Capítulo 3
ERES tú, Wynn? -la llamó McCabe desde la cocina cuando entró en casa. La joven se había olvidado por un instante de que estaba allí, y su profunda voz la había sobresaltado. Dejó sobre la mesita del vestíbulo el bolso, y se quitó los zapatos antes de dirigirse a la cocina, para encontrarse a su «huésped» encaramado en un taburete, preparando una ensalada.
—Un largo día, ¿eh? —le dijo observando sus pies descalzos.
—¿Largo? Estoy reventada —farfulló el a—. ¿Te hace falta que te ayude en algo?
—Bueno, podrías hacer el aliño.
—¿Cuál es el plato principal? —inquirió sirviéndose un vaso de agua fría.
—Medallones de ternera en salsa verde. Espero que te guste.
Wynn lo miró admirada.
—Vaya, no me habías dicho que supieras preparar platos de alta cocina —dijo con una sonrisa.
—Nunca me has preguntado —respondió él, girándose en el taburete para mirarla.
Tenía la camisa medio desabrochada, y Wynn no pudo evitar que se le fueran los ojos. De pronto el corazón se le había desbocado, y le costó horrores despegar la mirada de su tórax bronceado. ¿Por qué? ¿Por qué diablos tenía que estar pasándole aquello? Había visto a Andy mil veces sin camisa en la piscina, y nunca le había provocado esa reacción.
—Pareces acalorada —le dijo McCabe, desabrochándose otro botón, como si supiera lo que estaba pensando.
Wynn se aclaró la garganta.
—Voy a... voy a cambiarme y ahora te haré el aliño — balbució, saliendo de la cocina y subiendo a toda prisa las escaleras, hasta llegar a su dormitorio.
Cerró la puerta tras de sí y se desplomó contra ella. ¿Qué diablos le estaba pasando?
Diez minutos más tarde estaba de vuelta en la cocina, y McCabe se quedó con la espátula de madera en el aire sobre el guiso cuando la vio aparecer.
Llevaba puesto un vestido verde esmeralda de tirantes de espagueti atados detrás del cuello, que dejaba la espalda al descubierto, y resaltaba la forma de sus senos, su estrecha cintura, y las suaves pero femeninas caderas. Con el oscuro cabello se había hecho un recogido del que escapaban pequeños rizos que caían sobre su frente y su largo cuello.
—¿Sueles ponerte esa clase de vestidos a menudo? — inquirió McCabe frunciendo el ceño.
—¿Y qué si lo hago? —replicó ella—, ¿Ya has terminado de cortar los ingredientes de la ensalada y el tomate? Déjame el bol y la aliñaré.
—No con ese vestido —le dijo él.
Se puso de pie, apoyándose en el bastón, y se puso detrás de ella antes de que pudiera darse cuenta. Una de sus grandes manos la tomó con firmeza por la cintura, y la apartó de la encimera.
—Sería un crimen estropearlo —añadió.
Wynn sintió cómo un extraño cosquilleo recorría todo su cuerpo, como si llevara esperando toda la vida que llegara ese momento. Se estremeció, y rogó por que él no lo hubiera advertido.
—No... no deberías estar de pie —le recordó. —Parece que te faltara el aire —murmuró él.
La joven sintió el cálido aliento de McCabe en su cabello, y notó cómo sus dedos descendían hasta su cintura y volvían a subir, como si estuvieran deleitándose en la silueta de su cuerpo. Sintió deseos de recostarse contra él, de que sus manos fueran más arriba... Pero entonces recobró la cordura y se apartó de él dando un respingo.
—Iré... iré por un delantal —balbució—. Andy llegará en cualquier momento.
Siempre es muy puntual.
McCabe no dijo nada. Se quedó allí de pie, apoyado en la encimera, observándola todo el tiempo con esa penetrante mirada que siempre lograba ponerla nerviosa.
Wynn trató de calmarse mientras se ataba el delantal y buscaba en la alacena lo que necesitaba para el aliño.
—Di algo, ¿quieres? —murmuró riéndose. Nunca me había sentido tan incómoda.
—¿Qué quieres que diga? —le preguntó él suavemente.
Ella se volvió, tratando de encontrar las palabras que pudieran disipar la tensión que había en el ambiente, pero sus ojos se encontraron, y sintió que la inundaba un ansia que nunca había experimentado. Y entonces, en ese momento, sonó el timbre de la puerta y se rompió la magia. Wynn se giró sobre los talones como una zombi y fue a abrir.
