30
El viaje en sonie fue aún más excitante de lo que Harman había imaginado, y eso que él sabía que tenía bastante imaginación. Era también la única persona a bordo del sonie que había viajado en una silla de madera por el ciclón de un relámpago desde la Cuenca Mediterránea a un asteroide en el anillo ecuatorial, y había supuesto que nada podría igualar la emoción y el terror de aquel viaje.
Aquel nuevo viaje lo seguía de cerca.
El sonie atravesó la barrera del sonido (Harman había aprendido lo que era la barrera del sonido en un libro que había sigleído) antes de llegar a los dos mil pies de altura sobre Ardis y, cuando la máquina remontó la capa superior de nubes y salió a la brillante luz del sol, viajó casi en vertical y superando sus propios estallidos sónicos, aunque el viaje distó mucho de ser silencioso. El siseo y el rugido del aire sobre el campo de fuerza era lo bastante fuerte como para ahogar cualquier intento de conversación.
No hubo ningún intento, de todas formas. El mismo campo de fuerza que los protegía del rugiente viento los mantenía clavados boca abajo en sus huecos acolchados. Nadie seguía inconsciente, Hannah tenía un brazo sobre él, y Petyr miraba con los ojos espantados por encima del hombro mientras las nubes quedaban rápidamente atrás, más abajo.
En cuestión de minutos, el rugido se redujo a un siseo parecido al de una tetera y luego se convirtió en un suspiro. El cielo azul se volvió negro. El horizonte se combó como un arco blanco completamente tenso y el sonie continuó ascendiendo hacia el cielo, la punta plateada de una flecha invisible. Luego las estrellas aparecieron de pronto, no gradualmente como hacen al atardecer, sino todas de golpe, llenando el cielo negro como silenciosos fuegos artificiales. Directamente sobre ellos, los anillos e y p, girando lentamente, resplandecían terroríficamente brillantes.
Durante un terrible momento Harman estuvo seguro de que el sonie los llevaba de vuelta a los anillos (esa misma máquina los había traído a Daeman, a la inconsciente Hannah y a él desde el asteroide orbital de Próspero, después de todo), pero entonces el sonie empezó a nivelarse y advirtió que todavía estaban a miles de kilómetros de los anillos, apenas por encima de la atmósfera. El horizonte era curvo, pero la Tierra abarcaba todo su campo visual. Cuando Savi y Daeman y él habían subido por el vórtice hasta el anillo-e nueve meses antes, la Tierra se veía mucho más lejana.
—Harman… —Hannah llamaba desde el hueco trasero mientas el sonie viraba hasta quedar boca abajo, el cegador barrido del planeta cubierto de nubes blancas sobre ellos ahora—. ¿Está todo el mundo bien? ¿Las cosas deberían ser así?
—Sí, esto es normal —respondió Harman. Varias fuerzas, incluido el temor, intentaban despegar su cuerpo de los cojines, pero el campo de fuerza lo empujaba hacia abajo. Su estómago y oído interno reaccionaban a la falta de gravedad y horizonte. En realidad, no tenía ni idea de si aquello era normal o si el sonie había intentado ejecutar alguna maniobra de la que no era capaz y todos estaban a pocos segundos de la muerte.
Petyr lo miró a los ojos y Harman supo que el joven sabía que estaba mintiendo.
—Creo que voy a vomitar —dijo Hannah, como si tal cosa.
El sonie se movía arriba y abajo, impelido por fuerzas e impulsos invisibles, y la Tierra empezó a girar.
—Cierra los ojos y agarra a Odiseo —dijo Harman.
El ruido regresó cuando volvieron a entrar en la atmósfera de la Tierra. Harman se encontró esforzándose para volver a mirar los anillos, preguntándose cuánto quedaba de la isla orbital de Próspero, si Daeman no se equivocaba en su convencimiento de que había sido Calibán el asesino de su madre y los demás de Cráter París.
Pasaron unos minutos. A Harman le pareció que hacían la reentrada sobre el continente que antiguamente se llamaba América del Sur. Había nubes en ambos hemisferios, girando, onduladas, aplastadas y alzándose como torres, pero también vio a través de las aberturas el ancho estrecho de agua que Savi le había dicho que fue una vez un istmo que conectaba los dos continentes.
Entonces el fuego los rodeó y el chirrido y el rugido se hizo aún más fuerte que durante el ascenso. El sonie entró trazando espirales en una atmósfera aún más densa, como un dardo giratorio.
—¡No pasará nada! —les gritó Harman a Hannah y Petyr—. He pasado por esto antes. No pasará nada.
Ellos no podían oírlo (el rugido era demasiado fuerte), así que Harman no añadió que sólo había pasado por eso una sola vez. Hannah iba a bordo cuando aquel mismo sonie los había traído a Daeman, Harman y ella desde la isla de Próspero, que se desintegraba en la órbita, pero no estaba consciente del todo y no tenía recuerdos del hecho.
Harman decidió que cerrar los ojos mientras el sonie se abalanzaba de nuevo hacia la Tierra dentro de su vientre de plasma era también lo mejor para él.
