Había sido un buen permiso, suponía; había hecho todo lo que
había planeado, salvo reunirse con los otros en la hacienda de
Jarman al final, pues su madre había armado una gran algarabía al
enterarse de su propósito.
Sin embargo, había sido un buen permiso. Su cara bronceada,
por el espacio, flaca y empezando a arrugarse, parecía un poco
asustada. No había confiado a nadie su intención de abandonar
durante el permiso, y ahora estaba intentando recordar exactamente
cuándo y por qué había dejado de tener tal
intención.
Había sido destinado temporalmente a la N.C.P. Nobel como ayudante de astrogador, durante una
patrulla de rutina por las bombas cohete circunterrestres. Matt
había subido a su nave en la Base Luna y, al final de la patrulla;
cuando la Nobel hubo aterrizado en la Base
Luna para una revisión, le fue dado un permiso antes de presentarse
en la Randolph. Se había ido directamente a
su hogar.
La familia entera le esperaba en la estación y le habían
llevado en helicóptero a casa. Su madre había llorado un poco y su
padre le había estrechado la mano, muy fuerte. A Matt le parecía
que su hermano pequeño había crecido increíblemente. Le gustaba
verlos, y estar de nuevo en el viejo vehículo familiar. Matt
hubiera pilotado el helicóptero, si Billie, su hermano, no se
hubiera puesto directamente en los controles.
Habían decorado de nuevo toda la casa. Obviamente, su madre
esperaba comentarios favorables y Matt los había hecho. Pero en
realidad el cambio no le había gustado, no había sido lo que se
imaginaba. Además, las habitaciones le parecían más pequeñas.
Decidió que debía ser el efecto de la nueva decoración: ¡la casa no
había podido encogerse!
Su propia habitación estaba llena con las' cosas su vieja
habitación, ahora transformada en sala de pasatiempos para su
madre. Los nuevos arreglos eran sensatos, razonables, e
inoportunos.
Pensándolo bien, Matt sabía que los cambios en casa no tenían
nada que ver con su decisión. ¡Cierto que no! Ni las observaciones
de su padre a propósito de ciertas actitudes, aunque se le hubieran
quedado atragantadas.
El y su padre se habían quedado solos en el comedor, un poco
antes de la cena, y Matt había estado paseando de un lado a otro,
contando, de una manera que creía interesante y animada, lo
sucedido la primera vez que había volado solo. Su padre había
aprovechado una pausa para decir:
–Ponte erguido, hijo – Matt se detuvo.
–¿Cómo?
–Estás completamente encorvado y pareces cojear. ¿Te molesta
todavía la pierna?
–No, mi pierna está bien.
–Entonces enderézate y echa atrás los hombros. Muéstrate
orgulloso. ¿No se fijan en las posturas en la
escuela?
–¿Qué hay de malo en mi manera de andar?
Billí había aparecido en la puerta, cuando se mencionó el
tema.
–Te lo enseñaré, Mattie – le había interrumpido, y empezado a
caminar arrastrando los pies a través de la sala con una grotesca
exageración del deslizamiento relajado y sin nervios de los hombres
del espacio. El chico hacía que pareciera el paso de un
chimpancé.
–Andas así.
–¡Qué diablos voy a andar así!
–¡Diablo si no lo haces!
–¡Billí! – dijo su padre-. Vete a lavar las manos y prepárate
para la cena. Y no hables de esta manera. ¡Vamos
ya!
Cuando el hijo más pequeño se hubo ido, su padre dio la
vuelta otra vez hacia Matt y le dijo:
–Creía que hablaba en privado, Matt. Sinceramente, no es tan
malo como Billí lo describe, sólo lo es la mitad.
–Pero, mira papá, ando como todos los hombres del espacio.
Esto viene del hecho de tener que habituarse a la caída libre.
Caminas como encogido durante días enteros, listo para pegar con un
pie a una mampara, o agarrarte con las manos. Cuando vuelves a
estar bajo gravedad, después de días y semanas de esto, andas de la
misma manera que yo, lo llamamos «Pies de gato».
–Supongo que debe producir este efecto – le habla contestado
su padre, razonablemente -. Pero, ¿no sería una buena idea
practicar caminando un poco cada día, solamente para mantenerse en
buena forma?
–¿En caída libre? Pero… – Matt se habla parado de repente,
consciente de que no había manera de salvar la
distancia.
–No importa. Vamos a comer.
Habla sufrido la habitual ronda de cenas de familia con tías
y tíos. Cada uno hizo preguntas sobre la escuela, y cómo era ir por
el espacio. Pero de alguna manera, no parecían muy interesados. Tía
Dora, por ejemplo.
Tía-abuela Dora era la matriarca actual de la familia. Había
sido una mujer muy activa, preocupada por la iglesia y el trabajo
social. Ahora, hacía tres años que estaba siempre en cama. Matt fue
a visitarla porque evidentemente su familia lo
esperaba.
–Se queja muchas veces de que no le escribes, Matt,
y…
–¡Pero, madre, no tengo tiempo para escribir a cada
uno!
–Sí, sí. Pero se enorgullece de ti, Matt, te quiere hacer
miles de preguntas sobre todo. Asegúrate de llevar tu uniforme, lo
esperará.
Tía Dora no preguntó miles de cosas, sino solamente una: por
qué había tardado tanto en venir a verla. Entonces, Matt fue
informado, con detalles, de la reciente llegada del nuevo Pastor,
de las oportunidades de casamiento de varias chicas, parientes y
amigas, y el estado de salud de varias viejas mujeres, de las que
conocía a pocas, incluyendo los detalles de sus operaciones y el
desarrollo postoperatorio.
Estaba un poco aturdido, cuando se escapó alegando una cita
previa.
Sí, tal vez era esto, tal vez había sido la visita a tía Dora
lo que le convenció de que no estaba dispuesto a renunciar y a
quedarse en Des Moines. No podía haber sido
Marianne.
Marianne era la chica que le había pedido que le escribiera
regularmente y, en efecto, lo había hecho, más regularmente que
ella. Pero le había hecho saber que volvía a casa y ella había
organizado un picnic para recibirle. Había sido divertido. Matt se
había encontrado a antiguos conocidos y le había gustado la
veneración al héroe que había tenido por parte de las chicas
presentes. Había un joven, tres o cuatro años mayor que Matt, que
no parecía aparejado. Poco a poco Matt se dio cuenta de que
Marianne trataba al desconocido como de su
propiedad.
No le había molestado, Marianne era el tipo de chica que
nunca podría llegar a distinguir entre un planeta y una estrella.
No lo había visto antes, pero esto y temas similares se habían
presentado en la única cita que había tenido con ella, a
solas.
Y decía que su uniforme le parecía «mono».
Empezó a entender, gracias a Marianne, por qué la mayoría de
los oficiales de la Patrulla no se casan hasta que tienen unos
treinta años y pico, después de su jubilación.
El reloj de la Estación de Pikes Peak señalaba que faltaban
treinta minutos para que despegaran. Matt empezó a preocuparse de
que las maneras descuidadas de Tex podrían haber hecho que los
otros tres hubieran perdido la conexión, cuando los descubrió entre
la muchedumbre. Cogió su bolsa de costado y se fue hacia
ellos.
Estaban de espalda y todavía no le habían visto. Anduvo
sigilosamente detrás de Tex y dijo en voz ronca:
–Señor, preséntese a la oficina del
Comandante.
Tex dio un salto y se giró por completo.
–¡Matt! ¡So cuatrero, no me asustes de esta
manera!
–Es tu conciencia culpable. ¿Qué tal Pete? ¡Hola
Oscar!
–¿Cómo está el chico, Matt? ¿Buen permiso?
–Estupendo.
–Por nuestra parte también – se estrecharon las
manos.
–Vamos a bordo.
–De acuerdo – dentro fueron pesados, sus pases sellados, y
les dieron permiso para subir hasta el sitio donde se hallaba el
Nueva Luna, vertical y listo en la
catapulta, con sus alas enormes extendidas, Una azafata les enseñó
sus asientos.
Al aviso de que faltaban diez minutos Matt
anunció:
–Subo para ver si aprendo algo. ¿Alguien se viene
conmigo?
–Voy a dormir – se negó Tex.
–Yo también – añadió Pete -. Nadie duerme en Texas, y estoy
muerto.
Oscar decidió ir con él, subieron a la sala de control y
hablaron con el capitán:
–Cadetes Dodson y Jensen, señor. Pedimos permiso para
observar.
–Me lo imagino gruñó el capitán -, aténse.
La sala de mandos de cualquier nave con licencia oficial
estaba abierta a todos los miembros de la Patrulla, pero los
capitanes de la ruta de Tierra-Estación estaban, lógicamente,
hartos de esta vieja costumbre.
Oscar tomó la silla del inspector, Matt tuvo que utilizar los
cojines y las correas de cubierta. Su posición le daba una vista
perfecta del copiloto y primer oficial, esperando ante unos
controles del tipo del de los aviones. Si el cohete no se encendía,
después del catapultado le correspondía al primero el poner a la
nave a nivel de vuelo y hacerla aterrizar sin motor en la pradera
del Colorado.
El capitán pilotaba los controles de tipo cohete. Habló con
la cabina de control de la catapulta, y entonces hizo sonar la
sirena. Poco después remontaron la ladera de una montaña, a seis
gravedades agobiantes, que les molían los huesos. La aceleración
sólo duró diez segundos, después, la nave salió disparada hacia el
cielo, alejándose de la catapulta a 1.950 kilómetros por
hora.
Estaban subiendo en caída libre. El capitán parecía tardar en
poner en marcha el cohete, y por un momento Matt tuvo la
emocionante esperanza de que sería necesario hacer un aterrizaje de
emergencia. Pero el motor empezó a rugir en el momento
preciso.
Cuando se hubieron instalado en su órbita y el motor se apagó
de nuevo, Matt y Oscar dieron las gracias y volvieron a sus
asientos. Tex y Pete estaban dormidos, y Oscar en seguida les
imitó. Matt decidió que debía haberse perdido algo al dejar que le
disuadieran para no terminar su permiso en Texas.
Sus pensamientos volvieron al problema que había estado
considerando. Desde luego, no se habla decidido a quedarse
simplemente por el hecho de que su permiso hubiera sido tranquilo;
nunca había pensado en su casa como en un lugar de diversión o un
recinto de feria.
Una noche, a la hora de la cena, su padre le había pedido que
describiera qué era lo que el Nobel había
hecho en su patrulla alrededor de la Tierra. Tuvo que
complacerle:
–Cuando dejamos la Base Luna nos dirigimos hacia la Tierra en
una órbita elíptica. A medida que nos acercábamos, frenábamos
gradualmente, y nos aparcamos en una estrecha órbita circular de
polo a polo.
–¿Por qué de polo a polo?
–Verás, porque los cohetes atómicos tienen órbitas de polo a
polo. Sólo así pueden cubrir el globo entero. Si circularan
alrededor del ecuador…
–Ya comprendo – le interrumpió su padre -, pero vuestro
propósito, según entiendo, es inspeccionar las bombas cohete. Si
vosotros, vuestra nave, circulaseis alrededor del Ecuador, sólo
tendríais que esperar a los cohetes cuando
pasaran.
–Tú puede que lo entiendas – le había dicho su madre a su
padre -, pero yo no.
Matt miro a uno y a otra, preguntándose a quien debía
responder, y cómo.
–Cada uno a su tiempo… por favor – protestó -. Papá no
podemos limitarnos a interceptar las bombas, tenemos que acercarnos
a ellas, coordinar las órbitas, hasta que estemos justo a su lado,
manteniendo exactamente el mismo rumbo y velocidad. Entonces, se
lleva la bomba adentro, la embarcamos y la
inspeccionamos.
–¿Y en qué consiste la inspección?
–Espera un momento, papá. Madre, mira aquí, por favor – Matt
cogió una naranja de la mesa -. Los cohetes atómicos van dando
vueltas, así, de polo a polo, cada dos horas. Mientras tanto, la
Tierra da una vuelta alrededor de su eje cada veinticuatro horas. –
Con su mano izquierda, Matt giraba lentamente la naranja mientras,
con un dedo de su mano derecha la recorría rápidamente de punta a
punta como si fuera un cohete yendo de polo a polo. Esto significa
que si un cohete pasa por encima de Des Moines en este viaje, al
siguiente pasará justo encima de la costa del Pacífico. En
veinticuatro horas cubre todo el globo.
–¡Santo Cielo! Matthew, me gustaría que no hablaras de bombas
atómicas encima de Des Moines, ni siquiera en
broma.
–¿En broma? – Matt se asombro -. De hecho… déjame pensar,
estamos más o menos a cuarenta y dos norte y diecinueve
oeste.
Miró su reloj y lo estudió algunos segundos.
–J-tres debería pasar por aquí, dentro de unos siete minutos;
sí, pasará prácticamente por encima de nuestras cabezas cuando
terminemos el café – largas semanas en el Nobel, trazando, calculando y observando
radioscopios habían hecho que Matt conociera las órbitas de los
cohetes circunterrestres mejor que la esposa de un granjero
conocería sus propias gallinas, J-tres era como un individuo para
él, alguien con hábitos fijos.
Su madre estaba horrorizada. Habló directamente a su esposo,
como si esperara que él hiciera algo acerca de
aquello.
–John -… no me gusta esto, no me gusta esto, ¿me oyes? ¿Qué
pasaría si cayera?
–Tonterías, Catherine, no puede caerse.
El hermano pequeño de Matt espetó:
–¡Mamá ni siquiera sabe qué es lo que aguanta arriba a la
Luna!
Matt se volvió hacia su hermano:
–¿A ti quién te manda hablar? ¿Sabes qué es lo que aguanta a
la Luna?
–Claro, la gravedad.
–No exactamente. ¿Por qué no me lo explicas un poco, con
diagramas?
El chico lo intentó, su esfuerzo no dio demasiado buen
resultado. Matt le mandó callar.
–Sabes un poco menos de astronomía que los antiguos egipcios.
No te burles de tus mayores. Ahora, mira madre, no te preocupes.
J-tres no puede caerse encima de nosotros. Está en una órbita libre
que no hace intersección con la Tierra; no puede caerse, como
tampoco puede caerse la Luna. De todas formas, si la Patrulla
tuviera que bombardear Des Moines esta noche no utilizaría el
J-tres, por la sencilla razón de que está encima. Para bombardear
una ciudad, utilizas un cohete dirigido a tu objetivo y a unos dos
mil quinientos kilómetros de distancia, porque tienes que indicar
al robot que conecte el propulsor y localice el blanco. De modo que
no sería J-tres, sería… – volvió a pensar -. E-dos o quizás H-uno –
sonrió entre dientes -. Me gané una bronca a causa de
E-dos.
–¿Por qué? – preguntó su hermano.
–Matt, creo que no has elegido la mejor explicación para
calmar a tu madre – dijo su padre secamente -. Sugiero que no
hablemos de bombardeos de ciudades.
–Pero, si no… Lo siento, padre.
–Catherine, no hay motivo para que te alarmes… también
podrías tener miedo de los policías locales. Matt, ibas a hablarme
de la inspección. ¿Por qué tienen que ser inspeccionados los
cohetes?
–¡Quiero saber por qué le riñeron!
Matt levantó una ceja dirigiéndose a su
hermano.
–También podría empezar contestándole a él, papá, pues tiene
que ver con la inspección. De acuerdo, Billí, hice una mala
inmersión cuando empezamos a cogerla y tuve que volver con el
propulsor de mi traje, e intentarlo de nuevo.
–¿Que quieres decir, Matthew?
–Quiere decir…
–Cierra el pico, Billie. Papá, se hace salir a un hombre para
conectar el seguro del disparador y fijar una cuerda al cohete para
poder traerlo hacia dentro de la nave y trabajar con él. Yo era el
hombre. Hice un mal despegue y perdí por completo el cohete, lo
tenía a unos treinta y cinco metros y supongo que calculé mal la
distancia. Di la vuelta y vi que ya lo había pasado. Tuve que
regresar, e intentarlo de nuevo.
Su madre todavía parecía aturdida, pero no le gustó lo que
oía.
–Matthew, esto me parece peligroso.
–Es tan seguro como las casas, madre. No puedes caerte como tampoco lo puede el cohete, o la
nave. Pero es complicado. De todas formas, al final le enganché la
cuerda y me monté, para volver a la nave.
–¿Quiéres decir que ibas montado en una bomba
atómica?
–Caramba, madre, es muy seguro… el moderador que cubre los
materiales de fisión absorbe casi toda la radiactividad. De todas
formas, el tiempo de exposición es muy corto.
–Pero, ¿y si hubiera estallado?
–No puede. Para hacerlo, o bien tiene que chocar contra la
Tierra a la velocidad suficiente para que golpee las masas
subcríticas tan deprisa como lo haría su cañón disparador, o se
tiene que conectar el disparador por radio. Además, yo había puesto
el seguro del disparador, que no es nada más ni nada menos que una
pequeña palanca, pero cuando está en su lugar ni un milagro podría
dispararlo, porque no se pueden reunir las masas
subcríticas.
–Puede que sea mejor que olvidemos este tema, Matt. Parece
que estás poniendo nerviosa a tu madre.
–Pero, papá, ella me lo preguntó.
–Ya lo sé. Pero todavía no me has explicado por qué hacéis la
inspección.
–Bien, en primer lugar, para revisar la bomba, pero nunca hay
ningún fallo en la bomba. De todos modos, todavía no he hecho el
curso de oficial de bombas, para eso se tiene que ser ingeniero
nuclear. Revisas el motor del cohete, especialmente los tanques de
combustible. Algunas veces, tienes que reemplazar un poco que se ha
escapado por las válvulas de seguridad. Pero sobre todo, le haces
un examen balístico y compruebas los circuitos de control.
–
–¿Examen balístico?
–Claro, en teoría, uno tendría que estar en condiciones de
decir donde estaría una de estas bombas en cada momento de los
próximos mil años. Pero no funciona así. Hay pequeños detalles,
como el efecto de las mareas, el hecho de que la Tierra no es una
esfera completamente uniforme, y algunos otros, que, gradualmente,
la apartan un poco de la órbita predicha. Cuando se encuentra una,
y se revisa, y nunca está muy lejos de donde debería estar, se
corrige la órbita poniendo justamente la nave en la trayectoria
exacta, tras lo que se saca el cohete fuera de la nave otra vez.
Después, vas a por otro.
–Muy bien… ¿Y estas correcciones se hacen tan a menudo que
mantienen a una nave ocupada sólo con estas
inspecciones?
–Bueno, no, papá, las inspeccionamos mas a menudo de lo
necesario, pero eso mantiene ocupados a la nave y a la tripulación.
No deja tiempo para la monotonía. Y, de todas formas, las
inspecciones frecuentes mantienen la seguridad.
–Me suena a un derroche del dinero de los contribuyentes en
unas inspecciones demasiado frecuentes.
–Pero, ¿es que no lo entendéis? No estamos allí para
inspeccionar, estamos allí para patrullar.
La nave de inspección es la que lanzaría el ataque, en caso de que
alguien lo provocase. Estamos patrullando, hasta que otra nave
viene a relevarnos; de modo que, de paso, ¿por qué no inspeccionar?
De acuerdo en que se puede bombardear una ciudad desde la Base
Luna, que se puede hacer un trabajo mejor y más preciso, con menos
probabilidades, de que, por proximidad, alcances a quien no
debes.
Su madre parecía muy preocupada. Su padre levantó las cejas y
dijo:
–Hemos vuelto otra vez al tema de los bombardeos,
Matt.
–Unicamente respondía a tu pregunta.
–Me temo que he hecho preguntas que no debía. Tu madre no
sabe tomarse las respuestas impersonalmente. Catherine, no existe
la menor posibilidad de que la Unión de Norte América sea
bombardeada. Díselo tú, Matt, supongo que a ti te
creerá.
Matt había permanecido en silencio. Su padre había
insistido.
–Vamos. Matt. Mira, Catherine, después de todo, es nuestra
Patrulla. En la práctica, las otras naciones no cuentan. La mayoría
de los oficiales de la Patrulla son norteamericanos. ¿Verdad que es
así, Matt?
–Nunca lo había pensado. Supongo que si.
–Muy bien. Ahora Catherine, no vas a imaginarte a Matt
bombardeando Des Moines, ¿no? Y esto es lo que vale. Díselo,
Matt.
–¡Pero, papá, no sabes lo que estás
diciendo!
–¿Qué? ¿Qué me dices, muchacho?
–Yo… – Matt había mirado a su alrededor y entonces, de
repente, se habla levantado y abandonado la sala.
Su padre entró en su habitación, poco tiempo
después.
–¡Matt!
–¿Sí?
–Mira, Matt, dejé que la conversación se me escapara de las
manos. Lo siento, y no te culpo por haberte enfadado. Tu madre… Ya
sabes. Intento protegerla. Las mujeres se preocupan muy
fácilmente.
–De acuerdo, papá. Perdona por haberos dejado
plantados.
–No importa. Olvidémoslo. Sólo hay una cosa que tendríamos
que dejar sentada enseguida. Sé que eres leal a la Patrulla y a sus
ideales, y es bueno que lo seas; pero todavía eres un poco joven
para ver las realidades políticas involucradas, aunque ya deberías
saber que la Patrulla no podría bombardear la Unión de Norte
América.
–Podría hacerlo, en un momento decisivo.
–Pero no habrá ningún momento decisivo. Además, incluso si lo
hubiera, ni tú ni tus compañeros de nave podríais bombardear a
vuestra propia gente.
Matt pensó en esto, intensamente. Recordó al Comandante
Rivera, uno de los Cuatro de la orgullosa Tradición… y como,
enviado a razonar con el dirigente de su propia capital, su ciudad
natal, había mantenido la confianza. Sospechando que podía ser
retenido como rehén, había dejado órdenes de llevar a cabo el
ataque, a menos que regresara personalmente para cancelarlo.
Rivera, cuyo cuerpo era ahora polvo radiactivo, pero cuyo nombre
estaba presente siempre que pasaba lista una unidad de la
Patrulla.
Su padre todavía estaba hablando:
–Claro, la Patrulla tiene que patrullar este continente del
mismo modo que patrulla todo el sistema. No sería correcto, pero
por lo demás, no hay razón para asustar a las mujeres con un
imposible.
–Prefiero no hablar de esto, papá.
Matt miró su reloj y calculó cuanto tardaría el Nueva
Luna en llegar a Estación Tierra. Deseó
poder dormir, como los otros. Ahora estaba seguro de qué fue lo que
le hizo cambiar de opinión acerca de dimitir y permanecer en Des
Moines. No era el deseo de emular a Rivera. No, era una acumulación
de cosas… que se sumaban en una sola idea: que el pequeño Mattie no
vivía ya allí.
Durante las primeras semanas que siguieron al permiso, Matt
estaba demasiado ocupado para sentirse preocupado. Tenía que
regresar a aquella tortura cotidiana, con más cosas que estudiar y
menos tiempo para hacerlo. Ahora, estaba en la lista de guardia de
los cadetes, y tenía más horas de laboratorio, tanto en electrónica
como nucleónico. Además, compartía con los otros veteranos la
responsabilidad de educar a los cadetes novatos. Antes del permiso,
normalmente había tenido las veladas libres para estudiar, ahora,
tres noches por semana, tenía que instruir a los jóvenes en
astrogación.
