1

 

¿Qué cómo me siento? —Mm, ¡deja que lo piense!— además, de ¿patética?

 

Tal vez si os digo que me he pasado los dos últimos años escuchando todas las canciones romanticonas tristes y melancólicas, nacionales y extranjeras que hay en el amplio panorama musical y que incluso intuyo que las habré escuchado absolutamente ¡todas! y no en pocas ocasiones. Entonces mi singular perspicacia me dicta que ya os debéis haber hecho una idea de mi estado actual.

La parte positiva, la única, ya que generalmente no suelo hallar ninguna es que afortunadamente no soy de lágrima fácil. Menuda tipa, si encima fuera una llorona.

 

Vivía. Rectifico, subsistía resignada y viendo pasar el tiempo… prisionera de una vida común y rutinaria en una ciudad corriente y en un país cualquiera, uno de esos que directamente: <<ni fu, ni fa>> y en el que por supuesto, nunca, sucedía nada.

 

Los días pasaron a ser semanas y las semanas se convirtieron en meses... y después, tras el tiempo necesario y prudencial y en el que intenté asumir mi inesperada realidad, esa que me había pillado desprevenida dándome un fuerte mazazo que me dejó noqueada, deduje que aquello es lo que se sentía cuando te golpeaba el desamor —¿verdad?—. Bueno, o quizá no. Lo cierto es que tras todas esas horas y todo aquel tiempo perdido, o mal invertido, yo seguí sintiéndome igual de patética.

 

<<Ah, ¡vale! Que es que eso ya os lo había dicho>>.

 

Así que vistos mis antecedentes no podía obviar que aquella noche se adivinaba de antemano como de otra más, una de esas que probablemente iba a ser poco o nada especial y que para el caso lo de menos es que fuera sábado; porque sí, allí estaba perezosa y tirada en casa, en uno de esos sofás muy chulos y modernos además de terriblemente incómodos.

 

<<¿Qué la culpa era mía?>> No había duda. Siempre tuve un pésimo gusto en mis elecciones y ese mismo mal gusto se reflejaba tanto escogiendo mobiliario, cómo encontrando novio.

 

Para que os hagáis una idea, ese último <<novio>> es el que exactamente me había sumido en aquella melancólica y aciaga soledad; y cabe decir, que mi horrible sofá no ayudaba mucho. Únicamente era ideal si recibía alguna inesperada visita de esas extremadamente pesadas y ahí es cuando la fastidiosa característica, se convertía en mi mejor aliada. ¡Vamos! La excusa perfecta y el repelente apropiado para que se largaran rápido.

<<Correcto, ¡echando leches!>>. Que de un tiempo a esta parte, es exactamente como me gusta recibir las visitas, definitiva y sencillamente: ¡breves!

 

Ese pareció inicialmente su cometido y dado que tampoco soy una persona con mucha vida social, en realidad sin ningún tipo, dicho detalle acabó convirtiéndose en un inconveniente más hacia mí misma que hacia esas visitas inexistentes; porque no hay duda de que la persona que más horas se pasa en él tirada soy yo. Así que sí, allí seguía con la espalda rota y cambiando con desánimo de canal casi tantas como de postura, algo que de contarlas habría llegado fácilmente a alrededor del millón y medio de veces. Pero aun así no había nada que me apeteciera realmente ver e incluso si me apuras mucho menos de continuar tirada. La cuestión es que allí estaba y entre tanto me observaba en el espejo de la pared contigua, distrayéndome y haciendo muecas, otra más de las típicas y particulares características que me definen.

 

Siempre fui muy dada a hacer el payaso y eso es lo que estaba haciendo aquella noche.

 

Imaginaos mi desinterés en la caja tonta para variar, yo, que era una reconocida adicta a toda clase de series, películas y en especial a las de temática cómica y con aquel forzoso toque romántico en las que hubiera una o más fantásticas protagonistas, además de extraordinariamente perfectas, que vivirían las mil y una peripecias y en las que el resultado final fuera… exacto ¡ese! El de que por muy enredado que estuviera todo por descontado a ellas siempre les iban a salir bien las cosas y que también os digo que de no ser así, entonces me llevaba una terrible desilusión y lo más probable es que acabara textualmente despotricando y a viva voz: —¡malditos guionistas!—. No hay duda de que mínimo algunos de ellos, sí o sí, van fumados; y no, ¡alto! aunque os lo pueda haber parecido yo no voy fumada, ni tampoco soy guionista… sencillamente soy alguien tremendamente fantasiosa. Iría apañada si se me ocurriera encima sumarle a mi desbordante imaginación algún que otro peta; eso acabaría de rematarme.

 

Únicamente confesaré estar enganchada a esas series. ¡Divinas y estupendas todas! Y a la inmensa mayoría de reality shows que se emiten y aunque la sinceridad no es una de mis virtudes más destacables dado que me cuesta bastante asumir la realidad, debo reconocer y confesarme culpable de esa adicción televisiva.

 

<<¡Me confieso! Vivo sumergida en mi extraordinario mundo ficticio>>. Hala, ¡ya lo he dicho!

 

En ese instante —pensé una vez más— lo terriblemente sufrida que siempre fui, además de excesivamente ¡estúpida! ¿Por qué a ver? ¡A quién demonios! ¿Se le ocurre comprar un sofá incómodo con la única finalidad de que las visitas <<no olvidemos que imaginarias>> se larguen lo más rápido posible?

