Capítulo 15

TIMMINZ, a regañadientes, acompañó a Charmain por el largo y complicado camino de vuelta a la cueva de los kobolds. Una vez allí, dijo alegremente:

—Desde aquí ya sabes llegar.

Y desapareció dentro de la cueva, dejando a Charmain sola con Waif.

Charmain no sabía llegar desde allí. Se quedó de pie al lado del objeto que Timminz había denominado «silla» durante unos minutos, preguntándose qué hacer y mirando a los kobolds pintar, tallar y forrar el objeto sin dedicarle ni una sola mirada a Charmain. Al final, se le ocurrió dejar a Waif en el suelo.

—Enséñame el camino a casa del tío abuelo William, Waif —le pidió—. Sé lista.

Waif empezó a caminar con intención. Pero Charmain tardó poco en dudar seriamente de que Waif fuese lista. Waif corría y Charmain caminaba, y giraban a la izquierda y a la derecha, y otra vez a la derecha, durante lo que le parecieron horas. Charmain estaba tan ocupada pensando en lo que había descubierto que, varias veces, se perdió el momento en que Waif giraba a izquierda o derecha, y tuvo que quedarse esperando en la oscuridad gritando: «¡Waif! ¡Waif!», hasta que Waif volvió y la encontró. Lo único que Chamain consiguió, con toda seguridad, fue alargar al doble el trayecto. Waif empezó a jadear y a moverse con dificultad, su lengua cada vez le colgaba más, pero Charmain no se atrevía a cogerla en brazos por si nunca conseguían regresar a casa. En lugar de eso, hablaba con Waif para darse ánimos:

—Waif, tengo que contarle a Sophie lo que ha pasado. A estas alturas, debe de estar muy preocupada por Calcifer. Y también tengo que contarle al Rey lo del dinero. Pero si voy directamente a la mansión cuando llegue a casa, me encontraré allí al terrible príncipe Ludovic fingiendo que le gustan las pastas. ¿Por qué no le gustan? Las pastas están buenas. Supongo que porque es un lubbockin. No me atrevo a decírselo al Rey delante de él. Creo que tendremos que esperar a mañana para ir. ¿Cuándo crees que se irá el príncipe Ludovic? ¿Esta noche? El Rey me dijo que volviese pasados dos días, así que para entonces el príncipe Ludovic debería haberse ido. Si llego pronto, podré hablar antes con Sophie… Oh, cielos, acabo de recordarlo: Calcifer dijo que iban a fingir que se iban, de modo que a lo mejor no encuentro allí a Sophie. Oh, Waif, ojalá supiera qué hacer.

Cuanto más hablaba Charmain sobre el tema, menos sabía qué hacer. Al final, estaba demasiado cansada para hablar y se limitó a tambalearse tras la silueta cansada y jadeante de Waif, que corría ante ella. Finalmente, después de mucho tiempo, Waif abrió una puerta y llegaron al salón del tío abuelo William, donde la perra dio un gemido y cayó de lado con la respiración entrecortada. Charmain miró por la ventana las hortensias, que se veían rosas y lilas a la luz del ocaso. «Nos hemos pasado andando todo el día —pensó—. ¡No hay duda de por qué está tan cansada Waif! ¡No hay duda de porque me duelen los pies! Al menos Peter ya debe de estar en casa y espero que tenga la cena pronto».

—¡Peter! —gritó.

Cuando no hubo respuesta, Charmain cogió a Waif y fue a la cocina. Waif lamió suavemente las manos de Charmain en agradecimiento por no tener que dar un solo paso más. Allí, la luz del ocaso iluminaba las cuerdas de ropa limpia rosa y blanca, que seguían zarandeándose tranquilamente en el patio. No había rastro de Peter.

—¿Peter? —lo llamó Charmain.

No hubo respuesta. Charmain suspiró. Era evidente que Peter se había perdido del todo, mucho más que ella, y no podía saber cuándo aparecería.

—Demasiadas cintas de colores —farfulló Charmain a Waif mientras golpeaba la chimenea para obtener comida para perros—. ¡Niño estúpido!

Estaba demasiado cansada para cocinar. Cuando Waif se hubo comido dos platos de comida y bebido el agua que Charmain le trajo del baño, ella se instaló en el salón y se tomó un té de las cinco. Después de pensarlo un poco, se tomó otro té de las cinco. Y después se tomó un café de la mañana. Luego se planteó ir a la cocina a desayunar, pero se dio cuenta de que estaba muy cansada y, entonces, cogió un libro.

Mucho después, Waif la despertó al subir al sofá a su lado.

