VII
A partir de su salida del país, Renata conversaba por teléfono con Viviane los domingos de cada semana, siempre que lo permitiera el mal estado de las comunicaciones. Esto era posible gracias a la familia de la casa de «La Puntilla», porque desde la suya, llevada por la prudencia impuesta, Viviane no podía hacerlo. Su madre aún estaba viva.
Así, cuidándose siempre de no hablar más de lo debido, supo por Renata, que en cuanto se encontró con su padre en el aeropuerto La Guardia, éste la llevó de compras en busca de ropa adecuada para ella; y después, la invitó al 21 Club, un selecto restaurante de New York.
—Viviane, cuando bajé las escaleras de aquel lugar lo hice con soltura, y al entrar en él, me moví «como Pedro por su casa». Tal parecía que lo había visitado con anterioridad. Pero, en ese almuerzo no probé postre alguno, porque mi reducido estómago, acostumbrado a raciones mezquinas, se atragantó con el enorme steak de jamón con piña que me pusieron delante.
Al decir esto, las dos muchachas estallaron en risa.
Lo que no le contó Renata a Viviane, ese día, fueron las razones reales de su atragantamiento.
En esa cena memorable para ella su padre tomó la palabra, y en correcto español, le contó con mal disimulada ansiedad, las razones de su partida de Cuba sin ella, y mientras él le contaba, su apetito se reducía a la nada y la rabia sorda contra su familia se renovaba.
—Daughter, dijo en voz baja, Frank Smith a su hija.
—En la medida, en que, las tensiones entre mi país y el gobierno de Cuba se hicieron mayores, la relación entre tu mamá y yo empeoraba.
—Se esfumó el amor que decía tenerme, se negó a compartir nuestra cama, cerró la puerta del cuarto donde estabas tú en una camita que compré para ti y acabó cerrándome la puerta de entrada de la casa, en mi propia cara.
—Me quedé perplejo y no comprendía lo que estaba sucediendo.
—¿Cómo era posible que separaran, de manera tan brutal, a una niña pequeñita de su padre?
—Yo no entendí nada, pero, dolió mucho lo que me hicieron tu mamá y sus padres.
—Aunque era muy joven en aquellos tiempos, me lastimaron tanto, que desde entonces padezco de presión arterial alta y de palpitaciones. El corazón se me desbocaba, al pensar en my daughter en medio de aquel clima guerrerista de la crisis de los misiles, de la escasez de comida y de medicinas.
—¡Oh my god!, cuando vino a trabajar a mi banco el señor Carvajal, recién llegado de Cuba; le pedí que me ayudara a encontrarte a través de his family en la Habana. Cuando eso sucedió, y recibí tu primera carta, en la que me contabas el enfrentamiento con your family a causa de su irracional actitud hacia mí; por poco me muero de alegría, en medio de tanta tragedia.
—¡Cuántos años sin saber de my daughter! —I’m very glad to see you here!
El corto tiempo que Renata vivió con su padre, en el confortable apartamento que él compartía con su esposa —una antropóloga norteamericana que andaba casi siempre ausente a causa de su trabajo— fue aprovechado por la hija y el padre, para hablar de sus vidas en el pasado y en el presente. Así, poco a poco, se fueron conociendo; lo que sirvió a Renata para plantearle su necesidad de estudiar, trabajar y vivir independiente. Algo que su papá —alto empleado de la banca de New York— entendió perfectamente y orgulloso de su hija, la complació.
—¿Sabes Viviane? —le dijo Renata en cuanto pudo comunicarse con ella.
—Ya comencé a trabajar de día como empleada de un banco en New Jersey y por las noches, estudio para perfeccionar mi inglés; desde entonces, vivo en un apartamento relativamente pequeño, situado en el piso 11 de un edificio familiar que da por detrás a Bergenline, la calle principal de Union City.
—¿Me escuchas Viviane? —¿Por qué estás tan callada?
—Porque me agrada escucharte Renata y temo que la comunicación se caiga antes de que termines de contarme.
—Bien, te decía que Bergenline, es una calle comercial donde abundan las librerías atendidas por comerciantes de habla hispana. Aunque es muy larga y no tan estrecha, por la disposición de los comercios, esa calle me recuerda la calle Obispo de la Habana Vieja y cuando eso sucede, una mezcla de alegría y de tristeza me embarga…
Y, no se oyó más, porque la línea se quedó en silencio, por un instante, que parecía una eternidad.
—¿Sabes? —volvió a decir Renata conmovida. —Cuando llego al apartamento tarde en la noche, el mundo se me cae encima. Me cuesta mucho vivir en soledad.
Al escuchar palabras como aquellas, a Viviane se le hacía un nudo en la garganta y del teléfono se apoderaba un vacío doloroso.
Pero, no siempre fue así. Cierto día, en que su voz se escuchaba más clara que otras veces, Renata le dijo a Viviane: —Estoy muy contenta, porque me he topado con la obra de un poeta norteamericano llamado Walt Whitman, que es un loco maravilloso, y está muy cerca de mí porque como él, «siento ansias de río represado».
El que Renata tocara un punto tan sensible para ella, la hacía feliz.
A su vez, Renata sabía —siempre por vía telefónica— como transcurría la vida de Viviane después de la muerte del hermano y de la madre; sin entrar, por supuesto, en detalles; lo que la alteraba mucho. De hecho, desconocía la manera en que sucedieron estos dolorosos acontecimientos, porque por teléfono, no era prudente hablar de cosas como esas.
Debía pensar bien cada palabra antes de expresarla, para no perjudicar a Viviane.
—No llores, ni sufras por nada muchacha bonita, yo me fui, pero haré lo que te prometí en el aeropuerto, el día menos pensado.
—Le aseguró Renata a Viviane antes de que se desataran en la Habana, los terribles acontecimientos que llevaron al éxodo del Mariel.
Ante la crítica situación política, la mesura era lo más aconsejable. Por lo que Viviane y el profesor de Inglés medio loco acordaron con Renata suspender las llamadas telefónicas el tiempo que fuera necesario, hasta que disminuyeran los peligros y las tensiones imperantes.
—Tú tranquila, cuídate y espera.
—Fueron las últimas palabras de Renata a Viviane, antes de que se interrumpiera la comunicación entre ellas, aquel día de abril de 1980.
En tanto, Renata, seguía de cerca —a través de la prensa y la televisión norteamericanas— lo que estaba sucediendo en su país: miles y miles de personas asiladas y hacinadas en la Embajada de Perú, casas allanadas, gente golpeada y miles huyendo en lanchas hacia los Estados Unidos.
—Creo que voy a enloquecer, pensaba con frecuencia. Si lo que está pasando en Cuba dura mucho, me vuelvo loca.
—Yo, que no podía estar más tiempo sin Viviane y ahora esto.
—¿¡Hasta cuándo Dios mío!? ¿¡Hasta cuándo podré resistir!?
Obstinada como era, Renata laboraba en el banco y hacía otros trabajos en tiempo extra, hasta el agotamiento. Buscaba obtener por esas vías, el dinero necesario para sacar a Viviane de Cuba, sin recabar la ayuda de su padre Frank Smith. Deseaba resolver este problema con esfuerzo propio y no preocuparlo por lo de la presión arterial.
Era tan vehemente en la búsqueda de su propósito, que perdió el sueño y enfermó, al colmo, de que cayó en cama.
Después de la ida de Renata, Viviane abandonó el trabajo artesanal, por lo que, las frecuentes visitas a la casa de «La Puntilla» se redujeron a los domingos, en que iba, por las llamadas telefónicas que ella le hacía y cuando estas se interrumpieron a causa de la grave situación política del país, siguió yendo, para visitar la entrañable familia que vivía allí; mientras seguía esperando por el restablecimiento de las llamadas.
Deseosa de ser puntual, se cuidaba de su natural distracción que la hacía confundir las rutas 23, 57, 132 y 420; que la llevaban desde la Habana Vieja hasta Santa Fe.
Con esas visitas, Viviane contrarrestaba la desazón que le producía la prolongada espera, y de paso, le daba la oportunidad al profesor de Inglés medio loco de hablar sobre las cosas que tenía metidas en su cabeza; lo que él hacía como si estuviera hablando consigo mismo, mientras ella le escuchaba en silencio.
En uno de esos domingos, en que llegó a «La Puntilla» más temprano de lo esperado; triste, demacrada y muy delgada, con un sencillo vestido de poliéster estampado y caluroso; Viviane se encontró al profesor medio loco sentado en una silla junto a la mesa del comedor, repleta de papeles y libros desordenados.
Al verla, él se puso de pie y fue a su encuentro entusiasmado.
—¡Qué bueno que llegaste temprano, porque hoy tengo unos deseos enormes de hablar y todo el tiempo del mundo!
—¡Así que siéntate y escúchame!...
—¿De veras crees que lo que está sucediendo ahora en Cuba es algo nuevo?
—¿Y no es así profesor?
—No señorita, no lo es, y te lo voy a demostrar.
—En enero del año 1869, los «voluntarios» españoles allanaron casas y golpearon a los cubanos infidentes; de la misma manera que ahora otros «voluntarios» que se dicen cubanos, allanan casas, golpean a otros cubanos declarados disidentes y decretan el embargo de sus bienes, como se hizo en aquel entonces. A lo largo de ese año 1869, se fueron de Cuba huyendo de la represión, más de 100.000 cubanos de un total de 750.000; lo que corresponde al 13,2% de la población nativa. De la misma manera, huyendo del terror, a la desbandada, más de 100.000 cubanos han abandonado el país recientemente.
—Al cabo de 111 años se repite el fenómeno.