«¿Qué demonios estoy haciendo?» Las dudas volvieron a asaltarlo. No era ningún líder, ¿qué creía que estaba haciendo al llevar aquel sonie y a dos personas confiadas y arriesgarlas de esa forma? Nunca había pilotado así el sonie, ¿por qué pensaba que iba a tener éxito en el viaje? Y aunque lo tuviera, ¿cómo podía justificar llevarse el aparato de Ardis Hall en el momento en que la comunidad corría más peligro? El informe de Daeman de que la criatura Setebos se había apoderado de Cráter París y las otras comunidades debería haber tenido la máxima prioridad, no aquella huida a la Puerta Dorada de Machu Picchu sólo para salvar a Odiseo. ¿Cómo se atrevía Harman a dejar a Ada cuando estaba embarazada y dependía de él? Nadie iba a morir con toda seguridad, de todas formas, ¿por qué arriesgar cientos de vidas (quizá decenas de miles si su advertencia no llegaba a las otras comunidades), en un intento casi sin esperanza por salvar al viejo herido?
«Viejo.» Mientras el viento ululaba y el sonie daba tumbos, Harman se agarró con todas sus fuerzas e hizo una mueca. Él era el viejo del grupo, le faltaban menos de dos meses para su quinto y último Veinte. Harman advirtió que todavía esperaba desaparecer cuando llegara su último cumpleaños, para ser entonces faxeado a los anillos aunque no quedaran tanques sanadores para recibirlo. «¿Y quién puede asegurarme que no será así?», pensó. Harman creía ser el hombre más viejo de la Tierra, con la posible excepción de Odiseo-Nadie, que podía tener cualquier edad. Pero Nadie probablemente estaría muerto al cabo de minutos o de horas de todas formas. «Igual que todos nosotros», pensó Harman.
¿En qué demonios estaba pensando para tener un hijo con una mujer sólo siete años mayor que su Primer Veinte? ¿Qué derecho tenía a instar a otros a volver a la idea de las familias de la Edad Perdida? ¿Quién era él para decir que la nueva realidad exigía que los padres de sus hijos fueran conocidos por las madres y los demás, y que el padre estuviera con la madre y los hijos?
¿Qué sabía en realidad el viejo llamado Harman de la antigua idea de la familia, del deber, de nada? ¿Quién era para guiar a nadie? Lo único auténtico de sí mismo, advirtió Harman, era que había aprendido a leer solo. Había sido durante muchos años la única persona capaz de hacerlo. Ahora todo el mundo que quería tenía la función sigl y muchos otros en Ardis habían aprendido a decodificar las palabras y sonidos de los acertijos de los antiguos libros.
«No soy tan especial al fin y al cabo.»
El escudo de plasma que rodeaba el sonie se difuminó y los giros cesaron, pero las lenguas de fuego seguían lamiendo los lados.
«Si el sonie es destruido, o si se queda sin combustible, energía o lo que sea que lo mantiene en marcha, Ardis está condenada. Nadie sabrá nunca qué nos ocurrió: simplemente desapareceremos y Ardis se quedará sin su única máquina voladora. Los voynix atacarán de nuevo o aparecerá Setebos y, sin el sonie para volar entre la mansión y el pabellón del faxnódulo, no habrá vía de escape para Ada y los demás. He puesto en peligro su única esperanza de huida.»
Las estrellas desaparecieron, el cielo se volvió de un azul profundo, luego azul claro y entraron en una capa de nubes altas mientras el sonie iba perdiendo velocidad.
«Si meto a Nadie en algún tipo de nido, me volveré inmediatamente —pensó Harman—. Voy a quedarme con Ada y dejar que Daeman o Petyr o Hannah y los más jóvenes tomen las decisiones y hagan sus viajes. Tengo un bebé en el que pensar.» El último pensamiento fue más aterrador que los violentos saltos y sacudidas del sonie.
Durante muchos minutos el descenso de la máquina voladora estuvo envuelto en nubes que seguían el todavía zumbante campo de fuerza del sonie como una columna retorcida de humo, primero mezclándose con la nieve que caía y luego adelantándolos como las almas de todos aquellos miles de millones de humanos que habían vivido y muerto antes del siglo de Harman en la Tierra amortajada. El sonie salió de la capa de nubes a unos tres mil pies sobre los empinados picos y, por segunda vez en su vida, Harman contempló la Puerta Dorada de Machu Picchu.
La planicie era alta, empinada, verde, escalonada, rodeada de picos irregulares y cañones profundos y más verdes. El antiguo puente, sus oxidadas torres de más de doscientos metros de altura, no llegaban a conectar del todo las dos montañas picudas situadas a cada lado de la altiplanicie, en la que se veían los contornos de ruinas aún más antiguas. Lo que antaño habían sido edificios eran ya sólo siluetas de piedra contra el verde. En puntos del enorme puente, la pintura, que debía de haber sido naranja, brillaba como liquen, pero el óxido había vuelto casi toda la estructura de un profundo rojo sangre seca. La carretera suspendida había caído aquí y allá y algunos cables de suspensión se habían desplomado, pero la Puerta Dorada seguía siendo visiblemente un puente… un puente que no empezaba en ninguna parte ni terminaba en ningún sitio.
