Capítulo Seis

Maestro de la seducción encuentra la horma de su zapato.

Elena se quedó mirando horrorizada la noticia que del periódico sensacionalista sobre la boda.

Alguien había cometido un terrible error. Habían utilizado la foto de Nick y ella en las escaleras en lugar de la Gemma y Gabriel. Se sintió avergonzada al imaginar el momento en que Nick viera aquella foto, que representaba justo lo opuesto a lo que él quería.

Por muy maravillosa que hubiera sido la noche, algo había salido mal. Terminaron en el momento en que Nick salió del dormitorio sin mirar atrás. Ella no había tratado de retenerlo, pero eso no impedía que le hubiera dolido el hecho de ver a Nick marcharse por segunda vez.

Ni que con una única noche hubiera estado dispuesta a sacrificarlo todo con tal de estar con él.

Elena cerró el periódico. No podía volver a ser una víctima otra vez. Había cambiado su aspecto externo y ahora tenía que trabajar duro para cambiar su vida.

En primer lugar, aceptaría el puesto que Constantine Atraeus le había sugerido. Con sus habilidades como asistente personal, el diplomado en psicología que había obtenido en la universidad y su reciente experiencia en el mundo de los centros de belleza, estaba preparada para encargarse de los spas de los Atraeus.

Sería una ejecutiva. Estaba cansada de encargarse de cumplir los deseos de los millonarios Atraeus, que apreciaban su capacidad pero no la veían como persona.

Dos breves llamadas más tarde, su vida cambió oficialmente.

Zane no estaba contento porque se había acostumbrado a que ella se encargara de todos los detalles de su vida laboral y de los viajes. Sin embargo, se mostró pragmático porque podría ofrecerle el puesto a su prometida, Lilah.

Cuando Elena colgó, se sentía un poco mareada. Tenía que planear un plan de acción. Necesitaba reglas.

Regla número uno: no dejarse arrastrar a la cama de Nick.

Regla número dos: repetir la primera.

Ya pensaría el resto sobre la marcha.

Se acercó al espejo y observó su reflejo. Se fijó con ojo crítico en el traje que llevaba. Era rosa. Se había cansado del rosa. Era un traje demasiado femenino, demasiado bonito.

Necesitaba renovar su guardarropa y librarse de los encajes y los volantes. A partir de aquel momento, el rojo sería su color favorito.

También se dijo que debía animar un poco más a Robert. Si tenían una relación de verdad, supuso que no sería tan vulnerable para un lobo como Nick Messena.

Un mes más tarde, Elena abrió los ojos cuando le quitaron unos algodones astringentes delicadamente perfumados.

Yasmin, la responsable de las terapias de belleza del Spa Atraeus en el que había pasado las tres últimas semanas, le sonrió.

—Ahora puedes sentarte y te haré las uñas. Tienes que estar perfecta para tu cita de esta tarde. ¿Cómo has dicho que se llama él?

—Robert.

Se hizo un silencio educado.

—Suena a bola de fuego.

—Es tranquilo. Es contable.

Yasmin arrugó su bonita nariz.

—Nunca he salido con uno de esos.

Elena pensó en las agradables citas que había tenido con Robert.

—Tiene mucho sentido del humor.

Yasmin le dirigió una sonrisa tranquilizadora mientras escogía un pintura de uñas roja.

—Eso es importante —le mostró la laca.

Elena asintió en señal de aprobación hacia un color que normalmente habría rechazado. Pero con su nueva transformación, los tonos rojos y escarlata se habían vuelto sus colores favoritos. Extrañamente, pensó en lo que pensaría Nick de su color de uñas.

Frunció el ceño y borró aquel pensamiento.

Yasmin agarró una de las manos de Elena y empezó a trabajarle las cutículas.

—Y dime, ¿cómo es Robert?

Elena apartó de la mente a Nick e hizo un esfuerzo por centrarse en Robert.

