La dama dragón
PRÓLOGO
APUNTES SOBRE EL CULTO DE LA DAMA DRAGÓN
Lugar de origen:
Hayan, quinto planeta de Nakenja.
Localización:
Este culto se encuentra tan sólo en la región sur-suroeste del gran continente meridional aunque se ha apreciado una fuerte tendencia a expandirse hacia las zonas pobladas de los alrededores.
Características:
Se trata de un culto simbolista y ritualista en contraposición al resto de religiones estudiadas en el planeta, todas de carácter animista.
Una única diosa omnipotente, Glunja, y omnipresente por medio de un primitivo concepto de trinidad. Glunja es Glunja, el dragón y los silbtie, animales míticos, mensajeros de la diosa pero que participan de su divinidad. No queda claro si estos silbtie son hijos del Dragón o de la diosa y el dragón o si son una emanación de la propia diosa. En los lugares de más ferviente culto se asegura que los silbtie, Glunja y el Dragón son una misma cosa, siempre unida y a la vez independiente, una especie de trinidad que sólo los iniciados pueden comprender.
Estos iniciados son, en principio, todos aquellos que creen en la diosa y se someten a sus leyes. Se puede considerar iniciados de grado superior a los cuatro servidores de la Dama-Dragón, cuatro hombres que viven en el Santuario de la diosa y atienden a la Sasaya o sacerdotisa, representante de Glunja entre los mortales.
El proceso de selección de la Sasaya es de una gran originalidad. Cuando la anterior sacerdotisa muere, siempre a la edad de treinta y cinco años, las mujeres menores de esta edad que así lo deseen, acuden al Santuario; allí los servidores las conducen de una en una al Sancta Sanctorum de la diosa y, según los creyentes, ésta elige personalmente a la mujer que deberá representarla en la comunidad. Las aspirantes rechazadas no se sienten tristes en absoluto, de ahí lo extraño del sistema. Al contrario, parecen dichosas y nunca más en sus vidas se vuelven a presentar a la selección. Según los rumores populares, la diosa mira los pensamientos más ocultos de las aspirantes y elige a aquella que más se parece a ella misma.
Después de haber hecho esto y para agradecer a sus fieles la confianza que le han demostrado, les da la felicidad soplando sobre sus cabezas.
No existe ningún tipo de leyes o mandamientos escritos en el culto de la diosa. Los fieles se comprometen únicamente a amar a Glunja y obedecer las órdenes que eventualmente pueda dar por boca de la Sasaya (órdenes que, al parecer, todavía no han tenido lugar). El segundo compromiso es el único «de facto»: todos los jóvenes son iniciados sexualmente por la Sasaya y los servidores de la Dama-Dragón entre los 16 y los 18 años. Al parecer, nadie sabe por qué unos son llamados a los 16 y otros tienen que esperar hasta los 18. También resulta curioso el hecho de que, a pesar de que en este pueblo la madurez sexual se alcanza generalmente a los 14 años y los adolescentes son iniciados en la práctica por familiares y amigos, no se les considera adultos hasta que son iniciados en el templo. La virginidad no tiene valor positivo en esta religión e incluso podría afirmarse en esta cultura.
Además de para esta ceremonia de iniciación, todo creyente tiene el deber de acudir al templo cuando la Sasaya lo solicite, por el tiempo que sea necesario y para el servicio de la diosa, sea cual sea.
Los fíeles no deben hablar nunca entre ellos sobre lo sucedido en el interior del Santuario, ni comentar la apariencia de la Sasaya, la Dama o el Dragón, ni repetir a nadie las palabras que le hayan sido dirigidas.
Los servidores de Glunja, por no participar de la divinidad de la diosa, tienen trato de respeto, pero no de inviolabilidad ni de secreto. Los silbtie, aunque son divinos, por su calidad de mensajeros están constantemente expuestos a las miradas de la colectividad y, por ello, no poseen consideración de secreto, aunque los creyentes son siempre muy discretos al referirse a ellos.
Ritos:
Hasta ahora se han investigado ritos de tres clases:
1) Ritos de iniciación: Ya hemos estudiado más arriba las principales características de estos ritos. Pueden ser colectivos o individuales y se realizan casi constantemente pero los que más importancia tienen son los que coinciden con la presencia en el cielo de los siete satélites. La elección de los servidores de la diosa se hará entre los jóvenes que fueron iniciados en una de estas noches.
Los jóvenes son avisados mediante un silbtie tres días antes de la fecha designada por la diosa. Durante este tiempo deben abstenerse de todo tipo de estimulantes y de contacto sexual, comen sólo frutas que sus familiares les dejan a la puerta de su habitación, sin entrar a verlos, se lavan y perfuman tres veces con plantas silvestres y al atardecer del tercer día, cuando el rayo de la diosa ha anunciado que el escogido debe ponerse en camino, todas las puertas y ventanas se cierran. Entonces el iniciado, desnudo, descalzo y con una corona de flores en el pelo, se dirige al Santuario, donde es recibido por los servidores que lo preparan para su encuentro con la diosa.
2) Orgías rituales: Se producen una sola vez al año, a la mitad justa de la estación más cálida y durante la noche. Es el único rito que se celebra colectivamente al aire libre. El rayo de la diosa da el aviso al pueblo tres días antes de la celebración y, durante este tiempo, todos los fíeles deben seguir los preceptos del rito de iniciación (ver apartado anterior). A una nueva señal de la diosa, los creyentes acuden a la explanada del Santuario y allí los silbtie dan a cada uno de los asistentes una pequeña ampolla de líquido místico que les permitirá estar en contacto con Glunja durante toda la noche.
Cuando ya todos han bebido su ampolla, aparece la Sasaya y los cuatro servidores, saludan al pueblo deseándoles felicidad y larga vida en nombre de la Dama del Dragón y abren la fiesta orgiástica en la que todo está permitido excepto acercarse a la Sasaya. Al amanecer todos se dirigen a sus casas y descansan durante un día completo.
Todo lo ocurrido en esta orgía ritual puede comentarse ya que ha tenido lugar fuera del templo. De cualquier forma, es muy difícil obtener una información clara y de alguna manera lógica. Los recuerdos de todos los participantes parecen estar muy confusos. Posiblemente el contenido de la ampolla mística sea algún tipo de droga.
3) Ceremonia de exaltación de la Dama: No tiene fecha de celebración definida. En el momento de realizar esta investigación hacía más de siete años locales que no se había producido.
Hay muy poca información sobre este rito pero, al parecer, se realiza para conmemorar la llegada de Glunja en sus tres personas a la superficie del planeta y la primera unión de la Dama Dragón con el héroe Thorn, momento que marca el comienzo de la era de Glunja y su protección al planeta y a sus fíeles a partir de la instauración de su culto. En este momento Glunja se convierte en la primera Sasaya y Thorn en el primer iniciado y a la vez en el primer servidor de la Dama.
Según las informaciones fragmentarias, en esta ceremonia, la diosa, representada por la Sasaya, vuelve á unirse delante de toda la comunidad de fieles, con el Dragón y los silbtie. Se alza en el aire y proporciona de nuevo a su gente la prueba de su enorme poder. Los fieles realizan ofrendas de todo tipo este día como prenda de agradecimiento, amor y voluntaria sumisión.
Y así fue como en nuestra pacífica comarca la llegada del dragón hizo que todo el mundo se encerrara en sus casas en lugar de reunirse como antes en la plaza; las madres no permitían que sus hijos se alejaran de las calles y los viajeros se detenían días y días en las posadas por miedo a salir a campo abierto. SOS SOS, Luna llamando a Madre, SOS SOS. Estoy cayendo hacia el quinto planeta, mi módulo no responde, SOS Madre, contesten. Estoy cayendo hacia una gran isla con forma de manzana. Luna a Madre, SOS SOS. Bien es verdad que el dragón se había comportado hasta el momento de forma bastante civilizada. No me miréis con esas caras; me refiero a que, tratándose de un dragón, las calamidades no fueron tantas. Todos sabéis que su primera hazaña fue destruir dos poblados completos. No quedaron más que cenizas. También destrozó varios sembrados con sus patas enormes y mató a varios hombres con el fuego de su boca, pero hay que decir también que todos estos hombres se acercaron más de lo que conviene a la prudencia natural de nuestro pueblo. ¿Qué hombre en su sano juicio se acercaría a un dragón escupefuego grande como un castillo llevando una espada por toda defensa? Por suerte el dragón debió pensar, sí, sí, no os asombréis, se trataba de un dragón muy inteligente, que la gente de estos alrededores era demasiado tonta para enfrentársele y pronto los dejó tranquilos. Madre a Luna. ¿Me escuchas? Madre llamando a Luna.
