Capítulo 3

 

 

 

Las celebraciones de Yule habían llegado a su fin y el rumor de que el príncipe Azarien estaba vivo y había vuelto acompañado de la Diosa Epona se había esparcido con rapidez por toda Bhaile.

Úras no fue ajeno a todo el revuelo, de modo que no dudó en echarse agua fría sobre el rostro para despertarse tras la resaca de las fiestas y correr al palacio para comprobar por sí mismo que su amigo estaba allí.

Aporreó la puerta de los aposentos para invitados del ala del palacio reservada para los Tuatha, donde los guardias le habían indicado que el príncipe se alojaba.

―¡Sé que estás ahí dentro, patán! ¡Abre la maldita puerta!

Azarien abrió, acabándose de secar el torso con un paño.

―Sigues teniendo los modales de un mulo, amigo mío ―dijo manteniendo la sonrisa en el rostro.

Úras lo miraba como si fuera una aparición. A pesar de los rumores, no confiaba en que fuera verdad.

―Azarien... Estás vivo.

―Así es ―dijo con una sonrisa de diablo.

El antiguo guardia de palacio no se lo pensó y abrazó al príncipe.

―Te he echado de menos, grano en el culo ―confesó con congoja.

―Y yo a ti, siento no haber dado señales de vida.

―¿Y por qué no lo hiciste? ―preguntó separándose de él.

―Porque estaba roto, no quise saber nada de nadie. Pero no quiero hablar de eso, al menos no ahora ¿Qué me cuentas de tú vida? ¿Eres feliz? ―preguntó dirigiéndose a la mesa al lado de la ventana y sirviéndose una cerveza.

―Más de lo que nunca creí posible ―confesó con la sonrisa de bobo de un adolescente enamorado.

Azarien lo miró completamente pasmado.

―Me estás tomando el pelo...

―Ya te gustaría. Rodwen y yo nos casamos hace ya tiempo y los Dioses nos han bendecido con dos hijos preciosos.

El elfo tuvo que sentarse en la silla en la que se estaba apoyando. Su amigo era feliz, es más, había encontrado a la otra mitad de su alma si no, no hubiera tenido hijos. Eso significaba... ¡Demonios de mujer! ¿Cómo podía ser tan tonto? Había caído por completo en su juego. Maldita fuera su estampa... Si es que se lo tenía merecido por bocazas. De sobra sabía cómo era Epona y tonto de él caía de lleno en su treta.

―Entonces estás con ella ―no preguntó, simplemente afirmó.

―Sí, Azarien, estamos juntos y es lo mejor que me pudo pasar en la vida, a pesar de lo mucho que nos costó estarlo. ―Se sentó en un butacón y miró la cara de contrariedad de su amigo―. Pero supongo que no habrás decidido volver después de más de un siglo solo para preguntarme qué tal me va la vida. ¿No?

―No, digamos que cierta Diosa entrometida me ha tendido una trampa...

―¿Epona? Dicen que has vuelto con ella.

―Sí, pero no voluntariamente. Hay demasiados recuerdos dolorosos aquí.

―¿Qué ocurrió? No he dejado de darle vueltas desde entonces. Eriel no apareció en el ritual y nadie la ha vuelto a ver desde entonces. A ti te dan por muerto solo unos días después. Erais mis amigos, Azarien, mi familia, me dolió mucho perderos.

El elfo suspiró.

―Me abandonó por otro. Después de decirme mil veces que me amaba, que yo era el único hombre de su vida, se entregó a otro y se fue con él.

―Muy gracioso ―dijo fingiendo reírse―, ¿por qué no me dices la verdad?

―Esa es la verdad.

―¡Pero eso es una locura! Eriel te amaba y tú a ella.

―Tú lo has dicho, yo a ella. Úras, ella era mi vida, me enfrenté a mí padre por ella, habría renunciado al trono por ella, prácticamente lo hice, y esa noche en la que nos uniríamos se entregó a otro dejándome a mi destrozado y humillado delante de todo el pueblo. Pero lo más importante es que me rompió y sigo roto amigo mío. Aunque la odio por lo que me hizo, sigue siendo la dueña de mi corazón.

―Y por eso te marchaste, dejándonos a todos atrás ―aventuró.

―No del todo ―dijo con pesar―, fui atacado por una criatura que casi me mata. Si no llega a ser por Darach, un vampiro. Estaría muerto.

―Una criatura... ―preguntó con interés.

―Sí, no sé de dónde salió, pero me pilló desprevenido. No la vi venir.

―Salió del bosque. Es allí de donde vienen desde poco después que desaparecieras.

―¿Qué quieres decir? ―se incorporó interesado.

―¿No has visto el aspecto de Bhaile y el bosque? El color no es tan vivo como solía serlo, parece apagado, casi como si se estuviera muriendo y yo creo que es justo eso, pero desde que tu hermano está en el trono y controla la Corona de Ámbar, ha ido a peor.

