4 Primeros encuentros
LA PRIMERA VISITA de Ramón fue al corralón que ocupaba la parte trasera de la casa de sus abuelos. Hizo de guía el tío Paco, ahora amigo inseparable, roto el hielo de los primeros momentos.
Las gallinas fueron para Ramón un espectáculo insólito. Sólo las conocía a través de los libros de naturaleza. Al principio le infundieron cierto respeto, cuando lo rodearon y picotearon sus zapatos en busca de una nueva ración de pienso, o quién sabe si era su particular manera de darle la bienvenida. Pero luego, le parecieron un poco atolondradas. Y entonces se creció, y se puso a perseguirlas, acosándolas con una vieja escoba, excitado por el creciente alboroto de sus cacareos.
—¡Uuu…! —gritaba enloquecido.
Y por ello no se dio cuenta de que la mayor y más arrogante de las aves se le encaraba, abiertas las alas y encrespadas las plumas del cuello, erguida la vela roja de su cresta y amenazador el dardo de su pico.
—¡Cuidado con el gallo! —gritó Paco.
Pero su aviso llegó tarde. El gallo blanco e inmaculado, de un salto imparable, ya había alcanzado la cabeza de Ramón, que se quedó atónito, mientras sentía los dolorosos aguijonazos del pico incansable. Al fin, echó a correr desesperado, intentando librarse del acoso terrible; pero el gallo resultó ser de familia de equilibristas. Y seguía picando y picando, convertido en blanco sombrero del niño que no sabía de gallinas y, menos aún, de gallos.
Paco logró quitarle de encima el animal, y le advirtió:
—¡Huy si te ve mi madre espantando las gallinas…! Si las asustas, dejan de poner huevos.
—¡Qué tendrá que ver!
—Lo dice mi madre y seguro que es verdad. Ella sabe mucho de gallinas. Es capaz de decirte el número de huevos que recogerá cada día.
—¿Y cómo puede saberlo? Ya sé, las mira por rayos X.
—No —contestó el tío Paco con una sonrisa—, les mete un dedo en el culo.
—¡Jo, qué cochinada!
—A ver si crees que se chupa el dedo. Luego, se lava las manos.
—¡Ah!, bueno.