Empezaba a pensar que tendría que renunciar al polo espacial,
cuando se vio elegido como capitán del equipo del Callejón del
Puerco. Entonces, estuvo más ocupado que nunca. Prácticamente no
penso en ningún problema abstracto, hasta la siguiente sesión con
el Teniente Wong.
–Buenas tardes – dijo su instructor -. ¿Cómo va tu clase de
astrogación?
–Oh, resulta extraño estar enseñándola en lugar de
suspenderla.
–Por eso tienes que darla: porque todavía te acuerdas de lo
que le confundía y el porqué. ¿Cómo va la atómica?
–Bueno… supongo que me las arreglaré, pero nunca seré un
Einstein.
–Me sorprendería si lo fueras. De todas formas, ¿cómo te va?
– Wong esperó.
–Bien, supongo. ¿Sabe, señor Wong? Cuando me fui de permiso
no tenía intención de regresar.
–Ya me lo imaginaba. Aquello de la Infantería de marina del
espacio era, simplemente, tu manera de escurrir el bulto,
intentando evitar tu verdadero problema.
–Oh, dígame, señor Wong, sin rodeos: ¿Es usted un oficial de
Patrulla regular, o un psiquiatra?
Wong casi sonrió.
–Soy un oficial de Patrulla regular, Matt, pero he sido
entrenado especialmente para este trabajo.
–Oh, ya veo. ¿Qué era de lo que yo me
escapaba?
–No lo sé. Tú dirás.
–No sé por dónde empezar.
–Cuéntame tu permiso, entonces. Disponemos de toda la
tarde.
–Sí, señor – Matt empezó a divagar, contando todo lo que
podía recordar -. De modo que ya ve – dijo al fin -, fueron muchas
cosas. Estaba en casa, pero era un extraño. No hablábamos el mismo
idioma.
Wong se rió entre dientes.
–No me río de ti – se disculpó -. No es divertido. Todos
pasamos por esto, el descubrimiento de que no hay forma de volver.
Forma parte de nuestro crecimiento; pero, con los hombres del
espacio, el proceso es particularmente agudo y
salvaje.
Matt meneó la cabeza.
–Ya me he hecho a la idea de esto. Pase lo que pase no
volveré, no para quedarme. Puede que vaya al servicio mercante,
pero permaneceré en el espacio.
–No vas a fallar a estas alturas, Matt.
–Quizá no, pero todavía no sé si la Patrulla es el lugar para
mí. Esto es lo que me preocupa.
–Bien, ¿puedes explicarte?
Matt lo intentó. Narró la conversación con su padre y su
madre, que tanto les había preocupado.
–Es eso. Si llega un momento decisivo, se supone que debo
bombardear mi pueblo natal. No estoy seguro de poder hacerlo. Quizá
no pertenezco a esta organización.
–No es posible que tal cosa suceda. Tu padre tenía
razón.
–Esta no es la cuestión. Si un oficial de la Patrulla sólo es
leal a su juramento, cuando no se interponen sus asuntos por medio,
entonces el sistema entero se derrumba.
Wong esperó antes de replicar.
–Si la idea de bombardear a tu pueblo y a tu familia no te
preocupara, te echaría de esta nave en menos de una hora, pues
serias un hombre extremadamente peligroso. La Patrulla no espera
que un hombre tenga una perfección divina. Dado que los hombres son
imperfectos, la Patrulla actúa sobre un principio de riesgo
calculado. La posibilidad de que surja una amenaza al Sistema en tu
ciudad natal es mínima. Y la de que seas destinado a llevar a cabo
ese ataque es igual de pequeña… puede que estés en Marte. Si
consideras las dos posibilidades en conjunto, obtendrás
prácticamente un cero.
»Pero si tuvieras tan mala suerte, lo más probable es que tu
oficial superior te encerrara en tu habitación, antes de correr un
riesgo contigo.
Matt todavía parecía preocupado.
–¿No estás satisfecho? – continuó Wong -. Matt, tú padeces la
enfermedad de la juventud: esperas que los problemas morales tengan
respuestas agradables, netas y claras. Supón que te relajas, y
dejas que yo me preocupe de si tienes o no los requisitos
necesarios. Oh, algún día te verás metido en un lío y sin nadie a
tu alrededor para darte la respuesta adecuada. Pero soy yo quien
tengo que decidir si puedes o no dar esta respuesta, cuando se
presente el problema… ¡Y todavía no Sé cuál va a ser tu problema!
¿Te gustaría estar en mi sitio?
Matt sonrió tímidamente.
–No me gustaría.
N.C.P. AES TRIPLEX
–¡Hey, amigos!
Oscar le cogió del brazo, mientras el otro rebotaba de la
pared interior.
–Apaga tu propulsor y aterriza. ¿Cuál es el motivo de este
jaleo?
Pete se dio la vuelta y se les encaró:
–¡La nueva lista de «aprobados» está puesta en el
tablón!
–¿Quién está en ella?
–No sé, solamente lo he oído decir. ¡Vamos!
Le siguieron, Tex se puso frente a Matt y
dijo:
–No sé porque me pongo a sudar, no estaré en la
lista.
–¡Pesimista!
Salieron del Callejón del Puerco, pasaron por tres cubiertas
y siguieron adelante. Había un grupo de cadetes reunidos alrededor
del tablón de anuncios, cerca de la oficina de guardia. Se unieron
a ellos.
Pete descubrió su nombre enseguida.
¡Mira! – el párrafo decía -. Armand, Pierre. Destino temporal
en N.C.P. Charles Wain, presentarse en
Estación Tierra con destino a Leda, Ganímedes. Esperará allí nuevas
órdenes.
–¡Mira! – repitió -. ¡Me voy a casa: a esperar
órdenes!
Oscar tocó su espalda:
–Felicidades, Pete. Es estupendo. Ahora, si fueras tan amable
de sacar tu cadáver del camino…
Matt dijo en voz alta:
–¡Estoy!
–¿Qué nave? – preguntó Tex.
–La Aes Triplex.
Oscar se dio la vuelta.
–¿Qué nave?
–Aes Triplex.
–Matt… es mi nave. ¡Somos compañeros de nave,
chico!
Tex se apartó desconsolado:
–Como lo había dicho no hay ningún «Jarman». Estaré aquí
cinco, diez, quince años, viejo y canoso. Prometedme que me
escribiréis en mi cumpleaños.
–Anda, Tex, lo siento… – Matt intentó tragar su propio
regocijo.
–Tex, ¿has mirado la segunda parte de la lista? – preguntó
Pete.
–¿Qué segunda parte? ¿Dónde?
Pete la señaló. Tex entró de nuevo en la muchedumbre: en un
momento reapareció.
–¿Qué os parece? ¡Me aprobaron!
–Probablemente no querrán exponer otra promoción de novatos a
tu influencia. ¿Qué nave?
–N.C.P. Oak Ridge. ¡Eh! Tú y Oscar
tenéis la misma nave.
–Sí, la Aes Triplex.
–Esto es discriminación, ya lo creo. Bueno, venga, llegaremos
tarde para la comida.
Se encontraron con Girard Burke en el pasillo. Tex le
paró.
–No tienes que ir a ver, pegajoso. Tu nombre no está en la
lista.
–¿Qué lista? ¡Oh! ¿quieres decir la lista de «Aprobados»? No
me molestéis niños, habláis con un hombre libre.
–¿Así que te echaron al final?
–¡Qué divertido¡ Aceptaron mi renuncia que entra en vigor hoy
mismo. Voy a trabajar con mi padre.
Construyendo chatarra espacial, ¿eh? No te
envidio.
–No, empezamos un comercio de exportación, con nuestras
propias naves. La próxima vez que me veáis, acuérdate de llamarme
«Capitán» – se fue.
–¡Vaya si le voy a llamar «capitán»! – murmuró
Tex.
–Apuesto a que renunció porqué se lo
pidieron.
–Tal vez no – dijo Matt -. Girard tiene un carácter muy
retorcido. Bien, espero que no lo volveremos a
ver.
–No lo voy a echar en falta.
Después de la comida, no encontraban a Tex. Se presentó casi
dos horas más tarde.
–Lo conseguí, chocadla con vuestro compañero de
nave.
–¿En serio?
-¡Y tan en serio! Primero localicé a
Dvorak y le convencí de que le convendría más una nave en la
Patrulla circunterrestre que la Aes
Triplex, para que pudiera ver a su chica más a menudo. Después
fui a ver al Comandante y le dije que vosotros dos, chicos, os
habíais acostumbrado a mis consejos y que estabais perdidos sin mí.
Y nada más. El comandante apreció la sabiduría de mis palabras, y
aceptó el cambio con Dvorak.
–Apuesto que no fue por eso – contestó Matt -. Probablemente
quería que yo continuara cuidándote.
Tex puso una expresión extraña.
–¿Sabes, Matt que no estás tan lejos de la
verdad?
–¿Qué dices…? Estaba bromeando.
–Lo que me dijo fue que pensaba que el Cadete Jensen tendría
una buena influencia sobre mí. ¿Qué te parece,
Oscar?
Oscar lanzó un bufido.
–Si he llegado al punto en que ejerzo una buena influencia
sobre cualquiera, me ha llegado también la hora de cultivar nuevos
vicios.
–Me encantaría ayudarte.
–No quiero tu ayuda, quiero la de tu tío Bodie. ¡Ése sí que
es un hombre de mundo!
Tres semanas más tarde, en la Base Luna, Oscar y Matt estaban
instalándose en su camarote de la Aes
Triplex. Matt no se sentía muy bien, pues la noche anterior en
la Colonia Tycho se habían acostado tarde, tras irse de juerga.
Habían cogido el último vuelo del transbordador hacia la Base
Luna.
Sonó el interfono de su cuarto y Matt contestó para no
escuchar aquel chillido:
–¿Sí? Cadete Dodson al habla.
–Oficial de Guardia. ¿Está Jensen también
ahí?
–Sí, señor.
–Preséntense los dos al Capitán.
–Sí, señor – Matt miró a Oscar con
preocupación.
–¿Qué voy a hacer, Os? El resto de mis uniformes está en la
sastrería de la base, y el que llevo parece que haya dormido con
él.
–Lo hiciste. Toma uno de los míos.
–Gracias, pero me sentarían como un par de calcetines a un
gallo. ¿Crees que tengo tiempo de ir corriendo a buscar los míos,
limpios?
–Lo veo difícil.
Matt se rascó la barbilla.
–Tendría que afeitarme, de todas maneras.
–Mira – dijo Oscar -. Si no me equivoco al juzgar a los
capitanes, será mejor que aparezcas en cueros y con una barba hasta
aquí, que hacerle esperar. Vamos.
La puerta se abrió y Tex introdujo la
cabeza.
–Eh, ¿os han llamado para presentaros al
Viejo?
–Sí. Tex, ¿me puedes dejar un uniforme?
Tex podía. Matt cruzó el pasillo hacia el pequeño camarote de
Tex, y se cambió. Se apretó fuertemente el cinturón arregló las
arrugas y esperó que todo fuese bien. Los tres se fueron hacia el
camarote del Capitán.
–Me alegro no tener que presentarme solo – anunció Tex -.
Estoy nervioso.
–Cálmate – le aconsejó Oscar.
–Se dice que el Capitán McAndrews es un tipo muy
humano.
–¿No te has enterado? McAndrews no está de servicio, se
rompió el tobillo. En el último minuto el Departamento mandó el
capitán Yancey para dirigir la expedición.
–¡Yancey! – Oscar dejó escapar un silbido. ¡Oh, santo
cielo!
–¿Qué pasa, Oscar? – inquirió Matt -. ¿Le
conoces?
–Mi padre le conocía. Papá tenía la con trata de
aprovisionamiento de alimentos frescos al puerto de New Auckland,
cuando Yancey, entonces el Teniente Yancey, era jefe de
puerto…
Se detuvieron frente a la cabina del
comandante.
–Esto debería enchufarte.
–¡Ni hablar! No se llevaban bien.
–Me pregunto si hice bien – reflexionó Tex, preocupado,
cuando me las arreglé para que me cambiaran de la Oak Ridge.
–Es demasiado tarde para preocuparte. Bueno, creo que
tendríamos…
Oscar se interrumpió, puesto que la puerta de enfrente se
abrió de repente, y se encontraron frente al Comandante. Era alto,
de hombros anchos, caderas estrechas, y tan guapo que parecía un
actor de televisión en el papel de un oficial de la
Patrulla.
–¿Y bien? – les espetó. No se queden charlando en mi puerta,
¡entren!
Entraron en fila, silenciosos. El Capitán Yancey se sentó
frente a ellos, y los examinó uno a uno.
–¿Qué les pasa, caballeros? – dijo al fin -. ¿Se han quedado
sin habla?
Tex pudo hablar.
–Se presenta el cadete Jarman, mi Capitán – los ojos de
Yancey pasaron rápidamente hacia Matt.
Matt se mojó los labios:
–Cadete Dodson, señor.
Cadete Jensen, señor, presentándose según
órdenes.
El oficial miró a Oscar atentamente entonces le habló en
venusiano:
-¿Acaso estas orejas perciben algún
eco del lenguaje del Hermoso
Planeta?
–Es verdad, venerable y sabio
anciano.
–Nunca pude soportar esta manera de hablar tan tonta –
comentó Yancey, volviendo al básico. No le preguntaré de dónde es,
pero… ¿está su padre en el jaleo de los víveres?
–Mi padre es mayorista en alimentación.
–Me lo pensaba – el Capitán continuó mirándole unos momentos,
y después se dirigió a Matt.
–Ahora, señor, ¿a qué viene esta mascarada? Parece un
refugiado de una nave de emigrantes.
Matt buscó una explicación, pero Yancey le
interrumpió:
–No me interesan las excusas. Quiero una nave perfecta.
Recuérdelo.
–Sí, señor.
El Capitán se arrellanó en su silla y encendió un
cigarrillo.
–Ahora, caballeros, seguro que se están preguntando el porqué
les hice venir. Debo admitir que sentía un poco de curiosidad por
ver el tipo de producto que la vieja escuela produce ahora. En mis
tiempos, era un verdadero curso para hombres de pelo en pecho, y no
se aceptaban disparates. Pero ahora veo que los psicólogos han
tomado la dirección y que las viejas reglas han cambiado del
todo.
Se inclinó y clavó sus ojos en Matt.
–Aquí no han cambiado, caballeros. En mi nave las viejas
reglas continúan en pie.
Nadie le contestó. Yancey esperó y después
continuó:
–Las reglas establecen que tienen que hacer una visita de
cortesía a su comandante, antes de que pasen veinticuatro horas
después de la llegada a una nueva nave o destino. Por favor,
consideren que esta visita de cortesía ha empezado. Siéntense,
caballeros. Señor Dodson, encontrará café allá a su izquierda. ¿Me
haría el favor de servirlo?
Cuarenta minutos más tarde se fueron, bastante aturdidos.
Yancey había demostrado que podía entretenerlos de la manera más
encantadora y había dado muestras de un ingenio caluroso y peculiar
y de un cierto talento para contar anécdotas. Matt decidió que le
gustaba.
Pero cuando salían, Yancey echó un vistazo a su reloj y
dijo:
–Le veré más tarde, señor Dodson, dentro de quince
minutos.
Una vez fuera, Tex preguntó:
–¿Por qué te quiere ver, Matt?
–¿No te lo imaginas? – contestó Oscar -. Mira, Matt, voy a ir
al sastre por ti, pues no puedes ir allá y afeitarte, en quince
minutos.
–Eres mi salvador, Os.
La N.C.P. Aes Triplex despegó de la
Base Luna trece horas más tarde en una trayectoria pensada para
trazar una órbita elíptica con su extremo lejano en el cinturón de
asteroides. Sus órdenes eran buscar a la nave perdida N.C.P.
Pathfinder.
La Pathfinder había sido encargada de
levantar, por radar, el mapa de un sector del cinturón de
asteroides, para la Oficina Uranográfica de la Patrulla. Su misión
la habla llevado fuera del alcance de la típica radio de nave, sin
embargo, hubiera tenido que comunicarse por radio hacía casi seis
meses, en el momento en que hubiera tenido que acercarse a la
conjunción con Marte. Pero la Estación Deimos, sita en el satélite
de Marte, no había podido descubrir a la Pathfinder, por lo que se suponía que estaba
perdida.
La posible localización de la Pathfinder se hallaba en una zona movediza en el
espacio, calculada por geometría, balística, las características de
la nave, su misión y su última localización, recorrido y velocidad.
Esta zona estaba dividida en cuatro sectores y la Aes Triplex tenía que explorar un sector mientras
las otras tres naves de la Patrulla cubrían los demás sectores. La
tarea común fue llamada «Operación Samaritano», pero cada nave
actuaba independientemente, puesto que estarían demasiado alejadas
para ser dirigidas como una fuerza conjunta.
Durante la exploración las naves continuarían la misión de la
Pathfinder, hacer un mapa del pedregal
espacial que forma el cinturón de asteroides.
Además del comandante de la nave y de los tres cadetes, la
tripulación de la Aes Triplex comprendía al
Comandante Hartley Miller, oficial ejecutivo y astrogador, al
Teniente Novak, ingeniero jefe, al Teniente Thurlow, oficial de
bombardeo, al Teniente Brunn, oficial de comunicaciones, y a los
Subtenientes Peters, Gómez y Cleary, ayudante de ingeniero y
oficiales de guardia de las comunicaciones, respectivamente, y al
cirujano de la nave, el doctor Pickering, que debía cuidar a los
supervivientes, si es que se encontraba alguno.
La nave no llevaba infantes de marina, salvo si se quería
considerar al doctor Pickering como a uno de ellos, pues
técnicamente era miembro del estado mayor de la Infantería de
Marina, y no miembro de la Patrulla. Todas las tareas de la nave
correrían a cargo de los oficiales y los cadetes. Hubo un tiempo en
el que hasta el último de los suboficiales de un regimiento de
infantería tenía su asistente personal, pero los sirvientes son un
lujo demasiado caro, en términos de combustible, de espacio y de
alimentos, para poderlos llevar a través de millones de kilómetros
del espacio. Además, el hacer algunas tareas manuales es un buen
remedio para el aburrimiento, en la monotonía infinita del espacio;
hasta la indeseable tarea doméstica de limpiar el cuarto de baño se
hacía por turnos de toda la tripulación de la nave, de acuerdo con
la costumbre, exceptuando al Capitán, el Oficial Ejecutivo y el
Cirujano.
El Capitán Yancey asignó al Teniente Thurlow como oficial de
instrucción, y éste, a su vez, creó los puestos de astrogador
auxiliar, oficial ayudante de guardia de comunicación, ingeniero
auxiliar, y oficial auxiliar de bombardeo, y coordinó una tabla de
rotación entre estos puestos, casi innecesarios. Le tocaba también
al señor Thurlow el hacer que Matt, Óscar y Tex utilizaran al
máximo el proyector de estudio, al servicio de los
cadetes.
El oficial Ejecutivo asignó otras tareas que no estaban
relacionadas completamente con instrucción formal. Matt fue
destinado a la «granja» de la nave. Puesto que los tanques
hidropónicos proporcionaban a la nave tanto aire fresco como
legumbres, era responsable del acondicionamiento del aire de la
nave y compartía con el Teniente Brunn las tareas de la cocina de
la nave.
Teóricamente, cada ración tomada a bordo de una embarcación
de la Patrulla está precocinada y lista para comer tan pronto como
se descongela y calienta a alta frecuencia, durante los segundos,
marcados claramente sobre el paquete. De hecho, a muchos oficiales
de la Patrulla les encaprichaba actuar como cocineros. El señor
Brunn era uno de éstos, y sus resultados justificaban sus
presunciones: la Aes Triplex tenía una
buena mesa.
Matt se dio cuenta de que el señor Brunn no sólo esperaba de
la «granja» el que las plantas verdes se alimentaran con bióxido de
carbono del aire y lo cambiaran por oxígeno; el oficial de cocina
quería cebolletas verdes pequeñas, menta fresca y fragante,
tomates, coles de Bruselas, patatas nuevas. Matt empezó a
preguntarse si no le hubiera resultado más fácil quedarse en Iowa y
plantar maíz.
Cuando empezó su trabajo como oficial de acondicionamiento
del aire. Matt no estaba seguro de como se medía el bióxido de
carbono, pero al poco tiempo ya hacía exámenes de las disoluciones
de cultivo y añadía cápsulas de sal con la seguridad y la rapidez
de un veterano, gracias a Brunn, y al carrete n. 62A8134 del
fichero de la nave: «Hidroponia Simplificada para Naves del
Espacio, con Tablas de cultivo y Fórmulas Adicionales». Empezó a
gustarle cuidar de su «granja».
Hasta que los humanos dejen de comer, las naves espaciales
deberán llevar, en los largos recorridos, unos trescientos kilos de
comida por hombre y por ano. Las plantas verdes que crecían en el
acondicionador de aire de la nave permitían al oficial de víveres
el no estar tan condicionado por este límite puesto que las plantas
cultivadas utilizaban las mismas materias primas para sus ciclos:
aire, dióxido de carbón, y agua, repetidas veces, añadiendo
solamente cantidades bastante pequeñas de ciertas sales como el
nitrato potásico, el sulfato ferroso y el fosfato de
calcio.
La economía equilibrada de una nave del espacio se parece a
la de un planeta, la energía se utiliza para hacer funcionar los
ciclos, pero las mismas materias primas se utilizan repetidas
veces. Puesto que el bistec y muchos otros alimentos no pueden ~r
cultivados convenientemente a bordo de la nave, tienen que llevarse
algunos alimentos, y la nave va acumulando basuras, papel de
desecho, y otros desperdicios. Teóricamente, esto podría ser
tratado de nuevo, aprovechando en los ciclos de la economía
biológica equilibrada, pero en la práctica resulta demasiado
complicado.
Sin embargo, toda masa puede ser utilizada en una nave de
motor atómico, si se quiere, como masa de reacción para alimentar
el cohete. Las materias radiactivas en la pila de energía de una
nave de motor atómica no se utilizan en gran cantidad, pero
calientan a otras materias hasta temperaturas extremas y las
expelen por el tubo del cohete a velocidades muy altas, como si
fueran un chorro de «vapor».
Aunque los nabos y similares pueden ser utilizados en el
reactor, la utilidad primaria de la «granja» es la de sacar el
dióxido de carbono del aire. Para esto cada hombre de la nave tiene
que estar en equilibrio con unos nueve metros cuadrados de hojas de
plantas verdes. El Teniente Brunn, con su demanda continua de
variedad en los alimentos frescos, hacía que normalmente Matt
tuviera demasiados cultivos al mismo tiempo, el aire de la nave se
oxigenaba demasiado y las plantas empezaban a morir por falta de
bióxido de carbono para alimentarse. Matt tenía que observar
cuidadosamente el nivel del C02 y
algunas veces aumentarlo, quemando papeles de desperdicios o
recortes de plantas.
Brunn guardaba un suministro de semillas en su cuarto. Matt
fue allí un «día» (según el tiempo de nave) para sacar semillas de
melón persa y empezar una cosecha. Brunn le indicó que se sirviera.
