LIBRO II

Plan de refutación de Apión

A lo largo del libro primero, mi muy 1 1estimado Epafrodito, he mostrado la ver dad sobre la antigüedad de nuestro pueblo, apoyándome en los escritos de los fenicios, caldeos y egipcios, y presentando como testigos a muchos historiadores griegos. También he mantenido una controversia con Manetón, Queremón y algunos otros. Comenzaré ahora a refutar a los restantes autores que 2han escrito contra nosotros. Sin embargo, dudo que merezca la pena rebatir al gramático Apión[126], pues en sus escritos 3repite lo mismo que otros han dicho antes, ha añadido otras cosas que le dejan a uno frío, la mayor parte son bufonadas y, a decir verdad, dan prueba de una gran ignorancia, como propias de un hombre de carácter mezquino que fue un charlatán toda su vida. Pero como la mayoría de los hombres, 4debido a su insensatez, se sienten más atraídos por los relatos de este tipo que por los escritos serios, y se deleitan con las injurias y, en cambio, se enojan con los elogios, he considerado necesario no dejar sin examen a este autor que ha escrito contra nosotros una acusación como si se tratara 5de un juicio. Por otra parte, observo que muchos hombres se suelen alegrar cuando a alguien que ha comenzado calumniando a otro se le ponen en evidencia sus propios defectos. 6No es fácil exponer los argumentos de Apión, ni saber exactamente lo que quiere decir. Pero en el gran desorden y confusión de sus mentiras, se puede entender más o menos que unas vienen a coincidir con la misma idea de los autores examinados antes sobre la salida de Egipto de nuestros antepasados, y otras son una acusación contra los judíos 7residentes en Alejandría. En tercer lugar, mezcla con esto acusaciones contra las ceremonias de nuestro templo y contra el resto de nuestras leyes.

Lo que dice Apión respecto a Moisés y a las enfermedades de los judíos expulsados de Egipto no tiene sentido

2 8Que nuestros antepasados no eran de origen egipcio y que no fueron expulsados de allí a causa de enfermedades contagiosas u otras calamidades semejantes creo ha9berlo probado más arriba, no sólo suficientemente sino incluso más allá de lo razonable. Voy a mencionar brevemente 10lo que añade Apión. En el libro tercero de su Historia de Egipto dice lo siguiente: «Moisés, como he oído decir a los egipcios más ancianos, era de Heliópolis; fiel cumplidor de las costumbres de su patria, levantó lugares de oración al aire libre en los recintos que al efecto tenía la ciudad y los orientó todos hacia el 11Este[127], pues así está orientada también Heliópolis. En lugar de obeliscos[128], erigió columnas bajo las cuales había una barca esculpida; la sombra proyectada sobre ella por una estatua, al estar al aire libre, describía un círculo que correspondía al curso del sol en el cielo». Tal es la sorprendente afirma12ción del gramático. Esta falsedad no necesita comentarios, sino que los mismos hechos la evidencian. En efecto, ni el propio Moisés, cuando construyó el primer tabernáculo a Dios, colocó en él ninguna escultura de ese tipo ni recomendó a sus sucesores que lo hicieran. Y Salomón, que más tarde construyó el templo de Jerusalén, prescindió de cualquier tipo de obra superflua como la que ha imaginado Apión. Afirma haber oído a los ancianos que Moisés era de 13Heliópolis: está claro que, siendo él más joven, se ha fiado de quienes por su edad debieron de haber conocido a Moisés y vivido en su época. Y él, a pesar de ser un gramático, no 14podría decir con certeza cuál fue la patria del poeta Homero, ni la de Pitágoras, que vivió casi ayer o anteayer. En cambio, acerca de Moisés, que vivió tantos años antes que éstos. Apión se muestra tan confiado en los relatos de los ancianos que hace patente su falsedad. Respecto a la época en que, 15según él, Moisés guió a los leprosos, los ciegos y los cojos, el exacto gramático, a mi parecer, coincide completamente con los escritores anteriores a él. Pues bien, Manetón dice 16que los judíos fueron expulsados de Egipto durante el reinado de Tetmosis, trescientos noventa y tres años antes de la huida de Dánao a Argos; según Lisímaco, el hecho tuvo lugar en el reinado de Bocoris, es decir, hace mil setecientos años. Molón y algunos otros dan las fechas que les parece. Pero Apión, el más fidedigno de todos, fija con toda precisión 17el éxodo en la Séptima Olimpíada, y fue en el primer año de la misma, dice, cuando los fenicios fundaron Cartago[129]. Ha añadido lo de Cartago, pensando que era el testimonio más evidente de su veracidad, sin darse cuenta de que con ello 18conseguía su propia refutación. Pues, si en lo referente a esta colonia debemos dar crédito a los documentos de los fenicios, en ellos está escrito que el rey Hiram precede en ciento 19cincuenta y cinco años a la fundación de Cartago[130]. Más arriba, a partir de los documentos fenicios, he presentado pruebas de que Hiram era amigo de Salomón, el que edificó el templo de Jerusalén, y de que contribuyó generosamente a su construcción[131]. Pero Salomón edificó el templo seiscientos doce años después de la salida de los judíos de 20Egipto[132]. Después de haber dado a la ligera la misma cifra de los expulsados que Lisímaco[133] —dice que eran ciento diez mil—, añade Apión el motivo extraordinario y verosímil 21que, en su opinión, explica el nombre del sábado. «Cuando llevaban seis días de camino, dice, les salieron úlceras en las ingles y por ello decidieron descansar el séptimo día al llegar sanos y salvos al país llamado actualmente Judea. A ese día le llamaron sábado conservando el término egipcio, pues los 22egipcios llaman a la úlcera en las ingles sabbo». ¿Cómo no reírse de esta tontería, o por el contrario, indignarse ante la desvergüenza que permite escribir cosas semejantes? ¡Está claro que los ciento diez mil hombres sufrieron de úlceras en las ingles! Pero si eran ciegos, cojos o enfermos de todo tipo, 23como asegura Apión, no habrían podido caminar ni un solo día. Ahora bien, si fueron capaces de atravesar un extenso desierto y de vencer combatiendo a todos los enemigos que se les enfrentaban, no es posible que todos a la vez se vieran aquejados de úlceras al cabo de seis días. No es natural que 24tal enfermedad surja espontáneamente en las personas que por fuerza se ven obligadas a caminar; en los ejércitos muchos miles de hombres caminan durante muchos días seguidos las etapas establecidas. Por otra parte, no se puede creer que esto les haya sobrevenido de repente; eso sería lo más absurdo de todo. El sorprendente Apión, después de afirmar que 25llegaron a Judea en seis días[134], dice a continuación que Moisés subió al monte llamado Sinaí, que está entre Egipto y Arabia, permaneció allí oculto cuarenta días y, cuando descendió, entregó las leyes a los judíos. Sin embargo, ¿cómo es posible que fueran los mismos hombres los que permanecieran cuarenta días en un desierto sin agua y atravesaran todo el espacio en seis días? El cambio gramatical que hace en el 26nombre del sábado denota o mucha desvergüenza o una tremenda ignorancia; pues sabbo y sábado son muy diferentes. Sábado en la lengua de los judíos significa el cese de todo 27trabajo, mientras que sabbo significa entre los egipcios, tal como él dice, úlcera en la ingle.

Apión pretende hacer pasar por egipcios a los judíos

3 28Éstas son algunas de las novedades que el egipcio Apión ha introducido acerca de Moisés y de la expulsión de Egipto de los judíos, en contradicción con otros autores. ¿Por qué habría que extrañarse de que mienta sobre nuestros antepasados di29ciendo que eran egipcios de raza, cuando este Apión miente sobre sí mismo en sentido contrario? Nacido en el Oasis de Egipto[135] y siendo más egipcio que nadie, como podría decirse, ha renegado de su verdadera patria y de su raza y, cuando se hace pasar por alejandrino, confiesa la ignominia 30de su raza. Es natural que llame egipcios a los que odia y quiere insultar. Pues si él no pensara que los egipcios son el pueblo más despreciable, no habría escapado de esa raza: los hombres que están orgullosos de su patria se sienten halagados al ser llamados ciudadanos de la misma y censuran 31a los que sin derecho se arrogan ese título. Los egipcios manifiestan uno de estos dos sentimientos respecto a nosotros: o simulan un parentesco con nosotros para obtener prestigio, o nos arrastran hacia ellos para hacernos partícipes de su 32mala reputación. El noble Apión, cuando nos calumnia, parece querer pagar a los alejandrinos el derecho de ciudadanía que le concedieron y, conociendo su odio hacia los judíos que habitan con ellos en Alejandría, ha decidido injuriarlos, alcanzando a todos los demás judíos, mintiendo desvergonzadamente sobre unos y otros.