La primera vez que Harman vio la estructura en ruinas desde la distancia, había pensado que las enormes torres y los pesados cables conectores en horizontal estaban rodeados de enredadera verde, pero ahora sabía que esas burbujas verdes, los helechos colgantes y los tubos de conexión eran las estructuras de los habitáculos, probablemente añadidas siglos después de que construyeran el puente. Savi había dicho, tal vez no en broma, que los verdes globos de buckycristal y los filamentos en espiral eran lo único que mantenía en pie la estructura más antigua.
Harman, Hannah y Petyr se apoyaron en los codos para mirar mientras el sonie frenaba, se desequilibraba ligeramente y luego iniciaba un largo giro descendente que los llevaría a la planicie y el puente desde el sur. La visión fue aún más dinámica que la primera vez para Harman, porque las nubes eran más bajas, la lluvia caía sobre los picos de alrededor y los relámpagos destellaban detrás de las montañas más elevadas, al oeste, mientras que rayos itinerantes de luz solar asomaban entre las aberturas de las nubes para iluminar el puente, la carretera, las hélices de buckycristal verde y la planicie misma. Nubes fugaces arrastraban negras cortinas de lluvia entre ellos y el puente, oscureciendo su visión durante un minuto, pero pasaban de largo rápidamente hacia el este mientras otros jirones de nubes y lanzadas de luz mantenían toda la escena en aparente movimiento.
No, no sólo en aparente movimiento, advirtió Harman: había cosas moviéndose en la montaña y el puente. Miles de cosas. Al principio Harman pensó que era un efecto óptico debido a las rápidas nubes y la luz cambiante, pero cuando el sonie viró hacia la torre norte para aterrizar, se dio cuenta de que estaba contemplando miles de voynix, tal vez decenas de miles. Las criaturas sin ojos, con sus cuerpos grises y sus jorobas de cuero, cubrían las antiguas ruinas y la verde cumbre y subían por las torres del puente, apiñadas en la carretera rota. Correteaban y resbalaban como cucarachas de dos metros por los oxidados cables de suspensión. Había una docena de ellos en la torre norte, donde Savi había aterrizado la última vez y donde el sonie parecía que pretendía aterrizar en aquel momento.
—¿Acercamiento manual o automático? —preguntó el sonie.
—¡Manual! —gritó Harman. Los controles virtuales holográficos cobraron vida con un parpadeo y él viró para apartar al sonie de la torre norte apenas unos pocos segundos y veinte metros antes de que hubieran aterrizado entre los voynix. Dos de ellos saltaron hacia el aparato volador, uno quedó a tres metros antes de caer más de setenta pisos a las rocas de abajo. La docena de voynix que quedaban en la torre plana siguieron al sonie con sus ciegas miradas de infrarrojos y docenas más corretearon por las ajadas torres hasta las cimas, sus dedos-hoja y sus afilados pies clavándose en la piedra mientras lo hacían.
—No podemos aterrizar —dijo Harman. El puente y las faldas de las montañas e incluso los picos circundantes estaban repletos de seres veloces.
—No hay ningún voynix en las burbujas verdes —dijo Petyr. Estaba de rodillas, el arco en la mano izquierda y una flecha preparada. El campo de fuerza se había desconectado y el aire era a la vez gélido y húmedo. El olor a lluvia y vegetación podrida era muy fuerte.
—No podemos aterrizar en las burbujas verdes —dijo Harman, haciendo virar el sonie a unos treinta metros de los cables de suspensión—. No hay entrada. Tenemos que volver —orientó el sonie hacia el norte y empezó a ganar altura.
—¡Espera! —gritó Hannah—. ¡Alto!
Harman niveló el aparato y lo puso en una suave pauta circular. Al oeste los relámpagos fluctuaban entre las bajas nubes y los altos picos.
—Cuando estuvimos aquí hace diez meses, exploré el lugar mientras Ada y tú cazabais Aves Terroríficas con Odiseo —dijo Hannah—. Una de las burbujas… en la torre sur… tenía otros sonies, como una especie de… no sé. ¿Cómo era esa palabra que leímos en el libro gris? ¿«Garaje»?
—¡Otros sonies! —exclamó Petyr. A Harman también le dieron ganas de gritar. Más máquinas voladoras podrían decidir el destino de Ardis Hall. Se preguntó por qué Odiseo nunca había mencionado los otros sonies cuando había vuelto con los fusiles de flechitas de cristal después de su viaje en solitario al Puente, meses antes.
—No, sonies no… Quiero decir, no sonies completos —dijo Hannah rápidamente—, sino piezas. Caparazones. Partes de máquinas.
Harman sacudió la cabeza, desinflado.
—¿Qué tiene esto que ver con…? —empezó a decir.
—Parecía un sitio donde podríamos aterrizar —dijo Hannah.
Harman hizo virar al sonie alrededor de la torre sur, cuidando de permanecer alejado. Había más de un centenar de voynix en las torres, pero ninguno en las docenas de burbujas verdes que se apiñaban por todo el puente como uvas de diversos tamaños.
—No hay ninguna abertura —dijo Harman—. Y con tantas burbujas… nunca te acordarías de dónde estuviste desde aquí.
Recordaba de su primera vez que, aunque el cristal de los glóbulos de buckycristal era claro y transparente desde dentro, las burbujas eran opacas desde fuera.
