MIÉRCOLES A LA TARDE

Tony y Allie permanecieron en la casa la mayor parte del día, bebiendo cerveza y sintiéndose como reyes. Tenían dinero y Tony su muchacha. El nombre de Valentine surgía constantemente y Allie escuchó una y otra vez cuán espléndida era la mujer.

Hacia las cuatro salieron para cambiar de escenario y para ver lo que los periódicos decían del robo. Compraron el diario de Pittsfield en un quiosco de la esquina y lo abrieron en un reservado en el bar de Pat mientras bebían cerveza. La historia estaba en la primera página y Allie se quedó con la boca abierta. El título decía: "el propietario de un negocio muere en el asalto".

— ¡No puede ser! —murmuró Allie mirando las llamativas letras con ojos atónitos.

— ¡Cállate! —ordenó Tony, que también estaba impresionado—. Termina la cerveza. Salgamos de acá. —Apartó el diario, metiéndolo en el bolsillo, y recobrando su aspecto de seguridad bebió la cerveza con la naturalidad que Allie admiraba siempre, pero esta vez Allie estaba tenso de impaciencia. Seguía mirando con fijeza el abultado bolsillo donde estaba el diario, deseando leerlo, y Tony tuvo que llamarle la atención.

— ¡Por el amor de Dios, actúa en forma natural!

Salieron a la calle, pero Tony todavía no quería rendirse a la curiosidad de Allie y siguió con el diario en el bolsillo hasta que estuvieron otra vez en el apartamiento. Por fin, con la puerta cerrada con llave, lo extendieron sobre la mesa y ambos leyeron la historia.

George Panatopolis, de acuerdo con el informe, había sorprendido a uno o más ladrones en su negocio a las diez de la noche anterior. Los asaltantes habían golpeado al hombre de sesenta y tres años, quien sucumbió en la ambulancia, camino al hospital. Se dijo que la causa de la muerte fue un ataque al corazón, y estaba pendiente una autopsia. Se buscaba al o a los asesinos.

Más adelante el artículo relataba cómo el patrullero Jacob Morris había llegado a la escena mientras el ladrón, un joven de apenas veinte años, vistiendo pantalones de algodón y una camisa oscura, robaba la billetera del hombre caído. Había disparado a través del panel de vidrio de la puerta mientras el ladrón huía, pero el disparo no dio en el blanco. Morris describió al asesino como a un hombre de pelo oscuro, pero era todo lo que podía decir. Había entrado por la puerta de atrás del negocio y los expertos en impresiones digitales trabajaban en el terreno.

Allie terminó de leer pálido y tembloroso.

—Jesús —dijo—. ¡Lo hemos matado!

Tony le dio un fuerte golpe.

—No digas eso. No lo hemos matado. Tuvo un ataque al corazón. No es culpa nuestra.

—Sí, pero si nosotros... quiero decir que el juez lo llamará asesinato.

— ¿Qué juez? ¿Qué demonios te hace pensar que vamos a comparecer ante un maldito juez?

—El policía me vio.

—Ya lo leí. Dice que tienes pelo oscuro. ¿Qué significa eso? Por amor de Dios, ¿quieres tranquilizarte? Nadie va a saber nada. Ahora, olvídalo.

Allie se humedeció los labios.

—Ojalá pudiera olvidarlo. Por Dios, si no hubiéramos asaltado el negocio, ese hombre todavía estaría con vida.

—Si no te hubiera apuntado con un revólver a la cara también estaría vivo. El maldito bastardo recibió lo que merecía. Debió quedarse arriba mirando esa maldita televisión.

—Sí, pero...

