4. Antes de la tempestad

 

¡Home, sweet home!

« Sweet », tal vez no. Pero al menos ÉL estará allí.

Desde que vivimos todos juntos, las vacaciones de Navidad de los Lombardi-Quinn-Sawyer tienen una extraña tradición... Primero, nos levantamos todos enojados con los demás. Luego Sienna se va con Harry para pasar las fiestas con la familia de ella - Tristan no tiene que hacerlo desde que se comportó lo suficientemente mal como para avergonzar a su madre. Y mi padre aprovecha para salir con sus amigos - antiguos colegas o compañeros de la inmobiliaria con quienes va a esquiar - ya que los negocios están bajos en esta época del año. Es ahí que recupero mi libertad. Oficialmente, estoy bajo la tutela de Betty-Sue, pero mi abuela resulta ser la más laxa y por consecuente el mejor de los chaperones del mundo. Para la mayoría de las personas, las fiestas de fin de año son la ocasión de reunirse. En nuestra casa, es todo lo contrario. Es extraño que esto nunca le haya dado un indicio a mi padre o a mi madrastra acerca de la realidad de su sueño de linda familia recompuesta.

En fin, normalmente no soy una gran fan de Navidad. Pero la simple idea de volver a ver a Tristan, después de cinco días separados y tantas atenciones que tuvo conmigo durante mi viaje a Francia, hace que todo me hormiguee.

Malditos insectos, con sus miles de patas que me vuelven loca.

Me decepcioné de no verlo ayer al regresar a Key West. Pero el rockstar tenía obligaciones - ensayos y citas con el productor interesado en los Key Why - y esa imagen que tiene, como líder de su grupo que negocia un primer contrato, sólo logró que me pareciera más sexy. Y la espera todavía más excitante. Estaba decepcionada también por no haberlo visto esta mañana, con el cabello despeinado al despertarse, en playera y bóxers, con su bello rostro lleno de mal humor - una de sus facetas que prefiero. Pero mi padre me explicó que había regresado muy tarde y se fue temprano, y tuve que hacer como si me conformara con esta explicación. Mientras que pensaba en esa noche que pasamos en mi cama, justo al lado de él, en la suya, ambos separados por esa delgada pero tan cruel pared compartida.

[Deja de darte a desear, Quinn... ¡aparece!]

[No puedo.]

[¿Por qué? :( ]

[¡No podré evitar lanzarme sobre ti! :) ]

[¡Provocador! 3 ]

Nuestro intercambio de mensajes me impide reprocharle nada. Y como el día se prolonga perezosamente, con apatía e interminable, esperando la cena, mi corazón late a mil por hora cada vez que escucho un ruido en la calle o cerca de la puerta de entrada. Pero debo esperar más, más y más. Recostada sobre el sillón de la sala con Harry, Alfred y un plato de palomitas saladas, me repongo tranquilamente del cambio de horario acariciando al pequeño que hace lo mismo con su peluche. Vemos las caricaturas llenas de elfos, duendes y renos, y después películas de Navidad que ya he visto unas seis veces.

Y Tristan sigue sin aparecer...

Este año, me parece que la villa tiene una atmósfera extraña para ser Navidad. Un gran vacío, una calma inhabitual. Si fuera supersticiosa, creería que una gran tempestad se anuncia. O si no, que todo el mundo aquí ha bajado las armas. Según lo que comprendí, Sienna prefirió llamar a un banquetero que cocinar ella misma. Y las decoraciones de Navidad son más bien escuetas para alguien que le encanta tanto la exageración: un pino más grande de lo normal, algunos bastón de dulce colgados en las ramas y una guirlanda luminosa que me parece apagada permanentemente. Y la bota de Harrison es la única que espera cerca de la chimenea, como si nadie más hubiera querido seguir el juego.

– ¡Toc toc toc! exclama Betty-Sue entrando en la casa sin tocar. ¡Dios mío, qué ambiente!

Mi abuela baja la voz, sorprendida de verme en este estado y de constatar el vacío alrededor de mí. Ella hace una mueca molesta para disculparse por su gran entusiasmo y avanzo de puntillas para unirse a nosotros sobre el sofá.

– ¿Qué sucede, todo el mundo está de huelga?

– Creo que papá está haciendo su maleta allá arriba. Sienna está en su oficina, tenía que arreglar algunas cosas de último minuto para el hotel. Todos se irán mañana temprano.

– ¡Nosotlos también! exclama el pequeño hablando de él y su cocodrilo.

– ¿Y Tristan? me pregunta Betty-Sue con una mirada traviesa

– No he tenido noticias de él, digo en voz alta, como si no me importara en lo absoluto. Y ya me cansé de esperarlo; sé que se quedará aquí la semana que entra, agrego susurrándole a mi abuela al oído.

– Hmm… ¿Crees que...

– Betty-Sue, ¿ya llegaste? nos interrumpe Sienna.

– ¡Sí, pero puedo irme y regresar sólo para los regalos si prefieren!

– No lo tomes así. Sólo decía que no escuché que tocaras la puerta. Generalmente eso es lo que hacen los invitados a cenar.

– Lo lamento, dejé mis buenos modales justo en la entrada, cuando me arrodillé para hacer pipí en sus flores, se divierte Betty-Sue.