<<¡Pues a mí!>>.

Así que sí, seguramente yo era más estúpida de lo que debiera y tras esa reflexión interior titubeé unas décimas de segundo y saqué mi bloc de notas, el que guardo a mano en el primer cajón de aquella mesita que por descontado mi cerebro también trata de hacerme creer que es de diseño, y saqué una libretita monísima <<eso es cierto, era muy mona>> y en la que anoto todo lo que pretendo recordar.

 

Apunté, próxima compra: —un sofá— y subrayé repetidamente por si acaso y esperando no obviar ese importante detalle la próxima ocasión: —¡Cómodo! ¡Qué sea, cómodo!

 

Bien, cómo os decía:

Llevo años siendo una adicta a las series y además con una gran y especial habilidad para engancharme a todas y cada una de ellas. ¿Qué dejan de hacer alguna? ¡Sin problema! Seguro que me engancho a la siguiente o directamente veré cualquier reposición por más que conozca inclusive sus propios diálogos, ya que eso en mi caso es lo de menos. Además con esa misma capacidad me introduzco en la piel de alguno de sus personajes, en ocasiones incluso en varios de ellos convirtiéndome en alguien que, ¡por supuesto no soy! pero con la necesidad irrefrenable de sentirme la triunfadora que siempre deseé ser. En resumen una sencilla forma de engañarme y la manera además de poseer un status económico que desde luego tampoco es real, ya que mi cuenta se encuentra más allá de números rojos, pero que me permite vivir en una realidad paralela y distorsionada y que me hace sentir mucho más feliz de lo que jamás he sido; y mucho mejor que la que me ofrece mi yo verdadero.

 

<<¡Venga! No arruguéis la nariz juzgándome. ¿Acaso vuestras vidas son perfectas?>>.

Solo sé, ¡que cada uno vive cómo quiere…! ¡Vale! En mi caso no vivo cómo quiero, sencillamente lo hago cómo puedo.

 

De nuevo rendida, vencida ante mi realidad dejé aquel bloc de notas en el mismo cajón de donde lo había sacado minutos antes. Sí, realmente se trataba de una mesita que necesitaba con urgencia un retoque y que por supuesto con una capa de pintura, me temía, no iba a ser suficiente para tratarse de aquella elegante y glamurosa que mi mente y yo pretendíamos hacerme creer. Aprecié además que se acompañaba de una ligera cojera, un vaivén que no permitía confundir su estado y que además junto a ese sofá que intentaba imaginar de diseño sin serlo y al resto del limitado mobiliario que me rodeaba convertía muy a pesar de mi esfuerzo todo el entorno en un lugar que se caía peligrosamente a trozos, exactamente igual que mi deteriorada autoestima. De acuerdo, nuevamente ¡lo confieso! eso formaba parte de mi yo real, esa realidad de la que intento cada día evadirme, escaparme y que en cuanto observo todo a mi alrededor descubro que evidentemente por más que me lo propongo no hay duda de que no consigo.

 

—Pero eso no es del todo culpa mía— musité.

 

La culpa la tenían ellas, sí, todas esas treintañeras pasándome por los morros su continua imagen de divinas. La de creerse mejor que el resto mirándonos a las demás por encima del hombro, divas de postín, muchas hechas de pedacitos y retoques de bisturí. —Que si ponga usted aquí, que si quíteme de allí— pero que desprenden esa sensación de que todo mortal deba caer rendido a sus pies. Exceptuándome a mí a una servidora, no hay más que verme. Ni soy divina ni consigo que ninguno caiga a los míos, motivo por el que necesito vivir de esa imaginación, la única que me regala esos ratitos en los que creo ser alguien con un gran atractivo y poder de seducción y lo logro viviéndolo a través del personaje principal de muchas de esas series, consiguiendo ser en parte lo que más odio y paradójicamente lo que más he ansiado, sencillamente ser una de ellas.

 

Después de nuevo y en cuanto abandono el papel regresando a mi propio yo, me doy de bruces con la triste realidad; y entonces no puedo evitar odiarlas por ser tan ¡jodidamente perfectas!

 

Ellas y sus vidas tan sumamente estructuradas, planeadas, de lo más chic y desprendiendo una seguridad que yo anhelaba. Rezumaban pasión y erotismo por todos sus poros, una cosa más que por supuesto también escasea en mí.

Sí, todas ellas con sus brillantes y prometedoras carreras profesionales, siempre intachables, incuestionables, ingeniosas y tan rematadamente —in— en todo. O debiera decir: —it— que al parecer es la expresión que se lleva ahora. La cuestión es que ni soy, in, ni it, sino más bien ¡out! Porque mi vida ha transcurrido entre el típico: <<Érase una vez>> y el definitivo <<Fin>> que es como empiezan y acaban todos los cuentos.

Excluyendo mi cuento, que a pesar de empezar y acabar exactamente igual, es decir: ¡Igual de mal! Se había saltado entre ambos puntos lo más importante, aquello de <<felices para siempre>> para el que parecía que estábamos todas programadas desde la más tierna infancia.

 

Sin duda un importante detalle que en mi caso sencillamente se acercaba más al de una tragicomedia que a esa otra de diversas y estupendas tonalidades rosas que siempre soñé que iba a tener. Así que cuando vuelvo a ser yo, me convierto en esa mujer que tiene la certeza de estar predestinada a acabar totalmente: —Off—para mi desdicha y que además no deja de preguntarse:

 

<<¿A cuántas otras más engañaron? O quizá fui yo que me creé unas expectativas demasiado altas y ¿poco realistas?>>.

