy serio contigo Sebastián…
— Si, ya sé… saldremos sin que Alejandro nos vea, yo saldré primero como que voy al campo y tú…
— No, no es de lo que quiero hablar… —interrumpe Jerónimo.
— Entonces… ¿a qué te refieres? –Mientras se vestía con su camisa de charro.
— Quiero hablar de Jacinta…
El semblante de Sebastián cambió rápidamente… Jerónimo fue muy directo con su hermano, no habían platicado de este tema antes, no lo juzgó por su comportamiento, sabía perfectamente cómo habían sucedido las cosas, pero sentía que era necesario que su hermano supiera de la existencia de su hijo “Efrén” esa noticia fue una verdadera sorpresa para Sebastián… quien le preguntó con detalles lo que había platicado con Jacinta.
— Yo estuve dispuesto a responderle como hombre y casarme con ella… o darle mi apellido al hijo que esperaba… —comenta Sebastián mirando fijamente a Jerónimo.
— Lo sé hermano, ella me platicó todo… tus intenciones… sé perfectamente por quién no lo hiciste… pero analizando un poco, creo que fue lo mejor… estarías en la misma situación que yo ahora… destinado a casarte con una mujer que no amabas, solo por el hecho de evitar un escándalo…
— Al final de cuentas el escándalo fue inevitable…
— Si, tienes razón, pero al menos no te comprometiste con alguien que no amabas, y ni ella tampoco te amó… como sabes… ella se entregó a ti por el simple hecho de pagar la apuesta de su prometido…
— Así es… pero dime Hermano… ¿Podrías asegurarme que el niño es hijo mío?
— Tengo la seguridad total… el parecido físico y la honestidad con la que me habló su madre no me dejan la menor duda…
— ¡Quiero conocerlo! Le daré mi apellido y me aseguraré de que nunca le falte nada…
— No te preocupes… ya me encargué de eso… le di una suma que los sacará de apuros por un buen tiempo… tengo la seguridad de que Jacinta dejará que conozcas a tu hijo… su único temor es que se lo arrebaten, ya seas tú o mi padre…
— Nunca la haría sufrir… por lo que me dices… ha sufrido bastante…
— Lo que me sorprendió fue la actitud del sacerdote Santiago… muy diferente al Padre Braulio… él sí era un sacerdote que se ganaba el corazón de todos…
— Sería un buen detalle que él viniera a casarte a ti y a Alondra… —bajando un poco la mirada.
— Prefiero que no sea él… me costaría más trabajo poder jurar ante él amor verdadero, recibir los hijos que Dios nos mande… y todos los juramentos que se hacen en el altar… Tú mejor que nadie sabe que este matrimonio será una farsa, no me gustaría que el padre Braulio fuera quien nos uniera en una mentira…
— Tienes razón Hermano… comprendo por lo que pasas… y no sabes lo que daría por poder estar en tu lugar… sé que ese juramento será en vano… peor aún… incierto… Volviendo al tema de mi hijo… pierde cuidado, me haré cargo de que no les falte nada, no volverán a sufrir por comida o por sustento…
A petición de Jerónimo prefirieron no mencionar nada a Alondra, salieron al campo donde solían reunirse… Sebastián salió poco antes, diez minutos más tarde sin avisar a nadie Jerónimo pidió su caballo y cabalgó al campo esperando no ser sorprendido por su hermano Alejandro y que este le pidiera acompañarlo…
Estando reunidos, como de costumbre Jerónimo brevemente platicó con Alondra y Sebastián, los dejaba aprovechar el mayor tiempo posible juntos y a solas… se retiró y se fue a cabalgar a los alrededores… no pasado más de cuarenta minutos escuchó relinchar cercano él un caballo, alcanzaba también a oír el galopar del animal… estaba muy cercano a donde estaban reunidos Alondra y Sebastián… para echar un vistazo se acercó hasta dónde provenía aquél sonido…
A poca distancia de donde se encontraba Alondra y Sebastián Jerónimo volvió a escuchar al caballo… era definitivo que alguien estaba acercándose… despacio sobre su caballo dio la vuelta para bajar y avisar a su hermano que había escuchado acercarse a alguien… y justo cuando estaba a unos cuantos metros de distancia al dar la vuelta frente a él se encontró en otro caballo a su hermano Alejandro…
— ¡Alejandro! ¿Decidiste salir a cabalgar también? –Nervioso pregunta Jerónimo.
— Si hermano, esperaba tu invitación, pero me dice mi padre que acostumbras a salir de vez en cuando a cabalgar con tu novia…
— Creí que dormías… preferí que descansaras…
— Tengo la costumbre de despertar temprano todos los días…
— Oh… me imagino… —intentando subir la colina para evitar que se acercara hasta donde estaban Sebastián y Alondra…
— Pero… ¿Dónde está tu novia?
— Bueno… ella… ella está… —sin saber que decir.
De pronto un relinchar de caballo se escuchó fuertemente, venía de las orillas del río, rápidamente Alejandro volteó y bajó unos cuantos metros para poder mirar… a lo lejos observó a Sebastián tocando el cabello de Alondra.
— Es Sebastián… ¿Con quién está? –Preguntó confundido Alejandro…
— ¡Sebastián! ¡Alejandro viene a galopar con nosotros! –Gritó fuertemente Jerónimo para alertarlos.
— ¿Quién es la joven con la que está Sebastián? –Insiste Alejandro.
— Ella es Alondra… mi prometida… —comenzando a galopar cuesta abajo para llegar hasta donde estaban ellos.