* *


La madre de muchos mandó buscar a los tres, al día siguiente. Después de haberse saludado formalmente, ella dijo:


–Pequeña madre, ¿es verdad que vuestro Gary está realmente muerto, como el otro Gary?

–Es verdad, sabia madre.

-¿Es verdad que sin un Gary no podéis encontrar vuestra camino de regreso hacia vuestra gente?

–Es verdad, inteligente madre de muchos, la jungla nos destruiría.

Se calló e hizo un gesto a una de su corte. La ‹hija» se acercó trotando, con un bulto casi tan grande como ella. La madre de la ciudad lo cogió e invitó, – o mejor ordenó, a los cadetes a subir con ella al estrado. Empezó a desenvolverlo. El objeto de dentro parecía tener más vendajes que una momia.

Por fin lo destapó, y se lo ofreció:

-¿Es vuestro?

Era un libro grande. Sobre la tapa, en adornadas letras se leía esta inscripción:


DIARIO DE NAVEGACION


del



ASTARTE


Tex lo miró y dijo:


–¡Por todos los fuegos de San Telmo, no puede ser!

Matt lo observó fijamente y murmuró:

–Debe serlo. La perdida primera expedición. No fracasaron… llegaron aquí.

También Oscar se quedó estudiándolo, y no dijo nada hasta que la madre de la ciudad repitió su pregunta, con impaciencia:

-¿Es vuestro?

–¿Eh? ¿Qué? ¡Oh, seguro! Inteligente y sabia madre, esto pertenecía a la madre de la madre de mi madre. Somos sus «hijas».

–Entonces, es vuestro.

Oscar lo cogió, y cautelosamente abrió las frágiles páginas. Miraron con asombro la primera entrada de «despega la nave», pero más específicamente al año, en la columna de fechas: «1981».

–¡Venerado Moisés! – resopló Tex -. Mirad esto… pero miradlo. Hace cien años.

Lo hojearon. Había páginas y páginas de entradas de una línea: «En caída libre, posición conforme a lo previsto», que pasaron por alto rápidamente, salvo en el caso de una: «Navidad. Se cantaron villancicos después de la comida del mediodía.»

Buscaban las entradas de después del aterrizaje. Tuvieron que recorrerlas rápidamente, puesto que la madre de muchos se impacientaba: «clima no peor que el de los trópicos más calurosos de la Tierra durante la estación de las lluvias. La forma de vida dominante parece ser un gran anfibio. Definitivamente, este planeta puede ser colonizado».

… los anfibios tienen una inteligencia considerable y parece que hablan entre ellos. Son amables, intentamos superar el abismo semántico».

«.:.Hargraves ha contraído una infección, aparentemente de hongos, que recuerda desagradablemente a la lepra. El cirujano le está cuidando, experimentalmente». después de la ceremonia del funeral, el cuarto de Hargraves fue esterilizado».

La escritura cambiaba poco después. La madre de la ciudad se estaba poniendo tan obviamente descontenta, que solamente miraron a los dos últimos apuntes: «…Johnsson continúa debilitándose, pero los nativos nos ayudan mucho». Ahora, mi mano izquierda está inútil. He tomado la decisión de abandonar la nave, y ponerme en manos de los nativos. Tomaré este diario conmigo y lo acabaré, si es posible».

La escritura era firme y clara, pero la veían borrosa, pues sus ojos se estaban llenando de lágrimas.

Inmediatamente, la madre de muchos ordenó presentarse al grupo acostumbrado que llevaba a los humanos dentro y fuera de la ciudad. No estaba dispuesta a detenerse para hablar, y cuando el viaje empezó, no hubo ninguna posibilidad de hacerlo, hasta llegar a tierra firme.

–Mira, Os – empezó a decir Tex, tan pronto como se hubo sacudido el agua de encima.

–¿Crees realmente que nos está llevando a la Astarte?

–Puede ser. Probablemente.

–¿Piensas que tenemos alguna posibilidad de encontrar la nave intacta? – intervino Matt.

–Ni una. Ni una en este mundo. No podría quedar combustible en sus tanques. Es imposible. Has visto lo que le ocurrió a la navecilla, ¿qué piensas que le habrá hecho un siglo a la Astarte? - se calló, parecía pensativo. De todas maneras, no me dejaré engañar otra vez por mis esperanzas. No podría aguantarlo tres veces. Es demasiado.

–Creo que tienes razón – asintió Matt -. Entusiasmarse no serviría de nada. Debe ser un montón de herrumbre bajo una cubierta de lianas.

–¿Quién decía algo a propósito de no entusiasmarse? – contestó Oscar -. Estoy tan excitado, que apenas si puedo hablar. Pero no pienso en la Astarte como en un posible medio de volver, pienso en ella históricamente.

–Tú piensa en ella de esta manera – le dijo Tex -. Pero yo soy creyente y nunca pierdo las esperanzas, y quiero salir de este vertedero.

–¡Oh, saldrás, algún día vendrán a buscarnos… y acabarán la misión que echamos a perder!

–Mira – le contestó Tex -. ¿Por qué no nos damos un permiso, y no pensamos en la misión durante el próximo kilómetro? Estos insectos son algo feroz. Tú ocúpate de Oscar y yo pensaré en el hijo favorito de mamá Jarman. Me gustaría estar de nuevo en nuestra vieja Triplex.

–¿No eras tú el que siempre decía que la Triplex era un manicomio?

–Pues me equivocaba. Puedo rectificar.

Llegaron a uno de los raros promontorios del suelo, a unos tres metros por encima del nivel del agua. Los nativos empezaron a murmurar y a tartamudear nerviosamente entre ellos. Matt oyó la palabra venusiana que significaba «Tabú».

–¿Oíste esto, Os? – dijo en básico -. Tabú.