—Sí, ¿pero qué? ¿Hubieras preferido que no saltara sobre él? ¿Hubieras preferido que me hubiera mandado mudar, que te hubiera abandonado? ¿Sabes dónde estarías si no lo hubiera golpeado? Si él estuviera vivo ahora, tú estarías en una celda esperando que te trasportaran de nuevo a Indiana, ¡y todo por culpa de ese maldito que te iba a denunciar! Deberías estar muy contento de que se haya muerto. ¡Él era el miserable que realmente hubiera podido identificarte! Seguro que memorizó hasta el último pelo de tu barba, no lo dudes, y si alguna vez hubieras pasado por ese maldito almacén o asomado la cabeza a la calle en el momento en que accidentalmente él estuviera caminando, llamaría a un policía y estaríamos perdidos. Si ese miserable todavía estuviera vivo tendríamos que marcharnos de este lugar. Eso hubiéramos tenido que hacer... ¡deberías estar contento de que esté muerto, porque era el único testigo!

Allie negó con la cabeza.

— ¡Pero, por Dios! Yo no tenía intenciones de que se muriera.

Tony volvió a darle con el puño en el brazo, más fuerte esta vez.

— ¿Qué te pasa? ¿Eres un cobarde o qué? Lo mismo se hubiera muerto hoy o mañana si estaba enfermo del corazón. ¿De manera que a quién le importa que esté muerto? ¿Quién diablos era? ¿A quién demonios le importa? Termina de una vez con tu lloriqueo.

—Eso está bien para ti. En realidad tú ya mataste a un hombre.

—Y hubiera matado a éste si hubiera tenido un arma. ¿Si eres un cobarde para qué eres ladrón? ¿Crees que puedes violentar un lugar y que nadie tratará jamás de detenerte? Deberías saber que va a suceder tarde o temprano y cuando eso sucede es tú o él. ¿Quieres ser tú?

—No. Supongo que tienes razón. Es que estoy un poco nervioso, quizá. —Levantó los ojos—. ¡No soy cobarde, Tony!

—Entonces demuéstralo. En lugar de preocuparte por lo que le sucedió a un individuo que no iba a vivir mucho más de cualquier manera, ¿por qué no te ocupas de las cosas que importan? Como por ejemplo, de no dejar tus malditas impresiones digitales. ¿Para qué te quitaste los guantes?

—Sólo para palpar en el cajón.

—Sí, y si encuentran impresiones y las verifican, ¿sabes lo que va a suceder? Van a descubrir que hay dos convictos prófugos que deberían estar en Indiana y que están en Pittsfield. ¡Eso será grande! Todo lo que puedo decirte es que ¡vaya un trabajo el que hemos hecho! Vamos a tener que quedarnos quietos por un tiempo. ¡Supongo que sabes eso!

—Sí, lo sé. Pero ésa no fue mi intención, Tony.

Tony decidió que Allie estaba bastante arrepentido. Lo palmeó en el hombro.

—Está bien, muchacho. Nadie nos tocará. El único testigo está muerto y probablemente no saquen nada en limpio con esas impresiones. Estaremos bien. Ahora, anímate. No quiero que estés llorando cuando venga Valentine. No quiero que sospeche nada.

 

DESDE EL VIERNES 12 HASTA EL VIERNES 26 DE ABRIL

—No funcionará —dijo Lorraine, apagando la televisión y sentándose otra vez. Su tono era mesurado y miraba a los otros tres.

Tony rió.

— ¿Qué te pasa, Lorraine? ¿No quieres que Allie y yo nos quedemos aquí?

—Ese no es el asunto. Cuatro no cabemos en este lugar.

—Valentine no se queja, ¿verdad, querida?

—Oh, oh... me gusta este lugar, amor —le palmeó la rodilla.

— ¿Ves, Lorraine? Tú eres la única que protesta. De manera que si no te gusta, Allie, Valentine y yo podemos mudarnos. Cuanto antes, mejor.

—No dije eso. Quiero decir que deberíamos mudarnos los cuatro.

—Todos, ¿eh?

—Sí. A una casa. Tenemos dinero.

— ¿No te estás olvidando de un cierto individuo con quien te encuentras una vez por semana, Lorraine? ¿No podría hacer algunas preguntas interesantes si quieres mudarte?