 

—¡¡¡Mentirosos!!!—. Vociferé a viva voz y con evidente cabreo. Pues sí, la alcé alto y claro y hacia nadie porque yo estaba tan sola como de costumbre y hablando conmigo misma.

Quise culpar a quién fuera de aquello, <<menos a mí ¡por supuesto!>> de aquella terrible amargura que sentía y utilicé un elevado tono poco discreto y un tanto desagradable que bien hubiera podido hacer temblar los cimientos de todo el lugar y provocando además que a continuación, apenas unas pocas décimas de segundo después se escucharan un par de tímidos toques del otro lado de la pared.

 

—Toc, toc— oí.

Aguardé silencio prestando atención e inicialmente extrañada porque provenían sin duda, del piso contiguo al mío.

Esa debía ser Lily, conocía su nombre por una plaquita que siempre me pareció excesivamente pulcra y reluciente a la entrada de su casa y que delataba su carácter metódico y organizado, justo todo lo contrario a mí y recordé también esas pocas ocasiones en las que nos habíamos cruzado por el edificio y yo apenas le ofrecí un escueto y simple murmuro que evidentemente pretendí hacer pasar por algo similar a un saludo, así que ese fue todo el contacto que mantuve hasta la fecha con ella. Creo que muy a su pesar dadas las muestras de simpatía con las que esa vecina me obsequiaba generalmente.

—¿Va todo bien?—. La escuché decir a continuación.

Ella era una de esas tantas treintañeras más a las cuales yo odiaba y que para rematar encima tenía el infortunio de tener como vecina. Se adivinaba en Lily además, que se trataba de una entrometida, la señorita —rezumo alegría— por todos costados. Siempre con aspecto de estar de muy buen humor y con una sonrisa que intuí le había sido tatuada ya que nunca se le desdibujaba de su bonita cara.

—¡Métete en tus asuntos!— increpé sin imaginarme que a los dos segundos la tendría aporreando mi puerta como si interpretara en mi brusca respuesta que le daba carta blanca para acercarse a molestar.

—Y si ¿me abres?— dijo con una voz cantarina y que me sonó de lo más irritante.

—Y si, ¿regresas a tu casa?— le sugerí de inmediato.

—¿Quizá pueda ayudarte?

No parecía querer darse por vencida.

—O quizá, ¿podrías dejarme tranquila e irte a dar una vuelta? y así aprovechas que es sábado noche. ¡Sal de fiesta!— le dije con rotundidad, aunque lo que se me pasó por la cabeza fuera algo más grosero que me callé.

 

Por un instante se hizo el silencio y pensé que finalmente había dado media vuelta dirigiendo sus pies hacia su apartamento pero apenas al segundo de pensarlo descubrí que me equivocaba.

—¿Por qué respondes siempre con otra pregunta? 

Ahí no pude contenerme, me fui directa y sin pensar abrí la puerta para contestarle cara a cara.

—Y a ti, ¿qué demonios te importa?

Se sobresaltó al abrirle de sopetón y una vez más me respondió impetuosa y con su eterna sonrisa.

—¡Lo ves! lo has vuelto a hacer, de nuevo ¡otra pregunta!—. Reiteró apoyándose en el marco de la puerta y esperando oír de mí una invitación, un gesto que la permitiera acceder a casa y algo de lo que yo por supuesto no tenía intención alguna de ofrecer.

—Soy Lily, tu vecina, la de ahí al lado —dijo señalando con el pulgar hacia la pared que conectaba mi comedor a su apartamento—. La misma que te escucha cuando pegas algún berrido, por eso tengo curiosidad y me pregunto: —¿Que a qué viene tanto griterío?— dijo con ironía mientras se adentraba sin mi permiso.

 

Se había auto invitado y la miré con recelo. Poco me gustaban las visitas, algo que intuyó al segundo uno tras hacer yo una de mis habituales muecas, aun así ni siquiera se inmutó porque aquella intrusa seguía allí inerte, en mi casa, en mi refugio, en donde me aislaba del mundo.

 

—Ya sé quién eres, mi vecina, ¡la entrometida! eso está claro—. Espeté al verla plantada en mi pequeño comedor.

Ambas vivíamos en un reducido apartamento, algo que hacía que a su misma entrada te dieras de bruces y directamente en mitad del comedor.

—Además de ser otra de esas treintañeras que se creen divinas— susurré entonces y a pesar del tono con cierta intención de provocarla.

—Te he oído, aunque lo digas bajito. ¡No estoy sorda!— respondió haciendo un gesto de desaprobación. Además, —añadió— ¿qué problema tienes con las treintañeras? Si ¡tú! precisamente, también lo eres…

Tiene buen oído —pensé, y añadí—. Pues que yo no voy de: ¡diva por la vida! —sentencié entonces.

—Ah, y yo ¿sí?

—Pues mira, ¡no lo sé! pero ojéate. Tienes un tipo estupendo, un chándal que te queda al dedillo, un pelo envidiable, un color de piel que para la época del año… ¡ya quisiera yo!

 

Entonces Lily se echó a reír.

 

—¿Envidias mi color de piel? …Sencillamente es genético —dijo burlándose—. Bastará con que uno de tus padres sea mulato, como es el caso. Parece que has descubierto mi secreto para mantener tan buen tono a lo largo del año —se cachondeó.