—Es que en casi 500 años de historia, los estadios de opresión, dependencia y estancamiento, son cíclicos en nuestro país. Dramáticamente, todo gira del pasado al presente y viceversa. En realidad, son misteriosas, las vías que conectan hechos tan parecidos y distanciados en el tiempo.
—¿Escuchas el teléfono? —¡Ve a ver quién es muchacha!
Cuando Viviane toma el auricular en sus manos, un sonido agudo y familiar le llega al oído.
—Se cayó la comunicación profesor —dijo con desaliento.
—¿Dónde me quedé? ¡Ah sí ya sé! —reflexionó el profesor y continuó.
—Desde la llegada de los primeros conquistadores, hemos estado callando, obedeciendo y hablando bajito, por estar la palabra secuestrada; salvo, en los ocho años en que gobernaron los auténticos Grau y Prío Socarrás, en época de la República. En todos los demás gobiernos, nativos del país han sido expulsados, o han tenido que huir por desacato a esas imposiciones.
—Te diré más; en la República, existió una Guardia Rural, al igual, que la Guardia Civil de la colonia, con los mismos procederes e igualmente odiada por la población de nuestros campos; y, en función de la defensa, se organizaron milicias en la colonia desde el siglo XVII, al igual que en el presente, y todavía vivimos haciendo guardias y más guardias, rondas y más rondas.
—En 500 años querida Viviane, se van y vuelven por períodos: el abuso, la servidumbre, la esclavitud, el vasallaje o el «yo te doy mientras me sirvas», rezago del feudalismo.
—Desde que Diego Velázquez desembarcó en Cuba en 1510, hasta el día de hoy; nos han gobernando hombres de carácter absorbente y minucioso que han intervenido en nuestras vidas con poder omnímodo. Se llamaron capitanes generales en la época de España, generales que eran presidentes en la República y comandante en jefe en la actualidad.
Interesada en lo que acababa de escuchar, Viviane le preguntó al profesor el por qué sucedía eso.
—Eso es posible porque la adoración irracional a los méritos guerreros, las dotes personales de autoridad y atracción, es algo que llevamos en la sangre; al igual, que el no respeto a las instituciones.
—¿Comprendes ahora? le dijo y continuó…
—Como se han hecho durante 500 años tantas leyes arbitrarias e injustas, nos acostumbramos a violarlas. Eso viene desde que el rey de España decía una cosa allá, y aquí, se hacía otra. Los gobernadores de Cuba, acataban solemnemente las pragmáticas reales, pero, no las cumplían.
En ese momento suena el timbre del teléfono y su esposa grita desde el cuarto: —¡Es un equivocado!
Esto interrumpe al profesor y deja a Viviane en vilo. Trabajo les dio volver a concentrarse.
—Como te decía:…
—El rígido sistema de centralización política y administrativa y de monopolio mercantil, se repite en el tiempo; al igual que la progresiva militarización del gobierno.
—En la colonia había una enorme y embrutecida burocracia, en la actualidad una burocracia incapaz nos come por los pies; parece que retornó para quedarse. Intenta hacer alguna gestión muchacha y sufrirás el papeleo.
—Esto que te digo Viviane, es para demostrarte que no hay nada nuevo; lo que nos sucede hoy, nos sucedió otras veces, a lo largo de casi cinco siglos.
—Por ejemplo: la rígida censura a toda clase de publicaciones, incluyendo la violación de la correspondencia, no es nada nuevo. Era un mal del período colonial, que se volvió a sufrir en la República cuando las dictaduras de Machado y de Batista, y en el presente, es una constante.
—Lo mismo sucede con las expulsiones y el número de los que prefieren el ostracismo a los riesgos. Esto fue muy elevado en la colonia, en algunos momentos de la República y en el presente, no tiene parangón.
—Por eso, la prudencia impuesta, sigue siendo recurrente.
—¿Usted no siente miedo al decir esas cosas profesor?
—Pues claro que lo siento Viviane; el miedo siempre está presente, va y viene, se pierde por períodos, pero regresa ¡El que no lo haya sentido que tire la primera piedra! El miedo enclavado en el corazón de este pueblo, largamente oprimido, ha ahondado los enconos y la desconfianza durante cinco siglos.
—Dijo el profesor y se fue a la cocina en busca de agua fría y de una taza de café caliente.
Cuando regresó retomó la palabra.
—¡En casi 500 años no nos hemos podido desprender de las metrópolis económicas y políticas! Primero fue España, después los Estados Unidos y ahora la URSS. Seguimos bajo la égida de una metrópoli. Fuimos y somos dependientes.
—Algo que no quiero que se me olvide es el regionalismo, ese fenómeno que tomó fuerza a partir del siglo XVIII y que hizo tanto daño en la guerra del '68, no ha sido eliminado. A pesar, de que fue condenado, por el daño que produjo en nuestras guerras de independencia, se mantuvo en la República y la nueva división política y administrativa, lo refuerza.
—Viviane, en 1869 España introduce la peseta y cinco pesetas equivalían a un peso. Hoy, curiosamente, un peso cubano sigue valiendo cinco pesetas.
—A ti que te gusta tanto la cultura muchacha, ¿no te impresiona el número de hombres y mujeres, de todas las épocas, que puede exhibir Cuba en el campo de las letras y en el de las ciencias y que fomentaron, a pesar de los pesares: la economía, la agricultura, la literatura y el arte?
—Tiene Ud. razón profesor, es una historia plagada de nombres ilustres.
—Vienen a mi memoria los nombres de: Zequeira, José Agustín Caballero, Francisco de Arango y Parreño, Félix Varela, José María Heredia, José Antonio Saco, José de la Luz, Bachiller y Morales, Felipe Poey, Carlos Juan Finlay, Carlos de la Torre, Fernando Ortiz, Luisa Pérez de Zambrana, Julián del Casal, Juana Borrero, Jorge Mañach, Manuel Moreno Fraginals, Cintio Vitier, Fina García Marrúz, José Lezama Lima, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y el obligado, por siempre, nuestro José Martí.
—¡Dios! ¡Cuántas personas importantes! Y eso que sólo he citado un racimo pequeño de talentos que confirman lo que Ud. ha dicho profesor; muchos de ellos, vivieron una vida muy dramática —dijo Viviane y guardó silencio para seguir escuchando con atención.
—Creo que es justo decir, que en nuestro país se dieron gobernantes, que sin renunciar a su condición de déspotas, asumieron el deber de mejorar la vida cultural del pueblo. Lo hicieron, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, Don Luís de las Casas y el Obispo Espada; casi todos los gobiernos en la República y también se hace en el presente; porque, no sólo tenemos el legado de la España opresora de Felipe II y de la Inquisición, sino también, la de Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Fray Luis de León; la España del Greco, de Goya y de Murillo ¡Ah, los niños de Murillo! ¡Qué belleza!
—Eso es una regularidad en nuestra historia —afirmó el profesor.
—No creas Viviane, que el autoritarismo despótico es sólo de los gobernantes españoles, también los cubanos heredamos ese mal de España.
—Se vio claro en la Guerra del 68 donde jefes militares y civiles del campo revolucionario, se acusaban entre sí, de ser autoritarios. Con excepción de los auténticos Grau y Prío Socarrás, que ya mencioné, el autoritarismo se manifestó —en mayor o en menor grado— en todos los gobiernos de la República.
—El objeto principal del autoritarismo es dominar y hacer producir, pero, para dominar, son demasiado autoritarios y para hacer producir, son incapaces.
—Al triunfo de la Revolución del 59, los que pensamos que ese fenómeno no regresaría, nos llevamos tremendo chasco —dijo el profesor, y lanzó un manotazo al aire.
—El carácter mesiánico de nuestro patriotismo, no es un fenómeno del presente, señorita; es una constante desde el siglo XIX.
—Eso es igual que los dogmas. En la colonia y en la República era el dogma religioso, ahora es la ideología marxista.
—Aquí el profesor medio loco se puso de pie y bajo protesta, atendió la llamada que tenía en el teléfono; en tanto Viviane, se fue a la cocina.
—¿Cómo puedes soportar tanto rato esa descarga histórica hija mía? —le dijo su esposa muy apenada.
—No se moleste por eso, para mí es un gusto escucharle; él me necesita y yo lo necesito, así alivio un poco mi tristeza. Ud. sabe por lo que estoy pasando desde que me quedé sola en este mundo —le contestó la muchacha y con unas palmadas en el hombro de la buena mujer, trató de calmarla; a cambio, recibió un vaso del agua salobre de Santa Fe, bien fría, y una taza de café caliente.
De regreso, se sentó de nuevo frente al profesor, con la mesa del comedor por el medio, toda llena de libros y papeles regados. Allí Viviane le escuchó decir que ni en la época de España, ni en la República, ni en el presente, nos hemos desprendido del juego, la vagancia, el vicio y la gente de mal vivir.
—Allá por los años veinte del siglo pasado, el capitán general Dionisio Vives dijo con relación a nosotros una cosa muy fea.
—Espera, ahora te busco lo que dijo.
Le advirtió a Viviane y se puso a hurgar entre un reguero de hojas sueltas, hasta que, como un prestidigitador, sacó la que quería y leyó...«Un pueblo acostumbrado a la licencia y al libertinaje y corrompido en sus costumbres por su inmemorial asistencia al juego y apego a la disipación». En la República, Tomás Estrada Palma nos creyó ingobernables y lo peor es que hoy en día, hasta gentes del pueblo llano mantienen esas ideas porque saben, que entre otras cosas, se sigue jugando a la lotería, a las cartas y a las peleas de gallos; porque, no se han eliminado las causas que engancharon el juego a nuestra idiosincrasia. No basta con prohibirlo.
