12

DURANTE una hora, la motora se dirigió hacia el sur. Nadie habló.

Los dos hombres permanecían junto al volante observando atentamente la tormenta. Tosca estaba pálido. En cambio, el rostro de Axe no dejaba traslucir emoción alguna.

—Axe —dijo Tom—. Tengo que saber algo.

—¿Qué? —le contestó aquel hombre inmenso, después de mirarle un rato.

—¿Por qué huyó del Lady Rose en la barca Zodiac?

—Vi que la gente no apartaba su vista de mí. Pensabais que había matado a la señora Tosca porque me había despedido.

—¿Adónde fue usted?

—A la isla Nearby, a esconderme. Conozco esa isla mejor que nadie, a excepción de Mosquito Joe. Yo estaba vigilando el colegio desde el bosque cuando llegasteis vosotros y os pescaron. Intenté ayudaros.

—Lo siento. No lo sabíamos.

El gigantón se encogió de hombros y Tom miró a Tosca. Le temblaban las manos al ver las enormes olas que golpeaban la lancha.

—Esto es horrible —dijo con voz quejumbrosa—. ¿Por qué se pone el tiempo siempre contra mí?

En ese momento, el motor empezó a fallar, volvió a bramar y luego se paró.

Estupefacto, Tosca pulsó el botón de arranque. No hubo reacción alguna. Lo intentó de nuevo, girando la llave casi desesperadamente de un lado a otro.

—¿Qué le pasa a este trasto? —le dio un puñetazo al arranque y le dijo a Axe—: ¡Arréglalo!

—Yo soy impresor. No sé arreglar motores.

—¡Tienes que hacerlo! —señaló hacia la costa—. ¿Ves esa agua blanca? Es que la costa es una pura escollera a pocos centímetros de profundidad bajo el agua. Si esta lancha embarranca, se hará añicos —se volvió desesperadamente a Tom y Liz—. ¡Ayudadme!

Liz se puso en pie, luchando por mantener el equilibrio, mientras la lancha se balanceaba impotente entre las grandes olas. Repentinamente, la costa pareció estar mucho más cerca. Las olas arrastraban la lancha implacablemente hacia las rocas, donde el agua saltaba hacia el cielo. Más allá, los árboles del bosque se combaban por la fuerza de las ráfagas de viento.

—He averiguado cuál es el problema —dijo Liz momentos más tarde—. Me sorprende que usted no, señor Tosca.

—¡Arréglalo! —vociferó el hombre.

—No puedo —se lamentó Liz señalando a un indicador del cuadro—. No hay gasolina. La lucha contra esta tormenta ha debido hacer que se consuma todo el combustible.

—Eso es mentira —Tosca miró el indicador y luego se aferró al volante—. Vamos a morir —dijo con voz temblorosa—. ¡Oh, no!

—¿Está todo perdido? ¿No hay posibilidad de utilizar el bote salvavidas que hay encima del techo de la cabina?

—Dudo que pueda servir de mucho —comentó Tom haciendo un gesto negativo con la cabeza, al mismo tiempo que se sujetaba, al elevarse la proa de la lancha y luego volver a nivelarse—. ¿Y la radio? Puede que haya cerca algún guardacostas.

Al cruzar Liz la cabina en dirección a la radio, la motora tembló al ser golpeada por la inmensa masa de agua enfurecida. Liz accionó unos interruptores, giró la aguja de un disco graduado y cogió el micrófono.

—Mayday, Mayday. Mi nombre es Liz Austen. Estoy en la lancha del colegio de Vernya Tosca. Nos encontramos a cosa de una hora al sur de la isla Nearby, arrastrados hacia la costa, sin combustible. Mayday, Mayday. ¿Me escucha?

Colgó el micrófono y todos miraron la radio. Esta hizo mil ruidos y zumbidos, pero no hubo respuesta alguna.

—¡Es inútil! —dijo Tosca—. ¡Estamos ya casi encima de las rocas!