Si bien mi madrastra y mi abuela casi siempre logran ser cordiales, nunca han sido las mejores amigas del mundo. Y entre más desagradable se muestra la primera, más exagera la segunda su actitud hippie. ¡Pero ahora se están dando con todo! Afortunadamente, Sienna parece estar esforzándose por no enojarse, ni siquiera busca responder algo. Río silenciosamente mientras que las dos mujeres intercambian una sonrisa forzada. Y una mirada intensa que dice mucho acerca de su enemistad.

– ¡Ya son las 9 :15 , tenemos que pasar a la mesa! continúa Sienna aplaudiendo, como para darse ánimo.

Ella va a tomar los platos que preparó el banquetero de la cocina y los trae dos a dos al comedor, mientras grita sus instrucciones:

– ¡Harry querido, ve a lavarte las manos y deja ese maldito peluche donde está! Liv, ¿llamas a Tristan? ¡Me prometió que estaría aquí a las 7 ! ¡No se puede confiar en él! ¡Craig! grita a todo pulmón yendo hacia la escalera, ¡Todo el mundo te está esperando! ¡No deberías tardar tanto en hacer una maleta!

Betty-Sue y yo suspiramos al unísono, arrastrándonos hasta el comedor, mientras que Harrison obedece y mi padre por fin aparece en la planta baja.

– ¿Se puede saber por qué lloras? le pregunta a su mujer con un tono cansado.

– ¡Porque me encantaría no ser la única que se esfuerza para festejar Navidad en familia! ¡Tristan piensa que esto es un hotel! Liv no hizo nada para ayudarme. ¡Y tú estás tan obsesionado por tu fin de semana que no te ocupas de nada más! ¿Podríamos simplemente pasar un momento agradable todos juntos o es demasiado pedir?

– Si quieres caridad, deberías ir al hospital, murmura Craig con el rostro tenso.

– ¿Qué acabas de decir?

Sienna fulmina, con sus puños apretados que intentan colocarse sobre sus caderas, tan tensos que su piel se blanquea sobre sus falanges. Betty-Sue evita reírse, deslizando su bufanda multicolor sobre su boca apretada. Harrison mira a su madre y a su padrastro, pareciendo asustado. Y me levanto para ir a distraerlo cuando percibo que su labio inferior comienza a temblar. Éste es el momento que elige Tristan para llegar, con su andar indolente, lanzándole una seña con la mano a mi abuela y una mueca a su hermano menor.

Luego su mirada azul se dirige finalmente a mí, a la vez penetrante, tierna y juguetona, como si sonriera con los ojos. Y con un no sé qué que me parece brillar más fuerte que antes. Las patas excitadas de las hormigas vuelven a danzar un ballet frenético en todo mi cuerpo. Pero mi abuela se aclara la garganta exageradamente, para romper ese silencio tan largo que se vuelve incómodo. Me peino el cabello en una cola de caballo nerviosa y entonces Tristan percibe la tensión general. Y se vuelve glacial:

– Si nadie quiere estar aquí, no estamos obligados a ser la familia modelo, propone con una voz grave, alzando los hombros.

– ¡Te informo que tienes quince minutos de retraso! lo interrumpe Sienna, fuera de sí. ¡Y tal vez no te importe, como todo lo demás, pero para Harrison es importante que celebremos Navidad!

– ¿Sabes que él está en la misma habitación que nosotros? ¡Es pequeño, pero no sordo ni idiota! suspira su hermano mayor.

– Tristan tiene razón... interviene por primera vez mi padre. No veo de qué sirve fingir si Navidad va a ser así. Voy a fumar un cigarrillo.

– Craig, ¡te quedas aquí! ¿Qué quiere decir eso? grita mi madrastra de pronto.

– Si así es como le hablas a tu marido, no te sorprendas cuando huya, suelta fríamente Betty-Sue.

– ¿Y a ti quién te pidió tu opinión? ¡Liv, no dejes la mesa! grita Sienna cuando voy a abrazar a Harry para llevarlo a otro lugar.

– Calma... intenta poner orden mi padre, quien odia los conflictos. Nunca le vuelvas a hablar así a mi madre, ni a mi hija, agrega en voz baja, mirando a su mujer directamente a los ojos.

Los seis nunca hemos sido una familia modelo, ni siquiera una familia en sí. Los gritos y los conflictos forman parte de nuestra vida diaria, pero el ambiente nunca había sido tan eléctrico como ahora. Siento como si los rencores de varios años hubieran decidido explotar esta noche. Y siento llegar el momento en que el tornado italiano toque tierra en el comedor, donde el aire ya es irrespirable. Tristan carga a Harry, me murmura un « ¿Estás bien? » y se aleja con su hermano. Betty-Sue eleva su copa vacía y dice con ironía:

– ¡Salud, felicidad y alegría en todos los corazones! Gracias por la invitación, pero me iré. Hay perros, puercos y pelícanos esperándome en la casa. Y ellos tienen un mejor sentido de la hospitalidad.

– Te llevo, resopla mi padre tomando a su madre de los hombros, primero para que se calle y no empeore las cosas, pero sobre todo para encontrar una salida.

