4
La noche siguiente al funeral, Jack anduvo deambulando por la casa hasta las tres de la mañana. ¿Cuándo sería soportable? ¿Cuándo? Mientras agonizaba, ella mostró más fuerza y valor que los que ahora sentía en su interior. Pero ella los compartiría con él en las próximas semanas. Los compartiría con todos.
En la cama, en la oscuridad, trató de sentir su presencia a su alrededor. Pero fue forzado, prematuro. Una cosa era tener fe en que ella lo estaba observando, pero otra era esperar que disipara cada rastro de dolor, cada rastro de pena.
Esperó a dormirse. Necesitaba descansar algo antes del amanecer, o ¿cómo enfrentaría a los hijos de ella en la mañana?
Gradualmente, fue consciente de que había alguien parado en la oscuridad al pie de la cama. Mientras examinaba y volvía a examinar las sombras, se formó una imagen clara del rostro de la aparición.
Era el suyo. Más joven, más feliz, más seguro de sí mismo.
Jack se sentó.
—¿Qué quieres?
—Quiero que vengas conmigo. —La figura se aproximó, se detuvo cuando Jack se retrajo.
—Ir contigo, ¿adónde? —preguntó Jack.
—A un lugar donde ella te está esperando.
Jack negó con la cabeza.
—No. No te creo. Dijo que ella misma vendría por mí, cuando llegara el momento. Dijo que me guiaría.
—Entonces ella no comprendía —insistió de modo cortés la aparición—. No sabía que podía llevarte yo mismo. ¿Crees que la enviaría en mi lugar? ¿Crees que rehuiría la tarea?
Jack buscó el rostro sonriente y suplicante.
—¿Quién eres? —¿Su propia alma, en el Cielo, rehecha? ¿Era éste un obsequio que Dios le ofrecía a todos? ¿Encontrar, antes de la muerte, lo que habría llegado a ser… si hubiera podido elegir? ¿Entonces incluso esto sería un acto de libre albedrío?
—Stoney me persuadió de dejar que su amigo tratara a Joyce —dijo la aparición—. Seguimos viviendo juntos. Ha pasado más de un siglo, y ahora queremos que te unas a nosotros.
Jack sintió que el terror lo ahogaba.
—¡No! ¡Esto es un truco! ¡Eres el Diablo!
—No existe el Diablo —respondió la figura suavemente—. Y tampoco hay Dios. Sólo personas. Pero te aseguro que las personas con el poder de dioses son más generosas de lo que jamás imaginamos.
Jack se cubrió la cara.
—Déjame. —Susurró fervientes oraciones y esperó. Era una prueba, un momento de vulnerabilidad, pero Dios no lo abandonaría así de desvalido, cara a cara con el Enemigo, durante más tiempo que el que pudiera soportar.
Descubrió su rostro. La figura todavía estaba allí.
—¿Recuerdas cuando la fe te llegó? ¿La sensación de un escudo a tu alrededor que se disolvía, un blindaje que llevabas para mantener a Dios a raya?
—Sí —Jack reconoció desafiante la verdad; no sentía miedo de que esta abominación pudiera ver en su pasado, en su corazón.
—Eso requiere fortaleza: admitir que necesitabas a Dios. Pero también es necesario el mismo tipo de fortaleza para comprender que algunas necesidades nunca pueden ser satisfechas. No puedo prometerte el Cielo. No tenemos enfermedades, no tenemos guerras, no tenemos pobreza, pero tenemos que descubrir nuestro propio amor, nuestra propia virtud. No hay una palabra final de consuelo. Sólo nos tenemos el uno al otro.
Jack no respondió; esta fantasía blasfema ni siquiera merecía que la cuestionara.
—Sé que estás mintiendo —dijo—. ¿Realmente crees que dejaría solos a los muchachos aquí?
—Regresarán a América, con su padre. ¿Cuántos años crees que estarás con ellos, si te quedas? Ya han perdido a su madre. Ahora será más fácil para ellos, una ruptura simple y limpia.