Los relámpagos destellaron. Empezó a llover y el campo de fuerza volvió a conectarse. Los voynix de la cima de la torre y los cientos más que se aferraban a la columna volvieron sus cuerpos sin ojos para seguir sus círculos.
—Me acuerdo —dijo Hannah desde su hueco trasero. También estaba de rodillas, sosteniendo en las suyas la mano del inconsciente Odiseo—. Tengo buena memoria visual… Reharé mis pasos de esa tarde, miraré el paisaje desde diferentes ángulos y averiguaré en qué burbuja estuve.
Miró alrededor y cerró los ojos un minuto.
—Allí —dijo Hannah, señalando una burbuja verde que sobresalía unos veinte metros de la torre sur, a dos tercios de altura en el monolito anaranjado. Era sólo una de los centenares de bultos de cristal verde de aquella torre.
Harman se acercó a ella.
—No hay abertura —dijo mientras giraba el omnicontrolador virtual, haciendo que el sonie flotara a unos treinta metros de la burbuja—. Savi nos hizo aterrizar en la cima de la torre norte.
—Pero tiene sentido que metieran los sonies en ese… garaje —dijo Hannah—. La parte inferior era plana y de una sustancia distinta que la mayoría de los glóbulos verdes.
—Me habéis dicho los dos que Savi dijo que era un «museo» —dijo Petyr— y comprendo lo que significa esa palabra desde entonces. Probablemente traían las partes de sonie pieza a pieza.
Hannah negó con la cabeza. Harman pensó, no por primera vez, que la agradable joven podía ser testaruda cuando quería.
—Acerquémonos más —dijo.
—Los voynix… —empezó a decir Harman.
—No hay en la burbuja y tendrían que saltar desde la torre —argumentó Hannah—. Podemos llegar hasta la burbuja y ellos no podrán alcanzarnos saltando.
—Pueden llegar al material verde en un momento… —empezó a decir Petyr.
—No creo que puedan —contestó Hannah—. Algo los mantiene apartados del cristal.
—Eso no tiene sentido —dijo Petyr.
—Espera —dijo Harman—. Tal vez lo tenga.
Les habló a los dos del reptador que habían usado cuando Savi los había acompañado a él y a Daeman por la Cuenca Mediterránea, diez meses antes.
—La parte superior de la máquina era como cristal, teñida desde fuera pero clara desde dentro. Pero nada se pegaba. Ni la lluvia, ni los sonies cuando intentaron saltar sobre el reptador en Jerusalén. Savi dijo que había una especie de campo de fuerza por encima del material cristalino que impedía la fricción. Pero no recuerdo si dijo que era buckycristal o no.
—Acerquémonos —dijo Hannah.
A seis metros de la burbuja, Harman vio la entrada. Era sutil, y de no haber estado en la isla de Próspero, donde tanto la compuerta de la ciudad orbital como la entrada a la fermería funcionaban con esa misma tecnología, nunca la habría advertido. Un rectángulo apenas visible en el borde de la burbuja alargada era de un verde ligeramente más claro que el resto del buckycristal. Les contó a los otros dos lo que Savi había dicho de las «membranas semipermeables» de la compuerta y la fermería de Próspero.
—¿Y si ésta no es una de esas membranas como-se-llamen? —dijo Petyr—. ¿Y si sólo es un efecto de la luz?
—Supongo que nos estrellaremos —contestó Harman. Empujó el omnicontrolador y el sonie se deslizó hacia delante.
—Si lo metéis ahí, morirá —dijo una voz desde la oscuridad. Entonces Ariel salió a la luz.
La membrana molecular semipermeable había resultado bastante permeable. El rectángulo se había solidificado tras ellos, Harman había hecho aterrizar el sonie en la cubierta de metal, entre las partes canibalizadas de los parientes de la máquina, y los tres, sin perder tiempo, habían pasado a Odiseo-Nadie a las parihuelas y lo habían sacado al garaje. Hannah había agarrado la parte delantera de las parihuelas, Harman la trasera. Petyr los cubría y los tres se internaron de inmediato en el laberinto helicoidal de la burbuja verde, atravesando corredores, subiendo escaleras mecánicas detenidas y encaminándose hacia la burbuja llena de ataúdes de cristal donde Savi había dicho que tanto ella como Odiseo habían dormido sus largos criosueños.
A los pocos minutos, Harman ya estaba impresionado, no sólo por la memoria de Hannah (nunca vacilaba cuando llegaban a una encrucijada de corredores burbuja o escaleras), sino con su fuerza. La delgada joven ni siquiera respiraba con dificultad, pero Harman hubiese agradecido una pausa. Odiseo-Nadie no era muy alto, pero pesaba lo suyo. Harman no dejaba de mirar el pecho del hombre inconsciente para asegurarse de que todavía respiraba. Lo hacía… pero sólo apenas.
Cuando llegaron a la hélice de la burbuja principal que se alzaba alrededor de la torre del puente, los tres vacilaron y Petyr alzó su arco.
Docenas de voynix colgaban del puente de metal, al parecer mirándolos con sus caparazones sin ojos.
—No pueden vernos —dijo Hannah—. La burbuja es opaca desde el exterior.