¿Estás ahí? Burbujas azules, negras, irisadas flotaban blandamente sobre un fondo violeta con estrellas y las palabras estallaban al rozar las burbujas más grandes que danzaban, giraban, decían luna, madre, estás, luna, llamando, con una voz grave, sueño, Indra, era la voz de Indra, ¿qué hacía la voz de Indra entre burbujas de colores? Abrió los ojos de golpe, asustada, se dio cuenta de que la llamaban, la habían encontrado, rápido, rápido. Se levantó de un salto y se golpeó la cabeza contra una consola. Confió en que la radio estuviera cerrada y no hubiera transmitido lo que acababa de decir. Como siempre, no tuvo suerte. Desde el suelo, cubierto de helechos gigantes, el hombre observaba al dragón. Su inmovilidad empezaba a pesarle. La bestia no se había movido un centímetro desde que él la miraba, a poco de salir el sol, y ya estaba oscureciendo. No había intentado ni comer ni beber, ni siquiera rascarse. Su cuerpo brillaba extrañamente, como el agua nocturna, y estaba todo cubierto de manchas negras sin brillo, como si fueran rastros del incendio. Era un animal distinto a todos los que conocía y distinto también a todos los dragones que cantaban los troveros. No tenía el cuello largo y los diminutos ojos llameantes, ni siquiera tenía la cola erizada de espinas; apoyaba firmemente sobre tres enormes patas un sólido corpachón casi redondo que carecía totalmente de cuello. En lugar de éste había algo como un collar de largos y finos cuernos, casi como tentáculos y por encima de ellos surgía una gran cabeza redonda también, con forma de huevo por arriba, con dos ojos inmensos, fijos y apagados. Empezaba a pensar que tal vez la fiera hubiera muerto, que quizá los hombres que le habían precedido habían muerto simplemente de miedo, sin siquiera aproximarse al dragón cuando, de repente, su ojo, un solo, inmenso ojo, se iluminó, un rayo de luz anaranjada barrió las tinieblas y un sordo rugido anunció al mundo que el dragón despertaba de su sueño. Talas, cuéntanos cómo murió Peredur frente al dragón. Sí Talas, cuéntanos la pelea. ¿Os referís a la historia que os conté el año pasado, la historia de Peredur el de los Montes Grises? Sí, Talas, ésa. ¡Cuéntanosla otra vez! Bien está muchachos. Quien generosamente da su tiempo y sus monedas a un cuentero, tiene derecho a elegir la historia que quiere escuchar. Thorn cerró los ojos con fuerza y rogó a todos los dioses que el gigante no pudiera oír los latidos de su corazón. Nunca en toda su vida había estado cerca de algo tan espantoso. ¡Qué loco había sido al pensar que podía tener éxito donde tantos otros valientes habían fracasado! Temblaba como si estuviera tendido en la nieve y el simple hecho de respirar era una tortura. De buena gana hubiera huido de aquel bosque donde de seguro le esperaba la muerte, pero ya era tarde para escapar, el dragón había despertado y cualquier sonido, cualquier movimiento, podían enviar un rayo mortífero al lugar donde él se ocultaba. Tendría que aguardar al alba y rogar porque la fiera quedara dormida entonces. No hay cobardía en huir frente a un enemigo de tal envergadura como no hay deshonor en guarecerse ante una tormenta. Estaba muy oscuro en la cabina. Luna, sujetándose aún la cabeza, encendió la luz y se sentó frente al comunicador. Oyó unas risas al otro extremo y maldijo en voz baja. Casi me rompo la cabeza contra una consola y no se os ocurre más que reíros; sois unos cabrones. Eres una chica encantadora, Luna, pero tienes un vocabulario de todos los demonios. Luna, déjate de chiquilladas y haznos un resumen de la situación. ¡Indra!, ¡gracias al cielo!, a ver si consigues que esa pandilla de inútiles me saque de aquí. Mira preciosa, a ver si por una vez te tragas los nervios y piensas con lógica. Dinos dónde y cómo estás, nosotros estudiaremos la situación y dentro de un rato te decimos qué se puede hacer, ¿de acuerdo? Vale chicos.
Todo lo que sé es que sigo viva y, menos el dolor de cabeza, estoy bien. Mimi tío ha sufrido daños aparentes al aterrizar, pero tengo que comprobarlo. De dónde estoy, no sé nada salvo lo que os dije cuando bajaba, pero supongo que no será difícil localizarme desde arriba. Se supone que este planeta es habitable y, si no me equivoco, estoy en una zona habitada aunque no muy concurrida. Voy a hacer unas cuantas comprobaciones y os vuelvo a llamar. ¡Ah!, por favor, preguntadle a María si cree conveniente que baje a estirar las piernas. Me duele todo. Vale, monstruo, te llamaremos dentro de media hora, ¿OK? OK. Corto. Luna se giró en el sillón, se pasó las manos sudorosas por el pelo, enmarañado y húmedo y, con un suspiro, empezó a preparar a Mimi para enviar unas cuantas sondas al exterior. Deseaba más que nunca una copa de coñac pero en los módulos de observación no se permiten licores. ¡Los muy hipócritas!, masculló Luna mientras pulsaba suavemente el teclado de Mimi. Una hermosa mañana de verano, Peredur, el valeroso, armado con su espada Clandoria, su escudo y su lanza, montó sobre Arjiles, su caballo negro, regalo de la Maga de la Colina y abandonó su aldea para marchar al encuentro del fabuloso dragón que tenía su guarida al pie de los Montes Grises, donde acaba el bosque de los helechos y empiezan las rocas. Cabalgaba alegre el valiente Peredur porque su corazón era justo y limpio y su empresa noble y arriesgada cuando, de repente, un cuervo se alzó de unos matorrales cercanos y voló sobre su hombro izquierdo. Algo ensombreció este augurio el talante del héroe, pero su férrea determinación le llevó adelante por el sendero que cruza el bosque. Cuando los helechos empezaban a espesarse formando un verde y húmedo tapiz sobre el suelo, una serpiente se cruzó en el camino de Peredur. El sucio animal, sosteniéndose sobre su cola y sacando entre sus mandíbulas la repugnante lengua escindida, miró a Peredur y le habló con estas palabras: Esto no le va a gustar nada. Es que no tiene ninguna gracia, Chen. Sinceramente, no sé cómo vamos a decírselo. Chen miró a Indra con sus ojos negros y oblicuos y se pasó la mano por el corto cabello. Indra, yo… supongo que tendrás que decírselo tú. Después de todo es tu compañera. Sorprendió la mirada del otro y añadió apresuradamente, bueno, o tu amiga, o lo que sea; el caso es que parece que se fía más de ti que de los demás. ¡Pues vaya forma de corresponder a su confianza!, las manos de Indra temblaban ligeramente. Lois se acercó moviendo las caderas y agitando un papel en la mano. María dice que el porcentaje de seguridad si Luna baja a dar un paseo es de más del 90% La atmósfera es respirable, la gravedad casi igual a la nuestra, una temperatura veraniega ideal, un grado de humedad algo elevado pero agradable y ausencia de fauna o flora peligrosa en los alrededores, leyó de un tirón. ¡Si supierais cómo envidio a esa cabeza loca!, siempre se las arregla para salirse de la rutina. Indra miraba por la portilla; había algo en Lois que le desagradaba profundamente. Contestó sin volverse. Envuelto en sombras, bajo los helechos, Thorn sentía el miedo goteando sobre él como el zumo viscoso de una planta carnívora. Hacía una eternidad que no se había movido, le dolían los oídos de su esfuerzo constante por escuchar los pasos del monstruo, tenía los ojos fijos en su ojo resplandeciente y la cabeza le latía como si el corazón hubiera cambiado de lugar. Por primera vez en su vida adulta sentía ganas de llorar, de gritar y de abrazarse a su padre. Las historias de la abuela se habían convertido ante sus ojos en una espantosa realidad y él no era ya el valiente cazador famoso en la comarca sino un pobre muchacho aterrorizado ante lo sobrenatural. La fiera rugió quedamente y a continuación Thorn oyó una especie de chasquido metálico. Forzó la vista al máximo, pero no pudo ver nada. El ruido parecía proceder de las patas del animal y éstas quedaban en sombra. Deseó con todas sus fuerzas que empezaran a aparecer los Señores del cielo nocturno y alejaran con su luz rosada la terrible oscuridad del bosque. Como si hubiera acudido a su llamada, Vaika, uno de los satélites más pequeños, apareció sobre la montaña. Thorn estaba todavía murmurando una plegaria de agradecimiento al Señor Vaika por su luz naranja cuando un dardo fino y plateado se clavó en su cuello. Al volverse, ya casi rígido, no vio al dragón tras él. Sólo había un pequeño objeto metálico y pulido con unas ruedas y dos largos brazos. Después todo desapareció. La voz de Luna bajó de un furioso grito a un tono medio, ronco y sin expresión. No podéis hacerme esto. Decidme que es una broma. Sus manos martirizaban una cucharilla de plástico y sus ojos estaban fijos en la pantalla del intercom. No podéis dejarme aquí, malditos bastardos. ¿No entendéis que no puedo quedarme aquí? Son órdenes, Luna, dijo suavemente Gio, el capitán. Lo hemos consultado con la base de enlace. Hoy termina nuestro turno y bajar a por ti supone, primero un gasto considerable, además de inútil y, segundo, un retraso de varios días entre unas cosas y otras, retraso que no nos van a pagar, ya sabes tú cómo va esto, no eres ninguna novata. La gente no está dispuesta en su mayoría a retrasar la vuelta a casa. Los ojos de Luna relampagueaban en la pantalla. Gio la interrumpió cuando ya tenía la boca abierta. Y además, ¿qué importancia tiene quedarse seis meses en ese planeta?; hay de todo para sobrevivir: tienes armas, toda la técnica necesaria para hacer frente a lo que sea, tienes un botiquín y tienes a Mimi que, aunque no sea el compañero ideal, te resultará