—Tiene los ojos verdes y el cabello rubio oscuro.

Yasmin le soltó la mano y le agarró la otra.

—Entonces se parece a Nick Messena.

Solo que Robert no tenía un verde tan penetrante, ni mechones dorados en el pelo.

—Un poco.

—Bueno, si se parece un poco a Nick Messena tiene que ser sexy.

—Yo no diría que Robert es sexy.

—¿Entonces?

Elena observó cómo Yasmin le pintaba cuidadosamente un uña.

—Es… simpático. Siempre va muy arreglado. Es de constitución media, y no es nada brusco ni bravucón.

Todos aquellos atributos eran lo contrario del encanto natural de Nick. Lo había comprobado hacía semanas antes de tomar la decisión de salir con Robert por primera vez. Después de todo, ¿qué sentido tenía repetir el mismo error? Quería un hombre que fuera bueno para ella. Un hombre capaz de comprometerse.

Yasmin le pintó otra uña.

—Parece casi perfecto.

—Si hubiera una definición para la pareja perfecta, esa sería Robert.

—Hablando de hombres perfectos, el otro día vi una foto de Nick Messena en una revista —Yasmin sacudió la cabeza—. No puedo creer lo sexy que es. Esa nariz rota… debería ser fea, y en cambio es irresistible.

Elena apretó las mandíbulas para controlar la repentina punzada de celos. Tragó saliva. Tener celos significaba que no había conseguido olvidar completamente a Nick. Significaba que todavía le importaba.

—¿Por qué será que la nariz rota hace a un hombre más atractivo?

—Porque se ha peleado. Los hombres perfectos parecen recién salidos del envoltorio. Que no han probado la presión —Yasmin sonrió—. Debo admitir que me gustan los hombres a los que parece no importarles sudar.

Elena parpadeó al recordar de pronto la imagen de Nick años atrás, cuando pasó por delante de una obra y le vio de reojo sin camisa, lleno de polvo y de grasa, con un sombrero en la cabeza.

—Creo que deberíamos hablar de otra cosa.

—Claro —Yasmin le dirigió una mirada que indicaba que Elena era la clienta.

Al día siguiente, tras otra agradable cita con Robert en la que fueron a una cena de su empresa, Elena hizo la maleta y estaba lista para volver a Nueva Zelanda. Pasaría un par de días en Auckland y luego viajaría a Dolphin Bay, donde tenía pensado añadir un nuevo servicio al hotel: un fin de semana de cuidados que incluía un seminario sobre relaciones que ella misma había creado.

El estómago le dio un vuelco cuando el taxista le puso el equipaje en el maletero. Aunque fuera a ir a Dolphin Bay, eso no significaba que tuviera que encontrarse con Nick. Tal vez ni siquiera estuviera en el país.

Y aunque así fuera, había conseguido evitarle durante años. Podría volver a evitarlo.

Recuperaría a Elena, solo era cuestión de tiempo. Aunque le hubiera vuelto a colgar el teléfono. Nick dejó con gesto malhumorado el teléfono sobre la brillante superficie de caoba del escritorio.

No era una buena señal. Una oleada familiar de frustración le tensó todos los músculos del cuerpo cuando se levantó de la silla de la oficina e ignoró la taza de café humeante que tenía en la mesa. Abrió las puertas del balcón y miró hacia Dolphin Bay.

Una neblina formada por el calor colgaba en el horizonte, fundiendo el mar con el cielo. Más cerca, un reducido número de caros yates flotaba en los muelles, incluido el suyo, el Saraband.

Salió a la terraza y supervisó sus nuevos dominios. Ahora poseía el cincuenta y uno por ciento de la cadena hotelera. Aquello suponía un nuevo giro en su plan de negocios, un giro que servía para atar lazos con la familia Atraeus y sus intereses.

