Capítulo 3
Empezaba a pensar que quizá no fuera una buena idea irse con Keith sin decir más. Saber que había dejado todos sus planes por ella le provocaba un dulce cosquilleo en el estomago pero ahora se veía encima de una moto, sin posibilidad de saltar sin romperse la crisma y lejos de la zona conocida de la ciudad.
—¿Dónde vamos? —le preguntó, después de sujetarse más a él por culpa de un bache. Sintió como su cuerpo se tensaba ante su roce pero se recuperó pronto.
—Si te lo digo no será una sorpresa —respondió él—. Estamos cerca, no te preocupes.
Quién se lo iba a decir a Elyse Miller. Alex la había tratado como un capullo y estaba huyendo de sus problemas con su matón oficial. Si le dijera eso a su yo del instituto la tomaría por loca. Bueno, y a ella misma por hablar con una Elyse más envejecida. ¿Acaso estaba en Doctor Who? Sería muy surrealista.
Finalmente, Keith redujo su velocidad y aparcó su moto en una calle que ella no conocía. No parecía un barrio de mala muerte, cosa que alegró un poco a la chica. Las ideas de un sucio motel y una mala decisión estaban dentro de los posibles de los planes secretos del chico en la cabeza de Elyse. Estaban en un bario residencial, con múltiples casas adosadas a su alrededor y tiendas de las de toda la vida.
—¿Aquí está la sorpresa? —dijo Elyse, mirando a todos lados—. No entiendo nada.
—Hay que avanzar un par de metros más —dijo él, bajando de su vehículo. Tras hacerlo, ayudó a la chica y le tendió una mano—. Un poco de paciencia, gatita. Merecerá la pena.
Elyse aceptó la mano y caminó cogida a él. Estaba turbada, era cierto que no entendía lo que sucedía e iba a más. Cada vez que Keith usaba algo relacionado con su más ferviente obsesión, los gatos, iba acompañado por alguna frase hiriente o un tono despectivo. Sin embargo, hoy llevaba dos veces llamándola gatita sin ningún ápice de eso. Incluso su voz dejaba entrever un atisbo de sensualidad. Mi gatita…en el callejón había usado el mí… ¿la consideraba suya?
Céntrate, cabeza hueca pensó al ver por dónde se dirigían sus pensamientos. No creía en el amor instantáneo, en ninguno ya. Pero su corazón seguía tamborileando por sentir cada vez más el tacto de su piel.
Keith no dijo nada en todo el camino. Una parte de él estaba alegre, Elyse no le soltaba. Varias personas se habían cruzado en su camino y él sonreía como un bobo cuando se fijaban en sus manos entrelazadas. Si alguien le preguntara no dudaría en gritar que, sí, era su chica y no le avergonzaba reconocerlo. Aunque luego fuera la triste realidad quien le arrojara el cubo de agua fría. Pero no le había rechazado. Eso era bueno.
El problema es que su sorpresa se viera truncada con las malas relaciones anteriores entre ellos. Nada más verla, recordó aquella noticia del periódico y pensó en ella. Cómo siempre que veía algo relacionado con esos animales. Quisiera o no, en su mente siempre había estado su pequeña loca de los gatos.
—Hemos llegado —dijo, adelantándose a la chica. Un miedo le embargó, le tapó los ojos antes de que Elyse pudiera ver nada.
—¡Keith! —dijo entre sorprendida y excitada. Él se había puesto a su espalda, con su cuerpo cerca del suyo y ahora sentía su respiración en su oído. Estaba a punto de perder la cabeza por su culpa.
—Antes de nada tengo que decirte algo, gatita. ¡Mierda!
—¿Qué ocurre?
—No quiero que pienses que estoy buscando reírme de ti como en el instituto, Elyse. He madurado y…solo busco que estés bien. ¿Vale? Por favor, no lo malinterpretes.
No podía seguir así eternamente. Keith lanzó un largo suspiro antes de liberar a la chica. Lo primero que vio Elyse en el escaparate fue a un bonito gato persa de color blanco que la miraba sentado en una mesa, dónde un hombre lo acariciaba.
—¿Qué es esto? —preguntó, al ver más gatos en el sitio.
—Es una cafetería de gatos —dijo Keith, poniéndose a su lado—. Vienen de Japón, por un buen precio puedes tomar un café mientras acaricias gatos y juegas con ellos. Lo vi en un periódico digital y pensé en lo mucho que te gustaría. Ya sabes, te gustan los gatos y estás triste. Un gato elimina todos los males, era lo que decías, ¿no?
