Capítulo VII
Casimiro y Bellaflor
Sobrevolando Salamanca sin prisas iba el Duque. Los recuerdos de aquellos añejos tiempos en la universidad a su época le trasladaban. Avanzaba cien metros y en el tejado de los edificios se posaba a contemplar la que fue su cuna y morada. Solo parte del casco viejo recordaba, entre libros, curas, vinos y horas tiernas a la luz del húmedo fuego de muchas piernas, se le iba la memoria del sitio donde tanto aprendió sobre la historia.
–¡Vive Dios que no lo entiendo!, en voz no lo hago porque me quemáis en vida, pero no lo comprendo. ¿Por qué pecado es dar placer a quien lo pide solo una vez? o ¿dos o tres si place y alguna más también?, pues el amor es tu divina palabra y yo, cumplido la he con fervor. Mejor pensar en otra cosa, que al final mi mente leéis y en un duro y definitivo aprieto puedo verme, al demonio mirando al frente y a
mí para levante, ¡y eso sí que no!, ¡con vista al horizonte de Cuenca no!
Vista y recordada su añorada juventud, el emplumado caballero cambió el rumbo como pez en el agua, la costa levantina quería volver a divisar, pero antes otros menesteres debía realizar, pues hasta sus atributos estaba de ver como en el momento que se despistaba, las desdichas le venían por detrás sin avisar.
–He de forjarme un coselete, espada, quitapenas, pica y hasta un cinturón de castidad, que las cosas no están para relajarme sin esperar que un toro por la popa me la quiera colocar. En ese prado mis armas habré de elaborar.
Descendió a un verde campo regado con un cristalino río y allí comenzó la faena. Buscó hojas secas, flexibles y robustas para sus patas y se hizo un pantalón que le cubría sus partes. Un cinturón cruzado para soportar el tahalí y los aceros, ¡ahora de madera!, pero puntiagudos y bien afilados, con un trozo de cuero fino que encontró, su seguridad fabricó, así su chaleco bien remendado y por si poco fuera, la pica y el sombrero de ala ancha bien diseñado, pero de paja, claro está.
–¡Ahora sí!, ¡como ha de ser mi Señor!, que bien protegido… enemigo duro parezco y me quito de en medio al que solo quiere ser molesto, del resto… ¡ya me ocupo yo! –Gritó a viva voz.
Comenzó a batir las alas, pero que no, ¡que no
despegaba!, así que a saltos fue corriendo, esperando que un buen viento le ayudara, y ocurrió, por detrás recibió el requerido empujón de una fuerte brisa del firmamento y se elevó.
–¡Pardiez!, esto no puede ser, agotado al poco tiempo quedaré si no descargo algo de una vez.
Eolo viendo que el ave volaba, le dejó de ayudar, y ¡zashhh!, otra soberano leñazo se dio.
–¡Ahhh!, ¡Ay, ay, ay! ¡Dios! Protegido por ti estoy, se nota, con la de hostias que me doy, en otro lugar debería estar de visita, a vuestra diestra o la siniestra del príncipe desalmado, pero en cambio, repito una y otra vez con las que duelen y al rato dispuesto de nuevo estoy.
Como soldado que fue, el Duque no se amilanó, todo lo contrario, fabricó una cesta que colgó a su espalda, de piedras la llenó y batiendo las alas de nuevo intentó volar a base de carreras y saltos. Así una dura semana estuvo, hasta que viendo que ya estaba preparado, se quitó la carga y de nuevo se lanzó, pero con éxito en esta ocasión.
Cuando las poblaciones sobrevolaba, las gentes le miraban y él con el orgullo de quien sabe que lo ha conseguido, colocando el ala sobre el sombrero saludaba.
Toledo veía de lejos, en estos momentos y a punto estuvo de bajar un momento, ¡pero no!, se había fijado el Mediterráneo como destino y cuando el Duque tomaba una decisión, no había quien le convenciera de lo contrario. El Toboso ya veía de cerca y a las horas ya distinguía las aguas saladas de Alicante, hasta que el cartel de una población le llamó la atención por su inusual nombre. Villapene de Arriba se llamaba, curiosa denominación, pensó y allá se fue.
–¡Vive Dios!, ¡qué talento para el humor tenemos en estas Españas!, cómica manera de atraer a las doncellas que necesitadas estén de buenas pericias, ¡sí señor!
