Capítulo 9
McCABE no dijo nada. Parecía que había dejado de respirar; sus manos, en la nuca de Wynn, se habían quedado inmóviles, y ella pudo notar como se tensaba todo su cuerpo.
Hasta ese momento, Wynn no se había dado cuenta de hasta qué punto había ansiado que se sintiera feliz con su confesión, de que le respondiera que sentía lo mismo, y le pidiera que se casara con él. En cambio, McCabe no dijo nada, y ella se sintió rechazada. No se había sentido peor en toda su vida.
Se apartó de él sin querer mirarlo a los ojos, y se rió nerviosamente.
—Tranquilo, no te preocupes. No voy a tirarme desde un puente o a tumbarme en la vía de un tren — le dijo yendo hasta la puerta entreabierta de su dormitorio—. Es sólo que... pensé te haría las cosas más fáciles si comprendieses la situación. Yo... me siento muy vulnerable cuando estoy contigo, y si me hubieras presionado habría acabado acostándome contigo. Pero también te habría odiado... a ti y a mí misma, y nunca lo hubiera superado. Así que deja de intentar seducirme, ¿quieres? —añadió, soltando una risa temblorosa—, porque puede que para ti todo esto no sea más que un juego, pero para mí no lo es.
Se dio media vuelta e iba a entrar en su dormitorio, cuando McCabe la agarró por el brazo y la hizo girarse de nuevo hacia él.
—Wynn, esto no es ningún juego —le dijo suavemente.
Y antes de que ella pudiera protestar, la tomó por la barbilla, alzándole el rostro, y la besó. Aquel beso fue distinto de todos cuantos ella había recibido hasta entonces, distinto incluso de los que le había dado él. Los labios de McCabe rozaron los suyos, presionando ligeramente para que los abriera, y empezó a tantearlos en medio de un silencio cargado de emoción. Sus manos la atrajeron hacia su fuerte cuerpo, y el beso se convirtió en algo que era muchísimo más que la unión de dos bocas. Era un beso lento y apasionado, pero a la vez increíblemente tierno.
—¿Te parece esto un juego? —susurró él contra sus labios — . Nos casaremos, Wynn... —le dijo con voz ronca—... en cuanto tengamos la licencia de matrimonio.
—¡No! —exclamó ella, sacudiendo la cabeza—. No, McCabe...
—Sí —murmuró él, inclinándose y besándola otra vez despacio, lánguidamente, y esbozando una sonrisa cuando notó que ella se arqueaba involuntariamente hacia él.
—Te... te odiarás si te casas conmigo, cuando pase la novedad, cuando me hayas hecho tuya... —murmuró el a con una mirada de angustia en sus ojos verdes—. Preferiría que simplemente nos acostásemos...
McCabe meneó la cabeza.
—No, todavía no.
—Oh, tu pierna, claro —murmuró ella bajando la vista—, lo había olvidado.
—No, mi pierna no, mi conciencia —le dijo tomándola de la barbilla y haciendo que lo mirara a los ojos—. Además, no puedo pretender que sigas mi ritmo, así que nos casaremos y veremos cómo va.
—Sí, y volverás corriendo a Centroamérica a la primera oportunidad —le espetó Wynn.
—Ya te he dicho que no tengo intención de dejar mi trabajo —le dijo él —. Es mi vida.
—Sí, eso ya lo veo —respondió el a con tristeza y amargura—. No me casaré contigo, McCabe. No podría soportar tener que quedarme aquí, preocupándome de si estarás herido o moribundo en alguna selva o un desierto.
—Lo quieres todo a tu manera, ¿no es verdad? — le dijo McCabe irritado, apartándose de el a—. Quieres que me quede en Redvale, y que escriba libros, y que me olvide de mi trabajo como corresponsal, ¿no es eso?
—Sí, es exactamente eso —le contestó el a apretando los puños—. ¿Acaso crees que me gustaría tener que criar sola a nuestros hijos? ¿O pasar sola los cumpleaños, aniversarios, las vacaciones...? ¿O estar semanas sin cartas ni llamadas cuando estés incomunicado? ¿Y qué le diría a los niños: «Sí, tenéis un papá, aquí está su foto; podréis verlo entre guerra y guerra»?
