DIALOGO PRIMERO 861
Interlocutores: Sebasto, Saulino, Coribante[1]
Sebasto.—Lo peor es que dirán que avanzas metáforas, cuentas fábulas, hablas en parábolas, tejes enigmas, acumulas semejanzas, tratas misterios, masticas tropologías.
Saulino.—Pero yo digo las cosas justo tal como ocurren y las pongo ante los ojos como verdaderamente son.
Coribante.—Id est, sine fuco, plane, candide; me gustaría que fuera de verdad como dices.
Saulino.—¡Ojalá quisieran también los dioses que hicieras tú otra cosa que engañar con éstas tu gesticulación, toga, barba y ceño[2], igual que por lo que al ingenio se refiere candide, plane et sine fuco presentas ante nuestros ojos la idea de la pedantería!
Coribante.—Hactenus haec? ¿Así que Sofía te llevó sitio por sitio, sede tras sede?[3]
Saulino.—Sí
862 Sebasto.—¿Se te ocurre alguna cosa más acerca del destino dado a esas sedes?
Saulino.—De momento no, a no ser que vosotros mismos os aprestéis a darme ocasión de aclararos más puntos al respecto con vuestras preguntas y me despertéis la memoria, la cual no puede haberme sugerido ni la tercera parte de los notables asuntos dignos de consideración
Sebasto.—Yo, a decir verdad, me he quedado tan pendiente del deseo de saber qué es lo que el gran padre de los dioses ha hecho suceder en aquellas dos sedes, boreal la una y austral la otra, que me ha parecido una eternidad ver el final de tu discurso, tan curioso, útil y digno; porque mi deseo de saberlo es suscitado aún más por tu retraso a la hora de hacérnoslo saber.
Coribante.—Spes etenim dilata affligit animum, vel animam, ut melius dicam; haec enim mage significat naturam passibilem.
Saulino.—Bien. En ese caso, para que no os atormentéis más esperando la resolución, sabed que en la sede inmediata al sitio donde estaba la Osa menor y al que sabéis ha sido exaltada la Verdad, lugar de donde ha sido expulsada la Osa mayor en la 863 forma que habéis oído[4], por determinación del mencionado consejo ha sucedido la Asinidad en abstracto. Y allí donde todavía veis en fantasía el río Erídano[5] han querido los mismos que se encuentre la Asinidad en concreto, a fin de que desde las tres regiones celestes podamos contemplar la Asinidad, que estaba como oculta con sus dos lucecitas en la vía de los planetas, allí donde está el caparazón del Cangrejo[6].
Coribante.—Procul, o procul este, profani![7]. Es un sacrilegio, una profanación, el querer imaginarse (porque no es posible que así sea en realidad) que al lado de la honorable y eminente sede de la Verdad esté la idea de una especie tan inmunda e ignominiosa que ha sido tomada en sus jeroglíficos por los sabios egipcios como imagen de la ignorancia, según nos testimonia Horapolo en más de un lugar, igual que los sacerdotes babilonios pretendieron designar mediante la cabeza de asno unida al busto y cerviz humanos al hombre inexperto e ineducable[8].
Sebasto.—No es necesario ir al tiempo y lugar de los egipcios, pues ni hay ni ha habido jamás pueblo alguno que no confirme lo que dice Coribante con su usual manera de hablar.
Saulino.—Por esta razón he dejado para el final la exposición de estas dos sedes, ya que llevados de la costumbre de decir y de 864 pensar me habríais tomado por un cuentista y habriáis seguido escuchando con menos fe y atención mi descripción de la reforma de las demás sedes celestes, si no os hubiera hecho antes aptos para esa verdad mediante una prolija secuela de consideraciones, dado que estas dos sedes merecen por sí solas al menos tanta consideración como riqueza veis que reside en dicho argumento. ¿No habéis oído nunca que la locura, ignorancia y asinidad de este mundo es sabiduría, doctrina y divinidad en el otro?[9].
Sebasto.—Así lo han dicho teólogos principales y de primer rango, pero jamás usaron un modo de decir tan prolijo como el tuyo.
Saulino.—Porque la cosa no ha sido explicada y aclarada jamás tal como yo voy a aclarárosla y explicárosla ahora.
Coribante.—Di, pues, que te escucharemos con atención.
