Capítulo Dos

Acababa de salir al húmedo calor de la calle cuando una mano morena y grande le agarró el antebrazo.

—Lo que no entiendo es por qué sigues todavía tan enfadada.

Elena se giró y se topó con Nick. Lo tenía tan cerca que podía ver cómo le latía el pulso en la mandíbula.

Ella alzó la barbilla para mirarle a los ojos.

—No deberías haber boicoteado mi reunión con Cutler ni tendrías que haberme presionado cuando ya sabías lo que pienso.

Se hizo una breve pausa.

—Lo siento si te hice daño hace seis años, pero tras lo que ocurrió aquella noche, no podía ser de otro modo.

Sus palabras, el hecho de que claramente pensara que se había enamorado de él en aquel entonces, cayeron en un lago de silencio que pareció expandirse a su alrededor, bloqueando el ruido de la calle. Elena apartó la mirada.

—¿Te refieres al accidente o al hecho de que tú ya tenías una relación con una tal Tiffany? —una novia que al parecer estaba entonces en Dubái.

Nick frunció el ceño.

—La relación con Tiffany ya estaba casi acabada.

—Leí algo sobre Tiffany en un artículo que se publicó un mes más tarde.

Nunca lo olvidaría porque la afirmación de que Nick Messena y su preciosa novia modelo estaban enamorados la había terminado de convencer de que su relación con él nunca había sido viable.

—No deberías creer todo lo que sale en los periódicos sensacionalistas. Rompimos en cuanto regresé a Dubái.

Elena contuvo la repentina y absurda idea de que Nick hubiera puesto fin a su relación con Tiffany por ella. Pensamientos de aquel tipo eran los que le habían llevado a meterse en su cama en primera instancia.

—En cualquier caso, sigue estando mal que te acostaras conmigo si no tenías intención de seguir.

Nick se sonrojó ligeramente.

—No, no estuvo bien. Pero por si no lo recuerdas, me disculpé.

Ella apretó las mandíbulas. Como si todo hubiera sido un tremendo error.

—Entonces, ¿por qué terminaste con Tiffany?

No debería tener el más mínimo interés. Nick Messena no significaba nada para ella, absolutamente nada. Pero de pronto deseaba saberlo desesperadamente.

Él se pasó los largos y bronceados dedos por el pelo con expresión algo malhumorada y tremendamente sexy.

—¿Y yo qué sé? —gruñó—. Los hombres no entendemos de esas cosas. Se terminó y punto, como siempre ocurre.

Ella parpadeó ante su afirmación de que las relaciones siempre terminaban. Había algo profundamente deprimente en aquella idea.

Elena se quedó mirando su boca carnosa, el labio inferior, que tenía una pequeña cicatriz. No recordaba que estuviera allí seis años atrás. Sugería que se había visto envuelto en una pelea. Seguramente una bronca en alguna de sus obras.

Apartó la mirada de su boca y del vívido recuerdo de lo que había sentido con los besos de Nick.

—Tal vez tengas una idea equivocada de las cosas.

Él se la quedó mirando fijamente.

—¿Y qué idea debería tener?

Elena aspiró con fuerza el aire y trató de ignorar la fuerza de su mirada.

—Una conversación es un buen comienzo —aquello les había faltado en la noche que pasaron juntos.

—Yo sí hablo.

La irritación de su tono de voz, el modo en que se le quedó mirando la boca, hicieron que ella se diera cuenta de que también Nick estaba recordando aquella noche.

Sintió que se le volvían a calentar las mejillas al pensar que le acababa de ofrecer a Nick un consejo sobre cómo mejorar sus relaciones. Un consejo que había resultado no ser su fuerte a pesar de las clases de psicología que había tomado.

—Las mujeres necesitan algo más que sexo. Necesitan sentirse apreciadas y deseadas.

Nick miró hacia la calle, como si estuviera buscando a alguien.

—Me gustan las mujeres.

Un enorme coche todoterreno color negro se detuvo en una zona de aparcamiento restringido unos cuantos metros más allá y tocaron el claxon. Nick le levantó la mano al conductor.

—Ese es mi coche. Si quieres puedo llevarte.

—No hace falta.

Él torció el gesto.

—Como supongo que tampoco necesitas mi apartamento, ni supongo que nada de lo que yo pueda ofrecerte.

Elena alzó un dedo y volvió a recolocarse las gafas, que se le habían deslizado por el puente de la nariz.

—¿Por qué sigues llevando gafas? —le preguntó Nick—. Podrías ponerte lentillas.