— ¿Acaso no me hará preguntas si descubre que aquí vivimos cuatro? Además, te equivocas. Yo conservaría este lugar, también.

—Si tomamos una casa habrá más preguntas.

—Alquilaremos una casa fuera de la ciudad. Un lugar aislado. ¿Me entiendes? Sólo nosotros cuatro.

Tony se golpeó la mejilla pensativamente.

—Bien, ésa no es una mala idea. ¿Qué te parece, Allie?

—No lo sé, Tony. Habrá que firmar papeles y cosas.

—Ya sé lo que quieres decir. Un contrato de alquiler. Pero Valentine podría firmar eso. ¿Qué te parece, querida?

—Lo que tú digas, amor. Estoy de acuerdo con lo que tú y el buen mozo resuelvan.

—Se llama Allie. Llámalo Allie —espetó Lorraine.

—Por supuesto, Lorraine. ¡Hola, Allie!

—Hola, Valentine.

—Basta de cháchara —interrumpió Tony—. Está bien, pienso que la casa es un buen negocio. Les diré lo que pienso. Valentine tiene un coche. Ella y Lorraine pueden ir a ver algunos agentes de propiedades mañana por la mañana. Las dejaremos elegir el lugar, ¿está bien, Allie?

—Por supuesto, Tony.

—Te daré dinero, Lorraine, para que puedas pagar.

Se instalaron el domingo de Pascua en una casa de dos pisos y ocho habitaciones, amueblada, en el extremo sur del límite de la ciudad de Pittsfield. Estaba bastante distante de los vecinos como para que tuvieran suficiente intimidad, pero cerca de una línea de ómnibus como para que la ciudad fuera accesible. Valentine firmó un contrato de arrendamiento por un año a ciento treinta dólares mensuales, guardándolo en un sobre cerrado.

—No está mal —admitió Tony privadamente a Allie—. Por supuesto que sé lo que se trae Lorraine bajo la manga. Trata de encadenarnos. Quiere que estés cerca, muchacho.

— ¿Tú quieres que nos encadenen, Tony?

—Estoy de acuerdo, muchacho... siempre que tenga a mi chica.

— ¿Sabe ella quiénes somos? Quiero decir, ¿lo que hacemos?

—No se lo he dicho, si a eso te refieres.

— ¿Lo harás?

—No estoy seguro. No sé si está tan adherida a mí, todavía. Podría dejarme y no voy a correr ese riesgo.

—Pero vamos a necesitar dinero. ¿Cómo piensas explicarle las salidas por las noches?

—He estado pensando en eso, muchacho. Ella y Lorraine trabajan todo el día, ¿no es cierto? Lo mismo haremos nosotros.

— ¿No podemos entrar a robar de día!

—Creo que estás olvidando algo. Estás olvidando el revólver que le saqué al viejo que matamos.

— ¿Quieres decir que vas a asaltar lugares de día?

—Quiero decir que nosotros lo vamos a hacer. Tú y yo, muchacho.

—Pero no tenemos un coche para huir.

—Vamos a robarlos. Los robamos y los abandonamos. Y podemos usar el apartamiento de Lorraine. Ella y Valentine pueden recogernos de vuelta a casa.

Dieron el primer golpe de día el siguiente miércoles. Valentine los llevó a la ciudad cuando trajo a Lorraine a su trabajo esa mañana, porque Tony le había dicho que tenía citas de "negocios". Los dos se bajaron cerca del parque y vagaron por la zona del centro hasta que encontraron un coche estacionado frente a un parquímetro con las llaves puestas. Lo llevaron al lado norte de la ciudad y Tony entró a un negocio de vinos mientras Allie mantenía el motor en marcha. Fue una operación de dos minutos y les produjo cuarenta y ocho dólares en billetes.

Luego asaltaron una farmacia, a unas veinte cuadras de distancia, y recogieron noventa y tres dólares más. Decidieron no abusar de su suerte, y abandonando el coche en una calle lateral, tomaron un ómnibus hasta el apartamiento, donde mataron el resto del tiempo bebiendo cerveza y felicitándose mutuamente por su habilidad.

