El cadete de la Patrulla Interplanetaria Matthew Dodson se sentó en la sala de espera de la Estación Catapulta de Pikes Peak y miró al reloj. Tenía que esperar una hora antes de embarcar en la Nueva Luna hacia la Estación Tierra; mientras, estaba esperando a sus compañeros de cuarto.


Había sido un buen permiso, suponía; había hecho todo lo que había planeado, salvo reunirse con los otros en la hacienda de Jarman al final, pues su madre había armado una gran algarabía al enterarse de su propósito.

Sin embargo, había sido un buen permiso. Su cara bronceada, por el espacio, flaca y empezando a arrugarse, parecía un poco asustada. No había confiado a nadie su intención de abandonar durante el permiso, y ahora estaba intentando recordar exactamente cuándo y por qué había dejado de tener tal intención.

Había sido destinado temporalmente a la N.C.P. Nobel como ayudante de astrogador, durante una patrulla de rutina por las bombas cohete circunterrestres. Matt había subido a su nave en la Base Luna y, al final de la patrulla; cuando la Nobel hubo aterrizado en la Base Luna para una revisión, le fue dado un permiso antes de presentarse en la Randolph. Se había ido directamente a su hogar.

La familia entera le esperaba en la estación y le habían llevado en helicóptero a casa. Su madre había llorado un poco y su padre le había estrechado la mano, muy fuerte. A Matt le parecía que su hermano pequeño había crecido increíblemente. Le gustaba verlos, y estar de nuevo en el viejo vehículo familiar. Matt hubiera pilotado el helicóptero, si Billie, su hermano, no se hubiera puesto directamente en los controles.

Habían decorado de nuevo toda la casa. Obviamente, su madre esperaba comentarios favorables y Matt los había hecho. Pero en realidad el cambio no le había gustado, no había sido lo que se imaginaba. Además, las habitaciones le parecían más pequeñas. Decidió que debía ser el efecto de la nueva decoración: ¡la casa no había podido encogerse!

Su propia habitación estaba llena con las' cosas su vieja habitación, ahora transformada en sala de pasatiempos para su madre. Los nuevos arreglos eran sensatos, razonables, e inoportunos.

Pensándolo bien, Matt sabía que los cambios en casa no tenían nada que ver con su decisión. ¡Cierto que no! Ni las observaciones de su padre a propósito de ciertas actitudes, aunque se le hubieran quedado atragantadas.

El y su padre se habían quedado solos en el comedor, un poco antes de la cena, y Matt había estado paseando de un lado a otro, contando, de una manera que creía interesante y animada, lo sucedido la primera vez que había volado solo. Su padre había aprovechado una pausa para decir:

–Ponte erguido, hijo – Matt se detuvo.

–¿Cómo?

–Estás completamente encorvado y pareces cojear. ¿Te molesta todavía la pierna?

–No, mi pierna está bien.

–Entonces enderézate y echa atrás los hombros. Muéstrate orgulloso. ¿No se fijan en las posturas en la escuela?

–¿Qué hay de malo en mi manera de andar?

Billí había aparecido en la puerta, cuando se mencionó el tema.

–Te lo enseñaré, Mattie – le había interrumpido, y empezado a caminar arrastrando los pies a través de la sala con una grotesca exageración del deslizamiento relajado y sin nervios de los hombres del espacio. El chico hacía que pareciera el paso de un chimpancé.

–Andas así.

–¡Qué diablos voy a andar así!

–¡Diablo si no lo haces!

–¡Billí! – dijo su padre-. Vete a lavar las manos y prepárate para la cena. Y no hables de esta manera. ¡Vamos ya!

Cuando el hijo más pequeño se hubo ido, su padre dio la vuelta otra vez hacia Matt y le dijo:

–Creía que hablaba en privado, Matt. Sinceramente, no es tan malo como Billí lo describe, sólo lo es la mitad.

–Pero, mira papá, ando como todos los hombres del espacio. Esto viene del hecho de tener que habituarse a la caída libre. Caminas como encogido durante días enteros, listo para pegar con un pie a una mampara, o agarrarte con las manos. Cuando vuelves a estar bajo gravedad, después de días y semanas de esto, andas de la misma manera que yo, lo llamamos «Pies de gato».

–Supongo que debe producir este efecto – le habla contestado su padre, razonablemente -. Pero, ¿no sería una buena idea practicar caminando un poco cada día, solamente para mantenerse en buena forma?

–¿En caída libre? Pero… – Matt se habla parado de repente, consciente de que no había manera de salvar la distancia.

–No importa. Vamos a comer.

Habla sufrido la habitual ronda de cenas de familia con tías y tíos. Cada uno hizo preguntas sobre la escuela, y cómo era ir por el espacio. Pero de alguna manera, no parecían muy interesados. Tía Dora, por ejemplo.

Tía-abuela Dora era la matriarca actual de la familia. Había sido una mujer muy activa, preocupada por la iglesia y el trabajo social. Ahora, hacía tres años que estaba siempre en cama. Matt fue a visitarla porque evidentemente su familia lo esperaba.

–Se queja muchas veces de que no le escribes, Matt, y…

–¡Pero, madre, no tengo tiempo para escribir a cada uno!

–Sí, sí. Pero se enorgullece de ti, Matt, te quiere hacer miles de preguntas sobre todo. Asegúrate de llevar tu uniforme, lo esperará.

Tía Dora no preguntó miles de cosas, sino solamente una: por qué había tardado tanto en venir a verla. Entonces, Matt fue informado, con detalles, de la reciente llegada del nuevo Pastor, de las oportunidades de casamiento de varias chicas, parientes y amigas, y el estado de salud de varias viejas mujeres, de las que conocía a pocas, incluyendo los detalles de sus operaciones y el desarrollo postoperatorio.

Estaba un poco aturdido, cuando se escapó alegando una cita previa.

Sí, tal vez era esto, tal vez había sido la visita a tía Dora lo que le convenció de que no estaba dispuesto a renunciar y a quedarse en Des Moines. No podía haber sido Marianne.

Marianne era la chica que le había pedido que le escribiera regularmente y, en efecto, lo había hecho, más regularmente que ella. Pero le había hecho saber que volvía a casa y ella había organizado un picnic para recibirle. Había sido divertido. Matt se había encontrado a antiguos conocidos y le había gustado la veneración al héroe que había tenido por parte de las chicas presentes. Había un joven, tres o cuatro años mayor que Matt, que no parecía aparejado. Poco a poco Matt se dio cuenta de que Marianne trataba al desconocido como de su propiedad.

No le había molestado, Marianne era el tipo de chica que nunca podría llegar a distinguir entre un planeta y una estrella. No lo había visto antes, pero esto y temas similares se habían presentado en la única cita que había tenido con ella, a solas.

Y decía que su uniforme le parecía «mono».

Empezó a entender, gracias a Marianne, por qué la mayoría de los oficiales de la Patrulla no se casan hasta que tienen unos treinta años y pico, después de su jubilación.

El reloj de la Estación de Pikes Peak señalaba que faltaban treinta minutos para que despegaran. Matt empezó a preocuparse de que las maneras descuidadas de Tex podrían haber hecho que los otros tres hubieran perdido la conexión, cuando los descubrió entre la muchedumbre. Cogió su bolsa de costado y se fue hacia ellos.

Estaban de espalda y todavía no le habían visto. Anduvo sigilosamente detrás de Tex y dijo en voz ronca:

–Señor, preséntese a la oficina del Comandante.

Tex dio un salto y se giró por completo.

–¡Matt! ¡So cuatrero, no me asustes de esta manera!

–Es tu conciencia culpable. ¿Qué tal Pete? ¡Hola Oscar!

–¿Cómo está el chico, Matt? ¿Buen permiso?

–Estupendo.

–Por nuestra parte también – se estrecharon las manos.

–Vamos a bordo.

–De acuerdo – dentro fueron pesados, sus pases sellados, y les dieron permiso para subir hasta el sitio donde se hallaba el Nueva Luna, vertical y listo en la catapulta, con sus alas enormes extendidas, Una azafata les enseñó sus asientos.

Al aviso de que faltaban diez minutos Matt anunció:

–Subo para ver si aprendo algo. ¿Alguien se viene conmigo?

–Voy a dormir – se negó Tex.

–Yo también – añadió Pete -. Nadie duerme en Texas, y estoy muerto.

Oscar decidió ir con él, subieron a la sala de control y hablaron con el capitán:

–Cadetes Dodson y Jensen, señor. Pedimos permiso para observar.

–Me lo imagino gruñó el capitán -, aténse.

La sala de mandos de cualquier nave con licencia oficial estaba abierta a todos los miembros de la Patrulla, pero los capitanes de la ruta de Tierra-Estación estaban, lógicamente, hartos de esta vieja costumbre.

Oscar tomó la silla del inspector, Matt tuvo que utilizar los cojines y las correas de cubierta. Su posición le daba una vista perfecta del copiloto y primer oficial, esperando ante unos controles del tipo del de los aviones. Si el cohete no se encendía, después del catapultado le correspondía al primero el poner a la nave a nivel de vuelo y hacerla aterrizar sin motor en la pradera del Colorado.

El capitán pilotaba los controles de tipo cohete. Habló con la cabina de control de la catapulta, y entonces hizo sonar la sirena. Poco después remontaron la ladera de una montaña, a seis gravedades agobiantes, que les molían los huesos. La aceleración sólo duró diez segundos, después, la nave salió disparada hacia el cielo, alejándose de la catapulta a 1.950 kilómetros por hora.

Estaban subiendo en caída libre. El capitán parecía tardar en poner en marcha el cohete, y por un momento Matt tuvo la emocionante esperanza de que sería necesario hacer un aterrizaje de emergencia. Pero el motor empezó a rugir en el momento preciso.

Cuando se hubieron instalado en su órbita y el motor se apagó de nuevo, Matt y Oscar dieron las gracias y volvieron a sus asientos. Tex y Pete estaban dormidos, y Oscar en seguida les imitó. Matt decidió que debía haberse perdido algo al dejar que le disuadieran para no terminar su permiso en Texas.

Sus pensamientos volvieron al problema que había estado considerando. Desde luego, no se habla decidido a quedarse simplemente por el hecho de que su permiso hubiera sido tranquilo; nunca había pensado en su casa como en un lugar de diversión o un recinto de feria.

Una noche, a la hora de la cena, su padre le había pedido que describiera qué era lo que el Nobel había hecho en su patrulla alrededor de la Tierra. Tuvo que complacerle:

–Cuando dejamos la Base Luna nos dirigimos hacia la Tierra en una órbita elíptica. A medida que nos acercábamos, frenábamos gradualmente, y nos aparcamos en una estrecha órbita circular de polo a polo.

–¿Por qué de polo a polo?

–Verás, porque los cohetes atómicos tienen órbitas de polo a polo. Sólo así pueden cubrir el globo entero. Si circularan alrededor del ecuador…

–Ya comprendo – le interrumpió su padre -, pero vuestro propósito, según entiendo, es inspeccionar las bombas cohete. Si vosotros, vuestra nave, circulaseis alrededor del Ecuador, sólo tendríais que esperar a los cohetes cuando pasaran.

–Tú puede que lo entiendas – le había dicho su madre a su padre -, pero yo no.

Matt miro a uno y a otra, preguntándose a quien debía responder, y cómo.

–Cada uno a su tiempo… por favor – protestó -. Papá no podemos limitarnos a interceptar las bombas, tenemos que acercarnos a ellas, coordinar las órbitas, hasta que estemos justo a su lado, manteniendo exactamente el mismo rumbo y velocidad. Entonces, se lleva la bomba adentro, la embarcamos y la inspeccionamos.

–¿Y en qué consiste la inspección?

–Espera un momento, papá. Madre, mira aquí, por favor – Matt cogió una naranja de la mesa -. Los cohetes atómicos van dando vueltas, así, de polo a polo, cada dos horas. Mientras tanto, la Tierra da una vuelta alrededor de su eje cada veinticuatro horas. – Con su mano izquierda, Matt giraba lentamente la naranja mientras, con un dedo de su mano derecha la recorría rápidamente de punta a punta como si fuera un cohete yendo de polo a polo. Esto significa que si un cohete pasa por encima de Des Moines en este viaje, al siguiente pasará justo encima de la costa del Pacífico. En veinticuatro horas cubre todo el globo.

–¡Santo Cielo! Matthew, me gustaría que no hablaras de bombas atómicas encima de Des Moines, ni siquiera en broma.

–¿En broma? – Matt se asombro -. De hecho… déjame pensar, estamos más o menos a cuarenta y dos norte y diecinueve oeste.

Miró su reloj y lo estudió algunos segundos.

–J-tres debería pasar por aquí, dentro de unos siete minutos; sí, pasará prácticamente por encima de nuestras cabezas cuando terminemos el café – largas semanas en el Nobel, trazando, calculando y observando radioscopios habían hecho que Matt conociera las órbitas de los cohetes circunterrestres mejor que la esposa de un granjero conocería sus propias gallinas, J-tres era como un individuo para él, alguien con hábitos fijos.

Su madre estaba horrorizada. Habló directamente a su esposo, como si esperara que él hiciera algo acerca de aquello.

–John -… no me gusta esto, no me gusta esto, ¿me oyes? ¿Qué pasaría si cayera?

–Tonterías, Catherine, no puede caerse.

El hermano pequeño de Matt espetó:

–¡Mamá ni siquiera sabe qué es lo que aguanta arriba a la Luna!

Matt se volvió hacia su hermano:

–¿A ti quién te manda hablar? ¿Sabes qué es lo que aguanta a la Luna?

–Claro, la gravedad.

–No exactamente. ¿Por qué no me lo explicas un poco, con diagramas?

El chico lo intentó, su esfuerzo no dio demasiado buen resultado. Matt le mandó callar.

–Sabes un poco menos de astronomía que los antiguos egipcios. No te burles de tus mayores. Ahora, mira madre, no te preocupes. J-tres no puede caerse encima de nosotros. Está en una órbita libre que no hace intersección con la Tierra; no puede caerse, como tampoco puede caerse la Luna. De todas formas, si la Patrulla tuviera que bombardear Des Moines esta noche no utilizaría el J-tres, por la sencilla razón de que está encima. Para bombardear una ciudad, utilizas un cohete dirigido a tu objetivo y a unos dos mil quinientos kilómetros de distancia, porque tienes que indicar al robot que conecte el propulsor y localice el blanco. De modo que no sería J-tres, sería… – volvió a pensar -. E-dos o quizás H-uno – sonrió entre dientes -. Me gané una bronca a causa de E-dos.

–¿Por qué? – preguntó su hermano.

–Matt, creo que no has elegido la mejor explicación para calmar a tu madre – dijo su padre secamente -. Sugiero que no hablemos de bombardeos de ciudades.

–Pero, si no… Lo siento, padre.

–Catherine, no hay motivo para que te alarmes… también podrías tener miedo de los policías locales. Matt, ibas a hablarme de la inspección. ¿Por qué tienen que ser inspeccionados los cohetes?

–¡Quiero saber por qué le riñeron!

Matt levantó una ceja dirigiéndose a su hermano.

–También podría empezar contestándole a él, papá, pues tiene que ver con la inspección. De acuerdo, Billí, hice una mala inmersión cuando empezamos a cogerla y tuve que volver con el propulsor de mi traje, e intentarlo de nuevo.

–¿Que quieres decir, Matthew?

–Quiere decir…

–Cierra el pico, Billie. Papá, se hace salir a un hombre para conectar el seguro del disparador y fijar una cuerda al cohete para poder traerlo hacia dentro de la nave y trabajar con él. Yo era el hombre. Hice un mal despegue y perdí por completo el cohete, lo tenía a unos treinta y cinco metros y supongo que calculé mal la distancia. Di la vuelta y vi que ya lo había pasado. Tuve que regresar, e intentarlo de nuevo.

Su madre todavía parecía aturdida, pero no le gustó lo que oía.

–Matthew, esto me parece peligroso.

–Es tan seguro como las casas, madre. No puedes caerte como tampoco lo puede el cohete, o la nave. Pero es complicado. De todas formas, al final le enganché la cuerda y me monté, para volver a la nave.

–¿Quiéres decir que ibas montado en una bomba atómica?

–Caramba, madre, es muy seguro… el moderador que cubre los materiales de fisión absorbe casi toda la radiactividad. De todas formas, el tiempo de exposición es muy corto.

–Pero, ¿y si hubiera estallado?

–No puede. Para hacerlo, o bien tiene que chocar contra la Tierra a la velocidad suficiente para que golpee las masas subcríticas tan deprisa como lo haría su cañón disparador, o se tiene que conectar el disparador por radio. Además, yo había puesto el seguro del disparador, que no es nada más ni nada menos que una pequeña palanca, pero cuando está en su lugar ni un milagro podría dispararlo, porque no se pueden reunir las masas subcríticas.

–Puede que sea mejor que olvidemos este tema, Matt. Parece que estás poniendo nerviosa a tu madre.

–Pero, papá, ella me lo preguntó.

–Ya lo sé. Pero todavía no me has explicado por qué hacéis la inspección.

–Bien, en primer lugar, para revisar la bomba, pero nunca hay ningún fallo en la bomba. De todos modos, todavía no he hecho el curso de oficial de bombas, para eso se tiene que ser ingeniero nuclear. Revisas el motor del cohete, especialmente los tanques de combustible. Algunas veces, tienes que reemplazar un poco que se ha escapado por las válvulas de seguridad. Pero sobre todo, le haces un examen balístico y compruebas los circuitos de control. –

–¿Examen balístico?

–Claro, en teoría, uno tendría que estar en condiciones de decir donde estaría una de estas bombas en cada momento de los próximos mil años. Pero no funciona así. Hay pequeños detalles, como el efecto de las mareas, el hecho de que la Tierra no es una esfera completamente uniforme, y algunos otros, que, gradualmente, la apartan un poco de la órbita predicha. Cuando se encuentra una, y se revisa, y nunca está muy lejos de donde debería estar, se corrige la órbita poniendo justamente la nave en la trayectoria exacta, tras lo que se saca el cohete fuera de la nave otra vez. Después, vas a por otro.

–Muy bien… ¿Y estas correcciones se hacen tan a menudo que mantienen a una nave ocupada sólo con estas inspecciones?

–Bueno, no, papá, las inspeccionamos mas a menudo de lo necesario, pero eso mantiene ocupados a la nave y a la tripulación. No deja tiempo para la monotonía. Y, de todas formas, las inspecciones frecuentes mantienen la seguridad.

–Me suena a un derroche del dinero de los contribuyentes en unas inspecciones demasiado frecuentes.

–Pero, ¿es que no lo entendéis? No estamos allí para inspeccionar, estamos allí para patrullar. La nave de inspección es la que lanzaría el ataque, en caso de que alguien lo provocase. Estamos patrullando, hasta que otra nave viene a relevarnos; de modo que, de paso, ¿por qué no inspeccionar? De acuerdo en que se puede bombardear una ciudad desde la Base Luna, que se puede hacer un trabajo mejor y más preciso, con menos probabilidades, de que, por proximidad, alcances a quien no debes.

Su madre parecía muy preocupada. Su padre levantó las cejas y dijo:

–Hemos vuelto otra vez al tema de los bombardeos, Matt.

–Unicamente respondía a tu pregunta.

–Me temo que he hecho preguntas que no debía. Tu madre no sabe tomarse las respuestas impersonalmente. Catherine, no existe la menor posibilidad de que la Unión de Norte América sea bombardeada. Díselo tú, Matt, supongo que a ti te creerá.

Matt había permanecido en silencio. Su padre había insistido.

–Vamos. Matt. Mira, Catherine, después de todo, es nuestra Patrulla. En la práctica, las otras naciones no cuentan. La mayoría de los oficiales de la Patrulla son norteamericanos. ¿Verdad que es así, Matt?

–Nunca lo había pensado. Supongo que si.

–Muy bien. Ahora Catherine, no vas a imaginarte a Matt bombardeando Des Moines, ¿no? Y esto es lo que vale. Díselo, Matt.

–¡Pero, papá, no sabes lo que estás diciendo!

–¿Qué? ¿Qué me dices, muchacho?

–Yo… – Matt había mirado a su alrededor y entonces, de repente, se habla levantado y abandonado la sala.

Su padre entró en su habitación, poco tiempo después.

–¡Matt!

–¿Sí?

–Mira, Matt, dejé que la conversación se me escapara de las manos. Lo siento, y no te culpo por haberte enfadado. Tu madre… Ya sabes. Intento protegerla. Las mujeres se preocupan muy fácilmente.

–De acuerdo, papá. Perdona por haberos dejado plantados.

–No importa. Olvidémoslo. Sólo hay una cosa que tendríamos que dejar sentada enseguida. Sé que eres leal a la Patrulla y a sus ideales, y es bueno que lo seas; pero todavía eres un poco joven para ver las realidades políticas involucradas, aunque ya deberías saber que la Patrulla no podría bombardear la Unión de Norte América.

–Podría hacerlo, en un momento decisivo.

–Pero no habrá ningún momento decisivo. Además, incluso si lo hubiera, ni tú ni tus compañeros de nave podríais bombardear a vuestra propia gente.

Matt pensó en esto, intensamente. Recordó al Comandante Rivera, uno de los Cuatro de la orgullosa Tradición… y como, enviado a razonar con el dirigente de su propia capital, su ciudad natal, había mantenido la confianza. Sospechando que podía ser retenido como rehén, había dejado órdenes de llevar a cabo el ataque, a menos que regresara personalmente para cancelarlo. Rivera, cuyo cuerpo era ahora polvo radiactivo, pero cuyo nombre estaba presente siempre que pasaba lista una unidad de la Patrulla.

Su padre todavía estaba hablando:

–Claro, la Patrulla tiene que patrullar este continente del mismo modo que patrulla todo el sistema. No sería correcto, pero por lo demás, no hay razón para asustar a las mujeres con un imposible.

–Prefiero no hablar de esto, papá.

Matt miró su reloj y calculó cuanto tardaría el Nueva Luna en llegar a Estación Tierra. Deseó poder dormir, como los otros. Ahora estaba seguro de qué fue lo que le hizo cambiar de opinión acerca de dimitir y permanecer en Des Moines. No era el deseo de emular a Rivera. No, era una acumulación de cosas… que se sumaban en una sola idea: que el pequeño Mattie no vivía ya allí.

Durante las primeras semanas que siguieron al permiso, Matt estaba demasiado ocupado para sentirse preocupado. Tenía que regresar a aquella tortura cotidiana, con más cosas que estudiar y menos tiempo para hacerlo. Ahora, estaba en la lista de guardia de los cadetes, y tenía más horas de laboratorio, tanto en electrónica como nucleónico. Además, compartía con los otros veteranos la responsabilidad de educar a los cadetes novatos. Antes del permiso, normalmente había tenido las veladas libres para estudiar, ahora, tres noches por semana, tenía que instruir a los jóvenes en astrogación.