—Pero también hay que decir, que en todas las épocas, en Cuba han abundado las personas de espíritu elevado, decentes, laboriosas y emprendedoras; cubanos humanistas y universales.
—Si hablamos de economía Viviane, hay tela por donde cortar.
—Tú sabes que el comercio es la vida de los pueblos. Sin embargo, en la historia de nuestro país, la tendencia al comercio restringido, es una regularidad. En época de la colonia, España sólo permitió comerciar con el puerto de Sevilla, el de Cádiz y en algunos momentos, con otros puertos restringidos y sus colonias. Durante la República, se comerció enteramente con los Estados Unidos, y hoy en día, con la URSS y el campo socialista.
—Siempre encontrarás razones para explicar esa tendencia, para justificarla; lo que no encontrarás, es la explicación del por qué, en diferentes períodos de nuestra historia se hace presente esta tendencia, esta proclividad.
—Durante siglos, España ejerció el monopolio comercial; con el advenimiento de la República, fue sustituido por los Tratados Comerciales de 1903 y 1934 impuestos por los Estados Unidos y cuando a partir de 1940, con la nueva Constitución, se pensaba en otra cosa, vino la Revolución del 59 e implantó el férreo monopolio estatal sobre la economía.
—El monopolio, con sus nefastas consecuencias. Tú y yo las conocemos muy bien, porque las sufrimos todos los días: las producciones del campo se pierden, el desarrollo económico se estanca, la escasez se hace crónica y obliga a buscar otros medios para sobrevivir. Así, el contrabando se convierte en una institución en la que participa todo el pueblo.
—¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra!
—Frente a esto, la represión fracasa.
—Antes, en época de España, se intercambiaba cueros, quesos, tasajo, casabe y otros productos, por telas, vinos, esclavos, todo tipo de objetos de lujo y hasta libros; en los años '40, los cubanos conseguían el arroz, el jabón, la leche condensada y la manteca en la bolsa negra; hoy, te vistes y te calzas, si tienes dinero, con la ropa y los zapatos que te venden los rusos a escondidas.
—El contrabando, como respuesta al monopolio comercial oficial, va de la mano con nuestra historia.
—Para todo esto hay explicaciones, muchas explicaciones; lo que nadie explica es la insistencia durante casi 500 años, en negar a nuestra población: la libertad de vender y de comprar.
En ese instante, se hace presente la esposa del profesor —una baracoesa campechana y laboriosa— con dos platos de arroz con frijoles, bien calientes, y pescado frito.
—¡Vamos coman!, son las dos de la tarde y este hombre con tanta habladera te va a matar hija mía.
—No se preocupe, al contrario, les estoy agradecida ¿Qué sería de mí si no fuera por ustedes? —Dijo Viviane y les sonrió amablemente.
—A esta guajira repinchada, la conocí en el año 60 en Baracoa, a donde me fui a trabajar como maestro voluntario.
—Contó el profesor mientras tomaba la mano de su esposa.
—Me llamó la atención por lo de repinchada, y por ser la única en el monte donde estaba la escuela, que sabía leer y escribir; además, de todas las muchachas del lugar, era la más bonita.
—Hace 20 años que me casé con ella y todavía sigue siendo repinchada.
—¡A mucha honra! —respondió la esposa.
—¡No te molestes guajira, me agrada que seas repinchada!
Aún almorzando, el profesor de Inglés medio loco no dejó de hablar.
—Si estudias nuestra historia, la verás enredada en un montón de trabas.
A cortos períodos de vacas gordas, alternan largos períodos de vacas flacas; al florecimiento económico, le sigue la decadencia y viceversa; como un cachumbambé siempre presente.
—¿Y qué me dices de la violencia? Una violencia que ha sido ejercida por el poder, para el poder y desde el poder, y que no tiene nada que ver con la violencia común.
—Siguiendo la Historia, todo comenzó con el uso de la violencia por el poder, cuando España la emprendió contra los primitivos habitantes de Cuba, causando su exterminio; cosa que no sucedió en la América continental, a pesar, de la crueldad de la conquista y de la colonización española.
—Al suceder eso, razas y culturas —todas extranjeras— fueron trasplantadas en nuestro país, usando la violencia desde el poder, con el consiguiente desgarramiento; como es el caso de los africanos esclavizados.
—Entre los incontables hechos de violencia ejercidos —desde el poder— por los españoles, sobre los nacidos en nuestro país durante 4 siglos, sobresale el «holocausto campesino» provocado por la reconcentración, dictada por el Capitán General Valeriano Weyler, en 1896.
—Viviane, un reportero norteamericano que marchó con Gómez llamado Grover Flint afirmó: «…que muchos observadores cuidadosos y conservadores, calcularon la destrucción de 600.000 campesinos concentrados, incluyendo los que se ocultaron en los bosques y los que fueron asesinados antes de ponerse en vigor el edicto de la reconcentración». Este párrafo lo leyó el profesor del libro de Grover Flint Marchando con Gómez, que encontró, tanteando con sus dedos, entre los libros y papeles que fueron a parar a la esquina de la mesa, mientras ellos almorzaban.
—Esos 600.000 campesinos muertos, formaban parte de una población aproximada de 1. 600.000 habitantes, según el censo de 1887; el último que realizó España en Cuba. Haciendo esta observación Viviane, puedes calcular la magnitud de la violencia ejercida, desde el poder, por España, y que provocó ese genocidio.
—Perdone profesor que lo interrumpa, le dijo la joven haciendo un esfuerzo: lo de la reconcentración me toca muy de cerca, porque mi abuela Edith la sufrió y de toda la familia reconcentrada, fue la única que pudo sobrevivir de puro milagro, para hacer el cuento. El profesor escuchó a Viviane con interés y después continuó.
—En la guerra grande que duró diez años, en la Chiquita, y en la del 95; los mambises usaron la violencia por y para el poder y el gobierno colonial lo hizo desde el poder omnímodo. De la guerra Hispano-Cubano-Americana, salió una República con la soberanía y la independencia reprimidas, por la violencia, desde un poder extranjero, a través, de un apéndice a la Constitución de 1901, que se llamó Enmienda Platt.
—Pero, con el advenimiento de la era republicana, —prosiguió el profesor— no se eliminó la violencia Viviane. Como era de esperar, sucedió todo lo contrario.
—En 1906 hubo guerra cuando Estrada Palma usando la violencia, desde el poder, pretendió reelegirse; y en 1912, gobernando José Miguel Gómez, se mataron a más de 3.000 negros durante la guerrita de los «Independientes de Color» en la región oriental del país: los negros quemaron el pueblo de La Maya y en otros lugares dieron candela a las casas de los blancos; dando lugar a que el ejército y hasta algunos individuos roñosos, los machetearan, los trucidaran, los decapitaran y los ahorcaran y el sentimiento racista creció y se multiplicó para desgracia de todos.
—En 1917, en lucha fratricida por el poder, sucedió la guerra de «la Chambelona» y, cuando la dictadura de Machado, todas las fuerzas en pugna recurrieron a la violencia. En los gobiernos auténticos entre 1944 y 1948, el gangsterismo político campeaba por sus respetos, protegido desde el poder; y durante la dictadura de Batista, el pueblo combatiente ejerció la violencia por el poder, y el gobierno usurpador lo hizo desde el poder. En esa lucha cruenta, no se sabe a ciencia cierta cuantos murieron.
—En estos últimos años, el Estado Revolucionario atomizó la violencia política sobre la sociedad, de tal manera, que la ejercen los ciudadanos entre sí y contra sí mismos.
—El derramar mucha sangre, a cambio de magros logros, ha sido una constante en nuestra historia.
—¡Viviane, es una roña de casi 500 años!
—Los hechos ocurridos en estos días, demuestran fehacientemente lo que Ud. acaba de decir, profesor. Expresó Viviane con profundo dolor.
Cuando terminaron de almorzar, su mujer hizo café para los tres y les dijo satisfecha, que ese café se lo compró de contrabando a un individuo que lo trajo desde Guantánamo.
De pronto, el profesor se puso de pie y dejando la taza a un lado, se fue frenético a su cuarto en busca de algo. Con un grito de ¡ya voy para allá! regresó enarbolando un libro blanco.
—¿Qué me dices de la frustración y el resentimiento en nuestras vidas?
—De eso nos habla aquí Cintio Vitier y señaló el libro golpeándolo con el dedo índice.
—¿Cómo se llama profesor? —pregunta Viviane intrigada.
—Lo cubano en la poesía y lo escribió Vitier en 1957, en uno de nuestros períodos de cerrazón histórica —le respondió, y comenzó a leer en voz alta y a saltos, buscando la coherencia para fundamentar sus ideas.
…Nuestra sensibilidad moral, nuestra vida religiosa, nuestra asimilación de la cultura, generalmente ha carecido de eso que los predicadores llaman «un fundamento sólido». De ahí que volvamos continuamente los ojos a las generaciones de «fundadores» de nuestro siglo XIX.
…Cada fundador entonces… tenía que ser un sacrificado… La poesía… siguió como pudo aquel destino que le era cruelmente impuesto, hasta que Martí asumió poesía y sacrificio en un solo acto, en una idéntica sustancia.
Pero una vez desaparecida aquella resistencia configuradora, esencialmente fundada y fundacional, parece como si nos desganáramos de nuestras propias ilusiones. Entonces a los sacrificados empiezan a suceder los frustrados…
Empieza entonces la ronda sombría y a ratos pintoresca de los frustrados republicanos.
…Diríase que para nosotros la frustración se ha convertido en una especie de oscuro deber.