–Si, creo que la madre no les dijo a dónde los llevaba.

La columna se paró y se desplegó; los tres cadetes se adelantaron, apartando las plantas exuberantes, y entraron en un claro.

Frente a ellos, con sus alas inclinadas festoneadas de lianas y con todo su casco recubierto por una substancia translúcida, estaba la Nave Cohete de la Patrulla Astarte.


XVII


PASTELES CALIENTES PARA EL
DESAYUNO

La madre de la ciudad estaba de pie, al lado de la Astarte, bajo el ala de estribor. Dos de sus «hijas» estaban trabajando en la puerta, utilizando vejigas para rociar un líquido alrededor de los bordes. La capa translúcida que cubría el casco se disolvía cuando el líquido la tocaba. Cogieron un borde libre de la capa recubridora y empezaron a pelarla.


–Mira eso – dijo Tex -. ¿Has visto lo que han hecho? La nave está «venusizada».

La utilización que hacia del término era un tanto libre, un objeto que ha sido «planetizado» es aquel que ha sido estabilizado contra ciertas condiciones típicas del planeta en cuestión, tal como lo define por pruebas la Oficina de Normas; por ejemplo, un objeto inscrito en la edición colonial del Catálogo Sears y Montgomery, como «venusizado» está, de este modo, garantizado para resistir la humedad excesiva, los hongos exóticos, y algunos de los animales dañinos del planeta. La Astarte estaba meramente envuelta en una funda.

–Lo parece – asintió Oscar, controlando cuidadosamente su voz -. Parece hecho con una pistola pulverizadora.

–Apuesto cinco contra diez a que aquí no han empleado una pistola pulverizadora. Lo hicieron las venusianas – Tex dio un palmetazo a un insecto. ¿Sabes lo que esto significa, Os?

–Ya lo había pensado, pero no tengas demasiadas esperanzas. Y no intentes dármelas tampoco. Cien años es un tiempo muy largo.

–Os, siempre te estás haciendo mala sangre.

Las pequeñas obreras teman dificultades. La parte superior de la puerta era mucho más alta de lo que podían alcanzar, y ahora estaban intentando subirse unas encima de otras, pero como no tenían realmente hombros, apenas sí podían hacerlos. Matt le dijo a Oscar:

–¿Por qué no las ayudamos?

–Voy a ver – Oscar se adelantó y sugirió que los cadetes se encargaran del trabajo de rociar el disolvente. La madre le miró.

-¿Os puede crecer una nueva mano, si fuera necesario?

Oscar admitió que no.

–Entonces, no os entrometáis en lo que no entendéis.

Utilizando sus propios métodos, las nativas pronto dejaron la puerta lista. Estaba cerrada, pero no con llave; sin embargo se negó a abrirse por un momento, hasta que de repente cedió. Subieron corriendo la cámara de descompresión.

–Esperad un minuto – murmuró Matt -. ¿No creéis que tendríamos que hacerlo con calma? No sabemos si la infección que cogieron ha desaparecido.

–No seas tonto – murmuró Tex a su vez -. Si tu inmunización no hubiera sido eficaz, hace mucho tiempo que serías un bicho muy enfermo.

–Tex tiene razón, Matt. Y no tenéis que murmurar. Los fantasmas no os pueden oír.

–¿Cómo lo sabes? – objetó Tex -. ¿Eres doctor en fantasmología?

–No creo en los fantasmas.

–Yo sí. Mi tío Bodie se quedó durante una noche…

–Entremos – insistió Matt.

El pasillo de detrás de la puerta interior estaba oscuro, a excepción de la luz que se filtraba por la cámara de descompresión. El aire tenía un olor extraño, no estaba precisamente viciado pero sí sin vida; viejo y enrarecido.

La sala de control era obscura pero estaba suficientemente iluminada, pues la luz del exterior se filtraba por la funda que todavía cubría la portilla de cuarzo del piloto. La sala era muy estrecha. Los cadetes estaban acostumbrados a naves modernas, espaciosas; pero las alas de la Astarte daban una impresión falsa, de gran tamaño. Por dentro, era más pequeña que una navecilla auxiliar.

Tex empezó a murmurar algo acerca de:

–Hombres valientes – pero se interrumpió de repente -. Mirad esta maldita cosa ¡y pensad que realmente hicieron un vuelo interplanetario con esto!. Mirad el tablero de control. ¡Vamos, es tan primitivo como el de un bote de remos! Y sin embargo se arriesgaron. Te recuerda a Colón y a la Santa María.

–O los barcos de los vikingos – sugirió Matt.

–Entonces sí que eran hombres… – asintió Oscar, sin gran originalidad, pero con gran sinceridad.

–Lo puedes decir en voz alta – comentó Tex -. No hay porque dar rodeos, amigos, nacimos demasiado tarde para el tiempo de la aventura. Vamos, que ni tan siquiera se dirigían a un puerto conocido: despegaban hacia lo desconocido simplemente esperando tener la suerte de poder volver.

–No volvieron – dijo Oscar suavemente.

–Hablemos de otra cosa – suplicó Matt -. Esto me da piel de gallina.

–De acuerdo – convino Oscar -, de todas formas, es mejor que vuelva a ver lo que su real señoría está haciendo.

Se fue, y volvió casi enseguida, acompañado por la madre de la ciudad.

–Estaba esperando que la invitáramos – dijo llamándoles, en Básico -, muy ofendida de que la hayamos olvidado. Ayudadme a lisonjearla.

La dignataria nativa resultó serles útil: salvo la sala de control, los otros sitios estaban demasiado oscuros para ella. Se acercó a la puerta. Expresó sus deseos, y volvió con una de las esferas naranjas brillantes que utilizaban para iluminar. Era un pobre sustituto de una linterna, pero era tan eficaz como una vela.