La fuerza de la tormenta era abrumadora. Fuera de la cabina, el ruido de las olas rompiendo contra la costa era terrible y Tom se aferró horrorizado a la barandilla de latón, al tiempo que una ola espumante levantaba la motora y la lanzaba contra una roca. Resistió a duras penas el golpe y quedó flotando otra vez en el mar.

Axe se dirigió tambaleándose hacia ellos. Su rostro chorreaba agua.

—Voy a ir a la orilla con una soga. Es nuestra única posibilidad de salvación. Intentaré amarrar la soga a esa gran roca de ahí —dijo, señalando a lo alto de las rocas—. Cuando la soga esté tirante, tendréis que salir de aquí, colgándoos de ella.

—No se arriesgue —gritó Tom, pero fue inútil.

Axe se dirigió a proa y cogió el cabo de amarre de la lancha. Se subió a la borda y aguardó a que la siguiente ola acercara la lancha a las rocas. En ese momento saltó.

—¡Axe!

Durante unos terribles instantes Tom dejó de verlo. Luego se limpió el agua que le había cagado momentáneamente y vio a Axe encaramado en las rocas. Sujetaba el cabo de amarre y estaba subiendo lentamente a lo alto del acantilado. Lo perdió de vista al desequilibrar las olas el barco, que luego se enderezó y fue levantado de nuevo a lo alto. Con un crujido de toda su estructura quedó encajado entre dos rocas.

—Esta es nuestra oportunidad —gritó Tom—. Axe ha llegado a lo alto de las rocas.

Por encima de las olas embravecidas, Axe estaba junto a una roca que sobresalía de las demás. Amarró la soga alrededor de ella, tensándola bien entre la roca y la motora.

—¡Nos vamos a ahogar! —gritó Tosca.

No era tiempo de discutir con aquel hombre. Tom se encaramó a la borda y se sujetó a la cuerda. Respiró profundamente y saltó fuera de la lancha. La soga se le clavó en las palmas de las manos. Durante unos instantes angustiosos su cuerpo se balanceó peligrosamente en el aire, por encima de las rocas. Luego comenzó a avanzar por la cuerda tirante, apoyándose alternativamente en sus manos. El viento, desatado en un puro aullido, zarandeaba su cuerpo. El fragor del mar enfurecido era terrible, pero al cabo de un minuto pudo ponerse a salvo en las rocas. Arrastrándose por la resbaladiza pendiente, esperó a que Liz se reuniera con él. Entonces, los tres volvieron su vista hacia la motora.

El mar comenzaba a destrozarla. El mástil se había roto y había caído sobre la cabina de mando. Algunas ventanas estaban hechas añicos y el casco se había abierto por los golpes sufridos contra las rocas. Mientras miraban, llegó una ola enorme que levantó la motora y la sacó de las rocas entre las que estaba empotrada. Al levantarse por los aires la motora, la soga se rompió.

La mitad de ella pasó silbando junto a la cabeza de Tom y golpeó las rocas. La otra mitad restalló como un látigo en dirección a la motora y golpeó a Tosca, mientras la motora se balanceaba en el agua hirviente.

—¡No puede levantarse! ¡La soga le ha derribado!

La motora se inclinó de costado, pero la borda impidió que el cuerpo de Tosca cayera al mar. En ese momento se abrió con gran estrépito la puerta de la cabina de mando, liberada de la presión que hacían sobre ella las cajas que contenían las piezas de la impresora, que cayeron al mar.

Tom observaba impotente al barco que se balanceaba de un lado a otro en medio del mar enfurecido. De repente señaló hacia la cabina de mando.

—¡Allí hay alguien!

La motora se elevó y luego volvió a enderezarse. Al hacerlo, salió una mujer de la cabina. Se encaramó rápidamente en el techo y soltó el pequeño bote salvavidas. Tom observaba con ojos incrédulos.

—¡Es Nikki!

Lanzó el bote a la cubierta de la motora y luego saltó ella. Arrastró el bote a proa y colocó dentro de él a Tosca.