Elena alzó la barbilla.

—Por curiosidad, ¿qué más crees que debería cambiar? ¿Mi modo de vestir? ¿Los zapatos? ¿Y qué me dices del pelo?

—No te cambies de zapatos —murmuró él—. Y tu pelo es precioso —le tocó un mechón con el dedo—. Lo que no me gusta es cómo te peinas.

Elena trató de no responder a la oleada de sensación que se apoderó de ella con aquel leve contacto, ni ante la idea de que le encantara que le gustara su pelo.

—Se llama moño francés. ¿Qué más? —le preguntó desafiante.

—Maldita sea —murmuró Nick—, sí que te hice daño.

Elena trató de contener la pequeña punzada de pánico que sintió al saber que, tras seis años enterrando el pasado, había perdido el control hasta el punto de haberle revelado a Nick su vulnerabilidad.

Empastó una brillante sonrisa en la cara y trató de suavizar el momento mirando el reloj como si tuviera prisa.

—Fue una cita a ciegas. Todo el mundo sabe que nunca salen bien.

—Para mí no fue una cita a ciegas.

Elena volvió a mirarle a los ojos. Nick tenía una expresión extrañamente contenida.

—Seis años atrás me enteré de que una amiga tuya te había organizado una cita a ciegas con Geoffrey Smale. Le dije a Smale que no apareciera y ocupé su lugar. Yo sabía que eras tú con quien había quedado, y me acosté contigo por una única razón: porque me gustabas.

Nick se subió malhumorado al asiento de copiloto. Le lanzó una mirada de disculpa a su hermano pequeño, Kyle, y se abrochó el cinturón de seguridad.

Kyle, que había sido militar y había resultado ser un genio inesperado para las inversiones financieras, aceleró.

—Me resultaba familiar. ¿Tienes chica nueva?

—No —Nick frunció el ceño ante la inesperada oleada de deseo que sintió. Hacía mucho tiempo que no sentía algo parecido. Seis años, para ser exactos—. Es Elena Lyon, de Dolphin Bay. Trabaja en el Grupo Atraeus.

Kyle se detuvo en el semáforo.

—Elena. Eso lo explica. La asistente de Zane. Y la sobrina de Katherine —miró a Nick de reojo—. Nunca hubiera imaginado que fuera tu tipo.

Nick se quedó sorprendido ante la sequedad de Kyle. Él fue quien encontró el coche de su padre, que se había salido de la carretera por la lluvia y había dado una vuelta de campana. El estómago se le encogió con los recuerdos. Recuerdos que se habían suavizado con el tiempo pero que seguían produciéndole dolor y culpabilidad. Si no hubiera estado en la cama con Elena, cautivado por la misma obsesión irresistible que había provocado la supuesta traición de su padre con otra Lyon, podría haber llegado antes al lugar del accidente y cambiar las cosas.

El informe del forense decía que tanto su padre como Katherine habían sobrevivido al impacto durante un tiempo. Si hubiera dejado a Elena en su casa aquella noche y hubiera vuelto a la suya, cabía una pequeña posibilidad de que hubiera podido salvarlos.

Nick se quedó mirando pensativo el semáforo. Kyle tenía razón. No debería estar pensando en Elena.

El problema estaba en que últimamente, tras descubrir el diario y con él la asombrosa posibilidad de que su padre no tuviera una aventura con Katherine, había sido incapaz de dejar de pensar en Elena.

—Entonces, ¿cuál es mi tipo?

—Te suelen gustar rubias —contestó Kyle.

Con piernas largas y seguridad en sí mismas. El caso opuesto a Elena, con sus ojos oscuros, su vulnerabilidad y sus seductoras curvas.

Nick bajó la ventanilla. De pronto le faltaba el aire.

—No siempre salgo con rubias —aunque durante un tiempo fueron rubias o nada, porque salir con morenas le recordaba a ella. Durante un par de años, el recuerdo de su noche con Elena había estado demasiado unido al dolor y a la culpa por no haber podido salvar a su padre.

Sus sentimientos actuales por Elena estaban muy claros. Le gustaría volver a acostarse con ella, pero no estaba preparado para pensar más allá de aquel punto.

Kyle entró en el aparcamiento subterráneo del edificio Messena.

—¿Alguna novedad en la búsqueda del anillo?

Nick se quitó el cinturón de seguridad cuando Kyle aparcó.

—Todo el mundo me pregunta lo mismo últimamente.