Acusaciones de Apión contra los judíos de Alejandría

Veamos, pues, las graves y horribles acu4 33saciones que ha dirigido contra los judíos que habitan en Alejandría: «Llegados de Siria, dice, se establecieron junto a un mar sin puertos, cerca de los rompientes de las olas». Ahora bien, si este sitio merece un reproche, Apión se 34lo hace a su patria no real, sino supuesta, Alejandría. Pues el barrio marítimo forma también parte de la ciudad y es, como todos reconocen, el más hermoso para residir. No sé 35qué habría dicho Apión si los judíos se hubieran instalado cerca de la necrópolis en vez de hacerlo junto al palacio real[136]. Si los judíos han ocupado ese lugar por la fuerza, sin 36haber sido expulsados más tarde, es una prueba de su valentía. Alejandro les concedió este lugar para su residencia[137] y entre los macedonios tuvieron su misma consideración y hasta nuestros días su tribu ha llevado el nombre de macedonios. Si ha leído las cartas del rey Alejandro y de Ptolomeo, 37hijo de Lago, si ha tenido a su alcance los decretos de los posteriores reyes de Egipto, así como la estela que se eleva en Alejandría, que contiene los derechos otorgados a los judíos por César el Grande[138], si conocía todo eso, digo, y se ha atrevido a escribir lo contrario, es un malvado; pero si no conocía nada de ello, es un ignorante. Y cuando se extraña 38de que siendo judíos hayan sido llamados alejandrinos, demuestra la misma ignorancia. Pues todos los hombres convocados para habitar una colonia, aunque sean de origen completamente diferente entre sí, reciben el nombre de los 39fundadores de la misma. ¿Para qué citar a otros pueblos? Entre nosotros mismos, los que habitan en Antioquía son llamados antioqueos, ya que su fundador Seleuco les concedió el derecho de ciudadanía[139]. Igualmente, los judíos de Éfeso y los del resto de Jonia tienen el mismo nombre que los ciudadanos indígenas, derecho que les otorgaron los sucesores 40de Alejandro[140]. ¿No han compartido los romanos generosamente su nombre con casi todos los hombres y no sólo con personas individuales, sino con grandes naciones enteras? Así, los antiguos iberos, los etruscos y los sabinos son llama41dos romanos[141]. Y si Apión suprime esta clase de ciudadanía, que deje de llamarse alejandrino. Pues, nacido, como dije antes, en lo más profundo de Egipto ¿cómo podría ser él alejandrino si se suprime la ciudadanía por concesión como pide para nosotros? Ciertamente, los egipcios son el único pueblo a quien los romanos, dueños actualmente del mundo, 42han negado la participación de cualquier otra ciudadanía[142]. Pero Apión es tan noble que, mientras pretende participar de algo que le está prohibido, se dedica a denunciar a los que lo han obtenido justamente. No fue la falta de habitantes que quisieran poblar la ciudad que Alejandro había fundado con tanto esfuerzo la razón por la que éste reunió allí a algunos de los nuestros, sino que, después de haber probado cuidadosamente la virtud y la lealtad de todos, concedió este privilegio a los nuestros. Estimaba tanto a nuestro pueblo 43que, según el testimonio de Hecateo, en reconocimiento de la bondad y lealtad que le habían demostrado los judíos, añadió a otros favores la exención de tributos para Samaria[143]. Ptolomeo, hijo de Lago, compartía los sentimientos de Ale44jandro hacia los judíos residentes en Alejandría. Les confió las fortalezas de Egipto, pensando que las guardarían leal y valerosamente[144]; y como quería fortalecer su dominio sobre Cirene y las restantes ciudades de Libia, envió una parte de los judíos a establecerse allí[145]. Su sucesor Ptolomeo, llamado 45Filadelfo, no sólo devolvió todos los judíos que tenía prisioneros, sino que incluso nos dio dinero en muchas ocasiones y, lo que es más importante, quiso conocer nuestras leyes y leer nuestras Sagradas Escrituras[146]. Envió una embajada a 46los judíos pidiéndoles que le enviaran hombres que le tradujesen la ley; y no confió a cualquiera el cuidado de que se hiciera bien la transcripción, sino a Demetrio Falereo, Andreas y Aristeas; Demetrio era el hombre más sabio de su 47tiempo, y los otros a quienes encargó la supervisión de este trabajo, sus guardias personales. Sin duda no habría deseado conocer nuestras leyes y la sabiduría de nuestros antepasados, si hubiera despreciado a los hombres que las utilizaban en vez de admirarlos mucho.

Aprecio de los reyes de Egipto y de los emperadores romanos por los judíos de Alejandría

5 48Apión no ha advertido la gran bienquerencia que han demostrado hacia nosotros, sucesivamente, casi todos los reyes de sus antepasados macedonios. En efecto, Ptolomeo III, llamado Evérgetes, después de haber conquistado toda Siria, no hizo sacrificios a los dioses de Egipto en acción de gracias por su victoria, sino que vino a Jerusalén y, según nuestros ritos, ofreció numerosos sacrificios 49a Dios e hizo ofrendas dignas de la victoria[147]. Ptolomeo Filométor y su esposa Cleopatra confiaron a los judíos todo su reino; los estrategos de todo su ejército eran dos judíos, Onías y Dositeo[148], cuyos nombres ridiculiza Apión cuando debería admirar sus acciones y, en vez de injuriarlos, agradecerles que salvaran Alejandría, cuya ciudadanía se atribuye, 50Pues, cuando los alejandrinos estaban en guerra con la reina Cleopatra y corrían peligro de ser aniquilados miserablemente, esos hombres negociaron un acuerdo y evitaron la desgracia de una guerra civil[149]. «Pero, más tarde, dice Apión, Onías condujo un gran ejército contra la ciudad, en la cual se encontraba Termo, el embajador de los romanos»[150]. Yo 51diría que actuó correctamente y con toda razón, pues Ptolomeo, llamado Fiscón, al morir su hermano Ptolomeo Filométor, vino de Cirene con el propósito de expulsar del reino a Cleopatra[151] y a los hijos del Rey y apoderarse injustamente del reino. Por ese motivo, Onías emprendió una guerra contra 52él en defensa de Cleopatra, y ni siquiera en el peligro traicionó la lealtad que había tenido a sus reyes. Dios dio claro testi53monio de su justicia, pues, Ptolomeo Fiscón no se lanzó a luchar contra el ejército de Onías, sino que cogió a todos los judíos de la ciudad con sus mujeres e hijos y los puso desnudos y atados bajo los elefantes para que murieran aplastados por esos animales, a los que había embriagado con este fin. Sin embargo, resultó lo contrario de lo que había preparado[152]: los elefantes, dejando a los judíos tendidos 54ante ellos, atacaron a los amigos de Fiscón y mataron a un gran número. Más tarde, Ptolomeo tuvo una terrible aparición que le prohibía maltratar a aquellos hombres. Y como 55su concubina favorita, a la que unos llaman Ítaca y otros Irene, le suplicase que no cometiera una impiedad semejante, él accedió e hizo penitencia por lo que ya había hecho y por lo que había planeado hacer. Por eso, los judíos de Alejandría, como es sabido, decidieron con razón celebrar este día en el que claramente habían merecido de Dios su salvación. Pero 56Apión, que lo calumnia todo, se ha atrevido incluso a calumniar a los judíos por haber hecho la guerra a Fiscón, cuando debería alabarlos por ello. También menciona a Cleopatra, la última reina de Alejandría, y nos reprocha la hostilidad que nos demostró en vez de ocuparse en censurarla 57 a ella, que cometió toda clase de injusticias y de crímenes contra sus parientes, contra sus maridos, que además la amaban, o contra los romanos en general y los emperadores, benefactores suyos; que incluso llegó a matar en el templo a su hermana Arsínoe que no le había causado ningún daño[153]; que asesinó traidoramente a su hermano[154] y despojó a los 58dioses patrios y las tumbas de sus antepasados[155]; que a pesar de haber recibido el reino del primer César, tuvo la osadía de rebelarse contra su hijo y sucesor, y seduciendo a Antonio con su pasión amorosa, lo convirtió en enemigo de su patria y traidor a sus amigos, despojando a unos de su 59rango real y empujando a otros hasta el crimen. Pero ¿qué más se puede decir si, abandonando en el combate naval al que era su marido y padre de sus hijos, le obligó a entregar 60su ejército y su mando para seguirla? Finalmente, cuando Alejandría fue tomada por César[156], se encontró en tal situación que no halló otra esperanza de salvación que el suicidio, por el hecho de que se había mostrado cruel y desleal con todos. ¿No crees que debemos estar orgullosos de que, como dice Apión, en tiempo de hambre se haya negado a repartir 61trigo a los judíos? Ciertamente, ella recibió el castigo que merecía; nosotros, en cambio, contamos con César como el mayor testigo de la ayuda y la fidelidad que le prestamos contra los egipcios[157]; contamos también con el Senado, y sus decretos y con las cartas de César Augusto en las que se reconocen nuestros méritos. Apión debía haber examinado 62esas cartas y haber analizado, según su género, los testimonios redactados bajo Alejandro y todos los Ptolomeos, así como lo establecido por el Senado y por los más importantes generales romanos. Pues si Germánico no pudo distribuir 63trigo a todos los habitantes de Alejandría, ello es prueba de una mala cosecha y de la escasez de trigo, pero no es una acusación contra los judíos[158]; la opinión de todos los emperadores sobre los judíos que vivían en Alejandría es bien conocida. La administración del trigo les fue retirada a ellos 64igual que a los demás alejandrinos, pero conservaron la gran confianza que en otro tiempo les habían otorgado los reyes, esto es, la custodia del río y de toda la [frontera][159], pues nunca fueron considerados indignos de ella.

Conducta ejemplar de los judíos de Alejandría

Pero Apión insiste: «¿Cómo es que, sien6 65do ciudadanos, no adoran a los mismos dioses que los alejandrinos?» A lo cual yo respondo: ¿Por qué vosotros, que sois todos egipcios, peleáis unos contra otros encarnizadamente y sin tregua en una guerra religiosa[160]?¿Acaso 66dejamos de llamaros a todos vosotros egipcios y, en general, hombres, por adorar animales contrarios a nuestra naturaleza y alimentarlos con sumo cuidado, siendo así que nuestra 67especie parece ser única e idéntica? Si entre vosotros los egipcios las creencias son tan diferentes, ¿por qué te sorprendes de que hombres que han llegado a Alejandría de otra parte hayan continuado observando sus leyes, establecidas 68primitivamente, a este respecto? Nos hace también responsables de la sedición; y si puede acusar de esto con razón a los judíos instalados en Alejandría ¿por qué nos culpa a todos dondequiera que estemos viviendo por el hecho de que todo el mundo reconozca la concordia que existe entre 69nosotros? Además, cualquiera podrá darse cuenta de que los autores de la sedición han sido ciudadanos de Alejandría semejantes a Apión. Mientras los griegos y los macedonios fueron dueños de esta ciudad, no llevaron a cabo ninguna sedición contra nosotros, sino que toleraban nuestras antiguas solemnidades. Pero, cuando el número de egipcios fue creciendo entre aquéllos a causa de los desórdenes de la época, las sediciones fueron constantes. Con todo, nuestra raza 70permaneció pura Así pues, ellos fueron el origen de este problema, pues el pueblo egipcio nunca tuvo la firmeza de los macedonios ni la prudencia de los griegos; todos adoptaron las malas costumbres de los egipcios y manifestaron su antigua 71enemistad hacia nosotros. Lo que se atreven a reprocharnos a nosotros se cometió en otra parte. Como la mayoría de ellos no lograron obtener el derecho de ciudadanía, llaman extranjeros a los que, como es sabido, recibieron de los 72señores este privilegio. Pues a los egipcios no parece que les haya concedido ese derecho ningún rey, ni en nuestra época ningún emperador. En cambio, a nosotros Alejandro nos contó entre los ciudadanos, los reyes aumentaron nuestros privilegios y los romanos han tenido a bien mantenerlos 73siempre. Apión ha intentado que se nos derogaran porque no levantamos estatuas de los emperadores, como si éstos lo ignorasen o necesitasen la defensa de Apión. Debería mejor admirar la magnanimidad y la moderación de los romanos que no obligan a sus súbditos a transgredir las leyes de sus padres, sino que aceptan los honores que les ofrecen de manera piadosa y legítima, porque los honores que se tributan por necesidad o violencia carecen de agradecimiento. Así, los 74griegos y algunos otros creen que es bueno erigir estatuas, y se complacen haciendo pintar los retratos de sus padres, esposas e hijos; algunos, incluso, adquieren estatuas de personas que no tienen nada que ver con ellos; otros las hacen de sus esclavos favoritos. ¿Qué hay, pues, de extraño en verles rendir este honor a sus príncipes y señores? Ahora 75bien, nuestro legislador [desaprobó esta práctica] no como si en una profecía se nos hubiera prohibido honrar el poder romano, sino desdeñando algo que le parecía inútil para Dios y para los hombres y por ello prohibió que se construyeran imágenes inanimadas de todo ser vivo y con mayor razón de Dios[161], como se probará después. Sin embargo, no 76ha prohibido honrar a los hombres de bien después de Dios con honores de otra clase con los cuales ensalzamos a los emperadores y al pueblo romano. Hacemos continuos 77sacrificios por ellos[162] y celebramos tales ceremonias a expensas de todos los judíos todos los días, pero no ofrecemos nunca sacrificios a expensas de la comunidad…[163]. Solamente concedemos a los emperadores este honor supremo que negamos a cualquier otro hombre. Esto es la respuesta 78general a Apión por lo que ha dicho sobre Alejandría.