Empezaba a pensar que tendría que renunciar al polo espacial, cuando se vio elegido como capitán del equipo del Callejón del Puerco. Entonces, estuvo más ocupado que nunca. Prácticamente no penso en ningún problema abstracto, hasta la siguiente sesión con el Teniente Wong.

–Buenas tardes – dijo su instructor -. ¿Cómo va tu clase de astrogación?

–Oh, resulta extraño estar enseñándola en lugar de suspenderla.

–Por eso tienes que darla: porque todavía te acuerdas de lo que le confundía y el porqué. ¿Cómo va la atómica?

–Bueno… supongo que me las arreglaré, pero nunca seré un Einstein.

–Me sorprendería si lo fueras. De todas formas, ¿cómo te va? – Wong esperó.

–Bien, supongo. ¿Sabe, señor Wong? Cuando me fui de permiso no tenía intención de regresar.

–Ya me lo imaginaba. Aquello de la Infantería de marina del espacio era, simplemente, tu manera de escurrir el bulto, intentando evitar tu verdadero problema.

–Oh, dígame, señor Wong, sin rodeos: ¿Es usted un oficial de Patrulla regular, o un psiquiatra?

Wong casi sonrió.

–Soy un oficial de Patrulla regular, Matt, pero he sido entrenado especialmente para este trabajo.

–Oh, ya veo. ¿Qué era de lo que yo me escapaba?

–No lo sé. Tú dirás.

–No sé por dónde empezar.

–Cuéntame tu permiso, entonces. Disponemos de toda la tarde.

–Sí, señor – Matt empezó a divagar, contando todo lo que podía recordar -. De modo que ya ve – dijo al fin -, fueron muchas cosas. Estaba en casa, pero era un extraño. No hablábamos el mismo idioma.

Wong se rió entre dientes.

–No me río de ti – se disculpó -. No es divertido. Todos pasamos por esto, el descubrimiento de que no hay forma de volver. Forma parte de nuestro crecimiento; pero, con los hombres del espacio, el proceso es particularmente agudo y salvaje.

Matt meneó la cabeza.

–Ya me he hecho a la idea de esto. Pase lo que pase no volveré, no para quedarme. Puede que vaya al servicio mercante, pero permaneceré en el espacio.

–No vas a fallar a estas alturas, Matt.

–Quizá no, pero todavía no sé si la Patrulla es el lugar para mí. Esto es lo que me preocupa.

–Bien, ¿puedes explicarte?

Matt lo intentó. Narró la conversación con su padre y su madre, que tanto les había preocupado.

–Es eso. Si llega un momento decisivo, se supone que debo bombardear mi pueblo natal. No estoy seguro de poder hacerlo. Quizá no pertenezco a esta organización.

–No es posible que tal cosa suceda. Tu padre tenía razón.

–Esta no es la cuestión. Si un oficial de la Patrulla sólo es leal a su juramento, cuando no se interponen sus asuntos por medio, entonces el sistema entero se derrumba.

Wong esperó antes de replicar.

–Si la idea de bombardear a tu pueblo y a tu familia no te preocupara, te echaría de esta nave en menos de una hora, pues serias un hombre extremadamente peligroso. La Patrulla no espera que un hombre tenga una perfección divina. Dado que los hombres son imperfectos, la Patrulla actúa sobre un principio de riesgo calculado. La posibilidad de que surja una amenaza al Sistema en tu ciudad natal es mínima. Y la de que seas destinado a llevar a cabo ese ataque es igual de pequeña… puede que estés en Marte. Si consideras las dos posibilidades en conjunto, obtendrás prácticamente un cero.

»Pero si tuvieras tan mala suerte, lo más probable es que tu oficial superior te encerrara en tu habitación, antes de correr un riesgo contigo.

Matt todavía parecía preocupado.

–¿No estás satisfecho? – continuó Wong -. Matt, tú padeces la enfermedad de la juventud: esperas que los problemas morales tengan respuestas agradables, netas y claras. Supón que te relajas, y dejas que yo me preocupe de si tienes o no los requisitos necesarios. Oh, algún día te verás metido en un lío y sin nadie a tu alrededor para darte la respuesta adecuada. Pero soy yo quien tengo que decidir si puedes o no dar esta respuesta, cuando se presente el problema… ¡Y todavía no Sé cuál va a ser tu problema! ¿Te gustaría estar en mi sitio?

Matt sonrió tímidamente.

–No me gustaría.


XI


N.C.P. AES TRIPLEX

Oscar, Matt y Tex estaban juntos en la sala común, poco antes de la comida, cuando entró Pete. Caramboleó, literalmente, en el marco de la puerta pasó silbando, gritando:


–¡Hey, amigos!

Oscar le cogió del brazo, mientras el otro rebotaba de la pared interior.

–Apaga tu propulsor y aterriza. ¿Cuál es el motivo de este jaleo?

Pete se dio la vuelta y se les encaró:

–¡La nueva lista de «aprobados» está puesta en el tablón!

–¿Quién está en ella?

–No sé, solamente lo he oído decir. ¡Vamos!

Le siguieron, Tex se puso frente a Matt y dijo:

–No sé porque me pongo a sudar, no estaré en la lista.

–¡Pesimista!

Salieron del Callejón del Puerco, pasaron por tres cubiertas y siguieron adelante. Había un grupo de cadetes reunidos alrededor del tablón de anuncios, cerca de la oficina de guardia. Se unieron a ellos.

Pete descubrió su nombre enseguida.

¡Mira! – el párrafo decía -. Armand, Pierre. Destino temporal en N.C.P. Charles Wain, presentarse en Estación Tierra con destino a Leda, Ganímedes. Esperará allí nuevas órdenes.

–¡Mira! – repitió -. ¡Me voy a casa: a esperar órdenes!

Oscar tocó su espalda:

–Felicidades, Pete. Es estupendo. Ahora, si fueras tan amable de sacar tu cadáver del camino…

Matt dijo en voz alta:

–¡Estoy!

–¿Qué nave? – preguntó Tex.

–La Aes Triplex.

Oscar se dio la vuelta.

–¿Qué nave?

–Aes Triplex.

–Matt… es mi nave. ¡Somos compañeros de nave, chico!

Tex se apartó desconsolado:

–Como lo había dicho no hay ningún «Jarman». Estaré aquí cinco, diez, quince años, viejo y canoso. Prometedme que me escribiréis en mi cumpleaños.

–Anda, Tex, lo siento… – Matt intentó tragar su propio regocijo.

–Tex, ¿has mirado la segunda parte de la lista? – preguntó Pete.

–¿Qué segunda parte? ¿Dónde?

Pete la señaló. Tex entró de nuevo en la muchedumbre: en un momento reapareció.

–¿Qué os parece? ¡Me aprobaron!

–Probablemente no querrán exponer otra promoción de novatos a tu influencia. ¿Qué nave?

–N.C.P. Oak Ridge. ¡Eh! Tú y Oscar tenéis la misma nave.

–Sí, la Aes Triplex.

–Esto es discriminación, ya lo creo. Bueno, venga, llegaremos tarde para la comida.

Se encontraron con Girard Burke en el pasillo. Tex le paró.

–No tienes que ir a ver, pegajoso. Tu nombre no está en la lista.

–¿Qué lista? ¡Oh! ¿quieres decir la lista de «Aprobados»? No me molestéis niños, habláis con un hombre libre.

–¿Así que te echaron al final?

–¡Qué divertido¡ Aceptaron mi renuncia que entra en vigor hoy mismo. Voy a trabajar con mi padre.

Construyendo chatarra espacial, ¿eh? No te envidio.

–No, empezamos un comercio de exportación, con nuestras propias naves. La próxima vez que me veáis, acuérdate de llamarme «Capitán» – se fue.

–¡Vaya si le voy a llamar «capitán»! – murmuró Tex.

–Apuesto a que renunció porqué se lo pidieron.

–Tal vez no – dijo Matt -. Girard tiene un carácter muy retorcido. Bien, espero que no lo volveremos a ver.

–No lo voy a echar en falta.

Después de la comida, no encontraban a Tex. Se presentó casi dos horas más tarde.

–Lo conseguí, chocadla con vuestro compañero de nave.

–¿En serio?

-¡Y tan en serio! Primero localicé a Dvorak y le convencí de que le convendría más una nave en la Patrulla circunterrestre que la Aes Triplex, para que pudiera ver a su chica más a menudo. Después fui a ver al Comandante y le dije que vosotros dos, chicos, os habíais acostumbrado a mis consejos y que estabais perdidos sin mí. Y nada más. El comandante apreció la sabiduría de mis palabras, y aceptó el cambio con Dvorak.

–Apuesto que no fue por eso – contestó Matt -. Probablemente quería que yo continuara cuidándote.

Tex puso una expresión extraña.

–¿Sabes, Matt que no estás tan lejos de la verdad?

–¿Qué dices…? Estaba bromeando.

–Lo que me dijo fue que pensaba que el Cadete Jensen tendría una buena influencia sobre mí. ¿Qué te parece, Oscar?

Oscar lanzó un bufido.

–Si he llegado al punto en que ejerzo una buena influencia sobre cualquiera, me ha llegado también la hora de cultivar nuevos vicios.

–Me encantaría ayudarte.

–No quiero tu ayuda, quiero la de tu tío Bodie. ¡Ése sí que es un hombre de mundo!

Tres semanas más tarde, en la Base Luna, Oscar y Matt estaban instalándose en su camarote de la Aes Triplex. Matt no se sentía muy bien, pues la noche anterior en la Colonia Tycho se habían acostado tarde, tras irse de juerga. Habían cogido el último vuelo del transbordador hacia la Base Luna.

Sonó el interfono de su cuarto y Matt contestó para no escuchar aquel chillido:

–¿Sí? Cadete Dodson al habla.

–Oficial de Guardia. ¿Está Jensen también ahí?

–Sí, señor.

–Preséntense los dos al Capitán.

–Sí, señor – Matt miró a Oscar con preocupación.

–¿Qué voy a hacer, Os? El resto de mis uniformes está en la sastrería de la base, y el que llevo parece que haya dormido con él.

–Lo hiciste. Toma uno de los míos.

–Gracias, pero me sentarían como un par de calcetines a un gallo. ¿Crees que tengo tiempo de ir corriendo a buscar los míos, limpios?

–Lo veo difícil.

Matt se rascó la barbilla.

–Tendría que afeitarme, de todas maneras.

–Mira – dijo Oscar -. Si no me equivoco al juzgar a los capitanes, será mejor que aparezcas en cueros y con una barba hasta aquí, que hacerle esperar. Vamos.

La puerta se abrió y Tex introdujo la cabeza.

–Eh, ¿os han llamado para presentaros al Viejo?

–Sí. Tex, ¿me puedes dejar un uniforme?

Tex podía. Matt cruzó el pasillo hacia el pequeño camarote de Tex, y se cambió. Se apretó fuertemente el cinturón arregló las arrugas y esperó que todo fuese bien. Los tres se fueron hacia el camarote del Capitán.

–Me alegro no tener que presentarme solo – anunció Tex -. Estoy nervioso.

–Cálmate – le aconsejó Oscar.

–Se dice que el Capitán McAndrews es un tipo muy humano.

–¿No te has enterado? McAndrews no está de servicio, se rompió el tobillo. En el último minuto el Departamento mandó el capitán Yancey para dirigir la expedición.

–¡Yancey! – Oscar dejó escapar un silbido. ¡Oh, santo cielo!

–¿Qué pasa, Oscar? – inquirió Matt -. ¿Le conoces?

–Mi padre le conocía. Papá tenía la con trata de aprovisionamiento de alimentos frescos al puerto de New Auckland, cuando Yancey, entonces el Teniente Yancey, era jefe de puerto…

Se detuvieron frente a la cabina del comandante.

–Esto debería enchufarte.

–¡Ni hablar! No se llevaban bien.

–Me pregunto si hice bien – reflexionó Tex, preocupado, cuando me las arreglé para que me cambiaran de la Oak Ridge.

–Es demasiado tarde para preocuparte. Bueno, creo que tendríamos…

Oscar se interrumpió, puesto que la puerta de enfrente se abrió de repente, y se encontraron frente al Comandante. Era alto, de hombros anchos, caderas estrechas, y tan guapo que parecía un actor de televisión en el papel de un oficial de la Patrulla.

–¿Y bien? – les espetó. No se queden charlando en mi puerta, ¡entren!

Entraron en fila, silenciosos. El Capitán Yancey se sentó frente a ellos, y los examinó uno a uno.

–¿Qué les pasa, caballeros? – dijo al fin -. ¿Se han quedado sin habla?

Tex pudo hablar.

–Se presenta el cadete Jarman, mi Capitán – los ojos de Yancey pasaron rápidamente hacia Matt.

Matt se mojó los labios:

–Cadete Dodson, señor.

Cadete Jensen, señor, presentándose según órdenes.

El oficial miró a Oscar atentamente entonces le habló en venusiano:

-¿Acaso estas orejas perciben algún eco del lenguaje del Hermoso Planeta?

–Es verdad, venerable y sabio anciano.

–Nunca pude soportar esta manera de hablar tan tonta – comentó Yancey, volviendo al básico. No le preguntaré de dónde es, pero… ¿está su padre en el jaleo de los víveres?

–Mi padre es mayorista en alimentación.

–Me lo pensaba – el Capitán continuó mirándole unos momentos, y después se dirigió a Matt.

–Ahora, señor, ¿a qué viene esta mascarada? Parece un refugiado de una nave de emigrantes.

Matt buscó una explicación, pero Yancey le interrumpió:

–No me interesan las excusas. Quiero una nave perfecta. Recuérdelo.

–Sí, señor.

El Capitán se arrellanó en su silla y encendió un cigarrillo.

–Ahora, caballeros, seguro que se están preguntando el porqué les hice venir. Debo admitir que sentía un poco de curiosidad por ver el tipo de producto que la vieja escuela produce ahora. En mis tiempos, era un verdadero curso para hombres de pelo en pecho, y no se aceptaban disparates. Pero ahora veo que los psicólogos han tomado la dirección y que las viejas reglas han cambiado del todo.

Se inclinó y clavó sus ojos en Matt.

–Aquí no han cambiado, caballeros. En mi nave las viejas reglas continúan en pie.

Nadie le contestó. Yancey esperó y después continuó:

–Las reglas establecen que tienen que hacer una visita de cortesía a su comandante, antes de que pasen veinticuatro horas después de la llegada a una nueva nave o destino. Por favor, consideren que esta visita de cortesía ha empezado. Siéntense, caballeros. Señor Dodson, encontrará café allá a su izquierda. ¿Me haría el favor de servirlo?

Cuarenta minutos más tarde se fueron, bastante aturdidos. Yancey había demostrado que podía entretenerlos de la manera más encantadora y había dado muestras de un ingenio caluroso y peculiar y de un cierto talento para contar anécdotas. Matt decidió que le gustaba.

Pero cuando salían, Yancey echó un vistazo a su reloj y dijo:

–Le veré más tarde, señor Dodson, dentro de quince minutos.

Una vez fuera, Tex preguntó:

–¿Por qué te quiere ver, Matt?

–¿No te lo imaginas? – contestó Oscar -. Mira, Matt, voy a ir al sastre por ti, pues no puedes ir allá y afeitarte, en quince minutos.

–Eres mi salvador, Os.


La N.C.P. Aes Triplex despegó de la Base Luna trece horas más tarde en una trayectoria pensada para trazar una órbita elíptica con su extremo lejano en el cinturón de asteroides. Sus órdenes eran buscar a la nave perdida N.C.P. Pathfinder.

La Pathfinder había sido encargada de levantar, por radar, el mapa de un sector del cinturón de asteroides, para la Oficina Uranográfica de la Patrulla. Su misión la habla llevado fuera del alcance de la típica radio de nave, sin embargo, hubiera tenido que comunicarse por radio hacía casi seis meses, en el momento en que hubiera tenido que acercarse a la conjunción con Marte. Pero la Estación Deimos, sita en el satélite de Marte, no había podido descubrir a la Pathfinder, por lo que se suponía que estaba perdida.

La posible localización de la Pathfinder se hallaba en una zona movediza en el espacio, calculada por geometría, balística, las características de la nave, su misión y su última localización, recorrido y velocidad. Esta zona estaba dividida en cuatro sectores y la Aes Triplex tenía que explorar un sector mientras las otras tres naves de la Patrulla cubrían los demás sectores. La tarea común fue llamada «Operación Samaritano», pero cada nave actuaba independientemente, puesto que estarían demasiado alejadas para ser dirigidas como una fuerza conjunta.

Durante la exploración las naves continuarían la misión de la Pathfinder, hacer un mapa del pedregal espacial que forma el cinturón de asteroides.

Además del comandante de la nave y de los tres cadetes, la tripulación de la Aes Triplex comprendía al Comandante Hartley Miller, oficial ejecutivo y astrogador, al Teniente Novak, ingeniero jefe, al Teniente Thurlow, oficial de bombardeo, al Teniente Brunn, oficial de comunicaciones, y a los Subtenientes Peters, Gómez y Cleary, ayudante de ingeniero y oficiales de guardia de las comunicaciones, respectivamente, y al cirujano de la nave, el doctor Pickering, que debía cuidar a los supervivientes, si es que se encontraba alguno.

La nave no llevaba infantes de marina, salvo si se quería considerar al doctor Pickering como a uno de ellos, pues técnicamente era miembro del estado mayor de la Infantería de Marina, y no miembro de la Patrulla. Todas las tareas de la nave correrían a cargo de los oficiales y los cadetes. Hubo un tiempo en el que hasta el último de los suboficiales de un regimiento de infantería tenía su asistente personal, pero los sirvientes son un lujo demasiado caro, en términos de combustible, de espacio y de alimentos, para poderlos llevar a través de millones de kilómetros del espacio. Además, el hacer algunas tareas manuales es un buen remedio para el aburrimiento, en la monotonía infinita del espacio; hasta la indeseable tarea doméstica de limpiar el cuarto de baño se hacía por turnos de toda la tripulación de la nave, de acuerdo con la costumbre, exceptuando al Capitán, el Oficial Ejecutivo y el Cirujano.

El Capitán Yancey asignó al Teniente Thurlow como oficial de instrucción, y éste, a su vez, creó los puestos de astrogador auxiliar, oficial ayudante de guardia de comunicación, ingeniero auxiliar, y oficial auxiliar de bombardeo, y coordinó una tabla de rotación entre estos puestos, casi innecesarios. Le tocaba también al señor Thurlow el hacer que Matt, Óscar y Tex utilizaran al máximo el proyector de estudio, al servicio de los cadetes.

El oficial Ejecutivo asignó otras tareas que no estaban relacionadas completamente con instrucción formal. Matt fue destinado a la «granja» de la nave. Puesto que los tanques hidropónicos proporcionaban a la nave tanto aire fresco como legumbres, era responsable del acondicionamiento del aire de la nave y compartía con el Teniente Brunn las tareas de la cocina de la nave.

Teóricamente, cada ración tomada a bordo de una embarcación de la Patrulla está precocinada y lista para comer tan pronto como se descongela y calienta a alta frecuencia, durante los segundos, marcados claramente sobre el paquete. De hecho, a muchos oficiales de la Patrulla les encaprichaba actuar como cocineros. El señor Brunn era uno de éstos, y sus resultados justificaban sus presunciones: la Aes Triplex tenía una buena mesa.

Matt se dio cuenta de que el señor Brunn no sólo esperaba de la «granja» el que las plantas verdes se alimentaran con bióxido de carbono del aire y lo cambiaran por oxígeno; el oficial de cocina quería cebolletas verdes pequeñas, menta fresca y fragante, tomates, coles de Bruselas, patatas nuevas. Matt empezó a preguntarse si no le hubiera resultado más fácil quedarse en Iowa y plantar maíz.

Cuando empezó su trabajo como oficial de acondicionamiento del aire. Matt no estaba seguro de como se medía el bióxido de carbono, pero al poco tiempo ya hacía exámenes de las disoluciones de cultivo y añadía cápsulas de sal con la seguridad y la rapidez de un veterano, gracias a Brunn, y al carrete n. 62A8134 del fichero de la nave: «Hidroponia Simplificada para Naves del Espacio, con Tablas de cultivo y Fórmulas Adicionales». Empezó a gustarle cuidar de su «granja».

Hasta que los humanos dejen de comer, las naves espaciales deberán llevar, en los largos recorridos, unos trescientos kilos de comida por hombre y por ano. Las plantas verdes que crecían en el acondicionador de aire de la nave permitían al oficial de víveres el no estar tan condicionado por este límite puesto que las plantas cultivadas utilizaban las mismas materias primas para sus ciclos: aire, dióxido de carbón, y agua, repetidas veces, añadiendo solamente cantidades bastante pequeñas de ciertas sales como el nitrato potásico, el sulfato ferroso y el fosfato de calcio.

La economía equilibrada de una nave del espacio se parece a la de un planeta, la energía se utiliza para hacer funcionar los ciclos, pero las mismas materias primas se utilizan repetidas veces. Puesto que el bistec y muchos otros alimentos no pueden ~r cultivados convenientemente a bordo de la nave, tienen que llevarse algunos alimentos, y la nave va acumulando basuras, papel de desecho, y otros desperdicios. Teóricamente, esto podría ser tratado de nuevo, aprovechando en los ciclos de la economía biológica equilibrada, pero en la práctica resulta demasiado complicado.

Sin embargo, toda masa puede ser utilizada en una nave de motor atómico, si se quiere, como masa de reacción para alimentar el cohete. Las materias radiactivas en la pila de energía de una nave de motor atómica no se utilizan en gran cantidad, pero calientan a otras materias hasta temperaturas extremas y las expelen por el tubo del cohete a velocidades muy altas, como si fueran un chorro de «vapor».

Aunque los nabos y similares pueden ser utilizados en el reactor, la utilidad primaria de la «granja» es la de sacar el dióxido de carbono del aire. Para esto cada hombre de la nave tiene que estar en equilibrio con unos nueve metros cuadrados de hojas de plantas verdes. El Teniente Brunn, con su demanda continua de variedad en los alimentos frescos, hacía que normalmente Matt tuviera demasiados cultivos al mismo tiempo, el aire de la nave se oxigenaba demasiado y las plantas empezaban a morir por falta de bióxido de carbono para alimentarse. Matt tenía que observar cuidadosamente el nivel del C02 y algunas veces aumentarlo, quemando papeles de desperdicios o recortes de plantas.

Brunn guardaba un suministro de semillas en su cuarto. Matt fue allí un «día» (según el tiempo de nave) para sacar semillas de melón persa y empezar una cosecha. Brunn le indicó que se sirviera. Matt buscó revolviéndolo todo y dijo:

–Por todos los… Mire esto, señor Brunn.

