AL ASNO CILENICO[1] DEL NOLANO914

Interlocutores: El Asno, Mico Pitagórico[2], Mercurio

El Asno.—Entonces ¿por qué he de desperdiciar tu excelso, raro y desacostumbrado regalo, fulgurante Iove?, ¿por qué he de tener sepultado bajo la negra y tenebrosa tierra de un ingratísimo silencio este talento tan grande que tú me concediste cuando me miraste (indicante fato) con ojo tan especial? ¿Voy a seguir soportando durante más tiempo el ser apremiado a hablar sin hacer salir de mi boca ese extraordinario estruendo que tu generosidad ha sembrado, en este confusísimo siglo, en mi espíritu interno para que saliera afuera? Abrase, ábrase, pues, con la llave de la oportunidad el paladar asinino, suéltese con la habilidad del sujeto la lengua, recójanse con las manos de la atención —enderezada 915 por el brazo de la intención— los frutos de los árboles y las flores de las plantas que hay en el huerto de la memoria asinina.

Mico.—¡Qué portento tan insólito, qué prodigio tan estupendo, qué maravilla tan increíble, qué suceso tan milagroso! ¡Que los dioses alejen de nosotros toda desgracia! ¿Habla el asno?, ¿el asno habla? Musas, Apolo, Hércules, ¿salen voces articuladas de semejante cabeza? Calla, Mico, quizá te engañas; quizá es que bajo esa piel se esconde algún hombre enmascarado para burlarse de nosotros.

Asno.—Piensa, Mico, que yo no soy un asno sofístico, sino un asno naturalísimo que hablo; e igual que ahora me ves con miembros de animal, también me acuerdo de haberlos tenido en otras ocasiones humanos.

Mico.—Después, demonio encarnado[3], te preguntaré quién, qué y cómo eres. Por ahora y en primer lugar quisiera saber qué nos pides, qué augurio nos traes, qué orden de los dioses portas, en qué terminará esta escena, con qué fin has puesto los pies en este nuestro pórtico mostrándote conscientemente parlanchín.

Asno.—Quiero que sepas, con respecto a tu primera pregunta, que trato de ser miembro y hacerme doctor de algún colegio o academia para que mi suficiencia quede acreditada a fin de que mis ideas no sean menos atendidas, mis palabras ponderadas y mi doctrina reputada con menor fe que…

Mico.—¿Es posible, Júpiter, que hayas jamás registrado ab aeterno un hecho, un suceso, un acontecimiento similar a éste?

Asno.—Deja a un lado el asombro de momento y respondedme 916 al punto, tú o algún otro de éstos que asombrados se reúnen para escucharme. Doctores que aquí comparecéis con vuestras togas, anillos y birretes; maestros, archimaestros, héroes y semidioses de la sabiduría: ¿queréis, os place, tenéis a bien aceptar en vuestro consorcio, sociedad, contubernio y bajo la banda y enseña de vuestra comunidad a este asno que veis y oís?[4]. ¿Por qué unos de vosotros se maravillan entre risas, otros se ríen maravillados, otros (la mayor parte) se muerden los labios atónitos y ninguno responde?

Mico.—Puedes ver que no hablan por causa del estupor y vueltos hacia mí me hacen todos la señal de que te responda yo. Como presidente me toca también darte la resolución y de mí debes esperar la decisión en nombre de todos.

Asno.—¿Qué academia es ésta que tiene escrito sobre la puerta Lineam ne pertransito?

Mico.—Es una escuela pitagórica.

Asno.—¿Podré entrar?

Mico.—Como académico no sin muchas y difíciles condiciones.

Asno.—¿Cuáles son esas condiciones?

Mico.—Son más bien muchas.

Asno.—He preguntado cuáles, no cuántas.

Mico.—Te responderé lo mejor que pueda, diciéndote las principales. En primer lugar, cuando alguien pretende ser recibido, antes de que se le acepte, debe ser cuadriculado en lo relativo a la disposición de su cuerpo, fisonomía e ingenio, por mor de la gran relación de dependencia que sabemos tiene el cuerpo con respecto al alma[5].

Asno.—Ab Iove principium, Musae[6], si él se quiere casar. 917

Mico.—En segundo lugar, una vez ha sido aceptado, se le da un plazo de tiempo (nunca inferior a dos años) durante el cual debe callar y no le está permitido que se atreva a formular ninguna pregunta, ni siquiera sobre cosas no entendidas, por no hablar ya de discutir y examinar cuestiones. Durante ese tiempo se le llama acústico. En tercer lugar, pasado este tiempo, le está permitido ya hablar, preguntar, escribir las cosas oídas y exponer las propias opiniones, recibiendo entonces el nombre de matemático o caldeo[7]. En cuarto lugar, informado de cosas similares y adornado con esos estudios, se entrega a la consideración de las obras del mundo y de los principios de la naturaleza y aquí detiene sus pasos, recibiendo el nombre de físico.

Asno.—¿No va más allá?

