Capítulo Nueve
Nada era comprensible.
Emma sentía que todo se iba al traste.
En Washington DC hacía una temperatura agradable. Era junio, después de todo, pero no se podía comparar con el calor de Yoman. Tenía demasiado frío. Incluso para ir a comer con Parker, Alexis y Allison, tuvo que ponerse un suéter grueso. La gente del café la miraba extrañada por ir tan abrigada, pero ella no sé sentía incómoda. La vida en los Estados Unidos era estéril, demasiado limpia, y no olía a nada. El ajetreo de Yoman era muy distinto, el aire siempre estaba perfumado con especias. Fue al mercado un par de veces con Basheera, y se había deleitado con el olor de la carne cocinándose en un asador, el aroma de las diferentes variedades de cúrcuma y otras especias, y los dátiles frescos.
En aquel café, lo único que podía oler era un ligero tufo a lejía.
Todo le parecía irreal. Lo único que era real eran los fuertes brazos de Munir alrededor de su cintura, y el roce de sus patillas contra su mejilla. Un mes después de que su padre la "rescatara", Emma parecía normal. Las calvas que había dejado Kashif en su pelo ya no eran visibles, y sus heridas se habían curado. De hecho, era la primera vez que quedaba con sus amigas -aunque Allison era más bien una conocida-. Su madre había insistido en que no saliera de casa hasta que tuviera un "aspecto respetable".
Así era su madre, siempre preocupada por la apariencia adecuada para una dama sureña.
―¡No lo puedo creer!―dijo Alexis, con los ojos llenos de preocupación ―Si hubieses venido con Allison y conmigo, no te habría pasado nada.
Su hermana menor masticó una hoja de lechuga, el único tipo de comida que probaba - alimento para conejos. Allison miró a Emma y se encogió de hombros. ―Tendrías que haber venido, en vez de ser tan cabezota.
Emma suspiró y trató de disimular su enojo. Había decidido salir porque según los rumores que se extendían por todo Washington DC, los abusos a los que se vio sometida le habían causado un horrible estrés postraumático. No era buena idea estrangular a Allison, a pesar de que se lo merecía. Emma dio un bocado a su panini y disfrutó del sabor del queso. Allison sacudía la cabeza, pero, por una vez, no le importó. Munir había amado sus curvas, le había dicho que la hacían más mujer.
―No hubiese importado. Enviaron soldados entrenados para capturarme, y lo hubieran hecho de todas formas. Ahora estoy a salvo.
Parker negó con la cabeza y dio un sorbo a su bellini de melocotón. ―Parece imposible. Es algo que se oye en las noticias, unas de esas cosas que te asustan totalmente. Es tan, como... totalmente imposible.
Emma se encogió de hombros y tomó un sorbo de su Coca-Cola. ―Pero fue real, y Munir era…
―¿Munir? ―cuestionó Allison, con un gemido nasal. ―Querrás decir el Jeque Yassin.
―Había confianza. ―dijo ella, arrastrando sus dedos sobre la superficie de la mesa, recordando la forma en que sus ojos color avellana habían brillado cuando ella le dio placer en el jacuzzi del hotel de Dubai. Se sonrojó y sintió calor, por primera vez después de tantos días vacíos.
Completamente vacíos.
Como ella.
―Te entendemos, cariño―dijo Alexis, con su voz cantarina y dulce.
Por el rabillo del ojo, vio cómo su amiga pronunciaba "síndrome de Estocolmo" dirigiéndose a su hermana. Todos creían que estaba loca, que no tenía más que un profundo trauma emocional que la hacía creer que se había enamorado de Munir. Pero estaban equivocados. Emma no era la misma persona de antes del secuestro. Sabía exactamente lo que quería y cómo sentirse amada. Lo único que deseaba era estar con Munir, por la forma en la que la hacía sentirse feliz y amada
Aquello era su hogar.
No Georgetown, ni la mansión de su padre.
