5.- Cabos sueltos

 

 

Lunes 11

 

Suena el teléfono de Aitor. En la pantalla táctil se ilumina una fotografía: es Irene con aquella pose en la que le recuerda tanto a la actriz Cameron Díaz. Irene, por supuesto. Le hizo la foto un día soleado de primavera, mientras paseaban por Vitoria. Le miraba incitante y con sonrisa burlona; poco después de hacerle la foto se colgó de su cuello en un portal, aprovechando que la calle había quedado momentáneamente vacía, y le estampó un beso en la boca que sus labios todavía recuerdan. Eran mejores tiempos. Por un instante ha pensado que podría ser Carlos otra vez. Hace bastante que ella no le telefonea. Le gusta hablar con él, pero siempre espera a que le llame. Conoce el porqué de su cambio de rutina: Carlos se le ha adelantado y, a estas alturas, ha debido hablar con ella también, así que ya se ha enterado de lo de Juanpe.

Suspira con resignación y descuelga, hoy va a ser un día largo. No le espera una tarea fácil.

Dame un momento por favor Aitor, sin colgar, sale de su oficina y busca un lugar más discreto para hablar con ella. Ya está —continúa mientras camina por uno de los largos pasillos desiertos del edificio, ahora ya podemos hablar más tranquilos.

Tú ya lo sabías, ¿verdad? le espeta Irene visiblemente alterada y sin darle tiempo a reaccionar.

Aitor decide que no es momento de jugar al gato y al ratón, sabe a qué se refiere.

Sí. Supongo que hablas de lo de… —no encuentra las palabras apropiadas— del homicidio de hoy. Carlos me ha llamado a primera hora responde con la mayor asepsia y serenidad que es capaz de fingir.

¿Y no me lo has dicho? ¿Cómo se te ha ocurrido no llamarme para contármelo?

Solo han pasado unas horas desde que recibió la llamada de su compañero. Ponerse a explicarle que no ha tenido tiempo material para contarle todo lo que ha ocurrido durante la mañana, aunque hubiera sabido cómo hacerlo, sería perder el tiempo, así que ni lo intenta.

Creo que deberíamos vernos y hablar cara a cara —una pausa—. Lo necesitamos los dos.

— ¿Has sido tú?

La línea queda nuevamente en silencio, pero esta vez durante unos segundos interminables.

Escucha, no… —dice Aitor, agradeciendo mentalmente haber salido de la oficina para hablar con ella espera. No vayas por ahí. Esto es, precisamente, lo que quería evitar yo. Me parece que no deberíamos hablar más por teléfono. Si te parece bien, me acerco allí dentro de un rato. Por la tarde quizás.

No me has contestado…insiste ella. Lo han acuchillado. ¿No habréis sido tan gilipollas como para…?

No digas tonterías, claro que no lo he matado yo le corta susurrando súbitamente irritado. Más silencio. Me crees ¿verdad?

Aitor otea a derecha e izquierda, alarmado, como si temiera que, a pesar de todo, alguien pudiera haber escuchado la acusación de Irene. Ella sabe que ambos habían acudido a clases de esgrima hacía años. Fue algo de lo que hablaron durante el curso de ascenso, estando los tres tomando algo por la parte vieja de Gasteiz. Alardearon de sus supuestas habilidades con un sable, fantasearon sobre duelos. Una conversación normal entre dos hombres bebiendo cervezas con una mujer que les escucha.

¿A las cuatro en el cementerio? aunque lo formula como una pregunta, a Aitor le suena como una orden de la mujer. Le resulta extraño escucharle hablar de aquella manera. Aunque tiene carácter, no es muy dada a decirle lo que tiene que hacer. Siempre le ha respetado.

Intentaré estar para las cuatro y cuarto, pero no creo que pueda llegar antes.

De acuerdo.

 

3 nudos
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