—No, creo que sí que pueden —contestó Harman—. Savi dijo que los receptores de sus capuchas tienen visión infrarroja… ven la gama de luz que es más calor que visión, nuestros ojos no lo ven… y tengo la sensación de que nos están mirando a través del buckycristal opaco.
Avanzaron por el corredor curvo otros treinta pasos y los voynix cambiaron de postura para seguirlos. De repente, media docena de pesadas criaturas saltaron sobre el cristal.
Petyr alzó el arco y Harman estuvo seguro de que los voynix iban a atravesar el buckycristal, pero sólo se produjo un suave golpe cuando cada voynix chocó contra el finísimo campo de fuerza y resbaló, perdiéndose de vista. Los humanos se hallaban en una sección del corredor burbuja con el suelo casi transparente: una experiencia enervante, pero al menos Harman y Hannah ya la habían tenido y confiaban en que el suelo casi transparente los contuviera. Petyr no dejaba de mirarse los pies como si esperara caer de un momento a otro.
Atravesaron la sala más grande («museo» lo había llamado Savi) y entraron en el largo tubo donde estaban los ataúdes de cristal. Allí el buckycristal era casi opaco y muy verde. A Harman le recordó la ocasión (¿podía haber pasado solamente año y medio?) en que se internó kilómetros en la Brecha Atlántica y contempló a través de murallas de agua a cada lado enormes peces nadaban muy por encima de su cabeza. La luz era tenue y verde como aquélla.
Hannah soltó las parihuelas, Harman se apresuró a imitarla, y ella miró alrededor.
—¿Qué crionido?
Había ocho ataúdes de cristal en la larga sala, todos vacíos, que brillaban sombríos con la luz tenue, y cajas de maquinaria zumbante conectadas a cada ataúd y luces virtuales que parpadeaban en verde, rojo y ámbar sobre las superficies de metal.
—No tengo ni idea —dijo Harman. Savi les había contado a Daeman y a él que había dormido durante siglos en uno o más de aquellos crionidos, pero la conversación había tenido lugar hacía más de diez meses, mientras volvían a entrar en la Cuenca Mediterránea en el reptador y por eso no recordaba bien los detalles. Tal vez no hubiese detalles que recordar.
—Intentémoslo con el más cercano —dijo Harman. Agarró al inconsciente Odiseo por debajo de los brazos vendados, esperó a que Petyr y Hannah hicieran lo mismo con las piernas y empezaron a llevarlo al ataúd más cercano a la escalera de caracol que Harman recordaba haber subido para llegar a otro corredor burbuja.
—Si lo metéis ahí, morirá —dijo una voz suave y andrógina desde la oscuridad.
Los tres se apresuraron a volver a dejar a Odiseo en las parihuelas. Petyr alzó su arco. Harman y Hannah asieron la empuñadura de sus espadas. La figura emergió de la oscuridad, más allá de las máquinas de control.
Harman supo al instante que se trataba de la Ariel de quien habían hablado Savi y Próspero, pero no sabía cómo lo sabía. La figura era baja, de apenas metro y medio de altura, y no del todo humana. Él o ella tenía una piel verdosa que no era realmente piel (Harman veía debajo de la capa exterior la parte interna, donde luces chispeantes parecían flotar en el fluido esmeralda) y un rostro perfectamente formado, tan andrógino que a Harman le recordó las imágenes de ángeles que había visto en algunos de los libros más antiguos de Ardis Hall. Él o ella tenía brazos largos y finos, manos normales a excepción de por la longitud y la gracia de los dedos, y parecía llevar suaves zapatillas verdes. Al principio Harman pensó que Ariel llevaba ropa, o no tanto ropa como una serie de pálidas enredaderas cuajadas de hojas que rodeaban su esbelta silueta cosidas a un mono apretado, pero luego advirtió que tales elementos nacían de la piel de la criatura. Seguía sin haber ninguna indicación de su género.
El rostro de Ariel era bastante humano (nariz larga y fina, labios carnosos curvados en una leve sonrisa, ojos negros, pelo que le llegaba hasta los hombros en mechones verdosos). Pero el efecto que producía mirar a través de la piel transparente los nódulos de luz flotante del interior de la criatura acababa con cualquier sensación de estar contemplando a un ser humano.
—Tú eres Ariel —dijo Harman, sin llegar a expresarlo como una pregunta. La figura inclinó la cabeza, reconociendo el hecho.
—Veo que la propia Savi ha hablado de mí —dijo él o ella con aquella voz enloquecedoramente suave.
—Sí. Pero pensaba que serías… intangible… como la proyección de Próspero.
—Un holograma —dijo Ariel—. No. Próspero adquiere consistencia como le place, pero rara vez le apetece hacerlo. A mí, por otro lado, aunque me han considerado un espíritu o un duende muchos durante largo tiempo, me encanta la corporeidad.
—¿Por qué dices que ese nido matará a Odiseo? —preguntó Hannah. Estaba agachada junto al hombre inconsciente, tratando de encontrarle el pulso. A Harman le pareció que Nadie estaba muerto.
Ariel avanzó un paso. Harman miró a Petyr, que contemplaba la piel transparente de la figura. El joven había bajado el arco pero seguía pareciendo trastornado y receloso.
