“No hay un rey que, teniendo fuerza suficiente,
no esté siempre dispuesto a convertirse en absoluto.”
Thomas Jefferson
Índice
-
Nakarta-Bayai
-
La génesis
-
El gigante Duma
-
El callejón negro
-
El viejo Durham
-
La prueba.
-
El túnel de los héroes
-
El río blanco
-
Rocas fúnebres
-
La resistencia
-
El Bosque del Silencio
-
Deleites y decisiones
-
El grupo se tambalea
-
Una decisión arriesgada
-
La mejor defensa
-
El pastor, el alfarero y el cazador
-
El corazón de Gewalt
-
Una ayuda inesperada
-
Una confesión acertada
-
Un gran paso hacia la meta
-
Teseos en busca del minotauro
-
Las lágrimas de los héroes
Epílogo
I
NAKARTA-BAYAI
El canto desgarrado del viejo gallo anunciaba, como cada mañana, la salida del sol: el inicio del nuevo día. Los primeros rayos del sol iluminaban los verdes campos del valle.
La vida despertaba en el recóndito pueblo de la región de Nakarta, Bayai. Era el mes de Nontram y como todos los años el pueblo hervía de actividad preparándose para la próxima época de nieves.
Cada persona tenía una función específica en esa época, para que la comunidad pudiera afrontar con seguridad la dura estación que se les venía encima. Las mujeres recolectaban los cereales, almacenaban las provisiones y hacían ¨quelabs¨, una especie de queso que fabricaban con la leche de las cabras que pastaban en las altas montañas, que rodeaban al valle en el que estaba metido Nakarta. Esto determinaba mucho la vida del pueblo, ya que este aislamiento respecto a la región hacía de sus gentes y costumbres algo único. Los hombres reparaban y construían casas, graneros y pozos, con maderas traídas de los bosques de alta montaña a través del río Thorm, el río que surcaba sus aguas a escasos taes del pueblo, y que era uno de los seguros de vida de Bayai.
Un tae equivale a 1,20 metros-
Los hombres también se esmeraban en la preparación del ¨bártum¨, una bebida hecha a base de bayas y destilada en la región desde hacía muchos años.
Todo el trabajo era poco para sobrevivir en el duro Valle de Nakarta.
Otto debía subir cada mañana a las montañas en busca de las vacas que se dejaban durante el verano pastando, bajándolas hacia el valle, para luego encerrarlas en establos y servir de sustento al pueblo.
Otto Krueger, ¨El Señor de las Montañas¨, como le llamaban en el pueblo, cogía cada día a su caballo y emprendía el camino hacia las cumbres. Después de haber cabalgado una hora más o menos, dejaba a su compañero en unos verdes prados llamados Las Tablas, y subía él solo por lugares por los que su fiel caballo no podía pasar.
Y así pasaba toda la mañana, de cima en cima, buscando las reses y llevándolas hacia Las Tablas, desde donde serían conducidas hasta el pueblo, antes del anochecer.
El cuerpo de Otto era fuerte, desde pequeño había tenido que trabajar duro junto a su padre. A su muerte tuvo que ser él, el que se encargase de ser el ¨unam¨, el pastor de vacas del pueblo.
A sus veinticuatro años, soñaba con poder viajar y ver otras regiones, otras gentes; todo lo que sabía era lo que había podido aprender dentro del Valle. En la época en la que no tenía que recoger el ganado, Otto era el herrero de Bayai. En esta época tenía que asumir dos trabajos. Se dedicaba con más empeño a recoger las vacas, pero si algún vecino necesitaba de sus habilidades como herrero, no dudaba en prolongar su jornada, restando tiempo a su descanso. Esto le hacía ser muy popular y querido en el pueblo. Por eso, era uno de los serios candidatos a ocupar el puesto de Goriz, el jefe, alcalde y juez del pueblo, cuando éste muriera.
A la caída de la tarde, Otto regresaba al pueblo con las vacas que había podido recoger. Desde arriba, el pueblo no era más que un conjunto de círculos amarillos distribuidos sin más orden que el de no estorbar al de al lado. Tan solo contaba con una pequeña travesía, que cruzaba el pueblo de extremo a extremo, dividiéndole en dos partes. Esa travesía iba a dar al camino por el que había que llegar al pueblo si no se venía por las montañas. Era una buena forma de enterarse de quién venía al pueblo.
