XIX

UNA CONFESIÓN ACERTADA

 

 

Llevaban unas cuatro horas de camino y todavía no se habían cruzado con nadie. De vez en cuando pudieron ver a algún labrador, o algún pastor guiando a las ovejas a través de los amplios prados que llenaban el paisaje.

              El camino tenía continuas subidas y bajadas, ya que estaban en una zona llena de verdes colinas. A poco más de mil taes, se divisaba una colina algo más alta que las demás, tapizadas con abetos que contrastaban con el color verde de los prados. Era una zona en donde se podían apreciar gran diversidad de tonos verdes, la belleza era tan grande que hacía olvidar la maldad que imperaba en aquella zona.

              -Cuando pasemos aquella colina, haremos un alto en el camino. A partir de allí, el camino baja hasta llegar a un puente que cruza el río Debra. En ese puente puede que haya guardias. Es un paso habitual para llegar a Kramian. Así que en el bosque pararemos y tendréis que volver a esconderos por si acaso. Estarán alertados por lo que pasó en Kiram.

              -¡Qué poco nos ha durado la buena vida! -exclamó Duma.

              -¿Tenemos que volver a meternos en las tinajas? -preguntó Otto.

              -Yo creo que no será necesario. Os taparé con algunas vasijas y telas que llevo. No creo ni tan  siquiera que sea un control, tan solo vigilan el puente ante posibles ataques -respondió Melko.

              En pocos minutos, realizaron el tramo que les faltaba para llegar a la colina. Penetraron en el bosque y, sin adentrarse mucho, Melko paró el carro.

              -El bosque acaba pronto -dijo Melko-. Es mejor esconderse ahora, en la bajada sin árboles pueden vernos desde el puente. Está lejos, pero el lugar es estratégico para poder vigilar una gran zona.

 

Se acomodaron en la parte trasera del carro, escondiéndose entre la carga. Se taparon con las telas que Melko reservaba para montar su puesto. Una rápida inspección del carro no delataría la presencia de los polizontes, pero si los guardias observasen con detenimiento la carga, sospecharían y les descubrirían enseguida.

              -Bueno, amigos, bajemos hacia el puente -dijo Melko-. Buena suerte.

 

Arreó de nuevo a los caballos y se pusieron rumbo al puente que daba paso a la otra orilla del río Debra, orilla donde estaba situada la Fortaleza Kramian.

En un corto período de tiempo Melko llegó al puente que cruzaba el río Debra. Un puente viejo, de piedras trabajadas por el tiempo y las inclemencias que había tenido que soportar tras muchas décadas de vida.

              -¡Para el carro, amigo! -exclamó uno de los dos guardias que custodiaban esa orilla del río.

              Melko tiró de las riendas que tenía entre sus manos y detuvo el carro.

              -¿Dónde vas? ¿Quién eres? -preguntó el otro guardia.

              -Me dirijo a Kramian, vivo allí. Soy Melko, alfarero y vengo del mercado de Kiram.

              -Muy bien, no te retrases si quieres llegar antes del toque de queda.

              -Gracias, llegaré a tiempo. Ya paré hace un rato, haré lo que me queda sin pausas -explicó.

              -Antes sabes que tienes que pagarnos el pontazgo -añadió el guardia.

              -¿Pagaros un impuesto por cruzar el puente? ¡Pero cuando salí hace unos días para ir al mercado no tuve que pagar nada!

-Es un tributo que ha impuesto nuestro Rey -contestó.

-¿A cuánto asciende el pago? -preguntó Melko.

-Debes pagar doscientos vellones.

-¿Doscientos vellones? -la voz de Melko denotaba una gran sorpresa-. Eso es una barbaridad, es casi lo que he ganado en el mercado.

-Si quieres atravesar el río y entrar en la ciudad tienes que pagarlo. No tienes opción. Aunque intentes atravesarlo por otros puentes, deberás pagar el tributo en todos.

-La guerra necesita de todos nosotros para ganarla. Una guerra es cara, y esto es una forma de sufragarla -dijo el otro guardia.

