13
DOS días después, Tom estaba de nuevo en el mar. Los rayos del sol cabrilleaban sobre las tranquilas aguas. A lo lejos, por encima de la isla de Vancúver, se divisaban unas cimas montañosas nevadas.
—Esto es un paraíso —exclamó, sonriendo a Bunni.
Estaban tumbados en unas butacas, a proa de una potente lancha motora que desde Tofino se dirigía hacia el sur. Con ellos iban Nikki y su amigo el doctor Dorren Pickup, profesor de la Universidad de la Columbia Británica. El doctor Pickup era un experto mundial en ballenas. Le había prometido a Tom que le reservaba una sorpresa especial en ese viaje, pero no había querido darle detalles.
—¿Sabes una cosa? —dijo Tom, contemplando el pelo castaño y el bigote de aquel hombre—. No puedo creer que sea profesor, parece demasiado joven.
—Lo único que sé de él es que es muy inteligente —contestó Bunni.
—Hablas como mi hermana —Tom se echó a reír. Preparó la cámara, tomó una foto del doctor Pickup y sonrió—. Esto le demostrará a Liz lo que se ha perdido hoy.
—¿Está con Andrew?
—Sí —Tom miró a Bunni, que estaba preciosa con su pelo rubio ondeando al viento. Se dirigió hacia la parte delantera de la motora, habló algo en voz baja con Nikki y le entregó su cámara. Volvió al lado de Bunni y sonrió a la cámara antes de oírse el chasquido del disparador— Esta foto es para Dietmar —dijo, sonriendo.
—¿Para quién?
—Bueno, es un tipo que conozco. Le agradará ver cómo he pasado el verano.
—¿Qué le pasará a Tosca? —preguntó Bunni dirigiéndose a su hermana.
—Se enfrenta a una larga temporada entre rejas —Nikki hizo un gesto con la cabeza—. Pobre Warwick. Es encantador, pero un perdedor nato.
—¿Sabes una cosa? Yo debería haber supuesto que tras todo eso se escondía un fraude a un seguro. Recuerdo que pensaba que los Tosca habían dado fuego a su primera casa para cobrar el seguro de incendios.
—Es cierto, pero ¿y el seguro de vida? Tú no tenías por qué sospechar nada.
—Bien, pero recuerdo que durante nuestro viaje a Long Beach, Bunni y yo hablamos de balas de fogueo y cápsulas de sangre falsa. Eso debería haberme ayudado a imaginármelo.
—Eso fue una estratagema —dijo Nikki, llena de admiración—. ¿Sabes de quién sospeché que pudiera haber disparado contra Vernya?
—De Mac —contestó al signo negativo que Tom hizo con su cabeza.
—¿Y por qué?
—Porque Vernya le había despedido, después de haberle prometido una casa en la isla.
—Tenía incluso más motivos para odiar a los Tosca —indicó Tom—. Fue una jugada sucia robarle su perro.
El doctor Pickup detuvo la lancha motora a la altura de una pequeña bahía y se dirigió a popa con unos gemelos.
—Tom, si miras atentamente con esto, podrás ver tu primera ballena.
Tom escudriñó con ojos excitados las relucientes aguas de la bahía.
—¿Es eso? —preguntó, mirando la negra cola que sobresalía del agua.
—Claro —dijo el doctor Pickup, sonriendo—. Esa pequeña ballena gris ha permanecido todo el verano en esa bahía, alimentándose. ¿Ves? Está de costado, y golpea la superficie del mar con la cola mientras come.
Bunni miró a través de los prismáticos.
—¡Es preciosa! ¿Qué come?
—Gambas y percebes. Se mete en la boca arena del fondo y todo lo que hay en ella. Luego lo coloca a un lado de la boca y separa lo que es comestible. Después escupe la arena y el lodo. Es como si expulsara humo por la boca.
—¿Nos podemos acercar más? —preguntó Tom.
—Nuestro barco podría asustarla —el doctor Pickup negó con la cabeza la posibilidad de acercarse más a la ballena.
Tom contempló la cola, pero quería ver el cuerpo entero de la ballena.
—Gracias por traernos aquí —dijo al poner en marcha el motor el doctor Pickup—. ¿Hay alguna posibilidad de ver más ballenas?
—Puede que veamos alguna en nuestro viaje de regreso. Los barcos que traen a los turistas desde Tofino y Ucluelet para ver las ballenas encuentran algunas grises en esta época del año —dijo—. Yo he llegado a acariciar una ballena gris.