muy útil. No puedes quejarte. Dentro de seis meses llegarán los del equipo de aproximación cultural y te sacarán de ahí. Son unas vacaciones. Luna buscó a Indra entre los compañeros que llenaban la sala, ¿tú también estás de acuerdo? No tengo opción. Podías bajar y quedarte conmigo. Él bajó la vista. Aunque sería una estupidez, añadió ella. Está bien, compañeros, escupió la palabra al rostro de cada uno de ellos, me quedaré aquí hasta que los chicos listos me saquen, me lo voy a tomar como unas vacaciones y os juro que me voy a divertir. Hasta pronto, María, eres lo único que vale la pena de toda la maldita nave. Los demás podéis iros al infierno. Cambio y fuera. Le dio una patada a Mimi, se disculpó y empezó a quitarse el traje. Tu valentía no servirá de nada frente al gran monstruo, Peredur. Estás condenado y morirás. El del cabello de oro no se arredró ante la amenaza de la inmunda bestia. Desenvainó su espada y cortó de un solo tajo la cabeza del siniestro animal. Sin dirigir la mirada atrás, el valiente siguió su camino; mas algo había influido en su ánimo el segundo augurio. Podía tratarse de maquinaciones de agentes diabólicos para intentar disuadirlo de su arriesgada empresa, pero bien podían ser indicaciones de algún dios favorable para proteger su vida. Con el corazón ensombrecido por terribles pensamientos, llegó el héroe del cabello de fuego a un claro del bosque. Había recorrido ya una considerable distancia y hallábase fatigado y confuso. Resolvió detenerse a descansar en aquel paraje, recuperar las fuerzas y el ánimo y seguir adelante. Apenas había Peredur desmontado cuando en el mismo centro del claro se le apareció una anciana vestida de negro, pequeña y frágil. Llevaba una cesta llena de setas y se cubría el rostro con un espeso velo. Se dirigió al caballero como si lo conociera de mucho tiempo atrás: Hijo mío, no debes dirigirte al encuentro del dragón con las pobres armas que posees. Un hombre no puede vencer a un semidiós. Si te acercas a esa fiera, te matará y luego devorará tus entrañas. El noble joven contestó con el respeto debido a una anciana: Madre, aprecio tus consejos y de buena gana los seguiría, pero toda la comarca está en peligro por culpa de ese animal y sea mortal o divino, yo he de acabar con él o morir en el intento. La anciana bajó la cabeza como pensando o como si escuchara algo que Peredur no podía oír. Permaneció así durante unos minutos y después dijo sin levantar la cabeza: Eres un hombre noble y esforzado y mereces lo mejor, pero no debes acercarte al monstruo sin un arma adecuada. Sigue adelante y cuando llegues a un pequeño puente de madera que cruza el riachuelo, descabalga, arrodíllate y da tres golpes con tu espada en el suelo. Recibirás un regalo que te ayudará a vencer. Dicho esto, la anciana desapareció en una nube rojiza. Luna ajustó el cierre de su mono dorado, se apartó el pelo que le caía sobre la cara y se dispuso a averiguar todo lo que había ocurrido a su alrededor desde que Mimi aterrizara en el planeta, todavía sin nombre. Solicitó los registros y la pantalla se iluminó. Vio el módulo bajando sobre un valle abierto cruzado en diagonal por un río tranquilo y bastante ancho. La velocidad de caída era tremenda. Mimi había hecho un buen trabajo al conseguir llegar a tierra entera. A continuación supo cómo lo había logrado. Vio surgir el monstruoso chorro de fuego de sus tres retrocohetes, calcinando por completo dos diminutas aldeas situadas a la orilla del río. Luna maldijo entre dientes. Cuando esto se sepa no me van a dejar vivir. Personalmente no le importaba demasiado la muerte de todas esas personas, o lo que fueran. Llevaba demasiados años dedicada a trabajos exteriores y había visto morir a más gente de la que podía recordar, gente de varias razas y muy distintas ideologías, gente con la que en algún tiempo había estado unida por diferentes lazos, pocos familiares, algunos amigos, muchos amantes. Unas cuantas muertes más no le impresionaban, especialmente teniendo en cuenta que gracias a esos muertos desconocidos ella estaba ahora con vida. Al menos por el momento. Sintió deseos de besar a Mimi. Lástima que fuera sólo una máquina. Claro que María era también una máquina y sin embargo… Se esforzó por apartar recuerdos de su mente. Siguió mirando. Mimi se había alejado pronto del área de aterrizaje buscando un lugar más protegido para esperar a que su piloto se recobrara. ¡Bien hecho! Por el camino varios lugareños habían tratado de acercarse a la pequeña nave, pero su escudo protector los había fulminado. ¡Bah!, no eran más que gentuza subdesarrollada, curiosos como simios. Así aprenderían. Además, ni siquiera eran guapos. Eran bastante altos y parecían fuertes, pero la expresión de sus caras denunciaba la vaciedad de sus mentes. Si todos los hombres del planeta eran así, se iba a aburrir bastante. Quería mover los brazos, pero una garra helada se los mantenía pegados al suelo. Los ojos le quemaban por dentro, pero era incapaz de abrirlos. La nada lo envolvía y, sin embargo, dentro de la nada había sensaciones, frescura de hierba bajo su espalda, brisa sobre sus ojos ardientes, sequedad en su garganta y humedad en las palmas de las manos. Un hoyo negro en su cabeza, un pozo profundo y caliente, un rostro dorado, bello, de hermosura enloquecedora, con cabellos rojos y ojos como brasas, el rugido del dragón dentro del pozo, hilos de plata, líquido frío, oscuridad de cueva con un extraño brillo. Eso debía ser la muerte. ¡Qué hermosa la muerte, qué inesperada! El dragón mataba con una dama en su boca. Peredur el esforzado cabalgó cabizbajo y pensativo hasta llegar al riachuelo. Allí se detuvo indeciso. Tres veces había sido advertido del terrible peligro que corría si se enfrentaba al dragón con sus pobres armas; tres veces le habían profetizado la muerte y aunque su corazón era noble y valiente, el miedo comenzaba a hacer mella en su ánimo. ¿Era lícito aceptar el regalo de la anciana y enfrentarse al dragón con alguna posibilidad de victoria?, o ¿se trataba acaso de una prueba a su valor para saber si se atrevería a luchar con el monstruo sin ninguna ayuda sobrenatural? Era sabido que muchos héroes habían aceptado talismanes de gran poder antes de entrar en batalla, pero también era cierto que muchos de ellos habían sido forzados a llevar de por vida el estigma del cobarde, pues habían valorado en más su propia vida que su honor de guerrero. Se sentó en una roca y empezó a repasar mentalmente todas las historias de dragones que había oído en su vida. Repentinamente, irguió la cabeza, se levantó, dirigió una mirada al cielo y, cayendo de rodillas, alzó a Clandoria, la bien templada, y dio con ella tres golpes en el suelo. Luna empezaba a cansarse de ver cómo el escudo protector de Mimi había electrocutado a los lugareños entrometidos. Estaba a punto de desconectar la pantalla cuando vio acercarse sigilosamente desde el bosque a un muchacho mucho más guapo y bastante más joven que los anteriores. Era alto y fuerte, como los demás, pero tenía el cabello de un rubio rojizo poco frecuente en la comarca. Iba vestido pobremente y llevaba una larga espada, bastante mohosa, como si hubiera salido de algún viejo arcón. Luna sintió pena por el chico. No le importaba una vida más o menos, pero siempre sentía la muerte de un hombre que hubiera deseado como amante. El chico se acercó a Mimi, alzó la espada sobre su cabeza, se notaba que tenía más costumbre de manejar un arado que una espada, pronunció unas palabras en voz alta y fuerte, una especie de provocación ritual y arremetió contra el módulo. Tenía los ojos grises. Cuando el hierro entró en contacto con la fuerza, el chico del cabello rubio y la larga espada desapareció en un cegador relámpago azul. Con un suspiro, Luna se apartó de la pantalla. Una luz anaranjada empezó a parpadear en la consola. Una de las sondas de rastreo había encontrado algo. ¿Lo sabe ella?, preguntó Indra con voz temblorosa. Gio bajó los ojos: no nos hemos atrevido a decírselo. ¿Has dicho «nos»? ¿Tenemos que ser nosotros? Son órdenes, chico. Vamos a pasar relativamente cerca de ese planeta, por lo menos dentro de su campo de comunicación y nos toca decírselo. Me están entrando ganas de vomitar, murmuró Indra, ¿hasta cuándo la van a dejar ahí? El capitán se pasó la mano por los ojos, deseaba dejar el asunto lo antes posible. Contestó con brusquedad ¡¿y yo cómo diablos voy a saberlo?! Me figuro que tendrá que quedarse ahí hasta que cese un poco el revuelo que se ha montado sobre ese maldito planeta en ruinas que han encontrado los del Cíclope. Han mandado allí a todos los equipos de chicos listos y, por el tamaño del planeta, tienen para rato. Además, los que mandan han estado investigando las probables condiciones de Luna y no hay duda de que sobrevivirá. Ya la sacarán de ese agujero, no te preocupes. No tienes sentimientos ni te preocupa nada que no seas tú mismo, condenado lunático. Si no hubiera sido por ti, ella estaría ahora con nosotros. Poco a poco, teniente Indra; tú eres un bastardo como todos nosotros. No dijiste ni una sola palabra en contra cuando tuviste ocasión y ahora quieres echarle la culpa a cualquiera que no seas tú. Estás tan metido en esto como todos, chico listo. Luna ha hecho muy bien en despreciarte, no te mereces más. Hubo un largo silencio. Cada uno mirando fijamente un punto, totalmente distantes. El teniente preguntó de modo formal: Señor, ¿quién va a notificarlo al piloto Luna? Gio se giró en su