Y tras eso apenas articulé un solitario y tímido: —¡oh!—. Lo cierto es que fue el único sonido que se atrevió a salir de mi boca poco antes de morderme el labio inferior y con aquella fastidiosa sensación de sentirme la persona más idiota del planeta ante tal descubrimiento.

—Sí, ¿pero qué me dices del resto? Porque todo en ti es perfecto —y proseguí— mírame a mí, yo tengo una pinta horrible.

—Sí— afirmó. O demasiados complejos —dijo entonces—. ¿Cuántos años tienes? Preguntó seguidamente como si tratara de interrogarme y esperando expectante mi respuesta, la cual interiormente me dije:

 

<<Chismosa, además de apreciablemente indiscreta>>.

 

Aun así respondí: —Estoy a punto de sobrepasar el horizonte de los treinta y cinco, a un salto de abalanzarme veloz y estrepitosamente por ese barranco que me acercará irremediablemente a los cuarenta— dije compadeciéndome de mí misma y con un aire de lo más melodramático con el que pretendía mostrar mis dotes interpretativas, esas que sin duda creía tener o me parecía incluso haber adquirido tras visionar tanta telenovela.

—¡Vaya! Y yo que pensaba que tras cumplir treinta y cinco después venía el treinta y seis, treinta y siete y así sucesivamente… Creo, que tienes un serio problema con las matemáticas— remarcó bromeando.

—Claro, es fácil hablar cuando se tiene ese físico y edad— dije sin más.

—Mi ¿físico? ¿Pero acaso te has mirado? Estás estupenda— me soltó. Tú, no tienes un problema físico, ni de edad, lo que tienes es un problema… más bien de tipo mental —murmuró.

 

Comentario que no tardó en corregir en cuanto vio en mi cara reflejarse la ira y al segundo un peligroso tono rojizo fue en aumento a la misma velocidad que me sobresalieron un par de venas a ambos lados de mis sienes. Desde luego mi pose era todo un poema por lo que no dudó en rectificar. —¡Perdón! —dijo tragando saliva— quise decir de actitud. ¡Tú, tienes un problema de actitud!

—Ah, ¿sí?

—Pues sí. ¡Eres una gruñona!— soltó retrocediendo un par de pasos y visiblemente temerosa de que no decidiera de repente abalanzarme sobre ella yendo directa a su yugular.

Y no os niego que me lo planteé seriamente porque reconozco que me sentí terriblemente herida, pero no pude más que asentir dado que por supuesto eso era innegable. —Vale, quizá sí— dije con aspecto de estar tocada y medio hundida.

—¿Quizá? —señaló—. Yo creo que si cambiaras de actitud, todo a tu alrededor mejoraría considerablemente. Además no puedes quejarte ni de tu físico, ni de tu edad, ni tampoco del lugar en el que tienes la fortuna de vivir.

—¿Qué tiene este lugar de especial? —pregunté sorprendida—. No son más que apartamentos sencillos, limitados y con paredes demasiado finas que no permiten tener… ¿cierta intimidad ante las vecinas fisgonas? —añadí en un tono repleto de ironía— aunque ella poco pareció inmutarse ante mi indirecta porque prosiguió a lo suyo.

—Recuerdas la serie: ¿Melrose Place? —dijo entonces ante mi perplejidad. Ahora resultaría que la señorita perfección y yo teníamos más cosas en común de lo que inicialmente creí.

<<Se trataría ella de otra ¿serie adicta?>>.

¡Por supuesto qué la recuerdo! A la perfección —pensé—. Me he tragado varias de las reposiciones que han echado en los últimos años, por lo que en un tono irreverente respondí:

—¡Ja! ¿Qué tiene este lugar de parecido con Melrose Place?

—Para empezar, es un entorno precioso.

—Sí, vale, vivimos en un entorno monísimo— dije visiblemente mordaz e insistí en descubrir la similitud que veía ella en ese lugar con aquel otro. —¿Dónde ves tú a los chicos guapos? Porque lo que es yo no los veo por ningún lado— apostillé haciendo ademán de rebuscar bajo cada uno de los cojines que había en lo alto de mi odioso sofá como si intentara encontrar a alguno de ellos escondido debajo y riéndome descaradamente de Lily; al minuto por supuesto desistí ya que era evidente que bajo ellos no había ninguno.

<<No caería esa breva>>.

—Y, ¿qué me dices de la piscina?— solté con ironía. Porque al diminuto charquito que tenemos ahí, imagino, no pretenderás llamarlo ¿piscina? Está claro, que no soy la única que distorsiona su realidad —me mofé de ella.

—Tenemos un fantástico jardín— afirmó tratando de convencerme de lo afortunada que era.

—¡Menos mal!— dije regodeándome.

—¿Nunca ves la parte positiva de las cosas?

—Ah, pero… ¿tienen parte positiva?

—¿Lo ves?

—Sí, lo veo, ya me lo dijiste. Soy una gruñona ¡vale! Y ¿qué?

—¡No!—. Bueno… Sí, sí lo eres. Eres una autentica gruñona, negativa e incapaz de ver las cosas buenas que te rodean, pero en realidad no me refería a eso sino que siempre acabas respondiendo con otra pregunta. ¿Tanta necesidad tienes de estar a la defensiva?