La absurda leyenda de la adoración de una cabeza de asno

7 79Admiro también a los que han dado pábulo a tales cosas, me refiero a Posidonio[164] y Apolonio Molón, porque nos acusan de no dar culto a los mismos dioses que los demás. Para ello mienten igualmente e inventan calumnias absurdas sobre nuestro templo, sin darse cuenta de que actúan impíamente, aunque no hay nada más vergonzoso para los hombres libres que mentir, por el motivo que sea y, sobre todo, a propósito de un templo famoso entre todos los hombres y apreciado por su gran santidad. 80Apión se ha atrevido a decir que en ese santuario los judíos habían colocado una cabeza de asno a la que adoraban y consideraban digna de gran veneración[165]; afirma que el hecho se supo cuando Antíoco Epífanes saqueó el templo y 81se encontró la cabeza, de oro y de un precio considerable. A esto le respondo en primer lugar que, aunque tal cosa hubiera existido entre nosotros, él, como egipcio, no tendría nada que reprocharnos, porque el asno no es inferior a los hurones, los machos cabríos u otros animales que los egipcios tienen 82por dioses. En segundo lugar, ¿cómo no se ha dado cuenta de que los hechos le censuran su increíble mentira? Siempre hemos tenido las mismas leyes, de las cuales nos servimos constantemente, y cuando circunstancias adversas han cubierto de vejaciones a nuestra ciudad, igual que a otras, y Antíoco el Piadoso[166], Pompeyo el Grande, Licinio Craso[167] y, recientemente, Tito César, vencedores en la guerra, han ocupado el templo[168], no han encontrado allí nada semejante, sino el más puro sentido religioso, sobre el cual no tenemos nada que ocultar a los demás. Pero que Antíoco 83saqueó injustamente el templo[169], a lo que llegó por necesidad de dinero sin haberse declarado enemigo, que nos atacó a nosotros, sus aliados y amigos, y que no encontró allí nada ridículo, lo han atestiguado muchos y dignos historiadores, 84como Polibio de Megalópolis, Estrabón el Capadocio, Nicolás de Damasco, Timágenes[170], el cronógrafo Cástor[171] y Apolodoro[172]. Todos dicen que Antíoco, escaso de dinero, violó los pactos y saqueó el templo de los judíos, que estaba lleno de oro y plata. Esto es lo que Apión debiera haber tenido en 85cuenta si él mismo no hubiera tenido un corazón de asno y una desvergüenza de perro, animales a los que suelen adorar los de su raza. Su mentira está fuera de cualquier razonamiento. Nosotros no concedemos honor ni prerrogativa 86alguna a los asnos, como hacen con los cocodrilos o las víboras los egipcios, que consideran dichosos y merecedores de la divinidad a los que son mordidos por las víboras o devorados por los cocodrilos. Entre nosotros como entre 87otras gentes sensatas, los asnos transportan la carga que se les pone encima, y si se acercan a las eras a comer o no cumplen su tarea reciben muchos golpes, ya que se utilizan 88en el trabajo y en la agricultura. Pero, o Apión es muy torpe para inventar mentiras o no ha sabido concluirlas justamente a partir de un hecho, pues ninguna calumnia contra nosotros puede tener éxito.

Otra calumnia: el asesinato ritual

8 89Apión cuenta otra fábula de procedencia griega, que está llena de maldad contra nosotros. Sobre esto bastará decir que, si alguien se atreve a hablar de religiosidad, conviene que no ignore que es menos impuro violar el recinto del templo que calumniar a los sacerdotes. 90Pero estos autores dedican más atención a defender a un rey sacrilego que a escribir los hechos exactos y verídicos sobre nosotros y sobre nuestro templo. Quieren defender a Antíoco y encubrir la deslealtad y el sacrilegio que cometió contra nuestro pueblo a causa de su escasez de dinero, inventando contra nosotros la calumnia que voy a referir a continuación. 91Apión se ha convertido en el portavoz de los otros y dice que Antíoco encontró en el templo un lecho donde había un hombre acostado y delante de él una mesa llena de manjares, peces, animales terrestres y volátiles. El hombre estaba estu92pefacto. Al entrar el Rey, le saludó al instante con adoración, como si le trajese un gran alivio. Cayendo de rodillas, con la mano derecha extendida, le pidió su libertad. El Rey le dijo que confiara en él y le dijera quién era, por qué vivía allí y cuál era la razón de aquella comida. Entonces el hombre, entre gemidos y lágrimas, le contó su desgracia en tono 93lastimoso. Dijo, continúa Apión, que era griego y que mientras recorría la provincia ganándose la vida, había sido capturado de repente por hombres de raza extranjera que le habían llevado al templo y encerrado allí. No dejaban que nadie le viera y le preparaban toda clase de manjares para que engordara. Al principio, tuvo aquello por un inesperado 94beneficio y le produjo contento, luego sospechas, y más tarde estupor. Finalmente, tras preguntar a los servidores que le atendían, conoció la ley inefable de los judíos, en nombre de la cual era alimentado, costumbre que practicaban todos los años en una época determinada. Atrapaban a 95un viajero griego y lo cebaban durante un año. Luego lo llevaban a un bosque donde lo mataban. Sacrificaban su cuerpo según sus ritos, comían sus vísceras y, durante la inmolación, juraban mantener su enemistad contra los griegos; luego, arrojaban a una fosa los restos de la víctima. Refiere después Apión que aquel hombre había dicho que le 96quedaban ya pocos días de vida y que había suplicado al Rey que por respeto a los dioses de los griegos y para vencer las insidias de los judíos contra su raza, le librase de los males que le amenazaban. Semejante fábula no sólo está 97llena de toda clase de efectos dramáticos, sino que abunda en cruel desvergüenza y no libra a Antíoco del sacrilegio como creen los que han escrito esto en su favor. En efecto, 98éste no entró en el templo porque sospechara algo semejante, sino que, como dicen, lo encontró allí inesperadamente. Fue, pues, deliberadamente injusto, impío y ateo, sea cual sea el exceso de falsedad que con toda facilidad se percibe en el relato. Como es sabido, nuestras leyes no se diferencian 99solamente de las de los griegos, sino también, y sobre todo, de las de los egipcios y de las de otros muchos pueblos. Ahora bien, ¿cuál de estos pueblos no ha tenido que viajar alguna vez por nuestra tierra? ¿Y por qué íbamos a actuar sólo contra los griegos derramando su sangre en una conjura renovada? ¿Cómo es posible que todos los judíos se reunieran 100junto a estas víctimas y que sus vísceras bastaran para que las probaran tantos miles de hombres, según dice Apión? ¿Por qué después de haber descubierto a este hombre, quien101quiera que haya sido, no hace constar su nombre? ¿Cómo es que el rey no lo condujo a su patria con gran pompa si, actuando así, podía haber conseguido una excelente reputación de hombre piadoso y amigo eximio de los griegos, obteniendo a la vez de todo el mundo importantes recursos 102contra el odio de los judíos? Pero dejemos esto. A los insensatos conviene refutarlos no con palabras, sino con hechos. Todos los que han visto la construcción de nuestro templo saben cómo era y conocen las barreras infranqueables 103que defendían su pureza[173]. Tenía cuatro pórticos concéntricos y cada uno de ellos tenía su propia guardia, según establecía la ley. En el pórtico exterior podían entrar todos, incluso los extranjeros, únicamente se prohibía la entrada a las mujeres 104durante la menstruación; en el segundo pórtico entraban todos los judíos y sus mujeres cuando estaban puras de toda mancha; en el tercero, los judíos varones sin mancha y purificados; en el cuarto, los sacerdotes revestidos de sus ropas sacerdotales; en el santuario sólo podían entrar los príncipes de los sacerdotes revestidos de las ropas sacerdotales 105que les son propias. El culto está dispuesto tan minuciosamente en cada uno de sus detalles que la entrada de los sacerdotes está fijada a determinadas horas. Por la mañana, al abrirse el templo, debían entrar para ofrecer los sacrificios tradicionales y, otra vez a mediodía, hasta que se cerraba. 106No está permitido llevar al templo ni siquiera un vaso; en el interior no hay más que un altar, una mesa, un incensario y un candelabro[174], todo lo cual está mencionado en la ley. Allí no hay nada más; ni se celebra ningún tipo de ceremonia 107secreta que no pueda revelarse, ni se sirve ninguna comida en el interior. Todo lo que acabo de decir lo puede testimoniar todo el pueblo y también los propios hechos. Aunque haya 108cuatro tribus de sacerdotes[175] y cada una de ellas comprenda más de cinco mil personas, ofician en grupos en días determinados; transcurridos éstos, otros sacerdotes que les suceden acuden a los sacrificios. Se reúnen en el templo a mediodía y reciben de sus predecesores las llaves y el número exacto de vasos, sin que sea introducida en el templo ninguna cosa que tenga que ver con la comida o la bebida. Pues está 109prohibido incluso presentar ante el altar esa clase de cosas, a excepción de las que se preparan para los sacrificios. Así pues, ¿qué podemos decir de Apión, quien sin examinar los hechos, ha presentado cosas tan increíbles? Es vergonzoso, pues ¿no ha prometido, como gramático, presentar un relato verídico de la historia? Conociendo la piedad observada en 110nuestro templo, no la ha tenido en cuenta, ha inventado el secuestro del hombre griego, un banquete secreto, unas comidas costosas y suntuosas y unos esclavos entrando en un lugar cuyo acceso está prohibido incluso a los judíos más nobles si no son sacerdotes. Esto es una impiedad horrible y 111una mentira deliberada para engañar a los que no han querido examinar la verdad. En realidad, lo que ha intentado con esos crímenes y misterios es perjudicarnos.