Matt buscó revolviéndolo todo y dijo:
–Por todos los… Mire esto, señor Brunn.
–¿Qué? – el oficial miró el paquete que tenía Matt. En la
parte exterior estaba marcado: «Semillas, melón persa, variedad
gigante, stock n." 12 04728 a», y dentro del sobre decía:
«Semillas, pensamientos, variedad gigante».
Brunn hizo un gesto con la cabeza.
–Que te sirva de lección, Dodson. Nunca te fíes de un
almacenero, o acabarás a medio camino de Plutón con una caja de
cardos astigmáticos, cuando tú habías pedido cartas
astronómicas.
–¿Con qué lo voy a sustituir? ¿Con melones
pequeños?
–Vamos a plantar sandías. Al Viejo le gusta la
sandía.
Matt se fue con semillas de sandía, pero también se llevó las
de pensamiento.
Ocho semanas más tarde ideó una especie de florero cubriendo
un bol de la cocina con la misma hoja de celulosa esponja que se
utilizaba para impedir que las soluciones en su granja flotaran por
el compartimento durante la caída libre. Llenó su florero de agua,
colocó dentro su última cosecha y lo puso en el centro de la mesa
del comedor.
El Capitán Yancey sonrió sinceramente cuando llegó para cenar
y vio el bonito ramo de pensamientos.
–Bueno, caballeros – aplaudió -. Esto es precioso ¡Todo el
confort de una casa!
Miró a lo largo de la mesa, hacia Matt.
–¿Supongo que tenemos que darle las gracias por esto, señor
Dodson?
–Sí, señor – Matt se puso colorado hasta las
orejas.
–Una bonita idea. Caballeros, propongo que le quitemos al
señor Dodson el plebeyo título de «granjero» y que le designemos
como «extraordinario horticultor», ¿de acuerdo? – hubo nueve «sí» y
un fuerte «no» del Comandante Miller. En otra votación, propuesta
por el Ingeniero Jefe, se pidió al Oficial Ejecutivo que acabara su
comida en la cocina.
El Teniente Brunn explicó la equivocación que había dado
lugar al jardín de flores. El Capitán Yancey frunció el
entrecejo.
–Naturalmente, habrá comprobado el resto de sus existencias
de semillas, señor Brunn.
–Oh, no señor.
–Entonces, hágalo – el Teniente Brunn se dispuso a abandonar
la mesa -. Después de la cena – añadió el Capitán.
Brunn se quedó en su sitio.
–Me recuerda algo que me ocurrió cuando era ‹granjero» en la
vieja Percival Lowell, la que había antes
que ésta – continuó Yancey. Habíamos llegado al Polo Sur de Venus y
nos las arreglamos de tal manera que teníamos una infección por
virus, un tipo de orín, en la «granja»… ¡No se muestre arrogante,
señor Jensen, un día fracasará en un planeta que no
conozca!
–¿Yo, señor? ¡No me mostraba arrogante!
–¿No? ¿Estaba sonriendo a los pensamientos,
acaso?
–Sí, señor.
–¡Humm! Como decía, cogimos esta infección de orín y unos
diez días más tarde no tenía más granja que la que pueda tener un
esquimal. Limpié completamente el sitio, lo esterilicé y planté
otra vez. La historia se repitió. La infección estaba en todas
partes de la nave y no podía sacarla. Acabamos este viaje con
alimentos en conserva y raciones pequeñas y no tuve permiso de
comer a la mesa en todo el resto del viaje – se sonrió a sí mismo,
después llamó hacia la puerta de la cocina -. ¿Cómo va todo por
allá, Red?
El Oficial Ejecutivo apareció en la puerta, una cuchara en la
mano, un plato cubierto en la otra.
–Muy bien – contestó en voz baja -. Acabo de comerme su
postre, Capitán.
El Teniente Brunn gritó:
–¡Eh! ¡Comandante! ¡Basta! ¡No lo haga! Esas bayas son para
el desayuno.
–Demasiado tarde – el Comandante Miller se limpió la
boca.
–¿Capitán?
–Sí, Dodson.
–¿Qué hizo a propósito del acondicionamiento de
aire?
–Bueno, señor, ¿qué hubiera hecho usted?
Matt lo consideró.
–Bueno, señor, hubiera improvisado algo para sacar el
C02 del aire.
–Exactamente. Saqué todo el aire de un compartimento vacío,
me puse el traje de vacío y perforé un par de huecos hacia fuera.
Después monté un sistema de tuberías para sacar todo el aire
viciado al lado oscuro de la nave a través de un alambique
fraccionado: primero helaba toda el agua, después helaba el bióxido
de carbono. Lo que molestaba era que se helaba todo en una masa
sólida y que tenía que repararlo. Pero funcionó lo bastante bien
como para llevarnos a casa – se levantaron de la mesa -. Hartley,
si ha acabado de hacer porquerías, vamos a repasar ese plano de los
meteoros. Tengo una idea.
La nave se acercaba a la órbita de Marte y pronto se
encontraría en la zona, comparativamente peligrosa, de los
asteroides y de su acompañamiento de objetos a la deriva en el
espacio. Matt estaba de turno, como astrogador auxiliar, pero
continuaba con su oficio de granjero de la nave. Tex fue a verle un
día en su compartimento de hidroponía.
–¡Oye, simiente de heno!
–El heno lo serás tú.
–¿Ya has arado las tierras del Sur? Parece que va a llover –
Tex pretendía estudiar las luces oscilantes, utilizadas para
estimular el crecimiento de las plantas, luego apartó la mirada -.
No importa, estoy aquí de negocios. El Viejo quiere
verte.
–Bueno, por el amor de Dios. ¿Por qué no lo dijiste antes, en
vez de gastar saliva en vano? – Matt dejó lo que estaba haciendo y
comenzó corriendo a ponerse el uniforme. Por el calor y la humedad
en la ‹'granja», Matt trabajaba habitualmente totalmente desnudo,
tanto por el confort como para resguardar sus
vestidos.
–Bueno, te lo dije, ¿verdad?
El Capitán estaba en su cabina.
–Cadete Dodson, señor.
–Ya lo veo – Yancey levantó una hoja de
papel.
–Dodson, acabo de escribir una carta al Departamento, para
que sea transmitida tan pronto como entremos en contacto por radio,
recomendando que planten flores en cada nave, para alzar los
ánimos. Se le dará el mérito de autor de la idea.
–Eh… gracias señor.
–De nada. Cualquier cosa que alivie el tedio, el
aburrimiento, la aridez de la vida en el espacio profundo es
interesante para la Patrulla. Ya tenemos bastante gente a la que le
da la locura del espacio. Las flores son consideradas buenas para
los psicópatas, en la Tierra; tal vez harán que los hombres del
espacio no se vuelvan chiflados. Pero basta ya de esto. Tengo que
preguntarle algo.
–¿Sí, señor?
–Quiero saber por qué demonios pierde el tiempo plantando
pensamientos, cuando va retrasado en los estudios.
Matt no supo que decir.
–He estudiado los informes que el señor Thurlow me manda y
encontré que el señor Jensen y el señor Jarman están más
adelantados que usted. En las últimas semanas le han dejado muy
atrás. Es bueno tener aficiones, pero su trabajo es
estudiar.
–Sí, señor.
–He calificado su rendimiento como insatisfactorio para este
trimestre, tiene el próximo para recuperar el retraso. ¿Ya ha
decidido que va a hacer ahora?
Matt se devanó los sesos y al fin se dio cuenta dé que el
Capitán había cambiado de tema, y hablaba de ajedrez. El y Matt
estaban luchando para conseguir el primer puesto en el torneo de la
nave.
–Oh, sí, señor, decidí comerme el peón.
–Lo pensaba – Yancey se volvió y Matt oyó las piezas moverse,
mientras el Capitán estudiaba la jugaba sobre su propio tablero de
ajedrez -. ¡Espere y verá lo que le va a pasar a su
reina!
La velocidad de los asteroides, guijarros volantes, rocas,
arena y objetos a la deriva en el espacio, que infestan el área
entre Marte y Júpiter, varía entre veintidós kilómetros 'por
segundo, cerca de Marte, hasta doce kilómetros por segundo, cerca
de Júpiter. Las órbitas de ese basurero volador están
irregularmente inclinadas sobre el plano de la eclíptica en un
promedio de unos nueve grados, y algunas de las órbitas son,
además, bastante excéntricas.
Todo esto significa que una nave sobre una órbita circular,
dirigida hacia el «este» o con el tráfico, pueda esperar la
posibilidad de colisiones en rozamiento a velocidades relativas de
unos tres kilómetros por segundo, con choques remotamente posibles
al doble de dicha velocidad.
Tres kilómetros por segundo es aproximadamente el doble de la
velocidad en la boca de un buen fusil deportivo. En lo que
concierne a los objetos, arena y gravilla, la Aes Triplex estaba construida para resistirías.
Antes de que la nave llegara a la zona peligrosa, se hizo un
trabajo conjunto, todos con sus trajes de vacío: se aseguraron
segmentos blindados, espesos como el casco de la nave, sobre las
portillas de cuarzo, dejando expuestos solamente los ojos de los
instrumentos astrogacionales y las antenas del
radar.
Para protegerse de cosas más grandes, el Capitán Yancey montó
una vigilancia de meteoros mucho más estricta de lo que es
necesario en la mayor parte del espacio. Ocho radares escudriñaban
todo el espacio en una esfera de 360. La única condición necesaria
para colisión es que el otro objeto mantenga un rumbo fijo, no se
necesita ningún cálculo extraordinario. Lo único que se necesita,
pues, para evitar la colisión es cambiar la propia velocidad, en
cualquier dirección y cualquier cantidad. Tal vez es el único caso
en el cual la teoría del pilotar es simple.
El Comandante Miller colocó los cadetes y los subtenientes en
continua guardia, examinando cuidadosamente los radarscopios de
vigilancia de meteoros. Aunque un ojo humano no notase un objeto e~
rumbo fijo, los radares lo «verían», puesto que estaban montados de
modo que, si se encendía un ‹blip» y permanecía fijo en un sitio de
la pantalla, indicando un rumbo fijo, sonaría una alarma y el
oficial de guardia encendería el reactor, muy, muy
rápidamente.
Sin embargo, el cinturón de asteroides también es,
naturalmente, un espacio muy vacío. Las probabilidades de no
colisionar contra cualquier cosa más importante que un grano de
arena eran muchas. La única diferencia en la Aes Triplex, aparte del aumento de trabajo para los
oficiales más jóvenes, era una orden de la nave, obligando a todos
a atarse mientras dormían, en vez de flotar suelta y
confortablemente, para que el durmiente no se rompiera el cuello,
en caso de que hubiera una aceleración imprevista.
La N.C.P. Aes Triplex estaba provisto
de dos naves auxiliares, metidas en pequeños hangares. Eran de un
tipo bastante corriente, de alcance corto, y con motor químico,
sólo que tenían un radar de exploración tan potente como los de la
nave.
Cuando llegaron al área de exploración se designó un piloto y
un copiloto para cada navecilla y también una segunda tripulación,
puesto que cada cohete tenia que quedarse fuera de la nave una
semana seguida, luego cambiar de tripulación y salir otra
vez.
Los Tenientes Brunn, Thurlow y Novak y el Subteniente Peters
fueron designados como pilotos. Un cadete fue asignado a cada
teniente y el Subteniente Gómez fue asociado al Subteniente Peters.
Matt estaba con el Teniente Thurlow.
El doctor Pickering se encargó de la comida. Quedaba el
Subteniente Cleary como comodín, el hombre que hace todo, lo que
era imposible, puesto que las guardias contra meteoros y de
exploración tenían que continuar. En consecuencia, las dos
tripulaciones que no estaban en el espacio tenían que ayudar,
durante su semana de descanso.
Cada lunes, la nave colocaba los cohetes auxiliares en sitios
desde donde las tres embarcaciones cubrirían el mayor espacio
posible, sin que sus áreas de exploración se cruzaran. La
colocación estaba hecha por la nave principal, de modo que la
navecilla tuviera los tanques llenos en el desgraciado caso de que
no fuera recogida y así tuviera bastante combustible como para
ponerse en órbita hacia los planetas interiores, si era
necesario.
N.C.P. PATHFINDER
Además de esto, al Teniente Thurlow le gustaba
hablar.
El oficial de bombardeo estaba esperando un destino en la
Tierra para realizar estudios de posgraduado, al final del
crucero.
–Y entonces, tendré que decidirme, Matt. Me quedo y hago del
estudio de la física una ocupación, o renuncio y me dedico a
investigación.
–Depende de lo que quieras hacer.
–Trivial, pero cierto. Creo que quiero 'ser un científico,
con dedicación total, pero, al cabo de unos años, la Patrulla se
convierte en tu padre y tu madre. No sé. Esta masa rocosa se está
acercando a nosotros… puedo verla ahora por la
portilla.
–¿Si, eh? – Matt se inclinó hacia adelante hasta que también
él pudo ver aquella piedra que Thurlow había estado observando por
radar. Tenía una forma irregular, un conglomerado de brillante sol
y brusca, oscura sombra.
–Señor Thurlow – dijo Matt -, mire por el centro. ¿No le
parece que es una estriación?
–Podría ser. Se han recogido algunas muestras que eran, sin
lugar a dudas, rocas sedimentarias. Fue la primera prueba de que
los asteroides fueron un planeta, ¿sabes?
–Creía que las integraciones de Goodman eran la primera
prueba.
–¡Que va, estás equivocado! Goodman no pudo verificarlo hasta
que se construyó el gran computador de balística en la Estación
Tierra.
–Ya lo sabía, pero supongo que lo
entendía al revés.
La teoría de que, en algún tiempo, los asteroides habían sido
un planeta sito entre Marte v Júpiter, fue negada durante muchos
años, porque sus órbitas no indicaban ninguna interrelación, es
decir, si el planeta hubiera volado en pedazos, las órbitas
deberían intersecarse en el punto de la explosión. El profesor
Goodman, utilizando el computador gigante, había demostrado como la
falta de relación había sido causada, a través de los años, por las
perturbaciones de la actuación de los otros planetas sobre los
asteroides.
Había calculado una fecha para el desastre, hacía unos
quinientos millones de años, y había calculado también que la mayor
parte del planeta destruido se había escapado completamente del
Sistema. Los escombros que tenían alrededor representaban, más o
menos, un uno por ciento del planeta perdido.
El Teniente Thurlow midió la amplitud angular del fragmento,
calculó su distancia por radar, y de la resultante supo,
aproximadamente, su tamaño. La roca, grande como era, era demasiado
pequeña para que valiera la pena investigar su órbita, fue
simplemente incluida en el informe sobre objetos a la deriva en el
espacio. Los objetos más pequeños nada más eran apuntados, mientras
las colisiones con las pequeñas partículas estaban siendo contadas
por un circuito electrónico conectado al casco de la
navecilla.
–Lo que me molesta – continuó Thurlow- en el hecho de salir
está aquí… Matt, ¿has notado la diferencia entre la gente de la
Patrulla y la gente de fuera de la Patrulla?
–¡Vaya si la he notado!
–¿Cuál es la diferencia?
–¿La diferencia? Oh, caramba, nosotros somos hombres del
espacio y ellos no. Creo que es cuestión de la medida del mundo de
cada uno.
–En parte, pero no te dejes engañar por las simples medidas.
Cien millones de kilómetros de espacio vacío no significan nada, si
está vacío. No, Matt, la diferencia es más profunda. Le hemos dado
a la raza humana cien años de paz, y ahora no queda nadie que se
acuerde de la guerra. Han aceptado la paz y el confort como una
manera de vivir normal. Pero no lo es. El animal humano tiene
detrás de él millones de años de peligro, de hambre, y muerte, y el
siglo pasado no es más que un parpadeo en su historia. Pero sólo la
Patrulla parece darse cuenta de esto.
–¿Suprimiría la Patrulla?
–¡Oh cielos! No, Matt, me gustaría que hubiera alguna manera
de hacer que la gente se diera cuenta de lo poco que nos separa de
la jungla. Y otra cosa, también… – Thurlow
sonrió tímidamente -. Me gustaría que entendiesen un poco lo que
somos. Los criados a sueldo de los contribuyentes, eso es lo que
piensan de nosotros.
Matt asintió.
–Piensan que somos algo así como un policía de tráfico. Hay
un hombre en mi tierra que vende helicópteros de segunda mano, que
me preguntó por qué los hombres de la Patrulla tenían que recibir
una pensión cuando se jubilan. Dijo que él no habla podido sentarse
y ponerse a descansar a los treinta y cinco años, y no veía por qué
tenía que mantener a alguien que lo hiciese – Matt parecía
asombrado. Al mismo tiempo, parecía alabar a la Patrulla, quería
que su propio hijo fuera cadete. No lo entiendo.
–Eso es. Para ellos somos unos animales domésticos de primera
clase, caros e inútiles, de su propiedad. No entienden que no se
nos puede alquilar. El tipo de guardián que puedes alquilar vale
tanto como el tipo de mujer que puedes comprar.
A la semana siguiente, Matt encontró tiempo para mirar lo que
la biblioteca de la nave tenía sobre el tema del planeta destruido.
No había gran cosa: estadísticas sin interés sobre el tamaño de los
asteroides, fragmentos y partículas, datos sobre las órbitas y su
distribución, los cálculos de Goodman resumidos. Nada de lo que
quería saber: como ocurrió el desastre. No había nada, aparte de
unas teorías bien presentadas.
Habló de esto con Thurlow, cuando salieron otra vez de
patrulla. El Teniente se encogió de hombros.
–¿Qué esperabas, Matt?
–No sé, pero más que lo que encontré.
–Nuestra escala temporal no es la más adecuada para dejarnos
aprender mucho. Supón que escoges uno de los carretes que has
estudiado, éste – el oficial le enseñó uno, titulado «Estructuras
sociales de los aborígenes marcianos»-. Ahora, supón que examinas
un par de fotogramas en el medio. ¿Puedes reconstruir los miles y
miles de fotogramas que vienen antes, simplemente por
lógica?
–Naturalmente que no.
–Aquí tienes la situación. Si la raza logra arreglárselas
para no volarse los sesos durante unos millones de años, tal vez
empezaremos a encontrar algo. Hasta ahora, ni siquiera sabemos qué
preguntas hacer
Matt se sentía descontento, pero no sabía que responder.
Thurlow frunció las cejas.
–Tal vez no estamos hechos para hacer las preguntas
adecuadas. ¿Conoces la idea del «doble mundo» de los
marcianos?
–Desde luego, pero no la entiendo.
-¿Y quién la entiende? Olvidemos las
suposiciones habituales de que un marciano habla con símbolos
religiosos cuando dice que vivimos solamente de «un lado» mientras
que él vive sobre los «dos lados». Supongamos que lo que quiere
decir es tan real como la mantequilla y los huevos, que realmente
vive en dos mundos al mismo tiempo, y que estamos en el mundo que
considera insignificante. Si se acepta eso, se explica que los
marcianos no quieren perder tiempo hablando con nosotros, o
intentando explicarnos cosas. No es una fruslería, es razonable.
¿Perderías el tiempo intentando explicar los arcos iris a un
gusano?
–No es lo mismo…
–Tal vez lo sea, para un marciano. Un gusano no puede ver, ni
siquiera tener sentido de los colores. Si aceptas la realidad del
«doble mundo», entonces, para un marciano, no tenemos los sentidos
adecuados para poder hacer las preguntas correctas. ¿Por qué se van
a molestar con nosotros?
La radio pidió atención. Thurlow la miró y
dijo:
–Alguien llama, Matt. Mira quién es y dile que no estamos en
casa.
–De acuerdo – Matt pulsó el interruptor y contestó -.
Navecilla uno, Triplex,
adelante.
–Triplex llamando – llegó la voz
familiar del Subteniente Cleary -. Atentos para ser
recogidos.
–¿Qué? ¡Déjese de bromas! Solamente hace tres días que
estamos aquí.
–Atentos para ser recogidos, es una orden. La navecilla dos
encontró la Pathfinder.
–¿Qué dices? ¿Ha oído esto, señor Thurlow? ¿Lo ha
oído?
Era verdad, Peters y Gómez, en la otra navecilla, habían
descubierto la nave perdida, casi por casualidad. La Pathfinder fue encontrada anclada a un asteroide
pequeño, de un kilómetro y medio de ancho aproximadamente. Puesto
que era un cuerpo cartografiado, el número 1987 CD, la tripulación
de la nave le había prestado poca atención, hasta que su rotación
llevó a la Pathfinder a la
vista.
El Capitán Yancey lo había pensado bien y había decidido
recoger a Thurlow y Dodson, antes de reunirse con la segunda
navecilla. Cuando estuvieron dentro, el Aes
Triplex se adelantó hacia 1987 CD e igualaron órbitas. El
Subteniente Peters había decidido gastar un poco de su combustible
de escape y también había igualado las órbitas.
Matt se impacientaba mientras la segunda navecilla era
llevada dentro. No podía ver nada, puesto que las portillas estaban
cubiertas, y por el momento no tenía tarea asignada. Después, con
enloquecedora deliberación, el Capitán Yancey aseguró su nave a la
Pathfinder, tirándole un cabo, que fue
llevado- por el Subteniente Gómez. El resto de la tripulación de la
nave estaba reunida en la sala de control. Tex y Matt aprovecharon
la oportunidad para hacer preguntas al Subteniente
Peters.
–No puedo decirles mucho – les informó -. Desde fuera parece
intacta, pero la puerta de la cámara de descompresión está
abierta.
–¿Hay posibilidad de que haya alguien vivo dentro? – preguntó
Tex.
–Es posible, pero poco probable.
El Capitán Yancey miró alrededor.
–Cállense – ordenó -. Esto es una sala de control, no un club
social.
Cuando hubo terminado, ordenó a Peters y Gómez que fueran con
él, los tres se vistieron y salieron de la nave.
Estuvieron fuera una hora, más o menos, y cuando volvieron el
Capitán les llamó a todos al comedor.
–Siento decirles, caballeros, que ninguno de nuestros
compañeros vive.
Continuó tristemente:
–No tengo muchas dudas sobre lo que ocurrió. La puerta
exterior blindada estaba abierta, e intacta. La puerta interior
había sido atravesada por un proyectil del tamaño de mi puño,
produciendo una descompresión explosiva en los compartimentos
contiguos. Aparentemente, tuvieron la inmensa mala suerte de que
les entrara un meteoro en la nave por la puerta, exactamente cuando
se abrió ésta.
–Espere un momento, Jefe – objetó Miller -. ¿Estaban abiertas
todas las puertas herméticas de la nave? Una roca no debiera haber
podido hacer esto.
–No hemos podido entrar en la parte de atrás de la nave, pues
todavía está bajo presión. Pero pudimos reconstruir lo que ocurrió
porque pudimos contar los cuerpos, siete, toda la tripulación de la
nave. Todos estaban cerca de la cámara de descompresión y no
llevaban los trajes del espacio, salvo uno que se hallaba en la
misma cámara, aparentemente su traje fue agujereado por un
fragmento. Los otros parecían haberse reunido cerca de la cámara de
descompresión, esperando a que entrara – Yancey estaba serio -.