–¿Qué? – el oficial miró el paquete que tenía Matt. En la parte exterior estaba marcado: «Semillas, melón persa, variedad gigante, stock n." 12 04728 a», y dentro del sobre decía: «Semillas, pensamientos, variedad gigante».

Brunn hizo un gesto con la cabeza.

–Que te sirva de lección, Dodson. Nunca te fíes de un almacenero, o acabarás a medio camino de Plutón con una caja de cardos astigmáticos, cuando tú habías pedido cartas astronómicas.

–¿Con qué lo voy a sustituir? ¿Con melones pequeños?

–Vamos a plantar sandías. Al Viejo le gusta la sandía.

Matt se fue con semillas de sandía, pero también se llevó las de pensamiento.

Ocho semanas más tarde ideó una especie de florero cubriendo un bol de la cocina con la misma hoja de celulosa esponja que se utilizaba para impedir que las soluciones en su granja flotaran por el compartimento durante la caída libre. Llenó su florero de agua, colocó dentro su última cosecha y lo puso en el centro de la mesa del comedor.

El Capitán Yancey sonrió sinceramente cuando llegó para cenar y vio el bonito ramo de pensamientos.

–Bueno, caballeros – aplaudió -. Esto es precioso ¡Todo el confort de una casa!

Miró a lo largo de la mesa, hacia Matt.

–¿Supongo que tenemos que darle las gracias por esto, señor Dodson?

–Sí, señor – Matt se puso colorado hasta las orejas.

–Una bonita idea. Caballeros, propongo que le quitemos al señor Dodson el plebeyo título de «granjero» y que le designemos como «extraordinario horticultor», ¿de acuerdo? – hubo nueve «sí» y un fuerte «no» del Comandante Miller. En otra votación, propuesta por el Ingeniero Jefe, se pidió al Oficial Ejecutivo que acabara su comida en la cocina.

El Teniente Brunn explicó la equivocación que había dado lugar al jardín de flores. El Capitán Yancey frunció el entrecejo.

–Naturalmente, habrá comprobado el resto de sus existencias de semillas, señor Brunn.

–Oh, no señor.

–Entonces, hágalo – el Teniente Brunn se dispuso a abandonar la mesa -. Después de la cena – añadió el Capitán.

Brunn se quedó en su sitio.

–Me recuerda algo que me ocurrió cuando era ‹granjero» en la vieja Percival Lowell, la que había antes que ésta – continuó Yancey. Habíamos llegado al Polo Sur de Venus y nos las arreglamos de tal manera que teníamos una infección por virus, un tipo de orín, en la «granja»… ¡No se muestre arrogante, señor Jensen, un día fracasará en un planeta que no conozca!

–¿Yo, señor? ¡No me mostraba arrogante!

–¿No? ¿Estaba sonriendo a los pensamientos, acaso?

–Sí, señor.

–¡Humm! Como decía, cogimos esta infección de orín y unos diez días más tarde no tenía más granja que la que pueda tener un esquimal. Limpié completamente el sitio, lo esterilicé y planté otra vez. La historia se repitió. La infección estaba en todas partes de la nave y no podía sacarla. Acabamos este viaje con alimentos en conserva y raciones pequeñas y no tuve permiso de comer a la mesa en todo el resto del viaje – se sonrió a sí mismo, después llamó hacia la puerta de la cocina -. ¿Cómo va todo por allá, Red?

El Oficial Ejecutivo apareció en la puerta, una cuchara en la mano, un plato cubierto en la otra.

–Muy bien – contestó en voz baja -. Acabo de comerme su postre, Capitán.

El Teniente Brunn gritó:

–¡Eh! ¡Comandante! ¡Basta! ¡No lo haga! Esas bayas son para el desayuno.

–Demasiado tarde – el Comandante Miller se limpió la boca.

–¿Capitán?

–Sí, Dodson.

–¿Qué hizo a propósito del acondicionamiento de aire?

–Bueno, señor, ¿qué hubiera hecho usted?

Matt lo consideró.

–Bueno, señor, hubiera improvisado algo para sacar el C02 del aire.

–Exactamente. Saqué todo el aire de un compartimento vacío, me puse el traje de vacío y perforé un par de huecos hacia fuera. Después monté un sistema de tuberías para sacar todo el aire viciado al lado oscuro de la nave a través de un alambique fraccionado: primero helaba toda el agua, después helaba el bióxido de carbono. Lo que molestaba era que se helaba todo en una masa sólida y que tenía que repararlo. Pero funcionó lo bastante bien como para llevarnos a casa – se levantaron de la mesa -. Hartley, si ha acabado de hacer porquerías, vamos a repasar ese plano de los meteoros. Tengo una idea.

La nave se acercaba a la órbita de Marte y pronto se encontraría en la zona, comparativamente peligrosa, de los asteroides y de su acompañamiento de objetos a la deriva en el espacio. Matt estaba de turno, como astrogador auxiliar, pero continuaba con su oficio de granjero de la nave. Tex fue a verle un día en su compartimento de hidroponía.

–¡Oye, simiente de heno!

–El heno lo serás tú.

–¿Ya has arado las tierras del Sur? Parece que va a llover – Tex pretendía estudiar las luces oscilantes, utilizadas para estimular el crecimiento de las plantas, luego apartó la mirada -. No importa, estoy aquí de negocios. El Viejo quiere verte.

–Bueno, por el amor de Dios. ¿Por qué no lo dijiste antes, en vez de gastar saliva en vano? – Matt dejó lo que estaba haciendo y comenzó corriendo a ponerse el uniforme. Por el calor y la humedad en la ‹'granja», Matt trabajaba habitualmente totalmente desnudo, tanto por el confort como para resguardar sus vestidos.

–Bueno, te lo dije, ¿verdad?

El Capitán estaba en su cabina.

–Cadete Dodson, señor.

–Ya lo veo – Yancey levantó una hoja de papel.

–Dodson, acabo de escribir una carta al Departamento, para que sea transmitida tan pronto como entremos en contacto por radio, recomendando que planten flores en cada nave, para alzar los ánimos. Se le dará el mérito de autor de la idea.

–Eh… gracias señor.

–De nada. Cualquier cosa que alivie el tedio, el aburrimiento, la aridez de la vida en el espacio profundo es interesante para la Patrulla. Ya tenemos bastante gente a la que le da la locura del espacio. Las flores son consideradas buenas para los psicópatas, en la Tierra; tal vez harán que los hombres del espacio no se vuelvan chiflados. Pero basta ya de esto. Tengo que preguntarle algo.

–¿Sí, señor?

–Quiero saber por qué demonios pierde el tiempo plantando pensamientos, cuando va retrasado en los estudios.

Matt no supo que decir.

–He estudiado los informes que el señor Thurlow me manda y encontré que el señor Jensen y el señor Jarman están más adelantados que usted. En las últimas semanas le han dejado muy atrás. Es bueno tener aficiones, pero su trabajo es estudiar.

–Sí, señor.

–He calificado su rendimiento como insatisfactorio para este trimestre, tiene el próximo para recuperar el retraso. ¿Ya ha decidido que va a hacer ahora?

Matt se devanó los sesos y al fin se dio cuenta dé que el Capitán había cambiado de tema, y hablaba de ajedrez. El y Matt estaban luchando para conseguir el primer puesto en el torneo de la nave.

–Oh, sí, señor, decidí comerme el peón.

–Lo pensaba – Yancey se volvió y Matt oyó las piezas moverse, mientras el Capitán estudiaba la jugaba sobre su propio tablero de ajedrez -. ¡Espere y verá lo que le va a pasar a su reina!

La velocidad de los asteroides, guijarros volantes, rocas, arena y objetos a la deriva en el espacio, que infestan el área entre Marte y Júpiter, varía entre veintidós kilómetros 'por segundo, cerca de Marte, hasta doce kilómetros por segundo, cerca de Júpiter. Las órbitas de ese basurero volador están irregularmente inclinadas sobre el plano de la eclíptica en un promedio de unos nueve grados, y algunas de las órbitas son, además, bastante excéntricas.

Todo esto significa que una nave sobre una órbita circular, dirigida hacia el «este» o con el tráfico, pueda esperar la posibilidad de colisiones en rozamiento a velocidades relativas de unos tres kilómetros por segundo, con choques remotamente posibles al doble de dicha velocidad.

Tres kilómetros por segundo es aproximadamente el doble de la velocidad en la boca de un buen fusil deportivo. En lo que concierne a los objetos, arena y gravilla, la Aes Triplex estaba construida para resistirías. Antes de que la nave llegara a la zona peligrosa, se hizo un trabajo conjunto, todos con sus trajes de vacío: se aseguraron segmentos blindados, espesos como el casco de la nave, sobre las portillas de cuarzo, dejando expuestos solamente los ojos de los instrumentos astrogacionales y las antenas del radar.

Para protegerse de cosas más grandes, el Capitán Yancey montó una vigilancia de meteoros mucho más estricta de lo que es necesario en la mayor parte del espacio. Ocho radares escudriñaban todo el espacio en una esfera de 360. La única condición necesaria para colisión es que el otro objeto mantenga un rumbo fijo, no se necesita ningún cálculo extraordinario. Lo único que se necesita, pues, para evitar la colisión es cambiar la propia velocidad, en cualquier dirección y cualquier cantidad. Tal vez es el único caso en el cual la teoría del pilotar es simple.

El Comandante Miller colocó los cadetes y los subtenientes en continua guardia, examinando cuidadosamente los radarscopios de vigilancia de meteoros. Aunque un ojo humano no notase un objeto e~ rumbo fijo, los radares lo «verían», puesto que estaban montados de modo que, si se encendía un ‹blip» y permanecía fijo en un sitio de la pantalla, indicando un rumbo fijo, sonaría una alarma y el oficial de guardia encendería el reactor, muy, muy rápidamente.

Sin embargo, el cinturón de asteroides también es, naturalmente, un espacio muy vacío. Las probabilidades de no colisionar contra cualquier cosa más importante que un grano de arena eran muchas. La única diferencia en la Aes Triplex, aparte del aumento de trabajo para los oficiales más jóvenes, era una orden de la nave, obligando a todos a atarse mientras dormían, en vez de flotar suelta y confortablemente, para que el durmiente no se rompiera el cuello, en caso de que hubiera una aceleración imprevista.

La N.C.P. Aes Triplex estaba provisto de dos naves auxiliares, metidas en pequeños hangares. Eran de un tipo bastante corriente, de alcance corto, y con motor químico, sólo que tenían un radar de exploración tan potente como los de la nave.

Cuando llegaron al área de exploración se designó un piloto y un copiloto para cada navecilla y también una segunda tripulación, puesto que cada cohete tenia que quedarse fuera de la nave una semana seguida, luego cambiar de tripulación y salir otra vez.

Los Tenientes Brunn, Thurlow y Novak y el Subteniente Peters fueron designados como pilotos. Un cadete fue asignado a cada teniente y el Subteniente Gómez fue asociado al Subteniente Peters. Matt estaba con el Teniente Thurlow.

El doctor Pickering se encargó de la comida. Quedaba el Subteniente Cleary como comodín, el hombre que hace todo, lo que era imposible, puesto que las guardias contra meteoros y de exploración tenían que continuar. En consecuencia, las dos tripulaciones que no estaban en el espacio tenían que ayudar, durante su semana de descanso.

Cada lunes, la nave colocaba los cohetes auxiliares en sitios desde donde las tres embarcaciones cubrirían el mayor espacio posible, sin que sus áreas de exploración se cruzaran. La colocación estaba hecha por la nave principal, de modo que la navecilla tuviera los tanques llenos en el desgraciado caso de que no fuera recogida y así tuviera bastante combustible como para ponerse en órbita hacia los planetas interiores, si era necesario.


XII


N.C.P. PATHFINDER

Matt se llevó algunos carretes de estudio en su primera semana de búsqueda, con la intención de ponerlos en el diminuto visor, con auriculares, de la navecilla. No tuvo muchas oportunidades: de cada ocho horas, tenía que pasar cuatro con los ojos pegados a las pantallas de investigación. En las otras cuatro que le quedaban, tenía que dormir, comer, atender a otras obligaciones, y, si le era posible, estudiar.


Además de esto, al Teniente Thurlow le gustaba hablar.

El oficial de bombardeo estaba esperando un destino en la Tierra para realizar estudios de posgraduado, al final del crucero.

–Y entonces, tendré que decidirme, Matt. Me quedo y hago del estudio de la física una ocupación, o renuncio y me dedico a investigación.

–Depende de lo que quieras hacer.

–Trivial, pero cierto. Creo que quiero 'ser un científico, con dedicación total, pero, al cabo de unos años, la Patrulla se convierte en tu padre y tu madre. No sé. Esta masa rocosa se está acercando a nosotros… puedo verla ahora por la portilla.

–¿Si, eh? – Matt se inclinó hacia adelante hasta que también él pudo ver aquella piedra que Thurlow había estado observando por radar. Tenía una forma irregular, un conglomerado de brillante sol y brusca, oscura sombra.

–Señor Thurlow – dijo Matt -, mire por el centro. ¿No le parece que es una estriación?

–Podría ser. Se han recogido algunas muestras que eran, sin lugar a dudas, rocas sedimentarias. Fue la primera prueba de que los asteroides fueron un planeta, ¿sabes?

–Creía que las integraciones de Goodman eran la primera prueba.

–¡Que va, estás equivocado! Goodman no pudo verificarlo hasta que se construyó el gran computador de balística en la Estación Tierra.

–Ya lo sabía, pero supongo que lo entendía al revés.

La teoría de que, en algún tiempo, los asteroides habían sido un planeta sito entre Marte v Júpiter, fue negada durante muchos años, porque sus órbitas no indicaban ninguna interrelación, es decir, si el planeta hubiera volado en pedazos, las órbitas deberían intersecarse en el punto de la explosión. El profesor Goodman, utilizando el computador gigante, había demostrado como la falta de relación había sido causada, a través de los años, por las perturbaciones de la actuación de los otros planetas sobre los asteroides.

Había calculado una fecha para el desastre, hacía unos quinientos millones de años, y había calculado también que la mayor parte del planeta destruido se había escapado completamente del Sistema. Los escombros que tenían alrededor representaban, más o menos, un uno por ciento del planeta perdido.

El Teniente Thurlow midió la amplitud angular del fragmento, calculó su distancia por radar, y de la resultante supo, aproximadamente, su tamaño. La roca, grande como era, era demasiado pequeña para que valiera la pena investigar su órbita, fue simplemente incluida en el informe sobre objetos a la deriva en el espacio. Los objetos más pequeños nada más eran apuntados, mientras las colisiones con las pequeñas partículas estaban siendo contadas por un circuito electrónico conectado al casco de la navecilla.

–Lo que me molesta – continuó Thurlow- en el hecho de salir está aquí… Matt, ¿has notado la diferencia entre la gente de la Patrulla y la gente de fuera de la Patrulla?

–¡Vaya si la he notado!

–¿Cuál es la diferencia?

–¿La diferencia? Oh, caramba, nosotros somos hombres del espacio y ellos no. Creo que es cuestión de la medida del mundo de cada uno.

–En parte, pero no te dejes engañar por las simples medidas. Cien millones de kilómetros de espacio vacío no significan nada, si está vacío. No, Matt, la diferencia es más profunda. Le hemos dado a la raza humana cien años de paz, y ahora no queda nadie que se acuerde de la guerra. Han aceptado la paz y el confort como una manera de vivir normal. Pero no lo es. El animal humano tiene detrás de él millones de años de peligro, de hambre, y muerte, y el siglo pasado no es más que un parpadeo en su historia. Pero sólo la Patrulla parece darse cuenta de esto.

–¿Suprimiría la Patrulla?

–¡Oh cielos! No, Matt, me gustaría que hubiera alguna manera de hacer que la gente se diera cuenta de lo poco que nos separa de la jungla. Y otra cosa, también… – Thurlow sonrió tímidamente -. Me gustaría que entendiesen un poco lo que somos. Los criados a sueldo de los contribuyentes, eso es lo que piensan de nosotros.

Matt asintió.

–Piensan que somos algo así como un policía de tráfico. Hay un hombre en mi tierra que vende helicópteros de segunda mano, que me preguntó por qué los hombres de la Patrulla tenían que recibir una pensión cuando se jubilan. Dijo que él no habla podido sentarse y ponerse a descansar a los treinta y cinco años, y no veía por qué tenía que mantener a alguien que lo hiciese – Matt parecía asombrado. Al mismo tiempo, parecía alabar a la Patrulla, quería que su propio hijo fuera cadete. No lo entiendo.

–Eso es. Para ellos somos unos animales domésticos de primera clase, caros e inútiles, de su propiedad. No entienden que no se nos puede alquilar. El tipo de guardián que puedes alquilar vale tanto como el tipo de mujer que puedes comprar.

A la semana siguiente, Matt encontró tiempo para mirar lo que la biblioteca de la nave tenía sobre el tema del planeta destruido. No había gran cosa: estadísticas sin interés sobre el tamaño de los asteroides, fragmentos y partículas, datos sobre las órbitas y su distribución, los cálculos de Goodman resumidos. Nada de lo que quería saber: como ocurrió el desastre. No había nada, aparte de unas teorías bien presentadas.

Habló de esto con Thurlow, cuando salieron otra vez de patrulla. El Teniente se encogió de hombros.

–¿Qué esperabas, Matt?

–No sé, pero más que lo que encontré.

–Nuestra escala temporal no es la más adecuada para dejarnos aprender mucho. Supón que escoges uno de los carretes que has estudiado, éste – el oficial le enseñó uno, titulado «Estructuras sociales de los aborígenes marcianos»-. Ahora, supón que examinas un par de fotogramas en el medio. ¿Puedes reconstruir los miles y miles de fotogramas que vienen antes, simplemente por lógica?

–Naturalmente que no.

–Aquí tienes la situación. Si la raza logra arreglárselas para no volarse los sesos durante unos millones de años, tal vez empezaremos a encontrar algo. Hasta ahora, ni siquiera sabemos qué preguntas hacer

Matt se sentía descontento, pero no sabía que responder. Thurlow frunció las cejas.

–Tal vez no estamos hechos para hacer las preguntas adecuadas. ¿Conoces la idea del «doble mundo» de los marcianos?

–Desde luego, pero no la entiendo.

-¿Y quién la entiende? Olvidemos las suposiciones habituales de que un marciano habla con símbolos religiosos cuando dice que vivimos solamente de «un lado» mientras que él vive sobre los «dos lados». Supongamos que lo que quiere decir es tan real como la mantequilla y los huevos, que realmente vive en dos mundos al mismo tiempo, y que estamos en el mundo que considera insignificante. Si se acepta eso, se explica que los marcianos no quieren perder tiempo hablando con nosotros, o intentando explicarnos cosas. No es una fruslería, es razonable. ¿Perderías el tiempo intentando explicar los arcos iris a un gusano?

–No es lo mismo…

–Tal vez lo sea, para un marciano. Un gusano no puede ver, ni siquiera tener sentido de los colores. Si aceptas la realidad del «doble mundo», entonces, para un marciano, no tenemos los sentidos adecuados para poder hacer las preguntas correctas. ¿Por qué se van a molestar con nosotros?

La radio pidió atención. Thurlow la miró y dijo:

–Alguien llama, Matt. Mira quién es y dile que no estamos en casa.

–De acuerdo – Matt pulsó el interruptor y contestó -. Navecilla uno, Triplex, adelante.

–Triplex llamando – llegó la voz familiar del Subteniente Cleary -. Atentos para ser recogidos.

–¿Qué? ¡Déjese de bromas! Solamente hace tres días que estamos aquí.

–Atentos para ser recogidos, es una orden. La navecilla dos encontró la Pathfinder.

–¿Qué dices? ¿Ha oído esto, señor Thurlow? ¿Lo ha oído?

Era verdad, Peters y Gómez, en la otra navecilla, habían descubierto la nave perdida, casi por casualidad. La Pathfinder fue encontrada anclada a un asteroide pequeño, de un kilómetro y medio de ancho aproximadamente. Puesto que era un cuerpo cartografiado, el número 1987 CD, la tripulación de la nave le había prestado poca atención, hasta que su rotación llevó a la Pathfinder a la vista.

El Capitán Yancey lo había pensado bien y había decidido recoger a Thurlow y Dodson, antes de reunirse con la segunda navecilla. Cuando estuvieron dentro, el Aes Triplex se adelantó hacia 1987 CD e igualaron órbitas. El Subteniente Peters había decidido gastar un poco de su combustible de escape y también había igualado las órbitas.

Matt se impacientaba mientras la segunda navecilla era llevada dentro. No podía ver nada, puesto que las portillas estaban cubiertas, y por el momento no tenía tarea asignada. Después, con enloquecedora deliberación, el Capitán Yancey aseguró su nave a la Pathfinder, tirándole un cabo, que fue llevado- por el Subteniente Gómez. El resto de la tripulación de la nave estaba reunida en la sala de control. Tex y Matt aprovecharon la oportunidad para hacer preguntas al Subteniente Peters.

–No puedo decirles mucho – les informó -. Desde fuera parece intacta, pero la puerta de la cámara de descompresión está abierta.

–¿Hay posibilidad de que haya alguien vivo dentro? – preguntó Tex.

–Es posible, pero poco probable.

El Capitán Yancey miró alrededor.

–Cállense – ordenó -. Esto es una sala de control, no un club social.

Cuando hubo terminado, ordenó a Peters y Gómez que fueran con él, los tres se vistieron y salieron de la nave.

Estuvieron fuera una hora, más o menos, y cuando volvieron el Capitán les llamó a todos al comedor.

–Siento decirles, caballeros, que ninguno de nuestros compañeros vive.

Continuó tristemente:

–No tengo muchas dudas sobre lo que ocurrió. La puerta exterior blindada estaba abierta, e intacta. La puerta interior había sido atravesada por un proyectil del tamaño de mi puño, produciendo una descompresión explosiva en los compartimentos contiguos. Aparentemente, tuvieron la inmensa mala suerte de que les entrara un meteoro en la nave por la puerta, exactamente cuando se abrió ésta.

–Espere un momento, Jefe – objetó Miller -. ¿Estaban abiertas todas las puertas herméticas de la nave? Una roca no debiera haber podido hacer esto.

–No hemos podido entrar en la parte de atrás de la nave, pues todavía está bajo presión. Pero pudimos reconstruir lo que ocurrió porque pudimos contar los cuerpos, siete, toda la tripulación de la nave. Todos estaban cerca de la cámara de descompresión y no llevaban los trajes del espacio, salvo uno que se hallaba en la misma cámara, aparentemente su traje fue agujereado por un fragmento. Los otros parecían haberse reunido cerca de la cámara de descompresión, esperando a que entrara – Yancey estaba serio -. Red, creo que tendremos que dar una orden técnica acerca de esto, algo para obligar al personal a que se separe mientras se desarrollan estas operaciones con trajes, de modo que un incidente en la cámara de descompresión no afecte a toda la tripulación de la nave.

