53
Fue un grupo harapiento de cuarenta y cinco hombres y mujeres muertos de frío que recorrió el trayecto de doce kilómetros desde la Roca Hambrienta hasta el faxpabellón.
Daeman los guiaba, llevando la mochila con el Huevo de Setebos que brillaba y ocasionalmente se agitaba, y Ada caminaba a su lado a pesar de su contusión y sus costillas rotas. Los primeros kilómetros a través del bosque fueron lo peor: el terreno era árido y rocoso, la visibilidad pobre, había empezado a nevar otra vez y todos estaban preparados para el ataque de los invisibles voynix. Cuando pasaron treinta minutos, y luego cuarenta y cinco, y después una hora sin que fueran atacados (ni rastro de los voynix) todos empezaron a relajarse un poco.
A treinta metros sobre ellos, Greogi, Tom y los ocho supervivientes malheridos de Ardis llenaban el sonie. Greogi se adelantaba, sobrevolaba el bosque, y luego volvía, manteniéndose a baja altura el tiempo suficiente para gritar su información.
—Voynix por delante a eso de un kilómetro, pero se retiran… se apartan de vosotros y el huevo.
A través del golpeteo del dolor de cabeza y el dolor más sordo de su muñeca y sus costillas rotas (respirar le dolía), Ada encontró poco consuelo en el hecho de que los voynix estuvieran sólo a un kilómetro de distancia. Los había visto correr a toda velocidad, los había visto saltar de los árboles. Las criaturas podrían alcanzarlos en un minuto. El grupo disponía de unos veinticinco rifles de flechitas o pistolas, pero no muchos cargadores de munición. Debido a su muñeca rota y sus costillas vendadas, Ada no llevaba ningún arma, lo cual la hacía sentirse indefensa mientras caminaba al frente con Daeman, Edide, Boman y unos cuantos más. La nieve caída tenía un palmo más de profundidad que en el bosque y a Ada apenas le quedaban fuerzas para seguir avanzando.
Incluso después de salir de la parte más rocosa y densa del bosque, todavía dirigiéndose al sudeste para llegar a la carretera que se extendía entre Ardis y el faxpabellón, el grupo siguió viajando con terrible lentitud a causa de aquellos que, aunque podían andar, estaban más seriamente heridos o enfermos, incluidos los que habían sido víctimas de la hipotermia las dos últimas noches. Siris, la otra médico, caminaba con ellos y pasaba de adelante a atrás de la fila continuamente, asegurándose de que los heridos y enfermos recibían ayuda y recordando a los líderes que redujeran el ritmo.
—No lo comprendo —dijo Ada cuando salieron a un amplio prado que recordaba de un centenar de excursiones de verano.
—¿El qué? —preguntó Daeman. Llevaba la mochila con el brillante huevo por delante, los brazos extendidos, como si oliera mal. En realidad, Ada había advertido que olía mal: a una mezcla de pescado podrido y algo salido de un estercolero. Pero seguía brillando y vibraba de vez en cuando, así que presumiblemente el pequeño Setebos de su interior seguía vivo.
—¿Por qué se apartan los voynix mientras tenemos esta cosa? —dijo Ada.
—Deben tenerle miedo —respondió Daeman. Pasó la mochila de la mano derecha la izquierda. Llevaba una ballesta en la mano libre.
—Sí, eso está claro —dijo Ada, hablando con más brusquedad de lo que pretendía. El dolor de cabeza, de costillas y brazos acababa con su paciencia—. Quiero decir, ¿cuál es la conexión entre esta… cosa del Cráter París y los voynix?
—No lo sé.
—Los voynix han estado por aquí… siempre —dijo Ada—. Este monstruo Setebos llegó hace una semana.
—Lo sé —dijo Daeman—. Pero siento que de algún modo están conectados. Tal vez lo han estado siempre.
Ada asintió, dio un respingo de dolor al asentir y continuó caminando. Se hablaba poco en las filas mientras atravesaban otra zona de denso bosque, cruzaban un arroyo familiar que ahora estaba casi congelado y bajaban una empinada colina de hierbas y matorrales congelados.