Red, creo que tendremos que dar una orden técnica acerca de esto,
algo para obligar al personal a que se separe mientras se
desarrollan estas operaciones con trajes, de modo que un incidente
en la cámara de descompresión no afecte a toda la tripulación de la
nave.
Miller frunció las cejas.
–También lo creo así, Capitán. Aunque a veces pudiera ser
molesto el hacerlo, en una nave pequeña.
–También es molesto el quedarse sin respiración. Ahora, a
propósito de la investigación: Red será el presidente y Novak y
Brunn los otros dos miembros. El resto de nosotros nos quedaremos a
bordo hasta que el consejo haya acabado su trabajo. Cuando hayan
acabado y hayan sacado de la Pathfinder
todo lo necesario como pruebas, cada uno tendrá tiempo suficiente
para satisfacer su curiosidad.
–¿Qué pasa con el cirujano, Capitán? Le quiero como testigo
experto.
–De acuerdo, Red. Doctor Pickering, usted irá con el
consejo.
Los cadetes se reunieron en el camarote que compartían Matt y
Óscar.
–¿Qué os parece? – dijo Tex -. ¡Era lo que nos faltaba!
Tenemos que quedarnos sentados aquí, una semana o quizá diez días,
mientras un consejo mide el tamaño de un hueco allá en la
puerta.
–Olvídalo, Tex – le aconsejó Oscar -. Me imagino que el Viejo
no quería que grabaras tus iniciales en cosas, o que robaras la
puerta reventada, como recuerdo, antes de que hubieran hecho una
investigación a fondo.
–¡Oh, qué tontería!
–No te enfades. Te prometió que podrás curiosear y tomar
fotografías y satisfacer tu apetito de ogro, tan pronto como
hubieran terminado. Mientras tanto, aprecia el lujo de tener ocho
horas para dormir, para variar. Nada de guardias…
ninguna.
–¡Oye, es verdad! – asintió Matt -. No lo había pensado, pero
no se necesita vigilar las rocas cuando estás atado y no puedes
hacer fintas para evitarías.
–Apuesto a que eso lo sabe bastante bien la tripulación de la
Pathfinder.
La última lista de la Pathfinder fue pasada al día siguiente.
Los cuerpos habían sido encerrados en un compartimento sellado de
la nave muerta, y el pase de lista tuvo lugar en el cuartel de
oficiales del Aes Triplex. Fue una
ceremonia bastante larga, puesto que resultó necesario leer los
rituales de tres religiones diferentes, antes de que el Capitán
concluyera con la despedida propia de la Patrulla: Ahora ponemos órbita hacia casa…
Había justamente el número de personas suficiente para
contestar a la lista. La tripulación de la Aes
Triplex la formaba un capitán y otros once patrulleros. En la
Pathfinder había exactamente once
tripulantes, seis oficiales de la patrulla y un planetólogo civil,
mas los cuatro que siempre están presentes – en cada revista. El
Capitán Yancey pasó la lista de la Pathfinder y los otros contestaron, uno después de
otro, desde el Comandante Miller hasta Tex, mientras la Larga guardia tocada queda para convertirla en
réquiem sonaba suavemente por el sistema de altavoces de la
nave.
La garganta de Matt estaba casi demasiado seca para
contestar. Las mejillas gordinflonas de Tex se llenaban de
lágrimas, y no se esforzó en secarlas.
El Teniente Brunn fue una fuente de informaciones durante los
primeros dos días. Describió la Pathfinder
como en buen estado, salvo por la puerta averiada. El tercer día,
de repente, se calló.
–El Capitán no quiere que los descubrimientos del consejo
sean discutidos, hasta que haya tenido tiempo para
estudiarlos.
Matt pasó estas palabras a los otros.
–¿Qué se está preparando? Preguntó Tex -. ¿Qué puede haber de
secreto en esto?
–¿Cómo queréis que yo lo sepa?
–Tengo una teoría – dijo Oscar.
–¿Qué? ¿Cuál? ¡Desembucha!
–El Capitán quiere demostrar que el hombre no puede morir de
curiosidad. Se imagina que sois un caso perfecto para la
prueba.
–¡Oh, déjate de tonterías!
El Capitán Yancey les llamó a todos, de nuevo, al día
siguiente:
–Caballeros, aprecio su paciencia, no quise discutir lo que
encontramos en la Pathfinder hasta haber
decidido lo que se tenía que hacer al respecto. Resulta que el
planetólogo de la Pathfinder, Profesor
Thorwald, llegó a la conclusión evidente de que el planeta
destruido estaba habitado.
Empezaron a oírse murmullos en la sala.
–Tranquilos, por favor. ¡Hay muestras de rocas con fósiles en
la Pathfinder, pero hay otras cosas
también, que el Profesor Thorwald determinó.. – y el doctor
Pickering, el Comandante y yo estamos de acuerdo… que eran
artefactos, artículos trabajados por manos
inteligentes.
Este hecho, por sí solo, bastaría para mandar enseguida una
docena de naves al cinturón de asteroides -continuó -. Es,
probablemente, el descubrimiento más importante en el estudio del
sistema, desde que empezaron las excavaciones en la Luna. Pero el
profesor Thorwald llegó a otra conclusión aún más alarmante. Con la
ayuda del oficial de bombardeo de la nave, utilizando el método de
la disminución del nivel de radiactividad, hizo una hipótesis
tentadora de que el planeta, al que llama Planeta Lucifer, fue
destruido por una explosión nuclear artificial. En otras palabras,
lo hicieron ellos mismos.
El silencio era interrumpido únicamente por los ventiladores
de la sala. Al fin, Thurlow estalló:
–Pero Capitán, ¡eso es imposible!
El Capitán Yancey le miró.
–¿Conoce todas las respuestas, joven? Yo estoy seguro de que
no.
–Perdóneme, señor.
–En este caso, no me atrevería ni a dar una opinión. No soy
competente. Sin embargo, caballeros, si esto es cierto, como lo
pensaba el Profesor Thorwald, casi no es necesario decirles que
tenemos más razones para estar orgullosos de nuestra Patrulla y que
nuestra responsabilidad es más importante de lo que habíamos
pensado.
–Ahora al trabajo, no estoy dispuesto a dejar a la Pathfinder donde está. Aparte de las razones
sentimentales, pertenece a la Patrulla y vale muchos millones. Creo
que podemos repararla y llevarla a casa.
UN LARGO VIAJE DE REGRESO
Las plantas en el acondicionador de aire habían muerto por
falta de atención y de bióxido de carbono. Matt se encargó del
asunto mientras los otros ayudaban en la tarea casi interminable de
verificar cada circuito, cada instrumento, cada aparato pequeño,
necesario para el funcionamiento de la nave. Era un trabajo de base
de reparaciones y no hubiera podido ser realizado si los daños
hubieran sido más grandes.
Oscar y Matt robaron una hora de su sueño para explorar el
1987 CD, un trabajo que mezclaba la escalada con el empleo de los
reactores del traje. El asteroide tenía, naturalmente, un campo de
gravedad, pero hasta el tamaño de una pequeña montaña era
insignificante comparado con el de un planeta. Simplemente, no
podían sentirlo, los músculos utilizados para oponerse a la fuerza
tenaz de la gran Tierra no tenían nada a hacer con el tirón débil
del 1987 CD.
Finalmente, la Pathfinder fue soltada
y su motor probado por una tripulación improvisada, compuesta por
el Capitán Yancey en los controles y el Teniente Novak en la sala
de máquinas. El Aes Triplex se alejó unos
kilómetros, esperó hasta que puso en marcha su cohete por algunos
segundos, y entonces se unió a ella. Las dos naves fueron amarradas
y el Capitán Yancey y el jefe ingeniero volvieron en el Aes 'Triplex.
–Toda para usted Hartley – anunció. Pruébela usted mismo y
tome posesión de ella, cuando esté listo.
–Si usted está de acuerdo, yo también. Con su permiso, señor,
transbordaré mi tripulación ahora.
–¿Si? Muy bien, Capitán, tome el mando y lleve a cabo sus
órdenes. Apúntelo en el diario de a bordo señor – añadió el Capitán
Yancey por encima de su hombro, al oficial de
guardia.
Treinta minutos más tarde la tripulación escogida pasó por la
cámara de descompresión de la Aes Triplex
hacia la cámara de descompresión de la otra. La N.C.P. Pathfinder estaba de nuevo en
servicio.
En la Aes Triplex quedaban el Capitán
Yancey, el Teniente Thurlow, ahora oficial ejecutivo y astrogador,
el Subteniente Peters, ahora ingeniero jefe, el cadete Jensen,
oficial Jefe de comunicaciones y los cadetes Jarman y Dodson,
oficiales de guardia en todos los departamentos y el doctor
Pickering de cirujano.
El Comandante Miller, Capitán de la Pathfinder tenía un oficial menos que el Capitán
Yancey, pero todos sus oficiales tenían experiencia. El Capitán
Yancey hubiera tomado él mismo el mando de la nave abandonada, y se
hubiera arriesgado con ella, si una cosa no se lo hubiera impedido:
la ley no lo permitía. Podía poner a su Primer Oficial a bordo y
volverla a considerar en activo, pero no había ninguna autoridad
para relevarse del mando de su propia nave, era prisionero de su
propio y único estatuto: un oficial comandante, obrando sin
contacto con sus superiores.
En su plan original de vuelo se había intentado que la
Pathfinder atracara en Deimos, Marte, en el
momento en que este planeta le alcanzara y se encontrase en
posición favorable. El retraso producido por el desastre descartaba
la órbita planeada. Marte no estaría en la cita. Además, el Capitán
Yancey quería llevar el extraordinario testimonio contenido en la
Pathfinder a la Base Tierra lo más pronto
posible, no tenía sentido el mandarla a aquel puesto avanzado en el
satélite exterior de Marte.
Por consiguiente, fue pasada masa de reacción del Aes Triplex hacia la nave más pequeña, hasta que sus
tanques estuvieron llenos y se trazó una órbita rápida, casi
directa aunque antieconómica, hacia la Tierra. El Aes Triplex, utilizando una órbita mucho más grande,
tipo «Hohmann» pasaría la órbita de Marte, la de la Tierra (la
Tierra estaría en este momento en otro lugar), para, más lejos,
girar alrededor del Sol y alejarse otra vez de éste, alcanzando la
Tierra casi un año más tarde que la Pathfinder. Tenía bastante masa para efectuar esto,
aún después de volver a llenar la Pathfinder, pero quedaba limitada a órbitas que
malgastaban tiempo para ganar combustible, más usuales en las naves
mercantes que en las de la Patrulla.
Matt, en uno de sus múltiples trabajos, como astrogador
auxiliar, notó una peculiaridad de la órbita y le llamó la atención
a Oscar:
–Oye, Os, ven a mirar esto. Cuando lleguemos al punto del
perihelio, al otro lado del Sol, casi pasaremos rozando a tu ciudad
natal. ¿Ves?
Oscar observó las posiciones marcadas en la
carta.
–Bueno, ¡maldita sea si no lo hacemos! ¿Cuál es el punto más
cercano?
–Menos de ciento cincuenta mil kilómetros. Más o' menos.
Aunque he descubierto que el Viejo es un diablo para las órbitas
efectivas. ¿Te gustaría apearte?
–Iremos demasiado rápido para poder hacerlo. – comentó Oscar,
fríamente.
–¿Oh, dónde está el viejo espíritu del explorador? Podrías
coger una de las navecillas y marcharte antes de que lo
descubriésemos.
–¡Dios, como me gustaría! Sería agradable tener un permiso –
Oscar movió la cabeza tristemente y observó el mapa con
atención.
–Sé lo que fe preocupa… – desde que eres jefe de un
departamento, has adquirido cierto sentido de la responsabilidad
¿Cómo te sientes siendo uno de los poderosos?
Tex había entrado en la sala de mapas, mientras hablaban.
Intervino en la conversación diciendo:
–Venga ya, Os, díselo a tu público.
La tez blanca de Oscar se volvió colorado.
–Basta ya de tomarme el pelo. Yo no tengo la
culpa.
–De acuerdo, pero, hablando en serio- continuó Matt -. ¡Vaya
suerte hemos tenido todos nosotros: somos oficiales accidentales de
nave, en lo que tenía que ser un viaje de estudio. ¿Sabéis lo que
pienso
–Y ¿piensas y todo? – preguntó Tex.
–Cállate. Si nos comportamos bien y tenemos la suerte de
demostrar l~ que sabemos, esto puede significar el nombramiento
como miembros de la Patrulla.
–¿El Capitán Yancey darme a mí la graduación? – dijo Tex -.
Lo dudo.
–Bueno, a Oscar es casi seguro. Después de todo, es el oficial jefe de
comunicaciones.
–Te digo que esto no significa nada – protestó Oscar -.
Seguro, tengo ese cargo, sin nadie con quien comunicarnos. Estamos
fuera de alcance de la radio, salvo de la Pathfinder, y se está alejando
rápidamente.
–No lo estaremos siempre.
–No cambiará nada. ¿Te puedes imaginar el Viejo dejándome, o
a uno de vosotros, hacer algo sin estar mirando por encima de mi
hombro? De todas maneras, no quiero aún la graduación. Imagínate
que volviésemos y no fuera confirmada. ¡ Sería
embarazoso!
–Yo si que aceptaría esa posibilidad – anunció Tex -. Puede
ser la única manera que tenga de graduarme.
–No te comportes como un pobre huérfano, Tex. Supón que tu
tío Bodie te oyese hablando de esta manera…
De hecho, el ambiente en la nave era muy diferente, aunque el
Capitán o el Teniente Thurlow, o los dos, los vigilaban muy
atentamente. El Capitán Yancey empezó a llamarlos por sus nombres
de pila en la mesa y abandonó completamente el uso del apelativo
cadetes. A veces se refería a los
«oficiales» de la nave, utilizando el término de tal manera, que
incluía a los tres cadetes. Pero no hizo ninguna sugerencia a
propósito de su graduación.
Fuera del cinturón de asteroides, fuera del alcance de la
radio, y en una caída libre interminable, las tareas de la nave
eran fáciles. Los cadetes tenían mucho tiempo para estudiar,
bastante tiempo para jugar a cartas y para discutir
interminablemente. Matt lo compaginó con sus tareas y llegó el
momento en que buscaba en la biblioteca de la nave trabajos más
elevados, puesto que las clases pensadas para ellos cuando se
fueron de la Randolph eran para un viaje
corto.
El Capitán organizó una serie de seminarios, en parte para
pasar su propio tiempo y en parte como suplemento a la educación de
los cadetes. Pretendían ilustrar varios problemas encontrados por
un oficial de la Patrulla como hombre del espacio, o en su tarea
más seria como representante diplomático. Yancey hizo bien los
cursos, y los cadetes descubrieron, también, que se le podían
arrancar reminiscencias. Era, a la vez, agradable e instructivo y
les ayudó a pasar aquellas aburridas semanas.
Después de un tiempo muy largo llegaron al alcance de radio
de Venus, y había correo para ellos, mensajes que les habían
perseguido por la mitad del Sistema Solar. Un despacho oficial, del
Departamento, felicitaba al oficial comandante y a la tripulación
de la nave por la recuperación de la Pathfinder, esto fue registrado, a su tiempo, en los
informes de cada uno. Un mensaje privado de Hartley Miller decía al
Capitán Yancey que el viaje a casa había sido bueno y que los
sabios se arrancaban los cabellos, discutiendo sobre el contenido
de la nave. Yancey les leyó esto en voz alta.
Además de cartas de casa, Matt recibió el anuncio de
compromiso de Marianne. Se preguntó si se habría casado con el
joven que había conocido en el picnic, pero no estaba seguro del
nombre, todo aquello le parecía muy lejano. Había una carta
también, para los tres cadetes despachada desde: «Leda, Ganímedes»,
de Pete. Era del tipo: «aquí hace un tiempo maravilloso, me
gustaría que estuvieseis aquí».
–¡Vaya suerte tiene el tipo! – dijo Tex- y nosotros por el
mundo… ¡Uff!
Llegaron otros mensajes sobre los movimientos de las naves,
órdenes técnicas, cambios de personal, la minucia acumulada de una
organización militar importante, y un resumen detallado de las
noticias de cuatro planetas desde el momento en que perdieron
contacto, hasta el presente.
Oscar descubrió que el Capitán Yancey no le estaba
controlando estrictamente como jefe de comunicaciones… pero eso ya
no le sorprendía. Simplemente, Oscar era el jefe de comunicaciones,
y casi había olvidado que antes había sido otra
cosa.
Sin embargo, se dio cuenta de que estaba realmente confirmado
en su puesto el día en que llegó un mensaje en la cifra más
secreta, el primero que no era en idioma vulgar. Tuvo que pedir al
Capitán la máquina de descifrar, que estaba guardada en su caja
fuerte. Se la dio sin comentarios.
Oscar abrió mucho los ojos cuando le llevó el mensaje
traducido a Yancey. Decía: TRIPLEX: PUEDE INVESTIGAR DIFICULTADES
REGIÓN ECUATORIAL VENUS. OPERACIONES.
Yancey lo miró:
–Dígale al Oficial Ejecutivo que quiero verlo y, por favor,
no hable de esto.
–Sí, señor.
Thurlow entró un poco desconcertado.
–¿Qué ocurre, Capitán?
Yancey le dio el papel. El Teniente lo leyó y
silbó.
–¿Ve alguna manera de cumplir esto?
–¿Sabe cuanta potencia de reacción tenemos, Capitán?
Podríamos alcanzar una órbita circular, pero no podemos
aterrizar.
–Así lo veo yo. Supongo que tendremos que negarnos. Pero,
caramba, preferiría ser flagelado antes que mandar una respuesta
negativa. ¿Por qué nos escogieron a nosotros? Debe haber otra media
docena de naves mejor situadas.
–No lo creo, Capitán. Me parece que somos la única nave
disponible. ¿Ha estudiado la lista de movimientos?
–No con detenimiento, ¿por qué?
–Bien, la Thomas Paine tendría que
ser la nave que se ocupase de esto, pero está en New Aukland, para
efectuar reparaciones de emergencia.
–Ya veo. Tendría que haber una patrulla permanente alrededor
de Venus… algún día tendrá que haberla – Yancey se rascó la
barbilla, parecía que se sentía desgraciado.
–¿Qué tal le parecería una cosa, Capitán…?
–¿Si?
–Si cambiáramos el curso ahora mismo, podríamos hacerlo con
poco gasto. Entonces, podríamos efectuar un frenado atmosférico,
sin más gastos y, después, bajarla con el cohete.
–Humm, ¿cuánto margen tendríamos?
La mirada del Teniente Thurlow se perdía a lo lejos, mientras
calculaba mentalmente una ecuación de cuarto orden. El Capitán
Yancey se unió en el trance, moviendo los labios en
silencio.
–Prácticamente ninguno, Capitán. Después de permanecer en
círculo, se tendría que hacer una inmersión y aceptar la velocidad
atmosférica terminal, o acercarse mucho a ella, antes de encender
el cohete.
Yancey sacudió la cabeza.
–¿En Venus? Preferiría ir a la noche de Valpurgis, montado en
una escoba. No, señor Thurlow, sólo podemos llamarles y confesar
nuestra impotencia.
–Un minuto, Capitán, ellos saben que no tenemos infantes de
marina.
–Claro.
–Entonces, no esperan que actuemos como Policía, así que lo
que podemos hacer, es mandar una navecilla
auxiliar.
–Me preguntaba cuando acabaría por pensar esto. De acuerdo,
señor Thurlow, le toca a usted. Se lo entrego de mala gana, pero me
parece que no puedo hacer otra cosa. Nunca tuvo una misión a su
cargo, ¿verdad?
–No, señor.
–Pues lo ha conseguido de joven. Bien, pediré los detalles a
Operaciones, mientras usted se prepara para el cambio de
curso.
–Bien, señor. ¿Quiere designar usted al cadete que vaya
conmigo, o lo elijo yo?
–No va a salir con uno solo, Teniente, irá con los tres.
Quiero que, en cualquier momento, la nave esté tripulada y que
tenga un hombre armado a su lado. La región ecuatorial de Venus…
nadie sabe dónde se va a meter.
–Pero usted se queda únicamente con Peters, señor. No
contando al cirujano, claro.
–El señor Peters y yo estaremos bien, Peters juega muy bien a
las cartas.
Los detalles que obtuvieron de Operaciones eran muy pocos. La
nave mercante Gary había enviado un mensaje
por radio, diciendo que estaba en peligro a causa de una
sublevación de los nativos. Había dado su posición y entonces se
había perdido el contacto.
Yancey decidió usar el frenado atmosférico, de todos modos,
para ahorrar masa de reacción para más adelante… de lo contrario,
el Aes Triplex podía haber tenido que
orbitar en torno a Venus, hasta que hubiera sido
socorrida.
La tripulación pasó cincuenta y seis horas agotadoras,
encerrada en la sala de control, mientras la nave se adentraba en
las nubes de Venus y volvía a salir de ellas, cada vez un poco más
adentro y un poco más despacio. Se fue poniendo penosamente
caliente, y el tiempo de que pasaban en el espacio en cada salto
casi no era suficiente para irradiar el calor que captaba. La mayor
parte de la nave estaba intolerablemente caliente, ya que la sala
de control y la «granja» se refrigeraban, a expensas del resto. En
el espacio, no hay forma de eliminar un calor no deseado,
permanentemente, excepto por radiación, y la diferencia de energía
cinética entre la órbita original y la circunsvenusiana, que quería
el Capitán, tuvo que ser absorbida como calor, un poco cada vez,
para luego irradiarla al espacio.
Pero al final, tres acalorados, cansados y muy emocionados
jóvenes, uno de ellos un poco mayor, estaban listos para subir a la
navecilla número 2.
De pronto, Matt se acordó de algo.
–Oh, doctor. Doctor Pickering – el cirujano había pasado
aquel viaje, sin acontecimientos médicos, escribiendo una
monografía titulada: «Algunas notas sobre patología comparativa de
los planetas habitados», y andaba ahora por el final. Había
relevado a Matt como «granjero».
–¿Si, Matt?
–Esas nuevas plantas tomateras… tiene que cruzar su polen
dentro de tres días. ¿Lo hará por mi? ¿No se
olvidará?
–¿Cómo voy a hacerlo?
El Capitán se echó a reír:
–Salga ya de los surcos, Dodson, olvide la granja, nosotros
la cuidaremos. Ahora, caballeros – miró alrededor captando sus
miradas -. Procuren mantenerse vivos. Dudo de que esta misión
justifique la pérdida de cuatro oficiales de la
Patrulla.
Cuando salían, Tex apretó a Matt en las
costillas:
–¿Oíste eso, muchacho? ¡Cuatro oficiales de la
Patrulla!
–Sí, pero mira lo que dijo además.
Thurlow guardó las órdenes en su bolsillo. Eran muy simples:
seguir dos grados siete latitud norte, longitud doscientos doce
grados cero, localizar la Gary e investigar
el supuesto levantamiento de los nativos. Mantener la
paz.
El Teniente se instaló y miró a su
tripulación:
–¡Mantengan agarrados sus sombreros, muchachos, allá
vamos!