asiento y reprimió un insulto, apretó los puños y bajó la voz: No quiero que este desgraciado incidente cause más problemas, teniente. María informará al piloto. Eso es todo. Puede usted reintegrarse a sus ocupaciones. ¿No me has oído, maldito idiota? María se lo dirá a Luna y no se hable más. ¡Lárgate!, algo tendrás que hacer por ahí en lugar de mirarme como una rana. ¡Fuera! Gio no tenía un alto concepto de sí mismo pero, aun así, no podía evitar pensar por qué las naves de exploración tenían que estar siempre llenas de escoria, y por qué a las mujeres como Luna les gustaba esa gente. Porque ella también es escoria, no nos engañemos, concluyó con satisfacción. Encendió un cigarro y aplazó el momento de dar la orden a María. Peredur despertó de su letargo con el cerebro lleno de las palabras de la bellísima Dama del Bosque y el corazón rebosante de amor y de agradecimiento. Contempló el talismán que apretaba entre sus manos: una cinta de tejido amarillo, leve como un suspiro y bella como el atardecer. Parecía hecha con rayos de sol y polvo, pues era cálida y seca en la mano; no era en absoluto un trabajo de mortales. Peredur la acarició una vez más y se dispuso a cumplir las órdenes del hada. Se quitó la casaca y la camisa y ató firmemente la cinta en torno a su cintura, la enrolló por completo y escondió las puntas dentro de las calzas de modo que nadie pudiera ver su tesoro pues, si era expuesto a otros ojos que no fueran los suyos, el talismán perdería todo su poder. Volvió a colocarse camisa y casaca y, con el corazón estallando de alegría y un enorme sentimiento de triunfo, montó sobre Arjiles, el negro, salvó de un solo salto el arroyo y, con una canción en los labios, fue al encuentro del monstruoso dragón. El recuerdo de aquel muchacho rubio se borró casi completamente de su cerebro en cuanto vio el fruto del rastreo de su sonda: era un hombre fuerte, grande y, al mismo tiempo, poseía una cierta suavidad; no era como aquellas bestias que se habían abalanzado sobre Mimi y aunque, presumiblemente, la intención de este ejemplar había sido la misma, en éste le gustaba la idea, en éste era una prueba de valor y no de torpeza. Lo tocó con las puntas de los dedos, a pesar de que la droga que se le había inyectado era fuerte, y le gustó el tacto de su piel. Si su cerebro era medianamente bueno, sería un hallazgo perfecto, casi increíble. Decidió dejar momentáneamente de lado todas las consideraciones estéticas y someter al extraño a un examen completo. Programó a Mimi y abandonó al hombre a la investigación de la máquina. Con un poco de suerte tal vez consiguiera aprender su lenguaje; era importante poderse comunicar. Esperó inhalando canny; desde que habían prohibido el tabaco era casi lo único que se podía hacer. Cuando Mimi anunció que su examen había terminado, Luna se acercó al hombre y, de pie junto a él, se hizo cargo de toda la información necesaria, esbozó una sonrisa maliciosa, le levantó los párpados, tenía unos preciosos ojos grises, de un tono profundo, intenso; volvió a sonreír, se inclinó y lo besó en los labios. Momentos después el hombre se hallaba de nuevo en el exterior y todo estaba preparado para la representación. La Sasaya miró con tristeza el lugar donde, hacía ya tanto tiempo, había sido inhumado el héroe Thorn, primer amante de la diosa. Decía la leyenda que cuando ella subió al cielo en una nube de luz, Thorn había querido morir antes de verse privado de su amada y que la única razón que le impidió suicidarse fue que tenía que continuar la obra de la Dama Dragón; tenía que hacer que todo el pueblo la amara como la amaba él y como ella lo había amado. A veces la Sasaya no podía entender por qué son tan crueles los dioses abandonando de ese modo a los pobres mortales que tanto los aman. Pero eso sólo ocurría a veces. Una sacerdotisa de Glunja no podía pensar así y, además, los dioses tenían sus propios motivos. Ella misma había actuado de forma extraña en algunas ocasiones desde que servía a la Dama. Hacía tiempo que no veía a Gorn, pero había tantos muchachos de los que encargarse que prácticamente todo su tiempo estaba ocupado excepto algún paseo solitario por el jardín para visitar la tumba de Thorn y soñar un poco. ¡Si Thorn viviera! Pero no. Había muerto diciendo Su Nombre hacía mucho, mucho tiempo; quizá ni siquiera había existido nunca. Se llevó la mano al pecho implorando el perdón de la Gran Dama y desterró sus blasfemos pensamientos. Se dirigió hacia uno de los salones donde un jovencito aguardaba para ser iniciado en los misterios de Glunja. Gorn era bueno y la amaba más allá del amor, pero ¡era tan poca cosa! ¡Todos eran tan poca cosa al lado del recuerdo de Thorn! Peredur el arrogante salió del bosque de helechos una clara mañana al punto de amanecer. La hierba estaba húmeda y fresca del rocío de la noche y las criaturas del bosque comenzaban a despertarse preparándose para el nuevo día. Todo el mundo brillaba como recién creado bajo la mirada amorosa del héroe. La luz aún difusa del alba no permitía a sus ojos acostumbrados a la penumbra del bosque distinguir bien los contornos de las cosas, por eso al principio no vio la entrada de la caverna donde se ocultaba el pavoroso dragón. Peredur salió al claro y, poniendo su caballo al paso, se dirigió hacia los ya cercanos Montes Grises. De improviso, sin nada que anunciara su llegada, apareció el dragón en la boca de la cueva, a la izquierda del valiente. Sus ojos despedían chispas y su boca era un río de fuego, arañaba el suelo con sus garras inmensas y su rugido hubiera helado el corazón a alguien menos templado que Peredur. El guerrero tiró de la rienda de Arjiles quien, describiendo rápidamente un círculo en torno a sí mismo, se colocó frente al monstruo. Era un espectáculo sobrecogedor: la piel del animal era negra y plata, con un ligero brillo metálico, como de espada, su cuello era corto y su enorme y redonda cabeza se movía en todas direcciones como sólo una creación infernal podría hacerlo. El valiente juzgó que su movilidad debía ser asombrosa, contrariamente a lo que cuentan las historias, y se dispuso para un ataque rápido y, con ayuda de su talismán, definitivo. La religión es el mejor camino para explicar todo lo que uno no puede o no quiere comprender, decía María echada con los ojos cerrados en la sala de perfumes. Pero eso mata la voluntad investigadora y entontece a la gente, contestó Luna. Sí, claro que sí, pequeña, pero les hace felices; a veces me odio a mí misma por no haber conocido nunca esa felicidad simple que debe sentirse al aceptar lo maravilloso, la dicha inmensa de amar a un dios, o a varios. Una vida de sentimiento por encima de la racionalización tiene que ser algo muy bello. Mira nuestra civilización: hemos perdido por completo el poder de asombrarnos ante lo hermoso, lo grande, lo desconocido. Todo es reducible a cifras y siempre hay un especialista que lo puede explicar. Y así somos nosotros: duros, secos, estériles, vacíos. Suspiró y volvió a cerrar los ojos sintiendo la mano de Luna acariciar su mejilla. Pero tú no eres así, María; tú eres hermosa, alegre, mágica. Tú eres… las palabras se ahogaron en su garganta. Tenía razón María; en su civilización ya no había forma de hablar de amor. Brisa. Una leve brisa y olor a noche, a fresco y a hierba húmeda. Un corazón palpitante y una ansiedad desconocida. Mirada de llama. Cabellos rojos como una flor. El dragón. Una dama. La dama en el dragón. Los ojos de Thorn se abrieron de golpe, dilatados por el miedo, por la angustia; registraron su alrededor: noche aún, árboles moviéndose blandamente en la brisa fresca, helechos tiernos y húmedos bajo sus manos sudorosas y, sobre todo, silencio; silencio y oscuridad y el Señor Vaika en el cielo, muy bajo ya. Sin reflexionar aún, dedicó una oración de agradecimiento al Señor de lo Alto que tan propicio le había sido y nombró ligeramente, de pasada, a los otros Señores que le contemplaban desde un cielo todavía oscuro. Se pasó un peine por la melena y contempló su cuerpo en el espejo. Elástico, bien entrenado, flexible y suave como el mejor plástico, con esa irisación plateada que había adquirido en el último mundo civilizado que tocaron. Quería presentarse al extraño en su mejor forma. No sólo eso; quería que él la viera de una forma hermosa, mágica en cierto modo, que nunca pudiera olvidar cuando la vio por primera vez igual que ella nunca olvidaría la primera vez que la vio. Cuando se dio cuenta, estaba mirando fijamente al espejo y, al parecer, había estado así durante un rato. Pensar en María le dolía tanto como una herida abierta, pero era un vicio casi masoquista que apenas podía reprimir. Sintió lágrimas de rabia acudir a sus ojos y, forzándose a cerrar su mente, juró que lo haría todo de la forma que a ella le hubiera gustado: con magia. El valiente levantó su espada y, encomendándose a los Antiguos Dioses, pronunció las palabras rituales de provocación y se lanzó al ataque. La fiera se ladeó ligeramente y comenzó a escupir rayos de fuego en dirección al héroe. Su escudo mágico pudo protegerlo de las primeras lenguas ardientes pero Arjiles el negro no pudo esquivar a tiempo uno de los mortíferos rayos y cayó de rodillas, moribundo, su sedoso cabello carbonizado por el fuego infernal. Peredur, el esforzado, con lágrimas en los ojos, desmontó y, pronunciando palabras dulces en su oreja, le atravesó el cuello con Clandoria para evitarle mayores sufrimientos. Entonces lenta, deliberadamente, se giró