Por todas partes, la nave estaba ordenada y limpia, exceptuando una ligera capa de polvo.

–Di lo que quieras, Oscar – comentó Matt- Pero yo empiezo a tener esperanzas. No creo que haya nada malo en esta nave. Parece que la tripulación se haya ido a dar un paseo. Tal vez podremos hacerla funcionar.

–Estoy a punto de pasarme al bando de Oscar – objetó Tex -. He perdido mi entusiasmo: preferiría bajar las cataratas del Niágara dentro de un tonel.

–Volaron en ella – señaló Matt.

–Seguro que lo hicieron, y me descubro ante ellos. Pero se necesita ser un héroe para volar en un trasto tan primitivo como éste, y no soy ningún héroe.

En este momento, la madre de muchos perdió todo tipo de interés y salió de allí. Tex tomó la esfera naranja y continuó mirando por alrededor, mientras Matt y Oscar examinaban cuidadosamente la sala de control. Tex encontró un cajón, conteniendo pequeños paquetes cerrados marcados: «Efectos personales de Roland Hargraves», «Efectos personales de Rupert H. Schreiber», y otros nombres. Los volvió a guardar cuidadosamente.

En este momento le llamó Oscar.

–Creo que seria mejor que nos marcháramos. Su señoría lo insinuó, cuando se fue.

–¡Venid a ver lo que encontré! ¡Comida!

Matt y Oscar fueron a la puerta de la despensa de la cocina.

–¿Crees que todavía estará buena? – preguntó Matt.

–¿Por qué no? Todo está enlatado. Aguarda un momento y lo sabremos – Tex se sirvió de un abrelatas- ¡ Puf! – dijo luego. ¿Alguien quiere probar carne de vaca embalsamada? Tíralo fuera, Matt, antes de que apeste este Sitio.

–Ya lo he hecho.

–¡Pero mirad esto! – Tex llevaba una lata que decía: «Harina para hacer pasteles calientes», marca «Vieja Plantación›. Esto no puede estar estropeado, pasteles calientes para el desayuno, tropas. Apenas sí puedo esperar.

–¿Cómo pueden hacerse buenos pastelillos sin jarabe?

–Todas las comodidades de casa: tenemos media docena de latas de esto – alzó una en la que ponía:

«Auténtica miel de arce de Vermont, sin adulterantes».

Tex quería llevarse un poco Oscar lo impidió, por razones prácticas y diplomáticas. Tex sugirió que se quedaran en la nave.

–Luego, Tex, luego – asintió Oscar – ¿Has olvidado al Teniente Thurlow?

–Sí que lo hice. Me callo la boca.

–Hablando del señor Thurlow – propuso Matt – Me habéis dado una idea. No toca a mucho de ese picadillo nativo, incluso cuando parece que ya está saliendo bastante bien de su estado. ¿Qué opináis de esta miel de arce? Le podía dar de comer esto con una vejiga.

–No le puede hacer daño, y tal vez le ayude – decidió Oscar -. Llevaremos la mitad de la miel con nosotros.

Tex cogió las latas, Matt puso el abrelatas en su bolsillo y salieron.

Matt se alegró de encontrar a Th'wing vigilando en el cuarto de Thurlow cuando volvieron, le resultaría más fácil discutir con ella que con las otras enfermeras. Le explicó lo que pensaba, con corteses metáforas. Ella aceptó una lata que Matt había abierto y probado de antemano, y dio la vuelta, disculpándose, mientras también ella lo probaba.

Lo escupió.

–¿Está seguro de que esto no hará daño a vuestra madre enferma?

Matt comprendió sus dudas, puesto que la dieta de las venusianas está compuesta de féculas y proteínas, no de azúcar. Le aseguró que aquello ayudaría a Thurlow. Vertieron el contenido en una vejiga.

Aquella noche, después de la cena, los cadetes discutieron lo que harían con la Astarte. Matt insistía en que se podía hacerla volar; Tex seguía opinando que sería una locura intentarlo:

–Puede ir lo bastante alto como para estrellarse, no más alto.

Oscar escuchó, luego dijo:

–¿Matt, has revisado 105 tanques? – Matt admitió que lo había hecho -. Entonces, sabes que no hay combustible.

–Si es así, ¿por qué discutes? – le interrumpió Tex -. La cuestión está zanjada.

–No, no lo está – anunció Oscar -. Intentaremos hacerla volar.

–¿ Que?

–No puede volar, pero de todas maneras lo intentaremos – continuó Oscar.

–Pero, ¿por qué?

De acuerdo: escucha el porqué. Si nos quedamos aquí durante bastante tiempo la Patrulla vendrá y nos encontrará, ¿verdad?

–Probablemente – asintió Matt.

–Absolutamente seguro. Es la manera de trabajar de la Patrulla. No nos abandonarán. Considera la búsqueda de ¡a Pathfinder: cuatro naves, mes tras mes!. Si no les hubiera matado un accidente, la Patrulla les hubiera llevado vivos de vuelta a casa. Todavía vivimos y estamos en algún sitio, cerca de nuestro destino inicial. Nos encontrarán… el retraso en empezar la búsqueda significa, simplemente, que no están seguros de que estemos perdidos. No hace tanto tiempo que estamos sin contacto. De todas maneras, sabíamos que no había ninguna nave preparada en Venus, ni en el Polo Norte ni el Polo Sur, para intentar una búsqueda ecuatorial, o sino no hubiéramos tenido que ocuparnos nosotros de la misión, por lo tanto, puede que pase algún tiempo antes de que vengan a buscarnos. Pero vendrán.

–Entonces, ¿por qué no esperamos? – insistió Tex.

–Por dos razones. La primera es el jefe: tenemos que llevarle a un hospital adecuado, antes de que se consuma y muera.

