MENSAJE FINAL
Se nos hicieron las tantas. El tiempo había pasado como si nada. Ni nos habíamos dado cuenta, pero Rosa, Francesc y Javier ya hacía rato que se habían marchado. Era tarde y, sí, lo confieso, empezaba a entrarme sueñecito. Pero antes de ahuecar el ala y despedirme de aquel hombre que había tenido la santa paciencia de escucharme (mucha más de la que había tenido yo antes para escucharlo a él, cabe decirlo), hice eso tan típico —casi un acto reflejo— de mirar el ordenador a ver si había llegado algún correo importante en el último momento.
Y sí, había uno. No es que fuera urgente, pero sí muy curioso y significativo, porque vi que podía representar una buena conclusión para aquel largo rato de anécdotas, venturas y desventuras. Era de uno de nuestros pacientes, dirigido a todo el equipo: una auténtica «página vivida», que diría Folch i Torres. Tiene problemas de apneas y está siguiendo un tratamiento, que incluye un régimen estricto para adelgazar. Hace ya un par de semanas que empezó. Sabe tomárselo bien —qué remedio— y nos cuenta con simpatía su experiencia de dietas y privaciones.
—No se levante, no —dije a mi interlocutor, que ya mostraba síntomas de estar completamente entumecido, tanto rato en la butaca de mi despacho—. Mire lo que me acaban de enviar.
Y le leí el correo de aquel hombre de cabo a rabo. Todo un «mensaje».
Decía así:
Hola, amigos:
Escribo tras quince días de cerrar la barra libre del comer y el beber. Yo me veo mejor por fuera, pero por dentro estoy fatal. Todos los médicos pretenden que muera sano (debe de ser eso de la «muerte digna»). Todos dicen que he de adelgazar ya. Y, además, toda mi familia se ha puesto de acuerdo para hacerme la vida más «agradable».
Ahora me como incluso todo aquello que no me gustaba. ¡Me lo trago todo! Puré de garbanzos, champiñones, coliflor con alubias... Ahora lo encuentro todo bueno. Y es por el hambre que paso, desde luego. Todavía me resisto con el pollo a la plancha, pero no sé el tiempo que aguantaré.
Ahora ya no se me hinchan nada los pies. De hecho, ¡ya no se me hincha nada! Desayuno dos tostaditas de pan integral de nueve gramos cada una, y dentro de los nueve gramos hay un trece por ciento de fibra, la cual, sinceramente, no entiendo cómo cabe en unas tostaditas tan pequeñas. Se ve que favorece el «tránsito». Lo habéis oído bien, ¿no?: ¡el tránsito! En las instrucciones de uso del producto lo pone muy claro: «¡Actívate desde primera hora de la mañana!» Por lo visto esos escasos y tristes nueve gramos favorecen una actividad tremenda, además del trece por ciento de fibra. Está todo incluido por el mismo precio.
Ese pan es una auténtica ganga. Lo unto con mermelada de naranja amarga sin azúcar. Es curioso, pero os aseguro que la segunda tostada —también de nueve gramos— me cuesta tragarla. Para mí que es culpa de ese poco de mermelada sin azúcar, ¡que en seguida te llena! Me dejan comer queso fresco. Es un queso lleno de agua y sin el menor sabor, pero ¡al menos no es amargo! Solo eso ya me brinda un gran consuelo. El médico me dio un menú para cada día de la semana. Puedo comer «una sopita de fideos, clarita». Cada día me lo varían. Si para comer tomo «escarola con pepino», a la noche puedo cenar «lechuga con espárragos». ¡Menuda variación! Eso sí: me dicen que puedo sazonarlo con perejil, laurel, ajo, cebolla u otras hierbas aromáticas. Hace dos días me guisé una pescadilla hervida con una cebolla, tomate, tomillo y laurel. ¡Toda una bacanal! El tomillo entra en el grupo de «otras hierbas aromáticas» y, por lo tanto, está «homologado».
En lugar de azúcar utilizo stevia líquida. Ocho gotas equivalen a una cucharada de azúcar. No tiene proteínas, ni hidratos de carbono, ni grasas, ni nada de calorías. ¡Otra ganga! Ahora que lo pienso: tal vez podría echarle un poco a la naranja amarga.
En el menú del martes ponía que podía comer lentejas con tocino. ¡Sí, sí, con tocino! ¡Esperaba el martes como agua de mayo! ¡Pero se ve que era un error de imprenta y que en realidad eran lentejas con «ensalada»!12
Bebo agua a todas horas. La única licencia que me permito es el agua de Vichy. Como pica... me recuerda un poco a la cerveza.
Dado que durmiendo hago apneas, ayer estrené una especie de «bozal», que va enchufado a un compresor de aire por medio de un tubo de dos metros, el cual se supone que me permitirá moverme con comodidad mientras duermo. El compresor hace un pelín de ruido, pero dicen que con el tiempo ya no lo oiré. Otra, otra ganga. Para ir al lavabo hay que desenchufar el largo tubo de la máquina y desplazarte con él, cuidando de no tropezar y de que no le entre agua.
Todo eso se ve que es para dormir tranquilo. Hoy me he despertado más cansado que nunca. La máquina me tira constantemente aire a la nariz y después se me cuela hacia el ojo derecho. Ahora tendré que ir con cuidado con los resfriados, porque se ve que me han disminuido mucho las defensas.
La barriga ya se me ha rebajado un poco. Todo un éxito. He podido verme aquello que hacía tanto tiempo que no veía. Y he llegado a la conclusión de que... tampoco era gran cosa. Hoy, para cenar, tengo fideos claritos y cien gramos de fruta. Y después... ¡a la cama con el bozal!
Recibid un abrazo. Pequeño, no doy para más.
Artur13
—¿Qué me dice? Eso sí que es saber tomarse las cosas con filosofía, ¿eh? Siempre es mejor no perder el buen humor, la verdad. Nos ayuda a vivir y a mirar las cosas desde otra perspectiva. Y mire —añadí girando la pantalla hacia él para que pudiera verla—: este hombre incluso ha hecho unas gráficas de evolución del peso y unos cuadros con cálculos aritméticos y logarítmicos que le permiten precisar con exactitud qué día en concreto, y casi a qué hora, llegará al peso ideal necesario. Mire, mire. ¿Qué le parece?
—¡Caramba! —dijo él, recuperando la voz después de cien páginas, tirando corto.
—¿Lo ve? Estas cosas son las que hacen que aquí, en la Clínica del Sueño, todos acabemos siendo como una gran familia. Es lo que yo llamo «nuestra familia del Sueño». Y le aseguro que desde hoy usted ha entrado a formar parte de ella. Y su mujer también, por supuesto.
Acabé de cerrar el ordenador y recogí mis cosas. Salimos al pasillo. En la habitación que tenemos habilitada había un paciente con el bozal puesto (perdón: el CPAP, quería decir) y bajo la atenta vigilancia de Chelo, dispuesta, una vez más, a pasar la noche con él.
—Buenas noches, doctor Estivill —dijo.
—Buenas noches, Chelo.
En la puerta de la calle me despedí de aquel hombre que había venido a la consulta unas horas antes y que me había permitido rememorar aquella serie de anécdotas. No descarto ponerlas todas por escrito algún día. Seguro que saldría un buen libro.