Jueves, 14 de octubre de 2010
Nathalie es una mujer hermosa, cuarentona y algo entrada en carnes. Tiene los ojos de un azul intenso, limpio, y los labios sensuales. Lleva el pelo negro azabache, ondulado y largo hasta los hombros, brillante y bien peinado, enmarcando unas mejillas sonrosadas. Viendo a la mujer de Juan Pedro nadie diría que acabe de enviudar en circunstancias excepcionales. Lo que sí trae son ojeras, bien disimuladas por el maquillaje, pero aun así visibles bajo sus ojos ligeramente rasgados, que hoy están enrojecidos. Hablan al inspector de una noche en vela, que Carlos atribuye al asesinato de su marido.
—Nathalie, ¿se encuentra bien?
—Sí —ella contesta con un hilo de voz. El policía aprecia que la tiene cantarina, con un timbre especial y un poso de acento francés que ya notó el día que fue a darle la mala noticia a su casa. Es un rastro muy poco marcado pero distinguible, que suaviza sus erres y le da a su entonación un matiz diferente. La voz es tan limpia, tan cristalina que no le extrañaría que participara en algún coro de la zona.
Ella estrecha su mano tendida, avanza un paso y le saluda con dos besos en las mejillas. Sus manos son pequeñas y bien cuidadas.
—Tengo que hacerle algunas preguntas sobre su marido…
Asiente serena. Tintinean los aros de plata de sus orejas, los mismos que llevaba el jueves de la semana anterior, el día que fueron a darle la mala noticia.
—Lo entiendo. Pero tutéame, por favor. Conocías a Juanpe y se me hace extraño que me hables de usted.
Ha citado a la viuda en las dependencias de la comisaría de Irun. La mujer ha llegado puntual a la entrevista y ha entrado hasta la sala de declaraciones sin titubeos, con paso firme. El policía inspecciona con disimulo su indumentaria y, aunque con matices, decide que se puede interpretar que va de luto. Lleva un vestido negro ceñido a las curvas de su cuerpo, que deja ver un par de piernas rotundas desde más arriba de las rodillas. Las trae enfundadas en medias de cristal muy oscuras, casi negras que se pierden en unas botas de tacón alto, media caña y con forro de pelo. Cubre sus hombros con un abrigo de cuero marrón muy oscuro y cuello de piel vuelta que lleva desabotonado, más largo que el propio vestido y a juego con el calzado. Un bolsito de ante negro remata el conjunto. La primera vez que la vio no estaba tan arreglada y le pareció decididamente más baja y menos espectacular.
Espera pacientemente a que tome asiento y se acomode al otro lado de la mesa antes de comenzar con las preguntas. El perfume dulzón de la viuda ha conseguido abrirse paso por su nariz congestionada y ya impregna toda la estancia.
No puede evitar compararla con Irene.
—De acuerdo —carraspea— ¿Tienes alguna sospecha sobre quién pudo ser el autor del homicidio? —comienza Carlos casi sin darle tiempo a prepararse para el interrogatorio.
Se muestra ligeramente sorprendida y se yergue levemente en la silla con un crujido del cuero de su abrigo; puede que no esperara que le preguntaran algo así, al menos no tan pronto. Carlos anota mentalmente la reacción.
—¿Has entendido la pregunta?
—Sí, claro, pero no, no sospecho de nadie y no entiendo cómo podría saber yo quién ha matado Juan Pedro —Nathalie enarca las cejas y sostiene la mirada del policía. Sus manos abrazan el bolso negro aterciopelado contra su pecho.
A pesar de las circunstancias, Carlos se sorprende pensando que es una mujer atractiva y evita su mirada.
—No digo que sepas quién es el autor, pero por la forma de matarlo —el policía intenta ser delicado y evita entrar en detalles escabrosos, no le habla de las siete cuchilladas y su posible origen pasional, ni de las magulladuras del cuerpo que indican que hubo pelea, hace un gesto ambiguo con la mano y acaba posándola sobre la mesa de la oficina—, nos hace pensar en un móvil pasional —resume—. Quizás puedas darnos algún detalle, un dato, por insignificante que te parezca, que nos aporte algo de luz en la investigación.
Ella se revuelve inquieta en su asiento, un nuevo retardo en la respuesta y otra oleada de perfume que llega al policía.