–Y matarle en el despegue.

–Tal vez. Esto no le preocuparía, creo. La segunda razón es que somos la Patrulla.

–¿Huh? Explícame esto.

–Existe la seguridad de que la Patrulla no dejará de buscarnos. Bueno, si éste es el tipo de organización de la Patrulla, y nosotros formamos parte de la Patrulla, cuando nos encuentren, nos hallarán haciendo todo lo posible para despegar sin ayuda, y no sentados tranquilamente esperando que alguien nos recoja.

–Te entiendo – dijo Tex -. Esperaba que tu pequeño cerebro bullicioso llegara al fin a imaginar algo así. Muy bien, puedes inscribirme como héroe, pero de mala gana. Creo que me iré a dormir; este trabajo de héroe va a ser laborioso y fastidioso.

De hecho era laborioso. Las venusianas continuaron ayudando pero el trabajo principal de intentar equipar una nave para el espacio tenía que ser hecho por humanos. Con el permiso de la madre de la ciudad Oscar trasladó su cuartel general a la Astarte. No movieron a Thurlow, pero hicieron arreglos para que un cadete fuera llevado cada día a la ciudad, para vigilar a Thurlow y llevarle alimentos. Quedaban pocas provisiones de alimentos en la Astarte que aún fueran comestibles.

Sin embargo, la mezcla para panqueques era utilizable. Tex había construido una especie de quemador de aceite, pues aún no tenían energía eléctrica, y había llenado el artefacto con aceite de pescado que les habían dado las nativas. Con esto cocinó los pasteles calientes. Eran notablemente peores que todos los que cualquiera de ellos había probado, puesto que la harina había envejecido y cambiado de gusto. Y no tenían ninguna tendencia a hincharse.

Pero eran pasteles calientes, y se los comieron cubiertos de miel de arce. Era una ceremonia, al empezar cada día de trabajo, tomarlos a hurtadillas detrás de la puerta cerrada, para no ofender a sus puritanas amigas.

Empezaron una campaña sistemática para recuperar de las otras naves todo lo que pudiera ser necesario para abastecer a la Astarte. En esto también dependían de las nativas: Matt o Tex podían escoger lo que querían, pero era el Pequeño Pueblo quien lo tenía que transportar todo a lo largo de muchos kilómetros por pantanos, estanques y junglas vírgenes.

Hablaban del vuelo como si realmente esperaran hacerlo:

–Me das un radar – le dijo Matt a Oscar -, cualquier tipo de radar de aproximación, de modo que tenga una posibilidad de aterrizar y la haré bajar en algún sitio cerca del Polo Sur. Te puedes olvidar de esas memeces de la astrogación; lo haré por pura navegación instrumental.

Se habían decidido por New Auckland, en el Polo Sur, como punto de destino. El Polo Norte hubiera sido igualmente razonable, pero lo que decidió el asunto fue el que Oscar era colonial del Sur.

Oscar había prometido el radar, sin saber aún como podría hacerlo. La Gary era la única esperanza; su sala de comunicaciones había quedado destrozada, pero Oscar tenía esperanzas de salvar su radar de popa. Se puso al trabajo, lanzando juramentos ante la imposibilidad de hacer un trabajo delicado con un brazo en cabestrillo.

Pocas cosas se podían salvar de la navecilla auxiliar y nada de ello estaba completamente intacto. Primeramente, Oscar había intentado utilizar el equipo de radar de la Astarte, pero había desistido: un siglo de diferencias en tecnología le había desconcertado. Los circuitos electrónicos de la Astarte no eran solamente mucho más complicados, sino también menos eficientes que el sistema que conocía, además la nomenclatura era diferente, por ejemplo las marcas que había sobre una simple resistencia eran chino para él.

En cuanto a los circuitos de radio, la única instalación emisora que podía funcionar era un radioteléfono de un traje espacial de la Gary.

A pesar de eso, llegó la mañana en la que ya habían hecho todo lo que se podía. Tex estaba distribuyendo pasteles calientes.

–Me parece – dijo -, que estaríamos listos para irnos, si tuviéramos el combustible adecuado.

–¿Cómo dices eso? – preguntó Matt -. ¡Si el tablero de control ni siquiera está conectado con el retropropulsor!

–¿Y qué? De todas formas voy a tener que regular la entrada de combustible a mano. Voy a tomar esta pieza enorme de tubería que sacamos de la Gary y llevarla desde donde tú estés hasta mi puesto, junto al control del cohete. Podrás chillar tus órdenes por ella y, si me gustan, las cumpliré.

–¿Y si no te gustan?

–Entonces haré otra cosa. No te pases con la miel, Os, es el último que queda.

Oscar se detuvo con la lata de jarabe en medio del aire.

–Oh, perdona, Tex. Ven, déjame verter un poco de mi plato en el tuyo.

–No te preocupes. Era solamente una observación espontánea. A decir verdad, estoy harto de pasteles calientes. Los hemos comido cada día, desde hace dos semanas, sin nada más para romper la monotonía que el picadillo a «la nativa».

–Yo también estoy harto, pero no era cortés decirlo, dado que tú cocinabas – Oscar empujó su plato. No me importa que la miel se acabe.

–Pero no está acabada… – les interrumpió Matt.

–¿Te preocupa algo, Matt?

–No, ya nada – continuó pensativo.

–Entonces, cierra la boca. Oye Os, si tuviéramos el combustible adecuado para la nave, ¿qué escogerías?

–Hidrógeno monoatómico.

–¿Por qué escoger la única cosa que esta nave no puede quemar? Yo escogería alcohol y oxígeno.

–Puesto que no tienes ni una cosa ni la otra, ¿por qué no desear lo mejor?