El destello de la luz del sol se reflejaba en un conjunto urbano de inmaculado blanco, las puertas y marcos de las ventanas de distintos colores, unas a azules como el mar que lo bañaba, otras verdes esmeralda, marrón natural de la madera, pero en armonía, viviendas de no más de dos alturas, terrazas agasajadas con bellas plantas daban una imagen romántica y alegre a la villa de tan llamativa denominación.
–Me place la vista de su conjunto, respiro paz y tranquilidad, como si en el cielo estuviera. Veamos la plaza del pueblo.
Volaba por las callejuelas a media altura, sin miedo, el color de las viviendas le servían de camuflaje ante los pocos transeúntes que se iba encontrando, hasta que ascendió y pudo ver dos cúpulas azules.
–¡Vaya!, me habían hablado de este tipo de arquitectura, pero jamás lo había visto y he de decir que muy bello es. Al fondo de esta calle parece que hay más afluencia de sus paisanos, veremos qué les reúne.
A medida que se iba acercando comprobó que todos se iban sentando en sillas perfectamente enfiladas y colocadas. El sol comenzaba a descender reflejando el atardecer en los rostros y ropas, dándole un toque especial al conjunto con el estilo del pueblo.
–Me acercaré un poco más, da la impresión de ser una gran corrala, mucho tiempo ha desde que no disfruto de una obra de teatro.
El Duque se posó en lo alto de cruz de la bóveda inferior desde donde contemplaba todo lo que ocurría y acontecía mientras las gentes se reunían y colocaban para ver la función. Dos personas despertaron su curiosidad ambos llevaban pañuelos, uno verde y otro azul en sus cuellos, situados estaban ambas esquinas de la perfecta distribución.
–Ese caballero que tan bien vestido y conjuntado va llama la atención por sus anteojos, desde aquí veo sus ojos como si a un palmo estuviera de ellos y estoy lejos. Sin embargo la hermosa doncella que al otro lado está, es muy bella, el cabello rubio ensortijado le da el glamour de las duquesas cuando buscando están el amor que les falta y tanto les pesa. Quizás hechos estén los dos para el mismo zumo, pero orden de arriba no he recibido.
Finalizando estaba el crepúsculo del atardecer
para dar paso a la fiesta nocturna. La luna llena indicaba que era su turno, mientras, el astro rey cedía enamorado el momento a la magia y el hechizo de la oscuridad iluminada por el satélite del amor por definición.
–Buena noche se me antoja, pero no hay velas o lámparas que permitan ver el espectáculo.
Esperando estaba el mirlo cuando de pronto la banda sonora comenzó a sonar.
–¡Pardiez!, músicos no veo pero si escucho la melodía en muy alta voz, escondidos y divididos estarán en el interior de las casas para repartir tan sabiamente el ritmo que suena.
Todas las personas que allí había sentadas, miraban hacia una enorme y blanca pared, pero no había escenario así que al hidalgo, nada le cuadraba.
–Entender quisiera cómo es posible que estando a la misma altura las sillas, y los acomodados, puedan ver la función de teatro no habiendo escenario.
La noche se cerró y unos momentos después el muro se iluminó con los titulares de la película que iban a proyectar. El sonido aumentó dando vida a las escenas que publicitaban la próxima proyección.
–¡Vive Dios que jamás vi cosa similar!, aparatos que vuelan y sueltan bombas por doquier, pero… ¿de dónde sale esa luz que refleja la realidad sobre la pared?
La curiosidad pudo con nuestro emplumado héroe, quien buscando el haz de colores que el humo del tabaco iluminaba dio con el foco del origen. Éste, al ver la máquina de la que las imágenes salían, se posó al lado de ella mirándola sin disimulo y temor.
–Un cañón del que salen las personas y los aparatos, esta época me gusta y despista, pues han avanzado tanto que tiempo no tengo para comprender su evolución.
El título del filme se estaba proyectando sobre el escenario, una obra del siglo XVI sobre los tercios viejos de Flandes que al principio paso desapercibida para el mirlo, pues mirando seguía el punto por el que el rayo de vida salía. La música cambió por otras más acordes a la función, pero de nada servía, el emplumado caballero pues embobado seguía intentando averiguar cómo era posible que de ahí prendiera lo que de lejos distinguía, hasta que empezó a escuchar golpes de los aceros y órdenes que de lejos llegaban.