—Fue tan fácil como comerse una torta —repetía Tony—. Como comerse un pedazo de torta.

Los robos merecieron una crónica importante en los diarios del día siguiente, que los llamaron "audaces asaltos en pleno día". Tony se sintió halagado.

—Supongo que han descubierto que algo nuevo ha llegado a la ciudad —le dijo a Allie—. Lo que también lo satisfizo fue que las descripciones del ladrón dadas por el dueño del negocio de vinos y el farmacéutico eran fragmentarias y no concordaban.

Asaltaron otro negocio de vinos la semana siguiente, pero los resultados no fueron felices. En primer lugar, la caja sólo contenía once dólares, y en segundo, la descripción de Tony que hizo la víctima fue mucho más ajustada. Se lo describía en los diarios como alto, bien formado, cabello oscuro, color trigueño, probablemente italiano y con un pequeño lunar en el pómulo derecho.

Tony estuvo preocupado a causa de ello esa noche, después que salieron los diarios. Lorraine sabía cuál era el problema porque había leído la historia, pero Valentine, ignorando la forma en que su amante ganaba dinero, quizá deliberadamente, trataba en vano de alegrar el ambiente y se quejaba de que el lugar era como una morgue. Por fin se dio por vencida y se metió en la cama.

Celebraron un consejo de guerra y se decidió que Allie llevaría a cabo el próximo atraco, y que Tony conduciría el coche.

—Confúndelos un poco —dijo Lorraine—. Los fanfarrones se perderán entre sus propias pisadas tratando de descifrarlo.

Fue una sugerencia que Allie aceptó en seguida.

Ya había observado a Tony en acción durante bastante tiempo como para advertir las ventajas de un robo a mano armada. Nada de escabullirse por senderos sombríos, nada de forzar las cerraduras en la oscuridad de la noche con un miedo espantoso de hacer ruido. Nada de preocuparse por las alarmas contra ladrones, ni largas esperas, exponiéndose a un arresto para entrar o salir de los lugares. Aproximar un arma a la cara de un hombre, y decirle que abra la caja y entregue los billetes. Un minuto y se terminó. Un minuto y se consigue más dinero que con una hora de ratería. Como había dicho Tony, ¡tan fácil como comerse un pedazo de torta!

Eligieron el día en que Lorraine tenía que presentarse a su oficial de liberados.

—Me proporciona una coartada —había dicho ella—, para el caso de que los fanfarrones se pregunten de dónde salieron ustedes.

Éstos eran los días en que ella no volvía a casa con Valentine después del trabajo, y "visitas a mamá" era la excusa que había recibido la bonita rubia.

Los cuatro salieron juntos ese viernes a la mañana y los muchachos recomendaron a Valentine recordara recogerlos en el apartamiento. Sus palabras en broma al separarse fueron:

— ¿Pero creen en realidad que podría olvidarme de ustedes?

El coche que robaron Allie y Tony estaba estacionado en una calle lateral, en una zona residencial, a unas ocho o diez cuadras del centro y no fue nada simple encontrarlo. Pasaron más de una hora buscando un automóvil que tuviera las llaves puestas y finalmente, desesperados, se contentaron con uno que tenía las puertas sin llave. Tony era el que sabía cómo unir los alambres para hacer un circuito sin utilizar las llaves y pasó cinco minutos angustiosos trabajando antes de que pudiera poner el coche en marcha. Tony tomó el volante esta vez y le dio el revólver a Allie. Otro negocio de licores fue el lugar elegido —cualquiera sería lo mismo, siempre que estuviera alejado del centro, en los alrededores—. Sólo habría un ocasional peatón y pocos clientes adentro. Los negocios de licores convenían a la mañana cuando la clientela masculina trabajaba, porque las mujeres generalmente preferían que los hombres se ocuparan de las bebidas.