Otto ya había dejado las vacas en la parte de atrás del pueblo y ahora estaba cabalgando por la travesía principal dirigiéndose hacia su casa cerca del centro del pueblo. Desde el otro extremo de la calle se acercaba un jinete a medio galope. Era Boris, el ayudante de Druel, el médico hechicero de Bayai: un hombre de más de ciento cincuenta años y, sin duda alguna, el verdadero influyente de las gentes del lugar. Ni una decisión se tomaba sin antes conocer la opinión de Druel.
Al llegar a la altura de Otto, Boris se detuvo haciendo ademanes con la intención de hablar con él.
-Hola, Otto. Druel quiere que vayas a su cabaña; tiene que hablar contigo.
-Acabo de bajar de las montañas. Paso por casa un momento y voy dentro de un rato- dijo Otto.
-Te requiere cuanto antes.
-De acuerdo, voy para allá- contestó Otto.
Cabalgaron los dos por la calle principal hasta llegar a un camino que conducía a la casa de Druel, separada una cierta distancia del pueblo, y situada en un pequeño promontorio.
-¿Cuál es el motivo por el que me llama?- preguntó extrañado Krueger.
-No tengo la menor idea, pero debe ser algo importante. Druel ha estado toda la noche en su biblioteca, buscando y rebuscando en sus libros. Le veo preocupado, y Druel no se preocupa así como así; algo debe rondar en su cabeza.
La casa del hechicero estaba por encima de todas las del pueblo, algo apartada y solitaria, como el propio Druel. Era una gran casa circular, con un gran techo de paja, al estilo de las casas del Valle. Al entrar en la cabaña, el contraste con el exterior, dejaba el interior en una oscuridad casi total. Los ojos de Otto intentaban acostumbrarse rápidamente a esta penumbra.
-Hola, Otto -una agradable voz sonó desde el fondo de la instancia. En el lugar de donde provenía, Otto logró identificar a Druel gracias al contraste que producía su barba y su largo pelo blanco.
-Hola, Druel. Estoy muy honrado de que me hayas llamado a tu casa.
-Boris, prepáranos algo de cenar, estaremos en la biblioteca- ordenó Druel.
Dicho esto, Druel asió del brazo a Otto y ambos penetraron a una estancia contigua. Allí, Otto dejó la pequeña capa que llevaba encima de un banco, junto con su arco y espada que utilizaba para defenderse y cazar en sus jornadas en la montaña.
El cuarto estaba algo menos oscuro que el resto de la casa: una gruesa vela lucía, apoyada en una mesa en la mitad del cuarto. Las paredes estaban repletas de viejos libros, acompañados de grandes capas de polvo y suciedad. Otto vio como Druel se dirigía a una de esas estanterías y cogía un voluminoso libro más antiguo, pero menos sucio que los demás, para dejarlo después encima de la mesa.
Otto lo observó nada más apoyarse en la mesa y logró ver el título del libro: “Historias y habitantes de Bayai”.
-Mira, Otto, voy a contarte la historia de Bayai. No la que te han contado cuando eras pequeño, sino la verdadera. Una historia que cambiará el rumbo de tu vida- la voz de Druel era profunda y seria, pero a la vez le inspiraba confianza y tranquilidad.
-Te escucho, maestro Druel-la voz de Otto estaba siendo dominada por cierto nerviosismo.
-Lo que te cuente, se quedará en esta habitación; no podrá salir de aquí. ¿Puedo confiar en ti?
-Por supuesto, Druel. Estoy en vilo. Cuenta, por favor -Otto dejó de disimular lo nervioso que estaba.
- Hace aproximadamente cien años yo vivía muy lejos de aquí. Mi casa era la Fortaleza Kramian y yo era uno de los mejores magos del Reino de Falmer. Trabajaba junto a otros magos y hechiceros en una gran torre llamada: “La Ciudad de la Vida”. Allí trabajábamos día y noche para inventar algo que diese inmortalidad y poder al Rey Gewalt. Y lo inventamos: creamos una pequeña máquina, llamada ¨La Esfera Cremister¨. Esta esfera fue ubicada al lado del corazón de Gewalt, lo que le concedió un gran poder y una inmortalidad que solamente sus creadores sabían como arrebatársela. La construcción de la esfera no se hizo con el tiempo debido, ya que el Reino de Falmer estaba siendo acosado por los ejércitos de Frankland. Así, al cabo de un tiempo la Esfera Cremister empezó a fallar, o mejor dicho, empezó a transformar al Rey… e incluso se adueñó de su alma. Se hizo ambicioso, y a partir de ese momento solo había una meta en su mente: adueñarse del mundo.