—…Es que, ¡mira! Es que he descubierto que estoy predestinada. Vamos, seguro que ¡estoy predestinada!— dije, y acto seguido exploté.

—Vivo repitiendo una y otra vez los mismos patrones, las mismas historias, los mismos errores y aunque con diferentes protagonistas y sin importar que sean totalmente opuestos físicamente, que tengan diferentes status sociales, que sus profesiones nada tengan que ver entre ellos, siempre, absolutamente siempre <<¿me oyes?>>. ¡Siempre! todas mis relaciones acaban irremediablemente igual —solté de carrerilla y sin apenas tomar aire.

 

Lo cierto es que casi me ahogo mientras ella me miraba y yo parecía estar delirando, descontrolada, soltando toda mi mierda. Pero Lily me escuchaba en silencio, atenta, pendiente de todo cuanto yo estuviera dispuesta a contar y me pareció además que lo de escuchar se le daba realmente bien, exactamente todo lo contrario que a mí se me daba sincerarme con nadie. Hablar sobre mí misma es algo que nunca me ha entusiasmado especialmente. Interiorizar, exponerme, desnudar mi alma mientras otro te analiza o al menos esa era la forma en como yo me sentía en dicha tesitura. Sin embargo con ella todo parecía distinto. Quizá incluso tuviera razón, mi problema porque era indudable que tenía un problema, era cuestión de actitud.

—Creo que soy alguien con mucho potencial— afirmé entonces casi sin pensar, por lo que al instante de soltarlo tuve la sensación de mostrarme como quien no tiene abuela pues acababa de aflorar en mí un inconfundible atisbo de soberbia y sin tiempo de ampliar el comentario e intentar justificarlo ella respondió.

—¡Vaya! Eres, todo virtudes—. Ahí quedó claro que intentaba evidenciar así mi espontaneo momento egocéntrico, por lo que no tardé en darle una breve y concisa explicación.

—Bueno, me refería a que creo que aún tengo opciones antes de convertirme definitivamente en invisible.

—¿Invisible? ¡Sin duda, eres algo peculiar! Si me apuras, te diría que inclusive excéntrica. Pero de ahí a ¿invisible?—.

Lily había retomado su eterna y habitual sonrisa esperando a que yo le descifrara algo más sobre mi última revelación y desde luego supe por su extraña expresión que aquello le parecía bastante <<surrealista>>.

—¡Ya sabes! A partir de los cuarenta empiezas a difuminarte… —contesté—. Y así progresivamente hasta ir desapareciendo poco a poco para convertirte en invisible a ojos de los demás. ¡Qué coño! —Me envalentoné entonces—. ¡Invisible, a ojos de ellos!

—Ah, ¡ellos!—. Soltó únicamente Lily y justo ahí me pareció haber conseguido por fin dejar a mi vecina sin palabras. Pero una vez más me equivocaba porque siguió lanzándome otra pregunta.

—Y ya que estamos, ¿alguna otra teoría qué quieras compartir conmigo antes de que me vaya?— sugirió dirigiéndose a la salida. Por lo menos estaba consiguiendo que finalmente tuviera intención de largarse y me sentí satisfecha por eso.

—Creo que deberías tener mejor opinión de ti misma.

—Pues yo creo que tú, puedes irte tranquila a casa y proseguir a lo tuyo que yo estaré perfectamente bien —respondí con sarcasmo—. Aquí, sola, en la mía.

 

Pero tratar de mostrarle una postura claramente dirigida a la de quien pretende hacerse la víctima desvalida no pareció impresionar lo más mínimo a Lily.

 

—Un par de cosillas más antes de irme.

¡Ya me parecía! Pero la miré sin decir nada porque era evidente que mi pose le instaba: —¡Suéltalo ya!—. Algo que interpretó correctamente pues de nuevo no tardó nada en preguntar.

—¿Tienes nombre?

—¡Claro! ¿Cómo no voy a tener nombre?— dije rozando el límite de la estupidez. Sin duda era evidente que su curiosidad únicamente se debía a querer saberlo, así que respondí:

—Harriet, me llamo ¡Harriet! Pero si tienes intención de que conteste cuando te dirijas a mí —hice una rápida matización— tan solo un simple consejo, más te vale que me llames: <<Harry>>.

—Eso es muy varonil ¿no?— dijo en plan graciosillo. Pero por la expresión con la que la miré se limitó entonces a contestar: —¡Vale! lo tendré en cuenta— y me dio la espalda marchándose.

—¿Creí que dijiste que eran un par de cosillas?

—Sí, así es —dijo volviéndose de nuevo hacia mí—. Quería confirmarte que mañana a les siete, temprano, vendré a buscarte.

—¿Confirmarme? No recuerdo haber quedado contigo— mascullé.

—Claro, será porque en realidad no lo hiciste. Así que para que no lo olvides te hago saber que este domingo a las siete de la mañana estaré aporreando tu puerta… Iremos juntas a hacer footing. Ya verás, te vendrá genial para poner ese cuerpo del que tanto te quejas en forma, endurecer barriguita, subir los glúteos, ¡ya sabes! ese tipo de cosas.

—Deja mis glúteos tranquilos— contesté mirándome el trasero. Y además, ahora que me fijo tampoco estaba tan mal—. ¿Supongo que se trata de una broma?

—Tengo cara de bromear ¿Harry?— dijo con retintín.