―No estoy enferma y no estoy loca ―espetó, levantando de golpe la cabeza y apartando el plato con fuerza ―Él es maravilloso.
―Es un bárbaro. Como un loco de la Yihad―dijo Parker.
―Y te secuestró. Qué romántico ―añadió Allison.
Alexis se mordió el labio. De entre todas sus amigas, era la que mejores intenciones tenía, la más amable, pero ni siquiera ella la creía. Nadie la creía. ―Ya sabes cómo tratan a las mujeres en esos países.
―Fue un perfecto caballero.
Allison puso los ojos en blanco.―Quería meterse en tus bragas, claro que actuaba como un caballero. Sinceramente, Emma, tienes que sacar esas fantasías de tu cabeza. Estás enferma, abusó de ti.
Emma arrojó su servilleta sobre la mesa y se levantó. Mirando con furia a Allison, puso los brazos en jarras ―Perdona, pero tú y yo no somos amigas, y nunca lo hemos sido. No fui con Alexis aquella noche porque eres una zorra que habla de mí a mis espaldas, así que supongo que debería estar agradecida de que al menos en este momento me estés diciendo las cosas a la cara.
Alexis la miró sorprendida, con los ojos muy abiertos, y se llevó la mano al pecho con horror. ―No quería decirte eso.
―Deja de defenderla. Ella siempre dice lo que quiere. ―espetó Emma. ―Ya he aguantado bastante. Sois malas y superficiales, y estoy harta de ser siempre la chica buena. ¿Sabéis qué? Ya no soy esa persona.
Y tras aquello, Emma se marchó a su apartamento.
***
Tardó semanas a deshacer las maletas que había traído de Yoman. Murin le había regalado algunas prendas, así como especias y otras fruslerías que Basheera insistió en que se llevara. Cuando se marchó, la mujer había llorado más amargamente que ella. De vuelta en Washington DC, se sentía demasiado deprimida para deshacer las maletas, como si al hacerlo tuviera que admitir por fin que nunca más volvería a Yoman, y que todo lo que había sucedido había sido un sueño, un espejismo en las arenas del desierto.
Aun así, tenía que admitir que después de un mes de constantes diatribas con su padre al teléfono, sentía que Washington era de nuevo su hogar.
Si es que un lugar tan frío y aislado podría ser un hogar después de Munir.
Cuando abrió la primera caja, sonrió al ver los aceites de baño y las bolas de popurrí. También encontró unos dátiles e higos secos, conservados para ella como un "sabor casero”. La segunda caja contenía los pantalones vaqueros y las camisetas que le habían regalado. La última era muy ligera para su tamaño, y no estaba segura de lo que contenía.
Entonces sacó el primer velo dorado de fina seda y le entraron ganas de llorar. Estaban todos allí. La entera colección de velos, así como las castañuelas y la cadenita para la cintura con la que había bailado para Munir. La diadema no estaba, y tuvo que contener las lágrimas. Uno de los matones de Kashif la había aplastado con sus botas cuando se la llevaron aquella mañana. Aun así, todo el vestuario se encontraba allí, junto a una foto de ella y Munir en la atracción de esquí, sonriéndose el uno al otro.
No estaba segura de cómo había llegado hasta la caja. Sabía que las vendían en el parque, como una forma más de hacer dinero rápido, pero no recordaba haber visto a Munir recogiéndola.
―¿Cómo es posible?
―Pensé que te gustaría ―retumbó una voz familiar detrás de ella.
Confundida, Emma se volvió y se encontró a Munir delante de ella, con un elegante traje de chaqueta que marcaba sus masculinos hombros de forma seductora. En un primer momento, el corazón de Emma se aceleró y tuvo miedo de haberse vuelto realmente loca, de ver cosas que no estaban allí. Munir, o la alucinación, estaba apoyado en el marco de la puerta. Fue entonces cuando su nariz detectó la familiar mezcla de almizcle y jazmín que desprendía su amado.