Saulino.—Para que no os espantéis cuando oigáis el nombre del asno, asinidad, bestialidad, ignorancia, locura, quiero poner en primer lugar ante los ojos de vuestra consideración y traeros a la mente el pasaje aquel de cabalistas iluminados[10] que (con 865 luces distintas de las de Linceo, con otros ojos que los Argo)[11] profundizaron no digo ya hasta el tercer cielo, pero sí en el profundo abismo del universo supramundano y ensófico. Mediante la contemplación de esos diez Sefirotas, a los que llaman en nuestra lengua miembros y vestimentas, penetraron, vieron, concibieron quantum fas est homini loqui[12]. Allí están las dimensiones Ceter, Hocma, Bina, Hesed, Geburah, Tipheret, Nezah, Hod, Iesod, Malcbuth, a la primera de las cuales llamamos Corona, a la segunda Sabiduría, a la tercera Providencia, a la cuarta Bondad, a la quinta Fortaleza, a la sexta Belleza, a la séptima Victoria, a la octava Alabanza, a la novena Fundamento, a la décima Reino. Dicen que a ellas responden diez órdenes de inteligencias, al primero de los cuales llaman Haioth heccados, al segundo Ophanim, al tercero Aralin, al cuarto Hasmalin, al quinto Choachin, al sexto Malachin, al séptimo Elohim, al octavo Benelohim, al noveno Maleachim, al décimo Issim. Nosotros llamamos al primero de ellos Animales santos o Serafines, al segundo ruedas formantes o Querubines, al tercero Ángeles robustos o Tronos, al cuarto Efigies, al quinto Potestades, al sexto Virtudes, al séptimo Principados o dioses, al octavo Arcángeles o hijos de los dioses, al noveno Ángeles o Embajadores, al décimo Almas separadas o héroes. De 866 ahí derivan en el mundo sensible las diez esferas: 1. el primer móvil, 2. el cielo estrellado u octava esfera o firmamento, 3. el cielo de Saturno, 4. el de Júpiter, 5. el de Marte, 6. el del Sol, 7. el de Venus, 8. el de Mercurio, 9. el de la Luna, 10, el del Caos sublunar dividido en cuatro elementos. Les asisten diez motores o les están insitas diez almas: la primera Metattron o príncipe de los rostros, la segunda Raziel, la tercera Zaphciel, la cuarta Zadkiel, la quinta Camael, la sexta Raphael, la séptima Aniel, la octava Michael, la novena Gabriel, la décima Samael, bajo quien están cuatro terribles príncipes, el primero de los cuales es señor del fuego y es llamado por Job[13] Behemoth; el segundo es señor del aire y los cabalistas y el vulgo lo llaman Beelzebub[14], esto es, príncipe de las moscas, idest de los volátiles inmundos; el tercero es el señor de las aguas y job lo llama Leviathan[15]; el cuarto reina sobre la tierra, toda la cual recorre y circunda y Job lo llama Sathan[16]. Pues bien, ved aquí que según la revelación cabalística Hocma, a quien responden las formas o ruedas llama das querubines, que influyen en la octava esfera, donde reside la virtud de la inteligencia de Raziel, el asno o asinidad es el símbolo de la sabiduría[17].
867 Coribante.—Parturient montes[18]
Saulino.—Algunos talmudistas aducen la razón moral de talujo, árbol, escala o dependencia, diciendo que el asno es símbolo de la sabiduría en los divinos sefirotas porque a quien quiere penetrar en los secretos y ocultos receptáculos de aquélla le es absolutamente necesario ser sobrio y paciente y tener mostacho, cabeza y espalda de asno; debe tener el ánimo humilde, contenido y bajo y el sentido tal que no establezca diferencia entre los cardos y las lechugas[19].
Sebasto.—Yo creería más bien que los hebreos han tomado los misterios de los egipcios[20], quienes para tapar cierta ignominia suya quisieron ensalzar al cielo de esa manera al asno y la asinidad
Coribante.—Declara.