Me encuentro a solas con Sienna en el comedor, con seis sillas vacías y una decena de platos todavía llenos sobre la mesa. Mi madrastra casi hasta me daría pena, petrificada por este terrible fracaso y todo este silencio, ella que tanto ama el ruido de los grandes eventos. Sin duda, también en shock de que mi padre la haya enfrentado por primera vez, y que este enfrentamiento estuviera tan cargado de sentido. Y tal vez decepcionada de sí misma, por no haber sabido contenerse para mantener las apariencias que tanto le gustan. Pero no parece comprender que fue su propia gota la que derramó el vaso. El vaso frágil e inestable que tanto procuró llenar con sus gritos, con todos sus reproches, su egoísmo y su hipocresía. Y me mata que sea incapaz de cuestionarse a sí misma, aunque sea por una vez. Siento que en lugar de eso, ella está pensando en el futuro, calculando todo lo que podría perder. Y quisiera poder decirle que todo estará bien, pero me conformo con dirigirle una mirada de lástima y dejo la habitación sin decir nada. Yo también, perdida en la infinidad de posibles escenarios.

Y en todo lo que yo podría ganar, egoístamente...

Llego con Tristan a la sala: él está tocándole la guitarra al pequeño y los cuentos de Navidad se transforman en baladas melancólicas con acento folk. Me hago bola en el sillón, cerca de ellos. Tristan llega a poner su hombro contra el mío, discretamente, sin quitar los ojos de sus acordes. Y me dejo arrollar por la música, tranquilizar por su calor, mientras escribo en silencio una lista para Santa Claus.

« Quisiera ver a mi padre sonreír de nuevo, siendo bromista y bailando tango.

Quisiera que Harrison encuentre los padres que merece, amorosos, tiernos y normales.

Quisiera que Craig y Sienna se divorciaran sin destrozarse, que regresáramos a vivir a nuestra casa de antes, sólo nosotros tres, con Betty-Sue y papá.

Quisiera que Tristan Quinn me cantara baladas a mí, que me atravesara con sus ojos azules, me abrazara, ahora mismo. Quisiera que todo fuera posible, que las prohibiciones no existieran. Quisiera simplemente poder amarlo sin preguntarme si tengo derecho a hacerlo. »

***

 

La mañana siguiente, todo parece haber regresado al orden, de no ser por algunos detalles. En la cocina, Sienna hace como si no pasara nada, besa a Tristan llenándolo de consejos inútiles, nos da a cada uno una pequeña tarjeta de Navidad de la cual se escapan dos billetes verdes - el único regalo que es capaz de hacernos. Luego le explica por décima vez a Harry que lo llevará a ver a sus abuelos, tías, tíos y primos en Virginia. Como para tranquilizar a todo el mundo - a ella misma en primer lugar - sobre el motivo de su partida, que no tiene nada que ver con la disputa de la noche anterior. Después de las despedidas que se eternizan, ella termina por llevar a su pequeña y su enorme maleta hacia la banqueta frente a la casa, soportando el viento decembrino mientras espera el taxi que pidió. Normalmente es mi padre quien los lleva al aeropuerto. No sé cómo terminó la noche para ellos dos, pero hay una cobija y una almohada que parecen haber sido utilizadas sobre el sillón de la sala. Y mi padre - lo conozco bien - se esconde en el jardín de la parte trasera de la villa, fuma un cigarro tras otro, lanzando pestes contra el aire violento que le impide encenderlos. Luego se pone a limpiar la piscina con la ayuda de una enorme red para mantenerse ocupado, recogiendo cada hoja que vuela y se hunde en el agua turquesa. No aparece en la cocina sino hasta que el camino está despejado.

– ¡Hace mucho aire allá afuera! dice con una pequeña sonrisa incómoda.

– ¡No necesitas hablarnos del clima, Craig, puedes ir con tus amigos sin que pensemos que nos estás abandonando! dice Tristan, ligeramente impertinente.

– No estaba esperando tu permiso, pero gracias de todas formas. Cuídense, hay una tormenta anunciada para el fin de semana.

– Creo que estamos acostumbrados a las tempestades.

Su insolencia, cómo alza los hombros con indolencia y su cara me habían hecho mucha falta... Y sin embargo, ya me están exasperando.

¿Hasta cuándo podremos encontrarnos finalmente solos los dos, sin tener que estar actuando?

– Estaremos bien papá, ni te canses en contestarle.

– Lo que hagas o dejes de hacer con mi madre sólo te concierne a ti, Craig, continúa Tristan provocándolo, con una sonrisa burlona en los labios.

– ¡Cállate, Quinn! digo golpeando su rostro con mi mano para hacerlo callar.

Lo que tengo que hacer sólo para poder tocarlo...

– Oliva verde, ¿estás segura de querer quedarte sola con este energúmeno?

– Creo que sobreviviré.

– Sabes que siempre puedes ir a quedarte con Betty-Sue si ya no lo soportas.

– Créeme, no dudaré en hacerlo.

– En cuanto a ti, pequeño insolente, lo que hagas o dejes de hacer con mi hija, a mí si me concierne.

Mi padre murmuró estas palabras con un tono falsamente amenazador, con su índice apuntado cerca del rostro de Tristan. Contengo la respiración y siento como si todo el mundo pudiera escuchar mi corazón golpeando en mi pecho.

– Si le haces la vida imposible, la haces llorar o que se arranque el cabello por tu culpa, te las verás conmigo. Debes cuidarla y protegerla. ¿Comprendes?