Mico.—Más que físico no puede ser, porque de las cosas sobrenaturales es imposible tener razones, excepto en la medida en que relucen en las cosas naturales. Por eso el considerarlas en sí mismas no se da en otro intelecto que en el purificado y superior[8].

Asno.—¿No existe entre vosotros metafísica?

Mico.—No; y lo que los demás ostentan como metafísica no es más que parte de la lógica[9]. Pero dejemos esto, que no viene a cuento. Tales son, en conclusión, las condiciones y reglas de nuestra academia.

Asno.—¿Éstas?

Mico.—Sí, señor.

Asno.—¡Oh, escuela honorable, estudio egregio, secta hermosa, 918 colegio venerable, gimnasio clarísimo, liceo invicto y academia entre las primeras primerísima! El asno errante, cual ciervo sediento, a vosotros, como fresquísimas y limpísimas aguas; el asno humilde y suplicante se presenta ante vosotros, benignísimos acogedores de peregrinos, deseoso de ser adscrito a vuestra sociedad.

Mico.—¿A nuestra sociedad, eh?

Asno.—Sí, sí, sí, señor; a vuestra sociedad.

Mico.—Váyase por aquella puerta, señor, que de esta otra están excluidos los asnos.

Asno.—Dime, hermano: ¿por qué puerta entraste tú?

Mico.—El cielo puede hacer que los asnos hablen, pero no que entren en la escuela pitagórica.

Asno.—No seas tan orgulloso, Mico, y recuerda que tu Pitágoras enseña a no despreciar nada de lo que se encuentra en el seno de la naturaleza. Aunque yo tengo ahora la forma de un asno, puedo haber tenido y tener en el futuro la forma de un hombre ilustre; y aunque tú seas un hombre, puedes haber sido y podrás ser en el futuro un gran asno, según parezca conveniente al que distribuye los hábitos y lugares y dispone sobre las almas transmigrantes[10].

Mico.—Dime, hermano: ¿has oído los artículos y condiciones de la academia?

Asno.—Perfectamente.

Mico.—¿Has examinado tu ser y si por algún defecto tuyo se te puede impedir la entrada?

Asno.—Suficientemente a mi entender.

Mico.—Entonces explícate.

Asno.—La principal condición que me ha hecho dudar ha sido la primera. Es cierto que no tengo el aspecto, las carnes blandas, 919 la piel delicada, tersa y gentil que los fisonomistas consideran aptísimas para la recepción del saber, porque la dureza de ellas repugna a la agilidad del intelecto. Pero me parece que el presidente debe poder dispensar de dicha condición, porque no debe dejar fuera a alguien cuando otras muchas cualidades suplen ese defecto, como por ejemplo la bondad de costumbres, la prontitud del ingenio, la capacidad de la inteligencia y otras condiciones amigas, hermanas e hijas de éstas. Además no se debe dar valor universal a que las almas sigan la complexión del cuerpo, porque puede ocurrir que algún principio espiritual más poderoso pueda vencer o superar el ultraje que la rudeza u otra mala disposición del cuerpo le causa. A este respecto os señalo el ejemplo de Sócrates, a quien el fisonomista Zopiro estimaba hombre inmoderado, estúpido, corto, afeminado, enamoradizo de niños e inconstante; todo lo cual le fue concedido por el filósofo, excepto que el acto de tales inclinaciones se consumara, puesto que él se moderaba mediante el estudio continuo de la filosofía, la cual había puesto en sus manos un firme timón contra el ímpetu de las olas de las malas disposiciones naturales, dado que todo puede superarse mediante el esfuerzo[11]. Después, en cuanto a la otra parte fundamental de la fisiognómica, consistente no en la complexión de los temperamentos, sino en la proporción armónica de los miembros, te hago saber que no es posible hallar en mí defecto alguno, si se juzga como es debido. Debéis de saber que el cerdo no debe ser un hermoso caballo, ni el asno un hermoso hombre, 920 sino el asno un hermoso asno, el cerdo un hermoso cerdo, el hombre un hermoso hombre. Y si, extrapolando el juicio, el caballo no parece hermoso al cerdo, tampoco el cerdo parece hermoso al caballo; si al hombre no le parece hermoso el asno y el hombre no se enamora del asno, tampoco por el contrario parece al asno hermoso el hombre y tampoco se enamora el asno del hombre. De forma que por lo que a esta ley se refiere, cuando las cosas se examinen y sopesen con la razón, el uno concederá al otro según las propias inclinaciones que las bellezas son diversas según diversas proporcionalidades; y nada es verdadera y absolutamente bello, excepto la belleza misma o lo que es bello por esencia y no por participación[12]. Además, en la misma especie humana lo que se dice de las carnes se debe entender respectu habito a veinticinco circunstancias y glosas que lo ajusten, porque de lo contrario resulta falsa la regla fisonómica de las carnes blandas, puesto que los niños no son más aptos para la ciencia que los adultos ni las mujeres más capaces que los hombres, a no ser que se llame aptitud mayor a aquella posibilidad que más lejana está del acto.