Sebasto.—Oco, rey de los persas, señalado por sus enemigos egipcios mediante el simulacro del asno, cuando obtuvo la victoria sobre ellos y los redujo a la servidumbre, les obligó a adorar la imagen del asno y a sacrificarte el buey tan adorado por ellos, echándoles a la cara que su buey Opin o Apin sería inmolado al asno[21]. Los egipcios, pues, para ennoblecer ese su vergonzoso culto y tapar aquella mancha quisieron imaginarse razones 868 del culto del asno, animal que de ser para ellos objeto de vituperio y burla pasó a ser objeto de reverencia[22]. De esta manera en punto de adoración, admiración, contemplación, honor y gloria, se lo hicieron después cabalístico, arquetípico, sefirótico, metafísico, ideal, divino. Además, el asno es animal de Saturno y de la Luna y los hebreos por naturaleza, ingenio y fortuna son saturnianos y lunares, gente siempre vil, mercenaria, solitaria, sin comunicación y relación con los demás pueblos, a los cuales desprecian salvajemente y por los cuales son a su vez merecidamente despreciados con toda razón[23]. Pues bien, los hebreos se hallaban en servidumbre y cautiverio en Egipto, donde estaban destinados a ser compañeros de los asnos llevando las cargas y sirviendo en las obras de construcción; allí en parte por ser leprosos, en parte porque supieron los egipcios que en esos apestados reinaba la complexión saturniana y asinina por el contacto que tenían con esa raza, sostienen algunos que los expulsaron de sus territorios dejándoles en las manos el ídolo del asno de oro, que era el dios que se mostraba más propicio a esa gente, tan enemiga y contraria a todas las demás como Saturno a todos los planetas[24]. A partir de ahí, perseverando en su propio culto, dejando de lado las demás fiestas egipcias, celebraban en honor de su Saturno —representado 869 en el ídolo del asno— los sábados y en honor de su luna los novilunios[25], de forma que no solamente uno, sino todos los sefirotas también pueden ser asininos para los cabalistas judíos.
Saulino.—Dices muchas cosas auténticas, muchas cercanas a las auténticas historias, otras parecidas a las auténticas y algunas contrarias a las auténticas y sancionadas. Dices en consecuencia algunos propósitos verdaderos y buenos, pero nada dices bien y en verdad, despreciando y burlándote de ese pueblo santo del que ha salido toda la luz que se encuentra hasta hoy en el mundo y que promete dar durante tantos siglos[26]. Persistes así en tu idea de tener al asno y a la asinidad por algo vergonzoso, a pesar de que (con independencia de su consideración entre los persas, griegos y latinos) no fue sin embargo tenido por vil entre los egipcios y los hebreos. Por eso es una falsedad e impostura entre otras cosas eso de que ese culto asinino y divino ha tenido un origen en la fuerza y en la violencia y que no ha sido establecido más bien por la razón y obtenido su principio de la libre elección.
Sebasto. —Verbi gratia, fuerza, violencia, razón y libre elección de Oco.
Saulino.—Yo me estoy refiriendo a una inspiración divina, a una bondad natural y a una inteligencia humana. Pero antes de pasar a demostrarlo, pensad un poco si estos hebreos y otros partícipes y consortes de su santidad tuvieron jamás o deben haber tenido o tener por algo malo la idea e influencia de los asnos. El patriarca Jacob, celebrando el nacimiento y sangre de su prole, los padres de las doce tribus en la figura de las doce bestias, mirad si se atrevió a dejar a un lado el asno. ¿No habéis notado que igual que hizo a Rubén carnero, a Simeón oso, a Leví caballo, a 870 Judá león, a Zabulón ballena, a Dan serpiente, a Gad zorra, a Aser buey, a Neftalí ciervo, a José oveja, a Benjamín lobo, hizo también a su sexto hijo Isacar asno, insuflándole como testamento en el oído esa hermosa profecía bella y misteriosa: «Isacar, asno fuerte tendido entre los confines, ha hallado el descanso bueno y el terreno fertilísimo; ha ofrecido sus robustas espaldas al peso y está destinado al servicio tributario»?[27].