hacia la bestia, fijó sus ojos en los ojos llameantes y se tiró a fondo buscando el punto vital, entre los ojos. El monstruo, aturdido tal vez por la rapidez y exactitud del ataque, no pudo reaccionar hasta que sintió la hoja fría de Clandoria en sus carnes. Pero, en ese momento, loco de furia y de dolor, escupió sobre Peredur, el del cabello de oro, toda su carga de fuego y de muerte. Y así fue, hombres y mujeres que me escucháis, cómo Peredur, el bien amado, halló la muerte al enfrentarse al dragón infernal que una vez, hace mucho, mucho tiempo, amenazó la paz y la felicidad de nuestra hermosa comarca. Se levantó sigilosamente y apartó las ramas con infinito cuidado. El dragón no parecía haberse movido y sus ojos ya no destellaban. Se llevó ambas manos a la cabeza, caliente y dolorida, preguntándose si todo lo que creía recordar había sucedido realmente o era tan sólo una fantasía causada por el miedo y la calentura. Todo estaba en silencio y, ahora que la Dama Niki remontaba el horizonte, una suave luz perlada se extendía sobre el mundo de la noche. Thorn, con el pecho estallando de alegría por el sencillo regalo de la vida, comenzó a llorar quedamente y, entonces, a través de sus lágrimas, la vio. Vio una leve forma opalescente vagando entre las patas del dragón. Estaba tan asombrado que no podía moverse. Sólo podía desear que la forma, débilmente luminosa, saliera del círculo de sombras y avanzara hasta un lugar donde la pudiera contemplar a sus anchas. Como obedeciendo a sus deseos, la silueta blanquecina fue apartándose despacio de la densa sombra del monstruo dormido. Poco a poco, la luz de Niki, Señora del Alba, fue iluminando la fantasmal silueta de una Dama desnuda. Sus cabellos eran largos y se movían casi flotando, como una llama en torno a su cabeza y a sus hombros, su piel era vagamente luminosa, con brillo de luz nocturna, de plata transparente, de animal marino, de flor de nieve. Vestía una túnica hecha de polvo de luz oscura y su cabeza brillaba escarchada de polvo de estrellas muertas. Sin importarle quién fuera ni qué pudiera ser de él, Thorn le entregó su vida. Para siempre. Luna bajó a tierra en el pequeño ascensor montado en una de las patas de Mimi. Debajo del módulo estaba muy oscuro pero era una noche calurosa y húmeda y el aire olía bien. Era un olor muy mezclado, pesado, dulzón; una maravilla comparado con el aire de la nave que nunca olía a nada en particular. Se detuvo y cerró los ojos para aspirarlo. Tierra húmeda, vegetación muerta, flores, grandes, llenas de polen. Fíjate en la gente a nuestro alrededor, Luna. No vienen aquí a deleitarse, a ser felices. Mira cómo se mueven sus labios. No disfrutan de los perfumes, los identifican. Mira a aquel imbécil del fondo; por su cara de satisfacción debe de haber reconocido todos los perfumes hasta ahora. Es lastimoso. Nuestra cultura ha convertido el placer en juego intelectual o en un instrumento. Por fortuna aún hay gentes como nosotras dos que disfrutan de algunas cosas sin reflexionar sobre ellas. Hierba cortada. Sí, María, por suerte aún estamos nosotras. Vino de Tau. Chocolate, con algo más. ¿Tal vez vainilla? Eres tan diferente, eres tan vital. No podía dejar que sus recuerdos empañaran el momento presente. Aspiró hondo tratando de no racionalizar las impresiones que recibía, se pasó las manos por la túnica y el pelo. Todo en orden. Bajo la luz lunar tendrían un brillo misterioso y juguetón muy conveniente. Empezó a moverse entre la luz y las sombras, segura ya de que el muchacho observaba detrás de los helechos. Poco a poco fue entrando en su propio juego y su paso se hizo más elástico, más lento. Se fue convirtiendo en un hada de leyenda jugando en un bosque con la luz de la luna, tejiendo guirnaldas con polvo de estrellas. Titania hechizando a un pobre mortal, cantando canciones, haciendo conjuros. Acudieron a su mente antiguas palabras que no había oído en mucho tiempo y, al poco, empezó a entonar, con cierta timidez, la Balada de la Dama Estrella mientras se movía suavemente como una flor en la brisa. Talas, espera. ¿Por qué murió Peredur si tenía el talismán de la Dama del Bosque? Sí. Y dinos qué fue del dragón, ¿consiguió matarlo? Las caras juveniles rodeaban expectantes a Talas, el juglar. Pues veréis, amigos. Yo no lo sé porque todo lo que os cuento es lo que me contaron a mí pero me figuro que Peredur fue castigado por la cobardía de aceptar una protección mágica en lugar de enfrentarse al dragón a pecho descubierto, como debe hacerlo un guerrero que se precie de serlo. Aunque también pudo ser, claro, que esa nueva diosa del pueblo que está al otro lado de los Montes Grises, esa Dama Dragón, tuviera algo que ver en el asunto. Sus ojos grises destellaron maliciosamente. Quizás el gran dragón era su padre y, furiosa cuando Peredur el valiente lo atacó, envió sus poderes mágicos contra el héroe. No te burles nunca de los dioses, Talas. Yo he vivido mucho y sé que, nuevos o antiguos, todos son más fuertes que nosotros y en algún momento de nuestras vidas acabaremos pidiéndoles ayuda o protección. Por eso es mejor estar a bien con ellos. Talas no se burlaba, Madre, dijo uno de los muchachos más jóvenes, inclinando la cabeza ante la anciana, como es costumbre. Conozco al juglar de los ojos de hierro muchos más años que tú y no me gustaría verle partido por un rayo de la nueva diosa. Y ahora, muchachos, vamos a retirarnos. Todos tenemos que descansar. Tú también, Talas. El hombre hizo una reverencia a la vieja señora y, con su petate al hombro, se perdió entre las sombras de la plaza. Cuando la doncella etérea se acercó a él, como jugando, el hechizo era tan fuerte que no pudo moverse de donde estaba. Esperó allí, anhelante y mudo, hasta que sus manos cristalinas rozaron su cuerpo. La extraña mujer dijo: ven, en su propia lengua, con un acento sibilante, como el viento en las hojas; le tendió la mano y Thorn no pudo resistirse. Se sintió arrastrado tras la Dama, sobre la hierba, bajo el cielo ya levemente iluminado por el día, hacia el dragón. Tuvo un fugaz momento de terror cuando de la pata de la fiera surgieron unas enormes mandíbulas que se abrieron para recibirlos, pero la Dama presionó su mano y le habló de nuevo en su lengua: no temas, dragón es mí. Eso quería decir que el dragón era suyo, ¿o que ella era el dragón? Su mente se quedó en blanco. Entraron en la boca del dragón y las mandíbulas se cerraron. La Sasaya depositó su ofrenda de flores en el suelo, con los ojos bajos. La Madre siempre la intimidaba, a pesar de que no era más que una representación. Era tan bella y tan diferente de todo lo que había conocido en su vida que, al mirarla, no cabía ninguna duda sobre su origen divino. Según los sagrados secretos textos escritos en la misteriosa lengua de los Dioses y traducidos en parte por el héroe Thorn, la Madre era la Altísima, de cuyo poder había emanado Glunja y a quien se debía respeto y amor eternos. Sólo la Sasaya podía entrar en el Santuario de la Madre y únicamente para presentar las ofrendas rituales. Su nombre era desconocido a oídos mortales y no se podía hablar de ella, su imagen o su cripta sin exponerse a un terrible castigo mil veces peor que la muerte. La Sasaya recogió los suaves pliegues de su túnica rosada y se acuclilló frente a la imagen: Señora de las Estrellas, Flordeperla, Madreluna, acepta mi pobre ofrenda y séate grata la presencia de tu sierva en tu Santuario. Te entrego estos dones en nombre de Glunja, ser de perfección por ti creada, para que tus ojos de niebla nos contemplen con bondad desde lo alto de tu infinito poder. Mi vida y mi dolor son tuyos, Señora, si los quieres. Alzó la vista y contempló una vez más la elevada estatura de la Presencia, sus largos cabellos lacios del color de la nieve al amanecer, su delicada piel violeta, fina y dulce como la mejor seda, sus grandes ojos grises, la luminosa niebla, su cuerpo perfecto cubierto con la sagrada túnica hecha de polvo de estrellas muertas. Suspiró ante tanta hermosura y, como siempre, se retiró murmurando: Te amo, Madre, Reina, te amo. Siempre, siempre seré tuya. Hasta que muera. Luna pulsó con desgana el número ochenta. Las fiestas siempre eran un fastidio; por lo menos lo eran al principio. Después de la quinta copa las cosas empezaron a mejorar; siempre había, alguien que tenía algo nuevo que probar, o algo conocido, y, después, siempre quedaba el sexo. Pero el principio era algo espantoso. Se preguntó si conocería a alguien. No es que tuviera importancia, pero siempre sería agradable para el momento de la entrada. Llegaba tarde y suponía que tendría la suerte de que nadie se fijara en ella y pudiera escurrirse discretamente hasta el bar. Desde luego su traje no atraería miradas, no se había quitado la ropa de trabajo, un mono castaño dorado y una gorra de visera. ¡Después de todo la ropa era lo que primero se perdía en una fiesta! Dio una última chupada a su cigarro, metió las manos en los bolsillos y empujó la puerta con la punta de la bota. El timbre zumbaba insistentemente. Luna lo oía como en sueños, sin decidirse a hacerle caso. De improviso se dio cuenta de la realidad y saltó del catre, desnuda y aún lánguida por el rato de amor. Thorn dormía, completamente agotado. Daphne a Luna, Daphne a Luna, ¿nos escuchas, Luna? La voz de María la dejó clavada unos instantes; tuvo que hacer un esfuerzo. Aquí Luna, adelante, Madre, te escucho fuerte y claro. Vaya susto me has dado, creí por un momento que ya no estabas a nuestro