Porque nos hemos puesto de acuerdo para jugar este juego con seriedad. Ahora, tenemos que continuar intentando hacer combustible, desde este momento hasta que nos encuentren. Por eso dije alcohol y oxigeno. Construiré algún tipo de alambique, y empezaré a trabajar en destilar alcohol mientras tú y Matt pensáis cómo se podría conseguir oxígeno líquido con solamente vuestras manos y el equipo de una nave.

–¿Cuánto tiempo crees que vas a necesitar para destilar varias toneladas de alcohol, con lo que puedas improvisar?

–Aquí está lo gracioso del caso. Estaré todavía trabajando en esto, como un muchachito aplicado, tan ocupado como un fabricante de licor ilegal cuando vengan a buscarnos. Di, ¿ya te hablé de mi tío Bodie y los fabricantes de licor ilegales? Parece…

–Mirad – le interrumpió Matt- ¿no os gustaría fabricar un poco de miel de arce… aquí?

–¿Qué? ¿Por qué molestarse con esto? Estamos hartos de pasteles calientes.

–Yo también, pero querría saber como se puede fabricar miel de arce, aquí mismo. O, mejor dicho, cómo lo pueden hacer las nativas.

–¿Estás desvariando, o es un acertijo?

–Nada de eso. Pero me acabo de acordar de algo que había examinado. Dijiste que ya no había más miel de arce, y estaba a punto de decir que todavía quedaba mucho, en el cuarto de Thurlow.

Dos días antes, Matt estaba de turno para ir a la ciudad. Como de costumbre, había ido a visitar el cuarto de Thurlow. Su amiga Th'wing estaba de guardia y le dejó solo con el Teniente, durante unos veinte minutos.

Mientras tanto el enfermo se había despertado y Matt quería darle de beber. Había varias vejigas para beber a su lado. Resultó que la primera que Matt cogió estaba llena de miel de arce, y también la siguiente y la siguiente, en realidad la fila entera de ellas. Después encontró la que quería, sobre la litera.

–No pensé nada en este momento, estaba ocupado con el Teniente. Pero eso es lo que me intriga, ha tomado bastante miel, se puede decir que ha vivido de esto. Abrí la primera lata cuando se la llevamos por primera vez, y yo mismo abrí las otras latas, cuando hizo falta… Th'wing no podía manejar el abrelatas. Por lo tanto, sé que la miel casi estaba acabada.

–¿De dónde venía el resto de la miel?

–Caramba, supongo que los nativos lo fabrican – contestó Oscar -. No les resultaría demasiado difícil de obtener azúcar de alguna de las plantas de por aquí. Hay un tipo de hierba parecido a la caña de azúcar, allá cerca de los Polos, pudieron encontrar algo similar.

–¡Pero Os, aquello era miel de arce!

–¿Qué? No podía serlo, tu sentido del sabor se debe haber trastornado.

–Te digo que era arce.

–Bueno, fuera lo que fuera… y date cuenta que no puedo aceptar que se pueda obtener el verdadero sabor a arce, de este lado de Vermont, ¿qué más da?

–Creo que hemos pasado por alto algo. Hablabais de destilar alcohol, pues apuesto a que los nativos pueden conseguir alcohol, en cualquier cantidad.

–Oh – Oscar lo pensé. Probablemente tienes razón. Son muy hábiles a propósito de este tipo de cosas, como eso que utilizaron para convertir el fango en jalea y los disolventes con que limpiaron la nave. Son químicas aficionadas, de cocina.

–Tal vez no sean químicas aficionadas, de cocina. Tal vez sean verdaderas químicas.

–¿Qué? – dijo Tex -. ¿Qué quieres decir, Matt

–Lo que dije. Queremos el combustible de despegue para la Astarte, tal vez si hubiéramos tenido sentido común para pedírselo a la madre de muchos lo hubiéramos tenido ya.

Oscar movió la cabeza.

–Me gustaría que tuvieras razón, Matt. Nadie tiene más respeto para el Pequeño Pueblo que yo, pero no existe ningún combustible para cohete que podamos utilizar, que no implique uno o más gases líquidos. Puede que entiendan lo que necesitamos, pero no tendrán medio de hacerlo.

¿Estás seguro?

–Bueno, mira, Matt: el oxígeno líquido, hasta el aire líquido, necesitan presiones muy altas, mucha energía, y envase de alta presión para las fases intermedias. El Pequeño Pueblo utiliza poco la energía, y apenas si utilizan metales.

–No utilizan energía, ¿eh? ¿Y qué me dices de estas luces naranja?

–Bueno, sí, pero eso no puede necesitar mucha energía.

–¿Puedes hacer una? ¿Sabes como funcionan?

–No, pero…

–A lo que estoy intentando llegar es que pueden existir muchas maneras de usar la ingeniería, aparte de las que conocemos: pomposas, fuertes y ruidosas. Tú mismo decías que no conocemos realmente a las nativas, ni siquiera a las de alrededor de los Polos. – ¡Preguntémoselo por lo menos!

Oscar parecía muy pensativo.

–Me di cuenta hace algún tiempo de que nuestras amigas de aquí eran más civilizadas que las que están cerca de las colonias, pero no lo podía acabar de definir.

–¿Qué es la civilización?

–No filosofemos… vamos – Oscar abrió la puerta exterior de la nave y habló con una figura, que esperaba en lo que, para ella, era un día soleado, ocupada en mirar las fotografías de un Saturday Evening Post del 1981.

–He y, chica. ¿Podrías conducirnos a casa de vuestra madre?


Era miel de arce, Tex y Oscar tuvieron que admitirlo. Th'wing explicó, con bastante buena gana, que, cuando las provisiones se hicieron escasas, fabricaron más, utilizando la materia original terrestre como muestra.