Miller frunció las cejas.

–También lo creo así, Capitán. Aunque a veces pudiera ser molesto el hacerlo, en una nave pequeña.

–También es molesto el quedarse sin respiración. Ahora, a propósito de la investigación: Red será el presidente y Novak y Brunn los otros dos miembros. El resto de nosotros nos quedaremos a bordo hasta que el consejo haya acabado su trabajo. Cuando hayan acabado y hayan sacado de la Pathfinder todo lo necesario como pruebas, cada uno tendrá tiempo suficiente para satisfacer su curiosidad.

–¿Qué pasa con el cirujano, Capitán? Le quiero como testigo experto.

–De acuerdo, Red. Doctor Pickering, usted irá con el consejo.

Los cadetes se reunieron en el camarote que compartían Matt y Óscar.

–¿Qué os parece? – dijo Tex -. ¡Era lo que nos faltaba! Tenemos que quedarnos sentados aquí, una semana o quizá diez días, mientras un consejo mide el tamaño de un hueco allá en la puerta.

–Olvídalo, Tex – le aconsejó Oscar -. Me imagino que el Viejo no quería que grabaras tus iniciales en cosas, o que robaras la puerta reventada, como recuerdo, antes de que hubieran hecho una investigación a fondo.

–¡Oh, qué tontería!

–No te enfades. Te prometió que podrás curiosear y tomar fotografías y satisfacer tu apetito de ogro, tan pronto como hubieran terminado. Mientras tanto, aprecia el lujo de tener ocho horas para dormir, para variar. Nada de guardias… ninguna.

–¡Oye, es verdad! – asintió Matt -. No lo había pensado, pero no se necesita vigilar las rocas cuando estás atado y no puedes hacer fintas para evitarías.

–Apuesto a que eso lo sabe bastante bien la tripulación de la Pathfinder.

La última lista de la Pathfinder fue pasada al día siguiente. Los cuerpos habían sido encerrados en un compartimento sellado de la nave muerta, y el pase de lista tuvo lugar en el cuartel de oficiales del Aes Triplex. Fue una ceremonia bastante larga, puesto que resultó necesario leer los rituales de tres religiones diferentes, antes de que el Capitán concluyera con la despedida propia de la Patrulla: Ahora ponemos órbita hacia casa…

Había justamente el número de personas suficiente para contestar a la lista. La tripulación de la Aes Triplex la formaba un capitán y otros once patrulleros. En la Pathfinder había exactamente once tripulantes, seis oficiales de la patrulla y un planetólogo civil, mas los cuatro que siempre están presentes – en cada revista. El Capitán Yancey pasó la lista de la Pathfinder y los otros contestaron, uno después de otro, desde el Comandante Miller hasta Tex, mientras la Larga guardia tocada queda para convertirla en réquiem sonaba suavemente por el sistema de altavoces de la nave.

La garganta de Matt estaba casi demasiado seca para contestar. Las mejillas gordinflonas de Tex se llenaban de lágrimas, y no se esforzó en secarlas.


El Teniente Brunn fue una fuente de informaciones durante los primeros dos días. Describió la Pathfinder como en buen estado, salvo por la puerta averiada. El tercer día, de repente, se calló.

–El Capitán no quiere que los descubrimientos del consejo sean discutidos, hasta que haya tenido tiempo para estudiarlos.

Matt pasó estas palabras a los otros.

–¿Qué se está preparando? Preguntó Tex -. ¿Qué puede haber de secreto en esto?

–¿Cómo queréis que yo lo sepa?

–Tengo una teoría – dijo Oscar.

–¿Qué? ¿Cuál? ¡Desembucha!

–El Capitán quiere demostrar que el hombre no puede morir de curiosidad. Se imagina que sois un caso perfecto para la prueba.

–¡Oh, déjate de tonterías!

El Capitán Yancey les llamó a todos, de nuevo, al día siguiente:

–Caballeros, aprecio su paciencia, no quise discutir lo que encontramos en la Pathfinder hasta haber decidido lo que se tenía que hacer al respecto. Resulta que el planetólogo de la Pathfinder, Profesor Thorwald, llegó a la conclusión evidente de que el planeta destruido estaba habitado.

Empezaron a oírse murmullos en la sala.

–Tranquilos, por favor. ¡Hay muestras de rocas con fósiles en la Pathfinder, pero hay otras cosas también, que el Profesor Thorwald determinó.. – y el doctor Pickering, el Comandante y yo estamos de acuerdo… que eran artefactos, artículos trabajados por manos inteligentes.

Este hecho, por sí solo, bastaría para mandar enseguida una docena de naves al cinturón de asteroides -continuó -. Es, probablemente, el descubrimiento más importante en el estudio del sistema, desde que empezaron las excavaciones en la Luna. Pero el profesor Thorwald llegó a otra conclusión aún más alarmante. Con la ayuda del oficial de bombardeo de la nave, utilizando el método de la disminución del nivel de radiactividad, hizo una hipótesis tentadora de que el planeta, al que llama Planeta Lucifer, fue destruido por una explosión nuclear artificial. En otras palabras, lo hicieron ellos mismos.

El silencio era interrumpido únicamente por los ventiladores de la sala. Al fin, Thurlow estalló:

–Pero Capitán, ¡eso es imposible!

El Capitán Yancey le miró.

–¿Conoce todas las respuestas, joven? Yo estoy seguro de que no.

–Perdóneme, señor.

–En este caso, no me atrevería ni a dar una opinión. No soy competente. Sin embargo, caballeros, si esto es cierto, como lo pensaba el Profesor Thorwald, casi no es necesario decirles que tenemos más razones para estar orgullosos de nuestra Patrulla y que nuestra responsabilidad es más importante de lo que habíamos pensado.

–Ahora al trabajo, no estoy dispuesto a dejar a la Pathfinder donde está. Aparte de las razones sentimentales, pertenece a la Patrulla y vale muchos millones. Creo que podemos repararla y llevarla a casa.


XIII


UN LARGO VIAJE DE REGRESO

Matt tomó parte en la reconstrucción de la puerta interior de la cámara de descompresión de la Pathfinder y de las verificaciones de hermeticidad, todo bajo la mirada cuidadosa del ingeniero jefe. Había pocas averías más en el interior de la nave. La roca o meteoro, que había hecho la abertura en la puerta interior, había agotado en ello casi toda su fuerza. Había que reparar una mampara interior y unas abolladuras. La puerta exterior blindada estaba casi intacta, era claro que el invasor, por mala suerte, había entrado mientras la puerta exterior estaba abierta.


Las plantas en el acondicionador de aire habían muerto por falta de atención y de bióxido de carbono. Matt se encargó del asunto mientras los otros ayudaban en la tarea casi interminable de verificar cada circuito, cada instrumento, cada aparato pequeño, necesario para el funcionamiento de la nave. Era un trabajo de base de reparaciones y no hubiera podido ser realizado si los daños hubieran sido más grandes.

Oscar y Matt robaron una hora de su sueño para explorar el 1987 CD, un trabajo que mezclaba la escalada con el empleo de los reactores del traje. El asteroide tenía, naturalmente, un campo de gravedad, pero hasta el tamaño de una pequeña montaña era insignificante comparado con el de un planeta. Simplemente, no podían sentirlo, los músculos utilizados para oponerse a la fuerza tenaz de la gran Tierra no tenían nada a hacer con el tirón débil del 1987 CD.

Finalmente, la Pathfinder fue soltada y su motor probado por una tripulación improvisada, compuesta por el Capitán Yancey en los controles y el Teniente Novak en la sala de máquinas. El Aes Triplex se alejó unos kilómetros, esperó hasta que puso en marcha su cohete por algunos segundos, y entonces se unió a ella. Las dos naves fueron amarradas y el Capitán Yancey y el jefe ingeniero volvieron en el Aes 'Triplex.

–Toda para usted Hartley – anunció. Pruébela usted mismo y tome posesión de ella, cuando esté listo.

–Si usted está de acuerdo, yo también. Con su permiso, señor, transbordaré mi tripulación ahora.

–¿Si? Muy bien, Capitán, tome el mando y lleve a cabo sus órdenes. Apúntelo en el diario de a bordo señor – añadió el Capitán Yancey por encima de su hombro, al oficial de guardia.

Treinta minutos más tarde la tripulación escogida pasó por la cámara de descompresión de la Aes Triplex hacia la cámara de descompresión de la otra. La N.C.P. Pathfinder estaba de nuevo en servicio.

En la Aes Triplex quedaban el Capitán Yancey, el Teniente Thurlow, ahora oficial ejecutivo y astrogador, el Subteniente Peters, ahora ingeniero jefe, el cadete Jensen, oficial Jefe de comunicaciones y los cadetes Jarman y Dodson, oficiales de guardia en todos los departamentos y el doctor Pickering de cirujano.

El Comandante Miller, Capitán de la Pathfinder tenía un oficial menos que el Capitán Yancey, pero todos sus oficiales tenían experiencia. El Capitán Yancey hubiera tomado él mismo el mando de la nave abandonada, y se hubiera arriesgado con ella, si una cosa no se lo hubiera impedido: la ley no lo permitía. Podía poner a su Primer Oficial a bordo y volverla a considerar en activo, pero no había ninguna autoridad para relevarse del mando de su propia nave, era prisionero de su propio y único estatuto: un oficial comandante, obrando sin contacto con sus superiores.

En su plan original de vuelo se había intentado que la Pathfinder atracara en Deimos, Marte, en el momento en que este planeta le alcanzara y se encontrase en posición favorable. El retraso producido por el desastre descartaba la órbita planeada. Marte no estaría en la cita. Además, el Capitán Yancey quería llevar el extraordinario testimonio contenido en la Pathfinder a la Base Tierra lo más pronto posible, no tenía sentido el mandarla a aquel puesto avanzado en el satélite exterior de Marte.

Por consiguiente, fue pasada masa de reacción del Aes Triplex hacia la nave más pequeña, hasta que sus tanques estuvieron llenos y se trazó una órbita rápida, casi directa aunque antieconómica, hacia la Tierra. El Aes Triplex, utilizando una órbita mucho más grande, tipo «Hohmann» pasaría la órbita de Marte, la de la Tierra (la Tierra estaría en este momento en otro lugar), para, más lejos, girar alrededor del Sol y alejarse otra vez de éste, alcanzando la Tierra casi un año más tarde que la Pathfinder. Tenía bastante masa para efectuar esto, aún después de volver a llenar la Pathfinder, pero quedaba limitada a órbitas que malgastaban tiempo para ganar combustible, más usuales en las naves mercantes que en las de la Patrulla.

Matt, en uno de sus múltiples trabajos, como astrogador auxiliar, notó una peculiaridad de la órbita y le llamó la atención a Oscar:

–Oye, Os, ven a mirar esto. Cuando lleguemos al punto del perihelio, al otro lado del Sol, casi pasaremos rozando a tu ciudad natal. ¿Ves?

Oscar observó las posiciones marcadas en la carta.

–Bueno, ¡maldita sea si no lo hacemos! ¿Cuál es el punto más cercano?


–Menos de ciento cincuenta mil kilómetros. Más o' menos. Aunque he descubierto que el Viejo es un diablo para las órbitas efectivas. ¿Te gustaría apearte?

–Iremos demasiado rápido para poder hacerlo. – comentó Oscar, fríamente.

–¿Oh, dónde está el viejo espíritu del explorador? Podrías coger una de las navecillas y marcharte antes de que lo descubriésemos.

–¡Dios, como me gustaría! Sería agradable tener un permiso – Oscar movió la cabeza tristemente y observó el mapa con atención.

–Sé lo que fe preocupa… – desde que eres jefe de un departamento, has adquirido cierto sentido de la responsabilidad ¿Cómo te sientes siendo uno de los poderosos?

Tex había entrado en la sala de mapas, mientras hablaban. Intervino en la conversación diciendo:

–Venga ya, Os, díselo a tu público.

La tez blanca de Oscar se volvió colorado.

–Basta ya de tomarme el pelo. Yo no tengo la culpa.

–De acuerdo, pero, hablando en serio- continuó Matt -. ¡Vaya suerte hemos tenido todos nosotros: somos oficiales accidentales de nave, en lo que tenía que ser un viaje de estudio. ¿Sabéis lo que pienso

–Y ¿piensas y todo? – preguntó Tex.

–Cállate. Si nos comportamos bien y tenemos la suerte de demostrar l~ que sabemos, esto puede significar el nombramiento como miembros de la Patrulla.

–¿El Capitán Yancey darme a mí la graduación? – dijo Tex -. Lo dudo.

–Bueno, a Oscar es casi seguro. Después de todo, es el oficial jefe de comunicaciones.

–Te digo que esto no significa nada – protestó Oscar -. Seguro, tengo ese cargo, sin nadie con quien comunicarnos. Estamos fuera de alcance de la radio, salvo de la Pathfinder, y se está alejando rápidamente.

–No lo estaremos siempre.

–No cambiará nada. ¿Te puedes imaginar el Viejo dejándome, o a uno de vosotros, hacer algo sin estar mirando por encima de mi hombro? De todas maneras, no quiero aún la graduación. Imagínate que volviésemos y no fuera confirmada. ¡ Sería embarazoso!

–Yo si que aceptaría esa posibilidad – anunció Tex -. Puede ser la única manera que tenga de graduarme.

–No te comportes como un pobre huérfano, Tex. Supón que tu tío Bodie te oyese hablando de esta manera…

De hecho, el ambiente en la nave era muy diferente, aunque el Capitán o el Teniente Thurlow, o los dos, los vigilaban muy atentamente. El Capitán Yancey empezó a llamarlos por sus nombres de pila en la mesa y abandonó completamente el uso del apelativo cadetes. A veces se refería a los «oficiales» de la nave, utilizando el término de tal manera, que incluía a los tres cadetes. Pero no hizo ninguna sugerencia a propósito de su graduación.

Fuera del cinturón de asteroides, fuera del alcance de la radio, y en una caída libre interminable, las tareas de la nave eran fáciles. Los cadetes tenían mucho tiempo para estudiar, bastante tiempo para jugar a cartas y para discutir interminablemente. Matt lo compaginó con sus tareas y llegó el momento en que buscaba en la biblioteca de la nave trabajos más elevados, puesto que las clases pensadas para ellos cuando se fueron de la Randolph eran para un viaje corto.

El Capitán organizó una serie de seminarios, en parte para pasar su propio tiempo y en parte como suplemento a la educación de los cadetes. Pretendían ilustrar varios problemas encontrados por un oficial de la Patrulla como hombre del espacio, o en su tarea más seria como representante diplomático. Yancey hizo bien los cursos, y los cadetes descubrieron, también, que se le podían arrancar reminiscencias. Era, a la vez, agradable e instructivo y les ayudó a pasar aquellas aburridas semanas.

Después de un tiempo muy largo llegaron al alcance de radio de Venus, y había correo para ellos, mensajes que les habían perseguido por la mitad del Sistema Solar. Un despacho oficial, del Departamento, felicitaba al oficial comandante y a la tripulación de la nave por la recuperación de la Pathfinder, esto fue registrado, a su tiempo, en los informes de cada uno. Un mensaje privado de Hartley Miller decía al Capitán Yancey que el viaje a casa había sido bueno y que los sabios se arrancaban los cabellos, discutiendo sobre el contenido de la nave. Yancey les leyó esto en voz alta.

Además de cartas de casa, Matt recibió el anuncio de compromiso de Marianne. Se preguntó si se habría casado con el joven que había conocido en el picnic, pero no estaba seguro del nombre, todo aquello le parecía muy lejano. Había una carta también, para los tres cadetes despachada desde: «Leda, Ganímedes», de Pete. Era del tipo: «aquí hace un tiempo maravilloso, me gustaría que estuvieseis aquí».

–¡Vaya suerte tiene el tipo! – dijo Tex- y nosotros por el mundo… ¡Uff!

Llegaron otros mensajes sobre los movimientos de las naves, órdenes técnicas, cambios de personal, la minucia acumulada de una organización militar importante, y un resumen detallado de las noticias de cuatro planetas desde el momento en que perdieron contacto, hasta el presente.

Oscar descubrió que el Capitán Yancey no le estaba controlando estrictamente como jefe de comunicaciones… pero eso ya no le sorprendía. Simplemente, Oscar era el jefe de comunicaciones, y casi había olvidado que antes había sido otra cosa.

Sin embargo, se dio cuenta de que estaba realmente confirmado en su puesto el día en que llegó un mensaje en la cifra más secreta, el primero que no era en idioma vulgar. Tuvo que pedir al Capitán la máquina de descifrar, que estaba guardada en su caja fuerte. Se la dio sin comentarios.

Oscar abrió mucho los ojos cuando le llevó el mensaje traducido a Yancey. Decía: TRIPLEX: PUEDE INVESTIGAR DIFICULTADES REGIÓN ECUATORIAL VENUS. OPERACIONES.

Yancey lo miró:

–Dígale al Oficial Ejecutivo que quiero verlo y, por favor, no hable de esto.

–Sí, señor.

Thurlow entró un poco desconcertado.

–¿Qué ocurre, Capitán?

Yancey le dio el papel. El Teniente lo leyó y silbó.

–¿Ve alguna manera de cumplir esto?

–¿Sabe cuanta potencia de reacción tenemos, Capitán? Podríamos alcanzar una órbita circular, pero no podemos aterrizar.

–Así lo veo yo. Supongo que tendremos que negarnos. Pero, caramba, preferiría ser flagelado antes que mandar una respuesta negativa. ¿Por qué nos escogieron a nosotros? Debe haber otra media docena de naves mejor situadas.

–No lo creo, Capitán. Me parece que somos la única nave disponible. ¿Ha estudiado la lista de movimientos?

–No con detenimiento, ¿por qué?

–Bien, la Thomas Paine tendría que ser la nave que se ocupase de esto, pero está en New Aukland, para efectuar reparaciones de emergencia.

–Ya veo. Tendría que haber una patrulla permanente alrededor de Venus… algún día tendrá que haberla – Yancey se rascó la barbilla, parecía que se sentía desgraciado.

–¿Qué tal le parecería una cosa, Capitán…?

–¿Si?

–Si cambiáramos el curso ahora mismo, podríamos hacerlo con poco gasto. Entonces, podríamos efectuar un frenado atmosférico, sin más gastos y, después, bajarla con el cohete.

–Humm, ¿cuánto margen tendríamos?

La mirada del Teniente Thurlow se perdía a lo lejos, mientras calculaba mentalmente una ecuación de cuarto orden. El Capitán Yancey se unió en el trance, moviendo los labios en silencio.

–Prácticamente ninguno, Capitán. Después de permanecer en círculo, se tendría que hacer una inmersión y aceptar la velocidad atmosférica terminal, o acercarse mucho a ella, antes de encender el cohete.

Yancey sacudió la cabeza.

–¿En Venus? Preferiría ir a la noche de Valpurgis, montado en una escoba. No, señor Thurlow, sólo podemos llamarles y confesar nuestra impotencia.

–Un minuto, Capitán, ellos saben que no tenemos infantes de marina.

–Claro.

–Entonces, no esperan que actuemos como Policía, así que lo que podemos hacer, es mandar una navecilla auxiliar.

–Me preguntaba cuando acabaría por pensar esto. De acuerdo, señor Thurlow, le toca a usted. Se lo entrego de mala gana, pero me parece que no puedo hacer otra cosa. Nunca tuvo una misión a su cargo, ¿verdad?

–No, señor.

–Pues lo ha conseguido de joven. Bien, pediré los detalles a Operaciones, mientras usted se prepara para el cambio de curso.

–Bien, señor. ¿Quiere designar usted al cadete que vaya conmigo, o lo elijo yo?

–No va a salir con uno solo, Teniente, irá con los tres. Quiero que, en cualquier momento, la nave esté tripulada y que tenga un hombre armado a su lado. La región ecuatorial de Venus… nadie sabe dónde se va a meter.

–Pero usted se queda únicamente con Peters, señor. No contando al cirujano, claro.

–El señor Peters y yo estaremos bien, Peters juega muy bien a las cartas.

Los detalles que obtuvieron de Operaciones eran muy pocos. La nave mercante Gary había enviado un mensaje por radio, diciendo que estaba en peligro a causa de una sublevación de los nativos. Había dado su posición y entonces se había perdido el contacto.

Yancey decidió usar el frenado atmosférico, de todos modos, para ahorrar masa de reacción para más adelante… de lo contrario, el Aes Triplex podía haber tenido que orbitar en torno a Venus, hasta que hubiera sido socorrida.

La tripulación pasó cincuenta y seis horas agotadoras, encerrada en la sala de control, mientras la nave se adentraba en las nubes de Venus y volvía a salir de ellas, cada vez un poco más adentro y un poco más despacio. Se fue poniendo penosamente caliente, y el tiempo de que pasaban en el espacio en cada salto casi no era suficiente para irradiar el calor que captaba. La mayor parte de la nave estaba intolerablemente caliente, ya que la sala de control y la «granja» se refrigeraban, a expensas del resto. En el espacio, no hay forma de eliminar un calor no deseado, permanentemente, excepto por radiación, y la diferencia de energía cinética entre la órbita original y la circunsvenusiana, que quería el Capitán, tuvo que ser absorbida como calor, un poco cada vez, para luego irradiarla al espacio.

Pero al final, tres acalorados, cansados y muy emocionados jóvenes, uno de ellos un poco mayor, estaban listos para subir a la navecilla número 2.

De pronto, Matt se acordó de algo.

–Oh, doctor. Doctor Pickering – el cirujano había pasado aquel viaje, sin acontecimientos médicos, escribiendo una monografía titulada: «Algunas notas sobre patología comparativa de los planetas habitados», y andaba ahora por el final. Había relevado a Matt como «granjero».

–¿Si, Matt?

–Esas nuevas plantas tomateras… tiene que cruzar su polen dentro de tres días. ¿Lo hará por mi? ¿No se olvidará?

–¿Cómo voy a hacerlo?

El Capitán se echó a reír:

–Salga ya de los surcos, Dodson, olvide la granja, nosotros la cuidaremos. Ahora, caballeros – miró alrededor captando sus miradas -. Procuren mantenerse vivos. Dudo de que esta misión justifique la pérdida de cuatro oficiales de la Patrulla.

Cuando salían, Tex apretó a Matt en las costillas:

–¿Oíste eso, muchacho? ¡Cuatro oficiales de la Patrulla!

–Sí, pero mira lo que dijo además.

Thurlow guardó las órdenes en su bolsillo. Eran muy simples: seguir dos grados siete latitud norte, longitud doscientos doce grados cero, localizar la Gary e investigar el supuesto levantamiento de los nativos. Mantener la paz.

El Teniente se instaló y miró a su tripulación:

–¡Mantengan agarrados sus sombreros, muchachos, allá vamos!