McCabe parecía más y más furioso por segundos.
—¡Pues acéptame como soy o búscate a otro! Ya te lo he dicho muchas veces, Wynn: no voy a cambiar. Estás siendo muy poco razonable y lo sabes.
—Oh, ya veo..., así que estoy siendo poco razonable — murmuró ella—. ¿Y
qué es lo que me ofreces tú. McCabe? ¿Unos cuantos revolcones dos o tres veces al año? Porque con tu trabajo es lo máximo que obtendré.
—¡Oh!, ¡por favor! Estás llevándolas cosas al extremo. ¿Y dices que me amas? ¿Qué clase de amor es éste? ¿Un amor que pone condiciones?
—Es la clase de amor que quiero —le dijo el a calmándose. Escrutó su moreno rostro, adorándolo a pesar de todo—. No no me casaré contigo, McCabe, y tampoco me acostaré contigo. Puede que tuvieras razón y Andy no sea el hombre adecuado para mí, pero quizá algún día encuentre a alguien a quien ame lo suficiente como para casarme y formar una familia. Un hombre que esté dispuesto a dar tanto como reciba.
Y, sin volverse a mirarlo, entró en su dormitorio y cerró la puerta tras de sí, echando el pestillo. Se puso el camisón, se metió en la cama, apagó la luz, e ignoró el golpeteo de McCabe en la puerta, rogándole que abriese. Finalmente debió darse por vencido, porque lo oyó alejarse por el pasillo, y cómo se abría y se cerraba la puerta de su propio dormitorio. Demasiado cansada incluso para darle vueltas a las amargas palabras que se habían cruzado, pronto se quedó dormida.
McCabe estaba sentado tomando café cuando entró en la cocina a la mañana siguiente.
—Te he servido una taza al oír el agua de la ducha —le dijo en un tono que no denotaba ninguna emoción — . Todavía debería estar caliente.
Wynn tomó asiento frente a él, pero no lo miró. Aún sentía vergüenza por el modo en que le había abierto su corazón la noche anterior.
—¿No quieres unas tostadas, o cereales, o...? —le preguntó secamente.
—No, ahora mismo no podría probar bocado — respondió él con idéntica aspereza—. Esta semana seguiré en el Courier, pero después pienso volver a mi trabajo.
Wynn había estado esperando aquello, pero eso no evitó que sintiera una punzada de dolor en el corazón. ¿Por qué tendrían que llenársele los ojos de lágrimas en ese preciso momento?
—¿Has oído lo que te he dicho? —inquirió McCabe.
Ella inspiró despacio, y se llevó la taza de café a los labios. Trató de hablar, pero no le salían las palabras, así que asintió con la cabeza.
—¿No vas a discutir conmigo esta mañana? —le espetó soltando una risa sarcástica y entornando los ojos.
Wynn se lamió los labios para limpiar una gota de café y negó con la cabeza.
Tomó otro sorbo, pero la mano le temblaba de tal modo, que tuvo que dejar la taza de nuevo sobre su platillo.
—¡Wynn, no me hagas esto! —le rogó él en un tono que delataba su angustia.
Se levantó de la silla y la agarró, alzándola en sus brazos para abrazarla hasta casi dejarla sin aliento, y sin importarle el dolor de la pierna. Buscó frenéticamente los labios de la joven, y cuando los encontró dejó escapar un gemido ahogado y la besó, la besó, la besó...
—McCabe... —sollozó Wynn contra sus labios. Le rodeó el cuel o con los brazos y volvió a besarlo—. Tu pierna...
—Al diablo con mi pierna... —farfulló él jadeante.
Mordisqueó suavemente sus labios, y los estimuló de todas las maneras posibles arrastrándola con él a un remolino de sensualidad que hizo que el deseo de ambos fuera in crescendo.
Wynn se aferró a él, mostrándole con sus besos cuánto lo amaba, y pasaron varios minutos antes de que él despegara sus labios finalmente de los de ella y la dejara de nuevo en el suelo, aunque tuvo que sujetarla, porque la joven estaba demasiado aturdida como para mantener el equilibrio.
—No me importa que te marches —susurró el a con los ojos llenos de lágrimas
—¡No me importa!