Andy tenía el cabello despeinado, como si hubiera estado pasándose la mano por él una y otra vez, irritado, y había preocupación en sus ojos castaños que parecían mirarla sin verla en absoluto.
—Hola —farfulló—. ¿Ya está la cena?
Wynn, que había esperado un saludo un poco más cariñoso, suspiró, y lo dejó pasar.
—Pasa a la cocina a saludar a McCabe —le dijo. Andy emitió un gruñido.
—¿De verdad sabe cocinar?
—Por supuesto que sé cocinar —dijo McCabe, asomándose a la puerta del comedor, apoyado en su bastón.
Se había abrochado la camisa, y daba la imagen del perfecto anfitrión... o más bien de un león con piel de cordero, pensó Wynn reprimiendo una sonrisa maliciosa.
Minutos después estaban sentados a la mesa.
—¿Qué es esto? —inquirió Andy, mirando la carne con desconfianza, como si le fueran a salir tentáculos.
—Medallones de ternera en salsa verde —le contestó McCabe — . En realidad es uno de los platos más modestos de mi recetario —añadió con fingida modestia, y casi sonrojándose.
Wynn sintió deseos de darle un capón, pero Andy, ingenuo como era a pesar de que se tenía por muy listo, se tragó el anzuelo. La joven podía leer lo que estaba pensando como si fuera un libro abierto: «el gran corresponsal de guerra, escritor de novelas de aventuras, musculitos... que encima hace medalones de ternera en salsa verde».
La carne estaba exquisita, pero el ambiente no era el más propicio para disfrutar de la comida.
—Esta mañana hubo un accidente terrible —comentó, simplemente por romper el incómodo silencio—. Las personas que han muerto no eran de la ciudad, pero...
—¡Por amor de Dios, Wynona!, ¡no mientras estamos comiendo! —la cortó Andy con cara de asco. McCabe enarcó las cejas.
—¿No me digas que sigues siendo tan aprensivo como cuando estábamos en el colegio? —le preguntó—. Recuerdo que no te gustaba demasiado la clase de biología... sobre todo los días que tocaba justo después de la hora del almuerzo... —se inclinó hacia delante con la copa de vino en la mano, y frunció los labios — . El olor del formol era repugnante, ¿verdad? Y tener que diseccionar a aquellas ranas...
Andy se había puesto verde, y había soltado el tenedor. Agarró el vaso de agua y bebió y bebió hasta que no quedó en él una gota.
—¡McCabe! Ya basta —lo reprendió la joven. —A mí sí me gustaba esa clase.
Me encantan las Ciencias Naturales —continuó McCabe mirando a Andy, como si no la hubiera oído — . ¿Sabes lo que tuve que comer en Sudamérica cuando estaba cubriendo allí un conflicto armado hace unos años? Me 37
había adentrado en la selva del Amazonas con varios soldados, y acampamos con una tribu primitiva. Nos invitaron a compartir su comida, y claro, habríamos parecido descorteses si nos hubiéramos negado. Tuvimos que comer carne de serpiente, lagartijas a la brasa ensartadas en palos, y una especie de escarabajos así de grandes, tostados, que sabían a...
—Disculpad —farfulló Andy, antes de levantarse a toda prisa de la mesa tapándose la boca con una mano y corriendo hacia el cuarto de baño.
—¡McCabe! —lo reprendió Wynn de nuevo, mirándolo de hito en hito—. ¿Por qué has hecho eso?
El no contestó, sino que se inclinó hacia delante y la tomó por la barbilla, haciendo que girara el rostro hacia él.
—Se te ha quedado pegado un trocito de comida... —murmuró poniéndole la mano en la mejilla —, justo aquí.
Le pasó el pulgar por el labio inferior, y Wynn pensó que apartaría la mano, pero, en lugar de eso, siguió pasándole el pulgar arriba y abajo por los labios.
Era lo más sensual que la joven había experimentado en su vida, más sensual que el más ardiente de los besos de Andy. Sin poder evitarlo, entreabrió los labios, y se perdió en su profunda mirada. Sentía que le pesaban los párpados y que la respiración se le tornaba entrecortada con la magia de esa caricia.
—¿Te gusta? —inquirió él con voz ronca y la vista fija en sus labios.
Wynn le asió la mano y trató de apartarla, pero McCabe se llevó la suya a la boca y le besó la palma con ternura mientras la miraba a los ojos.