XIV


LOS NATIVOS SON AMISTOSOS

La navecilla empezó a bajar con Thurlow al control y Matt en el asiento del copiloto. Al principio llevaba una velocidad orbital de más de siete kilómetros por segundo, que era la velocidad de la Aes Triplex en su órbita circular próxima alrededor del ecuador de Venus. La intención del Teniente era de neutralizar esta velocidad justo sobre su destino y entonces descender sobre su cola. Necesitaba hacer un aterrizaje sobre el chorro, puesto que la navecilla no tenía alas.


Tenía que hacerlo de manera muy precisa, utilizando el mínimo de energía posible. Le ayudaba un poco el «flotar con la corriente» de Oeste a este, la velocidad rotacional de unos 1.500 kilómetros por hora de Venus sobre su ecuador era una ganancia y no una pérdida. Sin embargo, el colocarse exactamente en el sitio ya era otra cuestión. El momento de partida estaba escogido de tal manera que toda la curva descendente tuviera lugar en el lado iluminado del Planeta, para utilizar el Sol como punto de referencia de su situación en longitud; la latitud dependería de la estimación del rumbo mediante la elección exacta de la ruta.

El Sol es el único cuerpo celeste que se puede utilizar durante la navegación aérea en Venus, e incluso se deja de verle al ojo desnudo, tan pronto como uno se encuentra en la envoltura de nubes que cubre todo el planeta. Matt tomaba marcaciones al Sol, manteniendo un ojo pegado al ocular de un adaptador de infrarrojos que había sido colocado en el octante de la nave, y así podía conducir a su, capitán, según un plano de vuelo preparado. No le había parecido práctico preparar un programa para el piloto automático, se sabía demasiado poco acerca de las condiciones atmosféricas que pudieran encontrar.

Cuando Matt hubo informado a su piloto que estaban, según el radar, a unos cincuenta kilómetros de altura, acercándose a la longitud exacta, tal como lo señalaba la imagen infrarroja del Sol, Thurlow llevó a la navecilla hacia su destino, cada vez más bajo y más lentamente y al final la frenó con el cohete para dejarla caer en una parábola distorsionada por la resistencia del aire.

Estaban envueltos por las siempre presentes nubes de Venus. La portilla de piloto era totalmente inútil. Ahora, Matt empezó a mirar la superficie que estaba debajo de ellos, utilizando un «perforador de nubes» de rayos infrarrojos.

Thurlow miró su altímetro de radar, verificando con el plan de alturas para la maniobra de toma; tierra.

–Si tenemos que esquivar algo, tiene que ser ahora – le dijo tranquilamente a Matt -. ¿Qué ves?

–Parece bastante liso. No puedo decir mucho.

Thurlow echó un vistazo.

–En cualquier caso no es agua… y tampoco es bosque. Creo que podemos intentarlo.

Cayeron, mientras Matt miraba detenidamente la fantasmagórica imagen producida por los infrarrojos, preparado para decirle a Thurlow que diera toda la potencia posible, si fuera un prado.

Thurlow frenó el cohete… y lo paró. Sintieron un golpe, como si se hubieran caído unos metros. Habían llegado a Venus.

–¡Oh! – dijo el piloto, secándose el sudor de su frente -. No quiero tener que intentar esto cada día.

–Un buen aterrizaje, patrón – gritó Oscar.

–Ya lo creo – corroboró Tex.

–Gracias, amigos. Bueno, bajemos los zancos

Pulsó un botón del tablero de control. Como la mayoría de los cohetes construidos para aterrizar sobre su chorro, Ja navecilla estaba dotada de tres mástiles telescópicos que salían de los lados de la embarcación y se inclinaban hacia abajo. La presión hidráulica los empujaba, hasta que se ponían en contacto con algo lo bastante sólido como para resistirlos, y entonces el motor se cortaba automáticamente y se fijaban en su sitio, sosteniendo el cohete por tres lados, como si fuera un trípode y manteniéndolo erecto.

Thurlow esperó que aparecieran tres pequeñas luces verdes bajo el botón de control de los zancos, entonces desconectó los giróscopos de estabilización de la navecilla. Esta se quedó inmóvil, por lo que se desató.

–Muy bien, muchachos. Vamos a echar un vistazo. Matt y Tex, quedaos dentro. Oscar, si no te importa que lo diga, puesto que es tu país natal, tendrías que hacernos los honores.

–¡De acuerdo! – Oscar se desató y se fue corriendo hacia la cámara de descompresión. No se necesitaba verificar el aire puesto que hay hombres en Venus, y todos, como miembros de la Patrulla, habían sido inmunizados contra los virulentos hongos de Venus.

Thurlow iba detrás muy cerca de él. Matt se desató y bajó, para sentarse al lado de Tex en el asiento de pasajero que Oscar había dejado. El espacio de la cámara de descompresión era demasiado pequeño en esta diminuta embarcación, como para que valiera la pena hacer otra cosa aparte de esperar.

Oscar miró a fuera, fijamente, por entre la niebla.

–Bueno, ¿cómo te sienta estar de vuelta en casa? – le preguntó Thurlow.

–¡Espléndido! ¡Qué magnífico, qué día tan maravilloso!

Thurlow sonrió a Oscar y le dijo:

–Bajemos la escalera y miremos donde estamos. La puerta de acceso estaba a más de quince metros por encima de los alerones de cola, sin cómodo ascensor de carga.

–De acuerdo – Oscar dio la vuelta y pasó, apretándose, junto a Thurlow. De repente la navecilla se inclinó sobre el lado opuesto a la puerta, pareció quedarse retenida, pero luego empezó a caer, cada vez más deprisa.

–¡Los giróscopos! – gritó Thurlow -. Matt, conecta los giróscopos.

Intentó pasar por encima de Oscar; chocaron, y los dos cayeron hacia atrás, tendidos, mientras la nave se volcaba.

Matt intentó ejecutar la orden del piloto, pero estaba tendido, relajándose. Se cogió a los lados del asiento, intentando con fuerza ponerse de pie, y volver a la estación de control, pero el asiento se inclinó hacia atrás, se encontró deslizándose sobre el mismo y al final quedó sobre el lado de la embarcación, que en aquel momento estaba horizontal.

Oscar y Thurlow fueron lo primero que vio cuando se repuso. Estaban amontonados sobre la pared interior de la nave, con Oscar encima. – Este empezó a levantarse… y se paró.

–¡Hey!

–¿Estás herido, Os?

–Mi brazo.

–¿Qué te pasa? – era Tex, que surgió detrás de Matt, al parecer ileso de la caída.

Oscar se ayudó con su brazo derecho para levantarse, y tocó con cariño su antebrazo izquierdo.

–No sé. Una torcedura o tal vez una rotura. ¡Ay! ¡Ay! Es una rotura.

–¿Estás seguro? – Matt se adelantó -. Déjame ver.

–¿Qué pasa con el patrón? – inquirió Tex.

–¿Qué? – dijeron Matt y Oscar a la vez. Thurlow no se había movido. Tex se acercó a él y se arrodilló.

–Parece que ha perdido el sentido.

–Tírale agua.

–No, no lo hagas – la embarcación cayó un poco más. Oscar se asustó y dijo:

–Creo que sería mejor que saliéramos de aquí.

–¿Qué? ¡No podemos! – protestó Matt -. Tenemos que llevar al señor Thurlow con nosotros.

Oscar no le contestó sino que empezó a subir hacia la cámara de descompresión abierta, que se encontraba ahora a unos tres metros por encima de ellos, lanzando juramentos en venusiano, agitándose penosa y difícilmente, utilizando una mano y forcejeando.

–¿Qué le pasa al viejo, Os? – preguntó Tex -. Parece que ha perdido la cabeza.

–¡Déjale estar! Tenemos que ocupamos del patrón.

Se arrodillaron al lado de Thurlow y le examinaron deprisa pero suavemente. No parecía herido, pero permanecía inconsciente.

–Tal vez sólo haya perdido el sentido – sugirió Matt -. Sus pulsaciones son fuertes y seguras.

–Mira esto, Matt – había una protuberancia detrás de la cabeza del Teniente. Matt la examinó, palpándola con cuidado.

–No se ha hundido el cráneo. Solamente se ha dado un porrazo. Se pondrá bien. Creo…

–Me gustaría que el Doctor Pickering estuviera aquí.

–Sí, y si los peces tuvieran patas, serían ratas… Deja de preocuparte Tex. Deja de manosearle, y dale la oportunidad de salir de esto de modo natural.

Oscar sacó la cabeza por la puerta abierta:

–¡Eh, vosotros chicos! ¡Hay que salir de aquí, y rápido!

–¿Por qué? – le preguntó Matt -. De todas maneras, no podemos: tenemos que quedamos con el patrón, y todavía está sin sentido.

–¡Entonces hay que acarrearlo!

–¿Cómo? ¿Sobre los hombros?

–¡De cualquier manera, pero hay que hacerlo! ¡La nave se está hundiendo!

Tex abrió la boca, la cerró otra vez, y se fue hasta un pequeño armario. Matt gritó:

–Tex, coge una cuerda.

–¿Qué piensas que estoy haciendo, patinando sobre hielo? – Tex reapareció con un rollo de cuerda delgada y resistente, utilizada para remolcar la pequeña embarcación hacia la nave madre -. Tranquilo, ahora, levántalo mientras la paso bajo su peso.

–Tendríamos que hacer un buen cabestrillo. Así podemos herirlo.

–¡No hay tiempo para eso! – apremió Oscar desde arriba -. ¡Deprisa!

Matt subió a la puerta con una extremidad de la cuerda, atándola, mientras Tex estaba todavía pasando el lazo bajo de los sobacos del hombre inconsciente.

Una mirada alrededor bastaba para confirmar la predicción de Oscar: la navecilla estaba de costado y sus alerones apenas tocaban el suelo firme. Su morro estaba más bajo que su cola y se hundía en un fango amarillo y poco denso.

El fango se extendía en la niebla, como un campo llano, y su superficie estaba cubierta como una alfombra de hongos amarillo-verdosos salvo en un espacio pequeño al lado de la nave donde ésta, al caer, había abierto un hueco.

Matt no tuvo tiempo de hacerse una idea de la escena. El fango llegaba casi a la puerta.

–¿Listo allí abajo?

–Listo, estaré arriba enseguida.

–Quédate donde estás y no dejes que se golpee. Creo que puedo manejarlo – Thurlow pesaba unos sesenta y tres kilos en la Tierra, su peso en Venus era de unos cincuenta y tres kilos. Matt se puso a horcajadas en la puerta y tiró de la cuerda.

–Te puedo echar una mano, Matt – dijo Oscar, ansiosamente.

Apártate de en medio – con Matt tirando y Tex empujando y aguantando desde abajo, llevaron al inerte Teniente sobre el marco de la puerta y le sacaron del cohete.

La nave se balanceó de nuevo mientras un alerón de la cola se deslizaba del escollo.

–Adelante, chicos – instó Matt -. ¿Os, puedes llegar a esa orilla, tú solo?

–Si, claro.

–Entonces, hazlo. Dejaremos al patrón atado a la cuerda y te pasaremos un extremo del que te podrás suspender con tu mano buena. De esta manera, si se hunde en el fango, podemos sacarlo.

–Cállate y trabaja – Oscar recorrió todo el largo de la nave, llevando consigo el extremo de la cuerda. Llegó al escollo, pasando por un alerón de cola.

Matt y Tex no tuvieron problemas para transportar a Thurlow hasta los alerones, pero los últimos pocos metros, desde éstos a la orilla fueron difíciles. Tenían que andar cerca del tubo del reactor, todavía caliente y humeante, y balancearse encima de una depresión formada por un alerón y el lado convergente de la nave. Finalmente, lo consiguieron, dejando que Oscar sostuviera la mayor parte del peso del Teniente tirando desde la orilla con su brazo bueno.

Cuando hubieron puesto a Thurlow sobre el césped, Matt saltó otra vez a bordo de la navecilla. Oscar le gritó.

–Eh, Matt, ¿a dónde crees que vas?

–De vuelta dentro.

–No lo hagas. Vuelve aquí – Matt dudó, Oscar añadió -. Es una orden, Matt.

Matt contestó:

–Me quedaré solamente un minuto. No tenemos ni armas ni elementos de supervivencia. Haré una rápida entrada y los tiraré hacia fuera.

–Ni lo intentes – Matt se quedó dudando un momento, indeciso entre la prioridad indiscutible en el escalafón de Oscar, y la novedad de recibir órdenes directas de su compañero de cuarto. Mira la puerta, Matt – siguió Oscar -. Te quedarás prisionero.

Matt observó. El extremo lejano de la puerta ya estaba en el fango, y una corriente continua de fango se vertía dentro de la nave, espeso como si fuera melaza. Mientras miraba, el vehículo dio un cuarto de vuelta, buscando una nueva estabilidad. Matt volvió a la orilla de un salto.

Miró detrás y vio que la puerta ya no se podía ver; una gran burbuja se formó e hizo ¡plop!, luego otra.

–Gracias, Os.

Se quedaron de pie, mirando a la cola deslizarse por la orilla. Una nube de vapor subió y se juntó con la niebla, cuando el tubo del cohete tocó la humedad; entonces la cola se levantó y la navecilla se quedó casi vertical; al revés, durante unos momentos, con solamente su extremidad posterior fuera del barro.

Se sumergió lentamente. Al fin, no quedaba nada más que burbujas en el fango y una abertura desigual en aquel falso prado imaginario que señalaba donde había estado.

La barbilla de Matt temblaba.

–Tendría que haber permanecido en los controles. Hubiera podido estabilizarla con los giróscopos -.

–Eso no tiene sentido – dijo Oscar -. No te pidió que te quedaras en tu puesto.

–Tendría que haberlo imaginado.

Deja de culparte. Los reglamentos dicen que esto es cosa del piloto. Si tenía alguna duda tendría que haberla dejado estabilizada con el giróscopo hasta haberlo examinado todo. Y, como por ahora tenemos que ocuparnos de él, deja ya los post-mortem.

–De acuerdo – Matt se arrodilló y tomó el pulso de Thurlow. Continuaba siendo regular.

–No podemos hacer nada más por él, por ahora, aparte de dejarle descansar. Déjame ver tu brazo.

–De acuerdo, pero ten cuidado. ¡Uff!

–Perdona. Me temo que tendré que hacerte daño; en realidad, nunca he puesto un hueso en su lugar.

–Yo sí – dijo Tex -. Allá en las montañas. Ven aquí amigo Os. Recuéstate y relájate, que te va a doler.

–De acuerdo. Pensaba que en Texas simplemente los rematabais – Oscar intentó bromear.

–Solamente los que tenían una pierna rota. Habitualmente salvamos a los que tienen los brazos rotos. Matt, coge un par de tablillas. ¿Tienes un cuchillo?

–Sí.

–Muy bien, yo no tengo. Mejor será que te quites la blusa, Oscar – Jensen obedeció, con ayuda; Tex colocó un pie debajo del sobaco izquierdo de Oscar, cogió su mano izquierda con sus dos manos y dio un fuerte tirón.

Oscar chilló.

–Creo que lo conseguí – dijo Tex -. Matt, Corre con estas tablillas.

–Ya voy – Matt había encontrado un grupo de arbustos de unos cuatro o cinco metros de altura, parecidos superficialmente a los bambúes de la Tierra. Cortó una docena de trozos, gruesos como su dedo meñique y de unos quince centímetros de largo, y los llevó a Tex -. ¿Irán bien?

–Creo que sí. Lo siento por tu blusa, Oscar – Tex Intentó cortar la prenda en pedazos, pero renunció -. ¡Caramba! Este material es duro. Dame tu cuchillo, Matt.

Diez minutos más tarde, Oscar estaba bien entablillado y provisto de un cabestrillo hecho con lo que quedaba de su blusa. Tex se quitó su propia blusa y se sentó encima, puesto que el césped estaba húmedo, y el día caliente y bochornoso como habitualmente lo son en Venus.

–Ya está hecho eso – dijo, y el patrón ni siquiera ha parpadeado. De modo que tu sigues mandando, Os. ¿Cuándo comemos?

–Una pregunta interesante – Oscar frunció las cejas -. Primero vamos a ver de lo que disponemos.

–Vaciad vuestras bolsas.

Matt tenía su cuchillo. La bolsa de Oscar no contenía nada importante. Tex cooperó con su armónica. Oscar parecía preocupado.

–¿Amigos, creéis que puedo mirar en la bolsa del señor Thurlow?

–Creo que tendrías que hacerlo – dijo Tex -. Nunca vi que alguien se quedara inconsciente durante tanto tiempo.

–Estoy de acuerdo – añadió Matt -. Creo que tenemos que admitir que ha sufrido una conmoción y que se quedará inconsciente durante un cierto tiempo. Adelante, Oscar.

La bolsa de Thurlow contenía unas cosas personales que ojearon por encima, las órdenes de la expedición y otro cuchillo, cuyo mango estaba provisto de un pequeño compás magnético.

–Caramba, me alegro de tener esto. Me estaba preguntando cómo íbamos a encontrar nuestro camino hasta aquí sin nativos para guiamos.

–¿Quién quiere volver aquí? – preguntó Tex -. Me parece que no me atrae lo más mínimo.

–La navecilla está aquí.

–Y el Triplex está en algún sitio, encima de tu cabeza. Una está casi a la misma distancia de nosotros que la otra… para peatones, quiero decir.

–Mira, Tex, de cualquier manera tenemos que sacar este cohete del fango, y hacerlo funcionar. Si no, nos quedaremos aquí toda la vida.

–¿Qué? ¡Confiaba en ti, el viejo experto en Venus, para conducirnos otra vez hacia la civilización!

–No sabes lo que dices. Tal vez puedas andar ocho o diez mil kilómetros a través de pantanos, y pasar trampas y cañaverales espesos; yo no puedo. Solamente recuerdo que no hay ninguna colonia permanente, ni plantación, a más de ochocientos kilómetros de los dos polos. Recuerda que Venus no está realmente explorada, y que sé aproximadamente lo mismo a propósito de este rincón del bosque que tu del Tíbet.

–Me pregunto qué demonios estaba haciendo la Gary por aquí – comentó Matt.

–Y yo que sé…

–¡Hey! – exclamó Tex -. Tal vez podemos volver a casa en la Gary.

–Tal vez, pero todavía no hemos encontrado a la Gary. En consecuencia, si vemos que no podemos, tan pronto como cumplamos estas órdenes… – Oscar alzó el papel que había sacado del bolsillo de Thurlow -, tenemos que encontrar una manera de sacar la navecilla de este hueco de sentina.

–¿Con nuestras sonrosadas y diminutas manos de mosquito? – preguntó Tex -. ¿Y qué pasa con nuestras órdenes? No me parece que estemos en muy buena forma para ir a apaciguar tumultos, sosegar insurrecciones e imponer nuestra autoridad de un lado a otro. No tenemos ni una pistola de lanzar garbanzos, ni un solo garbanzo. Pensándolo bien, si tuviera uno, me lo comería.

–Oscar tiene razón – convino Matt -. Estamos aquí, tenemos que cumplir una misión; tenemos que llevarla a cabo. Es lo que el señor Thurlow diría. Y, después, tenemos que discurrir una manera de volver.

Tex se levantó.

–Tendría que haberme dedicado al negocio del ganado. De acuerdo, Oscar, ¿qué pasa ahora?

–Lo primero que tenéis que hacer tú y Matt es construir una litera, para transportar al jefe. Tenemos que encontrar agua corriente, y no quiero separar al grupo.

Del mismo seto de arbustos de caña de donde habían sacado las tablillas sacaron material para hacer el armazón de una litera. Utilizando los dos cuchillos, Matt y Tex cortaron dos pedazos de dos metros, gruesos como sus brazos. El material era ligero y bastante tieso. Introdujeron los palos en las mangas de sus blusas, y colocaron travesaños en muescas, cerca de cada extremidad. Había un amplio hueco en el medio que cerraron con la cuerda recuperada de la navecilla.

El resultado era una birria, pero utilizable. Thurlow estaba todavía inconsciente. Su respiración era débil pero su pulso todavía regular. Lo colocaron sobre la camilla y se pusieron en camino, con Oscar guiándolos, con el compás en la mano.

Durante una hora, más o menos, andaron por una tierra pantanosa, chapoteando en el barro arañándose con las malezas, y perseguidos por nubes de insectos.

Al final Matt estalló:

–¡Os! Nos merecemos un poco de descanso.

Jensen se dio la vuelta.

–De acuerdo, de todas maneras ya hemos llegado. Agua corriente.

Se adelantaron y se reunieron con él. Más allá del espeso cañaveral, perfectamente llano y tranquilo bajo la colina, había un estanque o un lago. Su tamaño era incierto, puesto que la orilla lejana se perdía en la niebla.

Escogieron un Sitio para poner la litera, y entonces Oscar se inclinó hacia el agua y la golpeó:

¡Plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!

–¿Qué hacemos ahora?

–Esperamos y rezamos. Gracias a Dios, los indígenas son amables, normalmente.

–¿Crees que nos pueden ayudar?

–Si quieren ayudarnos, apostaría hasta dinero a que pueden sacar la navecilla del barro, y pulirla y limpiarla en tres días.

–¿Lo crees realmente? Sabía que los venusianos eran amables pero, un trabajo como éste…

–No despreciéis a Pequeño Pueblo. No se nos parecen, pero no te dejes engañar por eso.

Matt se agachó y empezó a ahuyentar los insectos golpeó otra vez el agua, de la misma manera.

–Me parece que no hay nadie en casa, Os.

–Espero que te equivoques, Tex. Se supone que la mayor parte de Venus está habitada, pero este puede ser un sitio tabú.

Una cabeza triangular, ancha como la de un perro collie, surgió del agua a unos tres metros de ellos. Tex saltó. El venusiano le miró con ojos curiosos y brillantes. Oscar se puso en pie.

–Bien venidos, vosotros cuya madre era amiga de mi madre.

La venusiana se dirigió a Oscar:

–Que vuestra madre descanse feliz - dijo, y luego se sumergió y desapareció, casi sin hacer ondas.

–Es un consuelo – dijo Oscar -. Naturalmente, dicen que este planeta no tiene más que un idioma único, pero es la primera vez que lo compruebo.

–¿Por qué ha desaparecido ese tipo?

–Probablemente para ir a dar parte. Y no digas «ese tipo», Matt, di «esa venusiana».

–Es una diferenciación, que sólo podría interesar a otro venusiano.

–Bien, es una mala costumbre, de todas maneras – Oscar se agachó y esperó.

Después de un tiempo que parecía más largo a causa de los insectos, el calor y el bochorno, el agua se abrió en una docena de Sitios al mismo tiempo. Uno de los anfibios subió con gracia a la orilla y se puso de pie en ella. Llegaba aproximadamente al hombro de Matt. Oscar repitió los saludos de rigor. Ella le miró:

–Mi madre me dice que no os conoce.