—Sí, ya lo veo —dijo él con voz temblorosa. Tomó el rostro de Wynn entre sus cálidas manos y la besó en las mejillas, limpiándole las lágrimas.
—No es culpa mía —sollozó ella—; tú no deberías haber vuelto, ¡no tenías derecho a arruinar mi vida!
—Es verdad, Wynn, pero tenía que volver. El pensar que pudieras acabar casándote con Andy estaba matándome. Y, cuando volví a verte, supe que ya no volvería a ser el mismo. Wynn, yo quiero ser libre, pero mientras tú vivas, no podré volver a serlo.
Las lágrimas volvieron a acudir a los ojos verdes de la joven. No estaba diciendo las palabras que el a ansiaba que dijera, pero podía notar que el mismo sentimiento que había despertado en su corazón estaba en el de él.
¿No era eso lo que se reflejaba en sus ojos atormentados?
—No llores —le rogó McCabe — . No puedes imaginarte lo que me duele verte llorar.
Ella se secó los ojos con el dorso de la mano.
—Siento haberte presionado —le dijo quedamente—. No te pediré nada más.
Tomaré lo que puedas darme en vez de pedirte la luna —y lo miró a los ojos con tanto amor y confianza, que McCabe gimió e inclinó la cabeza para besarla apasionadamente.
—Dios, ¿por qué tienes que ser tan maravillosa? Me haces sentir el ser más rastrero sobre la tierra — farfulló — , Pero es que no puedo dejar mi trabajo, Wynn, todavía no... Dentro de unos años quizá pueda conformarme con informar sobre la política de una pequeña ciudad y escribir novelas, pero... ahora no... Ojalá pudiera. Ojalá pudiera darte todo lo que quieres, y la luna, y las estrellas, y miles de rosas.
—Está bien, no tienes que disculparte —murmuró el a, capitulando por completo.
—¿No vas a seguir intentando convencerme de que cambie? —inquirió McCabe suspicaz. No era propio de el a darse por vencida tan fácilmente.
Wynn negó con la cabeza y esbozó una sonrisa triste.
—¿Por qué iba a querer cambiarte? Te quiero — le dijo con sencillez.
Y entonces, cuando estaba a punto de hacerle creer que era feliz con aquel arreglo, empezó a temblarle el labio inferior, delatando que no era así, pero estaba dispuesta a conformarse.
McCabe la atrajo hacia sí y apoyó su frente en la de ella con un suspiro cansado.
—Cásate conmigo, Wynn. Ya hallaremos la manera de resolver nuestros problemas. No puedo vivir sin ti, eso es lo único que tengo claro.
Sus labios descendieron hasta los de el a, y sus manos subieron de su cintura a sus senos.
—¿McCabe? —murmuró el a temblorosa.
—Shhh... —le susurró él. Sus manos bajaron hasta los muslos de la joven y los apretó suavemente contra los suyos, sin importarle que aquello le provocara un poco de dolor—. Ponte de puntillas, Wynn.
Ella hizo lo que le decía y emitió un intenso gemido al experimentar una sensación distinta a todas las que había experimentado en su vida, una sensación que la hizo estremecerse de arriba abajo.
—¡Wynn...! —jadeó él, besándola apasionadamente, haciéndole abrir la boca, introduciéndole la lengua.
Ella respondió al beso con fervor, y las manos de McCabe se deslizaron por debajo de la blusa que llevaba puesta, acariciándole la espalda y desabrochándole el sostén, para buscar sus senos y masajearlos, dibujar arabescos en ellos y estimular los pezones con las yemas de los dedos, hasta que Wynn tuvo la sensación de que no podría volver a respirar con normalidad jamás.
—Túmbate conmigo en el sofá —le dijo él con voz ronca, haciéndola caminar de espaldas hacia él.
Wynn no dijo una palabra, ni protestó. Se tumbó como le pedía, y observó cómo se quitaba la camisa antes de tenderse de costado junto a el a. Sus dedos temblaban cuando alargó ambas manos para tocar el pecho de McCabe. Estaba respirando ligeramente, y notaba algo húmedo el vello rizado que cubría los fuertes músculos.
—Me encanta tocarte —le susurró.
—Y a mí tocarte a ti —contestó él quedamente. Se apoyó en el codo y le dio un tironcito de la blusa—. Quítatela, Wynn.