—¿En serio?
—Realmente son muy mansas, y a la que me refiero parecía, además, curiosa. Se puso a dar vueltas alrededor de nuestro barco y luego, de repente, apareció su cabeza junto a nosotros, como si fuera un animalito que quisiera que le acariciaran la oreja.
—Pero las ballenas grises son enormes —dijo Bunni—. Podía haberos volcado, ¿no?
—Siempre existe el peligro de que accidentalmente levanten un barco por encima del agua. Al fin y al cabo, son animales salvajes.
Durante algún tiempo se dirigieron hacia el sur en completo silencio. De pronto, el doctor Pickup señaló hacia la costa.
—¡Rápido, mirad eso!
Surgiendo del agua, se veía una gran cabeza negra con la parte inferior blanca. La luz del sol se reflejó en el cuerpo reluciente del animal, que ascendió aún más, mostrando unos reflejos blancos detrás de los ojos. Su cabeza y la parte superior de su cuerpo quedaron flotando unos instantes por encima del mar azul, y luego desaparecieron poco a poco bajo la superficie del agua.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Tom—. Era una orca.
—Ha sido una vista espléndida, ¿no? —dijo sonriente el doctor Pickup—. Salió a la superficie para inspeccionar.
—¿Qué quiere decir?
—A veces, las orcas salen del agua, como ha hecho esta, para echar una mirada a su alrededor. Debió de oír nuestro barco y decidió echar un vistazo —señaló la cámara de Tom—. ¿La has fotografiado?
—¡Me olvidé! Estaba demasiado nervioso.
—Puede que veamos otra. Van en manadas, en grupos familiares. Así que debe de haber otras cerca. Las orcas viven principalmente en la otra parte de la isla de Vancúver, pero se sabe de dos manadas que proceden de aquí.
—¡Mirad eso! —gritó Bunni.
Muy cerca de ellos, una orca brincó fuera del agua. Su magnífico cuerpo negro brilló a la luz del sol por encima de las olas. Enseguida giró en espiral y cayo de espaldas. Lanzó agua por todas partes y desapareció de la vista.
—¡Le he sacado una foto! —dijo Tom, excitado—. Al menos tendré un recuerdo de este momento.
—Eso se llama romper —les explicó el doctor Pickup—. Las orcas alcanzan una enorme velocidad bajo el agua, que puede llegar hasta noventa kilómetros por hora, y luego irrumpen fuera, a la superficie. Hasta ahora, nuestras investigaciones nos hacen suponer que lo de romper es sólo una forma de jugar, pero puede que encierre otro propósito.
—No creía que tu trabajo fuera tan interesante —Bunni miró atentamente al doctor—. Esa orca ha sido la cosa más apasionante que he visto en mi vida.
Nikki sonrió a su hermana.
—Ahora comprenderás por qué ha luchado tanto Greenpeace por acabar con la caza de la ballena. La gente no tiene derecho a capturar estos animales. Hay que dejarlos que vivan en paz.
—Pero la gente no captura orcas.
—Claro que lo hacen, y luego las exhiben como atracción turística. Una empresa de San Diego, llamada Mundo Marino, proyectaba capturar en la costa de Alaska cien orcas. ¿Te lo imaginas? ¡Cién orcas! La cautividad no favorece en absoluto a estos animales. Afortunadamente, el Club Sierra acudió a los tribunales y pudo detener la caza. Pero tendremos que estar permanentemente en guardia para proteger las ballenas, nuestros bosques y aves en peligro de extinción, como el águila calva y otros muchos seres de la fauna animal. ¡Hasta los osos pardos de las Montañas Rocosas están amenazados por los hombres!
—Tómatelo con calma —le sonrió Bunni—. Te estás excitando otra vez.
—Tienes razón —Nikki le pasó el brazo cariñosamente por la cintura—. Lo que pasa es que quisiera que tú, y Tom, y todos los jóvenes del mundo os preocuparais de esas cosas.
—Empiezo a comprenderte. Admito que no me preocupaba que talaran la isla de Nearby, pero no me agradaría que hicieran daño a estas ballenas.
El doctor Pickup se volvió del volante y le dijo:
—Pero la tala de árboles también puede perjudicar a las ballenas, Bunni. Las grises, como esa pequeña que hemos visto, se alimentan en aguas tranquilas. Al talar un bosque se alteran los depósitos que van a parar a los ríos. Como resultado de ellos, se destruyen los lechos de algas en donde se alimentan las ballenas.