-¿Me sigues, Otto?- preguntó Druel.
Otto estaba tan absorto que solo pudo asentir con la cabeza, para que Druel continuara con su relato.
- Continuamos. Los magos de la Ciudad de la Vida trabajábamos a su antojo, y no nos pedía más que inventos, pócimas, poderes para llevar a cabo sus planes. No nos dejaba salir de aquella ciudad por miedo a que sus enemigos poseyesen los poderes que tenían sus magos.
Hizo rodear la ciudad de grandes muros, guardados por miles de guardianes. Ordenó a los caballeros del castillo custodiar a los magos, encargándose cada uno de un mago. A mí me vigilaba un gran caballero, un hombre que había sido el brazo derecho de Gewalt en conquistas en los más remotos países. Un gran caballero, que solo su nombre hacía temblar el Reino de Falmer- hizo una pausa dando más tensión al relato-. Martín Krueger.
-¡Mi padre un gran caballero! ¿Un pastor de vacas, brazo derecho de un Rey?- la expresión de Otto era de incredulidad. Antes plácidamente sentado, ahora estaba de pie y con la cara desencajada por el anuncio.
-Sí, Otto. Nadie conoce el pasado de tu padre en esta región. Era un gran secreto, que solo tu madre y yo conocíamos.
-Pero entonces, ¿cómo llegó a ser pastor? ¿Cómo llegó a este pueblo? ¿Por qué nunca me lo contó? -las preguntas salían a borbotones de la boca de Otto, y no podía pensar tan deprisa.
-Tranquilo, joven Otto. Déjame continuar con la historia… ¿Dónde nos habíamos quedado?
-Estabas diciendo que un caballero...
-…tu padre- intervino Druel.
-Bueno, sí. Mi padre... te custodiaba para que no te fueses de la ciudad.
-¡Exacto! Ahí nos habíamos quedado. Vamos a continuar con el relato para llegar al punto por el que te he hecho venir.
Al principio, tu padre era frío como el hielo, se pasaba horas a mi lado sin decir una palabra. Con el paso del tiempo empezamos a dialogar, y a los siete meses nos convertimos en grandes amigos.
Un día, cansado de mi prisión, y de servir a Gewalt, decidí que no podía pasar más tiempo allí, y que tenía que marcharme de aquel lugar. Tomé valor y se lo expuse a tu padre, sabiendo que por la amistad que nos unía no podía impedir que huyera de Kramian.
Tu padre no solo no me impidió huir, sino que él mismo decidió huir conmigo. Era un hombre bueno y sensato que no podía soportar más los caprichos y las maldades de su Rey.
La huida fue fácil, ya que conocíamos todos los pasadizos y recovecos de la Fortaleza. Además, los guardianes no decían nada al vernos ir de aquí para allá, ya que todo el mundo respetaba a tu padre.
Durante meses cabalgamos por los más inhóspitos parajes y vimos la muerte cara a cara muchas veces, pero el pensamiento de no volver a Kramian, nos hacía mirar hacia delante y salir airosos de los peligros que se nos presentaban. El Rey Gewalt mandó tropas en nuestra busca y dio aviso en toda la región de Falmer de matarnos si daban con nosotros.
Pasamos varias regiones hasta que llegamos a la del Valle de Nakarta. Casi extenuados llegamos al valle donde había tres o cuatro casas, situadas al lado de un río, y rodeadas de verdes bosques que daban color a las altas montañas, que emergían de los pies del valle a modo de infranqueables murallas. Las familias que allí vivían eran pastores de vacas o agricultores, gente muy hospitalaria, por lo que pudimos ver. Allí estuvimos varias semanas y al fin decidimos quedarnos y empezar una vida. Yo me quedé como médico y tu padre como pastor. Al poco tiempo tu padre se casó con una de las muchachas que nos habían atendido tan bien cuando llegamos: tu madre, Uma. Poco a poco llegó algo más de gente al valle, dos o tres familias trashumantes que se establecieron en el pueblo. Así se creó Bayai.