Eufórica, se levantó de un salto y corrió hasta él, casi sin creer que estaba sintiendo sus fuertes brazos alrededor de ella. Respiró profundamente, absorbiendo su aroma, disfrutando de la forma con que sus patillas rozaban sensualmente sus mejillas, y de la robustez de aquellos bíceps contra su cuerpo.
―No entiendo―murmuró ella, con el ceño fruncido.
―Te dije que me llevaría un tiempo hacer limpieza en casa. Me senté con mi padre y le mostré los trapos sucios que Naseem me reveló, los esqueletos del armario y las traiciones a nuestros aliados. Le dije que si no dejaba sus maquinaciones y llamaba a tu padre para explicarle lo que había pasado y lo que hizo Kashif...
―¿Te refieres a que me rescataste de él? ―preguntó.
Él se sonrojó, le encantaba la forma en que el rubor aparecía en su piel aceitunada. ―Sí, y tu padre no estaba muy contento. Probablemente nunca lo estará.
―Ya veo ―dijo ella, derrumbándose en su abrazo.―Entonces, ¿esto es un adiós más formal?
―No, habbibi, ―dijo él, poniéndose de rodillas y mostrándole el estuche de terciopelo que tenía en la mano izquierda.
Su corazón se paró unos instantes. Emma apenas podía dar crédito a sus ojos. ―¿Munir?
Él abrió el estuche y le enseñó un enorme diamante engarzado en un anillo de platino, de un estilo que le recordó a la época victoriana. ―Era de mi madre.
―Oh, no tienes que hacerlo, si es lo único que te queda de ella.
Munir le sonrió. ―Por eso te amo, por ese feroz y desinteresado corazón que tienes. Tengo más cosas de ella, así que, por favor, habbibi, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
―¡Sí!―dijo, un poco avergonzada ante el entusiasmo de su respuesta. Durante aquel último mes, había vivido como en un sueño, y ahora el mundo recuperaba su color. ―Seré tu esposa, mi Jeque.
Munir deslizó el diamante en su dedo. Brillaba de forma magnífica, como si hubiera sido creado para su mano. Se inclinó y le susurró al oído ―Quiero verte con él. Sólo con él, amada mía.
Ella obedeció y se quitó el vestido de tirantes que llevaba, quedando de pie ante él sólo con sus braguitas y un sujetador de algodón. Munir tuvo la cortesía de hacer lo propio y se despojó de su traje, mientras ella disfrutaba de las vistas de su imponente físico, con su maravillosa piel bronceada y su polla a punto de estallar bajo el tejido de sus calzoncillos. Se le hizo la boca agua y sintió cómo se empapaban sus braguitas. Se acordaba bien de su verga, de su sabor en su boca. Sonriéndole con malicia, Emma se desabrochó el sujetador, dejando que cayera delicadamente hasta el suelo.
El bulto de su entrepierna dio una sacudida, y ella levantó los hombros, alentada por el efecto que tenía sobre él.
―Mi Jeque―dijo ella, deslizando las manos sobre la suave piel de sus propios senos y bajándolas hasta el vientre. ―Parece que le atraigo...
―He estado muy solo sin ti. Nada ni nadie podría completarme como tú, mi amor.
No esperó más, después de todo, llevaba demasiado tiempo echándolo de menos, y había sufrido su ausencia tanto como él. Quitándose las braguitas, recorrió la distancia que aún los separaba. Se inclinó y besó a Munir, para luego restregar sus caderas contra su miembro, disfrutando de la sensación de su polla contra su cuerpo. Cada vez se sentía más húmeda, y casi se le doblaron las rodillas.
Pero consiguió mantenerse firme.
Lamiéndose los labios, se acercó a la cama y se echó sobre ella, reuniendo la confianza que le había permitido hacer la danza de los siete velos para él. Deslizó sus dedos sobre sus muslos, prácticamente ronroneando ―Ven aquí y muéstrame lo mucho que me has echado de menos, Munir.