…Lo que significa en la vida española la envidia, lo encarna en la nuestra el resentimiento, entre resentidos y desalentados vamos derivando, generación tras generación, hacia la esterilidad del esfuerzo creador …Este es el país de los que están de vuelta sin haber ido, de los que ya no creen en «boberías», de los que tienen por divisa el «no vale la pena»…del que no se sabe nunca cuál es su sitio y del que no tiene sitio ninguno …del poeta de un sólo soneto.
Estamos acostumbrados a los brillantes florecimientos que no dan ningún fruto nutricio. La fe nos dura poco, y pronto nos vamos, con nuestra habitual mansedumbre, cada vez más melancólica, a nuestras ocupaciones habituales: la caza de la jutía, la preparación del casabe, el juego de batos. Fundar algo sobre esta arena movediza... es en verdad improbable faena. Sólo las agitaciones espasmódicas de la política y el grosero manotazo de la tiranía logran sacar la nostalgia de sacrificio, reverso de la frustración, que late aún en la juventud exasperada.
…Pero esa misma situación recurrente, cíclica: tiranía-sacrificio, sacrificio-tiranía, con los intermedios consabidos, ¿no es también un punto inerte, un callejón sin salida de nuestra historia?
Aquí, el profesor cerró el libro y muy serio, con la cabeza alta como si hubiera encontrado su verdad, aseveró:
—¡Es el conflicto de toda una nación con su destino!
—El destino de esta Isla, es el círculo vicioso, y el conflicto de los isleños ha sido y es, el de compartir ese destino, o salir del círculo vicioso en busca de otro destino.
—A veces me pregunto ¿qué hubiera sido de Félix Varela, José María Heredia y José Martí, si no hubieran salido fuera del círculo vicioso, expulsados por las autoridades españolas? —Estoy seguro que no serían lo que son. Recuerdo a José White, el insigne músico cubano del siglo XIX, al autor de Cecilia Valdés, Cirilo Villaverde, al escritor Alejo Carpentier y a otros tantos que no tienen nombre y que no puedo citar, porque suman millones.
—¡Cuántas personas leales y generosas, inocentes o culpables; condenadas por nuestra Historia a vivir durante casi 500 años, dentro o fuera de un círculo vicioso, que es carne de nuestra carne!
—Viviane, estoy convencido de que las revoluciones cubanas de 1868 y 1895, la de 1933 y la de 1959; fueron intentos necesarios para salir del círculo vicioso, pero no conscientes de la existencia de este fenómeno. Igual sucede con las emigraciones masivas. Tomar conciencia de algo tan complejo, es necesario, para enfrentarlo exitosamente.
—Como todo lo que gira sobre sí mismo, el círculo vicioso es muy atractivo; tanto, que si logro salir de él algún día, juro que regresaré para vivir los últimos años de mi vida en Baracoa, allá en el confín del oriente cubano.
—Después de decir esto, el profesor —tan campante como si nada— dio por terminada su exposición de varias horas.
—Ahora comprendo a los que dicen que Ud. es un profesor medio loco.
—¡Le juro por mi madre, que en mi vida no he visto, otra persona más cuerda que usted!
—Le aseguró Viviane convencida y le pidió prestado el libro de Cintio Vitier.
Sin decir palabra esta vez, el profesor puso el libro en las manos de la muchacha.
A partir de la muerte de su hermano y de su madre y de la incomunicación con Renata, en su soledad, Viviane permanecía a distancia de todo lo que perturbaba el orden de su vida, y se dedicó por entero a continuar la carrera de Licenciatura en Letras y a su reciente trabajo de profesora de Español en una Escuela Secundaria Urbana.
Como «Dios aprieta pero no ahoga», a Viviane se le presentó la oportunidad de ese trabajo, gracias, al profesor de Inglés medio loco que era amigo personal de la directora de la Escuela. A ella le habló del talento de la joven, de su inclinación por el magisterio que le venía por su tía Juliette y su madre Hortense, de sus estudios universitarios, de sus altas calificaciones y de que además, hablaba francés.
—¡Muchacha, creo que te conseguí trabajo en una Escuela Secundaria con una amiga mía! Ella, es la directora, y está tan loca como yo. Imagínate, que es de esas personas que se hace llamar por su nombre y dos apellidos y no le teme a nadie, porque está protegida por un general que es su amante desde hace mucho tiempo, y el marido se lo permite. Aunque ella hace alarde de eso, no es mala persona, y tiene un ojo para las gentes que sirven, que en cuanto te vea, te va aceptar. ¡Estoy seguro!
Cuando Viviane se presentó ante la Directora de la Escuela, ésta quedó gratamente impresionada con su presencia. Y cuando la escuchó hablar y le mostró sus certificados de notas sobresalientes, le dijo: —Tengo una plaza vacante, se me fue del país una profesora de Español; vete al Municipio de Educación con el papel que te voy a dar y en cuanto te acepten, vienes para acá a encargarte de esa «papa caliente», porque hay un atraso de tres semanas en el programa. Complacida, salió Viviane de aquella reunión.
¡Cuánto tiempo hacía que no se sentía así!
Consciente de que a destiempo, huyeron de ella los afectos de una manera absurda y dolorosa; Viviane pensaba en el chino Julián Wong, que tenía 90 años de edad y vivía todavía fabricando jabas de papel o de saco, para venderlas de contrabando a la vera de un puesto de viandas estatal; aún así, la visitaba con la frecuencia que le permitía su agotado cuerpo. Era el único familiar que le quedaba, porque con el padre ausente no mantenía comunicación alguna.
Arropada en el viejo butacón provenzal concebido para ser eterno, la tataranieta de Donata descansaba sobre sí misma. Encima de la mesa, un candil. Era la hora del apagón y la de tomar un libro al azar y al azar, leer algunas páginas.
Curiosamente, el apagón no le abrumaba. Por extraño que parezca, la sosegaba, porque el apagón era el silencio y en esa atmósfera irreal ella se movía sin torpeza.
A sus alumnos los tenía fascinados; la respetaban y querían con el ímpetu del amor adolescente.
Cuando había trabajo productivo —aunque fuera domingo— no faltaban, porque allí estaba la profe Viviane que en el horario de receso les hablaba de Los Miserables de Victor Hugo, les recitaba en español y en francés algunos versos del largo poema que Paul Eluard llamara Libertad o, —con especial encanto— les decía el Romance Sonámbulo de Federico García Lorca.
Cierto día en que cantaban juntos al estilo de La Guantanamera, Versos Sencillos de José Martí, Viviane les mostró un libro de color blanco y les dijo:
—Este libro se llama Lo cubano en la poesía y lo escribió en 1957 el poeta y ensayista Cintio Vitier. Quiero que escuchen con detenimiento lo que les voy a leer en voz alta y despacio:
...Experiencia inolvidable, verdadera iluminación poética, la de oír a Julián Orbón cantar con la música de La Guantanamera esas estrofas donde Martí alcanza, en su propio centro, las esencias del pueblo eterno.
—¿Cómo se llama el poeta que nos dice eso?
—Cintio Vitier, profesora.
—¿A quién oyó cantar, con la música de La Guantanamera, los Versos Sencillos de José Martí?
—A Julián Orbón —respondió un alumno.
—¿Y quién era Julián Orbón, profe? —preguntó una alumna.
—Un genial compositor cubano, de padre asturiano y madre cubana, que dirigía el Conservatorio Orbón que estaba en la calle Calzada.
—¡Ud. se las sabe todas profe! —dijeron con euforia los muchachos.
—A juzgar por el año 1957, en que fue escrito este libro, ¿cuánto tiempo hace que se cantan los Versos Sencillos con la música de La Guantanamera?
¿Poco o mucho?
—Mucho tiempo profe —corearon los adolescentes.
Cuando Viviane salía de la escuela, dejaba atrás el trabajo y todo lo relacionado con él.
En los predios de su apartamento no quería nada —ni a nadie— que la distrajera de la incógnita de su vida.
Antes del alba, se levantaba y se iba al balcón donde disfrutaba el juego de sus begonias: amanecían revueltas como si un gato retozón se revolcase en ellas y después, durante el día, se volvían a reordenar.
Era una joven citadina que adoraba las plantas y las flores, pues, desde niña, llevaba en su corazón los ecos de la vida bucólica de sus antepasados.
Al frente, observaba el mismo paisaje de siempre al amanecer: las parpadeantes luces del Capitolio, las escasas luminarias del Parque de la Fraternidad, la extraña Fuente de la India siempre seca y los rostros difusos de los trabajadores, en las colas de unas guaguas que se tragaban esas personas, y las devolvían diferentes.
Aquel mundo pequeño y sin importancia no le atraía, aunque lo encontraba extraordinariamente bello, a pesar, de su vulgaridad y pobreza.
Desde su balcón, le gustaba ver a las parejas acercarse, abrazarse, despedirse; porque le atraía el misterio del amor, aunque no lo expresara su alma cerrada.
Ella estaba acostumbrada a guardar en silencio el pulso de su fiel corazón, pero no cejaba en la esperanza de que, algún día, encontraría acomodo a la sangre que le corría por las venas y lo hacía pensando en Renata.
¿Volveré a verla?, se preguntaba; y el desasosiego, su amigo íntimo de todos los días desde que ella se fue, volvió para acompañarla.
De regreso a la Escuela, se sentaba en la mesa de trabajo y se olvidaba de todos y de todo, incluyendo su asidero espiritual.
Para ganarse el pan de cada día, tenía que acercarse a la vida real y aceptarla tal cual era, aunque la realización de este ejercicio, la dejara en vilo y temerosa, por verse obligada a participar en el caos y la locura del mundo que le tocó vivir.
Cierto día, al entrar Viviane en el cubículo donde se reunían los profesores, encontró a varios de ellos sentados alrededor de la mesa de trabajo.