–Sin duda, ocupada con pensamientos importantes, lo ha olvidado.

–Tal vez. Vamos a ver a mi madre para que os huela.

–Sois muy amable. ¿Podéis transportar a mi compañero? - Oscar señaló a Thurlow -. Estando enferma, «ella» no puede cerrar su boca en las aguas.

La venusiana asintió. Llamó a una de sus acompañantes, y Oscar se unió a la deliberación, explicando como se debía cubrir la boca de Thurlow y taparle la nariz.

–Para que las aguas no «la» devuelvan a la madre de su madre.

La segunda nativa discutió, pero asintió.

Tex abrió unos ojos como faros.

–Mira, Matt – dijo, con prisa, en Básico. Seguro que no están pensando en llevarnos bajo el agua ¿verdad?

–Salvo que quieras quedarte aquí, hasta que los insectos te coman entero, tienen que ir. Tómatelo con calma, déjalas llevarte, e intenta mantener los pulmones llenos. Cuando se hundan, puede ser que tengas que estar sumergido durante unos minutos – le contestó Oscar.

–Tampoco me gusta a mí – dijo Matt.

–Ostras, visité por primera vez una casa venusiana cuando tenía nueve años. Saben que no podemos nadar como ellas. Al menos, las que están cerca de las colonias lo saben – admitió, dudosamente, Oscar.

–Tal vez sería mejor que se lo dijeras bien claro.

–Lo intentaré.

La jefe le cortó con convicción. Dio una orden aguda y seis componentes de su grupo se colocaron al lado de los cadetes, dos para cada uno. Otras tres cogieron a Thurlow, lo alzaron y lo introdujeron en el agua. Una de ellas era la que había recibido las órdenes.

Oscar les gritó:

–¡Tomadlo con calma, amigos!

Matt sintió unas manos pequeñas empujándole hacia el lago. Inspiró profundamente y entró en el agua.

El agua se cerró encima de su cabeza. Era cálida como la sangre, y dulce. Abrió los ojos, vio la superficie, entonces su cabeza emergió otra vez. Las pequeñas manos se agarraron a sus lados, y le impelieron, nadando con fuerza. Se dijo a sí mismo que debía relajarse, y dejó de luchar.

Después de un rato, incluso lo encontró agradable, cuando se hubo asegurado de que las pequeñas criaturas no intentaban arrastrarle hacia el fondo. Pero se acordó del consejo de Oscar e intentó estar alerta, para cuando empezaran a bucear. Afortunadamente, vio que el trío en el que Tex se encontraba en el medio se zambullía; inspiró a tiempo.

Bajaron y bajaron, hasta que sus tímpanos le dolieron y después siguieron adelante. Cuando empezaron a subir, el dolor en su pecho era casi insoportable. Estaba luchando contra el reflejo de abrir la boca y respirar algo, hasta agua, cuando salieron a la superficie otra vez.

Hubo otros tres recorridos, duros para los pulmones, debajo del agua; cuando hicieron superficie por última vez Matt, vio que ya no estaba en el exterior.


La cueva, si es que era una cueva, tenía unos treinta metros de largo y menos de la mitad de ancho. En el centro había la entrada acuática por la cual habían venido. Estaba iluminada desde arriba, bastante débilmente, por una especie de globos naranja, ardientes.

Advirtió la mayor parte de esto después de haber subido a la orilla. Su primera impresión fue de una multitud de venusianos rodeando la piscina. Naturalmente, les extrañaban sus invitados y charlaban. Matt pilló unas palabras y oyó una referencia «engendrados en el cieno», lo que le molestó.

Los tres que estaban con Thurlow salieron del agua. Matt se separó de sus guardias y ayudó a sacarlo a tierra firme. Se puso furioso, durante un momento, al no poder encontrar el pulso del Teniente; después lo localizó: Era rápido y confuso.

Thurlow abrió los ojos, y le miró:

–Matt, los giros…

–Todo está bien, Teniente. Tómelo con calma.

Oscar estaba de pie, junto a él.

–¿Cómo está, Matt?

–Parece que está saliendo de la inconsciencia. Me parece que está mejor.

–Tal vez la inmersión le benefició.

–A mi no me hizo ningún bien – aseguró Tex -. Tragué unos cuatro litros de agua durante la última. Estas pequeñas ranas son unas descuidadas.

–Se parecen más a focas – dijo Matt.

–No son nada de eso – cortó Oscar bruscamente. Son gente. Ahora – continuó – intentaremos entablar relaciones amistosas.

Dio la vuelta, buscando a la jefa del grupo.

La muchedumbre se separó, dejando un pasillo hacia la piscina. Una anfibio, andando sola, pero seguida por tres más bajó lentamente por el pasillo hacia ellos. Oscar se dirigió a ella.

¡Saludos, oh muy preciada madre de muchos!

Ella le miró de arriba abajo lentamente, y habló, pero no a él:

–Tal como pensaba. Llevdoslas.

Oscar empezó a protestar, pero no dio ningún resultado. Cuatro de las enanas se acercaron a él. Tex le gritó:

–¿Qué te parece, Os? ¿Les damos de palos?

–¡No! – gritó Oscar a su vez -. No te resistas.

Tres minutos más tarde, fueron metidos en una sala pequeña, casi completamente en tinieblas, pues la oscuridad estaba rota solamente por una única esfera de luz naranja. Después de haber dejado a Thurlow en el suelo las enanas se fueron, cerrando la puerta detrás a base de correr una cortina. Tex miró alrededor, intentó ajustar sus ojos a la débil luz, y dijo:

–Es tan confortable como una tumba. Os, tendrías que habernos dejado organizar una buena pelea. Apuesto a que hubiéramos podido liquidar a toda esta pandilla.

–No seas tonto, Tex. Supón que lo hubiéramos conseguido, cosa que dudo; si así hubiera sido, ¿cómo ibas a encontrar el camino para salir de aquí nadando?

–No lo hubiera intentado. Hubiéramos cavado un túnel hasta la superficie, tenemos dos cuchillos.

–Tal vez lo hubieras logrado. Yo no lo intentaría: generalmente el Pequeño Pueblo construye sus ciudades bajo los lagos.

–No lo había pensado bajo este aspecto… eso si que es cosa mala – Tex examinó el techo como si se estuviera preguntando cuando se abriría -. Mira, Os, no creo que estemos debajo del lago, puesto que las paredes de este calabozo estarían húmedas.

–Ni hablar, son muy buenas para estas cosas.

–Bueno, de acuerdo, de modo que nos tienen en sus manos. No me estoy quejando, Os, tu intención era buena, pero me parece que tendríamos que haber probado suerte en la jungla.

–Por el amor del cielo, Tex. ¿No crees que ya tengo bastante para preocuparme sin que hagas conjeturas? Si no estás quejándote, entonces deja de rezongar.

Hubo un corto silencio y Tex dijo:

–Perdóname, Oscar. Soy un bocazas.

–Lo siento. No tendría que haberme irritado. Me duele el brazo.

–Oh, ¿cómo te va? ¿No te lo he puesto bien?

–Creo que hiciste un buen trabajo, pero me duele. Me empieza a picar, debajo de las vendas; me aguijonea. ¿Qué estás haciendo, Matt?

Después de haber observado el estado de Thurlow, que seguía sin cambios, Matt había ido hasta la puerta investigando la cerradura. Descubrió que la cortina era de alguna clase de tela, dura y espesa, y estaba atada a los bordes. Estaba intentando cortarla con su cuchillo, cuando Oscar le habló.

–Nada – contesto -, esto no la corta.

–Entonces, deja de intentarlo y tranquilízate. No queremos salir de aquí… al menos, por ahora.

–Habla por ti, amigo. ¿Por qué «no queremos»?

–Es lo que he intentado decirle a Tex No voy a decir que éste sea un lugar agradable pero, de todas formas, estamos unas ochocientas veces mejor aquí de lo que estábamos hace unas dos horas.

–¿Cómo?

–¿Tenéis alguna idea de lo que significa pasar la noche aquí en la jungla, sin nada para defendernos? ¿Cuando se oscurece, y los gusanos del cieno vienen a mordisquearte los dedos del píe? Tal vez nos arreglaríamos durante una noche, o aún dos, manteniéndonos activos y si así era seríamos muy, muy afortunados… ¿pero qué pasaría con él?– Oscar hizo un movimiento hacia la forma inmóvil de Thurlow -. Por esto es por lo que, en primer lugar, me ocupe en encontrar nativos. Estamos seguros, aunque estemos encerrados.

Matt tembló. Los gusanos del cieno no tienen dientes; pero excretan un ácido que disuelve lo que quieren probar. Miden unos dos metros.

–Me has convencido.

Tex dijo:

–Me gustaría que Tío Bodie estuviera aquí.

–A mi también, te haría callar. No estoy ansioso por salir de aquí hasta que nos hayan dado algo para comer y podamos dormir un poco; para entonces tal vez el jefe ya estará de nuevo sobre sus pies, y sabrá lo que tenemos que hacer.

–¿Qué te hace pensar que van a damos de comer?

–No sé lo que harán, pero creo que lo harán. Si se parecen a las venusianas que están alrededor de las colonias polares, nos darán de comer. Mantener a otra criatura encerrada, sin darle de comer, es una crueldad en la cual nunca pensarían Oscar buscó palabras -. Tenéis que conocerlas para entender lo que quiero decir, pero el caso es que el Pequeño Pueblo no tiene la crueldad de los hombres.

Matt asintió.

–Sé que se las describe como una raza amable y pacífica. No creo que llegue nunca a tenerles mucho cariño, pero los carretes de estudio me las presentaron como amables.

–Eso es solamente un prejuicio de raza. Es más fácil sentir amistad por una venusiana que por un hombre.

–Os, esto no es justo – protestó Tex -. Matt no tiene ningún prejuicio de raza, y tampoco lo tengo yo. Mira al Teniente Peter, ¿nos importó que fuera tan negro como el as de espadas?

–No es lo mismo. Una venusiana es completamente diferente. Creo que tienes que criarte con ellas, como yo, para darlo por supuesto. Pero todo lo que les concierne es diferente, por ejemplo, el hecho de que nunca se vea otra cosa más que hembras.

–Dime, ¿qué pasa con esto, Os? ¿Seguro que hay varones venusianos, o bien es solamente una superstición?

–Seguro que los hay, el Pequeño Pueblo es indiscutiblemente bisexual. Pero dudo que jamás obtengamos una imagen de uno o que tengamos la suerte de poderlo examinar. Los tipos que proclaman haberlos visto son unos mentirosos – añadió -, porque sus historias nunca coinciden.

–¿Por qué crees que son tan quisquillosos sobre esto?

–¿Por qué nunca come buey un hindú? No hay ninguna razón para esto. Yo creo en la teoría convencional: los varones son pequeños e indefensos y tienen que ser protegidos.

–Estoy contento de no ser venusiano – comentó Matt.

–Tal vez no sería una vida tan mala – repuso Tex -. Yo… podría soportar algo de protección femenina, ahora mismo.

–No vayas a considerarme una autoridad sobre Venus – advirtió Oscar -. Nací aquí, pero no nací en este sitio.

Dio golpecitos en el suelo.

–Conozco a los nativos de la región polar, los que viven alrededor de mi ciudad natal, y es prácticamente el único tipo de venusiano que la gente conoce.

–¿Piensas que haya tanta diferencia? – quiso saber Matt.

–Creo que ya tenemos mucha suerte al poder hablar con ellos, a pesar de que su acento me vuelva loco. En cuanto a las otras diferencias… mira, si los únicos seres humanos que hubieras encontrado fueran esquimales, ¿de qué te serviría esto para tratar con el alcalde de una ciudad de Méjico? Las costumbres locales serían completamente distintas.

–Entonces tal vez no nos den de comer, después de todo – dijo Tex, melancólicamente.

Pero les dieron de comer, poco después. La cortina se descorrió, algo fue puesto en el suelo y la puerta se cerró otra vez.

Había un plato lleno de una sustancia viscosa, de color y de textura indeterminadas a la débil luz, y un objeto que tenía aproximadamente la talla y la forma de un huevo de avestruz. Oscar cogió el plato y lo olió, después cogió un pedacito y lo probó.

–Está bien – anunció -, vamos, comamos.

–¿Qué es? – preguntó Tex.

–Es… bueno, no importa. Cómelo. No os hará daño y os mantendrá en vida.

–¿Pero, qué es? Quiero saber qué es lo que estoy comiendo.

–Permíteme señalar que, o te lo comes o te quedas con hambre. A mí no me importa. Si te lo digo, tus prejuicios locales te impedirán comer. Piensa solamente que es basura y aprende a saborearía.

–Eh, basta, deja de tomarnos el pelo, Os.

Pero Oscar se negó a continuar la discusión. Comió con prisa, hasta que hubo terminado su ración, echó una mirada a Thurlow y dijo de mala gana.

–Creo que tendríamos que dejar un poco para él.

Matt probó aquello.

–¿Qué tal es? – le interrogó Tex.

–No es malo. Me recuerda puré de brotes de soja. Es salado… me da sed.

–Sírvete – sugirió Oscar.

–¿Eh? ¿Dónde? ¿Cómo?

–La vejiga para beber, naturalmente – Oscar le pasó «el huevo de avestruz».

Matt lo encontró suave al tacto, a pesar de su apariencia. Lo sostuvo en alto, perplejo.

–¿No sabes cómo utilizarlo? Mira – Oscar lo cogió, miró las extremidades, y eligió una, que colocó en sus labios -. Así – dijo, secándose los labios -. Pruébalo. No lo aprietes demasiado, o te lo vas a echar por encima.

Matt lo probó, y obtuvo un trago de agua. Se parecía un poco a utilizar un biberón.

–Es una especie de vejiga de pescado – explicó Oscar -. Es esponjosa por dentro. Oh, no tengas repugnancia, Tex, está esterilizada.

Tex lo probó, cautelosamente, después se rindió y agarró la comida. Al cabo de un rato todos se arrellanaron, sintiéndose mucho mejor.

–No es tan malo – admitió Tex -. Pero, ¿sabéis lo que me gustaría? Una pila de pasteles calientes, humeantes, tiernos y bien doraditos…

–¡Oh, cállate! – dijo Matt.

–Con mantequilla fundada y nadando en miel. De acuerdo, me callaré – abrió la cremallera de su bolsa y sacó su armónica -. Bueno, que os parece… todavía está seca.

Intentó un par de notas, y después se lanzó a una brillante ejecución de «El piloto bizco».

–Tex, basta – dijo Oscar -. Esta es una especie de sala de hospital, ¿recuerdas?

Tex miró al enfermo con inquietud:

–¿Crees que lo puede oír?

Thurlow dio la vuelta y murmuró en su sueño. Matt se inclinó sobre él.

–J'ai soif - murmuró el Teniente, y después repitió claramente -. J'ai soif.

–¿Qué dijo?

–No sé.

–Me sonaba a francés. ¿Alguno de vosotros sabe francés?

–Yo no.

–Yo tampoco – repuso Matt -. ¿Por qué hablaría en francés? Siempre pensé que era americano del Norte; hablaba básico como silo fuera.

–Tal vez sea un canadiense francés – Tex se arrodilló a su lado y le tocó la frente -. Parece que tiene algo de fiebre. Tal vez tendríamos que darle un poco de agua.

–De acuerdo – Oscar cogió la vejiga y la colocó en los labios de Thurlow; la apretó suavemente para que saliera un poco. El herido movió los labios y empezó a chupar, sin que pareciera que despertase. Al fin, la dejó caer de la boca -. Eso es – dijo Oscar -, tal vez se sentirá mejor ahora.

–¿Vamos a guardar esto para él? – inquirió Tex, ojeando lo que quedaba de alimentos.

–Va, cómetelo, si lo quieres. Se vuelve rancio pocas horas después de que… bueno, se vuelve rancio.

–No creo que ya quiera más – decidió Tex.


Estaban durmiendo desde hacía algún rato, cuando un ruido les despertó. Una voz, indudablemente humana:

–Eh – decía -. ¿A dónde me lleváis? ¡Insisto en que me llevéis a ver a vuestra madre!

La voz sonaba exactamente en su puerta:

–¡Apaciguad la voz!– contestó un acento nativo. La cortina se corrió, alguien fue empujado dentro del cuarto y la puerta se cerró otra vez.

–¿Quién es? – preguntó Oscar.

La forma se volvió.

–Hombres… – dijo, como si no lo pudiera creer -. ¡Hombres!

Empezó a sollozar.

–Hola, Maloliente – dijo Tex -. ¿Qué estás haciendo aquí?

Era Girard Burke.

Hubo mucha confusión durante los momentos que siguieron, Burke pasaba de las lágrimas a sacudidas nerviosas incontrolables. Matt, que fue el último en despertarse, tuvo problemas para diferenciar entre lo que pasaba en realidad y la fantasía que había estado soñando, y todos hablaban al mismo tiempo, todos preguntaban, pero ninguno contestaba.

¡Tranquilos! – ordenó Oscar -. Aclaremos esto. Burke si no entiendo mal, estaba en la Gary, ¿no?

–Soy el Capitán de la Gary.

–¿Qué? ¡Que me aspen…! Pensándolo bien, sabíamos que el capitán de la Gary se llamaba Burke, pero nunca se nos ocurrió pensar que podía ser Maloliente Burke. ¿Quién podría estar lo bastante loco como para confiarte una nave, Maloliente?

–Es mía propia o mejor dicho, de mi padre. Y agradecería que me llamaras Capitán Burke y no «Maloliente».

–De acuerdo, Capitán Maloliente.

–Pero, ¿cómo llegó aquí? – quería saber Matt, que todavía trataba de entender lo que pasaba.

–Acaba de explicarlo – le dijo Tex -. Es el chico que pidió ayuda a gritos. Pero lo que me toca las narices es que tuviéramos que ser nosotros los elegidos. Es igual que jugar al bridge y que te den una mano con trece espadas.

–Oh, no sé – objetó Oscar -. Es una coincidencia, pero no tan sorprendente. Es un hombre del espacio, pide ayuda y naturalmente la Patrulla le ayuda. Por casualidad, estábamos por aquí. Es tan probable, o improbable, como encontrarte a tu profesor de piano en las calles del centro de tu ciudad natal.

–No tengo profesor de piano – objetó Tex.

–Olvídalo. Yo tampoco. Ahora pienso…

–Espera un minuto – le interrumpió Burke -. ¿Debo deducir que fuisteis enviados aquí para contestar a mi llamada?

–Ciertamente.

–Bueno, doy gracias a Dios por esto; aunque vosotros, chicos, fuisteis lo bastante estúpidos como para caer en la boca del lobo. Ahora, decidme, ¿cuántos hay en la expedición y cuál es su equipo? Nos va a resultar bastante difícil cascar este huevo.

–¿Qué? ¿De qué estás hablando, Maloliente? Aquí está toda la expedición, frente a ti.

–¿Qué? No es momento de gastar bromas. Pedí un regimiento de infantería de marina, equipados para operaciones anfibias.

–Tal vez lo hiciste, pero esto es todo lo que has conseguido, en total. El Teniente Thurlow está al mando, pero recibió un golpe en el cráneo y, temporalmente, lo reemplazo. Puedes hablar conmigo. ¿Cuál es la situación?

La noticia pareció aturdir a Burke. Los miró fijamente, sin hablar. Oscar continuó:

–Animo Maloliente. Danos los datos, para que podamos planear algo.

–¿Qué? Oh, no es necesario. Es totalmente desesperado.

–¿Qué es lo desesperado? Los nativos parecen amables, en conjunto. Dinos cual era la dificultad, para que podamos arreglarlo con ellos.

–¡Amables! – Burke rió amargamente -. Mataron a todos mis hombres. Van a matarme a mi y os matarán a vosotros.


XV


COMER TARTA CON UN TENEDOR

–De acuerdo – asintió Oscar -. Ahora que esto está aclarado, todavía quiero saber los motivos. ¿Qué tal si te reanimas un poco y nos dices lo que ocurrió?


La nave cohete mercante Gary, construida por «Reactores y Cía.» y cedida a la empresa familiar «Empresas Sistema Solar» era un cohete con alas, adaptado especialmente para operaciones específicas en Venus. El señor Burke, padre, había puesto a su hijo al mando de una tripulación experimentada. La meta del viaje era investigar sobre un informe referente a minerales de los elementos transuránicos.

El informe era justo. Los minerales eran abundantes. Entonces Burke, hijo, había empezado a negociar los derechos de explotación con las autoridades locales de Venus, para obtener los títulos de propiedad necesarios, frente a otros explotadores que sin duda vendrían después.

No había podido interesar a «la madre de muchas» local en sus deseos; le dejó entender que el pantano que quería era tabú. Sin embargo, pudo arreglárselas de manera que subiera a visitar la Gary. Una vez a bordo de la nave intentó otra vez hacerla cambiar de idea. Cuando rechazó de nuevo sus deseos, le impidió la salida de la nave cohete.

–Quieres decir que la has secuestrado – dijo Matt.

–Nada de esto. Subió a bordo por su propia voluntad. Solamente no me levanté para abrirle la puerta, y continué con la discusión.

–¿Oh, sí? – comentó Oscar -. ¿Cuánto tiempo duró esto?

–No mucho.

–Exactamente, ¿cuánto tiempo? De todas maneras el mejor que me lo digas, pues lo sabré por las nativas.

–¡Oh, bueno! Una noche, ¿qué hay de criminal en esto?

–No sé exactamente lo criminal de ese acto por aquí. En Marte, como lo aprendí en la Escuela y estoy seguro de que tú también, el castigo hubiera sido dejarte en el desierto, sin protección, durante exactamente el mismo tiempo.

–Por el infierno, no le hice daño. No soy tan tonto. Quería su cooperación.

–Y le torciste el brazo para conseguirla. La retuviste como prisionera, secuestrada por seducción, y la mantuviste para pedir rescate. De acuerdo, la detuviste una noche. ¿Qué pasó cuando la dejaste marchar?

–Es lo que estoy intentando decirte. Nunca tuve la posibilidad de dejarla irse. Iba a hacerlo, naturalmente, pero…

–Si tú lo dices.

–No te pongas sarcástico. A la mañana siguiente atacaron la nave. Debía haber miles de esas bestias.

–¿Y entonces la dejaste en libertad?

–Tenía miedo de hacerlo. Pensé que, mientras la retuviera, nada grave nos podía ocurrir. Pero me equivoqué… echaron algo sobre la puerta que se la comió en un momento y estuvieron dentro de la nave antes de que tuviéramos la posibilidad de pararlos. Mataron a mi tripulación, la aplastaron… ¡pero seguro que hemos matado al doble! ¡Los muy salvajes!

–¿Y cómo es que tú aún respiras?