Su amado se deshizo lentamente de su bóxer, y ella tragó saliva ante la gloriosa imagen de su dura polla, libre al fin, y húmeda con líquido pre-seminal. Tenía toda la noche para saborearla, pero ahora quería algo más, algo que sellara su unión por completo.
―Dame placer, mi Jeque.
―Solo tienes que pedirlo ―respondió él, uniéndose a ella de un salto y apoyando su peso sobre su cuerpo.
Era una presión deliciosa. Munir se inclinó y comenzó a mordisquearle el cuello, rozando con los dientes la suave piel de su clavícula. Emma se estremeció y recorrió su espalda con las uñas, disfrutando de la forma en la que su piel quedaba marcada. La boca de Munir se movió hacia abajo, para lamer sus pezones y luego concentrarse en uno de sus senos. Lo succionó y a ella le encantó lo que le hacía sentir, la forma en la que hacía que sus pezones se fueran endureciendo ante el contacto de su lengua. Entonces él la sorprendió pasando sus dientes con delicadeza sobre aquella sensible zona, y propinándole un leve mordisco que hizo que un fugaz dolor se mezclara con su placer, su cuerpo hervía como un volcán consumido por la lava.
Ella se apretó contra él de nuevo, bajando las manos y agarrando su culo con fuerza ―¡Fóllame, Munir!
―Te voy a hacer el amor, princesa―respondió él, alejándose de su pezón y colocando sus caderas cerca de su pubis. Empezó provocándola, aumentando su deseo ante la anticipación, rozando su glande contra sus resbaladizos labios vaginales, pero sin llegar a penetrarla.
―No me tientes. Lo necesito ―ordenó ella—Te necesito.
Y no la tentó más. Sintió la fuerte acometida de su polla en su interior, y notó cómo sus propios músculos se relajaban, recibiéndolo con placer. Munir comenzó a mover las caderas a un ritmo insaciable. Ella se incorporó, rodeándolo con sus brazos y besando su mejilla mientras la suya se restregaba con la áspera barba de sus patillas. Sus acompasadas embestidas les convirtieron por unos instantes en dos cuerpos fusionados en uno, perdidos en una deliciosa fricción.
Momentos después él se corrió, derramando su esencia dentro de ella, mientras ella sentía el crescendo de placer que la atravesaba de arriba abajo, y sus músculos internos masajearon su palpitante verga. Poco después, se derrumbaron juntos sobre la cama, pero sin deshacer el nudo en el que estaban unidos. Su amado le apartó el pelo de la cara y le sonrió con una expresión magnética.
―Te he echado de menos.
―Me he dado cuenta.
―Esto es sólo el principio, habbibi. Tenemos el resto de nuestras vidas; te amo.
Ella sonrió, ya no le asustaba su futuro ni los muros que una vez la habían hecho presa. Se acabaron los planes que su padre había preparado para ella, se terminó la posibilidad de vivir una vida que no quería.
Sólo importaban ellos, para siempre.
Se acercó a él y le dio un beso, mordiendo su labio una vez más y disfrutando de la forma en la que él se estremecía de placer ―Yo también te amo.
***
Esta vez se casaron al estilo americano. La primera ceremonia había sido un enlace oficial yomaní, cuando regresó a aquel país con él, con el fin de aliviar tensiones y declararla legítima Sheikha de Yoman. Había llevado un vestido tradicional, con los velos característicos de aquella cultura, y habían celebrado un ritual en el que no había entendido ni una palabra del Mulá, quien, acompañándose de gestos, había bendecido su unión.
Fue agradable compartir la cultura de su esposo, pero en cierta forma, todavía no se sentía realmente casada, no hasta que lo hiciesen a su modo.