Al verla Onelia, su Jefa de Cátedra, una compañera amistosa, simpática y alegre, —que no estaba en nada que no fuera el trabajo y su familia— se dirigió a Angelita, la profesora de Matemática secretaria del núcleo del Partido, alabando a Viviane y presentándola como la nueva profesora de Español.
Al escuchar aquello, Angelita se demudó, el color amarillento de su rostro achinado se tornó rojo y la cara se le alargó, de manera tan evidente, que no pasó inadvertido para la sensible Viviane.
La sacudida que le produjo tal actitud, la marchitó por un tiempo, como ocurre con la sensitiva, si alguien la toca.
Cuando Viviane era una niña, su tía Juliette le puso sensitiva, porque si le tocaba el estómago con el dedo índice, ella se encogía. Por esta razón, le contó, que en el campo había una planta rastrera que cuando la tocaban o pisaban cerraba sus hojas, se marchitaba, y pasado algún tiempo, volvía a abrirse.
El que la tocaran para encogerse como la sensitiva, se convirtió en un juego para la pequeña.
Tratando de no desordenar su vida, ya lastimada por la ausencia de Renata y lo sucedido recientemente con la familia; Viviane se mantuvo distante —en lo que pudo— de Angelita.
Cierto día, uno de esos que se empleaban en la superación profesoral; visitó la Escuela una profesora de la Universidad de la Habana, invitada por la dirección, para dar una conferencia sobre la visita a Cuba de Federico García Lorca.
Al terminar la profesora invitada su interesante exposición, uno de los profesores presentes le dijo con sorna y voz de trueno: —Pero Lorca era homosexual, ¿no es así? Y al escuchar aquello, rieron gozosamente los profesores y muchas de las profesoras.
—¿Alguien más desea intervenir? —preguntó la conferencista para no verse obligada a responder demanda tan embarazosa, a lo que respondió Viviane afirmativamente.
—Aunque no soy profesora de Historia —dijo de pie— creo necesario hacer un poco de historia en estos momentos: —En el asesinato de García Lorca, se manejó la homofobia políticamente, e intervinieron en ello, litigios entre los Alba y los García Rodríguez y otros familiares cercanos y lejanos.
Se peleaban, desde muchos años atrás, por lindes, herencias y cuestiones políticas, pues, militaban en partidos políticos rivales. Al escribir La casa de Bernarda Alba, Federico no tiene reparos en contar la historia real de su tía Francisca Alba, y usa en esa obra nombres reales, lo que disgustó sobremanera a los familiares de su tía.
Como Viviane pronunciaba estas palabras sin mirar a nadie, no pudo observar el alargado y enrojecido rostro achinado de Angelita, ni la sonrisa complaciente y regocijada de su directora.
—Lo denunciaron tres personas, entre ellos, un capitán falangista y un ultra católico. Siempre las delaciones, las odiosas delaciones, como aquellas que hicieron tanto daño en nuestra era colonial. ¡Ah!, el autor de su ejecución fue, por propia declaración, un individuo oscuro llamado Juan Luis Trescastros.
—Digo esto, para llamar la atención sobre las fuerzas ultra reaccionarias que se confabularon contra Lorca.
—Hoy en día, nosotros vamos al teatro en agradable compañía para disfrutar de La Casa de Bernarda Alba, de Yerma, de Doña Rosita la Soltera, o gozamos con la lectura del Romance Sonámbulo y los Poemas del Cante Jondo. A cambio, nos reímos del extraordinario autor de esos placeres, conocedores de su trágica muerte.
Al terminar su exposición Viviane se sentó en medio de un silencio aplastante, y al salir, la profesora invitada la saludó con un efusivo —¿Y tú qué haces aquí muchacha…?
Mientras, en el edificio en que vivía, se mantenía también distante de Fefa, la presidenta del Consejo de Vecinos y del CDR de la cuadra, por considerarla una mujer muy desagradable.
A Fefa, le pagaba las cuotas del CDR por un año adelantado, con tal de no verla de pie en la puerta de su apartamento todos los meses, y hacía —sin chistar— las guardias que le situaba, siempre en días de trabajo, por no discutir con ella.
En cuanto Fefa se mudó al edificio con su uniforme verde olivo, impuso a todos su deseo de ocupar esos cargos, a lo que accedieron gustosos los vecinos. Nadie quería esas responsabilidades.
A partir de entonces, las tres horas de agua que se daban todos los días, se redujeron a una, porque lo decidió Fefa; y nadie levantó la voz.
Entre todos recogieron 300 pesos para mejorar las instalaciones hidráulicas del edificio, se los entregaron a Fefa que no hizo nada; y nadie levantó la voz.
En la medida en que algunos vecinos, abandonaban sus apartamentos por salida definitiva del país, Fefa entraba subrepticiamente en ellos, para obtener, lo que de otro modo no conseguiría; y nadie levantó la voz.
Hasta el día, en que se reunió el vecindario en una asamblea, para proponer delegados al Poder Popular.
Allí, Viviane no levantó la mano para apoyar la proposición de Fefa como delegada.
Al verla, los vecinos la imitaron, destrozando de manera unánime, la máxima aspiración —por el momento— de aquella mujer sin escrúpulos.
Al término de la reunión, Fefa se las arregló para acercarse a Viviane y decirle con voz amenazante: —¡Me las vas a pagar algún día! ¡Ya verás!
En tanto, en la Escuela Secundaria Básica Urbana —prestos y diligentes— iban los militantes a la reunión del núcleo convocada y presidida por Angelita, a la que todos llamaban —por detrás— «mandamá».
Entre ellos se encontraba Rodobaldo el profesor de Física, al que nombraban a sus espaldas «el agachao», por su forma peculiar de abyección ante Angelita, y Lucrecia la profesora de Química que dirigía el sindicato, a la que le decían «chea», a hurtadillas, por su manera vulgar de vestirse y de expresarse.
También se encontraba entre ellos, Onelia, la Jefa de Cátedra de Español que militaba en el Partido por exigencia del marido: un extremista que no comía lechugas si eran americanas.
Todos respondían por sus nombres, apenas usaban el apellido.
Pero esta era una reunión especial, diferente. Se había promulgado el Decreto Ley No. 34, para reprimir a los maestros y profesores. Con gran solemnidad, lo dio a conocer Angelita y después pasó a la agenda del día.
—En cumplimiento del Decreto Ley 34, propongo analizar a la nueva profesora de Español —dijo, y prosiguió haciendo énfasis en cada palabra.
—Es muy rara esa muchacha, apenas comparte, siempre está distante, no es colectivista, ni afable, el padre se fue del país y el hermano que se murió hace poco, parece que vino castigado de Angola. Además, es muy inteligente y tiene mucha influencia en el alumnado, lo que la hace bien peligrosa.
Deseando aportar algo, a lo que acababa de expresar Angelita, Lucrecia la interrumpe.
—Yo no sé si ustedes se han fijado… No tiene novio, ni hijos, no se ha casado.
—Es muy joven ¡caramba! —interviene Onelia.
—Además —prosiguió Lucrecia sin escucharla— le recita a los muchachos poesía que les habla de libertá.
—Libertad, le rectifica Onelia, y es un bello poema de Paul Eluard.
—¿Leluar?... Yo lo digo, se cree francesa, y ahora los alumnos cuando les repaso me dicen: ¡gracias profesora!, en francé. ¿Lo imaginan? —Expresó Lucrecia con los ojos virados hacia arriba.
—Pero, ¡qué bonita es la muy cabrona! —Comentó Rodobaldo en voz baja y sin querer.
De esa reunión, salió Onelia escandalizada con lo que estaba ocurriendo. Decidida a contarle a su nueva y joven profesora, se fue a la Universidad y la esperó a la salida de clases.
En silencio, con la dignidad que la caracterizaba, escuchó Viviane lo que le contaba Onelia —con todos los pormenores— rogándole, por favor, que no le dijera a nadie.
—Esto es muy secreto. Yo le temo mucho a esa mujer, porque es capaz de todo. Me sienta a su lado en las reuniones y tengo que soportarle su respiración, y su constante parpadeo; cuando me toca la guardia del domingo, me dice que no vaya; si me niego a que la haga por mí, se molesta; justifica mis llegadas tarde y se la pasa organizando comelatas en su casa, con tal de que yo asista; y, para tranquilizarme, me dice que mientras ella vele por mí, jamás me pasará nada.
—¿Qué es lo que me puede pasar? ¡Habráse visto! —exclamó Onelia, visiblemente molesta.
—Además, está muy interesada en saber si yo te visito. —aseguró cogiendo aire.
—¡No puedes imaginar lo asqueada que estoy de todo esto, y de sentir miedo siempre! —dijo, y respiró otra vez, profundamente.
Era evidente que estaba aterrada y su miedo se lo transmitió a Viviane, al colmo, de que perdió totalmente el sueño, por lo que pasaba gran parte de sus noches solitarias, enroscada en el butacón provenzal concebido para ser eterno.
Un día, en que la luz de la mañana se metía limpia y clara en su sala, descubrió en el piso, debajo del butacón, un montoncito de aserrín oscuro, que barrió con la escoba sin darle mucha importancia.
Con el fin de comunicarle lo analizado en la reunión del núcleo y haciendo gala de un sarcasmo inaudito, Angelita se reunió con la directora de la escuela.
—¿Esa muchacha tan femenina…? —¡Ustedes se han vuelto locos! —dijo la directora indignada.
—El hecho de que no lo aparente, no quiere decir que no lo sea —aseveró Angelita.
—Pero ustedes tienen que probar eso, se los digo yo como abogada —sostuvo la directora.