–¡Formad, clavad las picas y a una orden los arcabuceros disparad, mantened el aliento y no rompáis la formación!
El Duque que tantas sangrientas batallas había experimentado, miró hacia la pared donde se vivía la guerra y lo que vio no le gustó, camaradas de los viejos tercios se batían en inferioridad.
–¡Santiago y cierra España!, ahí me necesitan,
muchos son los enemigos y una sola compañía para salvar el honor.
Mientras en la pantalla se proyectaba la carga de caballería contra la formación de los soldados españoles, un vuelo de pájaro sobre la pantalla se vio. El mirlo se lanzó en ayuda de sus compañeros desde la punta del proyector. Las gentes que allí estaban veían una gran sombra que volaba hacia la película, pero que poco a poco iba disminuyendo de tamaño, hasta que…
¡Plofff!, el veterano guerrero se estrelló contra el muro que servía de exposición. Tan solo dos personas se dieron cuenta del detalle y ambos como si de acuerdo estuvieran, corriendo se desplazaron para ayudar al ave que allí se había estampado. Con tanto ahínco fueron, que al agacharse para coger al aplastado bicho un cabezazo se dieron. El público que en la parte delantera estaba viendo el accidente a risas explotaron mientras la chica y el chico sentados en el suelo tras el fortuito golpe, sacudían sus cabezas de uno a otro lado con fuerza, pues aún no sabían que había ocurrido.
Él fue el primero en ver lo que había pasado, se incorporó y la mano le tendió. Ella contemplaba al varón con gracia, cogió el mirlo y ayudándose de su mano se levantó.
–¡Gracias!, veo que nos hemos dado cuenta del accidente de este bello mirlo y en su ayuda presurosos hemos ido en la misma dirección y al agacharnos un buen porrazo nos hemos dado. Me llamo Bellaflor, ¿y tú?
El caballero no salía del asombro, perdido ha-bía sus gafas en el duro encuentro, tan solo divisaba una sombra difusa que dulcemente le hablaba y como acostumbrado no estaba a tan aparente mujer, se puso nervioso y contestó.
–¡Casiveo, me llamo Casiveo!
La donna ante tal respuesta se quedó pasmada primero, pero poco tiempo le duró, en menos que canta un gallo una carcajada se le escapó.
–¡Jajaja, jajaja, jajaja!, no puede ser, ese nombre no existe, que gran sentido del humor tienes, ¡jajaja, jajaja, jajaja!
El hombre que ya de por sí era tímido, rojo como un tomate se quedó, no se atrevía a decir nada más, hasta que de pronto cayó en lo que él había dicho y entonces tartamudeando a ella se dirigió.
–¡Pe, pe, pe, perdón, qui, qui, quise de, de, decir ca, ca, ca, ca, Casimiro!
Decirles que la princesa viendo el panorama que se encontró de golpe, generosos amagos hizo de partirse de risa, ¡pero no!, estoicamente y como pudo aguantó regalando un angelical sonrisa al que casi no veía, y claro, es que era de verdad, no sabía si lo que delante tenía era una linda señorita o un burro que en castellano se comunicaba. No obstante el tartaja temporal se recompuso, pues dado se había cuenta que quien le había preguntado, no se había carcajeado.
–¡Casimiro quiero decir!, ¡perdón!, es que he perdido las gafas y se me ha cruzado el nombre con lo que en esos momentos divisaba.
La respuesta no le cayó bien a la dama, pues le había dicho según entendía, que no la había visto y ella, de todo menos invisible, ¡faltaría más!, de manera que soportó el tipo como pudo, hasta que llegado el momento se lo sonrojó de ira, la cara le cambió y…
–¿Qué no me has visto?, ¡eso sí que no!, el coscorrón que nos hemos dado puedo tolerarlo, pero que me digas que vuestros ojos no se han fijado en mi rostro… ¡no!
No es necesario decir que ni intentando enfocar y centrar su mirada lo conseguía, tan solo veía el rojo pasión del cabreo de su semblante, por lo que intentando arreglar un tema que sin querer podría hacerse preocupante…
–Claro que sí, os veo clara y colorada del sol que con tanta sutileza en vuestra jeta se ha posado, pero… no os distingo bien, por lo que os ruego, si os place, que me ayudéis a buscar ese delicado instrumento que necesito para disfrutar del encanto de tus ojos y vuestra figura.
