XIII

Nos permitimos hacer del superior conocimiento de usted que con esta fecha dimos cumplimiento a la orden de investigación y vigilancia respecto a la congregación estudiantil en los tramos del bulevar Salinas y el bulevar Agua Caliente que se llevó a cabo al atardecer, alrededor de las seis de la tarde, del martes próximo pasado. Recibiendo la comisión de vigilar el entronque de ambos bulevares salimos de inmediato a esa zona y sin novedad y siendo las 18:30 pasó una unidad de bomberos con rumbo oeste y luego pasaron seis camiones de la policía con personal a bordo, ignorándose su destino. Dimos parte de inmediato, haciendo después el recorrido por el bulevar Agua Caliente y encontramos los comercios cerrados, excepto una cantina y una farmacia. Dimos parte de la situación y se nos ordenó trasladarnos al Club Campestre.

Varios autobuses de diferentes líneas se encontraban secuestrados y bloqueando las calles adyacentes, y nos apercibimos también de la presencia de unos trescientos estudiantes que cubrían la entrada del club y efectuaban un mitin en el cual se injuriaba severamente al gobierno constituido así como a las autoridades policiacas. Después de tomar la palabra varios dirigentes y delegados de diferentes escuelas se invitó al público en general a pasar al salón de baile del club, mediante previa identificación, ya que tenían conocimiento de que allí se encontraban varios agentes de las diversas corporaciones policiacas; esto lo hicieron con el objeto de que personas ajenas al estudiantado no se introdujeran en dicho plantel, en el cual se encontraban muchas mesas en el centro como barricadas hechas de los mismos muebles del lugar colocados a la entrada y además una leyenda que decía «Agresión bruta: fuera pistoleros», por lo que viendo la situación nos introdujimos en el edificio en construcción que está al frente, desde el cual pudimos observar que golpeaban a dos individuos diciendo que eran perros de oreja, así como a unos veinte individuos en la azotea con fogatas, ladrillos y bastantes frascos, al parecer bombas molotov. Allí en el edificio nos informó el velador que una muchedumbre se introdujo tumultuariamente en dicho edificio rompiendo la barda de madera para sustraer varilla, ladrillo, madera y piedras.

Acto seguido procedimos a dar parte por la vía telefónica, y mi colega, entonces, al solicitar a un transeúnte si no tenía cambio de un peso pues necesitaba monedas para telefonear, reconoció que el desconocido, quien muy amable accedió a darle la moneda, era el mismo que se había visto en ocasiones anteriores y que en el medio estudiantil reconocen como profesor Ocaranza. No le prestamos más atención y se dirigió hacia la puerta del Club Campestre a platicar, según se nos dijo más tarde, con los estudiantes que se reunían alrededor de la alberca. Después de deliberar unos momentos procedieron a reacomodar los autobuses en el campo de golf con el fin aparente de tapar cualquier acceso y sacar el aire a las llantas, percatándonos entonces de que los vehículos llevaban leyendas injuriosas para las autoridades. En estas maniobras fue cuando destruyeron un poste del alumbrado público llevándose la lámpara al interior del club, dando parte cuanto antes; después estacionaron dos vehículos quitándoles bujías, cortando bandas y sacándoles la gasolina para prepararse a incendiarlos en caso de que se presentara la fuerza pública. En el transcurso de estas maniobras estuvieron pidiendo identificación y evitando la circulación a cuanta persona pasara por la zona, dando parte. En ese momento empezaron a llegar grúas para retirar los camiones. Tras unos minutos de espera, los transportistas decidieron dirigirse a la puerta posterior del Campestre y allí se encontraron con que uno de los autobuses, marcado con el número 94, había sido llevado por los estudiantes hasta el pórtico del edificio. Uno de ellos, alto y con chamarra de mezclilla, se entabló en una disputa con un preparatoriano no identificado que se oponía al regreso de los camiones, a la devolución, debe decir. Llegaron a las manos, pero sus compañeros los separaron. El susodicho oponente se separó del grupo y sin que nadie lo advirtiera se trepó al camión número 5 azul y blanco de la línea Altamira. De pronto empezó a salir fuego de ese autobús y los propios estudiantes sofocaron el incendio con tierra y con un extinguidor de espuma que trajeron del interior del Campestre. Los magnavoces de una patrulla llamaban a la cordura y pedían a los estudiantes que depusieran su actitud. Luego invitaron una y otra vez a los muchachos a que se retiraran a sus hogares. Algunos hicieron caso, pero la mayoría no. Unos quisieron quedarse a ver cómo sacaban los autobuses y otros para impedirlo. Mientras tanto los choferes se impacientaban. Uno de ellos advirtió que se estaba incendiando un camión y decidieron entrar a saco para rescatar los autobuses, pensando que todos podían incendiarse. Se le ordenó al chofer de una grúa que intentara quitar de la puerta el autobús que estorbaba la entrada. El operador enganchó la gigantesca unidad y trató de jalarla hasta la calle. Fracasó en el intento, porque el camión se incrustó en uno de los quicios.

