VI. TRABAJO SIMPLE Y TRABAJO COMPUESTO

El señor Dühring ha descubierto en Marx una chapucería económica de colegial que constituye al mismo tiempo una herejía socialista, verdadero peligro público.

La teoría marxiana del valor no es más que «la común… doctrina de que el trabajo es la causa de todos los valores, y el tiempo de trabajo la medida del mismo. Con esto queda en completa oscuridad el modo como hay que concebir el diversificado valor del trabajo que suele llamarse calificado… Cierto que, también según nuestra teoría, sólo el tiempo de trabajo aplicado puede medir los costes naturales y, por tanto, el valor absoluto de las cosas económicas; pero en este caso debe considerarse igual en valor el tiempo de trabajo de cada cual, y sólo habrá que considerar además, a propósito de prestaciones cualificadas, cómo coopera con el tiempo individual de trabajo de un individuo el de otras personas… por ejemplo, en la herramienta utilizada. Así, pues, no ocurre, como en la nebulosa concepción del señor Marx, que el tiempo de trabajo de alguien valga ya en sí más que el de otra persona, porque haya en él, por así decirlo, más tiempo medio de trabajo condensado, sino que todo tiempo de trabajo es, sin excepciones y básicamente, del mismo valor, sin que sea necesario pensar además en un valor medio, y lo único que hay que hacer ante las prestaciones de una persona, igual que ante cualquier producto terminado, es advertir cuánto tiempo de trabajo de otras personas puede estar encubierto en la aplicación de un tiempo de trabajo aparentemente propio. Y para la rigurosa validez de la teoría no significa ninguna diferencia el que se trate de una herramienta de producción para uso de la mano, o de la mano misma, y hasta de la cabeza, cosas todas que sin el tiempo de trabajo de otras gentes no habrían podido cobrar la propiedad peculiar y la capacidad de rendimiento que tienen. En cambio, el señor Marx, en todas sus exposiciones sobre el valor, no consigue liberarse del fantasma, siempre presente en el fondo, de un tiempo de trabajo cualificado. Lo que le ha impedido liberarse de esta tendencia es la mentalidad tradicional de las clases cultivadas, para las cuales tiene que ser una monstruosidad el admitir que el tiempo de trabajo de un peón es, desde el punto de vista económico, exactamente del mismo valor que el del arquitecto».

El paso de Marx que ha dado ocasión a esa «majestuosa cólera» del señor Dühring es muy corto. Marx está buscando qué es lo que determina el valor de las mercancías, y se responde: el trabajo humano contenido en ellas. Este trabajo, sigue diciendo, «es gasto de simple fuerza de trabajo, poseída en media por todo hombre normal, sin especial desarrollo, en su organismo somático… El trabajo complicado se considera simplemente como trabajo simple potenciado o, más bien, multiplicado, de tal modo que un quantum menor de trabajo complicado equivale a un quantum mayor de trabajo simple. La experiencia enseña que esta reducción se practica constantemente. Aunque una mercancía sea producto del trabajo más complicado, pero su valor la confronta con el producto del trabajo simple, y por eso ella misma no representa sino un determinado quantum de trabajo simple. Las diversas proporciones según las cuales diversas clases de trabajo se reducen a trabajo simple como a unidades de medida se establecen por un proceso social que tiene lugar a espaldas de los productores, y por eso les parecen a éstos dadas por la tradición».[40]

En ese texto de Marx se trata por de pronto sólo de la determinación del valor de mercancías, esto es, de objetos producidos en una sociedad compuesta de productores privados, por éstos y a su cuenta, objetos que se intercambian los unos con los otros. No se trata, pues, en absoluto del «valor absoluto», exista éste donde bien le parezca, sino del valor imperante en una determinada forma de sociedad. Este valor, en esa determinada versión histórica, resulta creado y medido por el trabajo humano incorporado a las mercancías, y este trabajo humano se presenta además como gasto de simple fuerza de trabajo. Pero no todo trabajo es mero gasto de simple fuerza humana de trabajo; muchos géneros de trabajo suponen la aplicación de habilidades o conocimientos adquiridos con más o menos esfuerzo, tiempo y gasto de dinero. ¿Producen esas especies de trabajo compuesto, en un mismo tiempo, el mismo valor mercantil que el trabajo simple, el gasto de mera y simple fuerza de trabajo? Evidentemente, no. El producto de la hora de trabajo compuesto es una mercancía de valor superior, doble o triple, comparado con el producto de la hora de trabajo simple. Mediante esa comparación, el valor de los productos del trabajo compuesto se expresa en determinadas cantidades de trabajo simple; pero esta reducción del trabajo compuesto tiene lugar por un proceso social que se realiza a espaldas de los productores, por un mecanismo que en este punto, en el desarrollo de la teoría del valor, no se puede sino comprobar, no explicar.