Cual fiel domador de leones, se dio cuenta que ya no se quejaba, sino que meditaba el verbo que de su lengua había aflorado con tanto encanto desatado.
–Os ayudaré, veamos entre la primera fila, muy lejos no habrán llegado.
Ambos se agacharon y en cuclillas escudriñaban debajo de las sillas que allí se habían colocado, las personas en ellas se habían sentado nada decían ni hacían, estaban tan inmersos en la película que se estaba proyectando, que el resto se las traía al pairo.
Tanteando el suelo con las palmas de la mano algo tocó el casi ciego de vista y por lo que parecía y de un pronto, ¡de amor!
–¡Las encontré mi señora!
Con cuidado comprobó que los cristales estuvieran en perfecto estado y se las puso.
–¡Dios pero qué mujer más guapa!, antes mis ojos no me dejaban disfrutar lo que delante de ellos tenía, pero ahora que de tan cerca os veo, maravillado me quedo ante ti.
La doncella, que a cuatro patas había observado su trasero, miró a su príncipe azul con ironía, para luego muy despacio incorporarse, mientras él contemplaba por primera vez el cuerpo de la princesa de los cuentos de hadas.
–Levántate y vamos a llevar este bello pájaro a un veterinario. –Ordenó la doncella.
Loveotodo comenzó a incorporarse despacio, sin prisas contemplando a medida que se alzaba la figura de la mejor obra de arte que jamás había visto y conocido.
–¡Por supuesto Bellaflor!, vayamos hasta los confines del mundo si fuera necesario, este pájaro seguro que es un enviado y a nosotros sin querer nos ha presentado.
Salieron de la plaza sin prisas, uno al lado del otro clavándose la mirada, como si fuera el primero y el único día, buscando el lugar en el que dieran vida al herido que tan bien les había unido. Por una de las blancas y estrechas calles iban cuando ella le dijo.
–¿Prefieres tomar una cervecita primero?, ésta es mi casa aquí tengo de todo y luego llevamos a nuestro invitado al sitio en que le habrán de cuidar.
Casimiro se dejó llevar como un niño inocente al que una golosina le van a dar, mejor aún, pues calor hacía y una fresca bebida podría acentuar su amor. Ella abrió la puerta y tiró suavemente de su príncipe encontrado. Subieron los primeros peldaños y no pudo más, le trincó por la cintura apretó su cuerpo contra el suyo y allí mismo le soltó un beso atornillado que al otro dejó pasmado.
El que casi no veía de pronto se encontró fuertemente apretado y sin avisar, la mano libre de la doncella a por el par se fue, tocó primero y un poco apretó después, ¡y claro!, a esos arranques tan apasionados no estaba acostumbrado, por lo que cuando vio la oportunidad, saltó las escaleras como alma que lleva al diablo y a la calle se fue. Corrió hasta que no pudo más y en un banco a la cálida luz de la luna que a la salida del pueblo había, se sentó a pensar que demonios le había pasado, ¿cómo era posible que ante tan bella mujer, hubiera salido volando?
Largas horas se quedó el caballero, cabizbajo y desolado por el error que había cometido, seguía sin comprender como había actuado.
Media noche cantaban las campanas de la iglesia, cuando tomó un decisión que no tendría marcha atrás, estando colado hasta los huesos no podía permitirse perder a quien podría ser su definitiva pareja, por lo que cogiendo pecho cual soldado que sabe dónde está la diferencia entre los brotes verdes y la guadaña y a por ella se fue.
Armado de valor, mentón en alto y marcando el paso a por Bellaflor se fue, seguro de sí mismo y de la victoria en esta primera batalla. A largas zancadas andaba mientras le daba vueltas al motivo de su huida, seguía sin comprender cómo ante tal hembra, había salido por patas dejándola sin atender, pocas oportunidades en su vida había tenido y como esta jamás, así que acelerando la marcha llegó a su destino en un abrir y cerrar de ojos.
En frente de la puerta estaba, a punto de dar la debida llamada, cuando ésta se abrió y allí estaba ella, esperando cual fiera apunto de devorar a su pieza. Se había vestido para la ocasión, sabía que el lozano vendría más tarde o temprano pero que aparecería para la función.