Oscar fue a ver la madre de la ciudad, llevando consigo una botella de alcohol etílico salvado del suministro médico de la Gary. Matt y Tex tuvieron que aguardar fuera, porque habían acordado que a Oscar le iría mejor quedarse solo con su señoría. Volvió después de más de dos horas. Parecía aturdido.

–¿Qué hay, Os? ¿Qué conseguiste? – inquirió Matt.

–Son malas noticias – dijo Tex -. Lo veo por tu cara.

–No, no son malas noticias.

–Entonces desembucha, suéltalo ya ¿Quieres decir que lo pueden hacer?

Oscar maldijo en voz baja en venusiano.

–¡Pueden hacer de todo!

–Espera un momento e inténtalo de nuevo – le aconsejó Tex -. No saben tocar la armónica. Lo sé, pues le dejé probar a una. Ahora, cuenta.

–Empecé enseñándole el alcohol etílico e intenté explicarle que todavía teníamos un problema, le pregunté si su gente podía hacer esta materia. Parecía pensar que era una pregunta tonta. Solamente lo olió y dijo que podían. Entonces me esforcé realmente en explicarle cómo era el oxigeno líquido, diciéndole primero que el aire contenía dos tipos de cosas, una inerte y otra activa. Lo mejor que podía hacer era utilizar sus palabras para «vivo» y «muerto». Le dije que quería que la parte viva fuera como agua. Me interrumpió y mandó a buscar una de su gente. Hablaron y hablaron varios minutos y juro que solamente podía entender cada segunda o tercera palabra ni siquiera podía enterarme de la esencia. Era una parte de su idioma completamente nueva para mí. Luego la otra vieja salió de la sala.

«Esperamos. Me preguntó si nos iríamos pronto si conseguíamos lo que queríamos. Le dije que sí. Entonces me pidió que le hiciera el favor de llevarme a Burke. Aunque se disculpaba por esto, se mostraba firme; le dije que lo haría.

–Me alegro – dijo Matt -. Desprecio a Maloliente hasta la médula, pero tengo escrúpulos de dejarle morir aquí. Tiene que ser juzgado.

–Quédate callado, Matt – dijo Tex-. ¿A quién le importa Maloliente? Continúa Oscar.

–Después de una espera bastante larga, la otra vieja volvió, con una vejiga; parecía ordinaria, pero era más oscura que una vejiga para beber. Su señoría me la dio y me preguntó si era esto lo que quería.

Dije que lo sentía, pero que no quería agua. Exprimió unas gotas en mi mano – Oscar enseñó su mano -.

¿Veis esto? Me quemé.

–¿Era realmente oxígeno líquido?

–Esto o aire líquido. Tampoco podía probarlo. Creo que era oxigeno. Pero escuchad esto… la vejiga no estaba ni siquiera fría. Y no humeaba, hasta que exprimió unas gotas. La otra venusiana la llevaba con el mismo descuido con que podrías llevar una botella de agua caliente.

Oscar mantuvo la vista perdida durante un momento.

–No lo entiendo – dijo -. La única cosa que se me ocurre es la química catalizadora… deben tener una química de catálisis con la que hacen las cosas sin enredos, mientras nosotros las hacemos con calor y presión.

–¿Por qué hacer conjeturas? – dijo Tex -. Probablemente obtendríamos una respuesta falsa. Piensa solamente que las venusianas deben haber dado ya más química de la que jamás aprenderemos nosotros… y en que tendremos el combustible de despegue.


* *


Durante dos días una procesión continua de venusianas había formado una fila doble, desde la orilla del agua hasta la Astarte, llevando vejigas llenas hacia la nave y volviendo con las vacías. Thurlow ya estaba a bordo, asistido todavía por sus pequeños y pacientes enfermeras. Burke fue llevado hasta la nave y liberado. Los cadetes le dejaron solo, lo que parecía desconcertarle. Inspeccionó la nave, pues era la primera vez que había oído hablar de ella, y finalmente se dirigió a Jensen.


–Si piensas que voy a viajar en este ataúd volante, te equivocas por completo.

–Como quieras.

–¿Bueno, y que haremos al respecto?

–Nada. Te puedes quedar en la jungla, o intentar persuadir a la madre de la ciudad para que te acepte de nuevo.

Burke lo pensó.

–Creo que me quedaré con las ranas. Si lo conseguís, podéis decir donde estoy y que vengan a buscarme.

–Les diré donde estás, y también todo lo que pasó;

–No creas que me asustas – Burke se fue.

Volvió poco después.

–Cambié de idea, vengo con vosotros.

–Quieres decir que no te quieren, ¿no?

–Bueno, sí.

–Muy bien – contestó el Cadete Jensen -. Ya que las autoridades locales declinan jurisdicción, te detengo en virtud del código colonial titulado «Relaciones con los Aborígenes», los cargos y las especificaciones te serán dadas a conocer en tu proceso, sin limitarse necesariamente a dicho código. Quedas advertido de que todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra.

–¡No puedes hacer esto!

–¡Matt! ¡Tex! ¡Cogedlo y amarradlo!

–Con mucho gusto – le ataron a un asiento de aceleración puesto en la cocina, lugar donde, según convinieron, causaría menos molestias. Cuando lo hubieron hecho, lo comunicaron a Jensen.

–Mira, Os – añadió Matt -, ¿piensas que podrás conseguir mantener la acusación en su contra?

–Lo dudo, salvo si tienen en cuenta nuestras declaraciones, bajo la regla de «la mejor evidencia›. Naturalmente, tendrían que condenarle a más años que los que tiene la Vía Láctea, pero lo más que puedo esperar es que sea revocada su licencia y le quiten su pasaporte. La Patrulla creerá nuestra historia, y ya basta de hablar de esto.