El que eligieron se llamaba "Casa de Barber" y estaba en una calle principal con un baldío de un lado y otro del otro, separado de la esquina por tres negocios.

Tony hizo bajar a Allie a una cuadra de distancia, miró con cuidado a todos lados y siguió conduciendo, estacionándolo contra el cordón de la vereda, frente al negocio inmediato al elegido. Dejó el motor en marcha y sacó una lima para uñas, pretendiendo estar ocupado en eso mientras observaba lo que pasaba al frente y detrás de él.

Allie caminó por la vereda como un hombre que no tiene un objetivo particular, pero estaba igualmente atento. Advirtió a una mujer con un bolsón para compras, arrastrando a su hijo para apartarlo de la fiambrería que había en la esquina; a tres personas caminando por la vereda de enfrente; el tránsito moderado en ambas direcciones, los coches, los camiones y que ninguno de ellos llevaba la luz en el techo, característica de la policía.

Al llegar a la puerta del negocio entró. Un hombre joven, con pelo oscuro ondeado, le sonrió.

—Sí, señor. ¿Qué es lo que desea?

— ¿Qué tipo de cerveza tiene? —Allie se dirigió al mostrador.

—Tenemos de todo tipo. ¿Cuál desea usted?

Allie exhibió el revólver, empuñándolo muy próximo y ocultándolo de la calle.

—Abre la caja y dame los billetes y no te haré daño.

— ¿Qué es esto?, ¿una payasada?—pero sabía que no lo era—. Oiga, mister...

Allie adelantó el revólver un poco.

— ¿Vas a hacer lo que te digo o disparo? ¿Qué eliges?

—Sí, está bien, está bien —Los labios del joven estaban entreabiertos con una ostentosa sonrisa, mostrando todos los dientes. Tenía la cara color ceniza y los movimientos eran bruscos. Apretó el botón de la caja y el cajón se abrió. Buscó adentro, arrojando fajos de billetes sobro el mostrador—. Aquí tiene... aquí tiene.

Estaba chapucero y lento y los dos fajos de billetes eran de a un dólar. Luego había dos billetes de cinco. Allie estaba frenético. Iba a ser un fiasco. Lo que le estaba dando el hombre eran bagatelas. Cuando Tony robaba un negocio obtenía dinero "de veras". Allie, haciendo una tentativa dijo:

— ¡Saca esa maldita bandeja! Y será mejor que tengas algo en ella.

El hombre maniobró otra vez y Allie pudo haberlo golpeado con la culata del revólver. Pero en lugar de eso pasó detrás del mostrador, haciendo a un lado al propietario de pelo oscuro. El hombre pudo haber luchado por el arma pero sólo retrocedió. Allie sacó la tapa de metal que cubría el cajón y vio los billetes de veinte y de diez. El maldito comerciante estaba tratando de engañarlo.

— ¡Bastardo, miserable! —espetó al hombre e hizo un movimiento amenazador con el arma. Luego tomó los billetes. Mientras lo hacía el sonido de una sirena de policía se oyó cerca. Era el aullido de la muerte y un instante antes de que llegara Allie, presa de pánico instantáneo, saltó otra vez el mostrador con los billetes bien apretados y se dirigió volando más que corriendo a la puerta.

Llegó en el momento en que el coche de Tony se ponía en movimiento, violentamente, chirriando al dar la vuelta en la esquina en dos ruedas. En ese mismo instante, con un chillido agudo se detenía el coche patrullero verde y blanco frente al negocio y las portezuelas se abrieron de golpe.

Allie reaccionó sin pensar. Disparó una vez y el policía, dando un salto desde el coche, cayó de cabeza. Disparó otra vez por si acaso el policía conductor estuviera descendiendo del otro lado, y echó a correr como un loco por el baldío, con los hombros encogidos, el cuerpo tenso, esperando un tiro en la espalda.

Dobló por el recodo en la calle lateral donde lo ocultaban las casas y corrió media cuadra antes de darse vuelta. No había ningún automóvil patrullero que lo siguiera, ni policía alguno a pie.