Marx registra en ese texto este simple hecho que se realiza diariamente ante nosotros en la actual sociedad capitalista. El hecho es tan indiscutible, que ni el mismo señor Dühring lo discute, ni en el Curso ni en su historia de la economía, y la exposición de Marx es tan simple y transparente que seguramente al leerla nadie, excepto el señor Dühring, «queda en completa oscuridad». A causa de ésa, su completa oscuridad, el señor Dühring confunde el valor mercantil, con cuya única investigación está Marx ocupado en ese texto, con los «costes naturales», los cuales adensan aún aquella oscuridad, y hasta con el «valor absoluto», que hasta ahora, y que sepamos, no ha tenido nunca curso en la economía. Mas sea lo que sea lo que el señor Dühring entiende por costes naturales, y cualquiera que sea también aquella de sus cinco clases de valor que tenga el honor de representar el valor absoluto, el hecho es que Marx no habla de ninguna de esas cosas, sino sólo del valor mercantil, y que en toda la sección de El Capital sobre el valor no hay ni siquiera una vaga alusión a que Marx considere aplicable también a otras formas de sociedad la teoría del valor mercantil, tal como está, o ampliada o restringida.

No ocurre, sigue diciendo el señor Dühring, «no ocurre, como en la nebulosa concepción del señor Marx, que el tiempo de trabajo de alguien valga ya en sí más que el de otra persona, porque haya en él, por así decirlo, más tiempo medio de trabajo condensado, sino que todo tiempo de trabajo es, sin excepciones y básicamente, del mismo valor, sin que sea necesario pensar además en un valor medio».

Es una suerte para el señor Dühring que el destino no haya hecho de él un fabricante, pues con ello le ha evitado fijar el valor de sus mercancías según esta nueva regla, y hundirse así infaliblemente en la bancarrota. Pero ¿cómo? ¿Es que nos encontramos aún en la sociedad de los fabricantes? En modo alguno. Con los costes naturales y el valor absoluto el señor Dühring nos ha obligado a dar un salto, verdadero salto mortal, desde el perverso mundo actual de los explotadores hasta su propia comuna económica del futuro, hasta la límpida atmósfera de la igualdad y la justicia, razón por lo cual, aunque aún sea prematuro, tenemos que echar ya un vistazo a ese mundo nuevo.

Cierto que, según la teoría del señor Dühring, también en la comuna económica el tiempo de trabajo utilizado es lo único que puede medir el valor de las cosas económicas, pero aquí el tiempo de trabajo de todos debe considerarse por principio exactamente igual en valor: todo tiempo de trabajo es sin excepción y básicamente equivalente, y ello sin necesidad de pensar en un valor medio. Y ahora compárese con ese radical socialismo igualitario la nebulosa idea de Marx, según la cual el tiempo de trabajo de alguien es ya en sí más valioso que el de otra persona cuando en él hay condensado más tiempo medio de trabajo, idea en la que le tiene preso la tradicional mentalidad de las clases cultas, a las que tiene que parecer una monstruosidad que el tiempo de trabajo del peón y el del arquitecto deban reconocerse como plenamente equivalentes desde el punto de vista económico.

Desgraciadamente, Marx ha puesto al paso de El Capital antes citado la pequeña breve nota: «El lector debe observar que aquí no se habla del salario o valor que el trabajador recibe, por ejemplo, por un día de trabajo, sino del valor de la mercancía en el que se objetiva su día de trabajo».[41] Marx, que parece haber previsto aquí la aparición de sus dühringes, toma él mismo precauciones para que sus citadas palabras no se apliquen siquiera al salario a pagar en la actual sociedad por un trabajo compuesto, por ejemplo. Y si el señor Dühring, no contento con hacer esa interpretación excluida por Marx, presenta además esas frases como los principios según los cuales Marx querría ver regulada la distribución en la sociedad organizada de modo socialista, comete una falsificación tan desvergonzada que sólo resulta comparable con la literatura premeditadamente difamatoria.