Estas doce tribus sagradas responden aquí abajo a los altos doce signos del zodiaco situados en la cintura del firmamento, como veis que declaró el profeta Balaam cuando desde lo alto de una eminente colina las contempló. dispuestas y separadas por la llanura en doce campamentos y dijo: «—Bienaventurado y bendito pueblo de Israel, sois estrellas, sois los doce signos dispuestos en tan hermoso orden de tan generosas manadas. Así prometió vuestro Jehová que multiplicaría la semilla de vuestro gran padre Abraham como las estrellas del cielo, es decir, según la razón de los doce signos del zodiaco, a los que significáis con los nombres de las doce bestias[28]. Veis ahí cómo aquel profeta iluminado que tenía que bendecirlos en la tierra se presentó ante ellos montado sobre el asno, fue instruido en la voluntad divina por medio de la voz del asno[29], llegó allí con la fuerza del asno, montado sobre el asno tendió las manos a las tiendas y bendijo aquel pueblo de Dios santo y bendito para hacer evidente que 871 aquellos asnos saturnianos y demás bestias que tienen influjo de los mencionados sefirotas, del asno arquetípico, debían ser partícipes de una bendición tan grande por medio del asno natural y profético.
Coribante.—Multa igitur asinorum genera: aúreo, arquetípico, indumental[30], celeste, inteligencial, angélico, animal, profético, humano, bestial, gentil, ético, civil y económico; vel esencial, subsistencial, metafísico, físico, hipostático, nocional, matemático, lógico y moral; Del superior, medio e inferior; vel inteligible, sensible y fantástico; vel ideal, natural y nocional; vel ante multa, in multis et post multa. Continúa para que paulatim, gradatim atque pedetentim me resultes más claro, alto y profundo.
Saulino.—Volviendo, pues, a lo nuestro, no os debe parecer extraño que la asinidad haya sido colocada en sede celeste con ocasión de la distribución de las cátedras que hay en la parte superior de este mundo y universo sensible, ya que debe estar en correspondencia y reconocer en sí mismo cierta analogía con el mundo superior[31].
Coribante.—Ita contiguus hic illi mundus, ut omnis eius virtus inde gubernetur, tal como también promulgó el príncipe de los peripatéticos al principio del primer libro de los Metorológicos[32].
872 Sebasto.—¡Oh, qué ampulosidades, qué palabras sesquipedales las vuestras, doctísimo y altritonante[33] señor Coribante!
Coribante.—Ut libet.
Sebasto.—¡Pero dejad que avancemos en nuestro asunto y no nos interrumpáis!
Coribante.—Proh!
Saulino.—Nada está más cerca y emparentado con la verdad que la ciencia, a la cual se debe distinguir en las dos formas en que por sí misma se distingue, es decir: la superior y la inferior. La primera está por encima de la verdad creada y es la misma verdad increada, la causa de todo, dado que por ella son verdaderas las cosas verdaderas y todo aquello que, es verdaderamente eso mismo que es. La segunda es la verdad inferior, que ni hace las cosas verdaderas ni es las cosas verdades, sino que depende, es producida, formada e informada por las cosas verdaderas, y las aprehende no en verdad, sino en imagen y semejanza. Porque en nuestra mente, donde está la ciencia del oro, no se halla el oro en verdad, sino tan sólo en imagen y semejanza. Así que hay una clase de verdad que es causa de las cosas y se encuentra por encima de todas las cosas; otra clase que se encuentra en las cosas y es verdad de las cosas y una tercera y última que es después de las cosas y a partir de ellas. La primera tiene el nombre de causa, la segunda tiene el nombre de cosa, la tercera el nombre de conocimiento. La verdad según el primer modo está en el 873 mundo arquetípico ideal, significada por uno de los sefirotas; la verdad según el segundo modo está en la primera sede, allí donde se halla el quicio del cielo más alto para nosotros[34]; la verdad según el tercer modo está en aquella otra sede de que hemos hablado y que justo al lado de la anterior influye en nuestros cerebros desde este cielo corpóreo, donde se encuentra la ignorancia, la estulticia, la asinidad, y de donde ha sido expulsada la Osa mayor. Así pues, igual que la verdad real y natural es examinada por la verdad nocional y ésta tiene aquella por objeto y aquella mediante su imagen tiene a ésta por sujeto, también es preciso que a aquel habitáculo esté unido y junto este otro[35].