Luego mi padre sonríe ampliamente, le da un golpecillo afectuoso a Tristan en el hombro y a mí un beso en la frente, antes de tomar su maleta de la entrada y salir de la casa gritando: « ¡Diviértanse mucho! »

– ¡Respira, Sawyer! Sólo dijo eso para ponerme en mi lugar. No es que sepa algo.

– ¡No sabes nada!

– Relájate, no bromearía si supiera...

– ¡Vete al diablo, Quinn! ¿Por qué siempre tienes que buscar problemas y jugar con fuego?

Él se conforma con alzar los hombros, como si eso no tuviera importancia o yo estuviera haciendo un alboroto de algo pequeño. No comprendo su comportamiento indiferente, despreocupado, mientras que deberíamos estar saltando uno encima del otro. Siento como si fuera la única que siente esta urgencia. Y eso sólo logra enojarme más.

– Prometiste ser prudente, ¿por qué corres riesgos provocándolo? ¡Parece como si quisieras arruinar todo!

– ¿De qué estás hablando?

– ¡De nosotros! Todo era perfecto cuando me encontraba a ocho mil kilómetros de ti. ¡Y eres incapaz de simplemente actuar normal cuando estoy aquí!

– Te recuerdo que fuiste tú quien me pidió que fuéramos discretos en público. Lo único que hago es respetar tu decisión, no me reproches nada.

– ¡Discretos pero no distantes!

– No sabes lo que quieres, Liv...

– ¡Sí, a ti! Desde que puse un pie en Francia, es en lo único que pienso. ¡En ti! ¡En nosotros dos solos!

– ¿Y sabes lo insoportable que eso es para mí? ¿Saber que ya regresaste y ni siquiera poder tocarte?¿Tener que verte en unas malditas fotos de teléfono? ¿Y ni siquiera poder ver tu mirada en la vida real, por miedo a delatarme?¿Escribirte todo lo que quiero hacerte... y no poder hacer nada? ¡Eres tú quien nos impone este maldito secreto! ¡Si de mí dependiera, todo esto ni siquiera existiría!

Su rabia, mi decepción, sus frustraciones, mis angustias, todo lo que nos hemos perdido, todo eso me impide permanecer en el mismo lugar que él. Corro a encerrarme en mi habitación azotando la puerta violentamente. Durante dos horas, revivo los últimos días y los últimos minutos en mi mente. La conversación con mi padre me dio escalofríos. Y la actitud indiferente de Tristan me mata. Me había hecho muchas ilusiones ante la idea de encontrarme sola con él, por fin. Me había imaginado que él también esperaba con ansias nuestro encuentro, después de los días que pasamos alejados. Y no dormí en toda la noche pensando en nuestros padres que podrían separarse, en toda la libertad que podríamos disfrutar... Pero al parecer, me emocioné demasiado. Lo único que obtuve esta mañana fue a Tristan en su papel de hermanastro odioso, de provocador incorregible, de rebelde incapaz de ser simple. Estoy decepcionada de él, de mis esperanzas y de mi ingenuidad.

Esas dos horas, las paso dándole vueltas a lo mismo, preguntándome en qué me equivoqué. Pero también escuchando el silencio de la casa. Escuchando que Tristan no regresa para hablarme. Sus pasos que no vienen a buscarme. Una sirena ruidosa interrumpe de repente el flujo de preguntas en mi mente. No sé si ésta viene de la casa o de la calle, pero me taladra los tímpanos. No creo haberla escuchado antes. Comienzo a estresarme. Tengo sudor frío. Mi pulso se acelera. Hasta que su voz me llega.

– Liv, ¡muévete, hay que bajar! escucho al otro lado de la pared.

– ¿Qué? ¿A dónde?

– Es una alerta de ciclón, grita Tristan abriendo la puerta de mi habitación.

– ¿Estás bromeando?

– Me gustaría que así fuera, pero no. ¡Aquí no bromeamos con eso! ¡Ven!

– ¡No iré a ninguna parte contigo!

– ¡Sawyer, ahora no es el momento para eso! Sígueme y no discutas. ¡Por favor!

– ¿Para ir a dónde?

– A la safe room, abajo.

– ¡Esa habitación ni siquiera existe!

– ¡Mierda, Liv! ¡Los ciclones tropicales son muy frecuentes en las Keys! Casi todo el mundo tiene un lugar para protegerse en caso de peligro. ¡Y esa sirena es una alerta para la población! Eso quiere decir que el peligro es inminente.

Estoy petrificada por esa avalancha de información. Esta situación nunca se había presentado en los seis años llevo viviendo en Florida. De pronto pienso en mi padre, en Harry, en Betty-Sue. En Fergus y Bonnie. Y hasta en Sienna. Miro a Tristan, quien se frota el cabello buscando más argumentos para convencerme. Pienso en mí también, vestida todavía con los shorts y la playera que me pongo en la noche. Nada tiene sentido. Nada es como debería ser. Pero mi cerebro vuelve a ponerse en marcha cuando percibo los árboles doblados a través de la ventana de mi habitación.

– ¡Tengo miedo! farfullo, presa del pánico.

– ¡Ven! ¡Si te mueres, tu padre me va a matar!