 

Pues no, no tenía cara de estar bromeando la verdad. Así que tuve claro que aquello iba en serio y justo antes de desaparecer por la puerta y de que yo creyera que finalmente había conseguido librarme de ella, sacó de nuevo su cabeza y apenas tardó un solo segundo en hacerme una última revelación.

—Ah, y para tu información: ¡tengo treinta y nueve!

 

Después se largó mientras irrespetuosa y acelerada le solté… —¡Qué cabrona! ¡Hala! Lo dice así tan ricamente y me deja a mí con cara de boba y odiándola aún más si cabe.

Tuve la sensación de que un <<plas, plas>> me acababa de cruzar la cara de lado a lado.

¡Menudo sopapo! Será… ¡odiosa! Y es que la tipa estaba a las mismísimas puertas de los cuarenta y encima los lucía cómo nadie a diferencia de mí que me lamentaba de estar a puntito de sobrepasar los treinta y cinco y creyendo que me encontraba en pleno declive.

 

Estaba molesta e intuí tras mi reacción que ya habría regresado a su casa donde estaría destornillada de la risa y con la certeza de que yo no era más que una total e integral patética, un desastre, una constatada ¡gruñona!

 

Pero contraataqué. 

 

—¡Odio a las cuarentonas! —grité con fuerza y sabiendo que ella me estaría oyendo desde su apartamento, y tras eso añadí un comentario más y solo para molestar—. Y os odio, ¡tanto o más que a las treintañeras! —dije finalmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

El sol lucía radiante y se reflejaba en el agua cristalina de la piscina mientras me relajaba aquella estupenda mañana, cobijada bajo una colorida sombrilla y con todos los ingredientes necesarios para poder disfrutar al máximo de un merecido descanso. En una mano sujetaba un coctel que saboreé lentamente, deleitándome, y a mi lado Derek con su habitual frenesí, tan apasionado como de costumbre; uno de esos detalles que siempre me atrajeron mucho de él. Besaba la parte lateral de mi cuello provocándome unas agradables cosquillas y haciendo con ello que peligrara el contenido de mi copa.

—Detente, o conseguirás que lo derrame poniéndolo todo perdido —traté de decir—. Pero entonces él me sonrió, acercó uno de sus dedos posándolo lentamente encima de mis labios y sugirió con ese gesto que me callara, después prosiguió sin hacer el más mínimo caso a mi comentario. Me quitó la copa de la mano le dio un pequeño trago y vertió el resto de su contenido por encima de mi estómago haciendo que la sensación fría al contacto con mi piel me estremeciera, pero me limité únicamente a suspirar y lo miré ansiosa descubriendo a través de su mirada lo que sin duda se proponía, así que me dejé llevar. Se situó frente a mí depositando finalmente la copa vacía en lo alto de la tumbona que había justo a nuestro lado y se deshizo de ella para tener total libertad en ambas manos y tras eso me cogió con suavidad por las caderas consiguiendo que mi cuerpo se deslizara hasta quedar estirada y completamente a su merced. Al segundo acercó sus labios a mi estómago y empezó a recorrerlo con su lengua a la vez que sorbía el líquido del coctel que aún seguía bailando entre mi ombligo y los laterales de mi cintura hasta perderse más allá de mi cadera. <<Diría que aquella sensación era deliciosa, pero me estaría quedando muy lejos de lo que realmente me hacía sentir>>. Levantó su mirada en el instante en el que sus ojos coincidieron con los míos y lo observé excitada, entregada a cualquiera que fueran sus intenciones, en silencio, sin ni siquiera atreverme a gesticular palabra. Sin duda Derek era consciente del poder que ejercía en mí, así que se recreaba en cada uno de los movimientos de sus manos, acariciándome mientras parecía adivinar todo lo que indudablemente a mí me gustaba y provocándome premeditadamente para conseguir que yo lo deseara aún mucho más de lo que a aquellas alturas ya era evidente.

 

De nuevo acercó su cara a la mía y ahí sus labios apetecibles, cálidos y sensuales recorrieron mis mejillas. Supe que finalmente me iba a besar… 

 

—Harry —escuché entonces—. ¡Harry!—repitieron una vez más.

Esa voz —me dije—. Esa voz, ¡esa es Lily, mi vecina! Que acompañaba además sus horribles gritos con unos fuertes golpes a mi puerta. ¡Qué diablos! —solté mirándome de arriba abajo—.

 

Pero, ¿qué hacía yo en la cama? ¡Había pasado del bikini al pijama! Y peor todavía, ¿¡dónde coño había ido a parar Derek!? Recorrí con la mirada y a toda velocidad de lado a lado mi habitación <<yo estaba sola y ni rastro de él>>.

 

Observé que en el despertador marcaban las siete y cinco minutos de la mañana y Lily por supuesto seguía destrozándome los oídos ya que continuaba golpeando mi puerta. Me froté los ojos todavía algo desubicada mientras me recorría un enorme deseo de saltar de la cama, pero no por ganas de levantarme sino para ir directa a abofetear a aquella molesta e inoportuna intrusa y aunque os aseguro que no me apetecía en absoluto poner punto y final a mi sueño me levanté de un salto o de algo parecido a ello y traté de incorporarme a pesar de dolerme de todos los rincones habidos y por haber de mi cuerpo. Está claro, que una ya no tiene edad de salir de la cama a aquella velocidad y muchísimo menos de que me despierten con tal brusquedad.

 

Lily seguía a la espera aún a puertas de casa.