«Dios mío, esto no puede estar pasando...», se dijo Wynn horrorizada. Sin embargo, estaba pasando, y de pronto se encontró observando los labios de McCabe con un deseo que la abrasaba por dentro.
—Adelante —la instó él en un susurro tentador—,vamos Wynn.
Ella estaba de hecho inclinándose hacia delante, hipnotizada, para acortar los escasos centímetros que los separaban, cuando se oyó que se abría la puerta del cuarto de baño, y dio un respingo, volviendo a sentarse bien.
Andy apareció al cabo de unos segundos, pálido y con expresión furibunda.
Retomó su asiento, y se sirvió otro vaso de agua.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó McCabe cordialmente.
Andy le lanzó una mirada asesina. —No gracias a ti.
—Tienes que entenderlo, Andy, los reporteros tendemos a llevarnos el trabajo a casa —le dijo McCabe—. Es bastante difícil no hacerlo, no involucrarse. Y
creo que deberías ir acostumbrándote, porque habrá momentos en los que Wynn necesite contarte cosas que haya tenido que presenciar, para quitárselas de la cabeza, para poder seguir cuerda.
Andy lo miró sin comprender.
—Wynn y yo nos entendemos muy bien sin tu ayuda, McCabe, gracias —le espetó con aspereza—. Ella sabe que yo estoy dispuesto a escucharla siempre que lo necesite.
—Por supuesto —intervino la joven haciendo frente común con su prometido, pero teniendo que ocultar bajo la mesa sus manos aún temblorosas.
Andy se giró hacia ella al oírla hablar, y sus ojos descendieron como atraídos por un imán hacia los labios de la joven, ligeramente hinchados y con el carmín corrido, como si la hubieran besado apasionadamente. Andy enrojeció de pura furia y resopló.
Wynn, al darse cuenta de lo que ocurría, se llevó una mano a la boca.
—Andy no es lo que estás pensado —se apresuró a decirle.
—Oh, seguro que no —masculló su prometido, levantándose bruscamente y casi dejando caer la silla—, ¡Por amor de Dios, sólo lleva aquí un día!
—Es que soy muy rápido trabajando —intervino McCabe con una sonrisa malévola—, y Wynn es una verdadera preciosidad, así que, ¿cómo podría haberme resistido? Sobre todo cuando responde con tanto... ardor.
Andy parecía estar hinchándose como un globo, y su rostro cada vez estaba más rojo. Observó a Wynn con tal desprecio y tal odio, que si hubiera podido fulminarla con la mirada lo habría hecho. Se giró sobre los talones, y salió de la casa dando un portazo. Apenas un minuto después el rugido del motor de su coche inundaba la noche.
—Eres un... un... ¿Por qué diablos has hecho eso? — lo acusó Wynn indignada—. ¿Por qué le has dicho esa mentira?
—No era una mentira —le respondió él calmadamente, encendiendo un cigarrillo. Alzó la vista y la miró a los ojos — . Habrías dejado que te besase si él no hubiese salido del cuarto de baño.
Ella se removió incómoda en su asiento.
—Está bien —admitió — . Probablemente lo habría hecho. Hace mucho tiempo que nos conocemos, y tengo tanta curiosidad hacia ti en ese sentido como tú pareces tenerla hacia mí, pero estoy comprometida con Andy, y además, ¿qué significa un beso hoy en día, McCabe?
—Depende de quienes sean las personas implicadas —respondió él quedamente, escrutando su rostro encendido — . Si el beso fuera entre tú y yo, sería mucho más que un simple roce de labios.
Wynn se sonrojó aún más y bajó la vista a su copa de vino vacía.
—Ahora la pataleta le durará tres días... si es que vuelve a hablarme y no rompe nuestro compromiso.
—Sería lo mejor para ti.
—No quiero acabar siendo una vieja solterona — le respondió el a mirándolo airada—. Puede que esa clase de vida esté bien para personas como mi tía Katy Maude, pero no para mí. ¡No me gusta estar sola, ni vivir sola!
—No vives sola —le recordó él — , ahora mismo estoy yo viviendo contigo.
—No en el sentido al que yo me refiero.
—Bueno, todavía no —asintió él en un tono críptico.
Wynn frunció el entrecejo, pero se negó a intentar comprenderle.
—Voy a lavar los platos —le dijo poniéndose de pie.
—¿Estás huyendo de mí, Wynn? —le preguntó McCabe estudiándola—. No voy a desvanecerme en el aire, y el problema tampoco.