Otra invención: Un idumeo, disfrazado de Apolo, roba una cabeza de asno en el templo

9 112Apión ridiculiza de nuevo a los judíos como muy supersticiosos, añadiendo a su fábula el testimonio de Mnáseas[176]. Dice que este autor refiere que durante la guerra que sostuvieron los judíos contra los idumeos, hace ya mucho tiempo en una ciudad idumea llamada Dora[177], un hombre llamado Zabido, que daba culto a Apolo, fue a entrevistarse con los judíos y les prometió entregarles a Apolo, el dios de 113Dora, que vendría a nuestro templo si todos se alejaban. Y toda la muchedumbre de los judíos lo creyó. Entonces Zabido construyó un artefacto de madera, fijó en él tres hileras de lámparas y se lo colocó alrededor. Se paseó así, de forma que, para los que estaban lejos, parecía una constelación de 114estrellas caminando por la tierra. Asombrados por el inesperado espectáculo, los judíos se mantuvieron a distancia y en silencio. Zabido, con toda tranquilidad, llegó al templo, arrancó la cabeza de oro del asno —así lo escribe para 115hacerse el gracioso— y volvió de nuevo a Dora a toda prisa. ¿No podríamos decir nosotros que Apión carga excesivamente el asno, es decir a sí mismo, con el peso de sus disparates y mentiras? Escribe sobre lugares que no existen y cambia las 116ciudades de sitio sin saberlo. Idumea, situada junto a Gaza, limita con nuestro país y no tiene ninguna ciudad que se llame Dora. En cambio, en Fenicia, hay una ciudad llamada Dora cerca del monte Carmelo, que nada tiene que ver con las necedades de Apión, ya que está a cuatro días de camino 117de Idumea. ¿Y por qué continúa acusándonos de no tener los mismos dioses que los demás, si nuestros padres se dejaron convencer tan fácilmente de que Apolo iba a llegar junto a ellos y creyeron verle paseándose por la tierra con las estrellas? ¡Seguro que no habían visto anteriormente una lámpara 118quienes celebran sus fiestas con tantas y tan bellas luminarias[178]! ¡Y cuando avanzaba a través del país, entre tantos miles de habitantes, nadie le salió al encuentro! ¡Y en plena guerra encontró las murallas sin centinelas! Omito lo demás, pero las puertas del Templo tenían sesenta codos de altura, 119veinte de anchura[179], todas eran doradas y casi de oro macizo; cada día las cerraban doscientos hombres[180], por lo menos, y estaba prohibido dejarlas abiertas. Y aquel portador de 120lámparas las abrió fácilmente él solo, supongo, y salió llevándose la cabeza de asno. Y ésta ¿volvió por sí sola a nosotros, o el que la había cogido la llevó de nuevo al templo para que la encontrara Antíoco, proporcionando a Apión una segunda fábula?

El supuesto juramento de odio a los griegos[181]

Ha inventado también que nosotros ha10 121cemos un juramento ante Dios, que ha creado el cielo, la tierra y el mar, de no mostrar benevolencia hacia ningún extranjero y especialmente hacia los griegos[182]. 122Una vez puesto a mentir, debería haber dicho «hacia ningún extranjero y especialmente hacia los egipcios». Pues así el juramento estaría en consonancia con los embustes del principio, si verdaderamente nuestros antepasados fueron expulsados por sus parientes egipcios no por su maldad, sino 123por sus enfermedades. De los griegos estamos demasiado alejados tanto por la situación geográfica como por las costumbres para que sintamos hacia ellos odio o envidia. Al contrario, ha ocurrido que muchos de ellos han adoptado nuestras leyes; algunos las han conservado, otros no sopor124taron su rigidez y las abandonaron. Pero ninguno de ellos ha dicho jamás que nos haya oído pronunciar ese juramento. Al parecer, únicamente Apión lo ha oído: la razón es que él mismo lo ha inventado.

Las calamidades de los judíos son una prueba de la injusticia de sus leyes

11 125También merece admiración la extraordinaria sagacidad de Apión por lo que voy a decir. Afirma que la prueba de que nuestras leyes no son justas y de que no adoramos a Dios como se debe es que no somos amos sino esclavos, unas veces de una nación, otras de otra, y que nuestra ciudad ha sufrido diversas desgracias. Como si ellos estuvieran acostumbrados desde la Antigüedad a ser dueños de la ciudad más apta para 126gobernar y no a estar dominados por los romanos. ¿Quién podría tolerar de ellos una jactancia semejante? Entre los demás hombres nadie podría admitir que el discurso de 127Apión no se dirige convenientemente hacia él mismo. Pocos pueblos han tenido la oportunidad de dominar durante un cierto tiempo, y a éstos también los han sometido al yugo extranjero los reveses de la fortuna: los pueblos en su mayoría 128han estado sometidos a otros con frecuencia. Sólo los egipcios tuvieron el privilegio excepcional de no servir a ninguno de los dominadores de Asia o de Europa, porque los dioses, según dicen ellos, se refugiaron en su país y se salvaron adoptando figura de animales[183], ellos, que no han tenido un solo día de libertad en ninguna época, ni siquiera con sus reyes nacionales. No voy a echarles en cara el trato que reci129bieron de los persas, que no una vez, sino muchas, asolaron sus ciudades, destruyeron sus templos y degollaron a los que tomaron por dioses. No conviene imitar la ignorancia de 130Apión, quien no ha considerado las desgracias de los atenienses ni las de los lacedemonios, a pesar de que, según la opinión general, han sido, los unos, los más valientes, y los otros, los más piadosos de los griegos[184]. Paso por alto las 131desgracias que les sucedieron durante su vida a reyes famosos por su piedad como Creso; omito el incendio de la Acrópolis de Atenas, el del Templo de Éfeso, el de Delfos y miles más; nadie ha reprochado estos desastres a sus víctimas, sino a sus autores. Apión ha encontrado una nueva forma de acu132sación contra nosotros, olvidándose de las desgracias de su propio país, Egipto; sin duda le ha cegado Sesostris, el mítico rey de Egipto[185]. ¿No podríamos citar nosotros a nuestros reyes David y Salomón que sometieron a muchos pueblos? Pues bien, dejémoslos; pero es que Apión ignora lo 133que todo el mundo conoce, que los egipcios, sin diferenciarse nada de los esclavos, sirvieron a los persas y después a los macedonios, los siguientes dominadores de Asia. En cambio 134nosotros fuimos libres y dominamos incluso las ciudades de alrededor durante ciento veinte años aproximadamente, hasta la época de Pompeyo el Grande[186]. Y cuando los romanos hubieron vencido en la guerra a todos los reyes, sólo a los nuestros, merced a su lealtad, los mantuvieron como aliados y amigos.

Entre los judíos no ha habido hombres de genio, según Apión

12 135Pero nosotros —dice— no hemos proporcionado hombres dignos de admiración que hayan innovado en las artes o que hayan sobresalido por su sabiduría. Y enumera a Sócrates, Zenón, Cleantes y otros semejantes. Y a continuación, lo que es colmo de las sorpresas, se añade él mismo a los mencionados y felicita a Alejan136dría por tener un ciudadano así, y hace bien. Con toda certeza tenía necesidad de dar testimonio de sí mismo, pues ante todos los demás aparecía como un granuja charlatán cuya vida era tan corrompida como su lenguaje; y habría que compadecerse de Alejandría, si se sintiera orgullosa de él. En cuanto a los hombres nacidos entre nosotros, no menos dignos de elogio que otros, los conocen bien quienes han leído mis Antigüedades.

Refutación de otras acusaciones de Apión

13 137Tal vez debiera dejar sin respuesta el resto de las acusaciones para que sea el mismo Apión su propio acusador y el de los egipcios. En efecto, nos reprocha que sacrifiquemos animales domésticos y que no 138comamos cerdo, y se burla de la circuncisión. Sacrificar animales domésticos es una práctica que tenemos en común con el resto de los hombres, y Apión, al criticar esta costumbre, revela su origen egipcio. Si hubiera sido griego o macedonio no se habría indignado, pues estos pueblos se jactan de ofrecer a los dioses hecatombes y comen las víctimas en los banquetes; y el mundo no ha quedado vacío de rebaños 139por ello, como temía Apión. Al contrario, si todos siguieran las costumbres de los egipcios, el universo se habría despoblado de hombres y estaría lleno de animales salvajes a los que ellos consideran dioses y alimentan cuidadosamente. Y 140si alguien le hubiera preguntado a quiénes consideraba los más sabios y más piadosos entre los egipcios, sin duda hubiera contestado que a los sacerdotes. Desde los orígenes, 141dicen, los reyes encomendaron a éstos dos funciones: el culto de los dioses y la práctica de la sabiduría. Pues bien, todos sus sacerdotes están circuncidados y se abstienen de comer cerdo[187]; tampoco entre los demás egipcios hay uno solo que sacrifique un cerdo a los dioses. ¿Acaso Apión 142tenía la mente ciega, cuando, intentando injuriarnos a nosotros en favor de los egipcios, acaba acusándolos a ellos, quienes no sólo practican las costumbres que él censura, sino que, incluso, han enseñado la circuncisión a otros pueblos, como dice Heródoto?[188]. Por eso, me parece justo que 143Apión, por maldecir las leyes de su patria, haya sufrido el castigo merecido. Pues hubo de ser circuncidado a consecuencia de una úlcera en los órganos genitales, pero la circuncisión no le sirvió de nada, ya que su carne se gangrenó y murió entre dolores atroces. Los hombres prudentes deben 144observar estrictamente las leyes de su patria sobre la religión y no menospreciar las de los demás. Apión se apartó de sus leyes y mintió sobre las nuestras. Así acabó Apión. Que éste sea también el fin de mi discurso sobre él.

Refutación de Apolonio Molón y de Lisímaco

Puesto que Apolonio Molón, Lisímaco 14 145y algunos otros, unas veces por ignorancia, pero casi siempre por malquerencia, han manifestado opiniones injustas y falsas sobre nuestro legislador Moisés y sobre nuestras leyes, acusándole a éste calumniosamente de mago e impostor y diciendo que nuestras leyes son maestras de vicio y no de virtud, quiero hacer un breve relato de nuestro sistema político en su conjunto y en sus detalles, en la medida que 146me sea posible[189]. Creo que quedará claro que, en lo referente a la piedad, las relaciones sociales, el sentido humanitario en general y también el de la justicia, la perseverancia en el trabajo y el menosprecio de la muerte, nuestras leyes están 147muy bien establecidas. Y yo invito a quienes se encuentren con este libro a que lo lean sin envidia: no he pretendido escribir un panegírico de nosotros mismos; al contrario, considero que entre tantas acusaciones falsas que han sido lanzadas contra nosotros, la defensa más justa es la que se 148deduce de las leyes que seguimos observando. Sobre todo porque Apolonio no ha reunido sus acusaciones, como Apión, sino que las ha esparcido aquí y allá, unas veces injuriándonos como ateos y misántropos, y acusándonos otras de cobardes e incluso en algún lugar, de insensatos. Dice también que somos los bárbaros más ineptos y, en consecuencia, los únicos 149que no hemos aportados nada útil a la humanidad. Creo que todo eso quedará refutado claramente, si consigo demostrar que lo que prescriben nuestras leyes y lo que nosotros observamos con exactitud es precisamente lo contrario de lo que 150él dice. Pues si me veo obligado a mencionar legislaciones de otros contrarias a las nuestras, los culpables de ello han sido los que pretenden demostrar, por comparación, la inferioridad de las nuestras. Con lo cual, ya no podrán afirmar, creo yo, que no tenemos esas leyes de las que citaré las más importantes, ni que no somos entre todos los pueblos los que mejor las observan.