—¡Oh, vaya! —dijo Charmain. Y se fue a la cama sin ni siquiera intentar lavarse y se quedó dormida con las gafas puestas.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, oyó que Peter había vuelto. Se oía el baño, pasos y el sonido de puertas que se abrían y se cerraban. «Suena muy activo —pensó Charmain—. Ojalá yo también lo estuviese». Pero supo que tenía que levantarse e ir a la mansión real, así que refunfuñó y se levantó. Sacó su última muda limpia y tardó tanto en lavarse el pelo y peinarse que Waif apareció nerviosa en su busca.

—Sí, desayuno, vale, ya lo sé —dijo Charmain—. El problema es que —admitió mientras cogía en brazos a Waif— me da miedo el hombre gris. Creo que es peor que el príncipe.

Abrió la puerta con el pie, giró y giró a la derecha para entrar en la cocina, donde se quedó de pie mirando.

Una extraña mujer estaba tranquilamente sentada a la mesa de la cocina desayunando. Era el tipo de mujer que enseguida te das cuenta de que es muy eficiente. La eficiencia inundaba por completo su rostro bronceado y sus fuertes manos demostraban su competencia. Aquelias manos estaban ocupadas untando sirope con eficiencia en un enorme montón de tortitas y troceando el beicon que estaba al lado.

Charmain se quedó mirando las tortitas y la extraña ropa de zíngara de la mujer. Llevaba volantes brillantes y pálidos por todas partes, y un colorido pañuelo envolvía su pálido pelo rubio. La mujer se dio la vuelta y le devolvió la mirada.

—¿Quién eres? —preguntaron ambas al mismo tiempo, la mujer con la boca llena.

—Soy Charmain Baker —respondió Charmain—. Estoy cuidando la casa del tío abuelo William mientras le curan los elfos.

La mujer tragó lo que estaba masticando.

—Bien —dijo—. Me alegra saber que dejó a alguien a cargo de todo. No me gustaba la idea de que la perra estuviese sola con Peter. Por cierto, ya le he dado de comer. A Peter no le gustan mucho los perros. ¿Todavía duerme?

—Esto… —titubeó Charmain—. No estoy segura. Anoche no vino a casa.

La mujer suspiró.

—Siempre desaparece en cuanto me doy la vuelta —dijo—. Sabía que había llegado aquí bien —señaló con el tenedor con tortita y beicon a la ventana—. Esa colada es típica de Peter.

Charmain notó cómo su rostro enrojecía y se calentaba.

—En parte fue culpa mía —admitió—. Herví una capa. ¿Por qué creía que había sido Peter?

—Porque siempre ha sido incapaz de realizar bien un hechizo —contestó la mujer—. Créeme que lo sé. Soy su madre.

Charmain quedó bastante impresionada al saber que estaba hablando con la bruja de Montalbino. Estaba sorprendida. «Pues claro que la madre de Peter es supereficiente —pensó—. Pero ¿qué está haciendo aquí?».

—Creía que estaba en Ingary —dijo.

—Estaba —admitió la bruja—. Llegué a Strangia, donde la reina Beatrice me dijo que el mago Howl había ido a High Norland. Así que volví a atravesar las montañas y fui donde los elfos, que me dijeron que el mago Norland estaba con ellos. Entonces me preocupé mucho porque me di cuenta de que seguramente Peter estaría aquí solo. Le mandé para que estuviese a salvo, ¿sabes? Vine enseguida.

—Creo que Peter estaba a salvo —dijo Charmain—. O, al menos, lo estaba hasta que se perdió ayer.

—Estará a salvo ahora que yo estoy aquí —aseguró la bruja—. Noto que está cerca —suspiró—. Supongo que tendré que ir a buscarlo. No distingue la derecha de la izquierda, ¿sabes?

—Ya lo sé —asintió Charmain—. Usa cintas de colores. La verdad es que es bastante eficiente —pero, mientras decía esto, pensó que, para alguien tan eficiente como la bruja de Montalbino, Peter estaba condenado a parecer tan inútil como Charmain le parecía al propio Peter. «¡Padres!», pensó. Dejó a Waif en el suelo y dijo con educación—: Perdone que se lo pregunte, pero ¿cómo ha conseguido que el hechizo del desayuno le trajese tortitas?

—Dando la orden adecuada, por supuesto —dijo la bruja—. ¿Quieres?

Charmain asintió con la cabeza. La bruja dirigió sus eficientes dedos a la chimenea.

—Desayuno —ordenó— con tortitas, beicon, zumo y café.