alcance. Para lo que eso os importa a vosotros. Oye, Luna. No, oye tú, ¿qué es eso de Daphne?, ¿desde cuándo sois Daphne para la tripulación? Verás, querida —la voz sonaba levemente insegura—, durante un cierto tiempo no vas a pertenecer a la tripulación de la nave. Ya se ha solicitado un sustituto. ¡Malditos seáis, bastardos! —el odio en la voz de Luna era real—. Oye ¿por qué no conectas el vídeo y nos vemos las caras? Estoy desnuda. Eso podría ser interesante. Luna emitió un siseo como el del agua sobre metal caliente. ¡Quieres dejar de decir idioteces, maldita máquina! ¡Como si a ti te importaran mi cara y mi cuerpo! No eres más que un pedazo de acero sin sentimientos flotando en el espacio y dándotelas de humano. Y lo más grave es que eres un monstruo por voluntad propia. Se le quebró la voz y, por primera vez en mucho tiempo, se le llenaron los ojos de lágrimas. María dejó pasar unos segundos y dijo con voz ronca: Aún no lo has superado, ¿eh? No hubo más respuesta que un sollozo ahogado. Créeme, querida, para mí tampoco ha sido fácil, pero uno tiene que adaptarse a lo que tiene y a lo que es. Y tratar de ser feliz con ello. La voz de Luna volvió a sonar dominada por la rabia: ¿No puedes comprender que eres lo único que he amado en el mundo?, ¿no comprendes que aún te quiero, maldita sea?, ¿qué aún sueño en tenerte y te deseo?, ¿qué no puedo aceptar que seas lo que eres?, y, sobre todo, María, lo que no te perdonaré jamás es que me sacaras de mi felicidad con tu magia y que me hayas dejado así, sola, con una necesidad que nadie puede saciar. Hubo un silencio. Después, la mano de Luna se deslizó lentamente hacia el interruptor del video y lo presionó. Una blanca y reluciente consola apareció frente a sus ojos. La voz de María era muy dulce: Estás preciosa, niña. Te dije que lentamente comenzaba a perder algunos sentimientos humanos, pero conservo todavía la apreciación estética. A su pesar, los labios de Luna dibujaron una pequeña sonrisa. María añadió: Y los recuerdos. Sí, dijo Luna despacio, los recuerdos. Thorn, echado de espaldas y con los ojos cerrados oía las palabras de aquella lengua extranjera como si fueran música. Su cerebro se negaba a pensar; había que aceptar demasiadas cosas para ponerse a reflexionar sobre ellas. Estar aquí, en el vientre de un dragón, vivo, después de haber hecho el amor con la misteriosa dama de la piel de plata, llenaba por completo su cuerpo y su cerebro. Jugaba en silencio con los sonidos que escuchaba; le gustaba el que ella había pronunciado primero, algo así como matre, con una a muy larga y una e pequeñita y le gustaba el nombre de la dama, un nombre tan extraño, Gluna, gluunia, lunja, glunja, con una u dulce y larga. Mecido por los sonidos que no podía comprender, volvió a dormirse. Madre, vengo a solicitar tu permiso para hablar a la aldea de algo maravilloso. La anciana levantó la vista del fuego, sorprendida, y miró a Talas con curiosidad. ¿Desde cuándo solicitas licencia para contar tus cuentos a la chiquillería, juglar? Te conozco desde hace mucho y, que yo sepa, siempre te ha divertido burlar mi autoridad. Talas se acuclilló ante la anciana y, con la mirada, pidió permiso para sentarse frente a la hoguera. Ella inclinó la cabeza y el juglar se acomodó sobre un cojín, la mirada fija en las llamas que la madre avivaba con una varilla dorada. Al fin, los ojos grises de Talas se encontraron con los ojos arrugados y hundidos. Estoy confuso, Madre. Tú sabes, como todos los que me conocen bien, que nunca he creído en nada. Que si me dedico a contar cuentos por los pueblos es porque me gusta la gente y la libertad y la mentira. Y porque disfruto alegrando las pobres vidas rutinarias de los campesinos, pero por la luz de Niki que nunca he creído una sola palabra de lo que he venido contando año tras año, aldea tras aldea. Y ahora… el juglar se interrumpió. A una señal de la anciana, una muchacha que remendaba en un rincón acercó una jarra de vino con miel y dos tazas. Esto te dará ánimos. Continúa. Talas dio un largo trago y volvió a buscar sus ojos. Es extraño, Madre. Me faltan palabras. A mí, a Talas el juglar, le faltan palabras. La varilla siguió removiendo las brasas, lentamente, creando sombras en la habitación. ¿Recuerdas que hace algunos años comenté algo acerca de una nueva diosa, la Dama Dragón, la llamaban? La anciana asintió con la cabeza. Me reí de ella muchas veces, en contra de tus consejos. Las únicas tonterías que me gustan son las que invento yo mismo a partir de lo que oigo, como la historia de Peredur, ¿te acuerdas, Madre?, me contaron algo de eso hará unos siete años y yo he ido añadiendo, inventando, adornando y digo que hace siglos que sucedió. No te apartes de tu historia, juglar —dijo la anciana sin separar los ojos de la lumbre—. Pues bien, los que empezaban a creer en ella decían que era preciso convertirse pronto al amor de la Dama porque estaría poco tiempo con nosotros. Decían que, igual que había bajado del cielo en su dragón llameante, pronto volvería a su reino en las estrellas envuelta en fuego y luz. Yo, naturalmente, no lo creí. Soy demasiado viejo para dejarme llevar por las fantasías, pero pensé que podría sacar una buena historia reuniendo todos los desvaríos de aquella gente. Por eso me quedé una temporada más del otro lado de los Montes. Incluso me acerqué al Santuario que estaban construyendo. No vi nada de particular, aunque me dijeron que el Dragón y la Dama moraban en el interior de la montaña. Hubo una pausa mientras el hombre apuraba su taza y la llenaba otra vez. Ahora viene lo increíble, Madre. Cuando mi historia estaba casi completa y mi petate dispuesto para marchar, vinieron a la posada a decirme que el tan temido momento había llegado: Glunja nos abandonaba. Habían visto señales luminosas en el cielo y Thorn, el elegido, había anunciado que a la medianoche la Dama aparecería ante su pueblo para marchar a su hogar en las estrellas. Siempre me han gustado las funciones de teatro, así que pensé que sería divertido pero, Madre —las manos del juglar temblaban—, era cierto. Era sencilla e increíblemente cierto. Estábamos allí todos, en la explanada del Santuario que aún está a medio hacer cuando, de repente, en la oscuridad de la noche vimos que una estrella iba creciendo, creciendo, creciendo y luego pareció despegarse del cielo como una hoja se desprende del árbol para caer a los pies del caminante y, lentamente, se fue acercando a nosotros. Casi si darnos cuenta nos pusimos de rodillas. El aire se llenó de un ruido ensordecedor, más fuerte que el de las tormentas de verano y un olor extraño nos llegó del cielo. Pronto la estrella se convirtió en un fantástico animal volador que se dirigía derecho hacia nosotros, bajando, envuelto en llamas y estruendo. Temblábamos como el agua bajo el viento y nuestras voces enronquecidas por el miedo sólo podían articular Su Nombre: Glunja, Glunja, Glunja. Era un sonido opaco y apagado por el rugido de la bestia celeste, pero constante, febril. Cuando el dragón de las estrellas se posó en el suelo, exactamente en el círculo de harina que la Dama había dibujado, el fuego se extinguió y pudimos contemplarlo. Era más pequeño de lo que habíamos creído al principio pero parecía muy fuerte y su cuerpo era brillante, como de plata, con cosas que brillaban como cristales, como joyas. Estaba allí, quieto y mudo bajo las estrellas y, te juro, Madre, que parecía un pedazo de una de mis historias y, de repente, Ella salió del Santuario. Creo que ninguno de nosotros la había visto antes, pero la reconocimos al verla. Era hermosa, Madre, la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Su piel era como plata clara y sus cabellos rojos como el fuego de invierno. Desde donde estaba no podía ver sus ojos, pero los imagino grandes y bellos como el agua de un lago. Sí, Madre, dijo Talas respondiendo a la mirada de reprobación de la anciana. Comprende que son muchos años contando historias y esto es algo tan bello que no puedo evitar alguna pequeña invención para que sea más mío. No sé, cómo apareció, pero allí estaba. Vestida con una túnica transparente que parecía hecha de luz oscura, una túnica tan fina que flotaba apenas en la brisa de la noche y dejaba ver a través su cuerpo de cristal luminoso. ¡Qué bella era Madre! Abrió los brazos y dijo en nuestra lengua en voz alta y clara: Adiós amados míos. Me voy ahora, pero siempre estaré con vosotros y un día regresaré. Hasta entonces os dejo a Thorn, mi elegido, el primero que me amó en esta tierra. Él os enseñará lo que debéis hacer para estar siempre en contacto conmigo. Nunca os abandonaré y vosotros me amaréis siempre. Entonces se volvió de espaldas, alzó los brazos al cielo, se volvió de nuevo hacia nosotros, dirigió una larga mirada al bosque, los montes, el río y, dulcemente, como si al andar no pisara el suelo, caminó hasta la bestia de plata, que esperaba inmóvil. Unos segundos después, los ojos del dragón se iluminaron y empezamos a oír un ligero rumor que se fue convirtiendo en un espantoso rugido; de las patas de la fiera brotaron chorros de fuego y, lentamente, se fue elevando sobre nuestras cabezas para convertirse de nuevo en una estrella. Así que me tengo que quedar aquí, dijo Luna con voz opaca. No hubo respuesta. Y ¿puede saberse hasta cuándo? Si lo supiera te lo diría, tú sabes que te lo diría. Sí, María, sé que sí. Luna jugueteaba con su pelo. La impresión había sido tan fuerte que todavía no experimentaba ningún sentimiento