El sonie descendió.
—Otro medio kilómetro hasta la carretera —informó Greogi—. Los voynix se han dirigido más al sur. Tres kilómetros al menos.
Cuando llegaron a la carretera se produjo cierta agitación entre los supervivientes, susurros impacientes, gente dándose palmadas en la espalda. Ada miró hacia el oeste, hacia Ardis Hall. El puente cubierto apenas se veía desde la curva de la carretera que llevaba a la mansión, pero no había ni rastro de ella, por supuesto, ni siquiera una columna de humo negro en el aire. Por un momento creyó que iba a vomitar. Manchas negras danzaron ante sus ojos. Se detuvo, apoyó las manos en las rodillas y bajó la cabeza.
—¿Te encuentras bien, Ada? —era Laman quien hablaba. El hombre de la barba sólo vestía harapos, uno de los cuales le vendaba la mano derecha, donde había perdido cuatro dedos durante la batalla con los voynix en Ardis.
—Sí —contestó ella. Se levantó, le sonrió y se apresuró para alcanzar al grupito de cabeza.
Ahora quedaba poco más de un kilómetro hasta el faxpabellón y todo parecía familiar, excepto la nieve. No había ni rastro de voynix. El sonie revoloteaba cerca, desaparecía trazando grandes círculos y luego regresaba, Greogi indicaba que podían continuar mientras hacía descender el aparato y luego continuaba volando hacia delante.
—¿Adónde vamos a faxear, Daeman? —preguntó Ada. Oyó la falta de afecto en su voz, pero estaba demasiado cansada y dolorida para poner energía en sus palabras.
—No lo sé —dijo el hombre esbelto y musculoso que antaño fuera el esteta regordete que intentaba seducirla—. Al menos no sé adónde ir a la larga. Chom, Ulanbat, Cráter París, Bellinbad y el resto de los nódulos más poblados probablemente han sido cubiertos por el hielo azul de Setebos. Pero conozco un nódulo despoblado por el que paso de vez en cuando… está en el trópico. Cálido. No es más que un pueblecito abandonado, pero está en el océano… en algún océano, en alguna parte… y tiene una laguna. No he visto más animales que lagartos y unos cuantos cerdos salvajes, pero no parecen tenerle miedo a la gente. Podríamos pescar, cazar, fabricar más armas, cuidar de nuestros heridos… pasar desapercibidos hasta que se nos ocurra un plan.
—¿Cómo nos encontrarán Harman, Hannah y Odiseo-Nadie? —preguntó Ada.
Daeman guardó silencio un minuto y Ada casi pudo oírlo pensar: «Ni siquiera sé si Harman está vivo. Petyr dijo que desapareció con Ariel.» Pero lo que dijo fue:
—Eso no es un problema. Algunos de nosotros faxearemos de vuelta aquí regularmente. Y podemos dejar una especie de nota permanente en Ardis Hall con el código del faxnódulo de nuestro escondite tropical. Harman sabe leer. No creo que los voynix puedan.
Ada sonrió débilmente.
—Los voynix pueden hacer un montón de cosas que ninguno de nosotros nunca imaginó que fueran capaces de hacer.
—Sí —dijo Daeman. Y luego permanecieron en silencio hasta que llegaron al fax-pabellón.
El faxpabellón estaba prácticamente igual que como Daeman lo había visto cuarenta y ocho horas antes. La empalizada había sido derribada. Había sangre humana seca por todas partes, pero los voynix o los animales salvajes se habían llevado los cadáveres de los ardisitas que habían combatido hasta la muerte tratando de defender el pabellón. La estructura en sí continuaba intacta, sin embargo, y la columna del faxnódulo todavía se alzaba en su centro.
La banda de humanos se detuvo en la entrada. Cohibidos, miraban hacia el bosque por encima del hombro. El sonie aterrizó y los demás ayudaron a los heridos o los transportaron.
—Nada en diez kilómetros —dijo Greogi—. Es extraño. Los pocos voynix que he visto huían hacia el sur como si los estuvierais persiguiendo.