―Si te soy sincero no he prestado atención al bosque. Todo el camino iba discutiendo con Epona, esa Diosa saca lo peor de mí.

―Siempre discutíais, lo que no entiendo es por qué te lo permite.

―Es obvio, mi atractivo la hechiza ―dijo sonriendo y alzando la jarra de cerveza en modo de brindis.

―No has cambiado...

Azarien bebió un trago de la jarra mirando a su amigo divertido.

―Creo que no ―aunque él sabía que sí lo había hecho. La traición de su amada lo dejó vacío y frío por dentro.

―¿Vas a reclamar lo que es tuyo? ―preguntó directamente Úras.

―No lo sé todavía. No me interesa ser Rey.

―Seguro que no, pero a nosotros sí.

Azarien levantó una ceja.

―Explícame eso. Que yo sepa, mi hermano lleva mucho gobernando.

―No, tu hermano lleva mucho en el trono, simplemente allí sentado, viendo como todo se muere y sin hacer nada. Esa criatura que te atacó... Hay más en el bosque, muchas, y son ellas las que gobiernan allí.

―Eso no puede ser...

―¿Qué te apuestas?

―Nada, no sé qué narices ocurre que pierdo todas mis apuestas.

Úras rompió a reír.

―Tal vez sí has cambiado, pareces más maduro y pensaba que eso sería imposible.

―Ha pasado tiempo, Úras.

―Demasiado. ―El elfo se levantó y apoyó una mano en el hombro de su amigo―. No vuelvas a marcharte, Azarien. No sé dónde has estado, pero tu lugar es este. Tal vez no lo veas aún, pero lo harás.

Azarien se encogió de hombros.

―No puedo prometerte eso.

―Pues no lo hagas, pero quédate un tiempo antes de marcharte de nuevo.

―Está bien. Además me gustaría ver a tú prole.

―¡La verás! Mi preciosa Rodwen estaba deseando verte, pero Turion, el pequeño, estaba algo enfermo y se quedó con él.

―¿Necesitas que lo vea? ―se ofreció preocupado.

―No, solo son las fiebres del crecimiento. Está a punto de dar otro estirón.

―Entonces será como su padre.

―Pero tan listo como su madre.

―Eres un hombre enamorado, no puedes negarlo.

―Ni lo pretendo ―respondió con una carcajada. Úras siempre había sido un hombre risueño―. Pero ahora soy un amigo preocupado. Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamarme. Tal vez ya no esté en la guardia, pero sigo pudiendo empuñar un arco.

―Lo sé, amigo mío ―Azarien se levantó y golpeó su hombro, amistoso.

―Ahora debo volver a casa, pero no dudes en visitarnos cuando quieras, mi hogar es el tuyo también.

―Gracias, lo haré.

 

 

Mientras Azarien recibía la visita de su antiguo mejor amigo, Epona había abandonado sus aposentos para caminar por el bosque. Le dolía el alma, literalmente, viendo lo que estaba ocurriendo en la arboleda que rodeaba Bhaile. Algunos de los árboles estaban inclinados y retorcidos, las hojas agrietadas y sin apenas color, el suelo ennegrecido le daba un aspecto tétrico a lo que antes fue un lugar digno de fantasía. Era una crueldad y sabía que no podía quedar sin castigo, pero no aún. Ahora lo primero era conseguir apaciguar a aquel insufrible príncipe.

Estaba segura de que Úras le habría contado lo feliz que era y que tendría que cumplir su palabra, quedarse, y ella quería darle algo para que su estancia allí no fuera tan triste.

Cerró los ojos y dejó que su poder recorriera el lugar en busca de un alma lo bastante pura como para cuidar de la del príncipe. Apenas unos instantes después, una yegua de pelo color caramelo y las crines tan pálidas que casi parecían blancas, llegó trotando hasta ella. La Diosa acarició la cruz del animal, susurrándole hermosas palabras de bienvenida en un idioma tan antiguo como el tiempo. Después, dio la vuelta y emprendió el camino de vuelta al palacio, acompañada por el hermoso animal.

 

 

Poco después de la partida de Úras, alguien volvió a tocar a la puerta de Azarien, pero de un modo más educado.

El elfo abrió y arrugó el entrecejo.

―Ahora no sé si alegrarme de verte o estar completamente asustado.

―¿Y por qué no simplemente dices, hola Epona, encantado de verte? ―replicó ella colocando las manos en las caderas.

―Porque yo no soy como los demás ―afirmó con una sonrisa depredadora.

―Eso puedes jurarlo ―respondió con cierto desdén―. Ahora sígueme.

―¿A dónde vamos? ―preguntó con recelo, no se fiaba de ella.

―Tengo algo para ti ―dijo sin dejar de caminar hacia el exterior del palacio.

―Algo pedirás a cambio... ―refunfuñó siguiéndola.

―Sí, un beso tuyo ―afirmó divertida mirándolo por encima del hombro.