Agarrándose al brillante pasamanos de cromo, observó las terrazas del hotel. Dirigió la mirada hacia las brillantes piscinas turquesas situadas entre frescas palmeras. Aunque lo que le llamó la atención fue el tejado de la villa que había en la curva adyacente a la bahía.

Un destello de la noche que pasó con Elena nubló la preciosa escena tropical. El calor de aquel recuerdo fue reemplazado por la sensación de vació que se apoderó de él cuando salió de la casa de la playa justo antes del amanecer.

Su madre y sus dos hermanas le habían leído muchas veces la cartilla por la cantidad de mujeres con las que salía.

Y ahora ya no tenía la excusa de la supuesta traición de su padre. Como señaló una de sus hermanas, se había quedado sin excusas. Había llegado el momento de enfrentarse a su renuencia a tener una relación.

Una llamada a la puerta le arrancó de sus pensamientos. Se abrió y apareció Jenna, su nueva y eficiente asistente personal, agitando el informe que le había pedido y dejándolo sobre la mesa.

La joven le dirigió una de aquellas sonrisas profesionales que había empezado a ponerle nervioso. Jenna se detuvo en la puerta con expresión confiada y segura de sí misma.

—Vamos a bajar a la ciudad a comer. Si quieres venir con nosotros, eres bienvenido.

Nick dirigió la mirada al informe que estaba esperando. Declinó distraídamente la oferta. Jenna era alta y esbelta. Tendría que haber sido de piedra para no darse cuenta de que era muy guapa, capaz de volver locos a muchos hombres.

Pero no a él.

Debería encontrarla atractiva. Un par de meses atrás, se lo habría parecido. La pelirroja de la recepción también era guapa, y había un par de camareras espectaculares en el restaurante del hotel. Había mujeres bellas y disponibles por todas partes, pero él no estaba interesado.

Nick abrió el informe y empezó a leerlo. Zane le había contado que dentro de unos días iban a presentar en el hotel un proyecto de fin de semana de cuidados que era el niño mimado de Elena.

Sabía que había dejado su trabajo como asistente personal y que ahora dirigía un departamento nuevo, desarrollando la parte del spa del hotel. El fin de semana de cuidados y el seminario, pensado para mujeres profesionales agotadas, era un proyecto suyo, y llevaba como título: «Lo que las mujeres quieren realmente: cómo sacar el mejor partido a tu vida y a tus relaciones».

La puerta volvió a abrirse, pero esta vez eran sus hermanas gemelas, Sophie y Francesca, que habían ido a casa a pasar las vacaciones.

Eran gemelas idénticas, las dos guapas y abiertas, con cabello y ojos oscuros. Sophie era más tranquila y tenía obsesión por los zapatos, mientras que Francesca tenía más genio.

Sophie, que llevaba unos vaqueros blancos y camiseta de tirantes blanca, sonrió.

—Hemos venido a llevarte a comer.

Francesca, que tenía un aspecto exótico con aquel vestido turquesa, se acercó al escritorio de Nick y se apoyó en la esquina.

—Mamá está preocupada por ti —se inclinó para robarle el café—. Al parecer llevas tres meses sin salir con nadie y tampoco navegas. Cree que estás enfermo.

Con la pericia que le daba la práctica, Nick recuperó su café.

—Tendrás que probar con otra táctica. En primer lugar, no creo que mamá se preocupe por que hoy haga exactamente lo que ella quiere que haga, no salir con mujeres. Y he estado más de tres meses sin salir con nadie con anterioridad.

Sophie rodeó el escritorio y se dejó caer en la silla de Nick.

—Cuando estabas levantando la empresa y no tenías tiempo para las mujeres.

—Tengo una noticia para vosotras —gruñó él—. Todavía estoy levantando la empresa.

Sophie agarró el informe que Nick había dejado en el escritorio al recuperar el café y lo ojeó distraídamente.

—Pero ahora te lo tomas con más calma. ¿No tienes algún ejecutivo que cierre los acuerdos e intimide a tus rivales?