LOS NATIVOS SON AMISTOSOS
Tenía que hacerlo de manera muy precisa, utilizando el mínimo
de energía posible. Le ayudaba un poco el «flotar con la corriente»
de Oeste a este, la velocidad rotacional de unos 1.500 kilómetros
por hora de Venus sobre su ecuador era una ganancia y no una
pérdida. Sin embargo, el colocarse exactamente en el sitio ya era
otra cuestión. El momento de partida estaba escogido de tal manera
que toda la curva descendente tuviera lugar en el lado iluminado
del Planeta, para utilizar el Sol como punto de referencia de su
situación en longitud; la latitud dependería de la estimación del
rumbo mediante la elección exacta de la ruta.
El Sol es el único cuerpo celeste que se puede utilizar
durante la navegación aérea en Venus, e incluso se deja de verle al
ojo desnudo, tan pronto como uno se encuentra en la envoltura de
nubes que cubre todo el planeta. Matt tomaba marcaciones al Sol,
manteniendo un ojo pegado al ocular de un adaptador de infrarrojos
que había sido colocado en el octante de la nave, y así podía
conducir a su, capitán, según un plano de vuelo preparado. No le
había parecido práctico preparar un programa para el piloto
automático, se sabía demasiado poco acerca de las condiciones
atmosféricas que pudieran encontrar.
Cuando Matt hubo informado a su piloto que estaban, según el
radar, a unos cincuenta kilómetros de altura, acercándose a la
longitud exacta, tal como lo señalaba la imagen infrarroja del Sol,
Thurlow llevó a la navecilla hacia su destino, cada vez más bajo y
más lentamente y al final la frenó con el cohete para dejarla caer
en una parábola distorsionada por la resistencia del
aire.
Estaban envueltos por las siempre presentes nubes de Venus.
La portilla de piloto era totalmente inútil. Ahora, Matt empezó a
mirar la superficie que estaba debajo de ellos, utilizando un
«perforador de nubes» de rayos infrarrojos.
Thurlow miró su altímetro de radar, verificando con el plan
de alturas para la maniobra de toma; tierra.
–Si tenemos que esquivar algo, tiene que ser ahora – le dijo
tranquilamente a Matt -. ¿Qué ves?
–Parece bastante liso. No puedo decir mucho.
Thurlow echó un vistazo.
–En cualquier caso no es agua… y tampoco es bosque. Creo que
podemos intentarlo.
Cayeron, mientras Matt miraba detenidamente la fantasmagórica
imagen producida por los infrarrojos, preparado para decirle a
Thurlow que diera toda la potencia posible, si fuera un
prado.
Thurlow frenó el cohete… y lo paró. Sintieron un golpe, como
si se hubieran caído unos metros. Habían llegado a
Venus.
–¡Oh! – dijo el piloto, secándose el sudor de su frente -. No
quiero tener que intentar esto cada día.
–Un buen aterrizaje, patrón – gritó Oscar.
–Ya lo creo – corroboró Tex.
–Gracias, amigos. Bueno, bajemos los zancos
Pulsó un botón del tablero de control. Como la mayoría de los
cohetes construidos para aterrizar sobre su chorro, Ja navecilla
estaba dotada de tres mástiles telescópicos que salían de los lados
de la embarcación y se inclinaban hacia abajo. La presión
hidráulica los empujaba, hasta que se ponían en contacto con algo
lo bastante sólido como para resistirlos, y entonces el motor se
cortaba automáticamente y se fijaban en su sitio, sosteniendo el
cohete por tres lados, como si fuera un trípode y manteniéndolo
erecto.
Thurlow esperó que aparecieran tres pequeñas luces verdes
bajo el botón de control de los zancos, entonces desconectó los
giróscopos de estabilización de la navecilla. Esta se quedó
inmóvil, por lo que se desató.
–Muy bien, muchachos. Vamos a echar un vistazo. Matt y Tex,
quedaos dentro. Oscar, si no te importa que lo diga, puesto que es
tu país natal, tendrías que hacernos los honores.
–¡De acuerdo! – Oscar se desató y se fue corriendo hacia la
cámara de descompresión. No se necesitaba verificar el aire puesto
que hay hombres en Venus, y todos, como miembros de la Patrulla,
habían sido inmunizados contra los virulentos hongos de
Venus.
Thurlow iba detrás muy cerca de él. Matt se desató y bajó,
para sentarse al lado de Tex en el asiento de pasajero que Oscar
había dejado. El espacio de la cámara de descompresión era
demasiado pequeño en esta diminuta embarcación, como para que
valiera la pena hacer otra cosa aparte de esperar.
Oscar miró a fuera, fijamente, por entre la
niebla.
–Bueno, ¿cómo te sienta estar de vuelta en casa? – le
preguntó Thurlow.
–¡Espléndido! ¡Qué magnífico, qué día tan
maravilloso!
Thurlow sonrió a Oscar y le dijo:
–Bajemos la escalera y miremos donde estamos. La puerta de
acceso estaba a más de quince metros por encima de los alerones de
cola, sin cómodo ascensor de carga.
–De acuerdo – Oscar dio la vuelta y pasó, apretándose, junto
a Thurlow. De repente la navecilla se inclinó sobre el lado opuesto
a la puerta, pareció quedarse retenida, pero luego empezó a caer,
cada vez más deprisa.
–¡Los giróscopos! – gritó Thurlow -. Matt, conecta los
giróscopos.
Intentó pasar por encima de Oscar; chocaron, y los dos
cayeron hacia atrás, tendidos, mientras la nave se
volcaba.
Matt intentó ejecutar la orden del piloto, pero estaba
tendido, relajándose. Se cogió a los lados del asiento, intentando
con fuerza ponerse de pie, y volver a la estación de control, pero
el asiento se inclinó hacia atrás, se encontró deslizándose sobre
el mismo y al final quedó sobre el lado de la embarcación, que en
aquel momento estaba horizontal.
Oscar y Thurlow fueron lo primero que vio cuando se repuso.
Estaban amontonados sobre la pared interior de la nave, con Oscar
encima. – Este empezó a levantarse… y se paró.
–¡Hey!
–¿Estás herido, Os?
–Mi brazo.
–¿Qué te pasa? – era Tex, que surgió detrás de Matt, al
parecer ileso de la caída.
Oscar se ayudó con su brazo derecho para levantarse, y tocó
con cariño su antebrazo izquierdo.
–No sé. Una torcedura o tal vez una rotura. ¡Ay! ¡Ay! Es una
rotura.
–¿Estás seguro? – Matt se adelantó -. Déjame
ver.
–¿Qué pasa con el patrón? – inquirió Tex.
–¿Qué? – dijeron Matt y Oscar a la vez. Thurlow no se había
movido. Tex se acercó a él y se arrodilló.
–Parece que ha perdido el sentido.
–Tírale agua.
–No, no lo hagas – la embarcación cayó un poco más. Oscar se
asustó y dijo:
–Creo que sería mejor que saliéramos de
aquí.
–¿Qué? ¡No podemos! – protestó Matt -. Tenemos que llevar al
señor Thurlow con nosotros.
Oscar no le contestó sino que empezó a subir hacia la cámara
de descompresión abierta, que se encontraba ahora a unos tres
metros por encima de ellos, lanzando juramentos en venusiano,
agitándose penosa y difícilmente, utilizando una mano y
forcejeando.
–¿Qué le pasa al viejo, Os? – preguntó Tex -. Parece que ha
perdido la cabeza.
–¡Déjale estar! Tenemos que ocupamos del
patrón.
Se arrodillaron al lado de Thurlow y le examinaron deprisa
pero suavemente. No parecía herido, pero permanecía
inconsciente.
–Tal vez sólo haya perdido el sentido – sugirió Matt -. Sus
pulsaciones son fuertes y seguras.
–Mira esto, Matt – había una protuberancia detrás de la
cabeza del Teniente. Matt la examinó, palpándola con
cuidado.
–No se ha hundido el cráneo. Solamente se ha dado un porrazo.
Se pondrá bien. Creo…
–Me gustaría que el Doctor Pickering estuviera
aquí.
–Sí, y si los peces tuvieran patas, serían ratas… Deja de
preocuparte Tex. Deja de manosearle, y dale la oportunidad de salir
de esto de modo natural.
Oscar sacó la cabeza por la puerta abierta:
–¡Eh, vosotros chicos! ¡Hay que salir de aquí, y
rápido!
–¿Por qué? – le preguntó Matt -. De todas maneras, no
podemos: tenemos que quedamos con el patrón, y todavía está sin
sentido.
–¡Entonces hay que acarrearlo!
–¿Cómo? ¿Sobre los hombros?
–¡De cualquier manera, pero hay que hacerlo! ¡La nave se está
hundiendo!
Tex abrió la boca, la cerró otra vez, y se fue hasta un
pequeño armario. Matt gritó:
–Tex, coge una cuerda.
–¿Qué piensas que estoy haciendo, patinando sobre hielo? –
Tex reapareció con un rollo de cuerda delgada y resistente,
utilizada para remolcar la pequeña embarcación hacia la nave madre
-. Tranquilo, ahora, levántalo mientras la paso bajo su
peso.
–Tendríamos que hacer un buen cabestrillo. Así podemos
herirlo.
–¡No hay tiempo para eso! – apremió Oscar desde arriba -.
¡Deprisa!
Matt subió a la puerta con una extremidad de la cuerda,
atándola, mientras Tex estaba todavía pasando el lazo bajo de los
sobacos del hombre inconsciente.
Una mirada alrededor bastaba para confirmar la predicción de
Oscar: la navecilla estaba de costado y sus alerones apenas tocaban
el suelo firme. Su morro estaba más bajo que su cola y se hundía en
un fango amarillo y poco denso.
El fango se extendía en la niebla, como un campo llano, y su
superficie estaba cubierta como una alfombra de hongos
amarillo-verdosos salvo en un espacio pequeño al lado de la nave
donde ésta, al caer, había abierto un hueco.
Matt no tuvo tiempo de hacerse una idea de la escena. El
fango llegaba casi a la puerta.
–¿Listo allí abajo?
–Listo, estaré arriba enseguida.
–Quédate donde estás y no dejes que se golpee. Creo que puedo
manejarlo – Thurlow pesaba unos sesenta y tres kilos en la Tierra,
su peso en Venus era de unos cincuenta y tres kilos. Matt se puso a
horcajadas en la puerta y tiró de la cuerda.
–Te puedo echar una mano, Matt – dijo Oscar,
ansiosamente.
Apártate de en medio – con Matt tirando y Tex empujando y
aguantando desde abajo, llevaron al inerte Teniente sobre el marco
de la puerta y le sacaron del cohete.
La nave se balanceó de nuevo mientras un alerón de la cola se
deslizaba del escollo.
–Adelante, chicos – instó Matt -. ¿Os, puedes llegar a esa
orilla, tú solo?
–Si, claro.
–Entonces, hazlo. Dejaremos al patrón atado a la cuerda y te
pasaremos un extremo del que te podrás suspender con tu mano buena.
De esta manera, si se hunde en el fango, podemos
sacarlo.
–Cállate y trabaja – Oscar recorrió todo el largo de la nave,
llevando consigo el extremo de la cuerda. Llegó al escollo, pasando
por un alerón de cola.
Matt y Tex no tuvieron problemas para transportar a Thurlow
hasta los alerones, pero los últimos pocos metros, desde éstos a la
orilla fueron difíciles. Tenían que andar cerca del tubo del
reactor, todavía caliente y humeante, y balancearse encima de una
depresión formada por un alerón y el lado convergente de la nave.
Finalmente, lo consiguieron, dejando que Oscar sostuviera la mayor
parte del peso del Teniente tirando desde la orilla con su brazo
bueno.
Cuando hubieron puesto a Thurlow sobre el césped, Matt saltó
otra vez a bordo de la navecilla. Oscar le gritó.
–Eh, Matt, ¿a dónde crees que vas?
–De vuelta dentro.
–No lo hagas. Vuelve aquí – Matt dudó, Oscar añadió -. Es una
orden, Matt.
Matt contestó:
–Me quedaré solamente un minuto. No tenemos ni armas ni
elementos de supervivencia. Haré una rápida entrada y los tiraré
hacia fuera.
–Ni lo intentes – Matt se quedó dudando un momento, indeciso
entre la prioridad indiscutible en el escalafón de Oscar, y la
novedad de recibir órdenes directas de su compañero de cuarto. Mira
la puerta, Matt – siguió Oscar -. Te quedarás
prisionero.
Matt observó. El extremo lejano de la puerta ya estaba en el
fango, y una corriente continua de fango se vertía dentro de la
nave, espeso como si fuera melaza. Mientras miraba, el vehículo dio
un cuarto de vuelta, buscando una nueva estabilidad. Matt volvió a
la orilla de un salto.
Miró detrás y vio que la puerta ya no se podía ver; una gran
burbuja se formó e hizo ¡plop!, luego otra.
–Gracias, Os.
Se quedaron de pie, mirando a la cola deslizarse por la
orilla. Una nube de vapor subió y se juntó con la niebla, cuando el
tubo del cohete tocó la humedad; entonces la cola se levantó y la
navecilla se quedó casi vertical; al revés, durante unos momentos,
con solamente su extremidad posterior fuera del
barro.
Se sumergió lentamente. Al fin, no quedaba nada más que
burbujas en el fango y una abertura desigual en aquel falso prado
imaginario que señalaba donde había estado.
La barbilla de Matt temblaba.
–Tendría que haber permanecido en los controles. Hubiera
podido estabilizarla con los giróscopos -.
–Eso no tiene sentido – dijo Oscar -. No te pidió que te
quedaras en tu puesto.
–Tendría que haberlo imaginado.
Deja de culparte. Los reglamentos dicen que esto es cosa del
piloto. Si tenía alguna duda tendría que haberla dejado
estabilizada con el giróscopo hasta haberlo examinado todo. Y, como
por ahora tenemos que ocuparnos de él, deja ya los
post-mortem.
–De acuerdo – Matt se arrodilló y tomó el pulso de Thurlow.
Continuaba siendo regular.
–No podemos hacer nada más por él, por ahora, aparte de
dejarle descansar. Déjame ver tu brazo.
–De acuerdo, pero ten cuidado. ¡Uff!
–Perdona. Me temo que tendré que hacerte daño; en realidad,
nunca he puesto un hueso en su lugar.
–Yo sí – dijo Tex -. Allá en las montañas. Ven aquí amigo Os.
Recuéstate y relájate, que te va a doler.
–De acuerdo. Pensaba que en Texas simplemente los rematabais
– Oscar intentó bromear.
–Solamente los que tenían una pierna rota. Habitualmente
salvamos a los que tienen los brazos rotos. Matt, coge un par de
tablillas. ¿Tienes un cuchillo?
–Sí.
–Muy bien, yo no tengo. Mejor será que te quites la blusa,
Oscar – Jensen obedeció, con ayuda; Tex colocó un pie debajo del
sobaco izquierdo de Oscar, cogió su mano izquierda con sus dos
manos y dio un fuerte tirón.
Oscar chilló.
–Creo que lo conseguí – dijo Tex -. Matt, Corre con estas
tablillas.
–Ya voy – Matt había encontrado un grupo de arbustos de unos
cuatro o cinco metros de altura, parecidos superficialmente a los
bambúes de la Tierra. Cortó una docena de trozos, gruesos como su
dedo meñique y de unos quince centímetros de largo, y los llevó a
Tex -. ¿Irán bien?
–Creo que sí. Lo siento por tu blusa, Oscar – Tex Intentó
cortar la prenda en pedazos, pero renunció -. ¡Caramba! Este
material es duro. Dame tu cuchillo, Matt.
Diez minutos más tarde, Oscar estaba bien entablillado y
provisto de un cabestrillo hecho con lo que quedaba de su blusa.
Tex se quitó su propia blusa y se sentó encima, puesto que el
césped estaba húmedo, y el día caliente y bochornoso como
habitualmente lo son en Venus.
–Ya está hecho eso – dijo, y el patrón ni siquiera ha
parpadeado. De modo que tu sigues mandando, Os. ¿Cuándo
comemos?
–Una pregunta interesante – Oscar frunció las cejas -.
Primero vamos a ver de lo que disponemos.
–Vaciad vuestras bolsas.
Matt tenía su cuchillo. La bolsa de Oscar no contenía nada
importante. Tex cooperó con su armónica. Oscar parecía
preocupado.
–¿Amigos, creéis que puedo mirar en la bolsa del señor
Thurlow?
–Creo que tendrías que hacerlo – dijo Tex -. Nunca vi que
alguien se quedara inconsciente durante tanto
tiempo.
–Estoy de acuerdo – añadió Matt -. Creo que tenemos que
admitir que ha sufrido una conmoción y que se quedará inconsciente
durante un cierto tiempo. Adelante, Oscar.
La bolsa de Thurlow contenía unas cosas personales que
ojearon por encima, las órdenes de la expedición y otro cuchillo,
cuyo mango estaba provisto de un pequeño compás
magnético.
–Caramba, me alegro de tener esto. Me estaba preguntando cómo
íbamos a encontrar nuestro camino hasta aquí sin nativos para
guiamos.
–¿Quién quiere volver aquí? – preguntó Tex -. Me parece que
no me atrae lo más mínimo.
–La navecilla está aquí.
–Y el Triplex está en algún sitio,
encima de tu cabeza. Una está casi a la misma distancia de nosotros
que la otra… para peatones, quiero decir.
–Mira, Tex, de cualquier manera tenemos que sacar este cohete
del fango, y hacerlo funcionar. Si no, nos quedaremos aquí toda la
vida.
–¿Qué? ¡Confiaba en ti, el viejo experto en Venus, para
conducirnos otra vez hacia la civilización!
–No sabes lo que dices. Tal vez puedas andar ocho o diez mil
kilómetros a través de pantanos, y pasar trampas y cañaverales
espesos; yo no puedo. Solamente recuerdo que no hay ninguna colonia
permanente, ni plantación, a más de ochocientos kilómetros de los
dos polos. Recuerda que Venus no está realmente explorada, y que sé
aproximadamente lo mismo a propósito de este rincón del bosque que
tu del Tíbet.
–Me pregunto qué demonios estaba haciendo la Gary por aquí – comentó Matt.
–Y yo que sé…
–¡Hey! – exclamó Tex -. Tal vez podemos volver a casa en la
Gary.
–Tal vez, pero todavía no hemos encontrado a la Gary. En consecuencia, si vemos que no podemos, tan
pronto como cumplamos estas órdenes… – Oscar alzó el papel que
había sacado del bolsillo de Thurlow -, tenemos que encontrar una
manera de sacar la navecilla de este hueco de
sentina.
–¿Con nuestras sonrosadas y diminutas manos de mosquito? –
preguntó Tex -. ¿Y qué pasa con nuestras órdenes? No me parece que
estemos en muy buena forma para ir a apaciguar tumultos, sosegar
insurrecciones e imponer nuestra autoridad de un lado a otro. No
tenemos ni una pistola de lanzar garbanzos, ni un solo garbanzo.
Pensándolo bien, si tuviera uno, me lo comería.
–Oscar tiene razón – convino Matt -. Estamos aquí, tenemos
que cumplir una misión; tenemos que llevarla a cabo. Es lo que el
señor Thurlow diría. Y, después, tenemos que discurrir una manera
de volver.
Tex se levantó.
–Tendría que haberme dedicado al negocio del ganado. De
acuerdo, Oscar, ¿qué pasa ahora?
–Lo primero que tenéis que hacer tú y Matt es construir una
litera, para transportar al jefe. Tenemos que encontrar agua
corriente, y no quiero separar al grupo.
Del mismo seto de arbustos de caña de donde habían sacado las
tablillas sacaron material para hacer el armazón de una litera.
Utilizando los dos cuchillos, Matt y Tex cortaron dos pedazos de
dos metros, gruesos como sus brazos. El material era ligero y
bastante tieso. Introdujeron los palos en las mangas de sus blusas,
y colocaron travesaños en muescas, cerca de cada extremidad. Había
un amplio hueco en el medio que cerraron con la cuerda recuperada
de la navecilla.
El resultado era una birria, pero utilizable. Thurlow estaba
todavía inconsciente. Su respiración era débil pero su pulso
todavía regular. Lo colocaron sobre la camilla y se pusieron en
camino, con Oscar guiándolos, con el compás en la
mano.
Durante una hora, más o menos, andaron por una tierra
pantanosa, chapoteando en el barro arañándose con las malezas, y
perseguidos por nubes de insectos.
Al final Matt estalló:
–¡Os! Nos merecemos un poco de descanso.
Jensen se dio la vuelta.
–De acuerdo, de todas maneras ya hemos llegado. Agua
corriente.
Se adelantaron y se reunieron con él. Más allá del espeso
cañaveral, perfectamente llano y tranquilo bajo la colina, había un
estanque o un lago. Su tamaño era incierto, puesto que la orilla
lejana se perdía en la niebla.
Escogieron un Sitio para poner la litera, y entonces Oscar se
inclinó hacia el agua y la golpeó:
¡Plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!
–¿Qué hacemos ahora?
–Esperamos y rezamos. Gracias a Dios, los indígenas son
amables, normalmente.
–¿Crees que nos pueden ayudar?
–Si quieren ayudarnos, apostaría hasta dinero a que pueden
sacar la navecilla del barro, y pulirla y limpiarla en tres
días.
–¿Lo crees realmente? Sabía que los venusianos eran amables
pero, un trabajo como éste…
–No despreciéis a Pequeño Pueblo. No se nos parecen, pero no
te dejes engañar por eso.
Matt se agachó y empezó a ahuyentar los insectos golpeó otra
vez el agua, de la misma manera.
–Me parece que no hay nadie en casa, Os.
–Espero que te equivoques, Tex. Se supone que la mayor parte
de Venus está habitada, pero este puede ser un sitio
tabú.
Una cabeza triangular, ancha como la de un perro collie,
surgió del agua a unos tres metros de ellos. Tex saltó. El
venusiano le miró con ojos curiosos y brillantes. Oscar se puso en
pie.
–Bien venidos, vosotros cuya madre era
amiga de mi madre.
La venusiana se dirigió a Oscar:
–Que vuestra madre descanse feliz -
dijo, y luego se sumergió y desapareció, casi sin hacer
ondas.
–Es un consuelo – dijo Oscar -. Naturalmente, dicen que este
planeta no tiene más que un idioma único, pero es la primera vez
que lo compruebo.
–¿Por qué ha desaparecido ese tipo?
–Probablemente para ir a dar parte. Y no digas «ese tipo»,
Matt, di «esa venusiana».
–Es una diferenciación, que sólo podría interesar a otro
venusiano.
–Bien, es una mala costumbre, de todas maneras – Oscar se
agachó y esperó.
Después de un tiempo que parecía más largo a causa de los
insectos, el calor y el bochorno, el agua se abrió en una docena de
Sitios al mismo tiempo. Uno de los anfibios subió con gracia a la
orilla y se puso de pie en ella. Llegaba aproximadamente al hombro
de Matt. Oscar repitió los saludos de rigor. Ella le
miró:
–Mi madre me dice que no os
conoce.
–Sin duda, ocupada con pensamientos
importantes, lo ha olvidado.
–Tal vez. Vamos a ver a mi madre para que
os huela.
–Sois muy amable. ¿Podéis transportar a
mi compañero? - Oscar señaló a Thurlow -. Estando enferma, «ella» no puede cerrar su boca en las
aguas.