Ligueros negros a juego con el pundonor y corpiño ajustado de cuero del mismo color. Los guantes de Gilda para seguir casando las bravas vestiduras y nuestro amigo, ¡uy nuestro valedor!, con los ojos que se le salían por el cristal de sus monturas, como si fuera en tercera dimensión.
Dulcemente Bellaflor se acercó al afortunado, le susurró al oído palabras de pasión y él, hipnotizado le siguió de nuevo hasta el interior. Subieron las escale-ras despacio, de la mano, como quien lleva a un niño y arriba la furia de nuevo se desató.
La doncella le trincó y entre sus brazos le apretó, no quería que de nuevo la presa se le marchara y dejara sin consuelo.
Casisalecorriendo cedió antes sus ansias de amor, viendo que la presa mansa parecía, en el plazo en el que a un gallo tiempo no le da a cantar, el calzón le bajó y aprisionó con su cálida mano.
Cuando ella se disponía a tirar mejor de la botella, él, creyendo que se quedaba sin ella, de nuevo por peteneras se fue, sin pantalón ni calzoncillo a la calle salió corriendo en la misma dirección por la que había venido.
Compungido y derrotado, sin haberse dado cuenta que ahora ni siquiera tenía lo que le cubría las vergüenzas, se sentó a pensar.
Bellaflor no podía entender lo que en dos ocasiones le había ocurrido, había seguido el manual que le habían regalado al pie de la letra, pero no le había funcionado. Allí estaba la pobre, hambrienta y desdichada mujer, hecha un cisco por el mordisco que se le había escapado.
Mientras lloraba miró al pájaro que se había estrellado.
–¡Qué pena me das!, nos hemos olvidado de ti y tú eres el herido.
Se dirigió al afectado y lo acurrucó en su pecho mientras le acariciaba un costado. El fiero soldado que nota cómo alguien le pone cerca del calor huma-no por excelencia y empieza a recuperarse.
–¡Ay, ay, ay!, qué buen cuidado me da este tierno lecho, ¡qué recuerdos Señor tan añorados!, ¡perdón!, quise decir qué grandes errores cometí en aquellos tiempos en los que por tan bella cortesana, me quedaba desde la tarde hasta la mañana, acompañado de la muestra que ahora me da cobijo, haciendo de aquel día todo lo que fuera por cumplir y volver al mismo cortijo.
Ella le escucha y no dice nada, como si supiera que aquel mirlo hablara. El duque extrañado y medio recuperado, observa que no hay cara de sorpresa. A veces no hay mejor medicina que una buena menina, en especial para este tipo de caballeros de ala ancha, perdón quise decir de calzón ajustado.
–No parecéis alterada mi señora y no es moco de pavo, más todo lo contrario, puedo decir que soy el asombrado, pues mi canto escucháis, entendéis y nada decís. ¿Podría indicarme vuestra merced qué me he perdido?
–Os esperaba como agua de mayo. En multitud de ocasiones aparecisteis en mis sueños dándome consejos sobre cortejos, primero con cuerpo de varón muy bien encorsetado y aparente, pero luego en varios momentos y de repente, en alado animal te con-vertiste. Debes saber que no tengo suerte con los hombres, en cuanto me llegan se van sin siquiera tocarme, dejándome triste y humillada como si de leprosa fuera. No sé qué les pasa, primero aparecen como de la nada, cada día que salgo me ocurre lo mismo, pero cuando les traigo a mis abismos, salen pitando.
La desconsolada mujer comenzó a llorar de tal manera, que el Duque tuvo que retirarse un poco para no morir ahogado en su regazo. Levantó la cabeza y no pudo con lo que vio, el corazón se le quedó por momentos paralizado por la sinrazón. ¿Cómo era posible que una señorita tan bien hecha tuviera la desdicha de no pillar bocado?
Dejad que os ayude que si estoy aquí es por Divina orden, así que explicadme las maneras y sistemas que adoptáis sobre mis consejos, quizás la mano se me haya ido un poco, ¡puede ser!
–Las que tú muy sutilmente me dabas mientras dormía en mi cama, a veces incluso despierta. Unos años estuve en un convento, hasta que harta de ello decidí cambiar el sustento por otros más acordes a la vida real. De esto ya hace dos años y desde entonces, ná de ná. Rogué al señor para que me diera un esposo, pero cuando llegan los posibles candidatos, mi fiebre es tan alta, que entera me desato y ellos en lugar de cumplir como varones, salen corriendo en pelotas saltando por las escaleras o por los balcones. Hoy, al menos uno lo ha intentado después de salir por peteneras en una primera ocasión, pero cuando pensaba que todo estaba controlado, ha dado un grito y ha volado, dejándome con la miel en los labios.