Moisés el legislador más antiguo

Resumiendo un poco el discurso, diría, 15 151en primer lugar, que quienes se han preocupado del orden y de una ley común y han sido los primeros en llevarlo a la práctica, por su civilización y virtud natural merecerían en justicia el reconocimiento de su superioridad frente a los que viven sin ley ni orden. De hecho, cada 152pueblo intenta remontar sus leyes hacia el pasado lo más lejos posible, para que no parezca que han imitado a otros, sino que son ellos los que han enseñado a vivir legalmente a los demás. Estando así las cosas, la virtud del legislador 153consiste en comprender lo que es mejor y en hacer aceptar las leyes instituidas por él a los que han de usarlas; y la del pueblo consiste en mantenerse firme en sus convicciones sin cambiar nada en ellas ni en la prosperidad ni en la desgracia.

Pues bien, yo afirmo que nuestro legislador supera en 154antigüedad a cualquiera de los legisladores que se recuerdan. Los Licurgos, los Solones, Zaleuco de Locros y todos cuantos son admirados entre los griegos parecen nacidos ayer o anteayer comparados con él, pues la palabra «ley» no era conocida entre los griegos de la Antigüedad. Homero, que no 155emplea ese término en ninguna parte de su obra[190], es testigo de ello, ya que la ley no existía en su época. Los pueblos eran gobernados por máximas indefinidas y por las órdenes de los reyes, y durante mucho tiempo siguieron utilizando normas no escritas, muchas de las cuales se iban modificando de acuerdo con las circunstancias. Nuestro legislador, que 156vivió en la más remota Antigüedad —esto lo reconocen incluso nuestros detractores—, se mostró como el mejor guía y consejero del pueblo. Y después de haber determinado en su legislación toda la organización de la vida de los hombres, los persuadió a aceptarla y dispuso que fuera conservada sin modificaciones para siempre.

La obra de Moisés

16 157Veamos la primera gran obra de Moisés. Cuando nuestros antepasados decidieron abandonar Egipto para regresar a la tierra de sus padres, fue él quien se hizo cargo de aquellos millares de hombres, los libró de numerosas dificultades y los puso a salvo. Tuvieron que atravesar un desierto sin agua y con grandes extensiones de arena, vencer en combate a los enemigos y defender a sus 158hijos, sus mujeres y también el botín[191]. En todo esto se mostró el mejor jefe, el consejero más prudente y el más auténtico protector de todos. Dispuso que el pueblo entero dependiera de él y aunque contaba con la obediencia de 159todos, no se aprovechó de ello para su beneficio personal. En las circunstancias en que los jefes adquieren el poder absoluto y la tiranía y acostumbran a los pueblos a vivir sin leyes, Moisés, elevado a ese grado de poder, consideró, por el contrario, que debía vivir piadosamente y proporcionar al pueblo las mejores leyes, considerando que era el mejor modo de manifestar su propia virtud y de procurar la salva160ción más segura a los que lo habían elegido jefe. Como su intención era noble y el éxito coronaba sus acciones, pensó con razón que Dios era su guía y su consejero. Tras convencerse a sí mismo primero de que la voluntad divina inspiraba todos sus actos y todos sus pensamientos, creyó que, ante todo, debía inculcar esta idea en el pueblo, pues los que creen que Dios vela por sus vidas, no se permiten ningún pecado. Así fue nuestro legislador; no un mago ni un impos161tor, como dicen injustamente los que nos calumnian, sino semejante a ese Minos que alaban los griegos y a los demás legisladores que le siguieron. Unos atribuyen sus leyes a Zeus, 162otros las hacen remontar a Apolo y su oráculo de Delfos, porque creen que eso es verdad, o porque suponen que así van a ser obedecidas más fácilmente. Comparando unas leyes 163con otras, podemos saber quién fue el que instituyó las mejores y encontró los preceptos más justos sobre la religión. Éste es el momento de hablar de ello.

Son innumerables las diferencias parciales de las cos164tumbres y las leyes entre los hombres; pero se podrían resumir así: unos han confiado el poder político a las monarquías, otros a las oligarquías y otros al pueblo[192]. Nuestro 165legislador, sin embargo, no puso su mirada en ninguna de estas formas de gobierno, sino que instituyó lo que podría llamarse, haciendo violencia a la lengua, teocracia[193], poniendo la soberanía y la autoridad en manos de Dios. Con166venció a la gente de que se fijara sólo en Él, como autor de todos los bienes, los que son comunes a la humanidad y los que los mismos judíos han recibido por medio de sus plegarias en los momentos difíciles, y como alguien a cuyo conocimiento nada puede escapar, ni de nuestras acciones ni de nuestros pensamientos. Moisés lo representó como único, 167no creado e inmutable por toda la eternidad; de belleza superior a toda forma mortal, cognoscible para nosotros por su poder, pero incognoscible en su esencia. No digo nada 168por el momento sobre el hecho de que los más sabios filósofos griegos, inspirados en las enseñanzas dadas por primera vez por Moisés, hayan adoptado esta concepción de Dios[194]; pero que es bella y que está en consonancia con la naturaleza y la grandeza divina lo han atestiguado claramente. Pitágoras, Anaxágoras, Platón, los filósofos estoicos que les sucedieron y casi todos los demás han manifestado su acuerdo con esta 169concepción de la naturaleza divina. Pero mientras que éstos dirigieron su filosofía a unos pocos y no se atrevieron a dar a conocer su verdadera creencia al pueblo, que estaba ligado a antiguas opiniones, nuestro legislador, adaptando sus actos a sus preceptos, no sólo convenció a sus contemporáneos, sino que inculcó también a los descendientes de éstos una fe 170inmutable en Dios. La razón de que aventajara siempre a los demás se debe al carácter de su legislación, dirigida a lo útil; pues no consideró la piedad como parte de la virtud, sino todas las demás virtudes —la justicia, la templanza, la fortaleza y la armonía de los ciudadanos en todo— como parte 171de la piedad. Todas nuestras acciones, conversaciones y razonamientos se refieren a nuestra piedad para con Dios y no dejó ninguna de estas cosas sin examinar ni determinar. Dos son las formas de educación e instrucción moral: la 172enseñanza del precepto y la práctica de las costumbres. Pues bien, los otros legisladores adoptaron opiniones diferentes, y cada uno escogió de estas dos formas la que le pareció, descuidando la otra. Por ejemplo, los lacedemonios y los cretenses educaban con la práctica, no con el precepto[195], en cambio los atenienses y casi todos los demás griegos prescribían por medio de leyes lo que se debía hacer y lo que no, pero se preocupaban poco de acostumbrar al pueblo en la práctica de dichas leyes.

Moisés armonizó el precepto y la práctica

Nuestro legislador puso mucho cuidado 17 173en armonizar ambos procedimientos. Ni dejó sin explicación la práctica de las costumbres ni permitió que el texto de la ley quedara sin efecto. Comenzando desde la primera educación y el modo de vida privada de cada uno, no ha dejado nada, por insignificante que sea, al capricho de quienes debían servirse de la ley. Incluso los alimentos de 174que hay que abstenerse o los que se pueden comer, las personas con las cuales se puede compartir la vida, el tiempo que se ha de dedicar al trabajo y al descanso; todo eso lo delimitó y reguló por la ley para que, viviendo sometidos a ella como a un padre o un dueño, no cometamos ningún pecado voluntariamente o por ignorancia. Pues tampoco 175dejó el pretexto de la ignorancia, sino que presentó la ley como la forma de instrucción más hermosa y más necesaria. Y ordenó que se escuchara no una vez, ni dos, ni muchas, sino que cada semana, abandonando las demás ocupaciones, nos reuniéramos para oírla y aprenderla correctamente. Esto es lo que todos los legisladores parecen haber olvidado.

Todos los judíos conocen la ley

La mayoría de los hombres están tan 18 176lejos de vivir según las propias leyes que casi ni conocen, y cuando cometen un delito se enteran por otros de que las han transgredido. Los que entre ellos desempeñan 177los cargos más altos y más importantes reconocen su ignorancia, puesto que ponen a su lado para dirigir la administración de los asuntos a quienes se consideran expertos en leyes. Cualquiera de nosotros al que le pregunten las leyes, 178las dirá todas con más facilidad que su propio nombre. Así, aprendiéndolas de memoria desde el despertar de la inteligencia, las tenemos grabadas en nuestras almas[196]; es raro que alguien las viole y es imposible eludir el castigo con excusas.

La unidad de creencias, motivo de la concordia entre los judíos

19 179Ésta es ante todo la razón de nuestra admirable concordia: tener una sola e idéntica concepción de Dios y una perfecta uniformidad de vida y costumbres, lo cual produce una bellísima armonía en los ca180racteres de los hombres. Somos los únicos de los que nadie podrá oír opiniones contradictorias acerca de Dios, cosa que es frecuente en otros pueblos, no sólo entre los hombres comunes, que hablan de la divinidad según el sentimiento que les invade, sino entre sus mismos filósofos, que se atreven en sus discursos a suprimir a Dios o a privarle de su providencia sobre los hombres. Tampoco 181se encontrarán diferencias en las ocupaciones de nuestra vida. Nosotros tenemos trabajos comunes y sobre Dios una única doctrina conforme a la ley, según la cual nada escapa a su mirada. Que todas las ocupaciones de la vida han de tener como fin la piedad, es algo que se puede oír incluso a las mujeres y a los servidores.

Respeto de los judíos por la tradición

20 182Ésta ha sido también la causa de la acusación que se nos ha hecho de no haber producido inventores de nuevas artes ni hombres de pensamiento[197]. En efecto, los otros pueblos piensan que está bien no mantener las costumbres de sus padres y consideran extraordinaria la sabiduría de los que se atreven a transgredirlas. Para nosotros, por el contrario, la única sabiduría y la única 183virtud consiste en no llevar a cabo absolutamente ninguna acción ni tener ningún pensamiento contrario a las leyes instituidas desde el principio. Lo que justamente podría probar que la ley está bien establecida, pues cuando no es así, los intentos de corregirla demuestran que tiene necesidad de ello.