—No hay que probar nada, basta con un leve rumor, la Ley es muy abierta —dijo Angelita segura, decidida y visiblemente contrariada.
Como cada una tiraba para su lado y no lograban ponerse de acuerdo, dieron por terminada la corta reunión.
En su afán de proteger a las personas que consideraba de valía y de su absoluta confianza, y por llevarle la contraria a Angelita; la directora se dignó hablar con la aludida profesora de Español, del susodicho secreto.
Para hacerlo, condujo a Viviane a un hierbazal que había en el fondo del patio de la escuela, y le contó lo que ella ya sabía por Onelia, pero la joven no se dio por enterada.
—Esa sinvergüenza no sólo quiere perjudicarte a ti, sino a mí también. Me detesta; desde que yo llegué aquí la tengo atravesada. Estoy segura, de que piensa, que haciéndote daño a ti me lo hace a mí también, y de esa manera, mata dos pájaros de un tiro.
—Dijo la directora convencida de lo que decía, y prosiguió: —por eso ya yo hablé de esto con el General y me dijo: ¡Procede, que yo te apoyaré!
—Demás está decirte que no puedes hablar de lo dicho aquí con nadie.
—¡Guarda silencio! —le ordenó a Viviane que era el silencio en persona, y la dejó sola en medio del hierbazal.
—La directora y la secretaria del núcleo del Partido, cada una con sus intereses, con sus esquemas, con su escala de valores. ¿Quién no se desconcierta ante semejante urdimbre? —se preguntaba Viviane después de la reunión que sostuvo con ella, su directora.
Agobiada por el acoso y la persecución, Viviane cargaba sus días de trabajo excesivo tratando de lavar de esa manera, la suciedad con que la embarraban.
En sus lentas y pesadas noches, sin conciliar el sueño, recordaba que en la mañana debía barrer el aserrín debajo del butacón provenzal concebido para ser eterno, y se sorprendía preguntándose: —¿En realidad soy inocente? ¿Hasta dónde soy culpable? ¿En qué acerté? ¿En qué erré…?
Después, se iba temprano a la escuela donde parecía que no pasaba nada.
Pero, sí pasaba.
Angelita, con sigilosa actividad, reunía al núcleo —a veces informalmente— y recogía los informes que le traía Rodobaldo.
—Fui a verificarla con el CDR de su cuadra y la compañera Fefa —muy colaboradora por cierto— me dijo: que Viviane no paga el Comité, ni hace guardias, que es muy rara, que en su apartamento jamás la visita un hombre y que no ha llorado la muerte del hermano, ni de la madre.
Todo esto lo informó Rodobaldo, sin levantar la cabeza para mirar a su jefa.
—Yo tengo algo que decir también. Se ufanaba Lucrecia.
—Como tomé la determinación de cobrar por adelantado lo que queda del año de las cuotas del sindicato, se lo hice saber a los trabajadores, y todos estuvieron de acuerdo menos, la Viviane. Sin respeto alguno y con la cara muy alta me dijo delante de los demás, que seguiría pagando el sindicato mes por mes como está estipulado, y que ella, jamás pasaría por encima de la Ley.
—¿Qué se habrá creído esa blanquita leguleya? —dijo Lucrecia indignada.
—Por cierto —interrumpió Rodobaldo— dicen que es admiradora de los ideólogos de la Revolución Francesa, que era una revolución burguesa. Creo firmemente que tiene problemas ideológicos. Dicho esto, se viró de lado, como quien no quiere decir las cosas.
A esta reunión del núcleo, en la que todo el peso de la guillotina de los demonios cayó sobre el bonito cuello de Viviane, no asistió Noelia, la Jefa de Cátedra de Español.
Cuando los complotados —con la excepción de Noelia—, se encontraban con Viviane en alguna de las dependencias de la escuela, —ignorando que ella estaba enterada de lo que sucedía—, la saludaban, trataban de hablarle, y hasta le sonreían, como si nada estuviera ocurriendo.
Esa actitud, le hacía tanto daño, que unas ganas tremendas de escapar, de huir de todo aquello, llenaba su ser. Pero, la distancia entre su anhelo y la realidad, era tan grande, que le laceraba las entrañas y la hacía sentirse indefensa, frágil e impotente.
Al verse obligada a la resignación, se deprimía.
En una tarde, muy tarde, en que Viviane regresaba extenuada de la escuela, se topó en el pasillo de su edificio con Fefa la del Comité, quien le preguntó con sorna y sin saludar: —¿Te va bien…?
Aquella sacudida la volvió a marchitar como la sensitiva, durante toda la noche.
Los días pasaron lentos como si fueran muchos años, y sobre la cabeza de los trabajadores de aquella escuela pesaba como un chorro de plomo fundido, aquel silencio doloroso.
Todos se sentían acosados y agredidos. Se movían sin moverse, se miraban sin mirarse, se hablaban sin hablarse. Ellos también estaban aterrados.
Era un Decreto Ley que los afectaba a todos, y que la directora manejaba a su manera y Angelita a la suya.
¿Quién saldría airoso de semejante confrontación?
Cuando de improviso, se citó a los profesores a una asamblea extraordinaria, en un lugar y hora determinados, el silencio se hizo más pesado.
Al llegar el esperado momento, entraron en el lugar con las caras hoscas e intimidadoras, Angelita y una cohorte de militantes femeninas de otros núcleos.
Ante ellas, sentados como podían, estaban todos los profesores expectantes, consternados, temerosos, ya enterados —no se sabe cómo— de que iban a proponer la expulsión de Viviane Contreras Garriga, por homosexual y por diversionismo ideológico: dos vicios contrarios a la formación del hombre nuevo.
Sin estar contemplado por la agenda del día, uno de los profesores de Matemática se puso de pie y habló agudo y nervioso: —¡Yo no puedo vivir con miedo, mirando de un lado a otro lado y hablando bajito!
—¡Prefiero renunciar e irme a mi casa, aunque me muera de hambre!
Después de la intempestiva intervención del profesor de Matemática, sobrevino un corto e inquietante silencio, interrumpido por la voz clara, firme y segura de uno de los profesores de Historia.
—Yo soy español, nacionalizado cubano, y muy orgulloso de serlo. Dijo y prosiguió: —Soy además, combatiente de la Guerra Civil y pensé que en este noble país, con esta Revolución, jamás volvería a ver un hecho como el que se va a tratar aquí y que se vio con mucha frecuencia, en aquella horrible Guerra.
—Conocemos casos, que no son pocos, en que la infamia busca la venganza de la llamada justicia revolucionaria.
—¡Queremos un núcleo del Partido amigo, que nos conduzca sin denigrarnos, sin humillarnos!
—¡Todo lo que han dicho sobre la compañera Viviane es inadmisible, porque es algo manipulado con propósitos oscuros! Y terminó, volviéndose hacia la esquina donde ella permanecía de pie, sin alhajas ni peinado pretencioso, con su belleza digna, recogida y distante.
Con un aplauso entusiasta, apoyaron los trabajadores lo dicho por el profesor de Historia porque expresaba el sentir de todos ellos, y de inmediato, comenzaron a salir del aula, sin que se hubiera dado por terminada la sesión, dejando a la presidencia sin decir palabra. Algo insólito en aquel entonces.
A partir de ese momento, Angelita daba sus clases sin permitir inspecciones técnicas, y acabó yéndose de la escuela para otro trabajo, que no tenía nada que ver con la enseñanza. Lo mismo hizo Lucrecia.
A Rodobaldo, se lo llevaron para la guerra de Angola, a pesar de su desarreglo intestinal con evacuaciones frecuentes.
Onelia, continuó desempeñándose como Jefa de Cátedra de Español, y el núcleo se disolvió, para la tranquilidad y el regocijo de la directora, verdadera artífice del descalabro de aquel día memorable.
—Tú, sigues como profesora de Español. El Ministerio de Educación no tuvo nada que ver con lo sucedido, por eso no se tomaron medidas administrativas —le afirmó a Viviane su directora. Pero el daño estaba hecho.
Mientras, en el edificio donde vivía ocurría algo inesperado: Fefa había gritado en el pasillo —para satisfacción de todos los vecinos— que permutaba para Fontanar.
—¡Ese si es un barrio de caché!
¡Estoy cansada de vivir en esta Habana Vieja asquerosa! —dijo, y se fue.
Pero el daño estaba hecho.
En la soledad de su apartamento, Viviane se hacía preguntas y más preguntas sin repuestas inmediatas: —¿Qué haré con mi vida?, ¿a dónde voy?, ¿podré vivir de otra manera?, ¿qué hago conmigo?, ¿por qué tengo que pasar por todo esto?, ¿qué es lo que quieren de mí?, ¿por qué tengo que ser otra persona?, ¿a quién le he hecho daño?
—¿Por qué no puedo ser yo misma…?
Y con aquella letanía, golpeaba constantemente su cerebro. Se estaba volviendo loca.
A petición de Julián, el bueno y triste chino; Dulce, la vecina que lo cuidaba a cambio de que a su muerte le dejara la vivienda, ingresó a Viviane en la Clínica Psiquiátrica de Santa Catalina.
—Hace muchos días que no duerme, y apenas come —le dijo Dulce a los médicos, además de lo que sabía sobre las recientes muertes del hermano y de la madre.
Cuando los psiquiatras entrevistaron a la paciente no pudieron obtener información alguna, porque ella sólo hablaba de su feliz niñez y de las bonitas muñecas que el chino Julián le regalaba.
Como esta era una idea fija en ella, a la que agregó el terror a ser violada por un esquizofrénico que comía sus propias heces; le aplicaron varias sesiones de electrochoques y la trataron con fármacos contra la depresión, para calmar su ánimo angustiado, traerle la paz y hacerla dormir.