Daeman miró el huevo que latía lechosamente en su mochila y suspiró.
—No los estamos persiguiendo —dijo—. Sólo queremos largarnos de aquí.
Contó a Greogi y los demás su plan.
Hubo un breve conato de discusión. Algunos de los supervivientes querían faxear a localizaciones familiares para ver si sus amigos y seres queridos estaban vivos. Caul estaba seguro de que el nódulo de Loman Estate no habría sido invadido por esa cosa Setebos de la que les había hablado Calibán. Su madre estaba allí.
—¡De acuerdo, mirad! —gritó Daeman por encima de las voces elevadas—. No sabemos dónde puede estar ahora Setebos. El monstruo convirtió la enorme ciudad de Cráter París en un castillo de hilos de hielo azul en menos de veinticuatro horas. Han pasado más de cuarenta y ocho horas desde que regresé y fui la última persona en faxear. Esta es mi propuesta…
Ada advirtió que todos dejaban de farfullar. La gente escuchaba. Aceptaban a Daeman como líder igual que una vez habían aceptado su propio liderazgo… y el de Harman. Tuvo que reprimir la urgente necesidad de sollozar.
—Decidamos si vamos a continuar juntos o no —dijo Daeman, su voz grave llegaba con facilidad a todos—. Podemos votar y…
—¿Qué significa «votar»? —preguntó Boman. Daeman lo explicó.
—Así que si uno más de la mitad de nosotros… vota por permanecer juntos, ¿entonces todos tendremos que hacer lo que los otros quieran? —dijo Oko.
—Durante algún tiempo —respondió Daeman—. Pongamos… una semana. Estamos más seguros viajando juntos que por separado. Y tenemos personas heridas y enfermas que no pueden defenderse. Si todos faxeamos en direcciones distintas ahora, ¿cómo vamos a volver a encontrarnos?
¿Dejamos que los que quieren marcharse solos se lleven los rifles de flechitas y las ballestas, o se las quedan los del grupo mayor que quieren permanecer juntos?
—¿Qué haremos durante esa semana… si accedemos a ir contigo a ese paraíso tropical? —preguntó Tom.
—Lo que ya he dicho —respondió Daeman—. Recuperarnos. Encontrar o construir más armas. Construir una especie de perímetro defensivo allí… recuerdo una islita más allá del arrecife. Podríamos construir algún tipo de barca, emplazar nuestros hogares y defensas en la isla…
—¿Crees que los voynix no saben nadar? —preguntó Stoman.
Todos se rieron nerviosos, pero Ada miró a Daeman. Era humor chusco (una expresión que había aprendido sigleyendo los viejos libros de la biblioteca de Ardis Hall), pero había roto la tensión.
Daeman se rió también.
—No tengo ni idea de si los voynix saben nadar, pero si no saben, esa isla será el lugar ideal para nosotros.
—Hasta que hayamos engendrado tantos hijos que ya no quepamos —dijo Tom.
Más gente se rió abiertamente esta vez.
—Y enviaremos equipos de reconocimiento desde el faxnódulo de allí —dijo Daeman—. Desde el primer día. De esa forma, tendremos alguna idea de lo que está sucediendo en el mundo y qué nódulos son seguros para faxear. Y al cabo de una semana, todo el que quiera marcharse podrá hacerlo. Pienso que es mejor para todos que permanezcamos juntos hasta que nuestros enfermos mejoren y hasta que todos tengamos una oportunidad de comer y dormir.
—Votemos —dijo Caul.
Lo hicieron, vacilantes, con más risas ante la idea de levantar las manos que por decidir un asunto tan serio. La votación fue de cuarenta y tres contra nueve a favor de permanecer juntos; tres de los heridos más graves no votaron porque estaban inconscientes.
—Muy bien —dijo Daeman. Se acercó al faxpad.
—Espera un momento —dijo Greogi—. ¿Qué hacemos con el sonie? No faxeará y, si lo dejamos aquí, los voynix lo cogerán. Nos ha salvado la vida más de una vez.
—Oh, mierda —respondió Daeman—. No había pensado en eso.