– ¡Tú también estarás muerto, idiota!

Tristan me ignora y me toma por la nuca, deslizando sus dedos bajo mi cabello suelto, con su eterna seguridad y hasta un poco de posesividad. Luego me hace bajar corriendo las escaleras frente a él, entra en la biblioteca de la planta baja y abre una pesada puerta al fondo de la cual ignoraba la existencia. Se mete después de mí y cierra la puerta blindada detrás de nosotros. Entonces descubro una habitación blanca del piso al techo, del tamaño de una recámara pero sin ventanas. Algunas repisas de fierro recorren la pared del fondo, con latas, paquetes de cereales, pastelillos y paquetes perfectamente alineados. Los únicos muebles son dos taburetes que forman una L en una esquina. Tristan se recuesta en uno de ellos y yo me siento en el otro, por reflejo, abrazo mis piernas desnudas, intentando contener el nudo de angustia que se forma en mi estómago.

La alarma ensordecedora termina por callarse y se ve remplazada por una voz que explica en las bocinas las medidas de seguridad. Encerrarse en el refugio más cercano. No salir de ahí hasta nuevo aviso. No quedarse en su auto. No saturar las líneas telefónicas y dejarlas libres para los servicios de emergencia. No intentar comunicarse con sus cercanos.

– Estoy segura de que Betty-Sue no tiene refugio.

– Creo que sí. Si no, se habrá refugiado con algún vecino. Tú eres mitad francesa, Liv. Pero los habitantes de las Keys están acostumbrados a este tipo de emergencias, no cometen errores. Tu abuela está loca, pero no es suicida.

– ¿Y mi padre? ¿Y tu hermano, tu madre?

– Los aviones no despegan en caso de alerta de ciclón. Deben estar en el aeropuerto. Y ahí están seguros.

– ¿Entonces van a regresar?

– No hasta dentro de varias horas.

– ¿Tienes tu celular aquí?

– No.

– Mierda. Yo tampoco.

– Imagino que entonces sólo estaremos tú y yo...

Tristan dijo eso con un tono indolente, casi cansado, con su estúpida sonrisa retorcida. Como no reacciono, él se acuesta por completo en el taburete, cruza las manos detrás de la cabeza y lanza un largo suspiro.

– ¿Cuáles son las cinco cosas que quisieras hacer por último si fueras a morir hoy? me pregunta de repente con su voz grave.

– ¿Qué tipo de pregunta es ésa?

– ¡Responde!

– Hmm… Quisiera sentarme en la playa y mirar el océano. Comer palomitas hasta cansarme. Bailar un tango tonto con mi padre. Rodar por la hierba con Betty-Sue, como cuando era niña, con todos sus perros corriendo alrededor de nosotras. Y...

Enumeré las primeras cuatro cosas espontáneamente, contando con los dedos. Lo último se queda en suspenso mientras que varias ideas locas pasan por mi cabeza.

– ¿Y...?

– Y estoy dudando.

– ¿Entre qué y qué?

– Abofetearte. Morderte. Estrangularte. O lanzarte algo puntiagudo al rostro.

– Y como no tienes una playa ni palomitas a tu disposición, ni a tu padre o a Betty-Sue, sólo te quedo yo para cumplir con tu última voluntad...

– No me tientes.

– Te estoy esperando.

Le sonríe al techo y su hoyuelo me hace derretir y me desespera al mismo tiempo. Le lanzo mi almohada a la cabeza. Sonríe más, pero no se mueve.

– ¿Para ti cuáles serían esas cinco cosas?

– Dar un último concierto. Abrazar fuerte a Harry. Provocar a tu padre. Y hacer el amor contigo.

– Sólo son cuatro, murmuro sorprendida.

– La quinta sería volver a hacerte el amor.

Esta vez, voltea sus ojos azules y brillantes hacia mí. La belleza y la tentación encarnadas. Me levanto, como si una quemadura me impidiera estar quieta. Y me abalanzo sobre él, incapaz de resistir un segundo más.

Mi boca choca contra la suya y la devora. Beso a Tristan como si efectivamente fuera la última vez. O la primera vez desde hace muchísimo tiempo. Lo beso con rabia, para vengarme de todas las emociones contrarias que me hace sufrir. Y lo beso con una pasión salvaje, que ni siquiera conocía en mí. Luego él me aprisiona con un solo movimiento contra el taburete y bloquea mis brazos encima de mi cabeza.

– ¿Por qué estás tan enojada conmigo, Liv Sawyer?

– No tengo ganas de hablar, digo luchando para llegar nuevamente hasta su boca.

– Te besaré hasta que tus respuestas me convengan. Dime qué me reprochas.

– Pensé que estarías aquí cuando regresara de Francia, confieso en voz baja.

Sus labios me rozan, con una dulzura inaudita que me hace cerrar los ojos.

– ¿Qué más? murmura.

– Pensé que me dejarías una nota para decirme que no estabas aquí. O que me enviarías un mensaje. O que...

– No soy ese tipo de chico.

Él me besa de nuevo, en el cuello, mientras acaricia mi pecho por encima de mi playera. Y una carne de gallina febril nace sobre mi piel.

– ¿Qué « tipo de chico » es un novio tan perfecto cuando está lejos de mí, y tan inexistente cuando está aquí?