La bandeja apareció al momento repleta de todo, con un buen montón de tortitas con sirope en el centro.

—¿Ves? —dijo la bruja.

—Gracias —suspiró Charmain mientras cogía la bandeja, agradecida.

La nariz de Waif se levantó con el aroma y corrió en círculos, ladrando. Estaba claro que para Waif ser alimentada por la bruja no contaba como desayuno. Charmain dejó la bandeja sobre la mesa y le dio a Waif el trozo de beicon más crujiente.

—Es una perra mágica —comentó la bruja, y volvió con su desayuno.

—Es muy mona —admitió Charmain mientras se sentaba y empezaba con las tortitas.

—No quería decir eso —dijo la bruja con impaciencia—. Yo siempre hablo en sentido literal. Quería decir que, de verdad, es una perra mágica —tomó más tortita y añadió con la boca llena—: Los perros mágicos son raros y muy poderosos. Ella te honra al adoptarte como su humana. Supongo que incluso cambió de sexo para ajustarse al tuyo. Espero que la aprecies como merece.

—Sí —dijo Charmain—. Así es.

«Y creo que preferiría desayunar con la princesa Hilda —pensó—. ¿Por qué tiene que ser tan severa?».

Siguió con su desayuno y recordó que el tío abuelo William había creído que Waif era macho. Waif había parecido macho al principio. Entonces Peter la había cogido y había dicho que era una hembra.

—Estoy segura de que tiene razón —añadió Charmain educadamente—. ¿Por qué no estaba Peter seguro aquí solo? Tiene mi edad, y yo lo estoy.

—Supongo —dijo la bruja, muy seca— que tus artes mágicas van mejor que las de Peter —acabó con sus tortitas y empezó con las tostadas—. Si Peter puede estropear un hechizo, lo hará —afirmó untando la tostada—. Y no me digas —dijo ella dando un enorme bocado crujiente—, porque no me lo creo, que tu magia no hace exactamente lo que se supone que debe hacer, sea como sea lo que hagas.

Charmain pensó en el hechizo para volar y en el de las tuberías y en Rollo dentro de la bolsa, y dijo:

—Sí —con la boca llena de tortita—, supongo…

—Pues el caso —la interrumpió la bruja— es que la de Peter hace justo lo contrario. Su método es siempre perfecto, pero el hechizo siempre acaba mal. Uno de los motivos para mandarlo al mago Norland fue que esperaba que el mago mejorase la magia de Peter. William Norland tiene El livro del palimpsesto, ya sabes.

Charmain sintió que volvía a enrojecer.

—Esto… —murmuró a la vez que le daba media tortita a Waif—, ¿qué es lo que hace El livro del palimpsesto?

—La perra no podrá ni caminar como sigas dándole tanto de comer —repuso la bruja—. El livro del palimpsesto otorga a las personas la libertad de usar las magias de tierra, aire, fuego y agua. Sólo otorga el fuego si la persona es de fiar y, por supuesto, la persona debe tener habilidades mágicas —su rostro severo mostró un rastro de nerviosismo—. Yo creo que Peter tiene habilidad.

Charmain pensó: «Fuego. Yo apagué el fuego de Peter. ¿Quiere decir que soy de fiar?».

—Debe de tener la habilidad —le dijo a la bruja—. Para poder hacer un hechizo mal, antes tienes que poder hacer magia. ¿Por qué mandó a Peter aquí?

—Enemigos —contestó la bruja sorbiendo su café con tristeza—. Tengo enemigos. Mataron al padre de Peter, ¿sabes?

—¿Se refiere a los lubbocks? —preguntó Charmain. Lo puso todo en la bandeja y dio un último trago de café. Se estaba preparando para irse.

—Por lo que sé —dijo la bruja—, sólo hay un único lubbock. Al parecer, mató a todos sus rivales. Pero sí, fue el lubbock quien provocó la avalancha. Yo lo vi.

—Entonces, puede dejar de preocuparse —dijo Charmain, y se puso de pie—. El lubbockin está muerto. Calcifer lo destruyó anteayer.

La bruja estaba sorprendida.

—¡Cuéntamelo! —ordenó con energía.

Aunque se moría por salir corriendo a la mansión real, Charmain se vio a sí misma sentarse, servirse otra taza de café y contarle a la bruja toda la historia, no sólo lo del lubbock y los huevos de lubbock, sino también lo de Rollo y el lubbock. «Y esta es una forma injusta de usar la magia», pensó mientras se oía contarle a la bruja cómo, al parecer, Calcifer había desaparecido.