—¡Sal de mi casa! —gritó colérico Jack.
La figura se acercó más y se sentó sobre la cama. Puso una mano sobre el hombro de Jack, que sollozó.
—¡Ayúdenme! —Pero no sabía de quien estaba invocando ayuda.
—¿Recuerdas la escena en La silla de roble, cuando la Arpía atrapa a todos en su cueva subterránea, y trata de convencerlos de que no existe Nescia? Sólo este pálido submundo es real, les dice. Todo lo que creyeron haber visto fue sólo un engaño. —El rostro del joven Jack sonrió con nostalgia—. Y nuestro querido y viejo Hombrospesados tuvo una respuesta: él no creía mucho en este «mundo real», como lo llamaba ella. E incluso aunque ella estuviera en lo correcto, dado que cuatro niños pudieron construir un mundo mejor, él prefería continuar creyendo que el mundo imaginado por los niños era el real.
»¡Pero pusimos todo patas para arriba! El mundo real es más rico, más extraño y más maravilloso que todo lo imaginado. Milton, Dante, Juan el Divino son los que te atraparon en un submundo gris y monótono. Ahí es donde estás ahora. Pero si me das tu mano, puedo sacarte.
El pecho de Jack estaba inflamado. No podía perder su fe. La mantuvo soportando cosas peores que ésta. La mantuvo a través de cada tortura e indignidad que Dios había aplicado al cuerpo frágil de su esposa. Nadie podía sacársela ahora. Se canturreó a si mismo:
—En los tiempos de problemas, Él me encontrará.
La mano fría apretó más fuerte su hombro.
—Puedes estar con ella ahora. Sólo di la palabra y llegarás a ser parte de mí. Te llevaré a mi interior, verás a través de mis ojos y viajarás de regreso al mundo donde vive ella todavía.
Jack sollozó abiertamente.
—¡Déjame en paz! ¡Sólo déjame llorarla!
—Si es eso lo que quietes —asintió triste la figura.
—¡Es lo que quiero! ¡Vete!
—Cuando esté seguro.
De pronto, el pensamiento de Jack regresó al largo desvarío que le había echado Stoney en el estudio. Éste había afirmado que cada elección abría su propio camino. Ninguna decisión podía ser definitiva.
—¡Ahora sé que estás mintiendo! —gritó triunfante—. Si creyeras todo lo que te dijo Stoney, ¿cómo podría significar algo mi elección? ¡Siempre te diría que sí, y siempre te diría que no! ¡Sería todo lo mismo!
—Mientras estoy aquí contigo —respondió solemnemente la aparición—, tocándote, no puedes ser dividido. Tu elección importa.
Jack se frotó los ojos y miró el rostro de la aparición. Parecía creer en cada palabra que decía. ¿Y si éste era en verdad su gemelo metafísico hablando tan honestamente como podía, y no el Diablo con una máscara? Tal vez hubiese un grano de verdad en la espantosa visión de Stoney, tal vez ésta era otra versión de sí mismo, una persona viviente que creía con honestidad que ellos dos compartían una historia.
Entonces era un visitante enviado por Dios, para enseñarle humildad. Para enseñarle compasión hacia Stoney. Para mostrarle a Jack que él también, con un poco menos de fe y un poco más de soberbia, podría haber sido condenado por toda la eternidad.
Jack extendió una mano y tocó el rostro de esta pobre alma perdida. Allí, pero por voluntad de Dios, iré.
—Ya tomé mi decisión. Ahora déjame.
Fin de «Oráculo»
Nota del autor: Cuando las vidas de los personajes ficticios de esta historia tienen paralelo con figuras históricas reales, me serví de las biografías realizadas por Andrew Hodges y A. N. Wilson. La formulación autodual de la relatividad general fue descubierta por Abhay Ashtekar en 1986 y, desde entonces, ha conducido a desarrollos innovadores en la gravedad cuántica, pero las implicaciones ofrecidas aquí son irreales.