Se pasó la mano por la cara sucia y manchada de sangre, y Ada vio lo pálido y cansado que estaba bajo la fina capa de energía que proyectaba.
—Tengo una idea —dijo Ada.
La multitud se volvió a mirarla, los rostros amistosos, y esperaron.
—La mayoría de vosotros saben que Savi nos enseñó a algunos cómo usar nuevas funciones el año pasado… cercanet, lejosnet y todonet. Cuando lleguemos al paraíso tropical de Daeman, convocaremos la función lejosnet, veremos dónde está ese lugar, y entonces alguien volverá aquí a recoger el sonie y volará con él hasta nuestra isla. Harman, Hannah, Petyr y Nadie llegaron a la Puerta Dorada de Machu Picchu en menos de una hora, así que no debería hacer falta mucho tiempo para volar al paraíso.
Hubo algunas risas más, muchos asentimientos de cabeza.
—Tengo una idea aún mejor —dijo Greogi—. Los demás faxeáis al paraíso. Yo me quedo aquí y protejo el sonie. Uno de vosotros faxea de vuelta con las direcciones y yo lo pilotaré hasta allí, hoy mismo.
—Me quedaré contigo —dijo Laman, empuñando un rifle de flechitas en su mano izquierda, la mano buena—. Necesitarás a alguien que dispare a los voynix si vuelven. Y para mantenerte despierto durante el vuelo al sur.
Daeman sonrió, cansado.
—¿De acuerdo entonces? —le preguntó al grupo. Todos avanzaron, ansiosos por faxear.
—Esperad —dijo Daeman—. No sabemos lo que nos espera allí, así que seis de vosotros con rifles (Caul, Kaman, Elle, Boman, Casman y Edide) entrad conmigo al pabellón y faxearemos primero. Si todo va bien allí, uno de nosotros volverá en dos minutos o menos. Luego deberíamos hacer pasar a los heridos y enfermos. Tom, Siris, ¿podéis por favor organizar los equipos con las camillas? Luego Greogi supervisará a media docena de vosotros con rifles para montar guardia mientras los demás faxean. ¿De acuerdo?
Todos asintieron, impacientes. El equipo de rifles se acercó a la estrella grabada en el suelo del faxpabellón mientras Daeman colocaba la mano sobre los mandos.
—Vamos —dijo, y pulsó el código de su nódulo deshabitado.
No sucedió nada. El habitual puf de aire y el destello visual que se producía cuando la gente faxeaba y se perdía de la existencia no tuvo lugar.
—Uno a uno —dijo Daeman, aunque los faxnódulos podían faxear fácilmente a seis personas cada vez—. Caul. Colócate sobre la estrella.
Caul así lo hizo, moviendo nervioso el rifle. Daeman pulsó de nuevo el código.
Nada. El viento emitía ruidos mientras la nieve entraba en el pabellón.
—Tal vez ese faxnódulo ya no funciona —dijo desde la multitud una mujer llamada Seaes.
—Lo intentaré con Loman’s Estate —dijo Daeman, y marcó el código familiar.
No funcionó.
—Jesucristo —exclamó el fornido Kaman. Avanzó—. Tal vez lo estás haciendo mal. Déjame a mí.
Media docena de personas lo intentaron. Probaron con tres docenas de códigos de faxnódulo familiares. Nada funcionaba. Ni Cráter París. Ni Chom ni Bellinbad, ni el código de muchos números del Círculo del Cielo de Ulambat. No funcionaba nada.
Finalmente todos permanecieron en silencio, aturdidos, sin habla, los rostros convertidos en máscaras de terror y desesperación. Nada en el último año, ninguna de las pesadillas de los últimos meses, ni la Caída de los Meteoritos ni la pérdida de electricidad y la caída de los servidores, ni los primeros ataques de voynix, ni las noticias de Cráter París, ni siquiera la Masacre de Ardis Hall ni la desesperada situación de la Roca Hambrienta habían golpeado a esos hombres y mujeres con tanta desesperación.