claro. Permaneció así durante un rato. Luego, de una forma casi infantil, olvidando toda su agresividad, preguntó: ¿y qué hago?, sus ojos rojizos clavados en la pantalla. La respuesta de Daphne tardaba en llegar. Luna, ¿me escuchas?, he desconectado la grabación y sólo puedo estar así un momento, de modo que ahí va mi consejo: recuerda nuestras conversaciones y usa la religión. Haz que te amen a través del miedo. Conviértete en diosa y no tendrás nada que temer. Pide ofrendas y sacrificios y no tendrás que preocuparte de conseguir comida. Inventa ritos de iniciación y tendrás el sexo resuelto. Sé creativa, no te preocupes de nada. Trata de ser feliz y antes o después te sacarán de ahí. La voz calló de repente y hubo una pequeña pausa. A continuación, María volvió a adoptar su tono neutro y contestó a la pregunta de Luna: He estado consultando mis registros. No te preocupes, podrás sobrevivir. Intenta establecer unas relaciones satisfactorias con los nativos, siempre que te acepten de buen grado. Si ves que vas a tener auténticas dificultades, entra en ciclo de hibernación y nosotros te reanimaremos cuando la misión de rescate esté lista para sacarte de ahí. Si tienes alguna pregunta, házmela ahora porque nos estamos alejando rápidamente de la zona de comunicación con tu planeta. Luna sonaba débil y, por una vez, insegura, en el centro vital del Daphne: No, gracias, creo que eso es todo. ¡María, espera! ¿Sí, Luna? Nada, contestó, mordiéndose los labios, no era nada de importancia; buen viaje. Gracias, flordesol, dijo el Daphne en voz muy baja, nos volveremos a ver; ¡buena suerte! Luna se chupó la sangre que le salía del labio inferior, le dio un puñetazo a la consola, se peló un nudillo y decidió tomarse un par de calmantes y un poco de tiempo para pensar. Al principio no pudo ver lo que había en el interior del apartamento; no había más que oscuridad rojiza, brumosa, que no permitía distinguir los contornos. Permaneció un momento apoyada en el quicio de la puerta, tratando de acostumbrar sus ojos a la falta de luz. Para no hacerse notar, entornó la puerta de nuevo y se mantuvo allí muy quieta, pegada a la pared. Una música dulzona y cadenciosa flotaba sobre la bruma roja y por todas partes sombras entrelazadas, murmullos, risas contenidas y el fuerte olor de varias drogas mezcladas. Una buena fiesta, algo snob pero buena. Cuando ya casi se había decidido a abandonar su rincón para empezar a buscar el bar entre las sombras, apareció en el centro de la habitación un punto de luz rosada y, justamente debajo de la luz, la mujer más hermosa que Luna había visto hasta entonces. Una immaliana, con toda seguridad. Su piel malva tenía un suave brillo de porcelana y sus cabellos blancos y lisos le llegaban a la cintura. Bailaba lenta, lánguidamente, como si su cuerpo formara parte de la niebla de la habitación. Nadie miraba su danza excepto Luna y, poco a poco fue adquiriendo la impresión de que la bellísima immaliana bailaba sólo para ella. Esperó casi sin respirar a que terminara y, cuando cesó la música, se acercó rápidamente, desafiante, posesiva. Eres lo más bello que he visto en mi vida. Soy María, le contestó, bienvenida a mi casa. La anciana quedó pensativa un buen rato, los ojos fijos en las cambiantes llamas de la hoguera. Así que tenernos una nueva diosa, dijo por fin. ¿Estás seguro de no haber inventado toda la historia, Talas? Te doy mi palabra, Madre. Bien; en ese caso, mañana al atardecer contarás en la plaza lo que me has contado a mí y después de la siega, si el señor Uloki nos es propicio, haremos un peregrinaje al Santuario de la Dama Dragón para llevarle nuestras ofrendas y ponernos bajo su protección. Después de todo, estar de parte de un dios, sea verdadero o no, no puede hacer ningún daño, añadió entre dientes. Levantando la vista de nuevo, fijó sus viejos ojos en los de Talas: Ya te dije una vez que no hay que reírse nunca de los dioses, no mientras sean grandes y poderosos. Pero eso es negar el intelecto, dijo Luna, y no puedes olvidar que eres lo que eres gracias a lo que piensas. No lo olvido y no niego nada; sólo digo que es pobre, que es poco, que quiero más. Quiero experimentar, conocer, crecer y no sólo mentalmente. Eres insaciable. Sí, lo quiero todo, sus ojos se entrecerraron de placer. Luna encendió un par de cigarrillos y le pasó uno a María, ésta continuó: Tienes que reconocer que eres muy limitada, Luna; te conformas con muy poco, tu trabajo y el sexo te bastan. No tienes curiosidad, no quieres ir más allá. Ah, ah, eso no es cierto, tú sabes que he probado todos los tóxicos que han caído en mis manos. Sí, ya sé que eres una viciosa, dijo María, burlona, inclinándose para besarla. Y después, repentinamente seria: Pero tú lo haces por hastío, por escape, casi como autodestrucción, mientras que para mí la vida es experiencia, conocimiento. Conocer es vivir. Y eso es algo que no tiene límites. A veces pienso que te dejarías matar sólo por saber cómo es, dijo Luna, mirándola a través del humo. No, flordesol, en eso te equivocas; la muerte es una experiencia que tengo asegurada, por lo que no tengo ninguna prisa en provocarla. Prefiero ocupar mi tiempo en cosas que tal vez sólo se me presenten una vez. Como ésta. La tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. ¡Oh! Luna, mi flordesol, murmuró a su oído, ¡cuánto odio que te vayas ahora! Algún día tenemos que conseguir que nos destinen a la misma nave. Lo dudo, cariño, contestó Luna, mientras acariciaba su pelo y su cuello. Las naves de reconocimiento no necesitan técnicos de altos vuelos como tú. Digamos que yo voy con los que arrancan las piedras y tú con los que dicen qué son. Sus manos empezaron a buscar el cierre de su vestido. A veces me pregunto qué has podido ver en mí. Yo me lo pregunto, contestó María con los ojos cerrados. Luna, mi amor. Ni a mí me resulta fácil escribirte esta carta ni a ti te resultará fácil aceptarla. No sé ni cómo empezar ni cómo decírtelo pero es algo que debes saber. Cuando vuelvas, si es que vuelves, no encontrarás a la María que conoces y, espero, amas. Estás avisada, va a ser muy duro. Cuando recibas esto, ya me habré convertido en algo totalmente diferente de lo que tú conoces. Cuando leas estas explicaciones, seré ya un cyborg, una nave de exploración, todavía no sé cuál. No me insultes aún ni me reproches haberlo hecho, antes de conocer las razones. Tú sabes mejor que nadie el valor que siempre he dado al cuerpo y a los placeres materiales y, aunque parezca una contradicción, ha sido esto mismo lo que me ha llevado a tomar una decisión tan rápida sobre algo tan importante. Hace apenas dos semanas, tiempo de Electra, me enteré por el chequeo oficial de que, no sé cómo, había contraído la famosa Enfermedad que tiene locos a todos los servicios sanitarios de este lado de la galaxia y además, parece ser que los immalianos somos particularmente sensibles a ella. No necesito explicarte los síntomas ni todo el resto de detalles desagradables, pero sabes que de todas las enfermedades posibles, sólo ésta podría haberme afectado de una forma integral. Perder toda sensibilidad táctil y, lentamente, la capacidad de movimiento, me hubiera destruido moralmente. Por eso, cuando me propusieron convertirme en un cyborg, la idea no me pareció descabellada. Eso significaría tener un cuerpo nuevo, con infinitas posibilidades por explorar, capacidad de movimiento mucho mayor que con mi cuerpo anterior, todo un nuevo universo que descubrir junto con mucho más tiempo para hacerlo. No lo pensé demasiado. Como ya te dije una vez, la idea de morir no me atrae demasiado y, para mí, esa enfermedad hubiera sido mil veces peor que la muerte. Ya lo sabes, flordesol. Sé que con esto te he hecho daño pero, créeme, no había otro remedio. A pesar de todo, me gustaría que nos volviéramos a ver. Mis sentimientos hacia ti son los mismos y supongo que durante bastante tiempo, al menos mientras conserve sentimientos humanos, no cambiarán. Te amo, Luna, pero mi vida es todo lo que tengo y uno sólo puede ofrecer aquello que posee. Sí no hubiera dado este paso, no tendría nada que darte. Así corro el riesgo de que no estés dispuesta a aceptar lo que ahora puedo ofrecerte, pero, con toda honestidad, es lo único que podía hacer. He conseguido que no me cambien el nombre, como suelen hacer con todos los que cambian de estado, así que seguiré siendo María aunque para las funciones oficiales adopte el nombre de la nave a que se me destine. He solicitado convertirme en una nave de exploración para que, si lo deseas, podamos estar juntas, pero no quiero que esto te condicione lo más mínimo. Entenderé perfectamente que no quieras volver a verme. Luna, querida, nada más. ¿Qué más podría decirte? Sabes cuáles son mis sentimientos y eso basta. Hasta siempre, flordesol. Vamos a sacarte de ahí, pequeña. Llegaremos dentro de tres días de tu tiempo. Ya puedes ir preparando las maletas —la voz sonaba joven y alegre en el intercom, silencioso durante años—. No había señal óptica. Al principio, los ojos de Luna se llenaron de lágrimas. ¡Los muy cabrones!, ¡los muy cabrones!, dijo en un murmullo. Se echó el pelo hacia atrás y contestó con voz ahogada: Os espero. Como esta vez no salga bien, os la corto. Cuando después de algunas bromas se hizo el silencio, Luna lloró. Y, ¿dice usted que ese piloto fue abandonado hace ya seis años en el planeta…?, las manos regordetas buscaron lentamente en el informe que había sobre la mesa. Sí, señor. Eso he dicho. Y he