La puerta de la habitación se abrió y apareció Boris con una bandeja con algo de cenar.
-¿Cuántas veces te he dicho que llames antes de entrar, Boris? -increpó Druel.
-Lo siento, siempre se me olvida. Mi cabeza no logra acostumbrarse- contestó Boris, saliendo de la habitación, casi tan fugazmente como entró.
-Boris, Boris… -comentó Druel- , vino al pueblo hace unos quince años. Apareció medio muerto de hambre y casi sin memoria. Es un buen ayudante, algo despistado, pero muy responsable-hizo una pausa para tomar un trago de bártum para refrescar la boca seca, después de hablar tanto rato-.Y llegamos al día de hoy; esa es toda la historia.
-Muy bien, Druel. Estoy absolutamente fascinado por lo que me has contado Pero me da la impresión de que no me has hecho venir aquí solo para contarme la historia de Bayai.
-Tienes razón -contestó el mago -. Algo más importante he de contarte. Cuanto antes lo sepas, mejor. La invasión está acercándose hacia las Tierras del Sur, y pronto el poder de Gewalt será imparable. Ya ha tomado ciudades como Ayesha o Falé. Solo tú puedes hacerlo parar.
-¿Yo? -preguntó extrañado Otto-.Todo esto es una broma pesada. Si para esto me has hecho llamar...
-...Otto, espera, no seas impetuoso; todavía no he terminado. Soy el único mago que logró escapar, y el único que sabe fuera de la Ciudad de la Vida cuál es el punto débil de Gewalt. Yo podría destruirle, pero soy viejo, y nunca he valido para la guerra y las aventuras. Tu padre me pidió que cuando fueses mayor para comprenderlo, te lo contase y te pidiese que tomases la responsabilidad de la destrucción de Gewalt.
-¡Pero si no soy más que un pastor de vacas! ¿Cómo voy a luchar contra un ejército de más de dos millones de soldados?- preguntó Otto-.Os habéis vuelto locos mi padre y tú.
-No tienes que luchar con ellos, tan solo tienes que destruir a la Esfera que lleva Gewalt-contestó Druel.
-Y si es tan fácil, ¿por qué no lo haces tú… o Boris, tu ayudante?
-Confía en mí -la voz dulce de Druel surcó la habitación-. Y no solo en mí, sino también en tu padre. Si nosotros pensamos en ti, fue porque vimos a esa persona capaz de llevar a cabo la misión, y además yo soy mago, ¿no? Veo más allá de lo que ve la gente, y por eso te he elegido. El tiempo apremia y debes salir en pocos días. Además, cuentas con una ventaja, y es que nadie sabe tus planes.
En ese momento, se oyó un ruido en la parte trasera de la casa.
-¿Qué hace Boris en el palomar? No es hora de echar el pienso. ¡Qué raro!- comentó extrañado Druel.
En ese instante Otto saltó de su asiento hacia el arco y la aljaba, y corrió a la puerta de la casa. Ya una vez fuera, corrió hacia la parte de atrás de la casa, donde estaba el palomar; allí Boris tenía entre sus manos una paloma, y al ver que Otto se aproximaba soltó el pájaro con un leve empujón hacia el cielo. Otto cargó su arco con una flecha y apuntó hacia la paloma, pero su disparo fue bastante erróneo debido al empujón propinado por Boris. La pelea fue breve ya que la corpulencia de Otto logró dejar inmovilizado a Boris contra el suelo.
-Debí sospecharlo –se lamentó Druel-. Desde el principio me extrañó su comportamiento. Esa pérdida de memoria, su curiosidad incansable... Ahora, ¿qué vamos a hacer? Esa paloma seguramente irá portando algún mensaje que pondrá al corriente a Gewalt de tu misión. No hay tiempo que perder. Debes ponerte en camino cuanto antes.
II
LA GÉNESIS
Los dos siguientes días fueron de una gran actividad para Otto y Druel. Los preparativos, aunque no eran excesivos, había que hacerlos y examinarlos concienzudamente; la misión lo requería.
En esos dos días, Otto tuvo que aprender todos los detalles sobre la misión. Uno de los aspectos más importantes era la Fortaleza Kramian. Druel conservaba los planos de Kramian y su fortaleza porque se llevó cuando huyó de la ciudad. También le estuvo indicando la ruta que debía seguir para llegar hasta la urbe.