―Ni lo sueñes, preciosa.

Ella se rio tomando el camino a los establos y deteniéndose frente a uno que parecía vacio.

―¿Qué estamos haciendo aquí? ―preguntó el elfo paseando la mirada por el establo.

―Supongo que Úras te ha contado lo feliz que es con su esposa, ¿cierto?

―Sí. ¿Me lo piensas echar en cara lo que queda de siglo?

―Puede que luego, pero teníamos un trato. Ahora debes quedarte, al menos un tiempo.

―No entiendo tu interés en mí después de tanto tiempo.

―Ni yo, pero me aburría. Ahí dentro hay algo que hará que tu tiempo aquí no sea tan horrible. Es un regalo.

Azarien le lanzó una mirada de desconfianza mientras entraba en el establo. Su mirada se iluminó al ver a la hermosa yegua.

―¿De dónde sacaste tan magnífico ejemplar?

―Soy la Diosa de los caballos, entre otras cosas, por si lo has olvidado ―replicó indignada.

―Y también la Diosa de la desesperación... ―soltó sarcástico.

―Eres un desagradecido. ¿Quieres que me la lleve de vuelta al bosque?

―No. Me la has regalado y ahora me pertenece ―el elfo acarició con reverencia a la preciosa yegua.

―Por cierto, su nombre es Falaich y no pertenece a nadie, pero ella quiso venir contigo. No lo olvides, príncipe.

El puso los ojos en blanco.

―Pareces olvidar con frecuencia que soy un elfo, y como tal, tengo fuertes vínculos con la Madre Tierra y sus animales.

―No todos los elfos son como tú... El resto me respeta ―replicó cruzándose de brazos y frunciendo los labios en un gracioso mohín.

―El resto tiene las pelotas metidas dentro de su trasero, que es diferente ―se burló con una carcajada a la vez que montaba con agilidad encima de la yegua y golpeaba su cuello, afectuoso.

―Eres un grosero.

Pero él ya no la escuchaba. En cuanto en príncipe estuvo sobre el lomo del animal, esta salió disparada al galope en dirección al bosque.

Azarien se sujetó de la yegua y dejó que galopara a través de la arboleda. Había extrañado esa libertad que Falaich pareció entender y no dejó de trotar por los alrededores del palacio sin parar ni un segundo. Ambos estaban felices de su recién encontrada amistad y durante horas simplemente se dejaron llevar, hasta que, cerca del atardecer, la yegua se detuvo junto a un lago en el otro extremo del Bosque de Dana.

Azarien desmontó y la acompañó para que bebiera y se refrescara. Mientras la yegua bebía, él se sentó junto a un árbol muy cerca del agua. Su mirada, extremadamente verde, se perdió en los recuerdos de una vida para él ya muy lejana y que parecía haber sido vivida por otro Azarien, uno más inocente. Aquel muchacho hacía mucho tiempo que desapareció, pero al verse de nuevo allí, parecía haber resurgido y con él, un pasado que le resultaba demasiado doloroso. Sus esfuerzos durante años por olvidar todo lo ocurrido, parecían en vano.

Cuando terminó de beber, el dorado animal volvió a su lado y le dio un golpecito con el hocico en la mejilla, como acariciándolo, queriendo reconfortarlo.

Azarien sonrió triste a su yegua.

―Ey, pequeña... ¿has sentido mi dolor? ―sonrió mientras acariciaba su hocico―. Este es el lago donde la mujer que amaba se entregó a mí por primera vez. Lo recuerdo como si fuera ayer. Eriel me juró ese día amor eterno, como yo se lo juré a ella. Dioses, era la más hermosa de todas ―dijo sonriendo con expresión triste―, y yo caí rendido a sus encantos. Ha sido y será la única mujer de mi vida. Aunque he tenido un montón de mujeres todos estos años, mi problema siempre ha sido no entender que ella dejó de amarme, que me abandonó por otro... Demonios, seguir adelante sin ella dolía. Creí haberlo superado, pero volver aquí ha dejado claro que no es así.

Falaich pareció molesta, pues resopló antes de darle un testarazo y relinchar agitando las crines. Azarien la miró perplejo.

―Ya lo sé, preciosa. Tengo que dejarla atrás, seguir con mi vida. Pero, entre tú y yo, desde que ella me dejó no he tenido vida. Lo fue todo para mí. Se lo di todo a cambio de nada.

Una ligera lágrima se derramó por el rostro de Azarien que la apartó con uno de sus largos y fuertes dedos, maldiciendo su debilidad.

Falaich se tumbó a su lado, permitiéndole que se recostara contra ella, acariciando de nuevo la mejilla de Azarien con su hocico. Parecía querer consolarlo. El elfo se dejó hacer. Cerró los ojos recordando la primera noche juntos, dejándose transportar por el pasado a un momento en que todo era perfecto, porque estaban juntos.