Principios de la teocracia

Para nosotros, que tenemos la convic21 184ción de que la ley ha sido instituida desde un principio según la voluntad de Dios, sería impío no observarla. ¿Qué se podría cambiar en ella? ¿Se podría encontrar algo más hermoso? ¿Qué se podría introducir en ella de otras leyes para mejorarla? ¿Se cambiaría el conjunto de la constitución? 185¿Puede haber una ley más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo el Estado y encarga a los sacerdotes que lo administren, confiando al sumo sacerdote la autoridad sobre los demás? El legislador, desde el principio, 186no puso a éstos en su rango por su riqueza o por otras ventajas accidentales, sino que encargó principalmente la celebración del culto divino a quienes aventajaban a los demás en elocuencia y sabiduría. Esto comprendía la rigurosa 187observancia de la ley y de las otras ocupaciones. Pues los sacerdotes fueron los encargados de vigilar a todos, de dirimir los litigios y de castigar a los condenados.

¿Puede existir un gobierno más santo que éste? ¿Se puede 22 188honrar a Dios de manera más conveniente que preparando a todo el pueblo para la piedad y confiando a los sacerdotes funciones elegidas, de modo que toda la administración del Estado esté organizada como una ceremonia religiosa? Aun 189dedicándoles un corto número de días, los otros pueblos no pueden observar los misterios y ritos de iniciación como los llaman, mientras que nosotros los observamos con agrado y 190con una decisión inmutable toda la vida. ¿Cuáles son los mandatos y las prohibiciones de nuestra ley? Son sencillos y conocidos. El primero es el que se refiere a Dios: Dios, perfecto y bienaventurado, gobierna el universo; se basta a sí mismo y a todos los seres; es principio, medio y fin de todas las cosas; se manifiesta por sus obras y sus beneficios, y no existe nada más evidente que Él, aunque nosotros no 191podemos expresar su forma y su grandeza. Toda materia, por muy preciosa que sea, es indigna de representar su imagen; todo arte que intente reproducirla se hace inútil. No conocemos ni imaginamos nada semejante, y es impío represen192tarlo[198]. Contemplamos sus obras: la luz, el cielo, la tierra, el sol y la luna, los ríos y el mar, la generación de los animales, el crecimiento de los frutos. Todo esto lo ha creado Dios, no con sus manos y su esfuerzo, ni con ninguna ayuda, cosa de la que no tiene necesidad, sino que por su voluntad las cosas existieron inmediatamente tal como Él quiso[199]. Todos deben seguirle y servirle con la práctica de la virtud, pues ésa es la manera más santa de servir a Dios.

El culto

23 193Hay un solo templo para un único Dios —pues lo semejante siempre ama lo semejante—[200], común para todos, igual que Dios es también común para todos. Los sacerdotes han de estar a su servicio continuamente, y al frente de ellos estará siempre el más distin194guido por su linaje. Éste, junto con los otros sacerdotes, ofrecerá sacrificios a Dios, guardará las leyes, juzgará las controversias y castigará a los condenados. Si alguien le desobedece, será castigado como si hubiera cometido una impiedad contra el mismo Dios. Hacemos sacrificios, no para 195embriagarnos —pues esto no es del agrado de Dios— sino para hacernos prudentes. En los sacrificios, primero debemos 196rogar por la salvación común, después por nosotros mismos, pues hemos nacido para la comunidad, y el que la antepone a su propio interés se hace más agradable a Dios. Debemos 197pedir a Dios, no que nos conceda bienes —pues nos los ha dado de grado y los ha puesto a disposición de todos— sino que podamos recibirlos y conservarlos después de haberlos recibido. La ley prescribe purificaciones antes de los sacrifi198cios, después de un funeral, de un parto, de estar con una mujer y en otros muchos casos.

Normas sobre el matrimonio

¿Cuáles son las leyes sobre el matrimonio? 24 199 La ley reconoce una sola unión, la unión natural con una mujer, y solamente si tiene por finalidad la procreación[201]. Abomina de la unión entre varones y castiga con la muerte a quien la intenta[202]. Ordena contraer matrimonio sin 200preocuparse de la dote, sin raptar a la mujer y sin persuadirla con engaños o mentiras; se debe pedir su mano al que sea dueño de concederla y esté cualificado por el parentesco[203]. La mujer, dice la ley, es inferior al hombre en todo[204]. Por 201eso debe obedecer, no para humillarse, sino para ser dirigida, pues Dios concedió la fuerza al hombre. El marido no debe unirse más que con su mujer; seducir a la mujer de otro es un pecado. Si alguien lo hiciera, ninguna excusa le libraría de la muerte, y tampoco si hubiera violentado a una virgen pro202metida a otro o si hubiera seducido a una casada[205]. La ley ordena alimentar a todos los hijos y prohíbe a las mujeres abortar o destruir el semen por cualquier otro medio; una mujer sería considerada infanticida por destruir una vida y disminuir la raza[206]. Por la misma razón, si alguien tiene relaciones con una mujer después de su parto, no puede ser 203considerado puro[207]. Incluso después de las relaciones legítimas de marido y mujer, la ley prescribe abluciones[208] supone que el alma se contamina al haber pasado a otro lugar, pues el alma sufre por estar albergada en el cuerpo y también cuando se separa de él por la muerte[209]. Por eso la ley ha ordenado purificaciones en todos esos casos.

La educación de los niños

25 204La ley no permite que en el nacimiento de los niños se celebren fiestas que sirvan de pretexto para embriagarse; al contrario, ha dispuesto la sobriedad en el inicio de su educación. Ordena que se enseñe a los niños a leer y que aprendan las leyes y las acciones de sus antepasados[210]; éstas para que puedan imitarlas y aquéllas para que, educados en ellas, no las transgredan poniendo como excusa su ignorancia.

Ritos funerarios

La ley ha previsto ceremonias piadosas 26 205para con los muertos, que no consisten en entierros lujosos ni en distinguidos monumentos funerarios[211], sino en confiar a los familiares más cercanos el cumplimiento de los ritos fúnebres; todos los que se encuentran con el cortejo deben unirse a la familia y llorar con ella[212]. Después de la ceremonia se debe purificar la casa y a sus habitantes[213].

Respeto a los padres y otros mandatos

La ley ordena el respeto a los padres en 27 206segundo lugar, después del respeto a Dios[214] y condena a la lapidación[215] a quien no corresponda a sus beneficios o les falte en lo más mínimo. Dice que los jóvenes deben respetar a todo anciano[216] ya que Dios es la suprema ancianidad[217]. No permite que se oculte nada a los amigos, 207pues no existe amistad sin una confianza absoluta[218]. Y si surge una enemistad, prohíbe revelar los secretos. Si un juez acepta soborno, es castigado con la muerte[219]. Mostrar indiferencia ante un suplicante al que se pueda ayudar implica 208culpabilidad[220]. Nadie podrá coger lo que no ha dejado en depósito[221], ni tocar lo que pertenezca a otros[222]; no se devengarán intereses[223]. Éstas y otras muchas normas semejantes regulan nuestra vida en común.

Sobre los extranjeros

28 209Es digna de tener en cuenta la preocupación del legislador por la equidad para con los extranjeros. Está claro que ha previsto la mejor manera de que no corrompamos nuestras costumbres ni impidamos 210que las compartan con nosotros los que lo deseen. Acepta con benevolencia a cuantos quieran venir a vivir bajo nuestras mismas leyes, considerando que el parentesco no se produce sólo por el linaje, sino también por la elección de la forma de vida[224]. Sin embargo, no quiso que se mezclasen en nuestra vida privada los que vienen de paso.

Humanidad de la ley

29 211Nos ha dado otros mandatos cuya exposición es obligada: proporcionar fuego, agua y alimentos a cuantos lo necesiten, mostrar el camino[225], no dejar a nadie sin sepultura[226] y ser justos incluso con los enemigos 212declarados. En efecto, no permite devastar su país con incendios[227], ni talar los árboles frutales[228]; incluso prohíbe despojar a los caídos en combate[229] y se ha preocupado de que se evite el ultraje a los prisioneros, y sobre todo a las mujeres[230]. Nos ha dado tan cumplida lección de clemencia 213y humanidad que ni siquiera ha descuidado a los animales irracionales, autorizando su uso solamente según la ley y prohibiéndolo en cualquier otro caso[231]. No se debe matar a los animales que se refugian en las casas buscando protección[232]. Tampoco permite que se mate a los padres junto con las crías[233], y ordena que, incluso en territorio enemigo, se respete a los animales de labor y que no se les mate[234]. Así 214se ha preocupado en todo de la moderación, sirviéndose de las leyes mencionadas para enseñarnos y estableciendo contra los transgresores sanciones que no admiten excusa.

Castigos y recompensas

En la mayoría de los casos, la transgre30 215sión de la ley se castiga con la muerte: si alguien comete adulterio[235], viola a una muchacha[236], se atreve a seducir a un varón[237], o si el seducido consiente. Si se trata de esclavos la ley es igualmente inflexible. En lo que se 216refiere a los delitos sobre medidas y pesos, la venta injusta y fraudulenta, el robo, la sustracción de algo que no ha sido dejado en depósito, todas estas faltas son castigadas con penas[238] no semejantes a las de otras legislaciones, sino más 217severas. Si alguien intenta cometer una injusticia con los padres o una impiedad contra Dios, es castigado inmediata218mente con la muerte[239]. Sin embargo, los que viven conforme a la ley no reciben ninguna recompensa de plata o de oro, ni siquiera una corona de olivo o de apio o cualquier otra distinción semejante proclamada por el heraldo, sino que cada uno, con el testimonio de su propia conciencia y de acuerdo con la profecía del legislador y la firme promesa de Dios, confía en que quienes han observado las leyes y, si era necesario morir por ellas, han dado generosamente su vida, recibirán de Dios una nueva existencia y una vida mejor en 219el ciclo de las edades. Yo dudaría en escribir estas cosas si por los hechos no estuviera claro para todo el mundo que muchos de los nuestros y en muchas ocasiones han preferido soportarlo todo valerosamente antes que pronunciar una sola palabra contra la ley.