La venusiana asintió. Llamó a una de sus acompañantes, y
Oscar se unió a la deliberación, explicando como se debía cubrir la
boca de Thurlow y taparle la nariz.
–Para que las aguas no «la» devuelvan a
la madre de su madre.
La segunda nativa discutió, pero
asintió.
Tex abrió unos ojos como faros.
–Mira, Matt – dijo, con prisa, en Básico. Seguro que no están
pensando en llevarnos bajo el agua ¿verdad?
–Salvo que quieras quedarte aquí, hasta que los insectos te
coman entero, tienen que ir. Tómatelo con calma, déjalas llevarte,
e intenta mantener los pulmones llenos. Cuando se hundan, puede ser
que tengas que estar sumergido durante unos minutos – le contestó
Oscar.
–Tampoco me gusta a mí – dijo Matt.
–Ostras, visité por primera vez una casa venusiana cuando
tenía nueve años. Saben que no podemos nadar como ellas. Al menos,
las que están cerca de las colonias lo saben – admitió,
dudosamente, Oscar.
–Tal vez sería mejor que se lo dijeras bien
claro.
–Lo intentaré.
La jefe le cortó con convicción. Dio una orden aguda y seis
componentes de su grupo se colocaron al lado de los cadetes, dos
para cada uno. Otras tres cogieron a Thurlow, lo alzaron y lo
introdujeron en el agua. Una de ellas era la que había recibido las
órdenes.
Oscar les gritó:
–¡Tomadlo con calma, amigos!
Matt sintió unas manos pequeñas empujándole hacia el lago.
Inspiró profundamente y entró en el agua.
El agua se cerró encima de su cabeza. Era cálida como la
sangre, y dulce. Abrió los ojos, vio la superficie, entonces su
cabeza emergió otra vez. Las pequeñas manos se agarraron a sus
lados, y le impelieron, nadando con fuerza. Se dijo a sí mismo que
debía relajarse, y dejó de luchar.
Después de un rato, incluso lo encontró agradable, cuando se
hubo asegurado de que las pequeñas criaturas no intentaban
arrastrarle hacia el fondo. Pero se acordó del consejo de Oscar e
intentó estar alerta, para cuando empezaran a bucear.
Afortunadamente, vio que el trío en el que Tex se encontraba en el
medio se zambullía; inspiró a tiempo.
Bajaron y bajaron, hasta que sus tímpanos le dolieron y
después siguieron adelante. Cuando empezaron a subir, el dolor en
su pecho era casi insoportable. Estaba luchando contra el reflejo
de abrir la boca y respirar algo, hasta agua, cuando salieron a la
superficie otra vez.
Hubo otros tres recorridos, duros para los pulmones, debajo
del agua; cuando hicieron superficie por última vez Matt, vio que
ya no estaba en el exterior.
La cueva, si es que era una cueva, tenía unos treinta metros
de largo y menos de la mitad de ancho. En el centro había la
entrada acuática por la cual habían venido. Estaba iluminada desde
arriba, bastante débilmente, por una especie de globos naranja,
ardientes.
Advirtió la mayor parte de esto después de haber subido a la
orilla. Su primera impresión fue de una multitud de venusianos
rodeando la piscina. Naturalmente, les extrañaban sus invitados y
charlaban. Matt pilló unas palabras y oyó una referencia
«engendrados en el cieno», lo que le molestó.
Los tres que estaban con Thurlow salieron del agua. Matt se
separó de sus guardias y ayudó a sacarlo a tierra firme. Se puso
furioso, durante un momento, al no poder encontrar el pulso del
Teniente; después lo localizó: Era rápido y
confuso.
Thurlow abrió los ojos, y le miró:
–Matt, los giros…
–Todo está bien, Teniente. Tómelo con calma.
Oscar estaba de pie, junto a él.
–¿Cómo está, Matt?
–Parece que está saliendo de la inconsciencia. Me parece que
está mejor.
–Tal vez la inmersión le benefició.
–A mi no me hizo ningún bien – aseguró Tex -. Tragué unos
cuatro litros de agua durante la última. Estas pequeñas ranas son
unas descuidadas.
–Se parecen más a focas – dijo Matt.
–No son nada de eso – cortó Oscar bruscamente. Son gente. Ahora – continuó – intentaremos entablar
relaciones amistosas.
Dio la vuelta, buscando a la jefa del grupo.
La muchedumbre se separó, dejando un pasillo hacia la
piscina. Una anfibio, andando sola, pero seguida por tres más bajó
lentamente por el pasillo hacia ellos. Oscar se dirigió a
ella.
¡Saludos, oh muy preciada madre de
muchos!
Ella le miró de arriba abajo lentamente, y habló, pero no a
él:
–Tal como pensaba.
Llevdoslas.
Oscar empezó a protestar, pero no dio ningún resultado.
Cuatro de las enanas se acercaron a él. Tex le
gritó:
–¿Qué te parece, Os? ¿Les damos de palos?
–¡No! – gritó Oscar a su vez -. No te
resistas.
Tres minutos más tarde, fueron metidos en una sala pequeña,
casi completamente en tinieblas, pues la oscuridad estaba rota
solamente por una única esfera de luz naranja. Después de haber
dejado a Thurlow en el suelo las enanas se fueron, cerrando la
puerta detrás a base de correr una cortina. Tex miró alrededor,
intentó ajustar sus ojos a la débil luz, y dijo:
–Es tan confortable como una tumba. Os, tendrías que habernos
dejado organizar una buena pelea. Apuesto a que hubiéramos podido
liquidar a toda esta pandilla.
–No seas tonto, Tex. Supón que lo hubiéramos conseguido, cosa
que dudo; si así hubiera sido, ¿cómo ibas a encontrar el camino
para salir de aquí nadando?
–No lo hubiera intentado. Hubiéramos cavado un túnel hasta la
superficie, tenemos dos cuchillos.
–Tal vez lo hubieras logrado. Yo no lo intentaría:
generalmente el Pequeño Pueblo construye sus ciudades bajo los
lagos.
–No lo había pensado bajo este aspecto… eso si que es cosa
mala – Tex examinó el techo como si se estuviera preguntando cuando
se abriría -. Mira, Os, no creo que estemos debajo del lago, puesto
que las paredes de este calabozo estarían húmedas.
–Ni hablar, son muy buenas para estas cosas.
–Bueno, de acuerdo, de modo que nos tienen en sus manos. No
me estoy quejando, Os, tu intención era buena, pero me parece que
tendríamos que haber probado suerte en la jungla.
–Por el amor del cielo, Tex. ¿No crees que ya tengo bastante
para preocuparme sin que hagas conjeturas? Si no estás quejándote,
entonces deja de rezongar.
Hubo un corto silencio y Tex dijo:
–Perdóname, Oscar. Soy un bocazas.
–Lo siento. No tendría que haberme irritado. Me duele el
brazo.
–Oh, ¿cómo te va? ¿No te lo he puesto bien?
–Creo que hiciste un buen trabajo, pero me duele. Me empieza
a picar, debajo de las vendas; me aguijonea. ¿Qué estás haciendo,
Matt?
Después de haber observado el estado de Thurlow, que seguía
sin cambios, Matt había ido hasta la puerta investigando la
cerradura. Descubrió que la cortina era de alguna clase de tela,
dura y espesa, y estaba atada a los bordes. Estaba intentando
cortarla con su cuchillo, cuando Oscar le habló.
–Nada – contesto -, esto no la corta.
–Entonces, deja de intentarlo y tranquilízate. No queremos
salir de aquí… al menos, por ahora.
–Habla por ti, amigo. ¿Por qué «no
queremos»?
–Es lo que he intentado decirle a Tex No voy a decir que éste
sea un lugar agradable pero, de todas formas, estamos unas
ochocientas veces mejor aquí de lo que estábamos hace unas dos
horas.
–¿Cómo?
–¿Tenéis alguna idea de lo que significa pasar la noche aquí
en la jungla, sin nada para defendernos? ¿Cuando se oscurece, y los
gusanos del cieno vienen a mordisquearte los dedos del píe? Tal vez
nos arreglaríamos durante una noche, o aún dos, manteniéndonos
activos y si así era seríamos muy, muy afortunados… ¿pero qué
pasaría con él?– Oscar hizo un movimiento hacia la forma inmóvil de
Thurlow -. Por esto es por lo que, en primer lugar, me ocupe en
encontrar nativos. Estamos seguros, aunque estemos
encerrados.
Matt tembló. Los gusanos del cieno no tienen dientes; pero
excretan un ácido que disuelve lo que quieren probar. Miden unos
dos metros.
–Me has convencido.
Tex dijo:
–Me gustaría que Tío Bodie estuviera aquí.
–A mi también, te haría callar. No estoy ansioso por salir de
aquí hasta que nos hayan dado algo para comer y podamos dormir un
poco; para entonces tal vez el jefe ya estará de nuevo sobre sus
pies, y sabrá lo que tenemos que hacer.
–¿Qué te hace pensar que van a damos de
comer?
–No sé lo que harán, pero creo que lo harán. Si se parecen a
las venusianas que están alrededor de las colonias polares, nos
darán de comer. Mantener a otra criatura encerrada, sin darle de
comer, es una crueldad en la cual nunca pensarían Oscar buscó
palabras -. Tenéis que conocerlas para entender lo que quiero
decir, pero el caso es que el Pequeño Pueblo no tiene la crueldad
de los hombres.
Matt asintió.
–Sé que se las describe como una raza amable y pacífica. No
creo que llegue nunca a tenerles mucho cariño, pero los carretes de
estudio me las presentaron como amables.
–Eso es solamente un prejuicio de raza. Es más fácil sentir
amistad por una venusiana que por un hombre.
–Os, esto no es justo – protestó Tex -. Matt no tiene ningún
prejuicio de raza, y tampoco lo tengo yo. Mira al Teniente Peter,
¿nos importó que fuera tan negro como el as de
espadas?
–No es lo mismo. Una venusiana es completamente diferente. Creo que tienes que criarte
con ellas, como yo, para darlo por supuesto. Pero todo lo que les
concierne es diferente, por ejemplo, el hecho de que nunca se vea
otra cosa más que hembras.
–Dime, ¿qué pasa con esto, Os? ¿Seguro que hay varones
venusianos, o bien es solamente una superstición?
–Seguro que los hay, el Pequeño Pueblo es indiscutiblemente
bisexual. Pero dudo que jamás obtengamos una imagen de uno o que
tengamos la suerte de poderlo examinar. Los tipos que proclaman
haberlos visto son unos mentirosos – añadió -, porque sus historias
nunca coinciden.
–¿Por qué crees que son tan quisquillosos sobre
esto?
–¿Por qué nunca come buey un hindú? No hay ninguna razón para
esto. Yo creo en la teoría convencional: los varones son pequeños e
indefensos y tienen que ser protegidos.
–Estoy contento de no ser venusiano – comentó
Matt.
–Tal vez no sería una vida tan mala – repuso Tex -. Yo…
podría soportar algo de protección femenina, ahora
mismo.
–No vayas a considerarme una autoridad sobre Venus – advirtió
Oscar -. Nací aquí, pero no nací en este
sitio.
Dio golpecitos en el suelo.
–Conozco a los nativos de la región polar, los que viven
alrededor de mi ciudad natal, y es prácticamente el único tipo de
venusiano que la gente conoce.
–¿Piensas que haya tanta diferencia? – quiso saber
Matt.
–Creo que ya tenemos mucha suerte al poder hablar con ellos,
a pesar de que su acento me vuelva loco. En cuanto a las otras
diferencias… mira, si los únicos seres humanos que hubieras
encontrado fueran esquimales, ¿de qué te serviría esto para tratar
con el alcalde de una ciudad de Méjico? Las costumbres locales
serían completamente distintas.
–Entonces tal vez no nos den de comer, después de todo – dijo
Tex, melancólicamente.
Pero les dieron de comer, poco después. La cortina se
descorrió, algo fue puesto en el suelo y la puerta se cerró otra
vez.
Había un plato lleno de una sustancia viscosa, de color y de
textura indeterminadas a la débil luz, y un objeto que tenía
aproximadamente la talla y la forma de un huevo de avestruz. Oscar
cogió el plato y lo olió, después cogió un pedacito y lo
probó.
–Está bien – anunció -, vamos, comamos.
–¿Qué es? – preguntó Tex.
–Es… bueno, no importa. Cómelo. No os hará daño y os
mantendrá en vida.
–¿Pero, qué es? Quiero saber qué es lo que estoy
comiendo.
–Permíteme señalar que, o te lo comes o te quedas con hambre.
A mí no me importa. Si te lo digo, tus prejuicios locales te
impedirán comer. Piensa solamente que es basura y aprende a
saborearía.
–Eh, basta, deja de tomarnos el pelo, Os.
Pero Oscar se negó a continuar la discusión. Comió con prisa,
hasta que hubo terminado su ración, echó una mirada a Thurlow y
dijo de mala gana.
–Creo que tendríamos que dejar un poco para
él.
Matt probó aquello.
–¿Qué tal es? – le interrogó Tex.
–No es malo. Me recuerda puré de brotes de soja. Es salado…
me da sed.
–Sírvete – sugirió Oscar.
–¿Eh? ¿Dónde? ¿Cómo?
–La vejiga para beber, naturalmente – Oscar le pasó «el huevo
de avestruz».
Matt lo encontró suave al tacto, a pesar de su apariencia. Lo
sostuvo en alto, perplejo.
–¿No sabes cómo utilizarlo? Mira – Oscar lo cogió, miró las
extremidades, y eligió una, que colocó en sus labios -. Así – dijo,
secándose los labios -. Pruébalo. No lo aprietes demasiado, o te lo
vas a echar por encima.
Matt lo probó, y obtuvo un trago de agua. Se parecía un poco
a utilizar un biberón.
–Es una especie de vejiga de pescado – explicó Oscar -. Es
esponjosa por dentro. Oh, no tengas repugnancia, Tex, está
esterilizada.
Tex lo probó, cautelosamente, después se rindió y agarró la
comida. Al cabo de un rato todos se arrellanaron, sintiéndose mucho
mejor.
–No es tan malo – admitió Tex -. Pero, ¿sabéis lo que me
gustaría? Una pila de pasteles calientes, humeantes, tiernos y bien
doraditos…
–¡Oh, cállate! – dijo Matt.
–Con mantequilla fundada y nadando en miel. De acuerdo, me
callaré – abrió la cremallera de su bolsa y sacó su armónica -.
Bueno, que os parece… todavía está seca.
Intentó un par de notas, y después se lanzó a una brillante
ejecución de «El piloto bizco».
–Tex, basta – dijo Oscar -. Esta es una especie de sala de
hospital, ¿recuerdas?
Tex miró al enfermo con inquietud:
–¿Crees que lo puede oír?
Thurlow dio la vuelta y murmuró en su sueño. Matt se inclinó
sobre él.
–J'ai soif - murmuró el Teniente, y
después repitió claramente -. J'ai
soif.
–¿Qué dijo?
–No sé.
–Me sonaba a francés. ¿Alguno de vosotros sabe
francés?
–Yo no.
–Yo tampoco – repuso Matt -. ¿Por qué hablaría en francés?
Siempre pensé que era americano del Norte; hablaba básico como silo
fuera.
–Tal vez sea un canadiense francés – Tex se arrodilló a su
lado y le tocó la frente -. Parece que tiene algo de fiebre. Tal
vez tendríamos que darle un poco de agua.
–De acuerdo – Oscar cogió la vejiga y la colocó en los labios
de Thurlow; la apretó suavemente para que saliera un poco. El
herido movió los labios y empezó a chupar, sin que pareciera que
despertase. Al fin, la dejó caer de la boca -. Eso es – dijo Oscar
-, tal vez se sentirá mejor ahora.
–¿Vamos a guardar esto para él? – inquirió Tex, ojeando lo
que quedaba de alimentos.
–Va, cómetelo, si lo quieres. Se vuelve rancio pocas horas
después de que… bueno, se vuelve rancio.
–No creo que ya quiera más – decidió Tex.
Estaban durmiendo desde hacía algún rato, cuando un ruido les
despertó. Una voz, indudablemente humana:
–Eh – decía -. ¿A dónde me lleváis?
¡Insisto en que me llevéis a ver a vuestra
madre!
La voz sonaba exactamente en su puerta:
–¡Apaciguad la voz!– contestó un acento nativo. La cortina se
corrió, alguien fue empujado dentro del cuarto y la puerta se cerró
otra vez.
–¿Quién es? – preguntó Oscar.
La forma se volvió.
–Hombres… – dijo, como si no lo pudiera creer -.
¡Hombres!
Empezó a sollozar.
–Hola, Maloliente – dijo Tex -. ¿Qué estás haciendo
aquí?
Era Girard Burke.
Hubo mucha confusión durante los momentos que siguieron,
Burke pasaba de las lágrimas a sacudidas nerviosas incontrolables.
Matt, que fue el último en despertarse, tuvo problemas para
diferenciar entre lo que pasaba en realidad y la fantasía que había
estado soñando, y todos hablaban al mismo tiempo, todos
preguntaban, pero ninguno contestaba.
¡Tranquilos! – ordenó Oscar -. Aclaremos esto. Burke si no
entiendo mal, estaba en la Gary,
¿no?
–Soy el Capitán de la Gary.
–¿Qué? ¡Que me aspen…! Pensándolo bien, sabíamos que el
capitán de la Gary se llamaba Burke, pero
nunca se nos ocurrió pensar que podía ser Maloliente Burke. ¿Quién
podría estar lo bastante loco como para confiarte una nave,
Maloliente?
–Es mía propia o mejor dicho, de mi padre. Y agradecería que
me llamaras Capitán Burke y no «Maloliente».
–De acuerdo, Capitán Maloliente.
–Pero, ¿cómo llegó aquí? – quería saber Matt, que todavía
trataba de entender lo que pasaba.
–Acaba de explicarlo – le dijo Tex -. Es el chico que pidió
ayuda a gritos. Pero lo que me toca las narices es que tuviéramos
que ser nosotros los elegidos. Es igual que jugar al bridge y que
te den una mano con trece espadas.
–Oh, no sé – objetó Oscar -. Es una coincidencia, pero no tan
sorprendente. Es un hombre del espacio, pide ayuda y naturalmente
la Patrulla le ayuda. Por casualidad, estábamos por aquí. Es tan
probable, o improbable, como encontrarte a tu profesor de piano en
las calles del centro de tu ciudad natal.
–No tengo profesor de piano – objetó Tex.
–Olvídalo. Yo tampoco. Ahora pienso…
–Espera un minuto – le interrumpió Burke -. ¿Debo deducir que
fuisteis enviados aquí para contestar a mi
llamada?
–Ciertamente.
–Bueno, doy gracias a Dios por esto; aunque vosotros, chicos,
fuisteis lo bastante estúpidos como para caer en la boca del lobo.
Ahora, decidme, ¿cuántos hay en la expedición y cuál es su equipo?
Nos va a resultar bastante difícil cascar este
huevo.
–¿Qué? ¿De qué estás hablando, Maloliente? Aquí está toda la
expedición, frente a ti.
–¿Qué? No es momento de gastar bromas. Pedí un regimiento de
infantería de marina, equipados para operaciones
anfibias.
–Tal vez lo hiciste, pero esto es todo lo que has conseguido,
en total. El Teniente Thurlow está al mando, pero recibió un golpe
en el cráneo y, temporalmente, lo reemplazo. Puedes hablar conmigo.
¿Cuál es la situación?
La noticia pareció aturdir a Burke. Los miró fijamente, sin
hablar. Oscar continuó:
–Animo Maloliente. Danos los datos, para que podamos planear
algo.
–¿Qué? Oh, no es necesario. Es totalmente
desesperado.
–¿Qué es lo desesperado? Los nativos parecen amables, en
conjunto. Dinos cual era la dificultad, para que podamos arreglarlo
con ellos.
–¡Amables! – Burke rió amargamente -. Mataron a todos mis
hombres. Van a matarme a mi y os matarán a
vosotros.
COMER TARTA CON UN TENEDOR
La nave cohete mercante Gary,
construida por «Reactores y Cía.» y cedida a la empresa familiar
«Empresas Sistema Solar» era un cohete con alas, adaptado
especialmente para operaciones específicas en Venus. El señor
Burke, padre, había puesto a su hijo al mando de una tripulación
experimentada. La meta del viaje era investigar sobre un informe
referente a minerales de los elementos
transuránicos.
El informe era justo. Los minerales eran abundantes. Entonces
Burke, hijo, había empezado a negociar los derechos de explotación
con las autoridades locales de Venus, para obtener los títulos de
propiedad necesarios, frente a otros explotadores que sin duda
vendrían después.
No había podido interesar a «la madre de muchas» local en sus
deseos; le dejó entender que el pantano que quería era tabú. Sin
embargo, pudo arreglárselas de manera que subiera a visitar la
Gary. Una vez a bordo de la nave intentó
otra vez hacerla cambiar de idea. Cuando rechazó de nuevo sus
deseos, le impidió la salida de la nave cohete.
–Quieres decir que la has secuestrado – dijo
Matt.
–Nada de esto. Subió a bordo por su propia voluntad.
Solamente no me levanté para abrirle la puerta, y continué con la
discusión.
–¿Oh, sí? – comentó Oscar -. ¿Cuánto tiempo duró
esto?
–No mucho.
–Exactamente, ¿cuánto tiempo? De todas maneras el mejor que
me lo digas, pues lo sabré por las nativas.
–¡Oh, bueno! Una noche, ¿qué hay de criminal en
esto?
–No sé exactamente lo criminal de ese acto por aquí. En
Marte, como lo aprendí en la Escuela y estoy seguro de que tú
también, el castigo hubiera sido dejarte en el desierto, sin
protección, durante exactamente el mismo tiempo.
–Por el infierno, no le hice daño. No soy tan tonto. Quería
su cooperación.
–Y le torciste el brazo para conseguirla. La retuviste como
prisionera, secuestrada por seducción, y la mantuviste para pedir
rescate. De acuerdo, la detuviste una noche. ¿Qué pasó cuando la
dejaste marchar?
–Es lo que estoy intentando decirte. Nunca tuve la
posibilidad de dejarla irse. Iba a hacerlo, naturalmente,
pero…
–Si tú lo dices.
–No te pongas sarcástico. A la mañana siguiente atacaron la
nave. Debía haber miles de esas bestias.
–¿Y entonces la dejaste en libertad?
–Tenía miedo de hacerlo. Pensé que, mientras la retuviera,
nada grave nos podía ocurrir. Pero me equivoqué… echaron algo sobre
la puerta que se la comió en un momento y estuvieron dentro de la
nave antes de que tuviéramos la posibilidad de pararlos. Mataron a
mi tripulación, la aplastaron… ¡pero seguro que hemos matado al
doble! ¡Los muy salvajes!
–¿Y cómo es que tú aún respiras?
–Me encerré en la sala de mando, e hice la llamada que les
trajo aquí. No me encontraron hasta que examinaron la nave,
compartimento tras compartimento. Me debí desmayar a causa del humo
que hicieron cuando entraron… de todas maneras, me desperté
mientras me traían aquí.
–Ya veo – Oscar se sentó un rato, y pensó, sus rodillas
dobladas bajo su barbilla -. ¿Es la primera vez que vienes a Venus,
Maloliente?