Pero contemplemos, a pesar de todo, con algo más de detalle la teoría de la igualdad de valor. Todo tiempo de trabajo es plenamente equivalente, el del peón al del arquitecto. Así, pues, el tiempo de trabajo, y con él el trabajo mismo, tienen un valor. Pero el trabajo es el productor de todos los valores. Él es lo único que da un valor en sentido económico a los productos naturales. El valor mismo no es sino la expresión del trabajo humano socialmente necesario objetivado en una cosa. Por tanto, el trabajo no puede tener un valor. Hablar del valor del trabajo y querer determinarlo es lo mismo que hablar del valor del valor o del peso del peso, no de un cuerpo pesado, y querer determinarlos. El señor Dühring se desentiende de personajes como Owen, Saint Simon y Fourier llamándolos alquimistas sociales. Al especular y fabular sobre el valor del tiempo de trabajo, es decir, del trabajo, prueba él mismo estar muy por debajo de los verdaderos alquimistas. Y ahora apréciese la osadía con la que el señor Dühring atribuye a Marx la afirmación de que el tiempo de trabajo de alguien tiene ya en sí mismo más valor que el de otra persona, lo que supone afirmar que el tiempo de trabajo y el trabajo tienen un valor. Eso se atribuye a Marx: a Marx, que ha sido el primero en exponer que el trabajo no puede tener ningún valor, y por qué no puede tenerlo.

La comprensión de que el trabajo no tiene valor ni puede tenerlo es de suma importancia para el socialismo, el cual se propone emancipar a la fuerza de trabajo humana de su situación de mercancía. Al comprender eso caducan todos los intentos —heredados por el señor Dühring del espontáneo socialismo obrero— de regular la futura distribución de los medios de existencia como una especie de superior salario del trabajo. Además, de aquella comprobación se sigue la ulterior comprensión de que la distribución, en la medida en que está dominada por puntos de vista puramente económicos, se regulará por el interés de la producción, y la producción se promueve del mejor modo mediante una forma de distribución que permita a todos los miembros de la sociedad desarrollar del modo más polifacético posible sus capacidades, así como mantenerlas y ejercitarlas. Cierto que a la mentalidad del señor Dühring, heredada de la de las clases cultivadas, tiene que parecerle monstruoso que un día deje de haber peones y arquitectos de profesión, y que el hombre que durante media hora haya dado instrucciones en calidad de arquitecto pueda llevar también durante un rato la carretilla, hasta que vuelva a ser útil su actividad como arquitecto. ¡Bonito socialismo es el que eterniza la profesión de peón!

Si la equivalencia de los tiempos de trabajo quiere decir que todo trabajador produce en el mismo tiempo el mismo valor, sin necesidad de medirlo por un valor medio, entonces la afirmación es obviamente falsa. Ya entre dos trabajadores, incluso de la misma rama profesional, el producto valor de la hora de trabajo resultará siempre diverso en cuanto a intensidad del trabajo y habilidad; ninguna comuna económica, o, al menos, ninguna comuna económica situada en nuestro cuerpo celeste, puede eliminar ese desorden, que no lo es, naturalmente, más que para gentes à la Dühring. ¿Qué queda, pues, de esa equivalencia de todos los trabajos? Nada más que la mera frase sonora, sin más fundamento económico que la incapacidad del señor Dühring para distinguir entre determinación del valor por el trabajo y determinación del valor por el salario; nada más que el ukase, la ley básica de la nueva comuna económica: el salario debe ser igual para tiempo de trabajo igual. Los viejos obreros comunistas franceses y Weitling tenían mejores motivos para reclamar la igualdad de salario.

¿Cómo se resuelve esta importante cuestión del salario más alto del trabajo compuesto? En la sociedad de productores privados, los particulares o las familias cargan con los costes de formación del trabajador calificado; por eso corresponde a los particulares el precio, más alto, de la fuerza de trabajo calificada: el esclavo hábil se vende más caro, y el obrero hábil cobra salario más alto. En la sociedad organizada de un modo socialista, es la sociedad la que carga con esos costes, y por eso le pertenecen también los frutos, los valores mayores producidos por el trabajo compuesto. El trabajador mismo no tiene derecho a reclamar más que los otros. De lo que se sigue, dicho sea incidentalmente, la práctica aplicación de que la favorita reivindicación por el obrero del «producto pleno del trabajo» tiene también sus más y sus menos.