Ella vaciló un instante, pero finalmente se incorporó un poco y se deshizo de ella y del sostén para volver a tumbarse a su lado, y los dedos de McCabe recorrieron la sedosa piel de sus senos mientras la miraba extasiado. Inclinó la cabeza con una leve sonrisa, y empezó a mordisquearlos, y a besarlos con la boca abierta, hasta que ella se arqueó hacia él con un gemido ahogado.
Sus manos se deslizaron tras su espalda, tomándola por los omóplatos para mantenerla en esa posición mientras devoraba aquellas gloriosas cumbres.
Wynn se estremeció de puro placer, y se aferró a él, asiéndole la cabeza y acercándola aún más a su pecho.
Cuando McCabe levantó la cabeza para tomar aliento, el a alargó las manos hacia su tórax y empezó a acariciarlo de nuevo, bajando hasta la cintura, y él las guió aún más lejos, dentro del pantalón. Cuando los estilizados dedos femeninos rozaron su vientre, se estremeció, como le había ocurrido antes a ella.
—Oh, McCabe... —susurró Wynn.
Sólo dejó que lo tocara unos segundos antes de apartar sus manos, pues sus caricias, aunque inexpertas, eran enloquecedoras, y se colocó sobre ella apoyándose en los codos, mirándola a los ojos mientras entrelazaba sus piernas con las de el a en un contacto muy íntimo, de modo que ella pudiera notar su excitación.
—¿No te duele la pierna? —inquirió el a preocupada.
—Horrores —admitió él con una luz salvaje en su mirada—, pero ya casi ni lo siento. Lo único que siento es a ti, Wynn, toda seda y fuego, y te deseo de tal modo que sería capaz de entrar corriendo desnudo en un bosque en llamas sin notar el calor.
Los dedos de ella acariciaron su rostro amorosamente.
—Pues entonces tómame, tómame si lo necesitas —le susurró. Te dejaré.
McCabe tragó saliva y sus ojos descendieron hasta los labios de Wynn.
—Quiero hacerlo —le dijo—, pero no creo que pueda.
Wynn reprimió una sonrisilla, y él no pudo evitar sonreír también.
—No me refiero a eso, pequeño diablo —le aclaró—. Como estarás notando sería perfectamente capaz de hacerlo ahora mismo; es que no quiero estropear las cosas sólo por satisfacer mi deseo. Quiero verte avanzando por el pasillo de una iglesia vestida de blanco, y que todo el mundo sepa que no te hice renunciar a tus principios sólo porque para el resto del mundo hayan perdido su sentido, y eso no podrá ser si seguimos tumbados juntos en este sofá —añadió con un suspiro, rodando hacia el lado y quedándose tendido de costado junto a ella de nuevo.
Wynn sintió en ese momento que lo amaba más que nunca. Se acurrucó contra él y hundió el rostro en el hueco de su hombro, colocando un brazo sobre su pecho desnudo.
Pasaron así varios minutos, deleitándose en el calor del cuerpo del otro, cuando de repente McCabe murmuró con voz soñolienta:
—¿Qué tal si nos tomamos el día libre y no vamos a trabajar?
La palabra trabajar bastó para que Wynn diese un bote, se bajara del sofá saltando por encima de él, y corriera como una loca a mirar el reloj que había sobre el televisor.
—¡Las nueve y media! —exclamó horrorizada—. ¡Llegamos una hora tarde! ¡Y yo tengo una entrevista a las diez!
—Vaya, vaya, el tiempo se pasa volando cuando se está tumbado en buena compañía en un sofá, ¿eh? — murmuró McCabe con una sonrisa divertida al verla sonrojarse — . Lástima que no estemos casados ya... Y, por cierto, no hemos terminado de hablar de eso. Podemos ir a hacernos los análisis de sangre esta mañana, y la semana próxima ir a arreglar los papeles del juzgado.
Le pediremos a Judy y Jess que sean los testigos, a Kelly que haga las veces de padrino, al viejo predicador Barnes de la parroquia presbiteriana que nos case y... —miró a Wynn, que estaba quedándose pasmada al ver la rapidez con que estaba planeándolo todo — . Porque sigues siendo presbiteriana ¿verdad? —inquirió, y cuando el a asintió, aturdida, continuó — : Pues entonces... podríamos casarnos el sábado, ¿qué me dices?