La observancia de las leyes entre los judíos es admirable

31 220Si nuestro pueblo no fuera conocido por todos los hombres y nuestra voluntaria 221observancia de las leyes no fuera evidente, en el caso de que un autor que hubiera compuesto una historia se la leyera a los griegos o dijera que se había encontrado en cualquier parte fuera del mundo conocido con hombres que tienen una idea tan santa de Dios y que han permanecido fieles a esas leyes durante siglos, yo creo que todos se admirarían debido a los 222continuos cambios que entre ellos se han producido. A los que han intentado redactar una constitución y unas leyes semejantes los griegos les han reprochado siempre el haber compuesto algo, si bien maravilloso, fundado, según ellos, en bases imposibles. Paso por alto a los demás filósofos que se han ocupado de cuestiones semejantes en sus obras. Pero 223Platón, admirado entre los griegos por haber superado a todos los filósofos por la dignidad de su vida y por la fuerza de su talento y su elocuencia persuasiva, es constantemente ridiculizado y poco menos que ultrajado por los que se consideran hábiles políticos. No obstante, si alguien exami224na atentamente sus leyes, encontraría que son más fáciles que las nuestras y más cercanas a las costumbres de la mayoría; el propio Platón reconoce que no sería seguro inculcar la idea verdadera de Dios a la multitud ignorante[240]. Pero para algunos, las obras de Platón son sólo discursos 225vacíos bellamente escritos y el legislador más admirado es Licurgo; todos alaban a Esparta por haberse mantenido fiel a sus leyes durante largo tiempo[241]. Así pues, hay que reco226nocer que la obediencia a las leyes es una prueba de virtud, Pero que comparen los admiradores de los lacedemonios la duración de este pueblo con los más de dos mil años de nuestra constitución[242]. Y además, que reflexionen sobre esto: 227los lacedemonios durante el tiempo que fueron independientes y tuvieron libertad, decidieron guardar con exactitud sus leyes, pero cuando los reveses de la fortuna les afectaron, las olvidaron casi todas. En cambio nosotros, que hemos sufrido 228mil desgracias debidas a los cambios de los príncipes que reinaron en Asia, ni siquiera en los peligros más extremos hemos traicionado nuestras leyes, y no es que las hayamos seguido por pereza o molicie, sino que, si alguien quisiera observarlo, encontraría que nos imponen pruebas y trabajos mucho mayores que la supuesta dureza impuesta a los lace229demonios. Los que no cultivaban la tierra ni se fatigaban en oficios, libres de todo trabajo, pasaban su vida alegremente 230en la ciudad ejercitando su cuerpo en la belleza, utilizando a otros como servidores para todas las cosas de la vida y recibiendo de ellos la comida preparada, dispuestos a hacer y sufrir lo que fuera por obtener una sola cosa hermosa y humana: vencer a todos contra quienes emprendieron una 231guerra. Excuso decir que ni siquiera en eso tuvieron éxito, pues no uno solo, sino muchos en grupo, descuidando en numerosas ocasiones lo ordenado por la ley, se rindieron con sus armas a los enemigos[243].

Firmeza de los judíos ante la muerte

32 232¿Acaso se han conocido entre nosotros, no digo tantos, sino dos o tres hombres que hayan traicionado las leyes o temido a la muerte? No me refiero a la muerte más fácil, la que sobreviene en los combates, sino a la que va acompañada de tortura del cuerpo, que parece 233 ser la más amarga de todas. Yo por mi parte pienso que algunos de nuestros dominadores nos maltrataban no por odio a los que estaban sometidos a su poder, sino porque querían contemplar el espectáculo más admirable: ver si existen hombres convencidos de que su único mal consiste 234 en verse obligados a hacer o decir algo contra sus leyes. No hay que extrañarse de que, por las leyes, nos enfrentemos a la muerte con más valor que todos los otros pueblos. Pues los demás no soportan fácilmente ni siquiera aquellas de nuestras costumbres que parecen más llevaderas, me refiero al trabajo personal, la alimentación frugal, no dejar al azar o al deseo de cada uno el comer, el beber, las relaciones sexuales o los gastos, y aceptar el descanso fijado inmutablemente. Los que marchan al encuentro de los enemigos espada 235en mano y los ponen en fuga al primer choque no son capaces de enfrentarse a los mandatos que rigen nuestra forma de vida. En cambio nosotros obedecemos gustosamente estas prescripciones de la ley y, además, nos sobra valor para demostrarlo en el combate.

Crítica de la religión griega

Por otra parte, los Lisímaco, los Molón, 33 236y otros escritores semejantes, despreciables sofistas, engañadores de la juventud, nos injurian como si fuéramos los más viles de los hombres. Yo no hubiera querido so237meter a examen las leyes de los otros pueblos, pues es tradicional entre nosotros observar nuestras propias leyes, y no criticar las de los extranjeros. Incluso nuestro legislador nos prohibió explícitamente ridiculizar o hablar mal de los que otros consideran dioses, a causa del propio nombre de Dios[244]. Pero como nuestros acusadores creen confundirnos 238en la comparación, no puedo guardar silencio, sobre todo cuando lo que voy a decir ahora no ha sido inventado por nosotros sino expuesto por muchos y muy estimados autores. 239Entre los griegos más admirados por su sabiduría ¿quién no ha reprochado a los poetas más ilustres y a los legisladores más autorizados el haber sembrado desde el principio entre los pueblos tales ideas sobre los dioses? Han dado a conocer 240el número de dioses que han querido, nacidos unos de otros y engendrados de formas diversas. Los distinguen por sus lugares de residencia y su forma de vida como a las especies animales: unos bajo tierra[245], otros en el mar[246], los más 241ancianos encadenados en el Tártaro[247]. A los dioses a los que se ha asignado el cielo, se les ha sometido a uno que es padre de nombre, pero de hecho es un tirano y un déspota. Por eso imaginaron intrigas urdidas contra él por su esposa, su hermano y su hija, a la que había engendrado de su cabeza, para apoderarse de él y hacerle prisionero[248], como él mismo había hecho con su padre.

34 242Los hombres que se distinguen por su inteligencia consideran esto, con razón, digno de censura y, además, encuentran ridículo estar obligados a creer que unos dioses sean jóvenes imberbes y otros ancianos barbudos; que se ocupen de diferentes oficios: que uno sea herrero[249], otra tejedora[250], otro guerrero y luche con los hombres[251], que otros toquen la 243cítara[252] o se diviertan con el arco[253]. Además, se producen disputas entre ellos y rivalidades por causa de los hombres, hasta el punto de que no sólo llegan a las manos entre sí, sino que, incluso, se lamentan de haber sido heridos y mal244tratados por los mortales[254]. Y, en el colmo de la grosería, ¿no es absurdo que atribuyan a casi todos los dioses, varones 245y hembras, uniones y amores sin freno? Después, el más noble y primero de todos, el propio padre, contempla con indiferencia cómo son apresadas o arrojadas al mar mujeres que, seducidas por él, quedaron encinta[255], y no puede salvar a sus propios hijos, sometido como está al destino, ni puede soportar su muerte sin llorar. Esto está muy bien; pero 246aún hay más: en el cielo el adulterio es visto por los dioses con tanta desvergüenza que algunos reconocen, incluso, que envidian a los que están implicados en él[256]. Pues, ¿qué no iba a suceder cuando el más viejo, el rey, ni siquiera pudo reprimir el deseo de poseer a su esposa el tiempo de llegar a la alcoba[257]? Hay dioses que han estado al servicio de los 247hombres: unas veces construyendo edificios[258] a cambio de un salario[259], otras, como pastores; otros están encadenados como malhechores en una cárcel de bronce[260]. ¿Qué hombre en su sano juicio no se sentiría empujado a reprender a los inventores de todo esto y a condenar la gran estupidez de los que lo admiten? Otros han divinizado el terror y el miedo, la 248rabia y la astucia. ¿A cuál de entre las peores pasiones no han representado con la naturaleza y la forma de un dios? Han persuadido a las ciudades a que ofrezcan sacrificios a los más favorables. Así pues, se han visto en la necesidad 249absoluta de creer que algunos dioses son otorgadores del bien y de denominar a otros «dioses que alejan las desgracias». En consecuencia, los desvían con favores y presentes igual que a los hombres más malvados, como si esperaran recibir algún mal de ellos si no les pagaran.

Negligencia de los legisladores griegos en materia de religión

35 250¿Cuál es, pues, la causa de tal anomalía y de tal error con respecto a la divinidad? Yo pienso que sus legisladores no han comprendido desde el principio la verdadera naturaleza de Dios y que tampoco, en la medida que pudieron comprenderla, la han sabido definir para conformar respecto a ella el resto de su organización 251política. Como si se tratara de una cosa sin importancia, han permitido a los poetas presentar a los dioses que quisieron sometidos a todas las pasiones, y a los políticos, conceder el derecho de ciudadanía mediante un decreto a cualquier dios 252extranjero que les pareciera útil. En este aspecto, pintores y escultores han gozado también de gran libertad entre los griegos, concibiendo cada uno una forma: uno lo modelaba de arcilla, otro lo dibujaba y los artistas más renombrados utilizaban el marfil y el oro, materiales apropiados para 253invenciones siempre nuevas. Luego, algunos dioses que gozaron de grandes honores en otro tiempo, han envejecido, 254por decirlo con el mayor respeto. Otros que han sido introducidos recientemente reciben culto; y algunos templos quedan desiertos, se construyen otros nuevos según la voluntad de cada uno cuando, por el contrarío, deberían mantener inmutables el concepto de Dios y el honor que se le tributa.

Analogías entre las leyes de Platón y las de los judíos

36 255Apolonio Molón se contaba entre los insensatos y ciegos; sin embargo, a los filósofos griegos que han hablado según la verdad no les ha pasado desapercibido nada de lo que acabo de decir, ni tampoco han ignorado los fríos pretextos de las alegorías. Por ello con razón las han despreciado y en la verdadera y adecuada 256concepción de Dios coinciden con nosotros. Partiendo de esta idea, Platón declara[261] que ningún poeta debe ser admitido en la República y excluye a Homero con palabras elogiosas, después de haberle coronado y rociado con perfume, para que no oscurezca la correcta concepción de Dios con sus mitos. Pero Platón imita a nuestro legislador, sobre 257todo al prescribir a los ciudadanos como principal educación que aprendan con exactitud todas las leyes, y también en las medidas que tomó para que los extranjeros no se mezclasen al azar sino que el Estado se mantuviera puro con ciudadanos fieles a las leyes. Sin haber reflexionado en nada de esto, 258Apolonio Molón nos ha acusado de no aceptar a personas que han tenido antes otras creencias acerca de Dios[262] y de no querer convivir con quienes han elegido otra forma de vida. Pero esta práctica no es nuestra en particular, sino que 259es común a todos los pueblos, no sólo a los griegos sino incluso a los más reputados entre los griegos. Los lacedemonios tenían la costumbre de expulsar a los extranjeros y no permitían a sus propios ciudadanos viajar, temiendo en ambos casos la corrupción de sus leyes. Tal vez se les pueda 260reprochar con razón su falta de sociabilidad por no conceder a nadie el derecho de ciudadanía ni el de residencia entre ellos. Nosotros, sin embargo, no creemos que debamos imitar 261las costumbres de otros, pero aceptamos con agrado a los que quieren participar de las nuestras. Y esto, en mi opinión, es una prueba de humanidad y de magnanimidad.