Lo que le estaban contando le dejaba confundido, pues no entendía cómo en una villa con ese nombre podían ocurrir cosas así.
–Villapene de Arriba se llama este pueblo y… ¿no hay nadie que cumpla con un título tan honorable entre los aldeanos? ¿Por qué vinisteis aquí?
–Por la gracia y talento del cartel que reza en el mapa, ¿para qué si no?, estaba buscando eliminar esos hormigueos que tanto me hacen sufrir y resulta que me crecen cada día como si fueran mordiscos.
Viendo que el torrente de lágrimas había cesado, el descarado de nuevo apoyó su cabeza entre las dos cómodas almohadas. Así se quedó un poco más del canto del gallo, hasta que de un salto y sin avisar, se puso en las piernas de la mal amada fijando en sus ojos su mirada.
–Es posible que debáis ser un poco menos agresiva y que durante un tiempo tengáis que aguantar las ganas, hasta que el macho, ¡si lo hay!, esté entre vuestras piernas dando rienda suelta a sus humores. ¿Me entendéis? Ahora he de irme, que gracias a vuestros encantadores talentos estoy recuperado, pero no os preocupéis, que en breve volveré con ese hombre que ahora debe sentirse tan desdichado, pues quien lo intenta y repite, es que intenciones lleva, otra cosa es que no sepa torear en la plaza y necesario sea ayudarle con unos tientos para rematar el quite. De manera que no desesperéis y aguantad, que en esta misma noche por fin abriréis la puerta que tanto tiempo habéis tenido vetada por no haber conocido varón que haya con ganas, encontrado la morada.
Lo dicho ahí lo dejó, dio unos saltitos y por la ventana volando salió. Era una noche encantada y soñada, la luna llena en el cenit del cielo, un anhelo para cualquier poeta que a conciencia o sin ella quisiera abrir las arquetas del placer, esas que tanto dan y sueltan según se mueven y dan rienda suelta hasta el amanecer.
–Villa Pene de Arriba, ¡pardiez!, curioso nombre para llamar la atención de quien lo necesita, pero jamás disfrutar de tal honor. Quién diría que con un cartel así, el máximo exponente de la natural belleza, pudiera quedarse sin las viandas de la vida. –Piaba a viva voz mientras buscando iba al individuo que en sus prisas partió a calzón quitado.
Subía y bajaba feliz de volver a estar en el mar que tantas veces visitó, no por levante sino por Barcelona, a la que con tanto cariño recordaba mientras por las noches y esperando la flota con destino a Nápoles, Sicilia, Córcega, turcos o piratas, con bellas y hermosas doncellas se veía.
Escuchó el ruido de una fuente, cambió el rumbo y hacia ella se dirigió, necesitaba beber un poco del líquido de la vida para seguir buscando al ruiseñor y ahí se lo encontró. Sentado estaba con la aflicción de quien quería ser un campeón y en el camino se había quedado. El Duque primero bebió de lo que necesitaba y a saltitos se acercó al soñador.
–No os preocupéis más caballero, que estas cosas pasan incluso siendo un hombre entero. La ciencia, si se conoce arte es, así pues dejad que os enseñe los menesteres y reglas del juego que desconocéis.
El apesadumbrado varón miró al mirlo sin sentir la sorpresa de quien ve un pájaro hablar, extraña coincidencia que dos personas en el mismo lar, pudieran ser receptores de un mensaje que él debía enviar mientras soñaba. ¿Me habrán otorgado otros poderes que desconozco? –Se preguntaba el hidalgo aventurero mientras el sufrido caballero aseveraba.
–He metido la pata hasta donde ya no se puede, tus consejos de nada me han servido, tan solo para ver a esa extraordinaria mujer, ¡cada vez más lejos!
–De manera que vuestra merced conmigo ha soñado y durante esos tiempos me habéis escuchado.
Afectado estaba Casimiro, era tan evidente como la noche que estaba pasando. Clavó sus ojos en los del consejero, mostrando cólera unas veces, otras miedo, y…
–Así es, en numerosas ocasiones os colabais para en sueños, ayudarme a obtener una mujer, pero he fracasado.