Menos de una hora más tarde las enfermeras de Thurlow salieron de la nave, y los cadetes se despidieron de la madre de muchos, lo que resultó un acontecimiento florido y prolijo, en el cual Oscar se dejó entrampar, prometiendo volver algún día. Pero, finalmente, cerraron la puerta exterior, y Tex la aseguro.

–¿Estás seguro de que entendieron que tenían que quedarse lejos de nuestro soplo? – inquirió Matt.

–Marqué la línea de seguridad con ella y la oí dar órdenes. No te preocupes más y ponte en tu puesto.

–Sí, señor.

Matt y Oscar fueron hacia proa, Oscar tenía el antiguo diario metido en su cabestrillo. Tex se puso frente a los controles manuales. Oscar se sentó en la silla del copiloto y abrió el diario en la página del último apunte. Cogió un trozo de lápiz que había encontrado en la cocina, lo mojó en su lengua, anotó la fecha, y escribió con letras grandes.

Se detuvo y le dijo a Matt.

–Todavía pienso que tendríamos que cambiar el mando.

–Nada de eso – dijo Matt -. Si el Comodoro Arkwright puede dirigir la Randolph sin vista, tú puedes dirigir la Astarte con un ala estropeada.

–De acuerdo, si así lo quieres – continuó escribiendo:

O. Jensen, capitán provisional.

M. Dodson, piloto y astrogador.

W. Jarman, ingeniero jefe.

Tte. R. Thurlow, pasajero (en la enfermería).

B. Burke, pasajero, paisano (en el calabozo).

–Pase revista a la tripulación, señor.

–Sí, señor. ¿Llamo también tu nombre, Os?

–Seguro, ya es una lista bastante corta.

–¿Qué pasa con Maloliente?

–¡Ése, ni hablar! Lo he inscrito como carga.

Matt inspiró profundamente y hablando cerca del tubo acústico, para que Tex le oyera, llamó:

–¡Teniente Thurlow!

Oscar contestó:

–Contesto por él – miró de nuevo al Teniente, atado en el asiento del inspector, donde podían vigilarle, Thurlow abrió los ojos con la mirada interrogadora y perpleja que había mostrado en las escasas ocasiones en que parecía enterarse de algo.

¡Jensen!

–¡Presente!

–¡Jarman!

–¡Presente! – contestó Tex, su voz surgió ahogada y cavernosa por el tubo acústico.

Matt dijo:

–Dodson, presente – luego, se mojó los labios y dudó- ¡Dahlquist!

Oscar estaba a punto de contestar, cuando la voz de Thurlow se alzó tras de ellos:

–Contesto por él.

–¡Martin! – Matt continuó, mecánicamente, demasiado asustado para pararse.

–¡Contesto por él! – dijo Oscar, mirando a Thurlow.

–¡Rivera!

–¡Contesto por él! – dijo la voz de Tex.

¡Wheeler!

–¡Wheeler está presente también – contestó Tex otra vez -. Están todos presentes, Matt. Estamos listos.

–Personal completo, Capitán.

–Muy bien, señor.

–¿Cómo está, Os?

–Ha cerrado los ojos otra vez. Haz despegar a la nave cuando estés listo.

–Sí, señor. De acuerdo con el plan… ¡la nave despega!

Agarró los controles de las alas y esperó. La Astarte se alzó sobre sus cohetes de popa, se movió adelanté y hacia arriba, hacia las nieblas de Venus.


XVIII


EN EL DESPACHO DEL
COMANDANTE

Los cadetes aprobados Dodson y Jarman, recién salidos de la NCP Pegasus, al llegar a la Estación Tierra, procedentes de New Auckland, saltaron de la navecilla de la Randolph, entrando en esta nave. El cadete Jensen no estaba con ellos; a Oscar, le habían concedido, mediante un mensaje oficial de la Academia, seis meses de permiso para ir a su casa, con el acuerdo de que, durante este tiempo, tendría que volver temporalmente a sus obligaciones, para acompañar al primer cónsul a las regiones ecuatoriales, ver que se hiciese cargo de su puesto, y ayudarle a entablar relaciones.


Matt y Tex mostraron sus órdenes al oficial de guardia y le dejaron las inevitables copias. Les dio el alojamiento que les correspondía en el Callejón del Puerco, en una habitación con distinto número pero que, de todas formas, se parecía mucho a la que habían tenido.

–Parece como si nunca la hubiéramos dejado – dijo Tex, mientras deshacía su bolsa de costado.

–Sólo que parece extraño que Os y Pete no estén por aquí.

–Sí, aún espero ver aparecer la cabeza de Oscar preguntando si nos gustaría formar equipo con él y Pete:

El teléfono de la habitación sonó, Tex respondió:

–¿El cadete Jarman?

–Al habla.

–Saludos del comandante. Tiene que presentarse en su oficina.

–Sí, señor – desconectó y se dirigió a Matt -. No pierden demasiado tiempo, ¿verdad? – quedó pensativo y añadió. ¿Sabes lo que pienso?

–Creo que puedo adivinarlo.

–Bien, este rápido servicio parece prometedor. E hicimos un buen trabajo, Matt. No hay porque darle vueltas.

–Lo supongo. Devolver la Astarte, perdida hace noventa y ocho años, fue algo que puede darnos un destino; incluso si la hubiéramos arrastrado sobre ruedas, todavía sería algo importante. De todas formas, no te llamaré teniente todavía.

–Cruza los dedos, ¿qué tal estoy?

–No eres guapo, pero si que se te ve diecinueve veces mejor que cuando aterrizamos en el Polo Sur. Más vale que te des prisa.

–De acuerdo – Tex se fue y Matt esperó ansiosamente. Al fin, llegó la llamada que esperaba, diciéndole que también se presentara al Comandante.

