CAPÍTULO IX

PREPARATIVOS BÉLICOS

Miguel Ángel, Harry Terney y Thomas Dyer regresaron al “Lanza” con el helicóptero y dieron cuenta a Bárbara, a Elsa y a los Ley padre e hijo, de su sorprendente hallazgo de la ciudad congelada. Bill resistíase a creer en aquella historia.

- No te preocupes, Bill -le dijo Harry-. Pronto podrás ver todo eso por tus propios ojos. El “Lanza” no puede refugiarse en la montaña, pero vamos a llevarlo a la costa y a ocultarlo allí. Nosotros regresaremos a la ciudad congelada con el helicóptero y tomaremos parte como observadores en la guerra que va a comenzar entre los hombres grises de los platillos volantes y los hombres azules.

- ¿Va haber guerra, Harry?

- ¡Ya lo creo, muchacho! Y una guerra como en la Tierra ni siquiera se ha soñado todavía.

El “Lanza” se puso en movimiento y arrastrándose sobre el mar llegó en breve a la costa, donde buscaron y hallaron una profunda caleta capaz de albergar con regular éxito al aparato. Dejándolo allí, bien oculto por los gigantescos árboles que entrecruzaban sus copas sobre la caleta y con las puertas herméticamente cerradas, nuestros amigos se trasladaron en dos viajes a la ciudad congelada, donde Bill Ley tuvo ocasión de admirar por sus propios ojos todo el fantástico aparato bélico de los selenitas u hombres de la Luna.

En la ciudad congelada los selenitas habían estado trabajando afanosamente y ya estaban preparados para entrar en acción a la primera orden de su caudillo Dore de Abasoa.

Dore, enterado de que Miguel Ángel Aznar había ostentado el título de almirante entre los “saissais” (Vease “El planeta misterioso” publicada en esta Colección.), consultó al joven español acerca de la forma de combatir de los hombres grises, la calidad de sus armas y su distribución estratégica en Saissahar. El informe de Miguel Ángel fue conciso.

- Los hombres grises constituyen un pequeño núcleo dentro de cada población de Saissahar. A estos pequeños núcleos no será posible destruirlos sin destrozar al mismo tiempo a los saissais. Los thorbord tienen además una serie de bases cubriendo como una tela de araña el continente. Estas bases suelen estar enclavadas, a igual que la vuestra, en el seno de grandes montañas inconmovibles bajo un centenar de bombas atómicas. Para echarles de las ciudades y de sus bases no hay más que un sistema. Entrar en esas bases y en esas ciudades y cazarlos uno a uno como conejos.

- ¿De qué especie son sus armas? -preguntó Dore.

- Utilizan presentemente platillos volantes. Los platillos volantes son los mejores aparatos que he conocido. Ligeros, fuertes, maniobreros y muy veloces. Van armados de cañones que disparan proyectiles atómicos y de un proyector de “rayos ígneos”. Estos rayos se proyectan con la velocidad de la luz y abrasan cuanto tocan en unos segundos.

- También nosotros tenemos esos rayos. ¿Qué más?

- Disponen también de bombarderos cohete. Estos bombarderos son parecidos al aparato que nos ha traído a nosotros desde la Tierra. Van armados de varios proyectores de “rayos ígneos” y llevan una considerable carga de bombas atómicas. Por último tienen sus grandes aeronaves del espacio, capaces de albergar media docena de platillos volantes y dos mil hombres armados de pistolas eléctricas y fusiles atómicos. Conocen también el uso de los proyectiles atómicos dirigidos por radio y su dispositivo de “radar” es perfecto.

- ¿Sus naves sólo sirven para volar?

- ¡Naturalmente! ¿Para qué más podían servir?

- Las nuestras vuelan por el aire y navegan sobre las aguas o bajo las aguas.

- Eso tal vez constituya una considerable ventaja. Vuestras naves pueden acercarse hasta las bases thorbod bajo las aguas, surgir de repente y atacar antes de que se organice la defensa del enemigo.

- Destruiremos primero a la flota aérea thorbod. Sus platillos volantes no pueden ser mejores que nuestras “zapatillas voladoras” -murmuró Dore de Abasoa-, y mis pilotos son insuperables.

- Puede que respecto a eso os llevéis alguna desagradable sorpresa -apuntó el profesor Stefansson- la constitución fisiológica de los pilotos thorbod les permite alcanzar velocidades tremendas y efectuar toda clase de ascensos y picados.

- Ya lo veremos. ¿Seríais capaces de indicar sobre un mapa la situación exacta de todas las bases thorbod?

Miguel Ángel marcó en el mapa de Saissahar la situación de todas las bases thorbod que recordaba. Luego que él hubo terminado, la prodigiosa memoria del profesor Stefansson situó unas cuantas más.

- De todos modos -añadió Miguel Ángel-, deben de haber entre los “saissais” hombres que conozcan más cosas sobre los thorbod.

- Ya los mandé a buscar -dijo Dore arrugando la frente.