Nick contuvo el impulso de quitarle a Sophie el informe de la mano.

—Tengo todo un grupo de ejecutivos. Ben Sabin es uno de ellos.

Sophie parecía alterada. Nick frunció el ceño. Ben Sabin tenía reputación de ser tan duro en sus relaciones como en los negocios. Se dijo que debía hablar con él para asegurarse de que entendiera que no debía acercarse a las hermanas de Nick. A ninguna de las dos.

Francesca se apartó del escritorio con movimiento impaciente pero elegante.

—Bueno, ¿y qué te pasa? Mamá cree que te has enamorado de alguien y que no ha salido bien.

Nick se aflojó la corbata. De pronto se sentía acosado y de mal humor. Debería estar ya acostumbrado a la inquisición. Tenía una familia numerosa y muy unida. Siempre se metían en los asuntos de los demás, no por curiosidad, sino porque de verdad les importaban. Sophie frunció el ceño al mirar el informe.

—¿Elena Lyon? ¿No saliste con ella?

Francesca entrecerró los ojos. Rodeó el escritorio y miró el informe.

—Fue una cita a ciegas, aunque no para Nick. Él sabía con quién había quedado.

Nick frunció el ceño.

—¿Cómo sabes tú eso?

Francesca parecía sorprendida.

—Yo solía estudiar con Tara Smith, que era camarera en el café de Dolphin Bay. Te escuchó decirle a Smale que se buscara a otra y que si te enterabas de que intentaba volver a salir con Elena Lyon, vuestra próxima conversación sería en la calle.

Sophie frunció ligeramente el ceño.

—Elena fue dama de honor en la boda de Gemma, la chica que salía en la foto que el periódico publicó equivocadamente.

Francesca le miró fijamente durante un instante.

—Supongo que te refieres a la serie de fotos que hicieron pensar a todo el mundo que Nick se había casado.

Se hizo un silencio pesado, como si sus hermanas hubieran llegado a una conclusión a la que solo podían llegar las mujeres.

Sophie volvió a adquirir una expresión serena. Nick gruñó para sus adentros. No sabía cómo habían conectado los puntos, pero sus dos hermanas sabían ahora perfectamente cuál era su interés en Elena Lyon.

Nick contuvo un nuevo impulso de agarrar el informe. Si lo hacía, el interrogatorio empeoraría.

Sophie pasó otra página y arrugó ligeramente la frente.

—Elena fue dama de honor en la boda de Gabriel —hizo una pausa significativa—. Y ahora vuelve a Dolphin Bay a pasar el fin de semana.

Francesca clavó la mirada en la de Nick.

—¿Lo tenía todo planeado?

Nick frunció el ceño ante la implicación de que Elena estuviera planeando atraparle, cuando hasta el momento seguía rechazando sus llamadas.

—No hay nada planeado. Ella no sabe que estoy aquí.

Aquello fue un error.

Nick se pinzó el puente de la nariz y trató de no pensar, pero la doble actuación de las gemelas interfería en el normal funcionamiento de su cerebro.

La expresión horrorizada de Francesca selló su sentido. Cinco minutos atrás, Nick había sido objeto de examen y de compasión, pero ahora era un depredador. Resultaba extraño que las conversaciones siempre terminaran así en su caso.

Francesca le miró con furia.

—Permitir que venga aquí sin saber que tú eres el dueño del hotel… eso es ser un depredador.

Sophie ignoró la expresión ultrajada de Francesca cuando volvió a poner el informe en el escritorio y le miró con calmada autoridad.

—¿Quieres estar con ella?

En la quietud de la habitación, aquella osada pregunta resultaba extraña.

—No tenemos ninguna relación. Elena trabaja para el Grupo Atraeus. Viene a Dolphin Bay a trabajar.

Por lo que a él se refería, la relación que buscaba empezaría después de la llegada de Elena.

Una hora más tarde, tras una frugal comida en la que estuvo tratando de evitar más preguntas inquisitorias, Nick volvió a su despacho.