–Me encerré en la sala de mando, e hice la llamada que les trajo aquí. No me encontraron hasta que examinaron la nave, compartimento tras compartimento. Me debí desmayar a causa del humo que hicieron cuando entraron… de todas maneras, me desperté mientras me traían aquí.

–Ya veo – Oscar se sentó un rato, y pensó, sus rodillas dobladas bajo su barbilla -. ¿Es la primera vez que vienes a Venus, Maloliente?

–Bueno, sí.

–Lo suponía. Se ve que no sabías lo obstinado y difícil que puede ser el Pequeño Pueblo, cuando empiezas a molestarlo.

Burke hizo una mueca.

–Lo sé ahora. Es la razón por la cual llamé precisamente a un regimiento de infantes de marina. No sé en lo que el Departamento pensaba, cuando mandó a tres cadetes y a un oficial de guardia. ¡Qué militares tan estúpidos! Mi viejo armará un follón cuando vuelva.

Tex evidenció su disgusto.

–¿Pensabas que la Patrulla fue inventada para impedir que una cabeza vacía como la tuya pague por hacerse el gracioso?

–¡Oye, tú…!

–Tranquilo Burke. Y no hagas observaciones que no vienen al caso, Tex. Esto es una investigación, no un debate. Sabes que la Patrulla nunca manda a los infantes de marina antes de haber intentado negociar, Burke.

–Seguro, por eso especifiqué infantes de marina. Quería que se saltasen el papeleo y actuaran.

–Te engañaste a ti mismo. Y no tienes que hablar de lo que harás cuando vuelvas. No sabemos todavía si volveremos.

–Es verdad – Burke frunció sus labios, y lo pensé. Mira, Jensen, nunca fuimos muy amigos en la escuela, pero esto no importa ahora, estamos en la misma barca y tenemos que aguantarnos. Tengo una propuesta que hacerte: Conoces a estas ranas mejor que yo.

–Gente, no «ranas».

–De acuerdo, conoces a los indígenas. Si puedes arreglar esto y sacarme de aquí, te podré dar un pellizco de…

–¡Ten cuidado con lo que dices, Burke!

–No seas arrogante. Déjame hablar, ¿quieres? Solamente escucha. ¿Me dejas hablar, o no?

–Déjale hablar, Os – dijo Tex -. Me gusta ver sus amígdalas.

Oscar contuvo su lengua, y Burke continuó:

–No iba a decir nada que denigrase tu carácter de alabastro. Después de todo, sólo tenéis que sacarme de aquí; es cosa mía si yo quiero dar una recompensa. Bien, este pantano que hemos acotado está lleno de materiales transuránicos, desde el elemento 97 hasta el 104. No tengo que deciros, lo que significan: 101 y 103 para las aleaciones de revestimiento de los cohetes; e] 100 para la terapia del cáncer, sin mencionar sus usos en catálisis. Porque solamente con la catálisis se pueden sacar millones. No soy egoísta. Les daré a todos una participación… digamos un diez por ciento a cada uno.

–¿Es todo lo que tienes que decir?

–No del todo. Si podéis arreglarlo para que nos suelten y nos dejen estar en paz, de manera que podamos reparar la Gary y sacar de este viaje un cargamento, os daré el veinte por ciento. Os gustará la Gary, es la mejor nave de todo el Sistema. Pero si no se puede lograr eso, y, de todos modos, me sacáis de aquí con vuestra nave, seguís teniendo el diez por ciento.

–¿Has terminado?

–Sí.

–Puedo contestar por todos. Si no considerase el origen de la propuesta, me sentiría insultado.

–El quince por ciento. No tienes por qué tomarlo mal, de todas maneras te es completamente gratuito, y por hacer lo que, de todas formas, os han ordenado hacer aquí.

–Os – dijo Matt -. ¿Tenemos que escuchar estas tonterías?

–Ya no más – decidió Jensen -. Ha tenido su tiempo de palabra. Burke, me limitaré a los hechos y no mezclaré mi opinión personal. No puedes alquilar a la Patrulla, lo sabes. En…

–No trataba de alquilaría, solamente intentaba haceros un favor, demostraros mi aprecio.

–Me toca hablar a mí. En segundo lugar, no tenemos nave, por el momento.

–¿Qué? ¿Qué es esto? – Burke parecía asustado. Oscar le hizo un resumen rápido de lo que sucedió a la navecilla. Burke parecía a la vez sorprendido y terriblemente, amargamente chasqueado. ¡Bueno, so banda de estúpidos! ¡Olvidad la oferta, no tenéis nada que vender!

–Ya la olvidé, y alégrate de que lo haya hecho. Déjame decirte que no hubiéramos aterrizado a cohete en la jungla, si no hubieras hecho el burro y pedido ayuda después. Sin embargo esperamos recuperar la navecilla, si logro arreglar la calamidad que has montado… y no me resultará fácil.

–Bueno, naturalmente, si puedes arreglar las cosas y recuperar tu nave, la oferta se mantiene.

–¡Deja de hablar de ese estúpido soborno! No podemos prometerte nada, aunque lo quisiéramos. Tenemos que cumplir con nuestra misión.

–De acuerdo, vuestra misión es sacarme de aquí. Es lo mismo, solamente que me sentía generoso.

–Nuestra misión no tiene nada que ver con eso. Nuestra principal misión es lo que siempre constituye la principal misión de la Patrulla, mantener la paz. Nuestras órdenes dicen que investiguemos acerca de un informe sobre una insurrección de nativos (que no hay ninguna), y «mantener la paz». No dice nada de sacar a Girard Burke de la cárcel local y ofrecerle un viaje gratuito a casa.

–Pero…

–No he terminado. Sabes, como yo, cómo funciona la Patrulla. Actúa en sitios lejanos y un oficial de la Patrulla tiene que utilizar su propio juicio, siendo dirigido por la Tradición.

–Bueno, si buscas antecedentes, tienes que…

–¡Cállate! Antecedente es simplemente la suposición de que alguien, en el pasado y con menos información, sabe más que el que está en el lugar de los hechos. Si hubieras empleado un poco bien el tiempo, cuando estabas de cadete, sabrías que la Tradición es algo muy diferente. Seguir una tradición significa hacer las cosas en el mismo estilo grandioso que tus predecesores, pero no significa hacer las mismas cosas.

–De acuerdo, de acuerdo, puedes olvidar la lección.

–Necesito que me des más información. El Pequeño Pueblo de aquí, ¿había visto ya a un hombre, antes de que vinieras?

–Este… bueno, sabían algo de los hombres, muy poco de todas maneras. Naturalmente, conocían a Stevens.

–¿Quién era Stevens?

–Un mineralogista, que trabajaba para mi viejo. Hizo la prospección rápida que nos hizo traer a la Gary aquí. Oh, también estaba su piloto.

–¿Y ésos son los únicos hombres que estos indígenas han conocido, aparte de la tripulación de la Gary?

–Por lo que yo sé, si.

–¿Han oído hablar de la Patrulla?

–Lo dudo… Sí, también la conocen. A lo menos la madre jefe parecía conocer la palabra.

–Hum… eso me sorprende bastante. Por lo que sé, la Patrulla nunca ha tenido la ocasión de aterrizar tan cerca del ecuador y si lo hubiera hecho creo que el Capitán Yancey nos hubiera dicho algo de esto.

Burke se encogió de hombros. Oscar continuó.

–Esto afecta a lo que tenemos que hacer. Has organizado un buen lío, Burke. Con el descubrimiento de minerales preciosos aquí, habrá más hombres que vendrán. Por la manera en que has enredado las cosas, puede que haya más y más desorden, hasta que empiecen guerras entre los nativos y los hombres, en todos sitios. Puede extenderse tal vez hasta los polos. El deber de la Patrulla es eliminar estas cosas, antes de que empiecen, y así es como interpreto nuestra misión aquí. Tengo que disculparme y apaciguar, y hacer lo imposible para borrar una primera mala impresión. ¿Me puedes dar más información, la que sea para que pueda ayudarme cuando lo intente?

–No lo creo. Pero adelante, dale coba a la vieja, de la manera que puedas. También puedes simular que me sacas de aquí como prisionero, si va a servir de algo. ¡Eh, esto puede ser una buena idea! Me conformaré con ello, si es que me permite salir de aquí.

Oscar movió la cabeza:

–Tal vez te sacaré como prisionero, si ella lo quiere. Pero, por lo que veo, eres un prisionero perfectamente legal por un crimen contra las costumbres locales.

–¿De qué estás hablando?

–Puedo asegurarte que lo que admites haber hecho es un crimen en todas partes. Puedes ser juzgado por esto en la Tierra si ella así lo quiere. Pero realmente no me importa que sea de una manera u otra. No es asunto de la Patrulla.

–¡Pero no puedes dejarme aquí!

Oscar se encogió de hombros.

–Es mi forma de verlo. Puede ser que el Teniente Thurlow salga de su estado en cualquier momento, entonces puedes hablarlo con él. Mientras esté al mando, no voy a arriesgar la misión de la Patrulla para intentar ayudarte a escapar con bien de un asesinato. ¡Y realmente quiero decir asesinato!

–Pero – Burke miró a su alrededor de manera salvaje -. ¡Tex! ¡Matt! ¿Vais a dejar que se una a esta gente-rana contra un hombre?

Matt le echó una ojeada impasible. Tex le dijo:

–Cierra la boca, Maloliente.

Oscar añadió:

–Sí, hazlo y ponte a dormir. Mi brazo me duele, y no quiero que me molestes más esta noche.

La sala se calmó de repente, aunque ninguno de ellos se durmió enseguida. Matt se quedó despierto durante largo tiempo, atormentado por su difícil situación, preguntándose si Oscar podría convencer a la madre rana… pensaba en ella de esta manera, convencerla de la inocencia de sus intenciones, y culpándose repetidamente del desastre de la navecilla. M fin, cayó dormido, agotado.

Se despertó al oír un gemido. Le despejó completamente, enseguida y se acercó al Teniente. Encontró a Tex, ya despierto, con él.

–¿Qué hay? – preguntó -. ¿Está peor?

–Intenta decir algo – contestó Tex.

Los ojos de Thurlow se abrieron y miró a Matt. Maman - dijo quejumbrosamente -. Maman… pourquoi fait – il nuit ainsi?

Oscar se unió a ellos:

–¿Qué dice?

–Suena como si llamara a su mamá – dijo Tex -. El resto es incoherente.

–¿Dónde está la vejiga? Podríamos darle de beber – la encontraron y el enfermo bebió otra vez, luego pareció que se volvía a dormir.

–Vosotros, chavales, volved a dormir – dijo Oscar -. Quiero hablar con el guardia que nos traiga la próxima comida, para intentar ver a la madre-jefe Tiene que recibir atención médica, de cualquier manera.

–Vigilaré, Os – se ofreció Matt.

–No, de todas maneras no puedo dormir muy bien. Esta maldita cosa me pica – levantó su brazo herido.

–Bueno, muy bien.

Matt todavía estaba despierto cuando se abrió la cortina. Oscar estaba sentado con las piernas cruzadas en la puerta, esperando, mientras la nativa empujaba hacia dentro una fuente de comida, introdujo su brazo en la apertura.

–Sacad vuestro brazo - dijo la indígena enérgicamente.

–Escuchadme - dijo Oscar -, tengo que hablar con vuestra madre.

–Sacad vuestro brazo.

-¿Vais a transmitir mi mensaje?

–Sacad vuestro brazo.

Oscar lo hizo y la cortina se cerró rápidamente. Matt dijo:

–No parece que tengan intención de tratar con nosotros, ¿verdad, Os?

–No pierdas la confianza – le contestó Oscar.– El desayuno. Despierta a los otros.

Era el mismo alimento poco apetitoso de antes.

–Pártelo en cinco, Tex – ordenó Oscar -. Puede ser que el Teniente salga de su inconsciencia y tenga hambre.

Burke lo miró y lo olió:

–Estoy harto de esto. No quiero nada.

–De acuerdo, córtalo en cuatro – Tex asintió y lo hizo.

Comieron, después Matt volvió a sentarse, eructó meditativo, y dijo:

–¿Sabéis? Si bien pudiera tomar algo de zumo de naranja y de café, esta cosa no es tan mala.

–¿Ya os hablé – dijo Tex -, del tiempo en que mi Tío Bodie fue encarcelado en la cárcel de Juárez? Por equivocación, naturalmente.

–Naturalmente – asintió Oscar -. ¿Qué pasó?

–Bueno, le dieron de comer solamente frijoles saltarines mejicanos. El…

–¿No le hicieron daño en el estómago?

–Nada de esto. Comió todos los que podía y, una semana más tarde, saltó sobre una pared de cuatro metros y botó hacia casa.

Conociendo a tu Tío Bodie, lo creo. ¿Qué piensas que hubiera hecho en estas circunstancias?

–Es evidente. Hubiera hecho el amor con la vieja, y en tres días hubiera sido el jefe de aquí.

–Me parece que, después de todo, voy a desayunar un poco – anunció Burke.

Dejarás esto para el Teniente – le dijo Oscar firmemente -. Ya ha pasado tu oportunidad.

–No tienes autoridad sobre mí.

Hay dos razones por las que te equivocas.

–Ah, ¿sí? ¿Cuáles son?

–Matt y Tex. Tex se levantó.

–¿Le doy un pescozón, jefe?

Todavía no.

–¡Oh, que asco!

–De todas maneras – objetó Matt -. Yo le daré el primer golpe, soy más viejo que tú, Tex.

–Abusando de los galones, ¿eh? ¡Eres una rata despreciable!

Señor Rata, por favor. Si, en este momento pienso aprovecharme de mi prioridad en el escalafón.

–Pero esto es una ocasión de demostrar la amistad.

–Caballeros, chavales – ordenó Oscar -. Ninguno de vosotros le zurrará, excepto si se acerca a oler esta fuente de comida.

Hubo un ruido en la puerta, la cortina fue abierta y una nativa anunció.

–Mi madre os verá. Venid.

-¿Yo solo, o con mis hermanas?

–Todas, venid.

Sin embargo, cuando Burke intentó pasar la puerta, dos de las pequeñas criaturas le empujaron dentro. Continuaron asiéndole mientras otras cuatro cogían al Teniente Thurlow y le transportaban afuera. El numeroso grupo salió por el pasillo.

–Me gustaría que iluminasen estos nidos de conejo – se lamentó Tex, después de haber tropezado.

–Hay bastante luz para sus ojos – contestó Oscar.

–Bueno – asintió Tex -, pero menudo servicio que a mí me hace. Mis ojos no ven con infrarrojo.

–Entonces cuida donde poner tus enormes pies.

Fueron llevados a otra sala enorme, que no era la sala de entrada, porque no tenía piscina de agua. Un anfibio, el mismo que les había examinado y que había ordenado que se los llevaran cuando llegaron, estaba sentado sobre una plataforma elevada. En el otro extremo de la sala Oscar fue el único que la reconoció; para los otros, todos eran iguales.

Oscar aceleró el paso y se adelantó a su escolta.

–Saludos anciana e inteligente madre de muchos.

Ella se sentó y le miró firmemente. La sala muy tranquila. En cada lado el Pequeño Pueblo esperaba, mirando primero a los habitantes de la Tierra y después a su jefa, y al revés. Matt se dio cuenta de que la manera en que ella les contestase les mostraría su destino.

–Saludos - había devuelto la pelota a Oscar, negándose a darle cualquier título, bueno o malo. Queríais hablar conmigo, pues hablad.

-¿Qué clase de ciudad es la tuya? ¿Acaso he viajado tan lejos que los buenos modales ya no son observados? - la palabra en venusiano significaba mucha más cosas que «modales», se refería a todo código de costumbres obligatorio por el cual la más vieja y más fuerte protege a la más débil y más joven.

El auditorio entero se agitó. Matt se preguntó si Oscar no se había pasado. La expresión de la jefe cambió, pero Matt no pudo comprenderlo.

–Mí ciudad y mis hijas siempre viven según la costumbre - utilizó un término más inclusivo, que incluía tabúes y otros actos exigidos, así como la ley de la asistencia -, y nunca he oído decir que faltemos a nuestra obligación.

–Os oigo, benignísíma madre de muchos, pero vuestras palabras me desconciertan. Venimos mis «hermanas» y yo, buscando asilo y ayuda para nosotros y nuestra «madre», que está gravemente enferma. Yo también estoy herida y no puedo proteger a mis «hermanas» más jóvenes, y ¿qué recibimos en vuestra casa? Nos habéis quitado nuestra libertad, nuestra «madre» yace desatendida y falleciendo. Ni siquiera habéis tenido la delicadeza de darnos habitaciones personales, en las cuales poder comer.

Un ruido nació entre las espectadoras, que Matt interpretó correctamente como equivalente a una boqueada de horror. Oscar había deliberadamente utilizado la palabra ofensiva «comer» en vez de expresar el concepto dando un rodeo. Ahora Matt estaba seguro de que Oscar había perdido el juicio.

Si así era, Oscar continuó, confirmándolo:

-¿Somos peces, para que seamos tratados como tales? ¿O es que son así las costumbres entre vuestras hijas?

–Seguimos las costumbres - dijo ella bruscamente y hasta Matt y Tex pudieron observar la ira de su voz -. Creí que vuestra raza no tenía buenas costumbres. Esas cosas serán corregidas.

Llamó aparte a una de las componentes de su equipo, la pequeña criatura se fue trotando.

–En lo que concierne a vuestra libertad, hice lo que legalmente tenía que hacer, para proteger a mis hijas.

-¿Para proteger a vuestras hijas? ¿De qué? ¿De mi «madre» enferma? ¿O de mi brazo herido?

–Vuestra hermana que no tiene modales ha perdido el derecho a su libertad.

–Oigo vuestras palabras, madre sabia, pero no las entiendo.

La anfibia parecía perpleja. Preguntó concretamente por Burke, llamándole por su apelativo terrestre, diciendo «Capitán Burke» como si fuera una sola palabra. Oscar le aseguró que Burke no era «hija» de la «madre» de Oscar, ni tampoco de la «madre de la madre» de Oscar.

La matriarca consideró esto.

-¿Si os devolvemos a las aguas de la superficie nos dejaréis?

-¿Qué pasa con mi «madre»? - preguntó Oscar -. ¿La abandonaréis a causa de su enfermedad, para que muera y sea destruida por las criaturas del pantano?

En esta ocasión, evitó cuidadosamente utilizar la expresión venusiana de «ser comida».

La madre de muchos hizo transportar a Thurlow hasta el tablado donde estaba sentada. Varios miembros del Pequeño Pueblo se acercaron alrededor y le examinaron, hablando entre ellos entre susurros ceceantes. En este momento, la misma matriarca se unió a la deliberación, y habló otra vez:

–Vuestra madre duerme.

–Es un sueño de enfermedad. Su cabeza fue herida por un golpe.

Oscar se acercó al grupo y les enseñó el chichón en la parte de atrás de la cabeza de Thurlow. La compararon con la propia cabeza, haciendo correr sus manos pequeñas, suaves, inquisitivas, por su pelo rubio. Hubo más charla ceceante. Matt vio que no podía entender ni siquiera lo que oía; la mayoría de las palabras le eran extrañas.

–Mis hermanas sabías me dicen que no se atreven a desmontar la cabeza de vuestra madre, por miedo a no poder montársela otra vez - anunció la madre de muchos.

–¡Bueno, es un alivio! – dijo Tex, murmurando.

–El viejo Os no les dejaría, de todas maneras – susurró Matt.

La jefe dio unas instrucciones y unas cuatro que las «hijas» levantaron al oficial inconsciente y empezaron a sacarle de la sala. Tex dijo:

–Oye, Os, ¿piensas que es seguro?

–No te preocupes – contestó Oscar, y luego le explicó a la Matriarca- Mi «hermana» temía por la seguridad de nuestra «madre».

La criatura hizo un movimiento que, de repente, a Matt le recordó a su tía abuela Dora. Se sorbió la nariz.

–Dile que su nariz no tiene porque picarle.

–Dice que no tienes que preocuparte, Tex.

–Lo oí. De acuerdo, tú eres el Jefe – contestó Tex y después murmuró. Mi nariz, ¡mira que meterse con ella!

Después de que hubo sacado a Thurlow, la jefa se dio la vuelta hacia ellos, otra vez:

–Que vuestros sueños sean de hijas.

–Que vuestros sueños sean igualmente agradables, madre sabia.

–Hablaremos de nuevo.

Se alzó en su señorial metro y veinte, y dejó la sala. Cuando se hubo marchado el grupo de escolta condujo a los cadetes fuera de la sala de consejo, pero por un pasillo diferente al que habían venido. El grupo se paró, al fin, frente a otra entrada. El guía encargado les saludó de la misma manera que la matriarca. Corrieron una cortina pero no la ataron, detalle que Matt registró inmediatamente. Dio la vuelta hacia Oscar.

–Tengo que reconocértelo, Os. En cualquier momento en que te canses de la Patrulla y no quieras presentarte a las elecciones del Primer Ministro del Sistema, te puedo buscar un buen trabajo, el venderles nieve a los esquimales para ti seria cosa hecha.

–Matt no está diciendo ninguna tontería – asintió Tex -. Oscar, estuviste maravilloso. El Tío Bodie no hubiera podido ser más tramposo que tú.

–Ese si que es un elogio, Tex. Admito que estoy aliviado. Si el Pequeño Pueblo no fuera tan francamente razonable, no hubiera sido posible hacer esto.

La sala de estar de su piso, pues había dos cuartos, tenía aproximadamente el tamaño de la sala donde habían estado, pero era más confortable. Había un canapé ancho, blando y suave que corría a lo largo de la pared. En el centro de la sala había una piscina, negra bajo la débil luz.

–Os, ¿crees que la bañera conecta con el exterior? – quiso saber Tex.

–Casi siempre lo hacen.

Matt se interesó.

–Tal vez podríamos salir nadando.

–Inténtalo. Sólo que no te pierdas en la oscuridad y recuerda que no debes nadar bajo el agua más de la mitad del tiempo que puedes aguantar la respiración – Oscar sonrió cínicamente.

–Ya veo lo que quieres decir.

–De todas maneras tenemos que quedarnos hasta haber solucionado todo este lío.

Tex recorrió el segundo cuarto.

–Hey, Os, ven a ver esto.

Matt y Oscar se acercaron. Había filas de pequeños cubículos en cada lado, unos diez, cada uno con su propia cortina.

–Oh, sí, nuestras celdillas para comer.

–Esto me recuerda – dijo Matt -, que pensé que lo habías echado todo a perder, Os, cuando empezaste a hablar de comer. Pero te escapaste maravillosamente bien.

–No me escapé. Lo hice a propósito.

–¿Por qué?