Dio vuelta en la otra esquina y volvió a correr otra cuadra, luego aminoró el ritmo, jadeando, hasta convertirlo en trote, con el revólver en el bolsillo de su chaqueta. Un coche pasaba en otra dirección pero no habían peatones en la calle.

Otra cuadra lo condujo a un parque. Cruzó un pedazo de césped, todavía desplazándose a saltos, luego trepó por un terraplén hasta un bosque. Siguió por el sendero, cruzó el camino, un puente sobre el arroyo, y eventualmente se encontró con otro terraplén en una sección residencial distinta.

Ahora se sentía bastante seguro, aun cuando a la distancia pudo oír otra vez la sirena. Los coches policiales pronto estarían por toda el área.

Por suerte venía un ómnibus por el primer camino principal a que llegó y subió tratando de tranquilizarse, cómodamente sentado, durante treinta segundos. Hubo un momento malo cuando pasó un coche policial y temió que el ómnibus se detuviera. No sucedió así y el resto del camino fue de rutina hasta que llegó al apartamiento de Lorraine.

Tony no estaba en la casa, pero a Allie no le importó mucho eso. Aquél tenía el coche, y el conductor del patrullero no correría tras él habiendo un policía herido en la vereda. Eso fue probablemente lo que los disuadió de la persecución, pensó. Sentía cierta amargura por el poco propicio destino que decretaba la llegada de la policía cada vez que él intentaba robar, mientras que Tony cometía crímenes con toda impunidad.

La amargura fue mitigada, sin embargo, por el monto del atraco. Ciento setenta y un dólares en total. No estaba mal por sesenta segundos de trabajo, aun agregándole la corrida.

 

VIERNES 26 DE ABRIL A LA TARDE

Tony telefoneó al apartamiento a las cinco y quince.

—Oye muchacho. ¡Vaya! No sabía si alguien contestaría el teléfono. ¿Estás bien?

Allie se sintió aliviado. Se había estado preocupando cada vez más por Tony.

—Por supuesto, estoy bien. ¿Y tú? ¿Dónde estás?

—En la estación de ferrocarril. Escucha. ¿Conseguiste algún dinero en el negocio de licores? ¿Tienes dinero?

—Ciento setenta y un dólares.

—Magnífico. Mira, siento no haber podido esperarte. No hubiera beneficiado a nadie. No tenía armas. De cualquier manera ven a la estación y toma el próximo tren a Nueva York. Te encontraré en la cabina de informaciones del Grand Central. No esperaré, considerando que es mejor que no viajemos juntos

— ¿Para qué vamos a Nueva York?

Tenemos que desaparecer de esta ciudad por unos cuantos días.

— ¿Por qué?

—Lorraine lo dice y ella conoce este sitio. Hablé con ella por teléfono.

— ¿Sólo porque asaltamos otro negocio de licores?

Tony rió con genuino regocijo.

—Vaya, muchacho. Me superas. ¡Eres tremendo! Te atrapan en el acto, son dos contra uno, matas a dos policías, cada uno con un disparo, y te parece que no es nada. Por Dios, ¡qué fenómeno!

Allie se sintió desfallecer.

— ¿Quieres decir... quieres decir que están muertos?

—Más muertos que pescados. Está en todos los diarios. Al primero le diste en el vientre, y al segundo, el que estaba en el coche, en el cuello. ¿Dónde demonios aprendiste a disparar así? ¡Bang, bang, y los matas a los dos! Jamás oí una cosa semejante.

La voz de Tony tenía un nuevo tono de respeto y Allie lo advirtió. A pesar del horror de lo que había hecho, sentía una oleada de orgullo. Ante el peligro había reaccionado mejor de lo que hubiera creído.

—Se trataba de ellos o de mí —dijo en el teléfono.

—Pero hombre, tienes serenidad. Vaya muchacho, palabra que yo sabía lo que hacía cuando te dejé unirte a mí.

—Sí, ¿pero qué es eso de ir a Nueva York?