– Si quieres un novio de verdad, de tiempo completo y sin tener que esconderlo, no tienes más que pedírmelo, Liv…

Tristan desliza su lengua entre mis labios y me besa de nuevo, de la manera más sensual posible.

– Sólo creí que después de ponerme sorpresas y notas de amor en la maleta, no estarías tan distante...

– ¿En verdad te parezco... distante? me pregunto su voz suave y hechizante.

Luego su cuerpo musculoso se presiona con un poco más de fuerza contra el mío. Y nuevamente su lengua en mi boca, suave, provocativa.

– Continúa, me ordena deteniendo su beso.

– Pensé que el regaño de Craig y Sienna te haría pensar en el futuro tanto como a mí...

– No tienes ni idea de todo lo que pensé en decirte, en hacerte, desde que se están peleando.

Mientras dice esto, sube su rodilla entre mis piernas. Luego sus manos dejan de apretar mis muñecas para venir aplacarse sobre mis senos. Tristan se hunde en mi boca y este nuevo beso apasionado me llena de calor en la parte baja.

– ¿Algún otro reproche? pregunta su voz jovial.

Dudo en bajar las armas, para pasar a cosas serias - yeso es justamente lo que mi cuerpo me reclama. Pero a mi mente en ebullición le gusta demasiado este juego. Y la sonrisa provocadora de Tristan me incita a prolongar esta sesión de preguntas y respuestas diabólicas, ese tono insolente en cada una de sus palabras, esa respiración cada vez más entrecortada entre sus labios húmedos, ese crescendo en sus caricias. Todo lo que me vuelve loca en él.

– Pensé que con los resultados de nuestras pruebas, morirías por encontrarte a solas conmigo, susurro agregando un dejo de desafío en mi voz. Que evitarías jugar a « ¿Quién es el más fuerte? » con mi padre, sólo antes de que se fuera. Que no me dejarías descansar en mi habitación, obligándome a odiarte... De hecho, creí tontamente que me saltarías encima en cuanto todo el mundo dejara la villa.

– ¡Escúchame bien, Sawyer!

Su voz se ha vuelto más profunda. Una sombra de orgullo pasa por el azul de sus ojos. Y sus mandíbulas se contraen, como si su ego de macho alfa hubiera sido herido.

– En primer lugar, soy el más fuerte.

Y su mano entra bajo mi playera.

– En segundo, te encanta odiarme.

Y sus dedos pellizcan mi seno hasta hacerme lanzar un pequeño grito.

– Y en tercera, llevo siete días esperándote, solo como idiota, con imágenes de ti en toda la casa. Podías esperar dos horas más.

Bastardo...

Su sonrisa burlona apesta a venganza. Su boca orgullosa de sí misma viene a provocarme, muy de cerca, pero rodea mi boca para irse a mi pecho. Luego desciende más. No lo detengo. Esta vez, ya no tengo ganas de escucharlo provocándome. Prefiero mirarlo haciéndolo. Besando mi vientre. Lentamente. Deteniéndose en mi ombligo. Mordiendo el elástico de mis shorts para deslizarlo hacia abajo. La bola de fuego crece en mi vientre. Mi deseo fulgurante me vuelve audaz.

Me enderezo sobre el taburete, casi sentada. Me quito sola la playera, sin dejar de verlo. Tristan ya no sonríe. Me devora con la mirada, con los labios entreabiertos. Su mirada se detiene sobre mis senos desnudos, como si éstos lo hipnotizaran. Y deslizo mis pulgares por el algodón para desvestirme, primero una pierna y luego la otra, demasiado ansiosa como para recordar mi timidez.

Tristan parece dejar de respirar, sólo por un segundo. Luego pasa saliva y veo su manzana de Adán subir y bajar en su garganta. Nunca me cansaré de ese símbolo de virilidad. Él se frota vigorosamente el cabello. Y creo que ya nunca podré prescindir de ese adorable tic de nervios.

Pero retoma rápidamente el control y se arrodilla en el suelo, guiando mis nalgas hacia la orilla del taburete. En este cuarto de seguridad cuyo nombre nunca había sido tan bien merecido. Todo parece haber desaparecido, la amenaza del ciclón, la preocupación por las personas que amamos y, más que nada, las prohibiciones que nos asfixian, la angustia permanente de que uno de nuestros gestos nos traicione. Aquí todo está permitido.

Y la safe room se transforma en sex room.

Tristan acaricia lentamente mis piernas y luego besa la fina piel al interior de mis muslos, haciendo mi piel estremecer. Sube un poco más y siento su aliento cálido acercándose a mi intimidad. Un impulso irresistible me empuja a arrancarle la camisa, para que el espectáculo sea todavía más perfecto: su cabello despeinado, su torso desnudo, sus músculos tensos. Y su mirada brillante de deseo por mí.

– Te voy a mostrar cómo es esto, que realmente me lance sobre ti.