Mico.—Por ahora éste muestra saber muchas cosas. Prosigue, señor Asno, y haz tus razones todo lo gallardas que quieras, que

En las olas aras y en la arena siembras

Y el vagaroso viento esperas atrapar en redes,

Y fundas tus esperanzas en corazón de mujer[13],

si esperas que los académicos de esta u otra secta te podrán o 921 deberán conceder la entrada. Si eres sabio, conténtate con quedarte a solas con tu doctrina.

Asno.—Insensatos, ¿Creéis que yo os digo mis razones para que me las hagáis válidas? ¿Creéis que yo he hecho esto con otro fin que el de acusaros y haceros inexcusables ante Júpiter? Al hacerme docto Júpiter me hizo doctor. Ya sabía yo que el hermoso juicio de vuestra suficiencia escupiría esta sentencia: «—No es decoroso que los asnos entren en la academia junto con nosotros los hombres». Esto puede decirlo algún seguidor de cualquier otra secta, pero no podéis decirlo con razón vosotros los pitagóricos, que al negarme a mí la entrada, destruis los principios, fundamentos y cuerpo de vuestra filosofía[14]. Pues, ¿qué diferencia véis entre nosotros los asnos y vosotros los hombres, si no juzgáis las cosas por la superficie, rostro y apariencia? Además, decidme, jueces ineptos: ¿cuántos de vosotros yerran en la academia de los asnos?, ¿cuántos aprenden en la academia de los asnos?, ¿cuántos se doctoran, se pudren y mueren en la academia de los asnos?, ¿cuántos sacan provecho en la academia de los asnos?, ¿cuántos son preferidos, ensalzados, magnificados, canonizados, glorificados y deificados en la academia de los asnos, que si no hubieran sido y no fueran asnos no sé, no sé cómo les habría ido y les iría? ¿No hay muchos estudios honradísimos y esplendidísimos en los que se enseña a saber volverse asno para conseguir no sólo el bien de la vida temporal, sino también el de la vida eterna? [15]. Decid: ¿a cuántas y cuáles facultades y honores 922 se entra por la puerta de la asinidad? Decid: ¿cuántos se ven impedidos, excluidos, rechazados y vituperados por no participar de la facultad y perfección asininas? Entonces, ¿por qué no se va a permitir que alguno de los asnos o al menos un asno entre en la academia de los hombres? ¿Por qué no he de ser aceptado, si tengo la mayor parte de las voces y de los votos a mi favor en cualquier academia, dado que si no todos, al menos la mayor y máxima parte está inscrita y esculpida en la academia tan universal nuestra? Pues bien, si nosotros los asnos somos tan generosos y pródigos a la hora de recibir a todos, ¿por qué debéis ser vosotros tan reacios a aceptar cuanto menos a uno de nosotros?

Mico.—La dificultad es mayor en las cosas más dignas e importantes y no se hace tanto caso ni se abren tanto los ojos en cosas de escasa importancia. Por eso se recibe a todos en la academia de los asnos sin dificultad y sin muchos escrúpulos de conciencia, pero no debe ocurrir lo mismo en la academia de los hombres.

Asno.—Pero, señor, haz el favor de decirme y aclararme un poco: ¿cuál de estas dos cosas es más digna, que un hombre se vuelva asno o que un asno se vuelva hombre? Pero ahí viene mi Cilenio en persona; lo reconozco por el caduceo y las alas. Bienvenido, hermoso y alado mensajero de Júpiter, fiel intérprete de la voluntad de todos los dioses, generoso donante de las ciencias, enderezador de las artes, continuo oráculo de los matemáticos, calculador admirable, elegante orador, hermoso rostro, gallarda compostura, facundo aspecto, gracioso personaje, hombre entre los hombres, entre las mujeres mujer, desgraciado entre los desgraciados, entre los felices feliz, entre todos todo, que gozas con quien goza, con quien llora lloras; por eso por todas partes vas y estás, eres bien visto y aceptado. ¿Qué bien nos traes?

Mercurio.—Asno, puesto que cuentas con llamarte y ser académico, 923 yo —como quien te ha concedido otros dones y gracias— también ahora con autoridad plenaria te ordeno, constituyo y confirmo como académico y dogmático general, para que puedas entrar y habitar por doquier, sin que nadie te pueda cerrar la puerta o causar cualquier tipo de ultraje o impedimento, quibuscumque in oppositum non obstantibus. Entra, pues, donde te guste y plazca. Tampoco queremos que estés obligado por la regla del silencio bienal del orden pitagórico o por cualesquiera otras leyes ordinarias, ya que, novis intervenientibus causis, novae condendae sunt leges, proque ipsis condita non intelliguntur iura: interimque ad optimi iuidicium iudicis referencia est sententia, cuius intersit iuxta necessarium atque commodum providere. Habla, pues, entre los acústicos; considera y contempla entre los matemáticos; discute, pregunta, enseña, explica y afirma entre los físicos; hállate con todos, discurre con todos, hermánate, únete, identifícate con todos, domina a todos, sé todo.

Asno.—¿Lo habéis oído?

Mico.-No somos sordos.

FIN