Abrió el informe que había tratado de leer antes, observó la carta que acompañaba al programa de cuidados de fin de semana. Reconocería la elegante escritura de Elena en cualquier parte. Luego estudió el contenido del programa. Aunque estaba diseñado para las mujeres, también podían asistir hombres.

Pasó las páginas hasta que llegó a un test. Entornó los ojos y observó la hoja titulada El Test del Amor.

El objetivo del test, uno de los elementos del programa enfocado a los hombres, era averiguar si ese hombre era capaz realmente de amar y apreciar a la mujer con la que estaba.

Nick fue pasando las páginas, veinte preguntas en las que se valoraba la sinceridad, la capacidad para entender las necesidades de las mujeres y el compromiso.

Le llamó la atención la pregunta sobre cuándo debía consumarse una relación. Para la mayoría de los hombres, la respuesta estaba clara. El sexo era una prioridad, porque para los hombres había un elemento de incertidumbre que no sentaba bien a su psique hasta que hacían suya por completo a una mujer.

Nick dejó las hojas del test y miró las respuestas, frunciendo el ceño mientras lo hacía. Tenía todas las respuestas mal.

Por lo que a él se refería, ningún hombre normal podría acertar. Para ello haría falta algún intelectual que estudiara psicología.

Como Robert Corrado.

Nick apretó las mandíbulas. Por los escasos comentarios que había hecho Elena, si Robert hiciera el test lo pasaría con nota. El informe que había encargado sobre él lo corroboraba. Apretó con fuerza las hojas. Por muy alta puntuación que sacara Robert, no le parecía un hombre capaz de hacer feliz a una mujer como Elena. Se aburriría de él en cuestión de meses. Elena necesitaba un hombre que no se sintiera intimidado por su formidable fuerza de carácter, por su apasionada intensidad.

Nick era aquel hombre.

Estiró la hoja de las respuestas y la unió al informe. El compromiso no había formado parte de ninguna de las relaciones que había tenido a lo largo de los años pero ahora, con la expansión de su empresa y con varios ejecutivos bien pagados ocupándose de la parte dura del trabajo, no tenía tantas cosas que hacer. Tenía tiempo. Y por destino o por casualidad, Elena Lyon formaba una vez más parte de la ecuación.

Y estaba a punto de perderla en brazos de otro hombre. El masculino anhelo de recuperar a la mujer que había echado de menos durante tantos años se apoderó de él.

Habían pasado seis años. Años en los que Elena había estado soltera y libre, disponible para el hombre que hubiera querido hacerla suya.

Pero ya no. Elena era suya. Con la decisión firmemente tomada, pensó que a pesar de no haber superado el test, le había dado información, y la información era poder. Y si no se equivocaba, tenía la clave para recuperar a Elena.

El fin de semana de cuidados del hotel y el seminario le proporcionarían la oportunidad que necesitaba.

Se dirigió al despacho de al lado. Le ofreció a Alex Ridley, el director del hotel, unos días de vacaciones pagadas que se merecía, prestándose a dirigir él el hotel durante ese tiempo. Una hora más tarde, Nick había dejado su agenda libre pasa aquellos tres días.

A Elena no le iba a hacer ninguna gracia encontrárselo allí cuando llegara, pero ya se ocuparía de aquel asunto en su momento.

Nick lo había estropeado todo, y era consciente de que no bastaría con una negociación. Hacía falta tomar medidas desesperadas.

Volvió a sacar el test y leyó otra vez las preguntas con expresión taciturna.

No sabía si en algún momento se vería en posición de hacer aquel test, pero necesitaba estar preparado para cualquier eventualidad. Agarró un bolígrafo y fue mirando cuál era la respuesta que más puntuaba en cada pregunta. El cien por cien de aciertos le validaba como el compañero perfecto para una relación.

En el amor y en la guerra todo valía si se trataba de recuperar a Elena.