—¿Pasional? —repite Nathalie denotando sorpresa.
Carlos asiente. Casi es un farol, pero sospecha que sabe algo o que, al menos, puede aportar información esclarecedora; piensa, en definitiva, que podría ser el eslabón débil de una cadena de secretos. Por un lado, y sin pretenderlo, está empatizando con ella y lamenta tener que presionarle pero, por otro, lo que sea que está incubando lo mantiene incómodo y dolorido, y le urge a obtener respuestas evitando rodeos innecesarios.
—Pasional —dice ella una vez más, pero con tono neutro, como si reflexionara sobre ello, mientras su mirada se pierde en la superficie gris de la mesa. Nathalie levanta la vista, se coloca un inexistente rizo suelto sobre la oreja y coge aire, como si fuera a decir algo, pero parece arrepentirse y permanece callada mirando a los ojos a Carlos, que se tiene que esforzar en no desviar la vista otra vez.
«Tú me escondes algo» —piensa Carlos amoscado, además de molesto.
—¿Quizás sabías algo sobre una relación entre Juan Pedro y una compañera de trabajo? —aventura el policía entrando a cuchillo y, a la vez, poniéndoselo fácil.
Ella frunce los labios, como si algo ácido le hubiera reventado en la boca y después suelta el aire de golpe, haciendo un sonido entre una tos y un amago de risa aislada y amarga. Pero permanece callada, sosteniendo la mirada de Carlos.
—Nathalie, es posible que te encuentres dolida —Carlos da por hecho que ha dado en la diana con su farol—, pero necesitamos encontrar al asesino del padre de tus hijos —ahora ella desvía la mirada hacia el suelo, abre el bolso y extrae un kleenex, con el que enjuaga levemente la humedad que parece haberse formado en sus ojos—. Cualquier información que nos puedas dar ayudará a la investigación y, en cualquier caso, evitará que hurguemos en la vida de personas inocentes, que acusemos y detengamos a quien no lo merece… —ella cierra los ojos y los aprieta con fuerza. Una lágrima escapa de su pañuelo y resbala con rapidez por su mejilla.
Carlos está dispuesto a jugar su última baza.
—¿Qué puedes contarme sobre Irene, Nathalie? ¿Te suena el nombre? Estoy seguro de que sabes de quién te hablo.
—¿En qué puede ayudar que yo te hable de eso? —la voz de Nathalie, que por fin se ha decidido a decir algo, suena extrañamente serena a pesar de las lágrimas.
Pero Carlos no necesita ya más confirmación. Ya está, había algo y ella lo sabía. Se separa de la mesa y suspira relativamente satisfecho.
—Aunque preferiría que me lo aclararas de forma explícita, es evidente que es cierto. Ya conocías esa relación antes de venir hoy aquí. Tengo otra pregunta que hacerte —ella encoge los hombros, aparentemente resignada—. ¿Mantienes, o has mantenido tú también alguna otra relación que pudiera implicar a otras personas en este caso?
Ahora sí, la reacción de Nathalie es abiertamente de sorpresa. Sus labios pintados se separan al descolgársele la mandíbula. Carlos repara en ello y, además, no aprecia ni rastro de las lágrimas que anegaban sus ojos un instante antes; ojos que se han quedado abiertos y no pestañean.
— ¿Qué quieres decir? ¿Me estás preguntando si yo también tenía un amante?
El policía, que no ha podido evitar sonreír disimuladamente, a pesar de la situación, lo disimula secándose la punta de la nariz con un pañuelito antes de contestar con voz ligeramente gangosa.
—Cuando se produce una agresión por celos, el autor pretende quitarse a un obstáculo de en medio. En este caso podría tratarse de eliminar a un rival, a Juan Pedro —dice barriendo con la mano un obstáculo imaginario que se interpusiera entre Nathalie y él—, despejándose el camino hacia su objeto de deseo. Y vosotros dos estabais casados ¿Verdad? Creemos que Juan Pedro era un obstáculo para alguien —continúa, sin esperar respuesta—, aunque todavía no sabemos para quién. La cuestión es: ¿Tienes un amante? Porque, si lo tuvieras, sería conveniente que habláramos con él.
La viuda se queda muda.
—Nathalie —insiste—, ¿Necesitas que te repita la pregunta?