—Me da igual, os ignoraré a los dos —respondió ella empezando a apilar los platos para llevárselos a la cocina.
Sin embargo, cuando fue a alargar la mano hacia el plato de McCabe, él la agarró por la cintura y la hizo girarse, presionando sus labios contra la columna vertebral de la joven.
Wynn se puso rígida ante el inesperado contacto, y la otra mano de McCabe se deslizó sobre su estómago, atrayéndola más hacia sí, al tiempo que sus labios ascendían desde la zona lumbar hasta el espacio entre los omóplatos.
La mano sobre su estómago comenzó a dibujar círculos lentamente. Wynn la agarró con la suya, tratando de detener aquella caricia enloquecedora, pero sus dedos se entretuvieron sin que ella pudiera evitarlo en el disperso vello rizado que cubría el anverso de aquella enorme mano.
De pronto, sin previo aviso, McCabe la soltó, y el a se apartó de él como un gato al que le han arrojado un cubo de agua hirviendo, con los ojos abiertos como los de una lechuza.
—Eres muy inocente —murmuró McCabe observando cómo le temblaban las manos mientras terminaba de apilar los platos, tratando de aparentar que no había ocurrido nada—. ¿Es que Andy no te ha besado nunca, ni te ha tocado?
Wynn levantó la pila de platos esperando no dejarla caer.
—No tengo por qué hablarte de mi vida privada —le contestó fríamente—. No es asunto tuyo.
—Wynn —la llamó él cuando se dirigía hacia la cocina.
Ella se detuvo y se volvió hacia él.
—¿Qué quieres?
—¿Te has imaginado por un momento cómo sería... —le preguntó quedamente
—si te besara así por todas partes?
Los platos se tambalearon peligrosamente entre las manos de Wynn, que se puso rígida, lo miró furibunda, se dio la vuelta y entró en la cocina dando un puntapié a la puerta de batiente.
Se tomó su tiempo para lavar los platos, sintiendo que el cosquilleo que la había invadido cuando McCabe empezara a besarla se negaba a disiparse.
¿Por qué le hacía aquello? ¿Por qué estaba jugando de ese modo con el a? ¿Y
por qué la había tomado con Andy?
Cuando terminó de fregar, secó los platos y los colocó en la alacena. Tenía que lograr controlar aquel a situación antes de que se le fuera de las manos, tenía que dejarle claro a McCabe que no toleraría ni uno sola más de sus descaradas insinuaciones. Además, ¿qué se suponía que quería de el a?, ¿un romance antes de volver a Centroamérica? ¿Una diversión para el tiempo que estuviera convaleciente? Porque desde luego lo que tenía muy claro era que McCabe no era de la clase de hombres que se casaban. Él mismo se lo había dicho años atrás, y ella no podía conformarse con un amante, por ardiente que fuese. Quería un matrimonio, un marido, hijos...
Dispuesta para la batalla, y repitiéndose que debía mostrarse firme, entró en el comedor, pero McCabe no estaba allí. Asomó la cabeza por la puerta del salón, y lo encontró en el sillón, en brazos de Morfeo. Era curioso lo tranquilo que parecía cuando estaba dormido, con los rasgos de su rostro completamente relajados y los labios ligeramente entreabiertos. No podía negarse que era guapo, se dijo Wynn. Temblaba por dentro con sólo mirarlo. Siempre le había pasado, pero esa reacción también la había irritado siempre. Jamás la había tratado con amabilidad, ni había sido comprensivo con sus ambiciones y deseos, así que, ¿por qué tendría que sentirse atraída por él?
—¿Estás tratando de aprenderte mi rostro de memoria? — inquirió McCabe, entreabriendo los ojos.
—¡No estabas dormido! —lo acusó Wynn azorada por que la hubiera pillado mirándolo.
—No, estaba descansando la vista. Si no me doliera tanto la pierna te dejaría que te sentases en mi regazo —añadió con una sonrisa descarada.
Ella se dio la vuelta.
—McCabe, tenemos que hablar.
—Está bien —dijo él, poniéndose serio—, siéntate.
Wynn ocupó el sofá frente al sillón, como aquel a mañana.
—¿Te gusta? —inquirió McCabe al cabo de un rato.
—¿El qué? —respondió ella parpadeando.
—El trabajo que haces en el periódico.
El rostro de Wynn se iluminó con una sonrisa.