—Dos policías muertos, ésa es la razón. Ya el dueño del negocio dio una buena descripción. Todos los policías de la ciudad estarán en tu persecución y tienen orden de disparar primero. Están deteniendo a todo individuo con antecedentes. Detienen en la calle a toda persona cuyo aspecto no les gusta. Lorraine dice que probablemente la citen a ella para interrogarla y no quiere que haya nadie ahí. Causaste toda una conmoción en este barrio con esos disparos. ¡Se ha hecho una cosa importante!

—Sí. —Allie se sintió contento de haber hecho algo importante. Había estado más que satisfecho con los pequeños asuntos. Ahora en verdad estaban tras de él—. ¿De dónde demonios aparecieron esos policías?

—Estaban buscándonos. Seguían nuestro patrón y comenzaron a vigilar los lugares que pensaban que podríamos asaltar. Cuando ubicaron el coche que robamos, se dieron cuenta. De manera que es hora de marcharse hasta que pase la ebullición. ¿Crees que podrás llegar a la estación sin que te detengan?

—Lo lograré en alguna forma. ¿Están vigilando la estación?

—No puedo decirte. Puede ser que haya algunos de civil y como no respondo a la descripción que dio el dueño del negocio de licores, nadie me mire. Yo que tú me cambiaría de ropa y me desharía del arma.

—Quizá Valentine pueda llevarme a otra ciudad.

—Olvida eso. No quiero que se vea mezclada en esto. Déjale una nota diciéndole que nos han llamado afuera por negocios y márchate. Te veré en la estación Gran Central, pero cuídate.

Allie colgó y se dejó caer en el diván sintiéndose ligeramente enfermo. Hasta ese momento, en alguna forma, todo había parecido irreal. Robar era un juego, un juego inofensivo en el que el ladrón medía su habilidad con el propietario. Era todo como una diversión y los riesgos no eran grandes. Primero habían sido cigarrillos, dulces y barras de chocolate, luego pequeñas cantidades en efectivo, pero nadie salía lastimado. El dueño ni sabía lo que le habían quitado. A medida que él creció, las raterías también fueron creciendo, pero Allie deliberadamente había ignorado el hecho de que ahora los propietarios salían perjudicados. Algunos cientos de dólares eran mucho para él pero seguía considerándolo como un robo menor para el dueño de un negocio. Todos estaban asegurados, o deberían estarlo.

Tampoco pareció serio cuando el dueño del negocio murió de un ataque al corazón. La ley lo condenaría, pero era obvio que el hombre iba a morir en cualquier momento. Había sido sólo un accidente... una de esas cosas...

Sin embargo ya no podía engañarse por más tiempo. Había disparado y matado a dos hombres. Ya no era un juego de pequeñas apuestas. En este momento los policías estarían rastrillando la ciudad buscándolo, y todos llevarían un arma. No era al arresto a lo que tenía que temer —la captura y volver a la penitenciaría en Indiana—; temía resultar muerto. Sólo tenía veintidós años y podían matarlo en cualquier momento. Podría no llegar a cumplir veinticinco años, quizá ni siquiera veintitrés. Por el solo hecho de haber apretado el gatillo esa mañana tal vez hubiera usado la mayor parte de su vida. Y no podía alegar que no había querido hacerlo. Cuando los policías lo tuvieran a la vista no iban a preguntarle cuáles habían sido sus intenciones.

