En la tarde del
tres de abril, de pie junto a la ventana de su hermosa casa en
desnivel de tres dormitorios, admirando el
crepúsculo, Alfred Collins vio una mano en el horizonte que
extendió el pulgar y el índice y apagó el sol. Era el momento en
que parece alargarse la última luz, pero se fue tan de pronto como
si alguien hubiera tocado un interruptor. Que es precisamente lo
que hizo su esposa. Encendió las luces en toda la casa. – Dios mío,
Al -dijo-, oscureció temprano… ¿no? – Es porque alguien apagó el
sol. – ¿De qué diablos estás hablando? – preguntó su mujer-. Antes
que me olvide, esta noche vienen a cenar los Benson, y después
vamos a jugar al bridge, así que es mejor que te vistas. – Está
bien. No viste la puesta de sol, ¿no? – Tengo otras cosas que
hacer. – Claro. Quiero decir que si hubieras estado mirando,
habrías visto la mano que salió detrás del horizonte, extendió el
pulgar y el dedo índice y entre los dos apagaron el sol. – ¿No me
digas? Fíjate como juegas esta noche, Al. Si alguien duplica,
quédate quieto. ¿Me lo prometes? – Qué cosa curiosa eso de la mano.
Me hizo acordar todas esas cosas sobre el antropomorfismo, de
cuando era niño. – ¿Qué quiere decir eso? – Nada. Nada en absoluto.
Me voy a dar una ducha. – No estés toda la noche en el baño.
Durante la cena, Al Collins le preguntó a Steve Benson si había
mirado la puesta de sol esa tarde. – No. Me estaba bañando. – ¿Y
tú, Sophie? – le preguntó Collins a la mujer de Benson. – No.
Estaba arreglando el ruedo de mi vestido. ¿Qué piensa hacer el
movimiento de liberación femenina acerca de los ruedos de los
vestidos? He ahí la esencia del status de la mujer, el emblema de
nuestra esclavitud. – Es una de las bromas de Al -explicó la señora
Collins-. Estaba parado junto a la ventana cuando vio una mano
enorme que salió detrás del horizonte y apagó el sol. – ¿Eso viste,
Al? – Lo juro. El índice y el pulgar estaban separados, y luego se
juntaron, y ¡puf! el sol se apagó. – Es encantador -dijo Sophie-.
Tienes una imaginación maravillosa, Al. – Especialmente cuando
apuesta -señaló su mujer. – Nunca se va a olvidar la vez que
reduplicaste -dijo Sophie. Era evidente que ella tampoco lo iba a
olvidar. – Interesante pero nada práctico -dijo Steve Benson, que
era ingeniero de la IBM-. Se trata de un cuerpo de más de un millón
de millas de diámetro. La temperatura interna es de más de diez
millones de grados centígrados, y en el centro los átomos de
hidrógeno se reducen a ceniza de helio. Así que no es más que
simbolismo poético. El sol va a estar con nosotros por mucho, mucho
tiempo. Después de la segunda partida, Sophie Benson dijo que debía
hacer frío en la casa, o de lo contrario se estaba enfermando. –
Sube el termostato, Al -dijo la señora Collins. Los Collins ganaron
la tercera y la cuarta partida, y al despedirse de sus huéspedes
esa
noche, la señora Collins lo hizo con la tranquila
superioridad de quien ha ganado. Al Collins los acompañó hasta el
auto pensando que, después de todo, la vida en los alrededores de
una ciudad es un extraño proceso de soledad y alienación. En la
ciudad, un millón de personas debía haber visto lo que sucedió.
Allí, Steve Benson estaba bañándose y su mujer arreglando un
vestido. Era una noche muy fría para otoño. Hacía poco había
llovido, y los charcos que aún quedaban estaban congelados. El
cielo, tachonado de estrellas, tenía la helada apariencia de pleno
invierno. Los dos Benson habían venido sin abrigo, y mientras
corrían al auto Benson dijo con sorna que Al debía tener razón con
respecto al sol. Benson tuvo dificultad en hacer arrancar el motor
del coche, y Al Collins se quedó junto a ellos, helado de frío,
hasta que el auto se alejó. Entonces miró el termómetro de afuera.
Había bajado a dieciséis grados. – Bueno, les ganamos en toda la
línea -observó su mujer cuando él entró en la casa. La ayudó a
levantar la mesa y luego a arreglar todo, y mientras estaban
haciéndolo ella le preguntó qué quería decir antropomorfismo. – Es
una noción primitiva. Como sabes, la Biblia dice que Dios hizo al
hombre a su imagen y semejanza. – ¿Es eso? Yo creía en eso cuando
era niña. ¿Qué estás haciendo? Estaba junto al hogar, y dijo que
iba a encender unos leños. – ¿En otoño? Debes estar loco. Además,
yo misma limpié el hogar. – Yo lo limpiaré mañana, no te aflijas. –
Bueno, yo me voy a la cama. Me parece una locura hacer fuego a esta
hora de la noche, pero no me voy a poner a discutir contigo. Es la
primera vez que has jugado bien, y eso se agradece. La madera
estaba seca, y era un placer mirar el fuego que ardía
agradablemente. Collins nunca había dejado de admirar el
chisporroteo de los leños. Se preparó un whisky con agua y se sentó
frente al fuego. Mientras bebía lentamente, recordaba sus pocos
conocimientos científicos. Las plantas verdes morirían en una
semana, y entonces desaparecería el oxígeno. ¿En cuánto tiempo?, se
preguntó. En dos días, o diez. No podía acordarse exactamente y no
tenía ganas de ir a consultar la enciclopedia. Haría mucho,
muchísimo frío. Se sorprendió por su reacción. No tenía miedo, sino
mucha curiosidad. Antes de irse a la cama, volvió a mirar el
termómetro. Cero grado. Su mujer ya estaba dormida cuando subió al
dormitorio. Se desvistió rápidamente y puso otra frazada antes de
deslizarse junto a ella, que se acercó a él. Sintiendo ese cuerpo
tibio junto al suyo, se durmió.