—Oh, sí, me encanta. No es como uno de esos aburridos trabajos de oficina.
Es emocionante y variado, y creo que lo que hago, a veces es de utilidad para otras personas.
McCabe asintió con la cabeza.
—Y se aprende muchísimo —continuó Wynn—: sobre la gente, sobre la vida, sobre otras profesiones... Y los comunicados de prensa que nos llegan son muy interesantes. No podemos publicarlos todos porque no tenemos espacio, pero a mí me encanta leerlos. Lo mismo llegan noticias de deportes, que de medicina, y por supuesto sobre política, descubrimientos científicos... es casi como trabajar en una biblioteca.
—Y también aprendes mucho sobre cómo funcionan los gobiernos y los órganos del Estado —añadió él.
—Cierto. Dios, creo que la política sería la última profesión del mundo a la que me dedicaría —le dijo — . Tanta controversia... incluso en las decisiones más insignificantes... Si dices la verdad puedes causarle un montón de problemas a mucha gente, pero si no la dices también se meten contigo.
—Son los gajes del oficio —dijo él sonriendo—. Todos los trabajos los tienen.
—Sí. supongo que sí —respondió ella, dejando escapar un suspiro—. En fin, supongo que también en todos los trabajos, por mucho que te esfuerces, alguna vez metes la pata. Y nadie se acuerda de las cosas buenas, sólo de los errores.
McCabe la miró muy serio.
—Todavía no te has sacado de la cabeza ese accidente de esta mañana ¿no es verdad? —adivinó—. ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—En uno de los vehículos viajaba un niño... de dos años. Murió.
—¿Quién más?
—El padre también —respondió Wynn—, y la madre está en coma. Dios, imagínate qué espanto si llega a despertarse y tienen que decirle que ha perdido a su esposo y a su hijo... Yo no querría seguir viviendo. No, no creo que quisiera seguir viviendo —repitió, riéndose con tristeza—, ¿Y sabes cómo ocurrió? El conductor del segundo vehículo tenía prisa por llegar a Atlanta, porque tenía una reunión de negocios —los ojos se le llenaron de lágrimas—.
No quería llegar tarde, así que en una curva pisó el acelerador para adelantar, y se chocó de frente con el otro vehículo, matando a ese hombre y a ese chiquillo.
McCabe dejó escapar un pesado suspiro.
—Wynn, no puedes juzgar esas cosas. Y no puedes permitirte implicarte tanto en esas cosas. Si lo haces, acabarás hundiéndote en una depresión.
—¿Quieres decir que tengo que endurecerme?, ¿que tengo que lograr que no me afecte cuando veo que alguien está sufriendo?
El meneó la cabeza.
—Lo que quiero decir es que tienes que aprender a hacer tu trabajo de reportera sin involucrarte en las noticias que cubres. La muerte es parte de la vida, Wynn. Por desgracia yo he tenido que presenciar muchas muertes en los últimos años, vidas destrozadas de maneras que no puedes ni imaginar. Pero no puedes llorar por cada uno de los que mueren, porque nunca dejarías de llorar. Tienes que aprender a cambiar la perspectiva con que ves las cosas ahora.
—¿Cómo?
—Viviendo el día a día sin acordarte en lo que pasó hace dos horas, o dos días, o dos meses... — respondió McCabe — . Tienes que comprender que tú no puedes evitar que la gente siga muriendo, y que no puedes ir por la vida en un estado permanente de duelo. Tienes que informar de las cosas que ves, porque ésa es tu misión, y si no eres capaz de soportarlo... harías mejor en dejarlo.
Los ojos verdes de Wynn escrutaron el rostro de McCabe.
—¿Y tú? ¿Lo sobrellevas bien, aun después de todo lo que has visto?
McCabe esbozó una leve sonrisa.
—Más o menos.
Ella se quedó callada observándolo. —¿Por qué, McCabe? —inquirió suavemente al cabo de un raro.
—¿Por qué sigo trabajando como corresponsal? —respondió él. Se encogió de hombros — . Alguien tiene que hacerlo. Además, odiaría ver a un hombre de familia ocupar mi lugar. A mí nadie me echaría en falta si muriera.
—No digas eso —murmuró ella, apartando la mirada—. ¿Qué clase de vida es ésa? Te has convencido a ti mismo de que tienes que ser una isla, que estás mejor sin amor y sin cariño, sin ningún tipo de vínculos con los demás.