Su voz grave e insolente me hace estremecer. Luego una flecha me atraviesa al mismo tiempo que su lengua me alcanza. Este simple contacto me desubica y debo aferrarme a sus hombros para no irme hacia atrás. Él continúa devorándome, sin ninguna moderación, hundiendo su rostro entre mis muslos, succionando mi clítoris, marcando círculos y espirales divinas que me causan vértigo. Para terminar de volverme loca, sus manos acarician mis senos tensos por el deseo. Todo mi cuerpo tiembla, pero no puedo evitar pedirle más. Me arqueo, clavo mis dedos en su cabello sedoso, aumento la presión de su boca sobre mi sexo, y mi grito de placer vuela. Estoy en los aires. Me siento increíblemente ligera. Las pequeñas pata de las hormigas se han convertido en miles de burbujas de placer que explotan en todo mi cuerpo. Y una sonrisa plena se eterniza sobre mi rostro mientras que retomo el aliento.

– OK… La próxima vez recuérdame herir tu orgullo enseguida.

Río de mi propia insolencia y atrapo la playera verde obscuro de Tristan para esconder mi desnudez.

– ¿Cuál próxima vez?

Se sienta en el piso, frente a mí, con el torso todavía desnudo y tan bello como siempre. Dobla sus piernas, pone los codos sobre las rodillas y deja caer sus manos que me parecen tan gráciles, tan indolentes, tan masculinas. Y frunce el ceño, pareciendo preocupado, como si estuviera enojado.

– ¿Así que estás en huelga?

– No, sólo estoy esperando a que te repongas de tus emociones, declara con orgullo.

– Qué simpá...

Tristan me observa, detalladamente, e imagino mi cabello todo despeinado, mis mejillas rojas por el orgasmo, mi piel tan clara y mis piernas que le parecen interminables. Me veo aún más bella de lo que soy, en sus ojos azules, brillantes y benévolos. No sé cuánto tiempo pasamos observándonos, en silencio, en esta habitación confinada. Como si recuperáramos todo el tiempo que pasamos separados. Y como si nos diera placer retrasando el momento de rencontrarnos, de verdad.

– ¿Por qué te escondes? murmura por fin, entrecerrando los ojos.

– ¿Me qué...?

Extiende lentamente una mano, atrapa entre su índice y su dedo medio un pedazo de playera que me cubre, luego jala la tela suavemente. Pero lo detengo sonriendo.

– Tendrás que conformarte con lo que ves...

– Sawyer, dice seriamente, sabes bien que jamás me conformo con lo que me dan.

– Quinn, digo imitándolo, sabes que entre más insistes, más me resisto.

Mi sonrisa lo divierte, su hoyuelo se marca más. Y el combate sensual que se anuncia hace brillar sus ojos.

– Qué bueno que tus muslos son menos salvajes que tú.

Su voz grave me envía esta provocación mientras que su mirada azul de pasea en el límite entre mi desnudez y el algodón verde obscuro.

– ¿Qué tienen mis muslos?

– Me vuelven loco, eso es lo que tienen...

Esta vez, la profundidad y la seriedad de su voz me dan escalofríos. No soy del tipo de chica a la que le gustan los cumplidos. O me parecen falsos o exagerados, o simplemente me incomodan. Pero cuando salen su boca, el efecto es otro...

Me volteo hacia un lado, mantengo la playera pegada contra mi busto, luego aprieto las piernas y meto las manos entre mis muslos. Como diciendo « la tienda está cerrada ».

– Tus caderas, resopla. Con tus shorts de niña, jamás hubiera imaginado que tuvieras curvas tan… femeninas.

– Basta.

– Pero sí vi tus pequeñas nalgas abombadas.

– Tristan…

– Tu arco. Me encanta que te dobles tanto.

– Así no es como vas a…

– Y tus senos.

– Cállate…

– Tus senos pequeños que caben perfectamente en mis manos.

– ¡Ya no digas nada!

– Tus pezones que me provocan cuando te pones blusas ceñidas, sin sostén.

– …

– Tu cintura tan fina.

– …

– Tu ombligo que me lanza un guiño.

– …

– Tu piel que se vuelve tan suave, sobre tu vientre, cuando desciendo.

– …

– Y tus labios. Rosas. Sedosos. Dulces.

– ¡Basta!, digo sintiendo cómo me sonrojo.

– No necesito verte, Liv. Conozco tu cuerpo. Sólo tengo que cerrar los ojos para desvestirte. Lo hice casi todas las noches, cuando estaba solo en mi cama, después de desearte durante todo el día. Puedes esconderte bajo mi playera, puedes cerrar las piernas… Pero no puedes evitar que te vea desnuda.

Él sonríe, con los párpados cerrados y el rostro hacia mí. Sus manos dibujan mis líneas imaginarias en el aire.

– Veo todo ahí abajo… Casi puedo tocarlo… Tus muslos, tus caderas, tu forma de arquearte…

Su voz ronca me calienta, como una caricia sobre mi piel desnuda. Su seguridad, al límite de la arrogancia, me intimida. Pero su forma de describirme, sus cumplidos me dan ganas de abalanzarme sobre él.

– Tus nalgas, tu cintura, tus senos… No sabes cuánto me excitan. Aun cuando no estén aquí, frente a mí. Cuando no puedes tener lo que deseas, te conformas con los recuerdos. Y tú…

– ¿Y cuando están aquí, frente a ti?

Lo interrumpí, casi con pesar. Mi murmuro sin aliento le hace reabrir los ojos. Los clava en los míos, descubra mi perturbación y su maldita sonrisa retorcida regresa.

– Me excitas, Liv Sawyer.