—Esos son nidos como los que usaba Savi —dijo Ariel, señalando los ocho ataúdes de cristal—. Dentro, toda la actividad del cuerpo se suspende o se refrena, es cierto, como un insecto en ámbar o un cadáver en hielo, pero estos huecos no sanan heridas, no. Odiseo ha tenido durante siglos su propia arca temporal oculta aquí. Sus habilidades sobrepasan mi comprensión.
—¿Qué eres? —preguntó Hannah, incorporándose—. Harman nos dijo que Ariel era un avatar de la biosfera autoconsciente, pero no sé qué significa eso.
—Nadie lo sabe —dijo Ariel, haciendo un delicado movimiento, en parte reverencia en parte inclinación—. ¿Me seguiréis pues al arca de Odiseo?
Ariel los condujo a la escalera de caracol que subía trazando una espiral hasta el techo, pero en vez de subir por ella colocó la palma derecha contra el suelo y un segmento oculto se abrió como un abanico y dejó al descubierto más escaleras de caracol que bajaban. Las escaleras eran lo bastante anchas para que cupieran las parihuelas, pero seguía siendo difícil hacer bajar por ellas al pesado Odiseo. Petyr tuvo que colocarse delante con Hannah para impedir que el hombre inconsciente resbalara.
Luego siguieron por un pasillo burbuja verde hasta una habitación aún más pequeña, donde había aún menos luz que en la cámara de los ataúdes de cristal de arriba. Con un sobresalto, Harman advirtió que aquel lugar no estaba en una de las burbujas de buckycristal, sino que había sido abierto en el hormigón y el acero de la torre del Puente. Sólo contenía un nido, completamente diferente de las cajas de cristal: una máquina más grande, más pesada, más oscura; un ataúd de ónice con un cristal transparente allí donde estaría la cara del hombre o la mujer que hubiera dentro. Estaba conectado a través de innumerables cables, mangueras, conductos y tuberías a una máquina de ónice aún más grande que no tenía diales ni indicadores de ningún tipo. Había un fuerte olor en el ambiente que recordó a Harman el del aire antes de una tormenta.
Ariel tocó una placa de presión situada en un lado del arca temporal y la tapa alargada se abrió con un siseo. Los cojines interiores estaban ajados y gastados, todavía se veía en ellos el contorno de un hombre del tamaño de Nadie.
Harman miró a Hannah. Vacilaron un segundo y colocaron el cuerpo de Odiseo-Nadie dentro del arca.
Ariel hizo un movimiento como para cerrar la tapa, pero Hannah rápidamente se acercó, se asomó y besó a Odiseo suavemente en los labios. Luego dio un paso atrás y permitió que Ariel cerrara la tapa, que se selló con un siseo ominoso.
Una esfera ámbar inmediatamente cobró vida entre el arca y la oscura máquina.
—¿Qué significa eso? —preguntó Hannah—. ¿Vivirá?
Ariel se encogió de hombros: un movimiento gracioso y fluido.
—Ariel es el último de todos los seres vivos en conocer el corazón de una mera máquina. Pero esta máquina decide el destino de su ocupante en tres revoluciones de nuestro mundo. Vamos, tenemos que partir. El aire pronto se hará demasiado denso y hediondo para respirar. Salgamos de nuevo a la luz y hablaremos como criaturas civilizadas.
—No voy a dejar a Odiseo —dijo Hannah—. Si vamos a saber si vivirá o morirá dentro de setenta y dos horas, entonces me quedaré hasta saberlo.
—No puedes quedarte —dijo Petyr, indignado—. Tenemos que buscar las armas y volver a Ardis lo más rápidamente posible.
La temperatura de la sofocante alcoba subía rápidamente. Harman notó que el sudor le corría por las costillas, bajo la túnica. El olor a tormenta era ahora muy fuerte. Hannah se apartó un paso de ellos y se cruzó de brazos. Estaba claro que pretendía quedarse cerca del nido.
—Morirás aquí, enfriando este aire fétido con tus suspiros —dijo Ariel—. Pero si deseas observar la muerte o la vida de tu amado, acércate.
Hannah se acercó. Se alzaba sobre la forma levemente brillante que era Ariel.
—Dame la mano, niña —dijo Ariel.
Hannah extendió la palma con cautela. Ariel tomó la mano, la colocó contra su pecho verde y la introdujo en él. Hannah jadeó y trató de retirarla, pero la fuerza de Ariel era demasiado para ella.
Antes de que Harman o Petyr pudieran moverse, la mano y el antebrazo de Hannah quedaron libres de nuevo. La joven se quedó mirando horrorizada la masa verdidorada que tenía en la palma. Mientras los tres humanos observaban, el órgano se desvaneció, como si se hundiera en la palma de Hannah, hasta que desapareció.
Hannah volvió a jadear.
—Es sólo un indicador —dijo Ariel—. Cuando el estado de tu amado cambie, lo sabrás.
—¿Cómo lo sabré? —preguntó Hannah. Harman vio que la muchacha estaba pálida y sudorosa.
—Lo sabrás —repitió Ariel.
Siguieron a la pálida figura hasta el verde pasillo de buckycristal y volvieron a subir las escaleras.