Sebasto.—Es cierto que según el orden de la naturaleza están próximas la verdad y la ignorancia o asinidad, igual que están unidos a veces el objeto, el acto y la potencia. Pero aclárame ahora por qué quieres unir y aproximar la ignorancia o asinidad antes que la ciencia c) el conocimiento, ya que tan lejos se está de que la ignorancia y locura deban estar al lado y prácticamente habitar en el mismo sitio que la verdad, que deben estar más bien a la mayor distancia posible de ella, pues deben estar unidas a la falsedad, como cosas pertenecientes al orden contrario.
Saulino.—Porque la sabiduría creada, sin la ignorancia o locura y por consiguiente sin la asinidad que las representa y es idéntica a ellas no puede aprehender la verdad y por eso es necesario que sea mediadora, ya que igual que en el acto intermediario concurren los extremos o términos, el objeto y la potencia, así también en la asinidad concurren la verdad y el conocimiento llamado por nosotros sabiduría.
Sebasto.—Dime brevemente la razón.
874 Saulino.—Porque nuestro saber es ignorar o porque no hay ciencia de nada y no hay aprehensión de verdad alguna o porque si hay algún acceso a ella no lo hay más que por la puerta que nos abre la ignorancia, la cual es a la vez el camino, el portero y la puerta. Pues bien, si la sabiduría vislumbra la verdad a través de la ignorancia, la vislumbra por tanto a través de la estulticia y consiguientemente a través de la asinidad. De ahí que quien tiene tal conocimiento, tiene algo de asno y participa de esa idea[35bis].
Sebasto.—Muéstrame ahora que son verdaderas tus suposiciones, porque estoy dispuesto a concederte todas las consecuencias, ya que no tengo inconveniente en que quien es ignorante, en tanto que es ignorante es necio y quien es necio, en tanto que es necio es asno y por tanto toda ignorancia es asinidad.
Saulino.—A la contemplación de la verdad se elevan unos por la vía de la doctrina y del conocimiento racional, por la fuerza del intelecto agente que se introduce en el ánimo excitando la luz interior[36]. Estos individuos son raros, por lo cual dice el poeta:
«Pauci, quos ardens evexit ad aethera virtus»[37]. Otros se vuelven hacia allí y se esfuerzan por llegar por la vía de la ignorancia. Algunos de ellos están afectados de esa ignorancia llamada de simple negación y tales individuos ni saben ni presumen de saber; otros de la llamada ignorancia de prava disposición y los tales cuanto menos saben y más embebidos están de falsas informaciones tanto más creen saber, por lo que para informarse de la verdad 875 necesitan de un doble esfuerzo, esto es, deben abandonar el hábito contrario y adquirir el otro[38]. Otros individuos están afectados de aquella ignorancia ensalzada como adquisición divina y son los que ni afirmando ni pensando saber y siendo además creídos por los otros hombres ignorantísimos, resultan ser verdaderamente doctos por reducirse a aquella gloriosísima asinidad y locura. Algunos de ellos son naturales, como los que caminan con su luz racional, mediante la cual niegan con la luz del sentido y de la razón toda luz de razón y de sentido [39] otros caminan o mejor dicho se hacen guiar por la antorcha de la fe, rindiendo el intelecto a quien se les monta encima y los endereza y guía a su gusto. Estos son verdaderamente los que no pueden errar, porque no caminan con el propio entendimiento falaz, sino con la luz inefable de una inteligencia superior. Ellos, ellos son los verdaderamente aptos y predestinados a llegar a la Jerusalén de la beatitud y a la visión abierta de la verdad divina, porque les monta aquel jinete sin el cual nadie puede conducirse hasta allí[40].
Sebasto.—He ahí cómo se distinguen las especies de ignorancia y de asinidad y cómo poco a poco voy consintiendo en conceder que la asinidad es una virtud necesaria y divina sin la cual el mundo estaría perdido y por la cual todo el mundo está salvado[41].