Tuvo que despedirse de mucha gente. A sus amigos no les extrañó la necesidad de Otto de salir del valle, de querer conocer nuevas tierras. Les contó que estaría una temporada fuera pero que regresaría, que no se planteaba vivir lejos de lo que amaba. Lo único que les preocupó fue la idea de salir tan precipitadamente. Le instaron a pensar un poco más, a reflexionar sobre los pormenores, sobre los detalles; pero todo fue en vano; la decisión estaba tomada.
Sin duda, la despedida más dura, la más difícil, fue la de Uma, su madre. Ante ella no podía mentir. Sabría que no le estaba diciendo la verdad. Así que se lo contó abiertamente y sin reservas. Uma no pudo contener las lágrimas recordando a su marido, Martín, y esas lágrimas de nostalgia se trasformaron en lágrimas de desconsuelo, ante la noticia de la partida de su hijo hacia Kramian, la ciudad de la que huyó su padre. Los primeros instantes estuvieron llenos de preguntas, de intentos para convencer a su hijo de que se quedara en el pueblo, de que no hiciera caso a Druel. Pero eso se fue diluyendo a medida que veía la seguridad y la convicción que tenía su hijo y, aunque se negaba a asumir que se fuera, respetaba su decisión.
Boris llevaba dos días aislado en una de las dependencias de Druel que no tenía ventanas, y si una puerta que podían cerrar únicamente desde fuera. Solamente le abrían para darle comida y agua. En esos días Druel creó unas píldoras para Boris; píldoras como las que fabricaba en Kramian, para que la mente de Boris crease otra historia de su vida. Le hizo tener el pasado que menos se asemejara a su anterior vida. Así no tendrían que matarle, sino simplemente matar sus recuerdos, su pasado. A la vez, le introdujo cualidades positivas, como la lealtad o la sinceridad. Intentó todo lo posible para que no pudiese volver a hacer de nuevo lo que hizo, y no solo consiguió sacar provecho de algo inservible, sino que, al mismo tiempo que introdujo datos en la mente de Boris, también le sacó información de su antiguo cerebro. Supieron que era un espía de Gewalt y que había estado buscando a Druel desde que éste huyó. Su misión era matarle nada más encontrarle, pero la tremenda hospitalidad que le ofrecieron en Bayai, le impidió hacer nada contra ellos. Además, la actividad de Druel estaba muy lejos de ir en contra de Gewalt. Hasta que oyó de la misión de Otto. Fue entonces cuando retornó su lealtad a Gewalt y cuando sus planes quedaron al descubierto decidiendo mandar la paloma con el mensaje (éste era el punto que más interesaba a Otto y Druel, saber del contenido del mensaje). Consiguieron sacarle el contenido del mismo. El mensaje decía: “Druel sigue vivo. Ha mandado a alguien para destruirte”.
-Bueno, dentro de lo que cabe, el mensaje no es demasiado malo -comentó Druel-. No dice nada de mi paradero.Y lo más importante: tampoco de ti; irás en anonimato. Es hora de darte las últimas instrucciones para que puedas marchar mañana temprano.
Druel caminó unos pasos, y abrió un gran arcón que tenía debajo de una enorme estantería en su despacho. Sacó un objeto envuelto en una vieja tela. Al desenvolverlo, dejó al descubierto una gran cadena con un colgante del tamaño de un puño.
-Esta es la Brújula Cremister -dijo Druel-. Funciona igual que una brújula normal, pero ésta no señala el Norte, sino la dirección hacia donde está la Esfera Cremister. Sin embargo, no puedes ir siempre en línea recta, ya que llegarías a algunos puntos que te serían imposibles de pasar. El primer punto a donde debes dirigirte es a la Puerta Dorada. Es el único paso para atravesar la Cordillera Astrum. Al llegar allí debes preguntar por el viejo Durham; él te indicará la manera de atravesar la puerta.
-¿Y qué dirección tomaré para llegar a la puerta?
-Llevarás el mapa que hemos estudiado juntos, además de los planos de la Fortaleza y de la ciudad, te serán muy útiles- respondió Druel -. Te dirigirás hacia la Cordillera Astrum, ya desde muy lejos verás la puerta. También llevarás esto- Druel sacó un largo objeto envuelto en la misma tela que la Brújula y se lo entregó a Otto.