 

—¡Te odio!— solté apenas abrí.

—Buenos días a ti también— me respondió con mucha simpatía y sospeché que la sonrisa que siempre creí que seguramente le había sido tatuada, ya no cabía duda alguna de que así era. Nadie un domingo a aquella hora podía tener tan buen aspecto, ni una sonrisa tan excepcional y madrugadora como la suya. Además daba saltitos para entrar en calor y se enfundaba en otro estupendo chándal parecido al que lucía la noche anterior pero con otro estampado y desprendiendo una envidiable energía.

 

<<¿Pero acaso han puesto ya las calles? Es domingo, ¡descansemos, durmamos!>>. Me dije interiormente y mirándola con evidente desprecio.

 

Después solté de inmediato: —¡Me acabas de joder uno de mis mejores sueños! 

—¡Venga, deja ya de soñar! Salgamos a correr un rato… Verás, ¡cómo lo disfrutas!

—¿Qué ya veré… cómo lo disfruto?

 

Por supuesto hice una pausa para tomar aire, y entonces lo solté:

 

—¡Con Derek!— dije totalmente convencida y con todas mis fuerzas al recordar que estaba a puntito de saborear <<uhm>> aquellos apetitosos y sensuales labios. —Con él sí que tenía todas las garantías de eso, de disfrutar. —¡Jode sueños!— señalé, mirándola enervada.

 

Yo aún no podía creer que a aquellas horas de la mañana mi vecina se hubiera atrevido a despertarme de aquel asombroso sueño que apenas unos minutos antes me había parecido tan extraordinariamente real y encima en domingo, mi único día de descanso.

 

—¿Derek? —pareció reflexionar—. ¿Y ese quién es? —preguntó con mucha curiosidad.

—¿Qué? No sabes quién es… ¿Derek Shepherd? Acaso, ¿no has oído hablar del doctor macizo? —me mostré claramente indignada con ella—. Pero, ¿cómo es posible eso?

—¡Dios! Claro que sé quién es, y tú… ¿Tú, estabas soñando con el protagonista de una serie?— se echó a reír a carcajadas. ¡Nena, estás fatal! ¿Y qué, estaba a punto de operarte?

—¿Operarme?— dije sofocada y terriblemente decepcionada.

—¡Va! Déjate de sueños, más vale que regreses a la realidad. Tienes cinco minutos, te espero ahí abajo.

 

Yo hubiera deseado responderle, decirle que se largara, que me dejara a mi aire con mi vida y mis sueños aunque fueran ficticios pero no me dio opción porque se fue de inmediato. Proseguía centrada en su particular calentamiento y seguía con sus estúpidos saltitos en dirección a la entrada del edificio, lugar que me señaló y en donde tenía la intención de esperarme.

 

Me lavé la cara y me hice un rápido y desfavorecedor recogido poniéndome entonces casi lo primero que pillé. Después bebí un vaso de agua y salí corriendo —bueno— salí a paso ligero para ser más exactos. También me coloqué a la cintura una riñonera en la que guardé las llaves de casa, un pequeño monedero y por supuesto junto a eso mi móvil, imprescindible para seguir conectada con el mundo a pesar de que mi conexión con él fuera algo escasa.

 

Lily tal y como había indicado me esperaba a la entrada. Al verme llegar sentí su inquisitiva mirada recorriéndome de arriba abajo y desvelando sin ningún ápice de duda que mi look no acababa de convencerla; pero si quería sacarme de casa a aquellas horas eso es lo que hay —pensé—.

 

—No tenías nada, algo más ¿llamativo?— soltó con mucha sorna.

Era evidente que los tonos estridentes de mi vestuario no le parecían muy adecuados para la ocasión.

—Quizá yo no cuente con un vestidor ¡cómo el tuyo!— respondí a la defensiva y recordando algunos de los modelitos que la había visto lucir esas ocasiones que nos habíamos cruzado en nuestra comunidad. Después me puse junto a ella para tratar de copiar todos los absurdos ejercicios que hacía, pues sospeché que aquello es lo que tocaba y presupuse también que ya que era la experimentada era bastante lógico que marcara las pautas. Unos minutos después echó a correr y yo en silencio me fui tras ella. Lo primero que pensé es que debía intentar coger el ritmo, lo principal era recordar cómo se hacía aquello. —Me refiero— a lo de correr y respirar a la vez pues no había duda de que yo llevaba demasiado tiempo sin hacer ejercicio; alrededor de unos treinta y… algo de años <<creo recordar>>. O sea, más específicamente ¡nunca! También reconozco que aunque me lo propuse en más de una ocasión yo acababa abandonando al poco de intentarlo por lo que esos breves y efímeros momentos estaba claro que tampoco contaban demasiado.

 

 

Por un instante me vino a la mente aquella época hace ya algún tiempo en la que se me nubló una vez más el sentido común y decidí apuntarme a un gimnasio, hasta ahí todo de lo más normal. Tan solo que escogí aquellas instalaciones únicamente por ser las mismas a las que acudía Andy. ¡Él era un bombón! Un tipo encantador y del que me enamoré perdidamente al minuto uno desde que asomó una mañana por la puerta en mi lugar de trabajo. Entró a ofrecerle un seguro a mi jefe, a Charly, dueño de la cafetería en la que hago de camarera de ocho a tres de la tarde, de lunes a sábado. Le serví un café y él me regaló su preciosa sonrisa. A partir de ahí entablamos conversación haciendo que me sintiera muy afortunada porque aunque tenía la impresión de que era alguien inalcanzable para mí, empezó a confiarme algunos datos suyos personales creando cierta complicidad entre nosotros, entre los cuáles por supuesto desvelarme el gimnasio al que acudía.