—Y entonces, ¿por qué estás ahí sentada? —exclamó la bruja—. ¡Vete corriendo a la mansión real y cuéntaselo a Sophie enseguida! ¡La pobre mujer tiene que estar fuera de sí de la preocupación! ¡Date prisa, niña!

«Sin ni siquiera un “gracias por contármelo” —pensó Charmain amargamente—. Prefiero mil veces mi madre a la de Peter. ¡Y sin duda preferiría desayunar con la princesa Hilda!».

Se levantó y se despidió educadamente. Después, con Waif corriendo tras sus tobillos, echó a correr por el salón y por el camino del jardín hacia la carretera.

«Suerte que no le he contado lo del camino de la sala de reuniones —pensó mientras las gafas le golpeaban el pecho al correr—, porque me hubiera hecho cogerlo y no habría podido buscar a Calcifer».

Justo antes de que la carretera girase, llegó al punto en el que Calcifer había hecho estallar los huevos de lubbock. Un gran trozo del acantilado había caído y los trozos de roca habían llegado hasta la carretera. Algunas personas, que parecían pastores, estaban subidas en las piedras buscando ovejas atrapadas y parecían preguntarse qué había causado aquello. Charmain dudó. Si Calcifer hubiese estado allí, aquella gente ya lo habría encontrado. Redujo el paso y miró a lo alto de la piedra rota al pasar. No parecía haber rastro de azul o de llamas entre las rocas.

Pensó en buscar con más cuidado después y volvió a echar a correr casi sin darse cuenta de que el cielo era de color azul claro y de que había una niebla azul oscuro sobre las montañas. Iba a ser uno de esos escasos días de bochorno en High Norland. Lo único en que aquello afectaba a Charmain era que Waif se acaloró enseguida: jadeaba y se tambaleaba mientras corría, y su lengua colgaba tanto que casi tocaba el suelo.

—¡Vaya! Debe de haber sido la tortita —dijo Charmain cogiéndola y siguiendo adelante—. Ojalá la bruja no hubiese dicho lo que ha dicho —le confesó sin dejar de correr—. Ahora me preocupa que me gustes tanto.

Cuando llegó a la ciudad, Charmain tenía tanto calor como Waif, tanto que casi deseó tener una lengua que sacar como el animal. Tuvo que reducir su carrera a un paso rápido y, aunque tomó el camino más corto, le pareció que tardaba muchísimo en llegar a la plaza Real.

Finalmente, giró por la última esquina para entrar en la plaza y se encontró la calle bloqueada por una multitud. Parecía que la mitad de los habitantes de High Norland se había reunido allí para ver el nuevo edificio que se alzaba a unos metros de la mansión real. Era casi tan alto como ella, grande, oscuro, parecido al carbón y con una torre en cada esquina. Era el castillo que Charmain había visto por última vez flotando sin rumbo más allá de las montañas. Se quedó mirándolo tan sorprendida como el resto de personas de la plaza.

—¿Cómo ha llegado hasta aquí? —se preguntaban los unos a los otros mientras Charmain intentaba abrirse paso hasta él—. ¿Cómo ha podido encajar?

Charmain miró las cuatro calles que acababan en la plaza Real y se preguntó exactamente lo mismo. Ninguna de ellas era más ancha que la mitad del castillo. Pero ahí estaba, alzándose sólido, como si se hubiese construido allí de la noche a la mañana. Charmain se abrió camino a fuerza de codos con curiosidad creciente.

A medida que se acercaba a sus muros, vio humo azul salir de las torres y acercársele. Charmain se agachó. Waif se dio la vuelta. Alguien gritó. Todo el mundo se echó atrás de golpe y dejó a Charmain sola, cara a cara con la gota azul que flotaba ante su rostro. La cola de Waif golpeó el brazo de Charmain a modo de saludo.

—Si vais a entrar en la mansión —crujió Calcifer—, decidles que se den prisa. No puedo tener el castillo aquí todo el día.

Charmain estaba demasiado contenta para hablar.

—¡Creía que habías muerto! —consiguió decir—. ¿Qué pasó?

Calcifer se agitó en el aire y pareció un poco avergonzado.

—Debo de estar tonto —confesó—. De alguna manera, me quedé debajo de un montón de rocas. Tardé todo el día de ayer en liberarme. Cuando salí de allí, tuve que encontrar el castillo. Se había alejado kilómetros. En realidad, sólo lo he traído aquí. Díselo a Sophie. Se suponía que tenía que fingir irse hoy. Y dile que casi no me quedan troncos que quemar. Eso debería hacerle venir.

—Lo haré —le prometió Charmain—. ¿Estás seguro de que estás bien?