Al desenvolverlo una luz color plata inundó la oscura habitación. En sus manos, Otto sostenía una gran espada de guerra, con un acero deslumbrante y una empuñadura de color oro brillante.
-Esta es la espada de tu padre, Otto. Es una espada irrompible. Tu padre me pidió que te la regalase si te decidías a llevar a cabo la misión.
El recuerdo de su padre hizo brotar de sus ojos una lágrima, que se deslizó por su joven rostro hasta caer al suelo del cuarto.
-Ahora será mejor que te vayas a dormir para que mañana temprano partas hacia Astrum. Hasta mañana – se despidió dulcemente el mago.
-Hasta mañana, Druel. Si mañana no acudo a la cita, será que he pensado que tengo mejores cosas que hacer - dijo Otto bromeando.
Aún el sol no había ganado la batalla a la luna, cuando en la puerta de la cabaña de Druel todo parecía indicar que se estaba preparando para la salida.
Sin más séquito que Druel y Boris, Otto comenzó a cabalgar en dirección a la calle principal. Un pueblo que dormía y que despertaría sin saber realmente por qué su querido Otto había partido tan en secreto. A la salida, en una pequeña colina, Otto paró su caballo. Dio la vuelta para despedirse de su pueblo, de su pasado… y un peso enorme cayó sobre sus hombros y espalda. Por un momento dudó si volver a su casa para meterse de nuevo en la cama y olvidarse de esta loca aventura en la que se había metido. El relincho de su caballo le hizo volver de nuevo a su realidad. Sin pensárselo más, salió al galope para no volver a mirar hacia atrás.
A mucha distancia de aquel lugar, un hombre corría por los pasillos de un castillo, como si las escaleras no existiesen, ni tampoco las esquinas, ni las puertas. Corrió hasta llegar a una gran puerta negra y dorada, guardada por dos grandes soldados cubiertos por dos negros uniformes de cuero, revestidos con adornos dorados y máscaras negras cubriendo su rostro.
-Dejadme pasar- dijo el principal responsable de los mensajes que llegaban a la Fortaleza Kramian-. Tengo un mensaje muy importante para el Rey Gewalt.
-No podemos- dijo con voz grave uno de los guardianes-. Sabes que debes pedir audiencia.
-¿Acaso no has oído que tengo un mensaje muy importante?, ¡no puedo esperar audiencias! - gritó el mensajero.
-Un momento- dijo uno de los guardianes tirando de un cordel que colgaba de un lado de la puerta.
Inmediatamente, de la puerta negra salieron otros guardianes iguales a los de la puerta.
-¡No pasa nada!-dijo uno de los guardianes de la puerta- Volved a vuestros puestos; Truss, quédate un momento-le dijo a uno de los guardianes que había salido por la puerta-.
Hablaron durante un corto espacio de tiempo, y unos instantes después, el que debía llamarse Truss, se metió dentro.
A los diez minutos salió de nuevo Truss.
-Acompáñame -le inquirió.
Pasaron a través de varios salones diferentes. Uno estaba completamente atestado de trofeos de todas las conquistas; otro, lleno de relojes de los más diversos tamaños y modelos, otro salón amarillo, otro negro, y en todos ellos, había por lo menos veinte guardianes como los que custodiaban la puerta.
Por fin llegó a una enorme sala, adornada con grandes estandartes y emblemas diferentes del Reino de Falmer. Al fondo de la habitación, en lo alto de un estrado estaba el Rey Gewalt sentado en su suntuoso trono. Un trono enorme, negro, con dos águilas a ambos lados del respaldo y con pieles de tigres cubriendo el asiento.
-¡No puede ser! ¡El viejo Druel vivo! -fueron las primeras frases pronunciadas por el Rey una vez oído el mensaje.
-Viejo insensato, querer destruir al hombre más poderoso de la tierra - dijo Gewalt-. Tendremos que estar atentos ante cualquier ejército que se aproxime hacia Kramian. Vigilaremos todos los caminos y pasos que lleven hasta aquí y aniquilaremos a ese ejército.