Su madre, su hermano mayor, Gabriel, y una selección de tías y tíos abuelos que estaban preocupados por la pérdida de aquel legado familiar tan importante. Y por último el agente de seguros que, al hacer una nueva evaluación de los bienes, había descubierto que el anillo no estaba.

Nick se bajó del coche y cerró de un portazo.

—Estoy empezando a sentirme como Frodo.

Kyle sacó su maletín, cerró el coche y le lanzó las llaves.

—Él tenía los ojos más bonitos.

—Y también tenía amigos que le ayudaban.

Kyle sonrió.

—Bien. Pero no esperes que yo sea uno de ellos. No valgo para detective.

Nick pulsó el código de seguridad para acceder al ascensor.

—¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres irritante?

—Mi última novia rubia.

Nick pulsó la tecla que les llevaría a las oficinas de Gabriel y a una discusión sobre diversificar los intereses del negocio.

—No me acuerdo de tu última novia.

De todo el clan Messena, Kyle era el más callado y el más discreto. Tal vez debido a su formación militar o al hecho de que hubiera perdido a su mujer y a su hijo en un ataque terrorista.

—Eso fue porque estaba en el extranjero. Pero terminó y los dos seguimos con nuestra vida.

Las puertas del ascensor se abrieron lentamente y los dos hermanos salieron al conocido interior del banco.

Una oleada de calor atravesó a Elena cuando cruzó el pequeño parque. Sintiéndose extraña ante aquella nueva visión del pasado, Elena se acercó al banco más cercano del parque y se sentó.

Había estado seis años enfadada con Nick. Ahora no sabía qué sentir, solo sabía que bajo toda aquella confusión, todavía le dolía que la hubiera rechazado tantos años atrás. El problema estaba en que cuando era adolescente sentía algo por él. Los veranos que pasaba en Dolphin Bay visitando a su tía y viendo al bronceado y musculoso Nick hacer surf habían contribuido sin duda a su fascinación.

Demasiado inquieta para sentarse, consultó su reloj y se dirigió hacia el hotel en el que se alojaba. Cuando se acercó a las exclusivas boutiques del vestíbulo se abrieron las puertas de cristal y una mujer esbelta con un vestido azul que le resaltaba el bronceado salió a la calle. El reflejo de la puerta le mostró el reflejo de una mujer con cierto sobrepeso, vestida con un traje aburrido y con gafas.

Las palabras de Nick volvieron a su mente. No le gustaban las gafas ni el modo en que se arreglaba el pelo. No había mencionado su ropa, pero ahora se miró a través de sus ojos y estaba dispuesta a admitir que era tan aburrida y sosa como las gafas y el pelo.

Por mucho que le molestara su opinión, tenía razón. Algo tenía que cambiar. Ella tenía que cambiar. No podía seguir refugiándose en el trabajo y que pasara otro año. Ya tenía veintiocho. Si no se andaba con cuidado, llegaría a los treinta sola. Pero también podía cambiar de vida y cumplirlos teniendo una relación amorosa apasionada.

Como si se viera al borde de un precipicio a punto de dar un salto al vacío, observó el elegante cartel que había en el escaparate de la tienda. Aunque no era precisamente una tienda, sino un exclusivo spa. Nunca había estado en uno.

Apretó las mandíbulas. Había tomado la decisión. Cuando hubiera terminado, aunque no quedara guapa, al menos se vería estilosa y segura de sí misma como la mujer del vestido azul.

La idea cobró fuerza. Podía cruzar aquellas puertas si quería. Tenía el dinero. Tras años ahorrando, tenía más que suficiente para pagarse un cambio de imagen.

Sintiéndose un poco mareada ante la idea de que no tenía que seguir siendo como era, que tenía la capacidad de cambiar, cruzó la exclusiva puerta blanca y dorada conteniendo el aliento.

Tras una consulta inicial de una hora con un estilista llamado Giorgio, Elena firmó el tratamiento completo que le había recomendado.

Primero estaba la pérdida de peso y la eliminación de toxinas, que incluía una semana en un spa. Aquello iría seguido de un programa intensivo de ejercicio y la presentación de su entrenador personal. Una serie de tratamientos de belleza para la piel y el cabello, maquillaje y guardarropa completaban el programa.

La semana inicial en el spa iba a costar una cantidad importante, pero mientras cumplieran con su promesa y la transformaran, estaba dispuesta a pagar.

El corazón se le aceleró ante los cambios que estaba dispuesta a hacer. La esperanza se apoderó de ella. La próxima vez que viera a Nick Messena, las cosas serían distintas. Ella sería distinta.