Castigos de la impiedad entre los atenienses

37 262Acerca de los lacedemonios no diré nada más. Pero los atenienses, que consideraban su ciudad común a todos, ¿qué actitud tuvieron a este respecto? Apolonio ha ignorado que castigaban implacablemente a quienes pronunciaban una sola palabra contra sus leyes 263sobre los dioses. Pues ¿por qué razón murió Sócrates? Ni había entregado su patria a los enemigos ni había saqueado ningún templo; pero estableció nuevas fórmulas de juramento[263], y bromeando solía decir, por Zeus, que un demonio se comunicaba con él —según se cuenta—. Por eso fue 264condenado a morir bebiendo la cicuta. Además, el acusador le culpaba de corromper a los jóvenes induciéndolos a despreciar la constitución y las leyes de la patria. Así pues, 265Sócrates, ciudadano ateniense, sufrió tal castigo. Anaxágoras era de Clazómenas[264]; sin embargo, como los atenienses consideraban al sol un dios, mientras él decía que era una masa de metal incandescente, por muy pocos votos no lo 266condenaron a muerte. Ofrecieron públicamente un talento por la cabeza de Diágoras de Melos[265] por burlarse de sus misterios, según se decía. Y Protágoras[266], si no se hubiera apresurado a huir, habría sido detenido y condenado a muerte por haber escrito algo que contradecía las opiniones 267de los atenienses sobre los dioses. ¿Por qué iba a extrañarnos que actuaran así con hombres tan dignos de crédito si ni siquiera perdonaron la vida a las mujeres? En efecto, hicieron matar a la sacerdotisa Nino[267], que había sido acusada de iniciar en el culto de dioses extranjeros; esto estaba prohibido por la ley entre ellos, y la pena para los que introducían un dios extranjero era la muerte. Los que tenían tal ley, eviden268temente, no creían que los dioses de los otros pueblos lo fueran realmente, o no se habrían opuesto a la ventaja de disfrutar de un número de dioses mayor.

Los escitas y los persas también castigan la impiedad

Esto por lo que se refiere a los atenienses. 269Los escitas, que se complacen en los sacrificios humanos y que no son muy diferentes de las bestias, creen, sin embargo, que deben proteger sus costumbres. A Anacarsis, a quien los griegos admiraban por su sabiduría, lo condenaron a muerte al regresar a su patria porque creyeron que volvía impregnado de las costumbres griegas[268]. También 270entre los persas podríamos encontrar a muchos hombres castigados por la misma razón. Está claro que a Apolonio le agradaban las leyes de los persas y que sentía admiración por éstos, porque los griegos se beneficiaron de su valor y de la coincidencia con sus ideas religiosas. De esto último, cuando incendiaron sus templos, y de su valor, cuando por poco les hacen esclavos. Llegó a ser imitador de las costumbres persas, ultrajando a las mujeres extranjeras y mutilando a sus hijos. Entre nosotros, la pena establecida contra quien 271maltrata así incluso a un animal irracional es la muerte[269]. Y nada tiene poder para apartarnos de estas leyes, ni el temor a nuestros señores, ni la envidia a las instituciones estimadas por otros pueblos.

No hemos ejercitado nuestro valor para emprender 272guerras por ambición, sino para conservar nuestras leyes. Soportamos pacientemente cualquier otro tipo de humillación, pero cuando alguien pretende obligarnos a modificar nuestras normas, entonces emprendemos guerras por encima de nuestras fuerzas y nos mantenemos firmes en las desdichas 273hasta las últimas consecuencias. ¿Por qué habríamos de envidiar las leyes de los otros cuando vemos que no son observadas ni siquiera por sus autores? Pues, ¿cómo no iban a despreciar los lacedemonios su constitución insociable y su menosprecio del matrimonio, y los eleos y tebanos las rela274ciones antinaturales entre varones? Estas prácticas, que en otro tiempo consideraban muy honrosas y apropiadas, aunque de hecho no las abandonaron completamente, no las 275confiesan. Incluso repudian las leyes referentes a las mismas, que en otro tiempo estuvieron tan vigentes entre los griegos, que atribuyeron a los dioses las uniones entre varones[270] y, por la misma razón, los matrimonios entre hermanos[271], poniéndolo de excusa para sus propios placeres anormales y contrarios a la naturaleza.

Otros pueblos eluden y violan sus leyes

38 276Por el momento no voy a hablar de los castigos desde los comienzos y de cuantas escapatorias para eludirlos han ofrecido la mayoría de los legisladores a los culpables, determinando una multa en caso de adulterio y el matrimonio en caso de seducción; ni tampoco de las excusas que ofrecen en caso de impiedad para negarlo, aunque se intentara una investigación. En efecto, entre la mayoría, transgredir las leyes ha llegado a ser una ocupación. 277 Pero no ocurre así entre nosotros; aunque seamos despojados de nuestras riquezas, de nuestras ciudades y de los demás bienes, la ley, al menos, permanece inmortal para nosotros. No hay un solo judío, por muy lejos que se encuentre de su patria o por muy atemorizado que esté por un amo cruel, que no tema más a la ley que a éste. Si estamos tan vinculados 278a nuestras leyes a causa de su virtud, se nos debe reconocer que tenemos unas leyes excelentes. Y si se considera que somos fieles a unas malas leyes hasta ese punto ¿qué castigo no merecerían los que transgreden otras que son mejores?

La ley judía ha sido adoptada por varios pueblos

Puesto que una larga duración es consi39 279derada la prueba más segura de todas las cosas, yo podría considerar ésta como testimonio de la virtud de nuestro legislador y de la revelación acerca de Dios que Él nos ha transmitido. Habiendo transcurrido un tiempo incon280mensurable, si se compara la época en que vivió Moisés con la de los demás legisladores, se puede ver que durante todo ese tiempo las leyes han sido aprobadas por nosotros y han originado cada vez más la envidia de todos los demás hombres. Los primeros, los filósofos griegos, aparentemente 281observaban las leyes patrias; sin embargo, en sus escritos y en su filosofía siguieron a Moisés, teniendo la misma idea de Dios y enseñando una vida sencilla y la concordia entre los hombres. Y por otro lado, muchos pueblos y desde hace 282mucho tiempo, han demostrado gran interés por nuestras prácticas piadosas, y no hay una sola ciudad griega, ni un solo pueblo bárbaro donde no se haya extendido nuestra costumbre del descanso semanal y donde los ayunos, el encendido de las lámparas y muchas de nuestras leyes respecto a la comida no sean observadas. Se esfuerzan también en 283imitar nuestra concordia y nuestra generosidad, nuestro amor al trabajo en los oficios y nuestra firmeza en defensa 284de las leyes ante la tortura. Pero lo más admirable es que nuestra ley ha obtenido la fuerza por sí misma, sin el encanto seductor del placer; y de la misma manera que Dios está extendido por todo el universo, la ley ha avanzado entre todos los hombres. Cada hombre que reflexione sobre su 285patria y su casa, no dudará de mis palabras. Es, pues, necesario que nuestros detractores acusen a todos los hombres de malicia voluntaria por haber querido seguir leyes extranjeras y malas en vez de las suyas propias y buenas o que dejen de 286denigrarnos. Nosotros no pretendemos ninguna cosa criticable honrando a nuestro legislador y creyendo en sus palabras proféticas acerca de Dios; y aunque nosotros mismos no comprendiéramos la virtud de nuestras leyes, sin duda el gran número de hombres que las siguen nos hubiera inducido a tener un elevado concepto de ellas.

Recapitulación

40 287En mis escritos sobre las Antigüedades he dado una explicación detallada de nuestras leyes y de nuestra constitución; lo he mencionado aquí en la medida en que era necesario, no para reprobar las costumbres de los otros ni para alabar las nuestras, sino para refutar a los que han escrito injustamente sobre nosotros, atacando 288vergonzosamente la propia verdad. Creo haber cumplido suficientemente en esta obra la promesa que hice al principio. Efectivamente, he demostrado que nuestra raza se remonta a una antigüedad remota aunque nuestros acusadores dicen que es muy reciente. También he presentado muchos testigos antiguos que nos mencionan en sus obras, aunque para 289nuestros detractores no exista ninguno. Ellos dicen que nuestros antepasados eran egipcios; yo he demostrado que llegaron a Egipto desde otro lugar. Ellos afirman falsamente que los judíos fueron expulsados de Egipto a causa de sus enfermedades corporales. Ha quedado bien claro que regresaron a su tierra por voluntad propia y con una salud excelente. Ellos han calumniado a nuestro legislador como al 290más despreciable, pero Dios dio testimonio de su virtud en la Antigüedad, y después de Dios, el tiempo.

Conclusión

Sobre las leyes no hay necesidad de ex41 291tenderse más. Pues han demostrado por sí mismas que no enseñan la impiedad sino la piedad más verdadera; que no invitan al odio sino a la participación de todos en los bienes; que son enemigas de la injusticia y que se preocupan de la justicia, rechazando la pereza y el lujo y enseñando la moderación y el trabajo; que condenan las guerras de con292quista, pero preparan a los hombres para que las defiendan valientemente; son inflexibles en los castigos, insensibles a los sofismas, apoyándose siempre en los actos, pues, para nosotros, éstos son más claros que cualquier documento. Por 293lo cual, me atrevería a decir que nosotros hemos iniciado a otros pueblos en muchas y hermosas ideas. Pues ¿qué puede haber más hermoso que la piedad inviolable? ¿Qué más justo que la obediencia de las leyes? ¿Qué más beneficioso 294que vivir en armonía unos con otros y no separarse en la adversidad ni provocar disensiones en la prosperidad por arrogancia, sino despreciar la muerte en la guerra, aplicarse a las artes o a la agricultura en la paz y creer que Dios extiende su mirada y su autoridad en todo y por todas partes? Si estos preceptos hubieran sido escritos anteriormente 295por otros pueblos o hubieran sido observados con más firmeza, nosotros, como discípulos, les deberíamos agradecimiento. Pero si vemos que nadie los observa mejor que nosotros y hemos demostrado que la invención de estas leyes es cosa nuestra, entonces, que los Apiones, los Molones y todos los que gozan mintiendo y calumniando, queden 296refutados. A ti, Epafrodito, que amas la verdad ante todo, y por medio de ti a los que quieran igualmente conocer nuestro origen, te dedico este libro y el anterior.