Wynn asintió de nuevo con la cabeza, sintiéndose como si estuviera dentro de un sueño.
—Bueno, pues habrá que ponerse en marcha — dijo McCabe sentándose, abrochándose la camisa y calzándose los zapatos—. Queda mucho por hacer.
Esos pocos días pasaron volando. El viernes por la tarde ya se habían hecho los análisis, McCabe había obtenido la licencia, la ceremonia estaba fijada para las diez de la mañana del día siguiente, y Wynn estaba mirando por la ventana desde su puesto en el Courier, intentando imaginar su vida de casada junto a McCabe, que en esos momentos estaba en el ayuntamiento, porque el alcalde quería concretar su oferta de dar publicidad a su proyecto en la prensa nacional.
Durante aquellos días se habían besado, pero no se había repetido aquel fogoso interludio en el sofá. A el a le había sabido a poco y le habían quedado ganas de más, pero McCabe se había tomado muy en serio su promesa de respetarla. Suerte que ya sólo tendría que esperar unas horas más.
Dejó escapar un pesado suspiro. Harían el amor al fin, sí, pero, ¿qué pasaría cuando él decidiese regresar a Centroamérica?, porque seguía en la plantilla de la agencia de noticias, y únicamente estaba de baja hasta que se restableciese. La amaba... sólo que no lo suficiente como para dejar su trabajo por ella.
El ruido del teléfono la sobresaltó, y se apresuró a contestarlo.
—Courier. Le atiende Wynn Ascot; ¿en qué puedo ayudarle?
—¡Wynn! Justo contigo quería hablar —le dijo una voz de mujer al otro lado de la línea. Wynn la conocía. Era una de las dependientas de la farmacia—.
Escucha, ¿te has enterado de lo que está pasando en la fábrica de algodón?
Hay un montón de coches de policía por el lugar, dando vueltas como locos, y el viejo Mike Hamm dice que ha oído que han acorralado allí a un asesino que se ha fugado de la cárcel del condado. ¿No te ha salido nada en el teletipo?
Wynn se volvió para comprobarlo.
—Oh, sí, ya lo veo —murmuró leyendo los mensajes urgentes entre la policía local y el departamento del sheriff, donde como decía la mujer se mencionaba la fábrica de algodón y... — . Aquí dice que son dos convictos, no uno —le dijo.
Al otro lado de la línea se oyó una conversación de fondo.
—Cielos, Wynn, acaba de pasar Ben, el jefe de bomberos y le he preguntado si sabía algo más. Me ha dicho que son dos tipos, no uno. Parece que la policía los vio en el coche que habían robado e intentaron detenerlos. Le han disparado a Randy Turner...
—¡Randy! —exclamó la joven. Conocía a aquel joven agente, casado, que hacía poco había tenido un hijo—. ¿Y cómo está?
—No muy bien. No saben si vivirá... ahí viene la ambulancia... —le dijo atropelladamente. Wynn pudo oír la sirena a través del auricular—. Ben me ha dicho que cree que la policía ya los tiene. Dios, nunca pensé que estas cosas pudieran pasar en una ciudad tan tranquila como la nuestra...
—Será mejor que me apresure si quiero sacar alguna foto antes de que acabe todo —la interrumpió Wynn mientras agarraba el bolso y la cámara — . ¡Hasta luego!, ¡y gracias por llamar, te debo una!
—No tienes por qué darlas.
Cuando hubo colgado, pasó corriendo junto a Judy.
—¿Dónde vas con tanta prisa? —le preguntó ésta.
—Acaban de arrestar a unos presos fugados en la fábrica de algodón —le explicó Wynn deteniéndose con la mano en el picaporte—. ¡Luego te veo!
—¡Ten cuidado!
—Siempre lo tengo —respondió ella saliendo por la puerta.
La fábrica de algodón estaba muy cerca, así que tomó un atajo por un callejón, con la falda golpeándole los muslos al correr. Dobló la esquina... y se encontró de pronto con una pistola apuntándola, empuñada por un tipo sucio y mal encarado.