La primera boda había sido enorme, y habían asistido dignatarios de todo Oriente Medio. Lo habían festejado durante tres días con cordero y otros manjares, y había bailado hasta que no sentía los pies. Esta boda sería distinta, más tranquila y privada. Con muy pocos invitados. Iba a presidirla el mismo Mulá, pero esta vez en inglés. Basheera y Naseem, así como unos primos lejanos de Munir, estaban presentes. También estaba Alexis, con la que había solucionado las cosas por email, después de que viera unas imágenes de su primera unión.
Su amiga le había dicho que nadie podría fingir ser así de feliz, no había forma de disimular un aspecto tan resplandeciente.
Claro que, pensó mientras se deslizaba la mano por el encaje que decoraba su abultado abdomen, he tenido un poco de ayuda en eso de resplandecer. Estaba embarazada de cinco meses y ya se notaba. Era algo extraordinario. En menos de cuatro meses, traerían al mundo a un futuro Jeque. Emma aspiraba a ser tan tierna con él como lo era con Munir, a amar a su hijo con el mismo cariño y dedicación que su difunta madre le había brindado a él.
No iban a permitir que hubiese más padres como Shadid en el futuro linaje Yassin.
Su hijo no sería criado con materialismos, pero irían más allá. Se hizo a sí misma un juramento, prometiéndose que lo más importante que le darían a su hijo sería amor.
Mientras bailaban durante la recepción, Munir la hizo girar con delicadeza ―Pareces triste, mi amor.
―No es eso. Es que... Alexis se ha portado muy bien, intentando entenderlo todo, y creo que ella y tu primo Farzad han hecho buenas migas. Pero no es lo mismo. Ojalá mis padres estuvieran aquí.
Munir no respondió, pero la tomó de la mano y la llevó hacia el balcón. Allí, enmarcada entre las centelleantes estrellas del cielo nocturno, había una silueta familiar, los fuertes hombros de su padre.
―¿Papá?―exclamó, llevándose una mano a la boca.
Su padre se volvió y, aunque miró a Munir con rostro serio, en cuanto vio a su hija y la forma en la que resplandecía con su embarazo, sonrió ampliamente―Cariño, ¿de verdad creías que te ibas a casar sin tu padre?
Ella se lanzó sobre él y lo abrazó fuertemente ―Papá, pensé que me odiabas por haberme mudado aquí.
―No estoy loco de alegría, precisamente. ―apuntó él, acariciando su barbilla ―Pero eres feliz. Alexis me contó todo y quise venir a verlo por mí mismo. Munir me envió un billete de avión. No puedo daros mi completa bendición, pero me alegra que seas feliz. Tu madre y yo también queremos formar parte de la vida del bebé.
―¿Dónde está mamá?
―No ha podido venir debido a unas restricciones de su visado, pero lo arreglaremos. Quiere ayudar con la habitación del bebé.
Los ojos se le salieron de las órbitas ante la idea de tener a su madre ayudando, y se dio cuenta de que había cosas mucho más aterradoras que unos soldados secuestrándote, o toparte con hermanos homicidas con pretensiones al trono. Siempre habría abuelas que creían saberlo todo.
Quizás Basheera la ayudaría a atemperar el torbellino de belleza sureña que era su madre.
Tal vez.
O podrían enfrentarse a tanto entusiasmo a través de la meditación.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras disfrutaba de aquel baile padre-hija en su boda. Al terminar la música, el senador le hizo una reverencia y la llevó hasta Munir. Su esposo le tomó la mano y la acompañó a la pista de baile. Emma se deslizaba con facilidad entre sus brazos, a pesar de su volumen. Apoyándose en él, respiró profundamente, saboreando la seguridad que le proporcionaba la fragancia a jazmín de Munir.
―Es un cuento de hadas, ¿verdad?―le miró con sus grandes ojos.
Munir rio y acarició su vientre ―Es una forma un poco exagerada de describirlo, habbibi. Somos nosotros.
Ella sonrió a todos los amigos y familiares que les aplaudían y lo besó, disfrutando de aquella maravillosa sensación como si fuera la primera vez.
Sí, eran ellos, y todo era perfecto.
Continuará…