Keith tragó saliva, esperando la reacción de la chica. Elyse seguía dándole la espalda, más ahora que uno de los mininos estaba atendiendo a la chica. No podía aguantar más, carraspeó para llamar su atención. Esperaba no volver a ver el reproche en su mirada o se moriría. Ahora que parecía que las cosas iban mejor, el miedo le embargaba. Hacer el tonto era, por desgracia, uno de los deportes que mejor se le daban.
Ella reaccionó a su llamada sin darse cuenta, una sonrisa adornaba su rostro. De nuevo la mente de Elyse desconecto la razón y se lanzó a sus brazos. Ese gesto pilló de improvisto a Keith, la recogió, acercándola a él todo lo que podía.
—Gracias. Es algo muy bonito.
—Me alegra que te guste. Temía que lo malentendieras. No quería…
Elyse le calló, poniendo su dedo entre sus labios. Keith dejo de respirar, mientras la sonrisa de la joven lo desarmaba por completo. Era irónico, deseaba besarla y decirle tantas cosas pero no podía, paralizado mientras su mano dejó sus labios para acariciarle la mejilla.
—No te preocupes tanto, Keith. Me encanta. Y sé de tu buenas intenciones, de verdad. ¿Entramos?
Keith le respondió con la misma sonrisa que le regalaba ella. Era tan bonita, podría verla durante toda su vida.
—Detrás de ti.
Tras pasar una puerta doble se dirigieron a la recepción, dónde una joven asiática les cobró por una hora con café, felinos y todos los juguetes que quisieran para jugar con ellos incluidos. Elyse se empeñó en pagar a medias pero Keith se negó, era su regalo.
—Es mucho dinero, estos sitios no son baratos.
—Lo sé, es mi decisión. ¿Qué clase de sorpresa sería si te dejo pagar tu parte? Mi regalo, mis normas.
—Está bien —dijo ella, arrugando la nariz con un gesto adorable.
Ambos buscaron un sitio acogedor, en una esquina de la sala dónde las mesas y las sillas normales eran sustituidas por una mesa más pequeña de estilo japonés y unos cómodos cojines. Los animales no tardaron en percatarse de la nueva compañía. Keith se sintió rodeado por dos persas, un Maine coon y un gato negro mientras Elyse prestaba atención a una gata multicolor que la olfateaba, interesada.
—Esto será seguro, ¿verdad? —dijo Keith, mirando hacia todos los rincones. La chica de la recepción les sirvió los cafés en vasos cerrados con tapa, con una sonrisa al ver la afluencia alrededor del chico.
—Relájate, no son tigres —dijo Elyse. Contenía una carcajada al ver al gran hombre acosado por los mininos—. Solo quieren jugar. Acarícialos.
Keith le hizo caso, al rato estaba más tranquilo. El gato negro se había apoderado de sus piernas dónde descansaba, ronroneando sin prestar atención al otro que se restregaba por la chaqueta del chico. Cogió su café y le dio un largo sorbo sin apartar los ojos de la joven.
—Me alegra haber acertado —dijo él—. Y, qué demonios. ¡Me encanta este lugar!
—¿Te gustan los gatos?
—No están mal —dijo él, alzando los hombros.
—A mi me encantan —dijo ella. Luego le miró—. Aunque ya lo sabes.
Keith se mordió el labio, eso había sonado a pulla, bastante sutil. No iba a defenderse, solo alzó las cejas, afirmando lo que ella decía.
—Necesitaba esto. —Elyse continuó, con un suspiro melancólico—. No he tenido una buena semana.
—Puedes confiar en mí —dijo Keith. Elyse le miró en busca de alguna señal. Todavía temía que fuera una broma de mal gusto del macarra que conocía. Nada, ni un gesto que delatara eso en su rostro. Se resistía a abrirse pero lo necesitaba. Eva era una buena oreja en estas situaciones pero no era lo mismo que con él. Keith escuchando sus problemas…que extraño seguía sonando.
—Es Alex.
—¿Tu novio? —dijo Keith. Tragó saliva, recordaba a aquel chico que logró salir de la friendzone. Cuando entró en escena, Keith había perdido toda esperanza. Sus malogrados planes habían perdido su sentido, llevando a la chica de sus sueños a los brazos de otro. No pensaba que habían durado tanto tiempo.
—Ya no —dijo ella. El demonio de su interior se alegró de su ruptura—. No solo hemos terminado sin que yo pudiera opinar. Resulta que perdí contra otra.
—¿Ese imbécil te ha puesto los cuernos? —dijo Keith, callándose al momento—. Perdona, a veces hablo sin pensar y no me doy cuenta de que mis palabras no son las correctas.