Al cabo de un mes, Dulce la sacó de la Clínica y la llevó al apartamento de la calle Monte, cargada de medicamentos de los que no debía prescindir por el momento.
Apenas caminaba, no podía cruzar las calles y para colmo, cuando se miraba en el espejo ovalado y sin marco, sólo veía tinieblas.
Una mañana, en que la luz del día entró cálida y dulce en su habitación, Viviane se levantó después de una terrible noche de insomnio, y torpemente, se dirigió a la sala. En su centro, la tela de Damasco de color dorado viejo bordada con hilo plateado, yacía reburujada en sí misma.
Los clavos de bronce opacados por el tiempo, seguían prendidos de ella, como su único asidero.
¡Era lo que quedaba del butacón provenzal, concebido para ser eterno!
Sobrecogida, Viviane se sentó en el piso junto aquellos restos, y con las manos sobre sus rodillas se puso a pensar en voz alta: —¡Ay Renata, perdí a mi hermano, a mi madre, y ahora, al viejo butacón! ¿Acaso también te perdí?, ¿volveré a verte?, ¿volverán las llamadas telefónicas?, ¿qué será de mí?
—¿¡A dónde me lleva el destino...!?
Al abrir la puerta del apartamento de la calle Monte, como lo hacía todos los días de aquellos duros meses; Dulce, la señora que servía al tío Julián, encontró a Viviane sentada en el suelo, —junto a lo que quedaba del viejo butacón provenzal, comido por el comején— aturdida y deprimida.
Parecía que sobre ella había caído el derrumbe de 200 años de historia familiar.
Como todos los días del mes de noviembre, en este de 1980, también oscureció temprano; y la noche cerrada cayó sobre el Parque de la Fraternidad, donde sus escasas luces macilentas trataban de iluminar, aquel paisaje suspendido en el tiempo.
La anunciada llegada de fin de año y la leve frialdad nocturna, despertó en Viviane el deseo de echar andar en busca de aquellos alegres encuentros compartidos con Renata, en que su espíritu se nutrió en el amor, la poesía y la amistad.
Recostada en la baranda de su balcón, sentía que todo a su alrededor se le tornaba doloroso a falta de la esperanza, y no comprendía el por qué, el espejo —al detenerse ante él durante ese día en que estaba tan intranquila— reflejaba una figura sosegada, apacible, despejada, y como siempre, cercana.
Aherrojada por los prejuicios de la época, desamparada y sola, no disfrutaba del juego de sus begonias porque la sed de agua las secó; nadie las regó en su ausencia. Empezaba a culparse por eso, cuando escuchó fuertes golpes en la puerta de entrada de su sala. Al abrirla, con cierto temor, aparecieron ante ella los dos hijos mayores del profesor de Inglés medio loco. Cuando los vio, en aquel estado de excitación, un embrollo de sentimientos se le vino encima y no sabía qué hacer.
—¡Vamos, busca tus papeles, tus títulos, tu inscripción de nacimiento y vienes con nosotros así mismo como estás! —le dijeron con apremio.
—¿A dónde vamos? —preguntó Viviane aturdida.
—¡A la playa, donde nos está esperando Renata!
—¡Ah, y no lleves medicinas, que no las vas a necesitar nunca más!
Al llegar a la casa de «La Puntilla» los muchachos y Viviane, el mar estaba extrañamente sereno y había tanto silencio que se podía escuchar el leve roce del agua en la arena, lamiéndola mansamente.
Todos estaban detrás, donde había una lancha cerca de los pilotes que soportaban la casa. Dentro de ella se encontraban: la tripulación, Renata, el hijo más pequeño del profesor de Inglés medio loco, decidido a irse y su padre, decidido a no dejarlo partir solo, porque el muchacho era un adolescente.
A Viviane, que temblaba como una hoja, la cargaron los jóvenes hasta la lancha y cuando ella estuvo a bordo, se fueron de prisa mar adentro, tragados por la noche oscura como boca de lobo. El resto de la familia se quedó en Santa Fe, por falta de espacio en la embarcación.
Ese fue el momento en que, Renata abrazó el cuerpo escuálido de Viviane.
El hijo más pequeño del profesor de Inglés medio loco, que llevaba el Concierto Barroco de Alejo Carpentier con la ilusión de leerlo durante el viaje, no pudo hacerlo, porque los mareos que sentía eran tan fuertes, que hasta se orinó en los pantalones.
En medio de tanto riesgo corrido y por correr, a pesar de la gravedad del momento, de la inquietud y las tinieblas; aquellas personas tenían la sensación de que habían alcanzado lo que parecía imposible.
Al llegar a los Estados Unidos, todos se radicaron en New Jersey donde vivía Renata, ahora una joven de 21 años, más tranquila y sosegada, sin los arranques impetuosos e irreverentes de tiempos atrás.
Ayudado por ella, el profesor de Inglés medio loco comenzó a trabajar de inmediato como maestro en una escuela primaria; labor fácil para quien había impartido clases en el Pedagógico Superior de Cuba. Mientras, su hijo, estudiaba y hacía part time en el restaurante de un hotel de New York.
Aunque el profesor no se sentía a gusto sin su mujer, trataba de evitar el descontrol por todos los medios porque con los recursos de su trabajo y lo que aportaba el muchacho, pudieron reiniciar sus vidas y alquilar un apartamento para ellos solos, en espera de la familia que se quedó en la Habana.
La idea de llevarlos a los Estados Unidos por reunificación familiar, lo calmaba un poco; pero, el hecho de estar divorciado de su mujer entorpecía sus gestiones al respecto, a lo que se sumaba, la decisión de los tres hijos que quedaron en Cuba de no dejar a su madre por detrás.
Años atrás, de común acuerdo con su esposa, el profesor de Inglés medio loco se divorció de ella, para con ese pretexto, solicitar una vivienda.
Si se la otorgaban, la compartiría con su mujer y la casa vieja, se la dejaría a sus cuatro hijos. Para lograr esto, daba clases de inglés en el Pedagógico Superior de día, y por la noche, trabajaba afanosamente en la microbrigada de la construcción.
A partir de entonces, el tiempo comenzó a transcurrir y sus fuerzas a disminuir; por lo que no pudo alcanzar sus propósitos y acabó enfermo y trastornado.
Así, trascurrieron los años, pero aquella familia no cejó en su empeño por volverse a ver.
A principios de la década del 90, en la Habana, los hijos del profesor de Inglés medio loco y los hijos del Cónsul de España en Cuba, establecieron una estrecha amistad a través de la práctica de la pesca submarina en los huertos coralinos.
Con asiduidad, el diplomático español y sus hijos, visitaban aquella familia artesana y marinera, atraídos por la cálida atmósfera que allí se respiraba y el raro encanto de la vieja casa de «La Puntilla»; hasta que en marzo de 1993 se la llevó La Tormenta del Siglo.
Antes de caer, la casa resistió el embate de las olas y se fue cayendo por partes. Tal parece que lo hacía, para que los moradores pudieran salvar sus vidas.
Conmovía ver el desolado paisaje que dejó la tormenta.
Donde antes existía vida y calor humano, sólo quedaban unos tablones oscuros sobre la arena, hurgados con desesperación, por el hijo sordo del profesor de Inglés medio loco.
El ir y venir de aquel joven en su ajetreo desesperado, daba pena.
Entabló enconada lucha con los vecinos que se llevaban los tablones para reparar sus dañadas viviendas; montó en el lugar del desastre una casa de campaña prestada y pequeña, mudándose para ella; y se pasaba horas enteras zambulléndose en las aguas revueltas.
No valieron los ruegos de los familiares, de los amigos, de las autoridades, llamándole a la cordura. Empecinado en aquella extraña conducta estuvo días, y cuando todos crían que había enloquecido, lo vieron salir del agua loco, sí, pero de contento.
Su esfuerzo no fue en vano, porque al fin, encontró lo que buscaba con tanto tesón. Eran 3.000 dólares ganados con sus trabajos artesanales y que guardaba en un escondrijo de la casa vieja, sin que nadie lo supiera.
—¡Son míos, míos y de nadie más! —decía, —llevado por su egocentrismo y por un montón de temores fundados— a las personas que observaban estupefactas e incrédulas, aquellos acontecimientos.
Por entonces, estaba penalizada la tenencia de esa moneda.
De la noche a la mañana, la mujer y tres de los hijos del profesor de Inglés medio loco, se quedaron sin hogar, sin tener a donde ir, en la mayor indigencia.
Y, con la sensación, de que el vendaval los había borrado del mundo.
Alojados como podían, de paso, en casa de los vecinos del frente; recibieron la visita del Cónsul español, quien preparó su salida para España en tiempo record.
De ese país partieron cuanto antes rumbo a los Estados Unidos donde los esperaban: el padre, que en ese momento se desempeñaba como profesor en un High School y el hijo más pequeño, que se había convertido en un economista, casado y con un niño. ¡Cuánto habían cambiado en todos esos años, parecían otras personas! Renata y Viviane, eran las dos grandes ausentes.
Como todos los hijos estaban interesados en que los padres volvieran a casarse, personas amigas en la Habana, recibieron la encomienda de buscar una nueva certificación de su divorcio, porque la que guardaban en la casa vieja, se la llevó la tormenta.
Pero, los encomendados no pudieron cumplir su misión, porque en los 14 años que habían transcurrido desde su divorcio, había desaparecido la notaría donde se realizó éste, y nadie supo donde fueron a parar los documentos.
Por tal razón, el profesor de Inglés medio loco y su mujer, viven juntos, aunque divorciados y en sus fueros internos siguen acariciando la idea de regresar a Cuba, para pasar los últimos días de sus vidas en la tranquilidad de Baracoa, en el confín del oriente cubano; a pesar, del círculo vicioso que según él, determina el destino de la Isla y de sus habitantes.