Ninguno habló mientras seguían a Ariel por pasillos y escaleras mecánicas detenidas y luego a lo largo de una hélice de glóbulos conectados a la parte inferior del gran cable de suspensión. Se detuvieron en una sala de cristal adjunta al travesaño de hormigón y acero de la torre sur. Más allá del cristal, los voynix de aquel segmento horizontal del Puente se arrojaban en silencio contra la pared verde, arañando y manoteando pero sin encontrar entrada ni asidero. Ariel no les hizo caso mientras los guiaba hasta la habitación más grande de aquella cadena de glóbulos. Había mesas y sillas, y máquinas colocadas en repisas.
—Recuerdo este lugar —dijo Harman—. Cenamos aquí una noche. Odiseo cocinó su Ave Terrorífica aquí mismo, en el Puente… durante una tormenta. ¿Te acuerdas, Hannah?
Hannah asintió, pero su mirada era distraída. Se mordía el labio inferior.
—He supuesto que a lo mejor querríais comer —dijo Ariel.
—No tenemos tiempo… —empezó a decir Harman, pero Petyr lo interrumpió.
—Tenemos hambre —dijo—. Nos tomaremos nuestro tiempo para comer.
Ariel los condujo a la mesa redonda. Él o ella usó un microondas para calentar tres raciones de sopa que sirvió en cuencos de madera. Luego les trajo cucharas y servilletas. Él o ella sirvió agua fría en cuatro vasos, dejó los vasos en su sitio y se unió a ellos a la mesa. Harman probó la sopa con cautela. La encontró deliciosa, llena de verduras frescas, y la comió con placer. Petyr la probó y comió despacio, receloso, sin apartar la mirada de Ariel mientras el avatar de la biosfera se quedaba de pie junto a la encimera. Hannah no tocó su sopa. Parecía haberse replegado en sí misma, fuera de alcance, igual que había hecho el glóbulo verdedorado de Ariel.
«Esto es una locura —pensó Harman—. Esta… criatura verdosa ha hecho que uno de nosotros meta la mano en su pecho y extraiga un órgano dorado, y los tres hemos venido aquí a tomar sopa caliente mientras los voynix arañan el cristal a tres metros de distancia y el avatar autoconsciente de la biosfera planetaria nos hace de criado. Me he vuelto loco.»
Harman reconoció que podía haberse vuelto loco pero que la sopa estaba buena. Pensó en Ada y continuó comiendo.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Petyr. Había apartado el cuenco de madera y miraba fijamente a Ariel. Tenía el arco en la silla, a su lado.
—¿Qué quieres tú que yo te diga? —preguntó Ariel.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Petyr, a quien nunca le habían hecho gracia las charlas intrascendentes ni las sutilezas—. ¿Quién demonios eres en realidad? ¿Por qué están aquí los voynix y por qué están atacando Ardis? ¿Qué es esa maldita cosa que vio Daeman en Cráter París? ¿Constituye una amenaza…? Y, si es así, ¿cómo podemos matarla?
Ariel sonrió.
—Siempre es una de las primeras preguntas de los de tu clase: ¿qué es y cómo puedo matarlo?
Petyr esperó. Harman soltó la cuchara.
—Es una buena pregunta —dijo Ariel—, pues si fuerais los primeros hombres en saltar, en vez de los últimos, gritaríais: «¡El infierno está vacío y todos los demonios están aquí!» Pero es una historia larga, tan larga como la del moribundo Odiseo, creo, y es difícil contarla con la sopa fría.
—Entonces empieza contándonos quién eres —dijo Harman—. ¿Eres la criatura de Próspero?
—Sí, lo fui. Ni esclava ni sierva, pero obligada a él.
—¿Por qué? —preguntó Petyr. Había empezado a llover con intensidad, pero las gotas de agua no encontraban más asidero en el curvo buckycristal que los saltarines voynix. Con todo, el golpeteo del aguacero sobre el Puente y las vigas creaba un rugido de fondo.
—El magus de la logosfera me salvó de esa maldita bruja Sycórax —dijo Ariel—, a quien entonces servía. Fue ella quien dominó los profundos códigos de la biosfera, ella quien invocó a Setebos, su señor. Pero cuando demostré demasiada delicadeza para cumplir sus terrenas y aborrecibles exigencias, ella, con furia inmitigable, me clavó a un pino, donde permanecí una docena de veces una docena de años antes de ser liberada por Próspero.
—Próspero te salvó —dijo Harman.
—Próspero me salvó para que le obedeciera —dijo Ariel. Los labios finos y pálidos se curvaron levemente hacia arriba—. Y entonces exigió mi servicio durante otra docena de veces una docena de años.
—¿Y le serviste? —preguntó Petyr.
—Lo hice.
—¿Le sirves ahora? —preguntó Harman.
—No sirvo ahora a ningún hombre ni magus.
—Calibán sirvió a Próspero una vez —dijo Harman, tratando de recordar todo lo que había dicho Savi, todo lo que el holograma llamado Próspero le había contado en la isla orbital—. ¿Conoces a Calibán?
—Lo conozco —respondió Ariel—. Un villano a quien no me gusta mirar.
—¿Sabes si Calibán ha vuelto a la Tierra? —insistió Harman. Deseó que Daeman hubiese estado allí.
—Sabes que es verdad —dijo Ariel—. Pretende convertir toda la Tierra en su sucia charca, convertir el cielo congelado en su celda.