Tom, Liz y Axe descendieron gateando por las rocas y contemplaron angustiados cómo arrastraba Nikki el bote hasta una abertura de la borda. Aguardó a que la motora se inclinara hacia las olas y en ese momento empujó el bote al mar y luego saltó ella dentro de él. Cogió un cabo que mantuvo preparado entre sus manos mientras el bote era arrastrado hacia las rocas por el fuerte oleaje.

En el momento en que dio contra las rocas, Tom y Liz agarraron el cabo. Axe sacó a Tosca, y Nikki saltó del bote. A Tosca le manaba un poco de sangre de una herida que tenía en la cabeza. Sus labios estaban amoratados, pero en ese momento gimió y eso les aseguró de que estaba vivo.

Subieron hasta un grupo de rocas que los protegían del viento. Axe llevaba a Tosca en brazos. Nikki le limpió la sangre de la herida y le puso un vendaje improvisado. Lo apretó fuertemente alrededor de la cabeza del herido y luego miró a Tom y Liz.

—Me alegro de que os hayáis salvado.

—¿Dónde estabas, Nikki?

—En el camarote. No podía salir porque había algo que bloqueaba la puerta.

—Eran unas cajas. Menos mal que cayeron por la borda. Pero ¿cómo entraste en el camarote?

—Cuando Andrew regresó a Ukee en el barco de recreo, me llamó por teléfono. Me dijo que no habíais acudido a su encuentro a las nueve, pero que estaríais bien en la playa hasta la mañana. Aquello me intranquilizó. Así que salí para la isla de Nearby en mi bote. Recorrí la orilla llamándoos y, finalmente, llegué al colegio. La lancha calentaba motores y luego os vi a vosotros en tierra con Warwick y Vernya.

—¿Viste la pistola que llevaba?

Nikki asintió con un gesto.

—Comprendí que os iban a llevar a la lancha. Me deslicé al embarcadero y me escondí en el camarote. Pero, al principio, no pude hacer nada para ayudaros por miedo a la pistola, y luego quedé atrapada por las cajas que colocaron junto a la puerta. Cuando se desató la tormenta, fui incapaz de abrir la puerta y el ruido era tan espantoso que no me oíais cuando me desgañitaba pidiendo auxilio.

—Nikki, quiero disculparme —Liz le alargó la mano.

—¿Por qué?

—Pensé en serio que eras tú la que habías matado a Vernya en el Lady Rose. Me siento estúpida.

—No te preocupes, Liz —sonrió Nikki, se quitó la chaqueta y envolvió con ella a Tosca. Luego subió a lo alto de las rocas. Se protegió los ojos con las manos y observó la costa antes de regresar—. La tormenta está cediendo, pero el mar no tiene todavía buen aspecto. Aún hay mucha agua revuelta entre estas rocas y la orilla. Tendremos que esperar.

Liz alzó la vista al cielo y preguntó:

—¿No habéis oído algo?

Tom salió de su refugio y observó las oscuras nubes que tenían encima. Una avioneta se acercaba en dirección adonde se encontraban ellos. Corrió a lo alto de las rocas y se puso a gritar, agitando los brazos. La avioneta descendió hasta casi rozar con sus alas el lugar en el que ellos se encontraban. El piloto hizo una señal con la mano y luego hizo un giro y tomó altura, mientras el viento hacía vibrar las puntas de las alas.

—¡Nos ha visto! ¡Estamos salvados!

—Me extraña que nos hayan encontrado tan pronto —Liz se le acercó.

—Puede que captaran tu mensaje por radio —Tom contempló la motora, que aún golpeaba contra las rocas—. Este naufragio debe ser fácil de ver desde el aire.

Al cabo de una hora, un helicóptero volaba por encima de su rocoso refugio. Tosca fue izado hasta su vientre con un cabrestante. Mientras Tom observaba la operación, Liz le agarró del brazo.

Por el norte se acercaba un barco de líneas esbeltas. Se aproximaba velozmente surcando el mar y levantando con su proa grandes olas, coronadas de blanca espuma; luego, redujo la velocidad. En el puente de mando apareció Andrew con un megáfono en la mano. Se lo llevó a la boca y oyeron sus palabras con toda claridad a través del agua.

—¡Liz Austen! ¡Hoy tenemos una cita!