Desde que salió de Cuba en 1979, Renata encontró en la fotografía una forma de canalizar sus dotes artísticas, de aliviar su soledad y de cubrir el vacío que le dejó la ausencia del trabajo artesanal en Santa fe. Para desempeñar su hobby, se hizo de una buena cámara y construyó en su apartamento un laboratorio fotográfico.
Allí, rodeada del silencio y la luz rojiza de esa habitación, Viviane observó como Renata usando químicos para revelar y fijar, mucha agua, papel especial, pinzas y sus hábiles manos, convirtió la foto que le tomó a su llegada, en una imagen en blanco y negro que reflejaba su belleza y espiritualidad. Lo que no pudo lograr el pintor Vicente Escobar, con el retrato que le hizo a su tatarabuela Donata.
La magia que se desprendía del acto de revelar, impresionó tanto a Viviane, que se animó a preguntar: —¿Podré hacer eso algún día, Renata?
—¡Por supuesto que sí, ya verás! —le respondió la joven entusiasmada.
A partir de esta experiencia, Viviane tuvo la agradable sensación de que algo nuevo y atractivo se incorporaba a su vida.
Siguiendo su costumbre habanera de observar en silencio su entorno; en horas tempranas de la mañana, con una taza en la mano, tomaba sorbo a sorbo con gusto café cubano, mientras observaba desde las ventanas de cristal del apartamento que compartía con Renata, la isla de Manhattan; sobre la que merodeaba un Zeppelin.
También escuchaba, a toda hora, las sirenas de perseguidoras y ambulancias que la recorrían en distintas direcciones, lo que dejaba entrever, que no todo era fácil y civilizado en ese mundo que le rodeaba; por lo que presentía, que allí también estaban presentes la crueldad y el dolor, aunque lejos de ella ahora.
Por las noches, le agradaba ver la isla refulgir, como un broche de piedras preciosas.
Recuperar su salud le costó a Viviane trabajo y exigió de ella tiempo y dedicación; porque, el dolor de haber abandonado a sus muertos y al tío Julián le lastraba el alma, y la devastación que produjo en su espíritu sensible el proceso a que fue sometida en la Habana, tardó en sanar.
El sentirse rodeada de amor y de atenciones por parte de Renata, en una atmósfera de paz que le permitía leer libros de su gusto, incluyendo, autores cubanos de fama mundial hasta entonces desconocidos por ella, como la etnóloga Lidia Cabrera, el escritor Reinaldo Arenas y el geógrafo e historiador Leví Marrero; hizo que recuperara su salud y volvió a ser la bella joven de antaño, vivo retrato de su tatarabuela Donata.
—Renata, debo decirte algo —le comentó Viviane un día.
—Como el hablar de tantos muertos queridos persiste, te voy a contar el modo en que la historia de la familia Montigoud llegó hasta aquí…
Mi tatarabuelo Pierre Montigoud: un hombre grave, de voz fuerte y amante de la cultura, nacido en Francia, le habló sobre su vida a su único hijo mi bisabuelo Jean Pierre; un joven apasionado por los grandes pensadores, indagador y bueno.
Clodomira, una negra esclava de modales refinados que fue su madre de crianza, le contó acerca de mí tatarabuela Donata, con tanta vehemencia, que describió hasta en los más ínfimos detalles la extraordinaria belleza de su cuerpo, sus hábitos de vida y su carácter. A partir de entonces, mi bisabuelo se impuso la obsesiva necesidad de traer al mundo, una hembra parecida a la madre que no conoció.
Desde el momento aquél, el lograr ese fin, se convirtió en una cuestión de honor para las mujeres de la familia.
A su esposa Modestica que era mi bisabuela —una mujer menuda, que recogía su pelo negro en elegante moño— y a cuatro de sus hijas, le contó Jean Pierre. A mí abuela Edith, la sexta de sus hijas que no lo conoció por haber cumplido un año a raíz de su muerte; se encargó su madre Modestica de contarle y contarle, la ya larga historia de la familia Montigoud y de los anhelos de su padre.
Después, fue la abuela Edith la que contaba y contaba a sus hijas; entre ellas, la mayor Juliette, se encargó de transmitir lo que sabía sobre la familia a mí madre Hortense, que no pudo escucharla de la suya, pues murió —a los pocos días de haber nacido ella— insatisfecha, porque no cumplió con las ansias de su padre Jean Pierre, al no traer al mundo una hembra parecida a su madre Donata.
Por eso, cuando nací yo, al cabo de muchos años, los familiares que aún vivían, me creían tan parecida a la Donata de la leyenda, como una gota de agua a otra gota de agua. Desde entonces, me pregunto si es cierto y hasta dónde.
Sólo sé, que de todos mis antepasados es Donata la más cercana, la más patente, la más real; y su vida sigue siendo un misterio para mí.
Cuando era niña, fue mi madre la que me contó y contó, para satisfacer mi curiosidad infantil; y cuando crecí, para darme respuesta a las preguntas sobre la vida familiar.
Horrores inimaginables, demenciales, sufridos por la familia, me contó mi madre que le contaron. A lo que podemos agregar, mi paso por el purgatorio en el pasado reciente. Analizando toda esta historia, este puñado de recuerdos, yo me pregunto ahora sin respuesta aparente…
—¿Por qué tanta ternura asolada…?
—¿Por qué tanto sufrimiento y desamparo impuestos…?
—La familia Montigoud, era una familia que tenía la imperfección de la propia vida. Pero es mi familia, mi sangre, mi regocijo.
—¿Sabes Viviane?, al escucharte, no puedo evitar acordarme, con dolor, de mis acomplejados y fanáticos familiares. —¡Los pobres, qué equivocados están!
—Expresó Renata apesadumbrada, mientras movía su cabeza, lentamente, de un lado a otro.
Durante sus dos primeros años en New Jersey, Viviane se dedicó a estudiar el idioma inglés hasta dominarlo, y a cultivar el arte fotográfico bajo la instrucción de Renata. Bastaron estos dos años para que las jóvenes, tomadas por el espíritu de creación, descubrieran su verdadera vocación; y con mucho empeño, fe y confianza en sí mismas, se hicieron profesionales de la fotografía al adquirir su arte profundidad y altura.
Ese fue el momento en que en Viviane, tomó forma un viejo anhelo suyo, volviéndose una determinación obsesiva: viviría en Francia con Renata, definitivamente.
Desde entonces, radica junto a ella en la Provenza de sus ancestros, y las dos viajan por el mundo tomando fotos de situaciones insólitas para revistas especializadas; como aquella en que fotografiaron un río en la frontera entre Ecuador y Perú, donde las poblaciones ribereñas vertían a diario camiones de basura en sus caudalosas aguas. Había que ver aquel hermoso torrente cauce abajo, copiosamente lleno de basura.
Cuando Viviane y Renata entrevistaron algunos de los pobladores del lugar, les dijeron con naturalidad, que eso estaba bien.
—¿Habrá cosa más insólita que esa? —se preguntaban con asombro.
También, sin marginar su profesión, se permiten mantener la costumbre de visitar librerías de libros viejos y nuevos y de asistir a tertulias de poetas y escritores, o, aspirantes a serlo.
Como los ecos del pasado no pueden extinguirse sin dejar huellas, en su lejanía, Viviane recuerda con ternura: a la madre y su empeño en que ella estudiara bien, al hermano dadivoso que se llevó la guerra de Angola, al bueno del tío Julián ¡tan bondadoso! que pasó por el mundo sin pisotearlo, a «Cosita», su perra del diablo que se murió antes de tiempo por ser vegetariana y no haber vegetales a la venta en los mercados, las begonias que en el balcón hacían su juego, las sandalias que fabricó con esfuerzo propio, el Parque de la Fraternidad y sus taciturnas luces en las madrugadas, los libros que dejó abandonados en el librero viejo, su complicidad con el espejo sin marco de luna ovalada, y aquellas impresiones de las que nadie supo nunca. Y quisiera olvidar, porque le duele mucho, el dogmatismo y el oportunismo oscuros, con que pretendieron —de manera violenta y grosera— abochornarla, cercarla y eliminarla, en momentos en que la incertidumbre sobre el futuro de su vida, era mayor.
Al igual que Renata, siente nostalgia por la calle 15 en el Vedado y por su aroma de jazmines y galán de noche en los jardines de sus residencias.
Y cuando se bañan en las bellas y frías playas de Marsella, añoran las tibias aguas de las preciosas playas habaneras.
En el centro del salón principal de su casa, un butacón provenzal —hijo de la melancolía— recién estrenado, es compartido por las dos y por el papá de Renata que las visita frecuentemente. Con esa enriquecedora interacción, Viviane ganó el padre que no tenía, y el señor Smith: dos hijas.
En la pared, a la vera del butacón provenzal, un cuadro con la imagen de Viviane captada en blanco y negro por Renata, años atrás. Ella, y el arte de la fotografía con su magia cautivadora, lograron cambiar su vida. La muchacha distante y ausente de otros tiempos, ya no lo es más. Ahora cercana y presente es la viva estampa, redimida, de su tatarabuela Donata.
Con infinita tristeza recibieron la noticia en 1993, de que el mar se había llevado la vieja casa de «La Puntilla» durante La Tormenta del Siglo; y lamentaron no estar en la Habana, en los momentos de su agonía, para dejar constancia de eso.
Viviane Contreras Garriga, la última Montigoud, volvió a sus raíces hundidas en el tiempo, al cabo de 200 años.
Elena de la Portilla Díaz
Diciembre 2009