«El cielo helado en su celda», pensó Harman.
—Entonces, ¿Calibán es aliado de ese Setebos? —preguntó en voz alta.
—Así es.
—¿Por qué te has mostrado a nosotros? —preguntó Hannah. La mirada de la hermosa joven era aún distraída por la pena, pero había vuelto la cabeza para mirar a Ariel.
Ariel se puso a cantar:
Donde liba la abeja, allí libo yo.
En la campana de una hierba centella me tiendo;
allí me escondo cuando los búhos lloran.
En la espalda del murciélago vuelo
después del verano, alegremente:
alegremente, alegremente, viviré ahora
bajo el capullo que cuelga de la rama.
—Esta criatura está loca —dijo Petyr. Se levantó bruscamente y caminó hacia la pared que daba al Puente. Tres voynix saltaron sobre él, golpearon el campo del buckycristal y cayeron. Uno de ellos consiguió hundir sus manos en forma de hoja en el hormigón del Puente y detuvo su caída. Los otros dos desaparecieron en las nubes de abajo.
Ariel se rió en voz baja. Luego él o ella lloró.
—Nuestra Tierra compartida está siendo asediada. La guerra ha llegado hasta aquí. Savi ha muerto. Odiseo se está muriendo. Setebos fingirá matar todo cuanto soy y de donde vengo y lo que para proteger existo. Los humanos antiguos sois enemigos o aliados… elijo lo segundo. No tenéis voz en el asunto.
—¿Nos ayudarás a luchar contra los voynix, Calibán, y esta criatura, Setebos? —preguntó Harman.
—No, vosotros me ayudaréis a mí.
—¿Cómo? —preguntó Hannah.
—Tengo tareas para vosotros. Primero, habéis venido a buscar armas…
—¡Sí! —dijeron Hannah, Petyr y Harman al unísono.
—Los dos que os quedéis las encontraréis en una cámara secreta, al pie de la torre sur, tras las antiguas y muertas máquinas computadoras. Veréis un círculo en la pared opaca de verdecristal, con un pentágono inscrito. Decid simplemente «ábrete» y encontraréis la sala donde el astuto Odiseo y la pobre y muerta Savi ocultaron sus juguetitos de la Edad Perdida.
—¿Has dicho los dos que os quedéis? —dijo Petyr.
—Uno de los tres debería llevar el sonie de vuelta a Ardis Hall antes de que caiga la noche —dijo Ariel—. Otro debería quedarse aquí y atender a Odiseo si no muere, pues sólo él conoce los secretos de Sycórax, ya que una vez se acostó con ella… y ningún hombre se acuesta con Sycórax sin sufrir un cambio. El tercero vendrá conmigo.
Las tres personas se miraron. Con la pesada lluvia y la luz tormentosa era como si estuvieran bajo el agua, contemplándose a través de una fría penumbra verde.
—Yo me quedaré —dijo Hannah—. Ya había decidido hacerlo de todas formas. Si Odiseo despierta, alguien debería estar aquí.
—Yo llevaré el sonie a casa —dijo Harman, molesto por su propia cobardía pero al mismo tiempo sin importarle. Tenía que volver con Ada.
—Yo iré contigo, Ariel —dijo Petyr, acercándose a la delicada figura.
—No —respondió él o ella.
Los tres humanos se miraron y esperaron.
—No, debe ser Harman quien venga conmigo —dijo Ariel—. Le diremos al sonie que lleve a Petyr directamente a casa, pero a la mitad de la velocidad a la que vino. Es una máquina antigua y no debería sufrir tanta tensión sin una causa mayor. Harman debe venir conmigo.
—¿Por qué? —preguntó Harman. No iba a ir a otro sitio que no fuera a casa con Ada, de eso estaba seguro.
—Porque morir es tu destino —dijo Ariel— y porque la vida de tu esposa y tu hijo dependen de ese destino. Y el destino de Harman este día es venir conmigo.
Ariel se alzó entonces del suelo, ingrávido, flotando sobre ellos, flotando a seis palmos sobre la mesa, sin apartar su negra mirada de la cara de Harman mientras cantaba de nuevo:
A cinco brazas completas yace Harman,
de sus huesos se hace el coral.
Esas perlas fueron sus ojos,
nada que de él fuera se difumina,
pero sufre un cambio marino
para ser algo rico y extraño.
Din don, din don.
—No —dijo Harman—. Lo siento, pero… no. Petyr puso una flecha en el arco y tensó la cuerda.
—¿Vas a cazar murciélagos? —preguntó Ariel, a seis metros de altura ahora mientras él/ella flotaba en el aire verdoso, pero sonriéndole a Petyr.
—No… —dijo Hannah, pero Harman nunca llegó a descubrir si se lo decía a Petyr o a Ariel.
—Es hora de irse —dijo Ariel, casi riendo.
Las luces se apagaron. Se oyó un sonido veloz, una especie de aleteo, como si un búho remontara el vuelo, y en la completa oscuridad Harman sintió que algo lo levantaba del suelo con la misma facilidad con que un halcón levanta un conejito, llevándolo hacia atrás para balancearlo y dejarlo caer entre las altas columnas de la Puerta Dorada de Machu Picchu.