—Sólo tengo hambre —dijo Calcifer—. Recuerda, troncos.

—Troncos —repitió Charmain mientras subía las escaleras de la mansión hacia la puerta con la sensación de que la vida era mucho mejor, más feliz y más libre que antes.

Sim le abrió la puerta sorprendentemente rápido. Miró fuera del castillo a la multitud y meneó la cabeza.

—Ah, señorita Charming —dijo—. Esta mañana está resultando complicada. No estoy seguro de que Su Majestad esté preparado para empezar el trabajo en la biblioteca. Pero, por favor, entre.

—Gracias —contestó Charmain dejando a Waif en el suelo—. No me importa esperar. Igualmente, tengo que hablar antes con Sophie.

—Sophie… esto… la señora Pendragon, quiero decir —dijo Sim mientras cerraba las puertas—, parece ser parte de las complicaciones de esta mañana. La princesa está muy nerviosa… Pero venga conmigo y verá a lo que me refiero.

Dio media vuelta por el húmedo pasillo indicando a Charmain que lo siguiese. Antes de llegar siquiera a la esquina, a donde estaban las escaleras de piedra, Charmain oyó la voz de Jamal, el cocinero:

—Y cómo puede saber cualquiera qué cocinar cuando los invitados están siempre yéndose y no yéndose y volviéndose a ir, ¿eh?

Esto fue seguido por los gruñidos del perro de Jamal y un coro de otras voces.

Sophie estaba de pie en el hueco de debajo de las escaleras con Morgan en brazos y Twinkle agarrado nerviosa y angelicalmente de su falda, mientras que la niñera gorda estaba allí con aspecto de resultar tan inútil como siempre. La princesa Hilda estaba al lado de las escaleras con el aspecto más real y educado que Charmain le había visto. Y el Rey también estaba, con la cara roja y un real enfado. Después de ver sus caras, Charmain supo que no tenía sentido mencionar los troncos. El príncipe Ludovic estaba asomado por la barandilla con expresión satisfecha y de superioridad. Su dama estaba junto a él, desdeñosa, con lo que casi era un vestido de fiesta y, para disgusto de Charmain, el hombre gris también estaba allí, respetuosamente situado al lado del príncipe.

«Jamás dirías que le acaba de robar al Rey todo su dinero, ¡el muy animal!», pensó Charmain.

—Proclamo que esto es un abuso de la hospitalidad de mi hija —estaba diciendo el Rey—. No tenías derecho a hacer promesas que no pensabas cumplir. Si fueras uno de nuestros subditos, te prohibiríamos que te fueses.

Sophie intentaba sonar digna:

—Tengo la intención de cumplir mi promesa, Majestad, pero no puede esperar que me quede aquí cuando mi hijo está sufriendo amenazas. Si me permite ponerle a salvo, seré libre de hacer lo que quiere la princesa Hilda.

Charmain entendió el problema de Sophie. Con el príncipe Ludovic y el hombre gris de pie allí, no se atrevía a decir que sólo iba a fingir que se iba. Y tenía que mantener a salvo a Morgan.

El Rey dijo enfadado:

—No nos hagas más falsas promesas, joven.

A los pies de Charmain, Waif empezó de repente a gruñir. Tras el Rey, el príncipe Ludovic se echó a reír y chasqueó los dedos. Lo que siguió pilló a todo el mundo por sorpresa. La niñera y la dama del príncipe abrieron sus vestidos. La niñera se convirtió en una persona forzuda de color violeta, llena de músculos y con los pies en forma de garra. El vestido de la dama del príncipe desapareció para mostrar un delgado cuerpo de color malva con una malla negra con agujeros en la espalda para dejar salir un par de pequeñas alas violetas aparentemente inútiles. Ambos lubbockins se acercaron a Sophie con sus grandes y alargadas manos violetas.

Sophie gritó algo y apartó a Morgan de esas manos. Morgan también gritó con una mezcla de sorpresa y terror. Todo lo demás quedó sepultado por los agudos aullidos de Waif y los poderosos gruñidos del perro de Jamal mientras se lanzaba contra la dama del príncipe. Antes de que el perro se acercara a los lubbockins, la dama del príncipe, agitando sus pequeñas alas, había aterrizado sobre Twinkle y lo había agarrado. Twinkle gritó y agitó sus piernecitas recubiertas de terciopelo. La niñera lubbockin se puso enfrente de Sophie para evitar que pudiese rescatar a Twinkle.

—Ya ves —dijo el príncipe Ludovic—. O te vas, o tu hijo sufrirá.