Los estudiantes dejaron de pelear entre sí y los que se oponían a la devolución de los camiones decidieron hacer frente al nuevo enemigo. En un santiamén se generalizó la piedriza contra los transportistas, quienes regresaron a su vez los mismos proyectiles junto con pelotas de golf que rebotaban peligrosamente y los estudiantes tuvieron que tenderse pecho a tierra. Alguien ordenó a los choferes que sacaran ese autobús a como diera lugar, aunque tuvieran que derribar la puerta. Se ordenó entonces a una grúa que diera vuelta a los campos y penetrara por la puerta posterior. El chofer obedeció, pero al entrar en los terrenos del campo de golf recibió una verdadera lluvia de piedras y pelotas que destrozaban los cristales del vehículo. El chofer, entonces, salió por piernas.

La guerra a pedradas y bolas blancas de pasta se reanudó. Los estudiantes regresaron a su vez las piedras que ya les habían devuelto los transportistas y otra vez los proyectiles volaron de uno a otro lado. Mientras tanto una grúa seguía luchando sin éxito por desentrampar el camión que estaba estorbando. El motor aullaba y las llantas patinaban sobre la tierra suelta, pero la gigantesca mole no se movía, como si estuviera atada con garras a las entrañas de la tierra. Entonces otra grúa como un dinosaurio se acercó en reversa a la que trataba sin lograrlo de desatascar el autobús. Un ayudante del operador enganchó ágilmente a la otra grúa con la defensa delantera y unos segundos después se lograba el objetivo. El autobús salió por fin del atolladero, entre rugidos de motores, patinar de llantas y una lluvia de chispazos producidos por el acero al rozar contra el concreto y las puertas de hierro. Otra grúa se engarzó en reversa contra una de las puertas, la enganchó y derribó al jalarla. Piedras y pelotas de golf continuaban sobrevolando de uno a otro lado, como en una batalla medieval en la que se hubieran arrojado cadáveres con catapultas y vejigas de cerdo llenas de aceite hirviendo. De pronto apareció por el bulevar un camión de redilas que remolcaba unas jaulas con leones, al parecer de circo, amarillas y con letreros borrosos. Los estudiantes quedaron estupefactos. También algunos policías. Siguió aumentando la tensión. Hubo gritos y silencios, y el camión que iba jalando las jaulas iba precedido por un motociclista que le abría el paso. Mientras los estudiantes huían, casi atropellándose con los agentes, el chofer del camión estiró la mano para soltar las puertas de las jaulas, pero los leones se negaban a salir. Les tuvieron que pegar con látigos, parecían animales viejos, cansados. Uno de ellos, pues eran tres, sólo rugía de cuando en cuando y bostezaba como echándose a dormir. El efecto psicológico de todas maneras se había cumplido, los estudiantes no creían que nada más era para asustarlos. Eran poco después de las ocho de la noche, las 8:15 para ser precisos, cuando hicieron acto de presencia treinta patrullas y once autobuses cargados con agentes provistos de equipo antimotines. Centenares de jóvenes y curiosos huyeron desparramándose por todos lados cuando de los vehículos oficiales, colocados junto a las jaulas de los leones, bajaban presurosamente los policías con cascos que ocultaban sus rostros con caretas transparentes de plástico, con macanas especiales y rifles lanzagranadas. La fuerza pública entró a la vez dividida en grupos por las dos puertas del edificio, realizando una operación de pinzas. Hubo algunos muchachos que escaparon aterrorizados brincando las alambradas del campo de golf. Otros corrían en todas direcciones gritando que ahí venían los leones y de repente se veían frente a frente con algún policía, el que hacía uso de su macana. Se produjeron varios incidentes, pero ninguno de gravedad o con lesiones