dicho también que es vergonzoso que se haya hecho eso con un piloto de una nave de reconocimiento cuyo balance de misiones positivas es superior al 70%. Mi querido coronel Giovanno, sabe usted perfectamente que no tiene por qué excitarse. Además, no queremos perder a nuestros héroes tan fácilmente. —El Secretario General de la Séptima Demarcación le dirigió una brillante sonrisa durante unos segundos—. Y, además, coronel, se trata de un planeta con todas las garantías de supervivencia —atajó con un gesto la respuesta del coronel— y vamos a sacarla de ahí, por supuesto que vamos a sacarla. Antes o después teníamos que hacerlo, pero ya que se interesa usted de manera especial, lo haremos lo más de prisa posible. Le doy mi palabra. Hubo una pausa. ¿Puedo preguntarle algo, coronel —dijo al fin el hombre de detrás del escritorio—, puedo preguntarle el porqué de ese interés? La mirada del coronel Giovanno se hizo nebulosa. Es difícil de explicar, señor. Con el tiempo uno se hace sentimental y le afectan cosas que antes le traían sin cuidado. Yo era el capitán del Daphne cuando la dejamos allí. Era una chica muy guapa. Se me ocurrió hace poco que cabía la posibilidad de que aún estuviera enterrada en aquel sitio y me decidí a venir a comprobarlo. Sé que resulta un poco ridículo, pero me da la impresión de que, de alguna manera, se lo debo. El Secretario se puso en pie: No se preocupe, coronel Giovanno, es cuestión de días. Gracias, señor. Se estrecharon las manos. Cuando hubo salido el coronel, las manos regordetas buscaron de nuevo entre los papeles, encontraron lo que querían y marcaron un código: la Hallas había sido designada para la misión. Thorn vistió su espléndido manto de plumas rojas, ajustó la diadema con el creciente mágico Glunja y se preparó para iniciar la ceremonia. Hacía diecisiete años que, en una noche igual, su amor, su diosa, lo había abandonado porque los dioses tienen asuntos que atender en las estrellas, asuntos en los que los mortales no pueden mezclarse. Cerró los ojos grises y duros como piedras de río y apretó los puños hasta hacerse daño. Diecisiete años. Y aún no había podido hacerse a la idea de que se había marchado para siempre. Cada noche era una tortura, una infinita repetición de la última noche con Luna. De aquella noche en que ella se abrazó a él como si de ello dependiera la Vida. Desde entonces, cada noche recordaba aquel brillo en sus ojos y aquel ligero temblor de sus manos y su piel húmeda y fría y su amor enorme, incontrolable, bello y destructor como un rayo de verano. Desde hacía diecisiete años se preguntaba si le habría gustado saberlo con tiempo y todos los días se veía incapaz de contestarse. Él había sabido, como todos los fíeles, que un día Glunja volvería a las estrellas y lo había aceptado. Pero nunca había pensado seriamente que ello significaba que Luna, su Luna, lo abandonaría para siempre. Se ajustó la diadema, se apretó el ceñidor, única prenda sobre su cuerpo fuerte y hermoso, a pesar de los años, y se dirigió resueltamente a la explanada del Santuario. Al pasar ante una pequeña puerta, brillante y pulida como un espejo, se detuvo, dudó un instante y entró. La Madre lo contemplaba impasible con sus ojos de niebla. Thorn se tendió boca abajo en el suelo, frente a la Presencia y sus y… Sí, Andy, sí. Mira, chico, vete a dormir ahora y ya se lo terminarás de contar mañana, ¿eh? Se levantó tambaleándose y se dirigió a la cubierta de pilotos. Luna se sentó en su lugar y aspiró un poco. Cualquier día se va a quedar seco; se está quedando poco a poco. Tú también, preciosa —observó un joven oficial al otro lado de la mesa—. Yo tengo mis motivos. ¡Eh, Luna!, ¿hay algo de verdad en lo que cuenta ese loco? Luna suspiró, cerró los ojos: Ese pobre imbécil ve a unos cuantos desgraciados mirando una nave muertos de miedo y se cree que es un festival. Lo que pasa es que, al fin y al cabo, me sacó de allí y le tengo cariño. No —continuó, mirando de frente a la muchacha que había preguntado— no hubo nada de eso, aunque no hubiera estado nada mal. La verdad es que, cuando yo llegué, ya había una religión muy fuerte y lo único que pude hacer para tenerlos a raya fue asustarlos un poco con nuestra «prodigiosa tecnología» —hizo una mueca y sonaron algunas risas. Luna continuó, casi para sí misma, —: era una religión hermosa; el culto de la Dama Dragón, lo llamaban. Su sacerdote era un hombre impresionante. Se llamaba Thorn. Yo le amaba. Cuando volvió al dormitorio, Thorn aún estaba en el baño. Paseó la mirada por todo lo que unos momentos antes le había parecido tan familiar. Ahora que sabía que iba a perderlo, le dolía como una quemadura. Pensó en Thorn, su hombre. El único ser que había sido suyo en toda su vida. De repente, con una inmensa amargura, comprendió a María. Ella la había querido, a su manera, pero, cuando tuvo que elegir su destino, sólo pensó en lo que realmente debía hacer. Ahora ella tenía que hacer lo mismo. Dejar a Thorn le dolía y le dolería por siempre, pero quedarse estaba fuera de toda cuestión. Se miró al espejo: su cuerpo estaba en forma y sus reflejos seguían siendo excelentes. Se había entrenado con Mimi todos los días desde que abandonó el Daphne.
Podría volver a pilotar, a volar, a su vida de siempre. Su mente era una confusión de ideas y se veía incapaz de coordinar todos los sentimientos que tenía en su interior. Se obligó a pensar unos segundos lo más fríamente posible y decidió no decírselo hasta el final. Ven Thorn, voy a enseñarte una cosa. Su lengua era aún pobre y se expresaba con cierta dificultad, pero el muchacho parecía entenderlo todo. Mira —dijo Luna abriendo una de las pequeñas puertas laterales de Mimi—. Thorn estuvo a punto de desmayarse de la impresión. En una pequeña sala, débilmente iluminada había una mujer. Una mujer muy alta y enormemente bella. Su piel era violácea y sus largos cabellos eran blancos, casi color de plata. Era tan extraña que, más que miedo, sintió ganas de llorar. Se acuclilló ante ella como signo de respeto. Luna permaneció de pie. Mira, Thorn, esta imagen que ves aquí representa a alguien que fue para mí más que una madre, más que cualquier cosa querida que puedas imaginar. Ella hizo que yo fuera como soy y, de alguna manera, me ayudó a crear el Santuario y todo lo que está a nuestro alrededor. No debes hablarle a nadie de su existencia. Está demasiado alta para ser conocida por ojos sencillos. Tú puedes venir a traerle ofrendas pero siempre deberás colocarte ante ella en una posición de respeto. ¿Me comprendes? Dijo que sí con la cabeza, sin apartar los ojos de la imagen. Callaron durante un rato. Luego él preguntó: ¿Dónde está ahora la Madre? Luna sintió una punzada de viejos sentimientos en el estómago. Contestó simplemente: Vuela entre las estrellas, más de prisa que la luz; puede conocerlo todo y a todos si lo desea; tiene más poder que cien mil hombres y no hay nada que sea imposible para ella y Thorn se tendió en el suelo, boca abajo: Gloria a Ti por siempre, Señora del Cielo y las Estrellas —murmuró dulcemente—. ¡Luna!, ¡por fin! Tienes muy buen aspecto. Los ojos de Luna se dirigieron directamente a la lente: ¿qué diablos haces tú aquí? Ahora estoy aquí —fue la sencilla respuesta—. ¿Ya no eres una nave? No; cuando te fuiste, perdí interés —dijo en tono de burla—. Has ascendido, ¿eh? Sí, realmente sí; éste es un puesto de mayor responsabilidad. Hubo una larga pausa. ¿Sabes por qué estás aquí?, preguntó al fin María. No, no lo sé, pero me figuro que para un control de recuerdo. Bien adivinado. Tengo que saber todo lo que has hecho en este tiempo; hay que mandarlo al archivo central. Luna respondió lenta, deliberadamente: Vas a tener que sacármelo con pinzas, preciosa. A nadie le ha importado lo que me pudiera suceder durante seis años; ahora no lo voy a contar todo como una niña buena. Ni a ti ni a nadie. Sus ojos miraban obstinadamente al punto donde se encontraba la María que ella había conocido. Mira, Luna, sabes que puedo vaciarte por completo. Sabes que tengo que ofrecer un informe, ¿por qué no cooperas?, no quiero tener que sacártelo todo a la fuerza. Luna sacudió lentamente la cabeza. Pasaron unos segundos y María volvió a hablar: Luna, escucha, ahora estás sola conmigo, nadie nos oye. ¿Qué pasa?, ¿seguiste mi consejo y temes meterte en un lío si se enteran? Luna se sobresaltó: ¿cómo lo sabes? Parece que tú has olvidado más que yo, amiga mía. Mira, yo ya no soy la que era y, la verdad, no quisiera volverlo a ser, pero todavía me siento cerca de ti, de alguna manera. Dime lo que sucedió realmente y yo lo arreglaré para que nada te pueda pasar. ¿Me lo vas a decir, Luna? Lo pensó durante un largo rato. Finalmente miró de nuevo al gran ojo granate que era ahora el rostro de María: Escucha, esto es lo más hermoso que me ha pasado en toda mi vida; casi podría decir que es lo único bueno que he tenido nunca y no voy a permitir que nadie lo ensucie o lo destruya. Puedes vaciarme de todo, no me importa que lo sepas; tal vez sea mejor, pero quiero que me prometas, que me asegures dos cosas: que nunca nadie sabrá una palabra de lo que realmente sucedió y que nosotras dos no nos volveremos a ver nunca más. Se hará como tú quieras, contestó María en un tono dulce y profundo. De acuerdo, entonces. Se puso en pie y se dirigió a una litera junto a la consola; se tendió sobre ella y miró una vez más a la lente rojiza: Puedes proceder. Antes de perder la consciencia, creyó oír la voz de María diciendo flordesol.