Soldado y Gelatina

 

 

 

 

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                                              Capitulo I

 

Marcel sentía que amaba demasiado a su Renault Fuego Turbo Diesel. Era algo fuera de lo común. Lo compró casi como una chatarra,  poco a poco lo fue reparando con muchos esfuerzos. Lo pintó el mismo. Le incorporó un motor más potente, cambiando el tren delantero y su tapicería.  Prácticamente duraba todo su tiempo libre limpiándolo, contemplándolo, y adorándolo.  Lo quería casi tanto como a Nubia.

Como buen francés, afirmaba ciegamente que el clásico Renault Fuego era mejor que un Mercedes Benz, Alfa Romeo  o  un Mustang.

Esto A pesar de ser francés por un solo lado. Su padre, quien 32 años antes llegó a las petroleras en Anaco, se prendó de una criolla Anzoatiguense. De ahí nació el y sus dos hermanas. Por eso hablaba español sin acento. Su primaria la hizo en el Tigre y su secundaria la hizo en el San Patricio de Marsella. De allí a la academia militar y su servicio con las tropas especiales. Hizo misiones en la Polinesia Francesa, en Mauritania, en el Chad y Afganistán. Donde una granada acabó con parte de su destacamento y  carrera militar. Ahora vegetaba como seguridad y análisis de inteligencia, en la embajada Francesa en su patria de nacimiento. Cosa que le permitió después de adulto a conocer primos, playas de película e ir al Salto Ángel. Amén de tener una relación cuasi formal con Nubia la teniente adjunta al agregado militar. Divina, sofisticada y hambrienta totalmente en un sexo insaciable y continuo, cada vez que ambos quedaban como Adán y Eva. Eran lo más  cerca a una relación formal.  Por eso, ese viernes, el plan estratégico era comprar cuatro cajas de cerveza Polar, pan francés con jamón y quesos manchegos, cargar el Renault, prepararse mentalmente a la cola de dos horas y media en la Francisco Fajardo y salir a la carretera de Oriente.

Nubia estaba entusiasmada con la idea de ir a playa del agua,  contemplar el amanecer del domingo, después de beber como cosacos vino argentino (mayor pecado) y comer empanadas de pescado frito al amanecer. Las cervezas eran para el viaje; ni más ni menos. De manera  que la estirada, mustia   figura del Coronel Deville, enmarcada en su puerta de oficina le preludió algo muy fastidioso.

No pensaba ni por error asistir a nada. Capitán Marcel-- saludó formalmente el Coronel desde su nariz.

Coronel Deville-- contestó Marcel desde su fastidio.—

Hay una comunicación cifrada para usted. No le llegó directamente pues paso por la prioridad del embajador.

--Vaya. ¿Que sucedió?. ¿Por fin Metieron en el manicomio  a Hollandé?.-- preguntó aburridamente el capitán, mientras le regalaba una despliciente mirada a su superior