Otto, llevaba ya tres días cabalgando sobre su caballo, y ni tan siquiera bajó de él para dormir; quería llegar cuanto antes a Astrum. Tres días en los que su mente no dejó de hacerse preguntas, a la vez que llegaban a su mente imágenes de su padre con los rebaños de vacas; no llegaba a comprender qué era lo que hacía montado en su caballo por unas tierras que no conocía.
A poca distancia del camino, Otto pudo atisbar un riachuelo, y unos prados que invitaban al caminante a descansar sobre ellos. Dejándose llevar por los instintos, Otto, decidió por fin, descansar esa noche en algo más mullido que la silla de su fiel caballo. Dejó a su compañero de viaje descansar a la ribera del río, y se marchó bosque adentro a buscar algo comestible para cenar. A las dos horas, apareció de nuevo en los prados con un pequeño jabato sobre sus hombros. Otto era muy hábil con el arco y, aunque no lo era tanto cazando, tuvo buena suerte encontrando un despistado jabato que había abandonado demasiado temprano la compañía familiar.
El sueño pudo más que el hambre, y sin acabar de cenar, Otto descansaba profundamente dormido junto al fuego. Súbitamente los relinchos del caballo hicieron despertar a Otto de su profundo e intenso sueño. Al abrir sus ojos lo primero que distinguió fueron las fauces de un enorme animal que pretendían apropiarse de su cuello. Apenas tuvo tiempo para revolcarse sobre sí mismo, coger su espada y ponerse en posición de lucha. Al erguirse se vio rodeado por una manada de “bartos”, unos animales con un enorme parecido a los lobos, pero de un tae y medio de altura, y una boca capaz de arrancar una cabeza de un bocado. A lo lejos, vio huir al galope a su caballo preso del pánico.
-Al menos, uno de los dos se librará de servir de cena a estas bestias -pensó Otto.
Aunque Otto casi nunca había empuñado una espada, parecía que ésta manejaba sus manos en vez de ser al revés. Al primero de los animales le arrancó la cabeza de un golpe, y al segundo le atravesó el costado de lado a lado; pero, a pesar de eso el círculo se iba cerrando más y más, y el número no parecía disminuir.
-¡Bonita historia contarán en el pueblo cuando descubran que en la primera aventura fui devorado por unos perros de la altura de una vaca!
De repente, oyó una voz detrás de él, giró la cabeza y vio a su espalda a un enorme hombre negro, con trenzas en la cabeza, y varios collares de conchas y de múltiples colores en su ancho cuello, blandiendo en sus manos una enorme hacha de doble filo.
-¡Pega tu espalda a la mía, así podremos detener sus ataques! - gritó el hombre.
En esta postura estuvieron peleando durante casi media hora, y no sin esfuerzos, consiguieron hacer huir a los pocos animales que quedaban con vida. Al ver cómo desaparecía la última de aquellas bestias, sus piernas flaquearon y terminaron sentados en el suelo espalda contra espalda.
-Amigo, te debo la vida -dijo Otto- Si no es por ti, ahora mismo estaría dentro de los estómagos de esos bichos.
-Nada de eso -intervino el hombre-, las gracias te las debo dar yo.
III
EL GIGANTE DUMA
La luna llena iluminaba las dos figuras sentadas en medio del prado, y el constante murmullo del agua era el único sonido que en esos momentos se oía.
-En primer lugar, creo que debo presentarme- dijo el enorme hombre cortando el silencio-.Mi nombre es Duma, Duma Akinyemi, descendiente de los guerreros Jamer, en el Valle Homho, en las Tierras del Sur.
-El mío es Otto, y soy de Bayai, Nakarta. ¿Qué es eso de que me das tú a mí las gracias?
-Gracias por dejar que te salvara la vida -respondió Duma-. En mi país es un honor el poder salvar la vida de alguien, y ello me une de por vida a ti.¿Adónde te diriges?
-Me dirijo a la Cordillera Astrum, debo ver a una persona allí – respondió Otto.
-Te quedan varias jornadas. Yo conozco bien esta zona, pero nunca he llegado hasta Astrum, siempre me he quedado en el Callejón Negro; no es muy recomendable andar por ahí. Cuenta la leyenda que dentro del callejón vive un enorme dragón, que creció dentro y ya no puede salir…Pero las leyendas, leyendas son. No hay que hacer mucho caso de ellas.
A Otto se le pasó por la cabeza que, si aquel gigante tenía miedo, él seguramente lo pasaría muy mal yendo hacia allí; por eso decidió que no le vendría mal su compañía, aunque no le podría contar el porqué de su viaje.