¡Y si tú supieras en qué estado me pones!

Una alarma resuena de nuevo y hace estallar nuestra burbuja de sensualidad. Contengo la respiración, ruego por que esto no sea el final ya. Pero la voz autoritaria explica que la alerta del ciclón se ha prolongado y que el confinamiento debe durar más. Tristan sonríe ante este anuncio, como si el dios de los vientos fuera su mejor cómplice. Luego me acompaña sobre el taburete, se recuesta al lado de mí, desliza su bíceps bajo mi cabeza y me murmura al oído:

– Admítelo, tuviste miedo de que todo se detuviera…

– ¡Para nada! miento bajando el cierre de sus shorts.

– Confiesa que ahora te encanta toda esta historia del ciclón…

– Puede ser…, cedo deslizando mi mano sobre sus bóxers.

– Confiesa que tú también tienes ganas de saber cómo se siente hacerlo si condón…

Un escalofrío me recorre, a lo largo de la columna vertebral, desde la cadera hasta la nuca. Sus palabras me sorprenden. Pero su propuesta me gusta. Su sexo ya está duro, bajo mi palma, y atravieso la barrera de la lycra para llegar a decirle que sí, a mi manera. Decirle que esta lucha verbal ya duró lo suficiente. Que no quiero nada más que su desnudez y la mía. Que tengo ganas de sentirlo. En mí. Sin que nada nos separe, por primera vez.

– Quítatelo todo, susurro.

Tristan levanta sólo un poco las nalgas para deshacerse de sus bóxers de un solo golpe. Se encuentra desnudo, recostado boca arriba, tan cerca de mí que puedo ver y tocar todo. Y no me abstengo. Me toca a mí devorarlo con la mirada. Admirar todo lo que me excita de él. Y no solamente acordarme de ello…

Mis ojos siguen la línea obscura que se estira sobre su vientre bajo. Mis dedos rozan su sexo tenso, que apunta hacia su ombligo. Me parece gigantesco. A pesar de la torpeza de mis caricias, Tristan suspira cada vez más fuerte. Y un suave calor se expande de nuevo entre mis muslos.

– Ven a mí…

Su voz no es autoritaria. Más bien es cálida, profunda, llena de promesas. Finalmente jala su playera que me sigue cubriendo, lo lanza al piso y sonríe al volver a descubrir mi cuerpo desnudo. Su mirada es febril, golosa, victoriosa, conquistadora.

– Por más que te conozca… y te desvista en mi mente… es cierto que te prefiero en la vida real, Liv Sawyer. Desnuda. Completamente desnuda. Y sobre mí.

Su murmuro ronco y sexy me da alas. Lentamente, me enderezo para sentarme a horcajadas sobre él. En verdad no tengo aprehensiones, pero no sé qué hacer con todo ese poder que me otorga. Lo deseo, pero ignoro cómo. Entonces me inclino para besarlo, para verter en este beso un poco de su seguridad, un poco de su sensualidad. Él acaricia mis muslos, mis nalgas, juega con su lengua sobre mis labios, y olvido de nuevo el pudor, la inexperiencia, el ciclón afuera. Presiono mis senos sobre su torso. Ardiente. Siento su sexo rozando mi intimidad. Provocador. Y mi pelvis ondula, por sí solo, para disfrutar de estos deliciosos roces.

– ¿Estás lista?

Asiento, con la boca entreabierta pero incapaz de pronunciar una sola palabra. Mi amante, paciente, guía con una mano su sexo hacia el mío. En mi grieta, impaciente, él se desliza suavemente ofreciéndome sensaciones inéditas e inauditas. Esta penetración me corta el aliento. Y así continúa, un poco más adentro. Puedo sentir toda su fuerza, su piel tan suave, su deseo tan intenso. Me arqueo para recibirlo mejor. Lo escucho gruñir mientras yo gimo. Nuestros cuerpos encuentran el ritmo, la alquimia, ese ángulo perfecto en el que cada uno de nuestros movimientos me llena de un placer intenso, de una deliciosa quemadura. Tristan se apodera de mi cabellera, lo beso de nuevo, apasionadamente. Su pelvis se mueve bajo la mía. Él me susurra al oído lo mucho que le gusta. Y sus dientes mordisquean mi lóbulo, hasta lastimarme. Lo empujo con una mano sobre su torso. Me sonríe insolentemente. Todo en él me encanta, que esté dentro de mí, que me toque por todas partes. Todo me parece irreal. Como un torbellino de sensaciones, violentas, embriagantes, impresionantes.

El ciclón no está allá afuera. Está dentro de nosotros...

Luego los dedos de Tristan vienen a acariciar mi clítoris, como si no hubiera tenido suficiente. Espera que mi placer aumente, que pierda la cabeza. Mientras me posee, otra vez, un poco más rápido, un poco más fuerte. Lo siento ceder, soltar las riendas. Sus gruñidos se transforman en un rugido y multiplican mi placer. Él entierra su mano en la carne de mi muslo. Y adoro verlo aferrarse así a mí. Creo que se va a venir. Pero yo soy la primera en despegar, sin quererlo, atrapada por sus caricias insensatas. Mi intimidad ardiente lo recibe por última vez. Y su placer explota, en mis entrañas.

No estoy ni cerca de olvidar este recuerdo.