—No te disculpes. A fin de cuentas es lo que ha pasado. Así soy yo, la idiota que no ha visto como su novio se lo montaba con otra.
—No lo viste porque no debería haber pasado. Si ha sido capaz de hacer eso es que no te merecía, Elyse. No derrames ni una lágrima más por él.
Una extraña mueca llamó la atención del chico. Elyse había dejado escapar un sonido extraño mientras una sonrisa nostálgica adornaba su rostro.
—Curioso.
—¿El qué?
—Eso mismo era lo que me decía Alex. De ti.
El silencio se apoderó del lugar, cortado por los maullidos de gatos mimosos que pedían más amor. Elyse acarició al suyo, pasando su atención a él. Quizás se había pasado, se estaba comportando como un cielo. Pero el pasado seguía allí.
—No se equivocaba —dijo, al fin, el joven. Elyse volvió de nuevo su atención a él. Tenía un aire pasota que la encandiló.
—¿Por qué lo hacías, Keith? Necesito saberlo.
—Era idiota. Un imbécil mayor que Alex ahora.
—Solo ibas a por mí. Ligabas con todas las chicas guapas, el resto te era indiferente pero tenían tu respeto. ¿Qué te hice para llevarme tus peores palabras?
—No era tu culpa, Elyse.
—Ayúdame a entenderlo.
Keith se rindió.
—Estaba enamorado de ti.
Elyse se atragantó con el café, había enumerado y etiquetado en su mente todas las posibles respuestas y esa estaba en el archivo de imposibles.
—Estás de broma —dijo Elyse, controlando el palpitar de su corazón.
—Me gustabas y yo no tenía habilidades sociales. No hay más misterio. ¿Quieres jugar con este gato?
—A la porra el gato, me importas más tú. —Elyse se ruborizó al ver la sonrisa que surgió de Keith al decir eso. La maquinaria de su cerebro comenzó a funcionar como loca, fantaseando con miles de ideas. Puede que lo que decía estaba mal conjugado. Y que él estuviera enamorado.
De ella. De su loca de los gatos. De la chica a la que colgaba notas en la espalda, a la que mojaba su comida con la leche del comedor. Era una locura. Sí, era tan loco que su estomago se llenó de pequeñas mariposas que la hacían flotar.
—No le busques tres pies al gato. Sin ofender, chicos. —Keith se dirigió a los animales antes de continuar—. Iba de punk malo y peligroso y no llegaba a gilipollas. Tenía miedo que, si me declaraba, si te buscaba de esa manera tú me rechazaras. Por eso mi lado cobarde ganó pero no lo bastante como para dejarte en paz. Quería que me tuvieras en tus pensamientos constantemente, me daba igual cómo. Y yo te lleve a los brazos de Alex, provoqué todo esto. Parece ser que no hice más que joderte la vida. Lo siento, Elyse.
Ya lo había conseguido. Keith había soltado todo lo que pensaba y se sentía el ser más miserable. Ella podía haber sido su ángel pero decidió arrancarle las alas y echarla a los cocodrilos. Hizo ademán de levantarse cuando algo tiró de él, a la altura del brazo. Elyse le sujetaba, con los ojos clavados en él. Se sintió desnudo en alma y deseó estarlo en cuerpo, estarlo ambos en la intimidad de una habitación.
—¿Qué sientes ahora? —le preguntó la chica.
—No te entiendo —dijo con un suave tartamudeo. Ella se acercó más, poniendo la mano en su pecho. Dios, su corazón iba a explotar.
—Aquí. —Elyse abrió la palma, pronto fue arropada por otra más grande—. ¿Sigues…sigues enamorado de mi?
—Aquellos cinco minutos contigo han sido lo mejor que he tenido, Elyse. Una recompensa que no he hecho más que alejar. Llegué a creer que te había olvidado.
—Y, ¿has cambiado de opinión por solo cinco minutos?
—No hace falta más para saber que eres imposible de olvidar.
Elyse se acercó hasta sus labios y los unió con los suyos. Dejó que el beso se deshiciera entre ellos, sin forzarlo. Keith respondió entreabriendo su boca, con su permiso profundizó más en él. El chico dejó su mano en la mejilla de la morena mientras se separaba, no con muchas ganas.
—¿Por qué lo has hecho?
Esta vez fue ella quién alzó los hombros.
—Porque he sufrido demasiado con la tristeza y no quiero verla en tus ojos. O porque no eras el único idiota que se enamoró de quién no debía. O…yo que sé, quizás porque estoy loca.
Keith apartó un par de mechones rebeldes de su cara. Ella cerró los ojos, disfrutando de su contacto. Un buen momento para devolverle el beso.
—Me gusta esa locura.