DÍA VEINTIUNO
Querido diario:
¡No puedo más! Mi cuerpo entero flaquea y se resiente espantosamente. Han hecho aparición los calambres, las náuseas, los mareos, dolores y todo un largo etcétera de agravios. Mis fuerzas se desvanecen, querido diario, y me abandonan en este camino largo a mi suerte.
Ya he encontrado aquello que me preocupaba. Ha sido mi conciencia quien me lo ha revelado. Me ha dicho: «Has sido osado, Kiwiperonolafurta. Deberías haber esperado al señor Manti para que te condujera a Exteriorlandia de una forma segura. Pero eres cabezota e impulsivo. Partiste solo, sin evaluar los peligros que afrontarías ni discernir sobre las consecuencias de tu decisión».
Esto ha ido degenerando a lo largo de la jornada, como ocurre con un goterón de tinta que cae sobre un trozo de papel. Imagínese, querido diario, a un niño caprichoso jugando a extender ese goterón de tinta por todo el trozo de papel. Pues ese niño caprichoso sería una buena metáfora de la forma en que ha actuado mi agobiada imaginación sobre el error cometido —que sería el goterón de tinta; ¿ve qué masticadito se lo doy todo?—. Mi imaginación, haciéndose pasar descaradamente por mi conciencia, me hablaba de esta otra forma: «¡Quédate donde estás! ¿Para qué vas a seguir caminando?; jamás llegarás a ninguna parte. Ya es tarde para volver, has hecho demasiado camino. Tampoco llegarás a nada caminando hacia delante. ¡Para y, al menos, muere con tranquilidad! ¿Para qué vas a escribir esta noche? Ése es un asunto propio de los vivos».
¿Qué le parece, querido diario?
Pero no me he dado por vencido. Logré discernir la verdad de la conciencia de la mentira de la loca imaginación. Lo primero que hice cuando conseguí alcanzar la huidiza mano de la calma, fue reconocer los errores cometidos y asumirlos. Las cosas como son: Partí de casa del señor Lienzoeterno decidido a llegar a Exteriorlandia. No quise esperar a que llegase el señor Manti —el cual, me aseguraron, llegaría—. Por un lado, y esto también lo asumo, tuve miedo de que la gruta me atrapara en una de aquellas casas, como les ha sucedido a todos los habitantes de la misma que he ido conociendo. Por ello quise partir con celeridad. En un principio creí estar siendo prudente, pero confundí la prudencia, ahora lo veo, con el miedo —mal consejero—. No había mal alguno en esperar en casa del señor Lienzoeterno o del señor Gruacias. Pero, al ser tan impaciente, no me paré a pensar en algo aún más importante que llegar a Exteriorlandia: hacerlo con vida.
Esto he aprendido hoy, querido diario: incluso el obrar bien debe seguir un proceso, y no se ejecuta directamente. Cuando decidí conocerme a mí mismo, quería que estuviese hecho al instante. ¿Lo recuerda usted? Me forzaba y agobiaba cada día por conocer algo más sobre mí.
Debo salir de esta gruta y debo conocerme a mí mismo, pero todo a su tiempo, con calma, de forma natural. El camino ha de andarse. Uno no nace y enseguida muere. Fui imprudente, pues soy imprudente, igual que perezoso. Y, en realidad, si se fija usted, ambos defectos están relacionados en mí. Huyo de los esfuerzos —que así obra el impaciente y el perezoso—. ¿Acaso no es también cansado el decidir, o sólo el acometer? Enseguida quiero empezar lo que deseo llevar a cabo, y también enseguida concluir lo que empecé. Pero la meta es el mismo camino; no es que el camino sea necesario para llegar a la meta, es que la meta, en mi caso, es recorrer el camino.
Esto lo asumo, querido diario, ya se lo he dicho. Pero el resto es falso, y me va a permitir usted que lo rechace. A partir de ahora me cuidaré de meditar cada decisión con su justa atención. Hoy, esta noche, me pesa el haberme equivocado, pero mi deber mañana será el de perdonarme y olvidarlo. ¿Qué es eso de abandonar? ¿Qué es eso de no cumplir con mis deberes ante la adversidad? No dejaré de escribir este diario hasta que me sea imposible. Esto sería añadir pesares a los pesares.
Y ya dejemos este asunto, querido amigo. Éste… y todos, porque no tengo mucho más que decirle. El resto del día de hoy ha sido una extensión del de ayer. Mucho caminar, mucho beber, mucho pensar.
No pierdo la esperanza de llegar a Exteriorlandia. Mañana será otro día; caminaré lo que pueda. Pero ahora he de pensar en el descanso. Quizás me espere mi amada entre sueños, ¿quién sabe? Así que me deja usted en buenas manos. Procure descansar también. Espero que haya otro «buenas noches» mañana, mas, por ahora, válgale con el de hoy: Buenas noches, querido diario.