–Fue un juego de tira y afloja. Tenía que impresionarles con la idea de que eran indecentes, o que así nos lo parecían. Eso demostró que éramos «gente», desde su punto de vista. Después todo fue fácil

–Oscar continuó -; Ahora que nos han aceptado como gente, tenemos que tener mucho cuidado para no echarlo todo a rodar. No me gusta comer en uno de estos cubículos pequeños y oscuros, ni a vosotros tampoco, pero no nos atreveremos a correr el riesgo de ser vistos mientras comemos, y no os olvidéis de que tenéis que correr la cortina, porque puede entrar alguien de sopetón. Acordaos de que en el comer es en la única cosa que buscan intimidad.

–Te entiendo – convino Tex -. Es como comer tarta con tenedor.

–¿Qué?

–No importa, es un recuerdo desagradable. Pero Matt y yo no lo olvidaremos.


XVI


N.C.P. ASTARTE

Al día siguiente Oscar fue citado otra vez a la presencia de la Magistrado de la Ciudad y empezó a trazar de una manera indirecta y deliberada, los fundamentos de unas relaciones diplomáticas formales para el futuro. Empezó por enterarse de la historia de las dificultades con la Gary y su patrón. Se parecía mucho a lo que habla admitido Burke, aunque desde otro punto de vista.


Oscar inquirió, de modo casual, sobre lo que hacía que el pantano que deseaba Burke fuese tabú.

Estaba preocupado por el hecho de que pudiera violar asuntos religiosos, pero creía que tenía que saberlo, pues tenía la absoluta certeza de que otros vendrían, en su momento, para intentar explotar los minerales transuránicos. Si la Patrulla quería impedir otras violaciones de la paz, la cosa tenía que ser examinada con cuidado.

La matriarca contestó sin titubeos: el pantano era tabú porque el fango de los minerales era venenoso.

Oscar sintió el mismo alivio que el de un hombre a quien acaban de decir que, después de todo, no es necesario que le corten una pierna. Los minerales eran venenosos, por supuesto; aquello era una cosa con la que, indudablemente, la Patrulla podía negociar. Los tabúes condicionales o prácticos habían sido superados muchas veces en el trato con las nativas. Archivó el tema, como algo que tenía que ser discutido más tarde por los peritos apropiados.

Más tarde, durante otra entrevista, la sondeó sobre el tema de la Patrulla. En cierto modo había oído hablar de ella, aparentemente, pues utilizaba la palabra en venusiano dada por las nativas de las regiones polares a todo el gobierno colonial, una palabra que significaba «guardianes de las costumbres» o «defensores de la ley».

El significado nativo ayudó bastante a Oscar, porque le parecía casi imposible hacer que ella entendiera que la Patrulla estaba pensaba para impedir la guerra… pues «guerra» era un concepto que ella nunca había oído.

Pero su mentalidad conservadora tenía, naturalmente, muchos prejuicios a favor de cualquier organización etiquetada como «guardianes de las costumbres». Oscar abordó este tema desde este punto de vista. Le explicó que otros de su raza vendrían: y, por esto, «la abuela de muchos» de su propia raza les habían mandado como mensajeros para proponer que una «madre» de la raza de Oscar fuera enviada allí, para ayudarla a evitar roces.

Ella estaba dispuesta a aceptar esta idea, puesto que se ajustaba a su propia experiencia y a sus conceptos. Los grupos de nativos de los alrededores de las colonias polares tenía la costumbre de manejar sus asuntos exteriores intercambiando «madres», que de hecho eran jueces, para que arreglasen los problemas causados por diferencias de costumbres. Oscar había presentado el problema según estos mismos términos.

De este modo, había preparado el terreno para un consulado, tribunales extraterritoriales, y una fuerza policial compuesta por hombres de la Tierra; la misión, tal como la veía, estaba completada, siempre que pudiera regresar a la base y presentarse antes de que empezaran a llegar otros buscadores, ingenieros de minas, y aventureros de todo tipo.

Solamente en este momento habló de volver… para oír como ella le sugería que se quedara permanentemente como «Madre» para su pueblo (la palabra raíz aquí traducida como «madre» se utiliza para todo tipo de autoridad en el lenguaje de Venus; las modificaciones y el contexto dan a la palabra su sentido en cada caso).

La propuesta dejó a Oscar momentáneamente desconcertado.

–No sabía que responderle – confesó más tarde -. Desde su punto de vista, aquello me honraba. Si lo rechazaba podía ofenderla y arruinarlo todo.

–Bueno, ¿cómo te las arreglaste para salir de eso? – quiso saber Tex -. ¿O no lo hiciste?

–Creo que sí. Le expliqué, tan diplomáticamente como me fue posible, que era demasiado joven para este honor, que actuaba de «madre» por el solo hecho de que Thurlow tenía que guardar cama y que, en cualquier caso, «mi abuela de muchos» tenía otras tareas para mí que yo tenía que cumplir, según me obligaba la costumbre.

–Supongo que esto la contentó.

–Creo que solamente lo consideró como un punto a negociar posteriormente. El Pequeño Pueblo es una raza de grandes negociantes; tendríais que venir a New Auckland un día, y escuchar las actuaciones de un tribunal de justicia mixto.

–No desvíes el tema – le advirtió Matt.

–Esto se relaciona con el tema: ellas luchan; solamente discuten, hasta que alguien cede. De todas maneras le dije que teníamos que llevar a Thurlow a un Sitio donde pudiera recibir atención quirúrgica. Lo entendió muy bien, manifestando su pesar, por décima vez, de que sus chicas no pudieran hacerlo. Pero tenía una sugerencia para curar al jefe.

–¿Si? – preguntó Matt -. ¿Cuál es?

Matt se había responsabilizado de la salud de Thurlow, trabajando con las curanderas anfibias, que ahora tenían al Teniente como responsabilidad profesional. Les había enseñado como tomar su pulso y vigilar su respiración, y ahora había siempre una de estas amables nativas en cuclillas a un extremo del lecho de Thurlow, mirándole con ojos serios. Parecían sinceramente afligidos por no poder ayudarle. El Teniente se había quedado en un estado de semícoma, saliendo de él lo bastante a menudo como para que pudieran darle de comer y beber, pero sin decir nunca algo que los cadetes pudieran entender. Matt se dio cuenta de que las pequeñas enfermeras no tenían remilgos a la hora de dar de comer a una persona inerte; aceptaban estas necesidades injuriosas para ellas, con la misma delicadeza que una enfermera humana.

Pero aunque Thurlow no murió, tampoco se puso mejor.

La sugerencia de la vieja chica era bastante radical, pero lógica. Sugirió que sus curanderos desmontaran primero la cabeza de Burke para ver cómo estaba hecha. Entonces, podrían operar al jefe y arreglarlo.

–¿Qué? – exclamó Matt.

Tex tenía problemas para controlarse. Río tanto que se ahogó, tuvo hipo y tuvieron que golpearle en la espalda.

–¡Oh, chico! – estalló finalmente, con lágrimas corriéndole por las mejillas -. Es maravilloso. No puedo esperar para ver la cara de Maloliente. No se lo has dicho ¿verdad?

–No.

–Entonces, déjame hacerlo a mí. Soy un artista en esto.

–Creo que no tendríamos que decírselo – objetó Oscar -. ¿Por qué patearlo cuando está acabado?

–¡Oh, no seas tan noble! No le hará ningún daño el saber que su categoría social es de cobayo.

–La lo odia realmente, ¿verdad? – comentó Matt.

–¿Por qué no tendría que hacerlo? – contestó Tex -. Una docena o más de su gente murieron. ¿Piensas que ella va a considerarlo como una extravagancia de escolar?

–Os equivocáis los dos – objetó Oscar -. Ella no le odia.

–¿Qué?

–¿Puedes odiar a un perro? ¿O a un gato…?

–Seguro que puedo – dijo Tex -. Teníamos una vez un viejo gato de muy mala baba, que…

–Baja el tono, y déjame acabar. Admitiendo tu punto de vista, puedes odiar a un gato solamente colocándolo a tu mismo nivel social. Ella no considera a Burke, de ninguna manera como… Bueno, como gente, porque no cumple con las costumbres. Somos «gente» para ella, porque nosotros si que lo hacemos, aunque nos parezcamos a él. Pero para ella Burke es solamente un animal peligroso, como un lobo o un tiburón, al que se tiene que enjaular o destruir… pero no odiar, ni castigar.

–De todas maneras – continuó -, le dije que no podía ser, porque teníamos un tabú religioso, esotérico e inexplicable, pero inquebrantable, que lo impedía… esto ya no la dejó seguir adelante. Pero le dije que nos gustaría utilizar la nave de Burke, para llevar al Teniente a casa. Me la regaló. Mañana vamos a verla.

–Bueno, eso si es una buena noticia… ¿Por qué no lo dijiste antes, en vez de largarnos todo este rollo?

Hicieron casi el mismo viaje, bajo el agua, que el que habían hecho al entrar en la ciudad; después, nadaron durante un tiempo algo largo y anduvieron un poco sobre tierra firme. La madre de la ciudad en persona les honraba con su compañía.

La Gary era, exactamente, tal como Burke la había descrito: moderna, con motor atómico, costosamente equipada y muy moderna, con unas alas puntiagudas, tan gráciles como las de una golondrina.

Pero también era una ruina irreparable.

Su casco estaba intacto, aparte de la puerta estropeada, que parecía haber sido sometida a un fuerte calor o a algo increíblemente corrosivo, o a ambas cosas. Matt se preguntó cómo habría ocurrido y lo consideró como otra señal de que las venusianas no eran unos simples animales: ranas, focas o castores, que sus prejuicios terrestres le habían hecho pensar.

El interior de la nave parecía en bastante buen estado, hasta que miraron los controles. Para registrar la nave, las anfibias, para las que un simple tirador de cierre de una puerta era un enigma insoluble, simplemente se habían abierto camino a través de los obstáculos quemándolo todo, incluida la trampilla de acceso al piloto automático de la nave y el compartimento de giróscopos. Los circuitos del sistema nervioso de la nave eran una masa de basura fundida y disuelta.

Sin embargo, tardaron tres horas en convencerse de que necesitarían los recursos de un arsenal para que la nave pudiera volver a volar de nuevo. Se rindieron de mala gana, al final, y empezaron el regreso, sin ningún ánimo.

Enseguida, Oscar le había hablado a la madre de la ciudad acerca del proyecto de recuperar la navecilla. No lo había mencionado antes puesto que la Gary parecía mejor solución.

Las dificultades idiomáticas le hubieran embarazado considerablemente, pues sus anfitrionas no tenían ninguna palabra para «vehículo», y aún menos para «nave cohete», pero la Gary le permitió tener algo a lo que apuntar, con lo que se podría explicar.

Cuando ella entendió lo que quería decir, dio algunas órdenes, y el grupo nadó hasta el punto donde los cadetes habían sido atrapados. Se aseguraron de que era el sitio, al localizar la camilla abandonada y de allá Oscar les condujo de nuevo hasta el lugar en que se había hundido la navecilla. Allí explicó lo que había ocurrido, enseñándoles la señal en la orilla donde se había deslizado y midiendo a pasos sobre la orilla las dimensiones de la nave.

La madre de muchos discutió el problema con sus inmediatas subordinadas, mientras los cadetes esperaban, siendo más bien ignorados que excluidos. Luego, precipitadamente, ella dio la orden de marcharse, la tarde estaba muy adelantada y ni siquiera las venusianas se quedan voluntariamente en la jungla, durante la noche.

Con esto se acabó el asunto durante varios días. Los esfuerzos de Oscar para saber lo que se estaba haciendo acerca de la navecilla, si es que se hacía algo, fueron ignorados como cuando se tiene que soportar a un chiquillo obstinado. Esto les dejó sin nada que hacer. Tex tocó su armónica hasta que le amenazaron con tirarle a la piscina del centro de la sala. Oscar estaba sentado, cuidando su brazo y pensando. Matt pasó la mayor parte del tiempo cuidando a Thurlow y se familiarizó mucho con las enfermeras que nunca lo dejaban, especialmente con una pequeña criatura, alegre y de ojos vivarachos que se llamaba «Th'wing».

Th'wing le hizo cambiar su idea acerca de las venusianas. Al principio, la miraba más como habría mirado a un perro bueno y fiel, pero inusitadamente inteligente. Poco a poco empezó a pensar en ella como en una amiga, una compañera interesante y como una «persona». Había intentado hablarle de sí mismo, de su propia raza y de su mundo. Le había escuchado con vivo interés, pero sin apartar sus ojos de Thurlow.

Tuvo que hablar, por fuerza, de conceptos astronómicos, pero chocó con una verdadera pared. Para Th'wing existía el mundo del agua, del pantano y de algo de tierra seca; y, por encima, estaban las nubes infinitas. Conocía el Sol, puesto que sus ojos, sensibles a los infrarrojos, podían verlo, aunque Matt no pudiera, pero lo tenía por un disco de luz y de calor, no por una estrella.

En cuanto a las otras estrellas, nadie de su gente las había visto y ni siquiera tenía tal idea. La noción de otro planeta no era extravagante, era simplemente incomprensible. Matt no llegó a ninguna parte.

Lo habló con Oscar.

–Bueno, ¿qué esperabas? – quería saber Oscar -. Todas las nativas piensan así, son corteses, pero piensan que les hablas de tu religión.

Y las nativas de cerca de las colonias, ¿también piensan así?

–También.

–Pero han visto las naves cohetes, al menos algunas de ellas. ¿De dónde piensan que venimos? Deben saber que no estamos aquí desde siempre.

–Naturalmente que lo saben, pero las del Polo Sur piensan que provenimos del Polo Norte y las de alrededor del Polo Norte están seguras de que venimos del Polo Sur, y no vale la pena intentar convencerlas de algo diferente.

La dificultad no venía sólo de un lado. Th'wing utilizaba continuamente palabras y conceptos que Matt no podía entender, y que aún con la ayuda de Oscar no descifraba. Empezó a tener la idea que era Th'wing quien era sofisticada y él, Matt, el extranjero ignorante.

–A veces, pienso – dijo Tex -, que Th'wing cree que soy un idiota estudiando con ahínco para ser un retrasado mental… pero que suspende el curso.

–Bien, no te dejes abatir por esto, chaval. Llegarás a ser un retrasado mental, si sigues intentándolo.

En la mañana del quinceavo día venusiano después de su llegada, la madre de la ciudad les mandó a buscar, y fueron llevados al sitio donde estaba la navecilla. Estaban en la misma orilla donde habían desembarcado de la nave mientras se hundía, pero la escena habla cambiado. Un hoyo enorme se abría a sus pies, por el cual se veían tras cuartas partes de la navecilla. Una multitud de venusianos se movía por encima y alrededor de ella, como los obreros en un arsenal.

Los anfibios hablan empezado por añadir algo al fango amarillo y poco denso del hoyo. Oscar había intentado descubrir la fórmula del aditivo, pero hasta su dominio del idioma era inútil. Las palabras eran extrañas. Pero, cualquiera que fuera, el efecto había sido transformar el fango casi líquido en un gel espeso que se volvía más y más consistente Con la acción del aire. Las enanas lo iban sacando desde arriba a medida que se endurecía, y la navecilla estaba ahora rodeada por las paredes escarpadas de un hoyo que se parecía a una funda. Una rampa conducía a la orilla y una corriente de las aparentemente incansables criaturas subía trotando, cargada de bloques de fango gelatinoso.

Los cadetes habían bajado al hoyo para mirar, hablando de buen humor. Sobre las posibilidades de poner de nuevo en marcha la navecilla y lanzarla otra vez por el espacio, hasta que la venusiana encargada del trabajo les rogó encarecidamente que salieran del hoyo y no molestasen. Fueron a donde estaba la madre de la ciudad, y esperaron.

–Pregúntale cómo piensa sacarlo de ahí dentro – sugirió Tex -. Oscar lo hizo.

–Decidle a esta hija impaciente que pesque sus propios peces, que yo ya me preocuparé de pescar los míos.

–No tiene por qué ser grosera por esto – se quejó Tex.

¿Qué ha dicho? - preguntó la madre de muchos.

–Os da las gracias por esta lección - tergiversó Óscar.

El Pequeño Pueblo trabajaba rápidamente. Se hizo evidente que la nave quedaría completamente libre antes de que el día estuviera muy adelantado… y que además la dejarían limpia. Ahora la parte exterior relucía y una procesión continua de venusianas había estado entrando y saliendo por la puerta de la nave, llevando ladrillos de fango gelatinoso. Durante las últimas horas, la rutina había cambiado: las pequeñas obreras salían llevando sus vejigas infladas. La escuadra de limpieza estaba al trabajo.

Oscar les observaba con aprobación.

–Ya os había dicho que la dejarían bien limpia aunque fuera lamiéndola con la lengua.

Matt parecía pensativo:

–Estoy preocupado, Oscar, de que toquen algo en el tablero de control y tengan problemas.

–¿Por qué? Los empalmes están todos sellados. No pueden romper nada. Cerraste el tablero cuando te marchaste, ¿verdad?

–Sí, naturalmente.

–De todas maneras, aunque no lo hubieras cerrado, al estar en esta posición no podrían conectar la propulsión.

–Es verdad, pero todavía estoy preocupado.

–Bueno, entonces, vamos a ver. Quiero hablar con el capataz, de todas formas; tengo una idea.

–¿Cuál? – preguntó Tex.

–Tal vez la puedan poner en pie en el hoyo. Me parece que podríamos despegar desde allá, sin tener que sacarla del hoyo. Podríamos adelantar muchos días – bajaron la rampa, y se encontraron a la venusiana que estaba al mando, luego Matt y Tex entraron en la nave, mientras Oscar se quedaba para exponer su idea.

Era difícil imaginarse que la sala de mandos estaba, escaso tiempo antes, llena de fango amarillo y sucio. Unas pocas anfibias trabajaban todavía en un extremo de la sala; el resto del compartimento estaba limpio.

Matt subió al asiento del piloto y empezó a inspeccionar. De lo primero que se dio cuenta fue de que faltaban las protecciones de gomaespuma del visor de infrarrojos. No era importante, pero se preguntó dónde estaban. ¿Es que la gente del Pequeño Pueblo tenía el vicio de robar recuerdos? Apartó esta sospecha e intentó llevar a cabo una prueba en punto muerto de los controles, sin poner en marcha el cohete.

Nada funcionaba… nada en absoluto.

Observó el tablero más cuidadosamente. Inspeccionándolo por encima, parecía limpio, reluciente, en perfecto orden pero ahora podía ver muchos pequeños agujeros y puntitos. Escarbó un poco uno con la uña y salió. Lo hizo un poco más y produjo un pequeño hueco en el interior del tablero de control. Le dio náuseas.

–Hey, Tex, ven aquí un minuto. Quiero que veas algo.

–Si crees haber descubierto algo – le contestó Tex en sordina -, espera a ver esto.

Encontró a Tex con una llave inglesa en la mano, con la que había sacado una tapadera del compartimento de los giróscopos.

–Visto lo que le ocurrió a Gary, decidí revisar esto primero. ¿Habéis visto jamás algo parecido?

El fango había logrado entrar. Naturalmente, los giróscopos, aunque cerrados, estaban todavía girando cuando la nave se había caído en el hoyo y normalmente hubieran estado girando durante muchos días, y deberían estarlo todavía cuando Tex sacó la tapadera. En vez de estarlo se habían parado a causa del fango: estaban completamente quemados.

–Será mejor que llamemos a Oscar – dijo Matt, lentamente.

Con la ayuda de Oscar revisaron el desastre. Cada instrumento, cada pieza del equipo electrónico habían sido invadidos. Faltaba todo lo que no era metálico, y las hojas de metal finas, tales como las cajas de instrumentos, estaban acribilladas de pequeños agujeros.

–No entiendo la causa de esto – protestó Oscar, casi llorando.

Matt le preguntó a la venusiana al mando del trabajo. Primero no le entendió; entonces, él le señaló los agujeros, y ella cogió una masa del fango gelatinoso y lo aplastó. Con uno de sus finos dedos separó cuidadosamente lo que parecía ser un trozo de hilo blanco, de unos cinco centímetros de largo.

Aquí está la fuente de sus problemas.

¿Sabes lo que es, Os?

–Algún tipo de gusano. No lo reconozco. No podría hacerlo, pues las regiones Polares no son como esto, gracias a Dios.

–Pienso que daría lo mismo si despidiéramos a las obreras.

–No te apresures. Tal vez existe una manera de arreglar este desastre.

–Tenemos que encontrarla.

–No hay remedio. Basta con los giróscopos. No puedes levantar una nave sin alas, sin utilizar los giróscopos. Es imposible.

–Tal vez podríamos limpiarlos y ponerlos en marcha.

–Quizá tú puedas… yo no. El fango ha llegado hasta los cojinetes, Os.

–Por lo menos, tenemos que salvar parte del equipo electrónico, y construir un aparato para mandar un mensaje. Tenemos que hacerlo.

–Lo has visto como yo. ¿Qué piensas?

–Bueno, cogeremos lo que parezca en mejor estado, y nos lo llevaremos con nosotros. Nos ayudarán.

–¿En qué estado se encontrará después de una hora o así en el agua? No, Os, lo que hay que hacer es cerrar la puerta una vez que todo el fango esté sacado, y volver a trabajar aquí

–De acuerdo, haremos esto – Oscar llamó a Tex, que estaba todavía fisgoneando. Llegó echando pestes.

–¿Qué pasa ahora, Tex? – inquirió Oscar, cansinamente.

–Pensé que, por lo menos, tal vez podríamos llevarnos un poco de alimentos civilizados con nosotros, pero estos malditos gusanos perforaron las latas. Todas las raciones de la nave están inservibles.

–¿Eso es todo?

–¿Eso es todo? «¿Eso es todo?», dice este hombre. ¿Qué quiere, inundaciones, pestes y terremotos?

Pero no era todo, una nueva inspección les reveló algo más que les hubiera descorazonado si ya no se hubiesen sentido tan abatidos como les era posible. El cohete de la navecilla funcionaba con hidrógeno y oxígeno líquidos. Los tanques de combustible podían conservar el combustible por un período muy largo, pero el fango caliente los habla alcanzado y calentado; los gases dilatados se hablan escapado por las válvulas de seguridad. La navecilla no tenía combustible.

Oscar consideró la situación fríamente.

Realmente me hubiera gustado que la Gary hubiese tenido un motor químico – comentó fríamente.

–¿Y qué? – le contestó Matt -. No hubiéramos podido levantar la nave aún teniendo todo el combustible que haya de este lado de Júpiter.

Tuvieron que enseñárselo a la madre de muchos para que se diera cuenta de lo que iba mal en la nave. Pero aún así, sólo pareció medio convencida, y algo picada porque los cadetes no estuvieran satisfechos con el regalo de haberles devuelto la nave. Oscar pasó la mayoría del viaje de regreso intentando reparar sus buenas relaciones con ella.

Oscar no comió aquella noche. Incluso Tex sólo jugueteó con los alimentos, y no tocó su armónica después. Matt pasó la tarde sentado silencioso, cuidando a Thurlow.