 

Ahí yo vi la oportunidad de coincidir con él de forma —digamos— casual, y aunque la experiencia no fue del todo negativa, el detalle de que aquel gimnasio se hallara a unos quince kilómetros de mi localidad, por lo que tenía los quince de ida y sus otros tantos de regreso para volver a casa, algo bastante engorroso —pensé erróneamente— que el chico y la oportunidad bien merecían la pena. Así que tras la excusa de ponerme en forma camuflé mi intención real; en definitiva, la de querérmelo ligar con esas visitas al gimnasio.

El primer día supe con certeza que yo no estaba hecha para el ejercicio o al menos la inmensa mayoría de máquinas que allí habían así me lo hacían saber rebelándose en mi contra cada vez que me aproximaba intentando descubrir para qué servían, conocer cuál era exactamente su función. Algunas de ellas sigo a día de hoy sin tener ni la más remota idea; y lo admito, debieron darme un manual de instrucciones y estudiármelo poco antes de entrar en aquella sala porque sumado a que además soy algo patosa, el resultado fue de desastre total.

Evidentemente Andy me ignoró. Ni siquiera me hizo el más mínimo caso y aún menos en cuanto tuvo la convicción de que yo no iba a contratar ninguno de los seguros que me había estado ofreciendo hasta la fecha porque evidentemente su interés en mí se limitaba a la firma del contrato de alguno de esos servicios cómo buen comercial que era y consciente, de que debía saber jugar sus cartas ya que explotar esa baza del atractivo unido a la labia que lo caracterizaba le solía reportar grandes beneficios económicos y conmigo, no tardó en descubrir que se trataba de una pérdida de tiempo.

 

Lo cierto que entre los detalles personales que me contó obvió quizá el más importante. ¡Estaba casado! y en eso la ausencia de alianza me complicó deducirlo. También descubrí que además estaba, ¡él solito! poblando el mundo. Porque no tenía… ni uno, ni dos, sino ¡tres hijos! Y el evidente e inconfundible estado de su esposa permitía adivinar que el cuarto, venía además de camino.

En ese momento comprendí su necesidad de endosarme un seguro.

 

No había duda de que pillarme hasta las trancas del equivocado era en mí habitual, si no me enamoraba de algún gigoló que me vaciara la cuenta, lo hacía de algún otro listo de turno; así había acabado embelesada y suspirando por los irreales, es decir, por todos aquellos personajes de ficción. 

 

 

—¿Paramos?—. Sugerí entonces totalmente exhausta. Empezaba a tener dificultad para respirar y lograr además seguir su ritmo.

—¿Ya? —me miró extrañada—. Pero si apenas llevamos diez minutos —constató observando la hora en su reloj.

—¿Pretendes prepararme para un maratón? —dije con la voz entrecortada e intentando recuperar el aliento—. Además, diez minutos ¡es mi nuevo record! Y me senté en el suelo concluyendo con ello mi preparación física para ese día.

 

Ella siguió dando unos cuantos saltitos más a mí alrededor hasta detenerse por completo al cabo de unos minutos.

 

—No deberías parar tan de repente, no es bueno para tu cuerpo— me aconsejó.

¡Qué cachonda! —me dije— y reconozco que tras ese comentario la miré mal.

—¡Vaya! Entonces, ¿qué me dices de despertar a alguien así, digamos, bruscamente? Eso sí que es bueno ¿no? Vamos, ¡buenísimo! —concluí.

—No piensas perdonármelo, ¿verdad? Realmente espero no destrozarte ninguna otra cita más con ningún otro de tus amigos <<irreales>> —dijo poniendo sus manos en entrecomillado. 

Agité la cabeza haciéndome la ofendida, sin embargo, ella se limitó a alargar su mano y me invitó a que me levantara. —¡Vamos quejica, te compensaré con un buen desayuno!

Bueno, algo es algo —me dije— por lo que me mostré ciertamente satisfecha con aquella estupenda decisión de Lily.

Por fortuna para mí el resto del recorrido que hicimos hasta llegar a la primera cafetería se limitó a un agradable paseo. Ella respiraba hondo tratando de oxigenar sus pulmones y parecía disfrutar tanto como una cría a la que hubiera sacado esa mañana de excursión. Lo cierto es que a mí su actitud y la forma tan tremendamente positiva que desprendía a pesar de que yo siempre fui algo negada en cuestiones de admirar a nadie, empezaron inevitable y extrañamente a maravillarme.

 

—Me ha parecido percibir algo similar a una sonrisa, en tu ¿cara?— dijo sonriendo, lo habitual en ella y tras echarme una fugaz mirada.  

Por supuesto hice una mueca.

—No —dije—. Sin duda, te lo habrá parecido —añadí. Pero sonreí de nuevo sintiéndome verdaderamente bien por primera vez en mucho tiempo y con una sensación de lo más placentera, una de esas emociones que desde luego yo había llegado a olvidar. Quizá la dejé aparcada en algún lugar, algo que a aquellas alturas de mi vida aun pretendiéndolo no conseguía recordar. 

 

Porque lo cierto, es que hacía tanto que yo… había olvidado sonreír.