Se levantó para sacudirse la morbosidad que lo estaba embargando y se dirigió al dormitorio de Lorraine, arrojándose en la cama. Muy bien. Si ésa era la forma en que iba a ser... estaba en un buen aprieto, como había dicho Tony. Todos los policías de la ciudad habían salido a buscarlo. Eso evidentemente significaba un buen lío. ¿Cuántos ladrones jamás habían sido objeto de una búsqueda por toda la ciudad al mismo tiempo? Bien, un hombre que opera en gran escala no anda lloriqueando y diciendo que no ha querido hacer nada malo. De manera que los policías habían estado registrando los negocios de los alrededores esperándolo a él, ¿no era así? Bien, ahora sabían que no estaban luchando con una cosa trivial. Probablemente pensaron que dejaría caer su pistola y se desmayaría en el momento en que viera los uniformes azules. Para la próxima vez estarían mejor informados... Y en cuanto a atraparlo en la estación de ferrocarril o en ninguna otra parte, podían perder toda esperanza. Ya no era aquel muchacho asustado. Pero había una cosa, poco importaba lo que dijera Tony, ¡no iría a ninguna parte sin esa pistola!

Se oyó un "click" y la puerta del apartamiento se abrió. Allie se puso de pie de un brinco, una mano en el bolsillo de su chaqueta, empuñando la culata del revólver, como si ya tuviera el hábito. Luego oyó ruido de pasos cuyo taconear familiar lo tranquilizó. Volvió a sentarse en la cama sonriéndole a Valentine que apareció en la puerta.

Ella, alegre y bonita y siempre sonriendo, dijo:

— ¡Eh! ¿Ya están listos tú y Tony?

Allie no pudo menos que admirar la forma en que llenaba su blusa. Físicamente estaba bien dotada. Mentalmente, sin embargo, era tan cándida e inocente como una niña. Su cara tenía esa misma franqueza que desarmaba, la misma mirada clara. Valentine nunca tenía problemas. Valentine pasaba por la vida alegremente con la felicidad de una niñita con un juguete. Nunca estaba malhumorada de mañana, como Lorraine; jamás se mostraba caprichosa a la noche y no comprendía por qué los otros podían estarlo.

Allie le sonrió. No pudo evitarlo.

—Tony no está acá.

Ella miró a su alrededor sin creer lo que le decía y avanzó un poco.

— ¿Y cómo así?

—Tuvo que salir de la ciudad por unos negocios. Yo también.

— ¿Cuándo van a volver?

—Dentro de pocos días. No tardaremos mucho.

Volvió a mirar a su alrededor para asegurarse.

—Y él, ¿ya se ha ido?

—Uh, uh...

— ¿Por qué estás tan pálido? —preguntó, acercándose a estudiarlo—. ¿Estás enfermo, o te pasa algo?

—No. Me siento muy bien.

— ¿Lorraine va a venir?

—No aquí. Vuelve a casa en ómnibus.

Se miraron uno a otro, ella de pie, él sentado. De pronto ella rió.

—Pareces un niño asustado. ¿Tienes miedo de algo, Allie?

—De nada.

— ¿Seguro? ¿Palabra de honor...?

Él buscó la mano de ella y la hizo sentarse en la cama, próxima a él.

—Mírame a los ojos. Mira bien adentro —dijo poniéndole la mano en la rodilla—. ¿Mis ojos parecen asustados?

—Se ven bonitos —respondió ella sonriendo y mirándolo.

—Los tuyos también.

—Estás extraño —ella lo miraba burlonamente.

Allie deslizó su mano debajo de la falda de ella.

— ¿Extraño...? ¿Cómo...?

—No lo sé. Loco y temerario. Nunca te he visto loco y temerario.

Él avanzó la mano por la falda que comenzaba a enrollarse.

— ¿Te gusto de esa manera...? ¿Loco y temerario?

—Me gustas de todas maneras —respondió riendo. Volvió a mirar a su alrededor—. ¿Estás seguro que no vendrá nadie? Me refiero a Tony y Lorraine.

—Tony ya está en el tren y Lorraine se ha ido a visitar a su madre.

Valentine acomodó su falda para que no se enrollara y los fuegos artificiales estallaron en la cabeza de Allie. La arrojó sobre la cama y la besó y acarició en forma incontrolable, sacudido por emociones que jamás había sentido con Lorraine.

Ella apretó sus brazos alrededor del cuello de él y se estrechó contra su cuerpo. Su voz era ronca, ansiosa y frenética cuando dijo:

—Desvísteme...