–Escuchadme bien, pues habiendo salido aullando y a prisas de manera injustificada, a veces lo es, no es fácil tratar con una dama que tantas ganas tiene de empezar a sentir lo que en años no pudo, así que preparaos de nuevo y poned atención. Cuando os vea, tenéis que ser vos el que tome las riendas por esta vez, que en otras y ya en juegos unas serán vuestras y otras de ella, como ha de ser, pero recordad que es importante que mandéis con talento en cuanto lleguéis, pues os está esperando con el lamento de quien ha perdido su oportunidad, y vuestra merced lo es.
La luz iluminó su cara, volvía a recuperar la ocasión perdida, más sabiendo que ahora no era un sueño, sino que el maestro en amores le acompañaba. Se puso en pie y de nuevo como quien se encamina a una dulce batalla, sacó el pecho, marcó el paso y aunque sus partes quedaban al vuelo, siguió el camino que el corazón le dictaba. El Duque subió a su hombro para desde de allí proseguir con sus recomendaciones.
–Cuando las tornas cambian, es el momento en
el que un hombre debe aparecer y parecer, pues a mandar estamos acostumbrados sin caer en cuenta que a ellas les pasa también. Sabed que la receta sencilla es, tan simple como darle lo que pide hasta que se harte, que luego mandaréis vuestra merced también, pero primero recordad, dejaos llevar y cumplid sin temor y con la pasión que os solicita, pues no hay mayor felicidad en el amor que una mujer consolada, cuidada y bien agasajada, a partir de ahí vuestra será y los fueros serán los que os aprietan a base de candela, así que tirad para adelante y cuidad que todo os quede, donde antes.
Casiveo aceleró el paso, sabía que ahora sí tomaría lo que suyo consideraba y su princesa anhelaba, tanta prisa llevaba que al subir un escalón se tropezó y de bruces cayó. No le importó, se incorporó para sacudir lo que se le había pegado y siguió como si de un héroe a la muerte viera y se enfrentara, hasta que al sitio llegó.
Fue a tocar el timbre y de nuevo allí se la encontró, vestida en ésta ocasión, pero tapada hasta el cuello y cubierta la cabeza, como si monja fuera, por lo que al darse cuenta que sus partes libres colgaban, como pudo se las tapó y sin decir nada, pálido se quedó. El Duque ante tal presencia…
–¡Pardiez Bellaflor!, ¿no sabéis cual es el punto medio de la unión?, así salgo corriendo hasta yo. Llevaos de la mano de este personaje, que falta le hace, a ver si pierde el terror que lleva en estos momentos en el corazón y no coge el calzón para marchar y no volver, ¡vive Dios!
Traviesa fue la sonrisa de la dama, había roto de un golpe la imagen que de ella pudiera tener el Rocinante. Tendió la mano a lo que del varón quedaba y despacio, dentro le metió y ambos al primer piso subieron.
–¿Qué prefieres, té, café o un cubata de ron? –con dulce voz le preguntó al que aún no había encontrado su calzón, era evidente que ella lo había escondido para sujetar los fueros del intendente y que no saliera de nuevo buscando otra corriente.
Él sentado y tapándose las notas y ella cual mujer austera que le tendía el bar a su voluntad.
–¿Un, un, una limonada puede ser? –Preguntó el aperitivo.
Ella que le mira, se va y vuelve con una limonada bien cargada, pero de lo demás, se lo da y le dice.
–Toma un buen sorbo que lo necesitarás.
Y así lo hizo, de un golpe se lo bebió. Primero se atragantó, tosió y cuando se recuperó, la cosa cambió. Se levantó cual hombre dispuesto a vender cara su vida, con la pica mirando a Flandes y ella cuando lo descubrió, se acercó, pero por si acaso no tocó y dejó hacer.
–Ven mi bella doncella, que el tiempo estamos perdiendo en mirarnos cuando lo que debemos, es rozarnos hasta la saciedad.
¡Bruum!, ¡plash, zhass!, ¡ay, ay, ay!, ¡muak!, ¡ohhh!, ¡ahhh!
El Duque se tapó los ojos con una de sus alas y de nuevo se marchó, había vuelto a cumplir con su misión. Ahora le esperaba respirar el salitre de la orilla del mar a la luz de la luna, batió las alas y desapareció.