–Bueno, sí.
–Lo suponía. Se ve que no sabías lo obstinado y difícil que
puede ser el Pequeño Pueblo, cuando empiezas a
molestarlo.
Burke hizo una mueca.
–Lo sé ahora. Es la razón por la cual llamé precisamente a un
regimiento de infantes de marina. No sé en lo que el Departamento
pensaba, cuando mandó a tres cadetes y a un oficial de guardia.
¡Qué militares tan estúpidos! Mi viejo armará un follón cuando
vuelva.
Tex evidenció su disgusto.
–¿Pensabas que la Patrulla fue inventada para impedir que una
cabeza vacía como la tuya pague por hacerse el
gracioso?
–¡Oye, tú…!
–Tranquilo Burke. Y no hagas observaciones que no vienen al
caso, Tex. Esto es una investigación, no un debate. Sabes que la
Patrulla nunca manda a los infantes de marina antes de haber
intentado negociar, Burke.
–Seguro, por eso especifiqué infantes de marina. Quería que
se saltasen el papeleo y actuaran.
–Te engañaste a ti mismo. Y no tienes que hablar de lo que
harás cuando vuelvas. No sabemos todavía si
volveremos.
–Es verdad – Burke frunció sus labios, y lo pensé. Mira,
Jensen, nunca fuimos muy amigos en la escuela, pero esto no importa
ahora, estamos en la misma barca y tenemos que aguantarnos. Tengo
una propuesta que hacerte: Conoces a estas ranas mejor que
yo.
–Gente, no «ranas».
–De acuerdo, conoces a los indígenas. Si puedes arreglar esto
y sacarme de aquí, te podré dar un pellizco de…
–¡Ten cuidado con lo que dices, Burke!
–No seas arrogante. Déjame hablar, ¿quieres? Solamente
escucha. ¿Me dejas hablar, o no?
–Déjale hablar, Os – dijo Tex -. Me gusta ver sus
amígdalas.
Oscar contuvo su lengua, y Burke continuó:
–No iba a decir nada que denigrase tu carácter de alabastro.
Después de todo, sólo tenéis que sacarme de aquí; es cosa mía si yo
quiero dar una recompensa. Bien, este pantano que hemos acotado
está lleno de materiales transuránicos, desde el elemento 97 hasta
el 104. No tengo que deciros, lo que significan: 101 y 103 para las
aleaciones de revestimiento de los cohetes; e] 100 para la terapia
del cáncer, sin mencionar sus usos en catálisis. Porque solamente
con la catálisis se pueden sacar millones. No soy egoísta. Les daré
a todos una participación… digamos un diez por ciento a cada
uno.
–¿Es todo lo que tienes que decir?
–No del todo. Si podéis arreglarlo para que nos suelten y nos
dejen estar en paz, de manera que podamos reparar la Gary y sacar de este viaje un cargamento, os daré el
veinte por ciento. Os gustará la Gary, es
la mejor nave de todo el Sistema. Pero si no se puede lograr eso,
y, de todos modos, me sacáis de aquí con vuestra nave, seguís
teniendo el diez por ciento.
–¿Has terminado?
–Sí.
–Puedo contestar por todos. Si no considerase el origen de la
propuesta, me sentiría insultado.
–El quince por ciento. No tienes por qué tomarlo mal, de
todas maneras te es completamente gratuito, y por hacer lo que, de
todas formas, os han ordenado hacer aquí.
–Os – dijo Matt -. ¿Tenemos que escuchar estas
tonterías?
–Ya no más – decidió Jensen -. Ha tenido su tiempo de
palabra. Burke, me limitaré a los hechos y no mezclaré mi opinión
personal. No puedes alquilar a la Patrulla, lo sabes.
En…
–No trataba de alquilaría, solamente intentaba haceros un
favor, demostraros mi aprecio.
–Me toca hablar a mí. En segundo lugar, no tenemos nave, por
el momento.
–¿Qué? ¿Qué es esto? – Burke parecía asustado. Oscar le hizo
un resumen rápido de lo que sucedió a la navecilla. Burke parecía a
la vez sorprendido y terriblemente, amargamente chasqueado. ¡Bueno,
so banda de estúpidos! ¡Olvidad la oferta, no tenéis nada que
vender!
–Ya la olvidé, y alégrate de que lo haya hecho. Déjame
decirte que no hubiéramos aterrizado a cohete en la jungla, si no
hubieras hecho el burro y pedido ayuda después. Sin embargo
esperamos recuperar la navecilla, si logro arreglar la calamidad
que has montado… y no me resultará fácil.
–Bueno, naturalmente, si puedes arreglar las cosas y
recuperar tu nave, la oferta se mantiene.
–¡Deja de hablar de ese estúpido soborno! No podemos
prometerte nada, aunque lo quisiéramos. Tenemos que cumplir con
nuestra misión.
–De acuerdo, vuestra misión es sacarme de aquí. Es lo mismo,
solamente que me sentía generoso.
–Nuestra misión no tiene nada que ver con eso. Nuestra
principal misión es lo que siempre constituye la principal misión
de la Patrulla, mantener la paz. Nuestras órdenes dicen que
investiguemos acerca de un informe sobre una insurrección de
nativos (que no hay ninguna), y «mantener la paz». No dice nada de
sacar a Girard Burke de la cárcel local y ofrecerle un viaje
gratuito a casa.
–Pero…
–No he terminado. Sabes, como yo, cómo funciona la Patrulla.
Actúa en sitios lejanos y un oficial de la Patrulla tiene que
utilizar su propio juicio, siendo dirigido por la
Tradición.
–Bueno, si buscas antecedentes, tienes que…
–¡Cállate! Antecedente es simplemente la suposición de que
alguien, en el pasado y con menos información, sabe más que el que
está en el lugar de los hechos. Si hubieras empleado un poco bien
el tiempo, cuando estabas de cadete, sabrías que la Tradición es
algo muy diferente. Seguir una tradición significa hacer las cosas
en el mismo estilo grandioso que tus predecesores, pero no
significa hacer las mismas cosas.
–De acuerdo, de acuerdo, puedes olvidar la
lección.
–Necesito que me des más información. El Pequeño Pueblo de
aquí, ¿había visto ya a un hombre, antes de que
vinieras?
–Este… bueno, sabían algo de los hombres, muy poco de todas
maneras. Naturalmente, conocían a Stevens.
–¿Quién era Stevens?
–Un mineralogista, que trabajaba para mi viejo. Hizo la
prospección rápida que nos hizo traer a la Gary aquí. Oh, también estaba su
piloto.
–¿Y ésos son los únicos hombres que estos indígenas han
conocido, aparte de la tripulación de la Gary?
–Por lo que yo sé, si.
–¿Han oído hablar de la Patrulla?
–Lo dudo… Sí, también la conocen. A lo menos la madre jefe
parecía conocer la palabra.
–Hum… eso me sorprende bastante. Por lo que sé, la Patrulla
nunca ha tenido la ocasión de aterrizar tan cerca del ecuador y si
lo hubiera hecho creo que el Capitán Yancey nos hubiera dicho algo
de esto.
Burke se encogió de hombros. Oscar continuó.
–Esto afecta a lo que tenemos que hacer. Has organizado un
buen lío, Burke. Con el descubrimiento de minerales preciosos aquí,
habrá más hombres que vendrán. Por la manera en que has enredado
las cosas, puede que haya más y más desorden, hasta que empiecen
guerras entre los nativos y los hombres, en todos sitios. Puede
extenderse tal vez hasta los polos. El deber de la Patrulla es
eliminar estas cosas, antes de que empiecen, y así es como
interpreto nuestra misión aquí. Tengo que disculparme y apaciguar,
y hacer lo imposible para borrar una primera mala impresión. ¿Me
puedes dar más información, la que sea para que pueda ayudarme
cuando lo intente?
–No lo creo. Pero adelante, dale coba a la vieja, de la
manera que puedas. También puedes simular que me sacas de aquí como
prisionero, si va a servir de algo. ¡Eh, esto puede ser una buena
idea! Me conformaré con ello, si es que me permite salir de
aquí.
Oscar movió la cabeza:
–Tal vez te sacaré como prisionero, si ella lo quiere. Pero,
por lo que veo, eres un prisionero perfectamente legal por un
crimen contra las costumbres locales.
–¿De qué estás hablando?
–Puedo asegurarte que lo que admites haber hecho es un crimen
en todas partes. Puedes ser juzgado por esto en la Tierra si ella
así lo quiere. Pero realmente no me importa que sea de una manera u
otra. No es asunto de la Patrulla.
–¡Pero no puedes dejarme aquí!
Oscar se encogió de hombros.
–Es mi forma de verlo. Puede ser que el Teniente Thurlow
salga de su estado en cualquier momento, entonces puedes hablarlo
con él. Mientras esté al mando, no voy a arriesgar la misión de la
Patrulla para intentar ayudarte a escapar con bien de un asesinato.
¡Y realmente quiero decir asesinato!
–Pero – Burke miró a su alrededor de manera salvaje -. ¡Tex!
¡Matt! ¿Vais a dejar que se una a esta gente-rana contra un
hombre?
Matt le echó una ojeada impasible. Tex le
dijo:
–Cierra la boca, Maloliente.
Oscar añadió:
–Sí, hazlo y ponte a dormir. Mi brazo me duele, y no quiero
que me molestes más esta noche.
La sala se calmó de repente, aunque ninguno de ellos se
durmió enseguida. Matt se quedó despierto durante largo tiempo,
atormentado por su difícil situación, preguntándose si Oscar podría
convencer a la madre rana… pensaba en ella de esta manera,
convencerla de la inocencia de sus intenciones, y culpándose
repetidamente del desastre de la navecilla. M fin, cayó dormido, agotado.
Se despertó al oír un gemido. Le despejó completamente,
enseguida y se acercó al Teniente. Encontró a Tex, ya despierto,
con él.
–¿Qué hay? – preguntó -. ¿Está peor?
–Intenta decir algo – contestó Tex.
Los ojos de Thurlow se abrieron y miró a Matt. Maman - dijo quejumbrosamente -. Maman… pourquoi fait – il nuit
ainsi?
Oscar se unió a ellos:
–¿Qué dice?
–Suena como si llamara a su mamá – dijo Tex -. El resto es
incoherente.
–¿Dónde está la vejiga? Podríamos darle de beber – la
encontraron y el enfermo bebió otra vez, luego pareció que se
volvía a dormir.
–Vosotros, chavales, volved a dormir – dijo Oscar -. Quiero
hablar con el guardia que nos traiga la próxima comida, para
intentar ver a la madre-jefe Tiene que recibir atención médica, de
cualquier manera.
–Vigilaré, Os – se ofreció Matt.
–No, de todas maneras no puedo dormir muy bien. Esta maldita
cosa me pica – levantó su brazo herido.
–Bueno, muy bien.
Matt todavía estaba despierto cuando se abrió la cortina.
Oscar estaba sentado con las piernas cruzadas en la puerta,
esperando, mientras la nativa empujaba hacia dentro una fuente de
comida, introdujo su brazo en la apertura.
–Sacad vuestro brazo - dijo la
indígena enérgicamente.
–Escuchadme - dijo Oscar -, tengo que hablar con vuestra madre.
–Sacad vuestro
brazo.
-¿Vais a transmitir mi
mensaje?
–Sacad vuestro
brazo.
Oscar lo hizo y la cortina se cerró rápidamente. Matt
dijo:
–No parece que tengan intención de tratar con nosotros,
¿verdad, Os?
–No pierdas la confianza – le contestó Oscar.– El desayuno.
Despierta a los otros.
Era el mismo alimento poco apetitoso de
antes.
–Pártelo en cinco, Tex – ordenó Oscar -. Puede ser que el
Teniente salga de su inconsciencia y tenga hambre.
Burke lo miró y lo olió:
–Estoy harto de esto. No quiero nada.
–De acuerdo, córtalo en cuatro – Tex asintió y lo
hizo.
Comieron, después Matt volvió a sentarse, eructó meditativo,
y dijo:
–¿Sabéis? Si bien pudiera tomar algo de zumo de naranja y de
café, esta cosa no es tan mala.
–¿Ya os hablé – dijo Tex -, del tiempo en que mi Tío Bodie
fue encarcelado en la cárcel de Juárez? Por equivocación,
naturalmente.
–Naturalmente – asintió Oscar -. ¿Qué pasó?
–Bueno, le dieron de comer solamente frijoles saltarines
mejicanos. El…
–¿No le hicieron daño en el estómago?
–Nada de esto. Comió todos los que podía y, una semana más
tarde, saltó sobre una pared de cuatro metros y botó hacia
casa.
Conociendo a tu Tío Bodie, lo creo. ¿Qué piensas que hubiera
hecho en estas circunstancias?
–Es evidente. Hubiera hecho el amor con la vieja, y en tres
días hubiera sido el jefe de aquí.
–Me parece que, después de todo, voy a desayunar un poco –
anunció Burke.
Dejarás esto para el Teniente – le dijo Oscar firmemente -.
Ya ha pasado tu oportunidad.
–No tienes autoridad sobre mí.
Hay dos razones por las que te equivocas.
–Ah, ¿sí? ¿Cuáles son?
–Matt y Tex. Tex se levantó.
–¿Le doy un pescozón, jefe?
Todavía no.
–¡Oh, que asco!
–De todas maneras – objetó Matt -. Yo le daré el primer
golpe, soy más viejo que tú, Tex.
–Abusando de los galones, ¿eh? ¡Eres una rata
despreciable!
Señor Rata, por favor. Si, en este momento pienso
aprovecharme de mi prioridad en el escalafón.
–Pero esto es una ocasión de demostrar la
amistad.
–Caballeros, chavales – ordenó Oscar -. Ninguno de vosotros
le zurrará, excepto si se acerca a oler esta fuente de
comida.
Hubo un ruido en la puerta, la cortina fue abierta y una
nativa anunció.
–Mi madre os verá.
Venid.
-¿Yo solo, o con mis
hermanas?
–Todas, venid.
Sin embargo, cuando Burke intentó pasar la puerta, dos de las
pequeñas criaturas le empujaron dentro. Continuaron asiéndole
mientras otras cuatro cogían al Teniente Thurlow y le transportaban
afuera. El numeroso grupo salió por el pasillo.
–Me gustaría que iluminasen estos nidos de conejo – se
lamentó Tex, después de haber tropezado.
–Hay bastante luz para sus ojos – contestó
Oscar.
–Bueno – asintió Tex -, pero menudo servicio que a mí me
hace. Mis ojos no ven con infrarrojo.
–Entonces cuida donde poner tus enormes
pies.
Fueron llevados a otra sala enorme, que no era la sala de
entrada, porque no tenía piscina de agua. Un anfibio, el mismo que
les había examinado y que había ordenado que se los llevaran cuando
llegaron, estaba sentado sobre una plataforma elevada. En el otro
extremo de la sala Oscar fue el único que la reconoció; para los
otros, todos eran iguales.
Oscar aceleró el paso y se adelantó a su
escolta.
–Saludos anciana e inteligente madre de
muchos.
Ella se sentó y le miró firmemente. La sala muy tranquila. En
cada lado el Pequeño Pueblo esperaba, mirando primero a los
habitantes de la Tierra y después a su jefa, y al revés. Matt se
dio cuenta de que la manera en que ella les contestase les
mostraría su destino.
–Saludos - había devuelto la pelota a
Oscar, negándose a darle cualquier título, bueno o malo. Queríais hablar conmigo, pues
hablad.
-¿Qué clase de ciudad es la tuya? ¿Acaso
he viajado tan lejos que los buenos modales ya no son
observados? - la palabra en venusiano significaba mucha más
cosas que «modales», se refería a todo código de costumbres
obligatorio por el cual la más vieja y más fuerte protege a la más
débil y más joven.
El auditorio entero se agitó. Matt se preguntó si Oscar no se
había pasado. La expresión de la jefe cambió, pero Matt no pudo
comprenderlo.
–Mí ciudad y mis hijas siempre viven
según la costumbre - utilizó un término más inclusivo, que
incluía tabúes y otros actos exigidos, así como la ley de la
asistencia -, y nunca he oído decir que
faltemos a nuestra obligación.
–Os oigo, benignísíma madre de muchos,
pero vuestras palabras me desconciertan. Venimos mis «hermanas» y
yo, buscando asilo y ayuda para nosotros y nuestra «madre», que
está gravemente enferma. Yo también estoy herida y no puedo
proteger a mis «hermanas» más jóvenes, y ¿qué recibimos en vuestra
casa? Nos habéis quitado nuestra libertad, nuestra «madre» yace
desatendida y falleciendo. Ni siquiera habéis tenido la delicadeza
de darnos habitaciones personales, en las cuales poder
comer.
Un ruido nació entre las espectadoras, que Matt interpretó
correctamente como equivalente a una boqueada de horror. Oscar
había deliberadamente utilizado la palabra ofensiva «comer» en vez de expresar el concepto dando un
rodeo. Ahora Matt estaba seguro de que Oscar había perdido el
juicio.
Si así era, Oscar continuó, confirmándolo:
-¿Somos peces, para que seamos tratados
como tales? ¿O es que son así las costumbres entre vuestras
hijas?
–Seguimos las costumbres - dijo ella
bruscamente y hasta Matt y Tex pudieron observar la ira de su voz
-. Creí que vuestra raza no tenía buenas
costumbres. Esas cosas serán corregidas.
Llamó aparte a una de las componentes de su equipo, la
pequeña criatura se fue trotando.
–En lo que concierne a vuestra libertad,
hice lo que legalmente tenía que hacer, para proteger a mis
hijas.
-¿Para proteger a vuestras hijas? ¿De
qué? ¿De mi «madre» enferma? ¿O de mi brazo
herido?
–Vuestra hermana que no tiene modales ha
perdido el derecho a su libertad.
–Oigo vuestras palabras, madre sabia,
pero no las entiendo.
La anfibia parecía perpleja. Preguntó concretamente por
Burke, llamándole por su apelativo terrestre, diciendo «Capitán
Burke» como si fuera una sola palabra. Oscar le aseguró que Burke
no era «hija» de la «madre» de Oscar, ni tampoco de la «madre de la
madre» de Oscar.
La matriarca consideró esto.
-¿Si os devolvemos a las aguas de la
superficie nos dejaréis?
-¿Qué pasa con mi «madre»? - preguntó
Oscar -. ¿La abandonaréis a causa de su
enfermedad, para que muera y sea destruida por las criaturas del
pantano?
En esta ocasión, evitó cuidadosamente utilizar la expresión
venusiana de «ser comida».
La madre de muchos hizo transportar a Thurlow hasta el
tablado donde estaba sentada. Varios miembros del Pequeño Pueblo se
acercaron alrededor y le examinaron, hablando entre ellos entre
susurros ceceantes. En este momento, la misma matriarca se unió a
la deliberación, y habló otra vez:
–Vuestra madre
duerme.
–Es un sueño de enfermedad. Su cabeza fue
herida por un golpe.
Oscar se acercó al grupo y les enseñó el chichón en la parte
de atrás de la cabeza de Thurlow. La compararon con la propia
cabeza, haciendo correr sus manos pequeñas, suaves, inquisitivas,
por su pelo rubio. Hubo más charla ceceante. Matt vio que no podía
entender ni siquiera lo que oía; la mayoría de las palabras le eran
extrañas.
–Mis hermanas sabías me dicen que no se
atreven a desmontar la cabeza de vuestra madre, por miedo a no
poder montársela otra vez - anunció la madre de
muchos.
–¡Bueno, es un alivio! – dijo Tex,
murmurando.
–El viejo Os no les dejaría, de todas maneras – susurró
Matt.
La jefe dio unas instrucciones y unas cuatro que las «hijas»
levantaron al oficial inconsciente y empezaron a sacarle de la
sala. Tex dijo:
–Oye, Os, ¿piensas que es seguro?
–No te preocupes – contestó Oscar, y luego le explicó a la
Matriarca- Mi «hermana» temía por la seguridad
de nuestra «madre».
La criatura hizo un movimiento que, de repente, a Matt le
recordó a su tía abuela Dora. Se sorbió la nariz.
–Dile que su nariz no tiene porque
picarle.
–Dice que no tienes que preocuparte, Tex.
–Lo oí. De acuerdo, tú eres el Jefe – contestó Tex y después
murmuró. Mi nariz, ¡mira que meterse con ella!
Después de que hubo sacado a Thurlow, la jefa se dio la
vuelta hacia ellos, otra vez:
–Que vuestros sueños sean de
hijas.
–Que vuestros sueños sean igualmente
agradables, madre sabia.
–Hablaremos de
nuevo.
Se alzó en su señorial metro y veinte, y dejó la sala. Cuando
se hubo marchado el grupo de escolta condujo a los cadetes fuera de
la sala de consejo, pero por un pasillo diferente al que habían
venido. El grupo se paró, al fin, frente a otra entrada. El guía
encargado les saludó de la misma manera que la matriarca. Corrieron
una cortina pero no la ataron, detalle que Matt registró
inmediatamente. Dio la vuelta hacia Oscar.
–Tengo que reconocértelo, Os. En cualquier momento en que te
canses de la Patrulla y no quieras presentarte a las elecciones del
Primer Ministro del Sistema, te puedo buscar un buen trabajo, el
venderles nieve a los esquimales para ti seria cosa
hecha.
–Matt no está diciendo ninguna tontería – asintió Tex -.
Oscar, estuviste maravilloso. El Tío Bodie no hubiera podido ser
más tramposo que tú.
–Ese si que es un elogio, Tex. Admito que estoy aliviado. Si
el Pequeño Pueblo no fuera tan francamente razonable, no hubiera
sido posible hacer esto.
La sala de estar de su piso, pues había dos cuartos, tenía
aproximadamente el tamaño de la sala donde habían estado, pero era
más confortable. Había un canapé ancho, blando y suave que corría a
lo largo de la pared. En el centro de la sala había una piscina,
negra bajo la débil luz.
–Os, ¿crees que la bañera conecta con el exterior? – quiso
saber Tex.
–Casi siempre lo hacen.
Matt se interesó.
–Tal vez podríamos salir nadando.
–Inténtalo. Sólo que no te pierdas en la oscuridad y recuerda
que no debes nadar bajo el agua más de la mitad del tiempo que
puedes aguantar la respiración – Oscar sonrió
cínicamente.
–Ya veo lo que quieres
decir.
–De todas maneras tenemos que quedarnos hasta haber
solucionado todo este lío.
Tex recorrió el segundo cuarto.
–Hey, Os, ven a ver esto.
Matt y Oscar se acercaron. Había filas de pequeños cubículos
en cada lado, unos diez, cada uno con su propia
cortina.
–Oh, sí, nuestras celdillas para comer.
–Esto me recuerda – dijo Matt -, que pensé que lo habías
echado todo a perder, Os, cuando empezaste a hablar de comer. Pero
te escapaste maravillosamente bien.
–No me escapé. Lo hice a propósito.
–¿Por qué?