Saulino.—Escucha a este respecto un principio para otra distinción más concreta: lo que une nuestro intelecto, que está en la sabiduría, a la verdad, que es el objeto inteligible, es una especie de ignorancia, según los cabalistas y ciertos teólogos 876 místicos[42]; otra especie según los pirronianos, efécticos y similares; una tercera según teólogos cristianos, entre tos cuales el de Tarso la ensalza tanto más cuanto a juicio de todo el mundo es tenida por mayor locura[43]. Por la primera especie siempre se está negando, por lo cual se le llama ignorancia negativa que jamás se atreve a afirmar. Por la segunda especie siempre se esta dudando y jamás se osa decidir o definir. Por la tercera especie todos los principios se tienen por conocidos, aprobados y manifiestos con seguridad sin ningún tipo de demostración y evidencia[44], La primera especie está significada por el pollino errabundo y fugitivo; la segunda por una asna clavada en medio de dos caminos, sin que jamás se mueva, incapaz de decidir por cuál de los dos debe más bien encaminar sus pasos; la tercera por el asna con su pollino que llevan sobre sus espaldas al redentor del mundo, donde el asna —según enseñan los doctores sagrados— es imagen del pueblo judío y el pollino del pueblo gentil que como hija iglesia nace de la madre sinagoga, perteneciendo tanto los unos como los otros al mismo pueblo procedente del padre de los creyentes, Abraham. Estas tres especies de ignorancia, como si de tres ramas se tratara, se reducen a un tronco común, sobre el cual influye desde el ámbito arquetípico la asinidad y que está firmemente plantado en las raíces de los diez sefirotas.
Coribante.—¡Hermoso significado! Esto no son persuasiones retóricas, ni sofismas capciosos, ni probabilidades tópicas, sino 877 demostraciones apodícticas, por las cuales el asno no resulta un animal tan vil como vulgarmente se cree, sino de una condición mucho más heroica y divina.
Sebasto.—No vale la pena que sigas esforzándote, Saulino, para llegar a concluir lo que yo pedía que me establecieras, porque has dejado satisfecho a Coribante y además a partir de los términos medios establecidos cualquier buen entendedor puede quedar fácilmente satisfecho. Mas, por favor, hazme ahora saber las razones de la sabiduría que consiste en la ignorancia y asinidad iuxta el segundo modo, quiero decir: con qué razón participan de la asinidad los pirronianos, efécticos y otros filósofos académicos, porque sobre las especies primera y tercera no me cabe duda alguna de que están separadísimas y alejadísimas de los sentidos y son clarísimas, de manera que no hay ojo que no las pueda conocer.
Saulino.—Enseguida daré satisfacción a tu pregunta[45], pero quiero que antes observes que los modos primero y tercero de estulticia y asinidad coinciden en cierta manera en un solo y por eso tienden a partir de un principio incomprensible e inefable a constituir aquel conocimiento que es disciplina de las discipinas, doctrina de las doctrinas y arte de las artes. A este respecto quiero decirte de qué manera con poco o ningún estudio y sin fatiga alguna ha podido y puede ser capaz del mismo todo el que quiere y quiso. Vieron y consideraron aquellos santos doctores y rabinos iluminados que los soberbios y presuntuosos sabios del mundo, que tenían confianza en el propio ingenio y con temeraria y 878 engreída presunción se han atrevido a elevarse a la ciencia de los secretos divinos y a los lugares más recónditos de la divinidad (igual que los que edificaron la torre de Babel), han quedado confundidos y dispersos, habiéndose cerrado ellos mismos el paso, de resultas de lo cual quedaron ineptos para la sabiduría divina e incapaces de ver la verdad eterna. ¿Qué hicieron? ¿Qué partido tomaron? Detuvieron sus pasos, plegaron o bajaron los brazos, cerraron los ojos, proscribieron toda atención y estudio propios, censuraron cualquier pensamiento humano, renegaron de todo conocimiento natural y a fin de cuentas se mantuvieron como asnos. Y los que no lo eran se transformaron en ese animal: alzaron, extendieron, agudizaron, engordaron y engrandecieron las orejas y concentraron y unieron todas las potencias del alma en el oído, limitándose a escuchar y creer, como aquél de quien se dice: In auditu auris obedivit mihi[46]. Concentrándose en el oído y sometiendo su facultad vegetativa, sensitiva e intelectiva, han apresado los cinco dedos en una uña, para que no puedan —como Adán— extender las manos para coger el fruto prohibido del árbol de la ciencia, con lo que se verían privados de los frutos del árbol de la vida[47], o como Prometeo (que es metáfora de lo mismo) extender las manos para robar el fuego de Júpiter[48] y encender la luz en la potencia racional. De esta forma nuestros divinos asnos, privados del conocimiento y afecto propios, vienen a entender tal como se les sopla en el oído por las revelaciones de los dioses o de sus vicarios[49] y en consecuencia no se gobiernan según otra ley que la de aquellos mismos. Por eso no se vuelven a derecha ni a izquierda, sino que siguiendo la lección y 879 razón que les da el cabestro o freno que los tiene por la garganta o por la boca, caminan según son tocados. Han engordado los labios, solidificado las quijadas, desarrollado los dientes, con el fin de que por muy duro, espinoso, áspero y fuerte de digerir que sea el alimento que se les ponga delante, no deje de ser apropiado a su paladar. Por eso se alimentan de pastos más rudos y groseros que cualquier otro animal que se alimente sobre el dorso de la tierra y todo eso para alcanzar esa vilísima bajeza por la que se vuelven dignos de una mayor exaltación, según aquello de que: Omnis qui se humiliat exaltabitur[50].