—¿Y qué puede hacer la gente?
—Escribir al Gobierno exponiéndole lo que piensa y apoyar a grupos como Greenpeace y el Club Sierra, que están luchando por la conservación del medio ambiente. Cuesta mucho dinero enfrentarse en los tribunales a una organización como Mundo Marino, pero esa lucha es nuestra mejor esperanza. Si nos uniéramos todos, podríamos evitar incluso el peligro de una guerra nuclear.
—Pensar en la guerra me asusta de verdad.
—Yo también estaba asustado, Bunni, pero a medida que pasa el tiempo, me siento mejor. Desde mil novecientos cuarenta y cinco no ha habido ninguna guerra mundial. Se utilizó la bomba atómica para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. La gente quedó horrorizada ante los efectos de la bomba. Nadie quiere repetir ese error. Los líderes de las superpotencias son gente corriente como tú y yo. Tienen hijos y nietos y también se preocupan de nuestro mundo. Así que han evitado emplear sus armas nucleares y, mientras tanto, crece el movimiento por la paz —sonrió—. Las cosas irán bien siempre que vosotros, los jóvenes, queráis proteger nuestro planeta.
Nikki le apretó la mano y dijo:
—Ha sido todo un sermón, doctor.
—Creo que yo también me he acalorado —dijo sonriente—. Bueno, ya estamos cerca de la isla de Nearby. Allí disfrutaremos de nuestro almuerzo.
Tom contempló a lo lejos las escasas nubes que se arremolinaban alrededor de la cima de la isla.
—Pero ¿qué sucedió? —preguntó Bunni—. ¿No hubo un incendio en el colegio?
—Al parecer —asintió Tom—, Vernya sacó fuera los productos químicos del laboratorio y apiló madera sobre ellos Pegó fuego a la madera y salió corriendo. Cuando explotaron los productos químicos, se formó una enorme hoguera. Ese fue el reflejo que vimos en el cielo. Luego estalló la tormenta y la lluvia extinguió el fuego. Aunque, de todos modos, se hubiera apagado solo.
—¿Y por qué se molestó Vernya en hacer todo eso?
—Supongo que quería engañar a su marido. Si él no hubiera visto las llamas, podría haber vuelto y haber pegado fuego al colegio —Tom suspiró—. Pobre Vernya, enamorada de un estúpido como él.
—Tom, algún día te darás cuenta de que el amor no siempre es fácil de entender —dijo Nikki.
Él la miró, sin saber lo que quería decir. Luego elevó su mirada por encima del mar, hacia la esplendorosa belleza de la isla de Nearby.
—No creo que Vernya quisiera realmente que su isla fuera destruida. Se fio de su marido y de sus falsas promesas de volver a repoblar la isla. Estoy seguro de que él jamás pensó en hacerlo, porque eso implica dinero y sentido de la responsabilidad, dos cosas de las que él carecía.
—Es difícil saberlo. Al menos, se entregó a la policía. Eso puede servirle de ayuda.
—¿Y qué pasará con Axe?
—Creo que va a tener problemas por lo de los billetes de lotería falsos.
—¿Y Mosquito Joe? ¿Está vivo o muerto?
—No te preocupes por él, Tom —se sonrió Nikki—. Cuando los leñadores comenzaron su trabajo, abandonó su cabaña y se escondió en el bosque. Ahora que la tala se ha suspendido definitivamente, podrá vivir en paz en la isla.
—Me alegro de que esté a salvo.
—Los manifestantes demostrasteis mucho valor. Eso ayudó a salvar el bosque.
Al entrar en la serena belleza de la cala del Capitán Cook, Tom suspiró.
—De todos modos, me siento feliz de que la isla haya sobrevivido.
Nikki asintió.
—Es una pena que regreses a Winnipeg. Podríamos necesitar tu ayuda en las islas de la Reina Carlota.
—¿Qué quieres decir?
—Me voy allí en avión mañana. Ahora me toca a mí enterrarme en el camino de las excavadoras.
—Pero ¿por qué?
—La semana próxima, una empresa piensa talar un bosque centenario que hay en una de esas islas. Después de ese, hay quince lugares más en esta costa en los que sus bosques están amenazados.
—¿Quieres decir que la lucha no ha terminado? —preguntó, desalentado.
—Vamos a necesitar ayuda durante mucho tiempo —le aseguró Nikki.
—En ese caso, cuenta conmigo —se ofreció espontáneamente Tom—. Ese mundo tuyo también es el mío.