Todavía encontró a Tex dentro. Antes que ponerse nervioso, bajo la mirada de los demás, en la oficina exterior del Comandante, prefirió esperar en el pasillo. Al cabo de un rato, Tex salió. Matt se dirigió a él con impaciencia.

–¿Qué pasó?

Tex le dirigió una extraña mirada.

–Entra.

–¿No puedes hablar?

–Hablaremos más tarde. Entra.

–¡Cadete Dodson! – gritó alguien desde la oficina.

Presentándose, respondió. Dos segundos después, estaba en presencia del Comandante.

–Se presenta el cadete Dodson tal como usted ordenó, señor.

El Comandante volvióse hacia él y, de nuevo, Matt sintió la horrorosa sensación de que el Comodoro Arkwright podía verle mejor que cualquier hombre normal, que tuviera ojos:

–Oh, sí, señor Dodson. Acomódese. – El veterano miembro de la Patrulla cogió de su mesa, y sin ningún titubeo, un sujetapapeles -. He estado mirando su informe. Ha solucionado su deficiencia en astrogación y la ha complementado con un poco de trabajo práctico. El capitán Yancey parece darle por bueno, en general, pero señala que a veces está distraído y tiene tendencia a preocuparse con una tarea, a expensas de las otras. En un hombre joven, esto no me parece muy grave.

–Gracias, señor.

–No fue un cumplido, sino sólo una observación. Ahora, dígame lo que haría si… – cuarenta y cinco minutos más tarde, Matt pudo respirar lo suficiente como para darse cuenta de que había estado sometido a un examen muy profundo. Había entrado en la oficina del Comandante sintiendo que medía tres metros de alto, metro treinta de ancho y que estaba completamente cubierto de pelo. Tal sentimiento ya había desaparecido.

El Comandante hizo una pausa momentánea, como si pensara, y después continuó:

–¿Cuándo estará listo para ser comisionado, señor Dodson?

Matt se quedó un poco cortado, después consiguió responder:

–No lo sé, señor. Dentro de tres o cuatro años, quizá.

–Creo que un año debería ser suficiente, si se esmera. Le voy a enviar a Hayworth Hall. Puede tomar el transbordador en la Estación, esta tarde. Con el permiso acostumbrado, claro – añadió.

–Estupendo, señor.

–Diviértase. Tengo algo para usted… – aquel hombre ciego titubeó una décima de segundo, después alcanzó otro portapapeles-… una copia de la carta de la madre del Teniente Thurlow. Otra copia está en su informe.

–¡Oh! ¿Cómo está el teniente, señor?

–Completamente repuesto, me dijeron. Otra cosa, antes de que se vaya.

–Sí, señor.

–Deme algunos informes acerca de los problemas que tuvieron para volver a poner la Astarte en marcha, especificando lo que tuvieron que aprender en su camino… especialmente, cualquier equivocación que cometieran.

–De acuerdo, señor.

–Sus observaciones serán consideradas cuando se revise el manual del material en desuso. No se apresure, hágalo cuando vuelva de su permiso.

Matt se alejó de la presencia del Comandante, sintiendo que su tamaño era sólo una fracción del que tenía cuando entró; pero, de todas formas, más que deprimido se sentía exaltado. Se precipitó hacia la habitación que compartía con Tex y le encontró esperándole. Tex le miró de arriba abajo.

–Veo que lo has conseguido.

–Correcto.

–¿ Hayworth Hall?

Así es – Matt parecía perplejo. No lo entiendo. Entré allí realmente convencido de que iba a recibir ya mi despacho, pero me siento maravillosamente. ¿Por qué será?

–A mi no me lo preguntes. Me siento igual y, a pesar de todo, no puedo recordar que me dirigiera ni una sola palabra amable. No hizo más que dar por sentado todo lo ocurrido en Venus.

Matt dijo:

–Eso es.

–¿El qué?

–Simplemente lo dio por sentado. Por eso nos sentimos bien. No le dio mayor importancia, porque no esperaba otra cosa, ¡porque somos miembros de la Patrulla!

–¡Caramba! ¡Eso es, eso es exactamente! Como si nosotros tuviéramos la categoría treinta y dos y él la primera, pero fuéramos miembros de la misma logia – Tex empezó a silbar.

–Me siento mejor – dijo Matt -. Antes me sentía bien, pero ahora me siento mejor, ahora que entiendo el porqué. Oye, otra cosa…

–¿Qué?

–No le contaste nada de la pelea que tuve con Burke en New Auckland, ¿verdad?

–Claro que no – Tex se sentía indignado.

–Es extraño. No se lo dije a nadie más que a ti, y podría jurar que nadie lo vio. Así lo planeé.

–¿Lo sabía él?

–Seguro que sí.

–¿Estaba molesto?

–No, dijo que se daba cuenta de que Burke estaba en libertad bajo fianza, y que yo estaba de permiso, y no quería meterse en mi vida privada. Pero quiso darme un consejo.

–¿Si? ¿Cuál fue?

–No fiarme excesivamente de mi izquierda.

Tex parecía asombrado, y después pensativo.

–Creo que también quería decir que no te fiases de tu barbilla.

–Probablemente – Matt empezó de nuevo a hacer el equipaje -. ¿Cuándo sale la próxima navecilla hacia la Estación?

–Dentro de unos treinta minutos. Oye Matt, tú también tienes permiso, claro.

–Desde luego.

–¿Qué tal si aceptaras mi invitación para pasar unas semanas con todos los Jarman? Quiero que conozcas a mi gente… y a Tío Bodie.

–A Tío Bodie, desde luego que quiero conocerlo… pero, Tex…

–¿Sí?

–¿Pasteles calientes para desayunar?

–Nada de pasteles calientes.

–¡Trato hecho!

–Chócala.




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18/10/2009


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