Sebasto.—Pero me gustaría saber cómo ese animalucho podrá distinguir que el que lo monta es Dios o el diablo[51], un hombre u otra bestia no mucho mayor o menor, si lo que él debe tener por más cierto de todo es que él es un asno y quiere seguir siendo un asno, y no puede llevar mejor vida ni tener mejores costumbres que las del asno, y no es posible, congruo y condigno que tenga otra gloria que la del asno.
Saulino.—Fiel es aquel que no permite que sean tentados por encima de sus posibilidades[52]. El conoce a los suyos, tiene y mantiene a los suyos como suyos y no le pueden ser arrebatados. ¡Oh, santa ignorancia!, ¡oh, divina locura!, ¡oh, sobrehumana asinidad! El arrebatado, profundo y contemplativo Areopagita afirma en carta a Cayo[53] que la ignorancia es una perfectísima ciencia, 880 como queriendo decir que la asinidad es una divinidad. El docto Agustín, muy embriagado de este divino néctar, testifica en sus Soliloquios que a Dios nos lleva antes la ignorancia que la ciencia y que la ciencia más que la ignorancia es lo que nos lleva a la perdición[54], Pretende que, como figura de todo eso, el redentor del mundo entró en Jerusalén con las piernas y pies de los asnos, significando anagógicamente en esta ciudad militante lo que se verifica en la ciudad triunfante, como dice el profeta salmista: Non in fortitudine equi voluntatem habebit, neque in tibiis viri beneplacitum erit ei[55].
Coribante.—Supple tu: sed in fortitudine et tibiis asinae et pulli filii coniugalis[56]
Saulino.—Para mostraros a continuación que sólo con la asinidad podemos aspirar a acercarnos a aquel alto observatorio[57], quiero que comprendáis y sepáis que no es posible en el mundo mejor contemplación que la que niega toda ciencia y toda aprehensión y juicio verdaderos, de manera que el conocimiento supremo es la estimación segura de que no se puede saber nada o no se sabe nada y por consiguiente conocer que no puede ser más que asno y no es más que asno. A esta meta llegaron los socráticos, platónicos, efécticos, pirronianos y otros semejantes, que no tenían las orejas tan pequeñas, los labios tan delicados y la cola tan corta como para que no pudieran verlas por sí mismos.
Sebasto.—Te ruego, Saulino, que no pases a otra consideración para confirmar y aclarar lo que dices, porque ya hemos oído 881 bastante por hoy. Además, ya ves que ha llegado la hora de cenar y el asunto requiere un más largo discurso. Por tanto te ruego (si Coribante es también de la misma opinión) que nos reunamos de nuevo mañana para elucidar este asunto y yo traeré conmigo a Onorio, el cual se acuerda de haber sido asno y por eso es un devotísimo pitagórico, además de tener discursos propios muy serios con los que podrá hacernos quizá saber algo importante.
Saulino.—Muy bien, así lo deseo, porque él aliviará mi trabajo.
Coribante.—Ego quoque huic adstipulor sententiae y ha llegado ya la hora en que debo dar licencia a mis discípulos para que propria revisant hospitia, proprios lares. Es más, si lubet, hasta que este asunto esté resuelto, cotidianamente me declaro yo dispuesto a hacerme presente aquí en vuestra compañía a las mismas horas.
Saulino.—Y yo no dejaré de hacer lo mismo.
Sebasto.—Salgamos, pues.
Fin del primer diálogo