—Vamos, Wynn, sé cuidar muy bien de mí mismo — repuso él sintiéndose mal por verla triste—. Y además, no soy un suicida.
Ella levantó la vista hacia él.
—Sí, ya se ve que sabes cuidar muy bien de ti mismo... ¡Mira en qué estado has vuelto!
McCabe se rió suavemente. —Bueno, he tenido un pequeño resbalón. Todo el mundo los tiene de vez en cuando.
—Sólo que a ti casi te cuesta la vida.
El volvió a suspirar, y se recostó en el sillón.
—¿Es cierto lo que dijo Andy? ¿De verdad te escucha cuando lo necesitas?
Wynn se sonrojó y rehuyó su intensa mirada.
—Nunca he intentado hablar con él de esas cosas.
—Ya veo —murmuró él, como si hubiera imaginado cuál iba a ser su respuesta—. ¿Con quién hablas entonces de ellas? Ed es un buen hombre, pero siempre anda demasiado ocupado, y no creo que tu tía Katy Maude sea tampoco la persona idónea. Se ahoga en un vaso de agua.
Wynn lo miró incómoda.
—No me hace tanta falta hablar de ello —farfulló—. Lo llevo bien.
McCabe entornó los ojos y frunció los labios.
—Ni tú misma te crees eso, Wynn, y la verdad, me preocupa que un día toda esa tensión que vas acumulando llegue al límite.
—Me subestimas. Soy una persona fuerte, como lo era mi padre.
McCabe sonrió.
—Tu padre me salvó el pellejo un par de veces — recordó—. Sí, y me sacó de unas cuantas situaciones peliagudas. Lo único que siento es no haber podido hacer yo lo mismo por él... aquella vez.
Wynn bajó la vista.
—Él te tenía mucho aprecio —murmuró.
—Era mutuo. Por eso, aunque no entendía por qué quería confiarme algo tan importante, acepté cuando me pidió que fuera tu albacea, que velara por tus intereses. Aunque creo que empiezo a comprender por qué lo hizo.
—Si eso es una indirecta sobre Andy, puedo asegurarte que te estás equivocando de parte a parte —le dijo la joven—. Tiene un trabajo con el que gana mucho. No creo que le interese por mi dinero.
—Cierto, no le interesas por tu dinero, pero tan-poco parece que le intereses demasiado como mujer... o al menos no se le ve demasiado apasionado.
Durante la cena no hacía más que mirarlo, y cada vez comprendía menos qué has visto en él. ¿Qué hacéis exactamente cuando salís por ahí?
Wynn lo miró boquiabierta.
—Andy y yo nos llevamos muy bien —le dijo-. Vamos al cine, nos gustan el mismo tipo de libros, y el ajedrez...
—Con esa descripción parece que estuvieras hablando de un hermano, no del hombre con el que vas a casarte —la interrumpió—, ¿Despierta deseo en ti?
—Eso no es asunto...
—Porque a mí sí que me deseas —continuó él sin escucharla, viéndola sonrojarse — . Y yo te deseo a ti.
El corazón de Wynn empezó a latir como un loco, y se esforzó por mantener la calma, las manos apretadas a los lados con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—McCabe, escucha... Si crees que...
Pero él ladeó la cabeza y la miró con una sonrisa arrogante.
—Si algo te ha salvado, es que haya estado fuera todo este tiempo.
Ella, roja como una amapola, prefería pensar que no estaba queriendo decir lo que le estaba diciendo.
—Ha sido un día muy largo. Me voy a dormir. Puedes acostarte en el cuarto de invitados. Es...
—La primera puerta a mano izquierda al entrar por el pasillo —terminó él. Se incorporó con dificultad, y una expresión de dolor cruzó por su rostro—. Estuve curioseando un poco cuando me trajo Ed.
—No sé por qué no me sorprende —farfulló ella—. Y hablando de Ed, ¿cuándo empiezas a trabajar en el Courier, ya que él no me dice nada?
—Mañana por la mañana —dijo él sonriendo ante su expresión irritada—.
Podrías llevarme en tu coche... si no es molestia.
—Para mí no, pero para ti sí podría serlo. Mí coche es bastante pequeño.
—Oh, no te preocupes, seguro que cabré, aunque tenga que encorvarme un poco. Al fin y al cabo es un trayecto corto. Buenas noches, Wynn.
—Buenas noches.
McCabe la vio alejarse por el pasillo, y en sus labios se dibujó una sonrisa lobuna.