–Fue un juego de tira y afloja. Tenía que impresionarles con
la idea de que eran indecentes, o que así nos lo parecían. Eso
demostró que éramos «gente», desde su punto de vista. Después todo
fue fácil
–Oscar continuó -; Ahora que nos han aceptado como gente,
tenemos que tener mucho cuidado para no echarlo todo a rodar. No me
gusta comer en uno de estos cubículos pequeños y oscuros, ni a
vosotros tampoco, pero no nos atreveremos a correr el riesgo de ser
vistos mientras comemos, y no os olvidéis de que tenéis que correr
la cortina, porque puede entrar alguien de sopetón. Acordaos de que
en el comer es en la única cosa que buscan
intimidad.
–Te entiendo – convino Tex -. Es como comer tarta con
tenedor.
–¿Qué?
–No importa, es un recuerdo desagradable. Pero Matt y yo no
lo olvidaremos.
N.C.P. ASTARTE
Oscar inquirió, de modo casual, sobre lo que hacía que el
pantano que deseaba Burke fuese tabú.
Estaba preocupado por el hecho de que pudiera violar asuntos
religiosos, pero creía que tenía que saberlo, pues tenía la
absoluta certeza de que otros vendrían, en su momento, para
intentar explotar los minerales transuránicos. Si la Patrulla
quería impedir otras violaciones de la paz, la cosa tenía que ser
examinada con cuidado.
La matriarca contestó sin titubeos: el pantano era tabú
porque el fango de los minerales era venenoso.
Oscar sintió el mismo alivio que el de un hombre a quien
acaban de decir que, después de todo, no es necesario que le corten
una pierna. Los minerales eran venenosos, por supuesto; aquello era
una cosa con la que, indudablemente, la Patrulla podía negociar.
Los tabúes condicionales o prácticos habían sido superados muchas
veces en el trato con las nativas. Archivó el tema, como algo que
tenía que ser discutido más tarde por los peritos
apropiados.
Más tarde, durante otra entrevista, la sondeó sobre el tema
de la Patrulla. En cierto modo había oído hablar de ella,
aparentemente, pues utilizaba la palabra en venusiano dada por las
nativas de las regiones polares a todo el gobierno colonial, una
palabra que significaba «guardianes de las costumbres» o
«defensores de la ley».
El significado nativo ayudó bastante a Oscar, porque le
parecía casi imposible hacer que ella entendiera que la Patrulla
estaba pensaba para impedir la guerra… pues «guerra» era un
concepto que ella nunca había oído.
Pero su mentalidad conservadora tenía, naturalmente, muchos
prejuicios a favor de cualquier organización etiquetada como
«guardianes de las costumbres». Oscar abordó este tema desde este
punto de vista. Le explicó que otros de su raza vendrían: y, por
esto, «la abuela de muchos» de su propia raza les habían mandado
como mensajeros para proponer que una «madre» de la raza de Oscar
fuera enviada allí, para ayudarla a evitar roces.
Ella estaba dispuesta a aceptar esta idea, puesto que se
ajustaba a su propia experiencia y a sus conceptos. Los grupos de
nativos de los alrededores de las colonias polares tenía la
costumbre de manejar sus asuntos exteriores intercambiando
«madres», que de hecho eran jueces, para que arreglasen los
problemas causados por diferencias de costumbres. Oscar había
presentado el problema según estos mismos
términos.
De este modo, había preparado el terreno para un consulado,
tribunales extraterritoriales, y una fuerza policial compuesta por
hombres de la Tierra; la misión, tal como la veía, estaba
completada, siempre que pudiera regresar a la base y presentarse
antes de que empezaran a llegar otros buscadores, ingenieros de
minas, y aventureros de todo tipo.
Solamente en este momento habló de volver… para oír como ella
le sugería que se quedara permanentemente como «Madre» para su
pueblo (la palabra raíz aquí traducida como «madre» se utiliza para
todo tipo de autoridad en el lenguaje de Venus; las modificaciones
y el contexto dan a la palabra su sentido en cada
caso).
La propuesta dejó a Oscar momentáneamente
desconcertado.
–No sabía que responderle – confesó más tarde -. Desde su
punto de vista, aquello me honraba. Si lo rechazaba podía ofenderla
y arruinarlo todo.
–Bueno, ¿cómo te las arreglaste para salir de eso? – quiso
saber Tex -. ¿O no lo hiciste?
–Creo que sí. Le expliqué, tan diplomáticamente como me fue
posible, que era demasiado joven para este honor, que actuaba de
«madre» por el solo hecho de que Thurlow tenía que guardar cama y
que, en cualquier caso, «mi abuela de muchos» tenía otras tareas
para mí que yo tenía que cumplir, según me obligaba la
costumbre.
–Supongo que esto la contentó.
–Creo que solamente lo consideró como un punto a negociar
posteriormente. El Pequeño Pueblo es una raza de grandes
negociantes; tendríais que venir a New Auckland un día, y escuchar
las actuaciones de un tribunal de justicia mixto.
–No desvíes el tema – le advirtió Matt.
–Esto se relaciona con el tema: ellas luchan; solamente
discuten, hasta que alguien cede. De todas maneras le dije que
teníamos que llevar a Thurlow a un Sitio donde pudiera recibir
atención quirúrgica. Lo entendió muy bien, manifestando su pesar,
por décima vez, de que sus chicas no pudieran hacerlo. Pero tenía
una sugerencia para curar al jefe.
–¿Si? – preguntó Matt -. ¿Cuál es?
Matt se había responsabilizado de la salud de Thurlow,
trabajando con las curanderas anfibias, que ahora tenían al
Teniente como responsabilidad profesional. Les había enseñado como
tomar su pulso y vigilar su respiración, y ahora había siempre una
de estas amables nativas en cuclillas a un extremo del lecho de
Thurlow, mirándole con ojos serios. Parecían sinceramente afligidos
por no poder ayudarle. El Teniente se había quedado en un estado de
semícoma, saliendo de él lo bastante a menudo como para que
pudieran darle de comer y beber, pero sin decir nunca algo que los
cadetes pudieran entender. Matt se dio cuenta de que las pequeñas
enfermeras no tenían remilgos a la hora de dar de comer a una
persona inerte; aceptaban estas necesidades injuriosas para ellas,
con la misma delicadeza que una enfermera humana.
Pero aunque Thurlow no murió, tampoco se puso
mejor.
La sugerencia de la vieja chica era bastante radical, pero
lógica. Sugirió que sus curanderos desmontaran primero la cabeza de
Burke para ver cómo estaba hecha. Entonces, podrían operar al jefe
y arreglarlo.
–¿Qué? – exclamó Matt.
Tex tenía problemas para controlarse. Río tanto que se ahogó,
tuvo hipo y tuvieron que golpearle en la espalda.
–¡Oh, chico! – estalló finalmente, con lágrimas corriéndole
por las mejillas -. Es maravilloso. No puedo esperar para ver la
cara de Maloliente. No se lo has dicho ¿verdad?
–No.
–Entonces, déjame hacerlo a mí. Soy un artista en
esto.
–Creo que no tendríamos que decírselo – objetó Oscar -. ¿Por
qué patearlo cuando está acabado?
–¡Oh, no seas tan noble! No le hará ningún daño el saber que
su categoría social es de cobayo.
–La lo odia realmente, ¿verdad? – comentó
Matt.
–¿Por qué no tendría que hacerlo? – contestó Tex -. Una
docena o más de su gente murieron. ¿Piensas que ella va a
considerarlo como una extravagancia de escolar?
–Os equivocáis los dos – objetó Oscar -. Ella no le
odia.
–¿Qué?
–¿Puedes odiar a un perro? ¿O a un gato…?
–Seguro que puedo – dijo Tex -. Teníamos una vez un viejo
gato de muy mala baba, que…
–Baja el tono, y déjame acabar. Admitiendo tu punto de vista,
puedes odiar a un gato solamente colocándolo a tu mismo nivel
social. Ella no considera a Burke, de ninguna manera como… Bueno,
como gente, porque no cumple con las costumbres. Somos «gente» para
ella, porque nosotros si que lo hacemos, aunque nos parezcamos a
él. Pero para ella Burke es solamente un animal peligroso, como un
lobo o un tiburón, al que se tiene que enjaular o destruir… pero no
odiar, ni castigar.
–De todas maneras – continuó -, le dije que no podía ser,
porque teníamos un tabú religioso, esotérico e inexplicable, pero
inquebrantable, que lo impedía… esto ya no la dejó seguir adelante.
Pero le dije que nos gustaría utilizar la nave de Burke, para
llevar al Teniente a casa. Me la regaló. Mañana vamos a
verla.
–Bueno, eso si es una buena noticia… ¿Por qué no lo dijiste
antes, en vez de largarnos todo este rollo?
Hicieron casi el mismo viaje, bajo el agua, que el que habían
hecho al entrar en la ciudad; después, nadaron durante un tiempo
algo largo y anduvieron un poco sobre tierra firme. La madre de la
ciudad en persona les honraba con su compañía.
La Gary era, exactamente, tal como
Burke la había descrito: moderna, con motor atómico, costosamente
equipada y muy moderna, con unas alas puntiagudas, tan gráciles
como las de una golondrina.
Pero también era una ruina irreparable.
Su casco estaba intacto, aparte de la puerta estropeada, que
parecía haber sido sometida a un fuerte calor o a algo
increíblemente corrosivo, o a ambas cosas. Matt se preguntó cómo
habría ocurrido y lo consideró como otra señal de que las
venusianas no eran unos simples animales: ranas, focas o castores,
que sus prejuicios terrestres le habían hecho
pensar.
El interior de la nave parecía en bastante buen estado, hasta
que miraron los controles. Para registrar la nave, las anfibias,
para las que un simple tirador de cierre de una puerta era un
enigma insoluble, simplemente se habían abierto camino a través de
los obstáculos quemándolo todo, incluida la trampilla de acceso al
piloto automático de la nave y el compartimento de giróscopos. Los
circuitos del sistema nervioso de la nave eran una masa de basura
fundida y disuelta.
Sin embargo, tardaron tres horas en convencerse de que
necesitarían los recursos de un arsenal para que la nave pudiera
volver a volar de nuevo. Se rindieron de mala gana, al final, y
empezaron el regreso, sin ningún ánimo.
Enseguida, Oscar le había hablado a la madre de la ciudad
acerca del proyecto de recuperar la navecilla. No lo había
mencionado antes puesto que la Gary parecía
mejor solución.
Las dificultades idiomáticas le hubieran embarazado
considerablemente, pues sus anfitrionas no tenían ninguna palabra
para «vehículo», y aún menos para «nave cohete», pero la Gary le
permitió tener algo a lo que apuntar, con lo que se podría
explicar.
Cuando ella entendió lo que quería decir, dio algunas
órdenes, y el grupo nadó hasta el punto donde los cadetes habían
sido atrapados. Se aseguraron de que era el sitio, al localizar la
camilla abandonada y de allá Oscar les condujo de nuevo hasta el
lugar en que se había hundido la navecilla. Allí explicó lo que
había ocurrido, enseñándoles la señal en la orilla donde se había
deslizado y midiendo a pasos sobre la orilla las dimensiones de la
nave.
La madre de muchos discutió el problema con sus inmediatas
subordinadas, mientras los cadetes esperaban, siendo más bien
ignorados que excluidos. Luego, precipitadamente, ella dio la orden
de marcharse, la tarde estaba muy adelantada y ni siquiera las
venusianas se quedan voluntariamente en la jungla, durante la
noche.
Con esto se acabó el asunto durante varios días. Los
esfuerzos de Oscar para saber lo que se estaba haciendo acerca de
la navecilla, si es que se hacía algo, fueron ignorados como cuando
se tiene que soportar a un chiquillo obstinado. Esto les dejó sin
nada que hacer. Tex tocó su armónica hasta que le amenazaron con
tirarle a la piscina del centro de la sala. Oscar estaba sentado,
cuidando su brazo y pensando. Matt pasó la mayor parte del tiempo
cuidando a Thurlow y se familiarizó mucho con las enfermeras que
nunca lo dejaban, especialmente con una pequeña criatura, alegre y
de ojos vivarachos que se llamaba «Th'wing».
Th'wing le hizo cambiar su idea acerca de las venusianas. Al
principio, la miraba más como habría mirado a un perro bueno y
fiel, pero inusitadamente inteligente. Poco a poco empezó a pensar
en ella como en una amiga, una compañera interesante y como una
«persona». Había intentado hablarle de sí mismo, de su propia raza
y de su mundo. Le había escuchado con vivo interés, pero sin
apartar sus ojos de Thurlow.
Tuvo que hablar, por fuerza, de conceptos astronómicos, pero
chocó con una verdadera pared. Para Th'wing existía el mundo del
agua, del pantano y de algo de tierra seca; y, por encima, estaban
las nubes infinitas. Conocía el Sol, puesto que sus ojos, sensibles
a los infrarrojos, podían verlo, aunque Matt no pudiera, pero lo
tenía por un disco de luz y de calor, no por una
estrella.
En cuanto a las otras estrellas, nadie de su gente las había
visto y ni siquiera tenía tal idea. La noción de otro planeta no
era extravagante, era simplemente incomprensible. Matt no llegó a
ninguna parte.
Lo habló con Oscar.
–Bueno, ¿qué esperabas? – quería saber Oscar -. Todas las
nativas piensan así, son corteses, pero piensan que les hablas de
tu religión.
Y las nativas de cerca de las colonias, ¿también piensan
así?
–También.
–Pero han visto las naves cohetes, al menos algunas de ellas.
¿De dónde piensan que venimos? Deben saber que no estamos aquí
desde siempre.
–Naturalmente que lo saben, pero las del Polo Sur piensan que
provenimos del Polo Norte y las de alrededor del Polo Norte están
seguras de que venimos del Polo Sur, y no vale la pena intentar
convencerlas de algo diferente.
La dificultad no venía sólo de un lado. Th'wing utilizaba
continuamente palabras y conceptos que Matt no podía entender, y
que aún con la ayuda de Oscar no descifraba. Empezó a tener la idea
que era Th'wing quien era sofisticada y él, Matt, el extranjero
ignorante.
–A veces, pienso – dijo Tex -, que Th'wing cree que soy un
idiota estudiando con ahínco para ser un retrasado mental… pero que
suspende el curso.
–Bien, no te dejes abatir por esto, chaval. Llegarás a ser un
retrasado mental, si sigues intentándolo.
En la mañana del quinceavo día venusiano después de su
llegada, la madre de la ciudad les mandó a buscar, y fueron
llevados al sitio donde estaba la navecilla. Estaban en la misma
orilla donde habían desembarcado de la nave mientras se hundía,
pero la escena habla cambiado. Un hoyo enorme se abría a sus pies,
por el cual se veían tras cuartas partes de la navecilla. Una
multitud de venusianos se movía por encima y alrededor de ella,
como los obreros en un arsenal.
Los anfibios hablan empezado por añadir algo al fango
amarillo y poco denso del hoyo. Oscar había intentado descubrir la
fórmula del aditivo, pero hasta su dominio del idioma era inútil.
Las palabras eran extrañas. Pero, cualquiera que fuera, el efecto
había sido transformar el fango casi líquido en un gel espeso que
se volvía más y más consistente Con la acción del aire. Las enanas
lo iban sacando desde arriba a medida que se endurecía, y la
navecilla estaba ahora rodeada por las paredes escarpadas de un
hoyo que se parecía a una funda. Una rampa conducía a la orilla y
una corriente de las aparentemente incansables criaturas subía
trotando, cargada de bloques de fango gelatinoso.
Los cadetes habían bajado al hoyo para mirar, hablando de
buen humor. Sobre las posibilidades de poner de nuevo en marcha la
navecilla y lanzarla otra vez por el espacio, hasta que la
venusiana encargada del trabajo les rogó encarecidamente que
salieran del hoyo y no molestasen. Fueron a donde estaba la madre
de la ciudad, y esperaron.
–Pregúntale cómo piensa sacarlo de ahí dentro – sugirió Tex
-. Oscar lo hizo.
–Decidle a esta hija impaciente que
pesque sus propios peces, que yo ya me preocuparé de pescar los
míos.
–No tiene por qué ser grosera por esto – se quejó
Tex.
¿Qué ha dicho? - preguntó la madre de
muchos.
–Os da las gracias por esta lección -
tergiversó Óscar.
El Pequeño Pueblo trabajaba rápidamente. Se hizo evidente que
la nave quedaría completamente libre antes de que el día estuviera
muy adelantado… y que además la dejarían limpia. Ahora la parte
exterior relucía y una procesión continua de venusianas había
estado entrando y saliendo por la puerta de la nave, llevando
ladrillos de fango gelatinoso. Durante las últimas horas, la rutina
había cambiado: las pequeñas obreras salían llevando sus vejigas
infladas. La escuadra de limpieza estaba al
trabajo.
Oscar les observaba con aprobación.
–Ya os había dicho que la dejarían bien limpia aunque fuera
lamiéndola con la lengua.
Matt parecía pensativo:
–Estoy preocupado, Oscar, de que toquen algo en el tablero de
control y tengan problemas.
–¿Por qué? Los empalmes están todos sellados. No pueden
romper nada. Cerraste el tablero cuando te marchaste,
¿verdad?
–Sí, naturalmente.
–De todas maneras, aunque no lo hubieras cerrado, al estar en
esta posición no podrían conectar la propulsión.
–Es verdad, pero todavía estoy preocupado.
–Bueno, entonces, vamos a ver. Quiero hablar con el capataz,
de todas formas; tengo una idea.
–¿Cuál? – preguntó Tex.
–Tal vez la puedan poner en pie en el hoyo. Me parece que
podríamos despegar desde allá, sin tener que sacarla del hoyo.
Podríamos adelantar muchos días – bajaron la rampa, y se
encontraron a la venusiana que estaba al mando, luego Matt y Tex
entraron en la nave, mientras Oscar se quedaba para exponer su
idea.
Era difícil imaginarse que la sala de mandos estaba, escaso
tiempo antes, llena de fango amarillo y sucio. Unas pocas anfibias
trabajaban todavía en un extremo de la sala; el resto del
compartimento estaba limpio.
Matt subió al asiento del piloto y empezó a inspeccionar. De
lo primero que se dio cuenta fue de que faltaban las protecciones
de gomaespuma del visor de infrarrojos. No era importante, pero se
preguntó dónde estaban. ¿Es que la gente del Pequeño Pueblo tenía
el vicio de robar recuerdos? Apartó esta sospecha e intentó llevar
a cabo una prueba en punto muerto de los controles, sin poner en
marcha el cohete.
Nada funcionaba… nada en absoluto.
Observó el tablero más cuidadosamente. Inspeccionándolo por
encima, parecía limpio, reluciente, en perfecto orden pero ahora
podía ver muchos pequeños agujeros y puntitos. Escarbó un poco uno
con la uña y salió. Lo hizo un poco más y produjo un pequeño hueco
en el interior del tablero de control. Le dio
náuseas.
–Hey, Tex, ven aquí un minuto. Quiero que veas
algo.
–Si crees haber descubierto algo – le contestó Tex en sordina
-, espera a ver esto.
Encontró a Tex con una llave inglesa en la mano, con la que
había sacado una tapadera del compartimento de los
giróscopos.
–Visto lo que le ocurrió a Gary,
decidí revisar esto primero. ¿Habéis visto jamás algo
parecido?
El fango había logrado entrar. Naturalmente, los giróscopos,
aunque cerrados, estaban todavía girando cuando la nave se había
caído en el hoyo y normalmente hubieran estado girando durante
muchos días, y deberían estarlo todavía cuando Tex sacó la
tapadera. En vez de estarlo se habían parado a causa del fango:
estaban completamente quemados.
–Será mejor que llamemos a Oscar – dijo Matt,
lentamente.
Con la ayuda de Oscar revisaron el desastre. Cada
instrumento, cada pieza del equipo electrónico habían sido
invadidos. Faltaba todo lo que no era metálico, y las hojas de
metal finas, tales como las cajas de instrumentos, estaban
acribilladas de pequeños agujeros.
–No entiendo la causa de esto – protestó Oscar, casi
llorando.
Matt le preguntó a la venusiana al mando del trabajo. Primero
no le entendió; entonces, él le señaló los agujeros, y ella cogió
una masa del fango gelatinoso y lo aplastó. Con uno de sus finos
dedos separó cuidadosamente lo que parecía ser un trozo de hilo
blanco, de unos cinco centímetros de largo.
Aquí está la fuente de sus
problemas.
¿Sabes lo que es, Os?
–Algún tipo de gusano. No lo reconozco. No podría hacerlo,
pues las regiones Polares no son como esto, gracias a
Dios.
–Pienso que daría lo mismo si despidiéramos a las
obreras.
–No te apresures. Tal vez existe una manera de arreglar este
desastre.
–Tenemos que encontrarla.
–No hay remedio. Basta con los giróscopos. No puedes levantar
una nave sin alas, sin utilizar los giróscopos. Es
imposible.
–Tal vez podríamos limpiarlos y ponerlos en
marcha.
–Quizá tú puedas… yo no. El fango ha llegado hasta los
cojinetes, Os.
–Por lo menos, tenemos que salvar parte del equipo
electrónico, y construir un aparato para mandar un mensaje. Tenemos
que hacerlo.
–Lo has visto como yo. ¿Qué piensas?
–Bueno, cogeremos lo que parezca en mejor estado, y nos lo
llevaremos con nosotros. Nos ayudarán.
–¿En qué estado se encontrará después de una hora o así en el
agua? No, Os, lo que hay que hacer es cerrar la puerta una vez que
todo el fango esté sacado, y volver a trabajar
aquí
–De acuerdo, haremos esto – Oscar llamó a Tex, que estaba
todavía fisgoneando. Llegó echando pestes.
–¿Qué pasa ahora, Tex? – inquirió Oscar,
cansinamente.
–Pensé que, por lo menos, tal vez podríamos llevarnos un poco
de alimentos civilizados con nosotros, pero estos malditos gusanos
perforaron las latas. Todas las raciones de la nave están
inservibles.
–¿Eso es todo?
–¿Eso es todo? «¿Eso es todo?», dice este hombre. ¿Qué
quiere, inundaciones, pestes y terremotos?
Pero no era todo, una nueva inspección les reveló algo más
que les hubiera descorazonado si ya no se hubiesen sentido tan
abatidos como les era posible. El cohete de la navecilla funcionaba
con hidrógeno y oxígeno líquidos. Los tanques de combustible podían
conservar el combustible por un período muy largo, pero el fango
caliente los habla alcanzado y calentado; los gases dilatados se
hablan escapado por las válvulas de seguridad. La navecilla no
tenía combustible.
Oscar consideró la situación fríamente.
Realmente me hubiera gustado que la Gary hubiese tenido un motor químico – comentó
fríamente.
–¿Y qué? – le contestó Matt -. No hubiéramos podido levantar
la nave aún teniendo todo el combustible que haya de este lado de
Júpiter.
Tuvieron que enseñárselo a la madre de muchos para que se
diera cuenta de lo que iba mal en la nave. Pero aún así, sólo
pareció medio convencida, y algo picada porque los cadetes no
estuvieran satisfechos con el regalo de haberles devuelto la nave.
Oscar pasó la mayoría del viaje de regreso intentando reparar sus
buenas relaciones con ella.
Oscar no comió aquella noche. Incluso Tex sólo jugueteó con
los alimentos, y no tocó su armónica después. Matt pasó la tarde
sentado silencioso, cuidando a Thurlow.