Melko desató la bolsa que llevaba amarrada en su cinto y rebuscó dentro el dinero que le solicitaban los guardias como peaje a pagar para seguir su camino hacia la esperada meta.

-Aquí tenéis -dijo Melko extendiendo el dinero a uno de los dos guardias.- Y ahora, si me dejáis, tengo prisa, a este paso no llegaré antes del toque de queda ¡Buenos días!

-Márchate, muchacho, y cuida un poco tus modales, si das con otros guardias, no creo que tengan la misma paciencia -dijo el guardia mayor.

Melko tiró de las correas de los caballos, y el carro emprendió de nuevo la marcha hacia Kramian. Unos quinientos taes después del puente, tras realizar una curva bastante cerrada, Melko paró de nuevo el carro en una parte del camino, tupidamente flanqueada con unos árboles.

-¡Amigos! -era la primera vez que utilizaba ese término para referirse a Otto y Duma-. Podéis salir de nuevo, el peligro ha pasado.

Melko ayudó a retirar la carga que tapaba a sus acompañantes y les instó a incorporarse al asiento delantero, a su lado.

-¡Cómo os las gastáis por aquí! -exclamó Duma-. Puedo notar la opresión sin ni tan siquiera haber entrado a la ciudad.

- Cada día la vida se nos pone más difícil. No habéis visto nada, la situación es insostenible, ahora podréis entenderme algo mejor.

-Hemos podido observar a lo largo de nuestro viaje cómo el mal se ha apoderado de todo. No solo afecta a las personas, los animales, la naturaleza, la tierra gime con el mal -dijo Otto.

-En poco más de cinco horas, estaremos en las proximidades de Kramian. Será peligroso que vayáis al descubierto; tendréis que volver a esconderos y ya os explicaré lo que haremos.

-Te estamos muy agradecidos por todo lo que estás haciendo por nosotros; estás poniendo continuamente tu vida en peligro -dijo Otto.

-Amigos -el tono de Melko era cercano-. Es difícil encontrar personas que piensen como tú, o que al menos no les importen ser apresados por sus ideas y principios -Otto y Duma se miraron con complicidad sabiendo que no estaban siendo del todo sinceros con Melko y que ocultaban algo que seguramente estaría en total sintonía con lo que quería y deseaba Melko. Otto tenía esa pequeña lucha interior. Por un lado, quería ser franco con Melko y contarle su secreto; pero, por otro no podía poner en peligro la misión por la que había estado luchando tanto tiempo y que había comprometido su vida y la de su amigo. Si desvelase la verdadera razón de sus intenciones a Melko podría ayudarlos mucho más en los momentos cruciales.

 

 

Las dos horas siguientes pasaron rápidas, amenizadas por divertidas historias sobre la niñez de Otto; por exóticas y peligrosas aventuras vividas por Duma en su remoto hogar y por trepidantes escaramuzas de Melko en Kramian, su ciudad.

              Melko desvió de nuevo el carro del camino para detenerlo unos taes más adelante en otro grupo de árboles donde poder parar sin levantar sospechas.

-Comeremos algo antes de seguir -dijo Melko -. Será la última parada antes de llegar a Kramian.

-Me parece buena idea -comentó Duma-.Déjame que prepare la comida.

              Melko miró a Otto y éste le hizo un gesto de afirmación para que confiase en Duma.

-Confía en él y relájate. Encuentra comida donde yo no veo más que piedras, plantas o agujeros. Te sorprenderías de lo que es capaz.

-Tampoco exageres, es cuestión de experiencia y saber escuchar la naturaleza; ella nos habla más de lo que podemos imaginar. Lo que pasa es que estamos demasiado preocupados con miles de cosas -hizo una pequeña pausa antes de continuar-. Además, no esperéis grandes manjares, no disponemos de mucho tiempo. Traeré lo primero que encuentre.

Se bajó de un salto del carro y se alejó rápidamente de ellos. Otto saltó también unos instantes después y gritó a Duma que estaba a unos veinte taes.

-¡Duma! ¡Duma!

Duma se detuvo súbitamente y miró en dirección a ellos.