que ameritaran atención médica, siendo falso por tanto, como pudimos comprobar, que uno de los leones hubiera descuartizado el brazo de una estudiante. Unas jóvenes que se habían acercado para curiosear sufrían ataques de histeria y gritaban horrorizadas y lloraban. Otros estudiantes se vieron traicionados por su inmadurez y no sabían qué hacer. Dentro y fuera del edificio la policía aporreaba y efectuaba detenciones de algunos estudiantes y uno o dos profesores y luego los metían en julias y patrullas. Serían unos veinte de ellos que forcejeaban con los guardianes del orden al tratar de huir. Cuando se presentaron las patrullas los estudiantes corrieron al interior del club, lográndose capturar a nueve, quedando sitiado todo el edificio, y casi al mismo tiempo llegaron más grúas y gran cantidad de elementos uniformados y con chalecos antibalas. Se les conminó a los estudiantes a que salieran sin oponer resistencia a lo que ellos no accedieron exigiendo que no se les profanaran sus terrenos puesto que allí iban a construir su universidad y que les dieran las garantías que la Constitución reza, estando ellos en la azotea y el edificio a oscuras. Esto duró hasta que se presentó un batallón de armas de apoyo de la brigada de infantería al mando de un coronel que no se supo su nombre así como tres tanques blindados y vehículos ligeros de asalto. Un comandante les dijo que se rindieran y que no les iban a pegar a lo que ellos contestaron que les dieran un vehículo y se iban a su casa. Se les pidió de nuevo que bajaran de uno por uno y al no hacerlo les dieron cinco minutos para que procedieran a bajar pero ellos en lugar de descender entonaron el himno nacional. Y como no bajaban aún abrieron la puerta y subieron por ellos encendiendo la luz, bajándolos a macanazos y culatazos de uno en uno hasta contar más de ciento cuarenta detenidos faltando parte de los que se encontraban en el mitin, los cuales se fugaron por la parte trasera del edificio hacia los cerros, y además se descubrieron varillas de fierro, bombas molotov, piedras, botellas de vino a medio consumir, una olla de pulque, volantes de exhortación a la violencia, estopa, gasolina y asientos de autobuses capturados. Después se embarcó en julias y carros a los detenidos para conducirlos a la cárcel. Eran cerca de las cuatro de la madrugada. La policía aseguró que muchos de los muchachos presentaban inconfundibles síntomas de estar drogados. Tan drogados como los leones, dijo uno de los tenientes, medio en serio medio en broma. En pocos minutos, el Campestre quedó vacío, salvo dos o tres policías en cada puerta y en las esquinas del campo de golf. Ya para ese entonces las jaulas habían sido desalojadas del escenario, por órdenes de un general allí presente que comandaba la operación. El movimiento de rescate de los autobuses se puso en marcha de nuevo en medio de gran tensión, pues se temía que los estudiantes se reagruparan. Varios de los autobuses fueron desbielados premeditadamente. Los estudiantes vaciaron el aceite y pusieron a funcionar los motores hasta reventarlos. Les echaron azúcar a los tanques de la gasolina, y pintura por el carburador para inutilizar los motores. Los radios de los veinticuatro autobuses fueron extraídos de su lugar. Sólo nueve de las veinticuatro baterías fueron recuperadas. Fue destrozado el alambrado eléctrico de todas las unidades. No hubo un solo camión al que no le hubieran destartalado los asientos y le hubieran roto los vidrios. A todos los camiones les perforaron las llantas con picahielos, navajas y cuchillos. Lo que comunicamos a usted para lo que a bien tenga ordenar adjuntando propaganda así como los números de las placas de los automóviles que estuvieron proveyendo de estopa y gasolina a los alborotadores.