Los faxnódulos ya no funcionaban. El mundo que habían conocido desde su nacimiento ya no existía. No había ningún sitio al que huir, nada que hacer aparte de esperar y morir. Esperar a que los voynix regresaran o a que el frío los matara o las enfermedades y el hambre acabaran con ellos uno a uno.
Ada se subió a la pequeña base que rodeaba la columna del faxpad para que pudieran verla además de oírla.
—Vamos a regresar a Ardis Hall —dijo. Su voz era fuerte, no admitía discusión—. Está a poco menos de dos kilómetros carretera arriba. Podemos estar allí en menos de una hora, incluso en nuestro estado. Greogi y Tom llevarán a los que están demasiado enfermos para caminar.
—¿Qué coño hay en Ardis Hall? —preguntó una mujer baja a quien Ada no reconoció—. ¿Qué hay excepto cadáveres y carroña y cenizas y voynix?
—No todo está quemado —respondió Ada en voz alta. No tenía ni idea de si todo estaba quemado o no: estaba inconsciente cuando la sacaron de las ruinas en llamas. Pero Daeman y Greogi habían descrito secciones sin quemar del complejo—. No todo está quemado —repitió—. Allí hay troncos. Restos de tiendas y barracones. En cualquier caso, derribaremos la muralla de la empalizada y construiremos cabañas con la madera. Y habrá artefactos… cosas que no se quemaron en las ruinas. Armas, tal vez. Cosas dejadas atrás.
—Como los voynix —dijo un hombre lleno de cicatrices llamado Elos.
—Tal vez —respondió Ada—, pero los voynix están por todas partes. Y tienen miedo de este Huevo de Setebos que lleva Daeman. Mientras lo tengamos, los voynix se mantendrán alejados. ¿Y dónde preferirías enfrentarte a ellos, Elos? ¿En la oscuridad del bosque por la noche, o sentado alrededor de un gran fuego en Ardis, en una choza cálida, mientras tus amigos montan guardia?
Hubo silencio, pero fue un silencio furioso. Algunos seguían intentando hacer funcionar el fax y luego golpeaban con frustración la columna.
—¿Por qué no nos quedamos aquí en el pabellón? —dijo Elle—. Ya tiene techo. Podemos cerrar los lados, encender un fuego. La empalizada es más pequeña aquí y será más fácil reconstruirla. Y si el fax empieza a funcionar de nuevo, podremos salir rápido.
Ada asintió.
—Eso tiene sentido, amiga mía. Pero ¿y el agua? El arroyo está casi a medio kilómetro del pabellón. Alguien tendría que ir siempre a recoger agua, arriesgándose a quedar aislado o a los ataques de los voynix. Y aquí no hay sitio para almacenarla, ni espacio suficiente para todos nosotros bajo este techo. Y este valle es frío. Ardis recibe más luz, tendremos más material para construir, y Ardis Hall tiene un pozo. Podemos edificar nuestra nueva Ardis Hall alrededor del pozo para no tener que salir nunca a buscar agua.
La gente se agitó, pero nadie tenía nada que decir. La idea de volver por aquella carretera congelada, lejos de la salvación del faxpabellón, les parecía demasiado difícil para tenerla en cuenta.
—Yo me voy ya —dijo Ada—. Oscurecerá dentro de unas pocas horas. Quiero un gran fuego ardiendo antes de que aparezca la luz de los anillos.
Salió del pabellón y se dirigió a la carretera. Daeman la siguió. Luego Boman y Edide. Después Tom, Siris, Kaman y la mayoría de los otros. Greogi supervisó la subida de los enfermos al sonie.
Daeman se apresuró para alcanzar a Ada y se inclinó a susurrarle algo.
—Tengo una noticia buena y otra mala —dijo.
—¿Cuál es la buena noticia? —preguntó Ada, cansada. La cabeza le dolía tanto que tenía que mantener los ojos cerrados, y los abría solo de vez en cuando para seguir la carretera de tierra congelada.
—Vienen todos —dijo él.
—¿Y la mala? —preguntó Ada. Estaba pensando: «No lloraré. No lloraré.»
—Este maldito Huevo de Setebos está empezando a salir del cascarón —dijo Daeman.