-¡Espera, Duma! -gritó Otto, a la vez que acompañaba su petición con un gesto de su mano en alto.

              Otto recorrió rápidamente la distancia que les separaba haciendo continuos ademanes para que le esperara.

-Perdona, Duma -dijo Otto -, he estado pensando en una cosa. Creo que voy a contarle toda la verdad a Melko, se lo merece ¿Tú qué opinas?

-No tienes que pedirme permiso.

-Si te lo pregunto es porque yo creo que sí debo pedirte permiso. Esto también te incumbe, es una decisión que puede perjudicarte y, entonces te atañe directamente.

-Gracias por pensar tanto en mí. Creo que tú eres el responsable de la misión, yo solo estoy ayudándote. O, dicho de otra manera, tú eres el jefe -rió Duma.

-Sea como sea, voy a aprovechar este momento para hablar con Melko, quería que lo supieras, amigo.

-Está bien, Otto. Vuelve con él. En pocos minutos estaré con vosotros.

Dio media vuelta y salió corriendo en dirección al bosque.

Otto regresó junto a Melko, que esperaba junto al carro. Se adentraron unos cuantos taes en el bosque y buscaron unas piedras donde poder sentarse cómodamente. Desde el camino era casi imposible verlos, pero ellos sí podían ver si alguien pasaba por esa parte del camino.

-Todo un personaje este Duma -dijo Melko una vez se hubieron sentado.

-No he conocido a nadie con un corazón como el suyo.

-Se os ve muy unidos. Hacéis un buen equipo.

-Melko -interrumpió Otto -, no te he dicho toda la verdad acerca de nosotros. Creo que es el momento de que la sepas.

-No te preocupes por ello -dijo Melko poniendo su mano en la rodilla, tranquilizando a Otto.

-No, no, Melko. Algo en mi corazón me dice que debo ser sincero contigo. Tú has arriesgado mucho por nosotros y nosotros en cambio te ocultamos la verdad. No me parece justo.

-Como quieras, pero ya te he dicho que no es necesario que me lo cuentes. Confío en vosotros y sé que estáis en mi lado. Con eso me vale.

-Melko, queremos entrar en la ciudad, eso es cierto. Pero la verdadera razón por la que queremos entrar no la sabes. Tengo una misión: entrar en la fortaleza y acabar con Gewalt. Debo matarle para librar al mundo de su mal.

-¿Tú vas a acabar con Gewalt? ¿Estás loco? ¿No crees que es algo pretencioso? ¿Cómo vas a conseguirlo? -las preguntas brotaban de su boca. Él que se creía audaz y atrevido, había conocido a alguien que le superaba con creces.

 

Otto contó su historia en tan solo diez minutos, resumiendo sus múltiples aventuras e incidiendo más en los puntos claves de su misión, su padre, Druel, el conocimiento que tenía de la Fortaleza, los planos que Druel le entregó…

-¿Tienes los planos de la Fortaleza? -preguntó Melko- ¿Tú sabes el valor que tiene eso?

-Supongo que sí. Pero de todas formas será difícil, yo no domino la ciudad, ahí es donde tú podrías ayudarnos enormemente.

-Ya lo creo. Te conté antes, que en ello me va la vida.

-¡Ya estoy aquí! -estaban tan inmersos en la conversación que no habían recavado en la presencia de Duma.

-¿Habéis aprovechado el tiempo en mi ausencia? –preguntó Duma.

-Estoy todavía asombrado de lo que me ha contado Otto. No es que no me lo crea, sino que me parece tan arriesgado el plan que no me entra en la cabeza que alguien haya pensado en él.

-Si te lo he contado es porque creo que tú podrías ayudarnos a movernos por la ciudad. Tenemos los planos y el conocimiento necesario para el sitio por donde podemos entrar a la Fortaleza -explicó Otto.

-¿Y cuándo queréis que lo hagamos? -preguntó Melko.

- Cuanto antes -respondió Otto.

-Que sepáis que voy a ir con vosotros hasta el final.

-No, Melko. Ya es demasiado. Es algo nuestro. No dejaremos que te arriesgues tanto -dijo Otto.