En efecto, poco después regresó una de aquellas “zapatillas volantes” a que aludía Dore con media docena de asombrados “saissais”. La “zapatillas volantes” era un aparato aéreo de características inconfundibles. Ciertamente, se parecía a una zapatilla. Su parte inferior era plana y la cabina alargada, llevando en el “talón” los motores de propulsión atómica.

Los hombres azules que los selenitas habían capturado en una aldea “saissai” dieron cuenta de lo ocurrido a los ejércitos de los Estados Unidos de Saissahar. Después de la partida de los terrestres hacia la Tierra, el naciente ejército fue de descalabro. Las flotillas aéreas de los “thorbod”, infinitamente superiores a la escasa fuerza de los “saissais”, habían vencido a los rebeldes puesto sitio a la base de Pore, que finalmente sucumbió. Los hombres grises no habían escatimado aparatos, hombres ni esfuerzos para aplastar a los rebeldes.

- Esperaba que ocurriera eso -dijo Miguel Ángel Aznar-. Ni en fuerza ni en calidad podían compararse los saissais a los thorbod. Los hombres grises eran superiores en fuerzas a los rebeldes, y aun con fuerzas igualadas les habrían derrotado. Los pilotos saissais no estaban preparados para una lucha tan desigual.

- ¿Quieres decir que también nosotros seremos derrotados? -interrogó el capitán Lvov con cierta altanería.

- Si os empeñáis en pelear contra los thorbod cara a cara sí, seréis derrotados.

- El Ejército Imperial de Abasoa sólo sabe pelear cara a cara.

- Pues tanto peor.

- ¿Cómo atacarías tú a los hombres grises? -preguntó Dore haciendo seña a Lvov para que callara.

- Utilizaría en primer lugar la ventaja inicial de la sorpresa. Los hombres grises ignoran la existencia de un enemigo armado. Yo llevaría a un fuerte contingente de hombres hasta cada base thorbod y los haría penetrar en sus ciudades subterráneas para colocar una bomba atómica en su seno, salir corriendo y hacerla estallar volando la montaña entera. Los hombres podrían desembarcarse en las costas utilizando vuestras naves submarinas, pues por el aire serían descubiertos antes de llegar.

- ¿Dónde aprendiste a guerrear? -preguntó Dore admirado.

- Nadie me enseñó. En parte lo vi hacer a los ejércitos de la Tierra, en parte es… inspiración particular -sonrió Ángel.

- ¿Crees que tu plan daría buenos resultados?

- Estoy seguro. Ya lo probamos una vez para tomar la base thorbod de Pore y dio excelentes resultados. Pore cayó en nuestras manos, y si la envidia de los tadd me hubiera permitido seguir en el mando de sus ejércitos, tal vez hubiéramos tomado muchas más por el mismo sistema. Este sistema es viejo allá en nuestro mundo, pero parece que en éste es desconocido, o está olvidado al menos.

Dore de Abasoa se puso en pie y paseó arriba y abajo del “Casco Primero” acariciándose la barbilla en actitud pensativa. Finalmente se detuvo ante Miguel Ángel y le sonrió.

- Creo que vamos a hacer lo que tú dices, hombre de Kedah. Nuestras naves pueden transportar a la tropa hasta las playas de Saissahar. Una vez allí alcanzarían las bases volando rápidamente a ras del suelo y…

- ¡Volando! -exclamó Ángel-. ¿Qué quieres decir?

- Volando con los “baks”. El “bak” es un pequeño motor que cada hombre lleva sujeto a la espalda a modo de mochila. Con el “bak” se puede volar una distancia respetable y alcanzar grandes alturas.

- Comprendido. Se trata de un sistema de propulsión individual.

- Si -afirmó Dore-. Con los “baks” nuestras tropas podrían alcanzar cualquier puerta abierta en esas montañas, incluso a gran altura, y penetrando en las bases colocar las bombas y escapar a toda prisa.

- ¡Estupendo! -exclamó Ángel-. Así me atrevo a apostar las dos orejas a que pillamos a los hombres grises totalmente desprevenidos. Una vez demolidas sus bases con todos los aparatos aéreos y armas que haya dentro, combatiríamos al enemigo en el aire, en el mar, en el suelo…, ¡donde quiera que estuviera!

- Des luego -arguyó mister Stefansson-. Habría de ser una campaña relámpago con un ataque en todos sentidos y todo lo violento que se pueda.

- Así será -aseguró Dore de Abasoa con su habitual dignidad-. Barreremos a los thorbod de la faz de Cleobis como barre un vendaval las hojas secas de un jardín. Vosotros lo veréis y advertiréis a los terrestres de lo peligroso que sería intentar la conquista de Cleobis.

- ¡Nada más lejos de la imaginación de los terrestres que conquistar a Venus! -protestó el profesor Stefansson.

- No tardarán en pensarlo -aseguró Dore de Abasoa-. Convendrá que sepan que jamás permitiremos en Cleobis la presencia de los extranjeros… vengan en son de paz o de guerra.