-Vale, vale. No quiero que me cuentes otra vez lo mismo, Otto -dijo Melko-. Ya es algo de los tres, no creas que te voy a dejar ir solo. Es mi ciudad y, por lo tanto soy responsable de que no os pase nada.

-Pero...- empezó a decir Duma.

-No hay peros, voy a ir. Creo que necesitáis más de una mano, no vais a jugar al escondite, vais a entrar en la Fortaleza, al sitio más vigilado y seguro en el Reino de Falmer. Os propongo lo siguiente: esta noche, cuando entremos en la ciudad, os llevaré a mi casa, dormiremos, que lo necesitamos, y mañana estudiaremos el plan y al anochecer saldremos.

              Los rostros de Otto y Duma reflejaban perplejidad y sorpresa; se habían quedado sin palabras ante la seguridad argumental de Melko. Y no les quedaba más que asumir que las cosas iban a suceder tal y como Melko las había planificado.

              -Y ahora, si os parece bien, podríamos comer algo y volver al camino, ¿vale?-añadió Melko.

              Otto asintió varias veces con la cabeza a la vez que surgía de su cara una gran sonrisa.

              -A sus órdenes, mi capitán -dijo riendo Duma-. He pensado que era mejor no encender ningún fuego para no llamar la atención, así que he cogido  cosas que no fuera necesario cocinar. Encontré unas raíces que tienen un sabor un tanto dulce y nos darán una gran cantidad de energía. También encontré estos frutos -dijo enseñando unos frutos del tamaño de una aceituna pero de un rojo intenso-. Están un poco ácidos, pero nos vendrán bien. Y aquí tenéis el  plato principal -dijo sacando una culebra de un tae de longitud del saquillo que llevaba atado a la cintura-. En mi tierra es uno de los manjares más deliciosos que podemos tener. Y además, se puede comer cruda, tiene un sabor exquisito.

              Melko y Otto se miraron buscando en la otra persona un gesto, una palabra, algo que indicara que no estaba dispuesto a probar de aquel reptil, pero por deferencia al esfuerzo de Duma, se limitaron a hacer de su silencio una muestra de beneplácito.

              Con una gran destreza, limpió la culebra y la partió en pequeños trozos. Peló las raíces y repartió los frutos a partes iguales. No era una comida copiosa pero estaba repleta de calorías y energía rápida para poder proseguir el viaje sin demasiada demora y conseguir enfrentar los próximos acontecimientos.

              En poco tiempo terminaron la comida. Recogieron los restos que estaban esparcidos por el suelo para eliminar cualquier indicio que pudiera hacer sospechar a las asiduas patrullas que merodeaban por esos caminos.

              Volvieron a esconderse detrás del carro entre la carga. Se taparon de nuevo con las telas. A medida que se acercaban a la fortaleza, también aumentaba el peligro de ser sorprendidos por algún control. Desde el incidente en Kiram, todo el ejército de Gewalt estaba en sobre aviso; la red que había establecido Gewalt para comunicar mandos, avisos o comunicados oficiales funcionaba a la perfección, y era una de las bases sobre las que se había fundamentado su éxito. Era tan riguroso con la velocidad de transmisión de las noticias, que más de una vez el mensajero había muerto de agotamiento tras entregar la misiva al siguiente mensajero.

              El tiempo pasaba lentamente en su escondite. Era como si alguien hubiese conseguido parar el tiempo o alargarlo infinitamente para hacerles sufrir hasta el último momento.

              La ansiedad de Melko se debía a la cercanía de la materialización de sus planes; el nerviosismo y la tensión muscular de Duma eran la preparación del cazador antes de una gran cacería; la presión en el pecho y la dificultad para respirar de Otto era la demostración de que el momento clave de la misión se acercaba.

              -¡Sooo, caballos! -la voz de Melko retornó a Otto de sus pensamientos sin salida, que volvían una y otra vez sobre su mente.

              El carro se detuvo bruscamente. El silencio y el frío llenaban la joven noche, que fue rota por la cálida voz de Melko.

              -Amigos, el viaje ha terminado. Debéis bajaros, Kramian os espera.