Y así, hablando al lado del fuego, volvieron a dormirse, exhaustos tras el esfuerzo realizado.
Algo húmedo y áspero en la cara de Otto, le hizo sobresaltarse de nuevo. Al abrir los ojos, tenía ante sí el hocico de su caballo, que parecía querer decirle, que el sol ya hacía rato que había despertado.
-¡Buenos días!, sabía que no me dejarías por unos cuantos perruchos. Me alegro de verte.
A su lado estaban las pertenencias de Duma: su capa para dormir, su atillo y su silla de montar, pero el propietario no estaba con ellas.
Al regresar de lavarse en el frío río, vio a Duma al lado de un pequeño fuego, asando una pequeña pieza de caza.
- Estoy preparando un desayuno fuerte para reanudar nuestro viaje con nuevas fuerzas.
-¿Crees que tendremos más problemas antes de llegar al Callejón Negro?
- Si exceptuamos a lobos, bartos, serpientes y cosas por el estilo, en dos o tres días habremos llegado a la entrada.
Después del desayuno y de recoger sus pocas pertenencias, emprendieron el viaje a lomos de sus inseparables caballos. Otto no paraba de mirar a su nuevo compañero de viaje; la estampa era impresionante, ver a aquel enorme hombre, cabalgando encima de un caballo, le daba un aspecto bastante inusual, algo sobrenatural.
Llevaban ya dos días cabalgando por parajes bastante abiertos, llanuras interminables que parecían inmensos mares de color verde, cuando divisaron a lo lejos, a unos trescientos taes, el comienzo de un gran bosque.
-Detrás de ese bosque tenemos el Callejón Negro; en unas tres horas habremos llegado a sus puertas - dijo Duma.
-Pues no demoremos más el momento, tengo ganas de conocer el famoso callejón.
El bosque era lo más tupido que había visto Otto en su vida. Más allá de cinco taes era imposible ver lo que había, y eso dio a Otto una sensación de angustia, de opresión en el pecho, un temor hacia lo que no se podía ver, pero que su mente si se imaginaba. Poco a poco sus nervios se fueron calmando al ver con qué naturalidad y agilidad se movía Duma entre ese entramado de árboles y arbustos. Pensó que había sido una suerte encontrarle, porque de otra forma, le hubiera sido imposible atravesar el bosque.
Casi sin darse cuenta se encontraron de pronto en un pequeño claro, encajonado entre dos enormes paredes que formaban una especie de embudo, hasta que casi se tocaban al final del claro.
-Ahí tienes la entrada del Callejón Negro. A partir de aquí el camino es una incógnita para mí.
-Bien, tendremos que averiguar por qué lo llaman el Callejón Negro -dijo Otto-. La verdad es que impresiona a primera vista.
-No tan deprisa amigo. Esperaremos mejor a mañana al amanecer. Pasarlo ahora sería tentar a la suerte. La noche se nos echaría estando dentro y es algo que no me gustaría experimentar. Mejor reposar toda la tarde y dar descanso a los caballos.
-Me parece una buena idea, creo que nos vendrá bien un descanso a todos.
IV
EL CALLEJÓN NEGRO
La noche fue para ellos un verdadero reconstituyente. Se despertaron con fuerzas renovadas al oír el relincho de uno de sus caballos. Habían quedado atrás los duros días de cabalgar sin descanso y su cuerpo había agradecido una noche entera de respiro. El día era hermoso, el sol brillaba limpio en el cielo sin una nube que lo tapara y, a pesar de la época, todavía calentaba.
Como la costumbre que estaban creando, se sentaron alrededor de un fuego para tomar algo de comer y planificar un poco el día. De repente, algo atrajo la atención de Duma.
-¿No oyes algo, Otto?
Los dos se quedaron en silencio y escucharon atentos.
-Sí, se oye un leve rumor- contestó Otto-. Deberíamos recoger y partir cuanto antes hacia el Callejón y descubrir qué es ese extraño ruido.
Recogieron deprisa el pequeño campamento y montaron en sus caballos rumbo al acceso del Callejón.
A medida que avanzaban, el rumor se hacía más nítido, y al final del claro, pudieron apreciar claramente la entrada que buscaban. Era una estrecha hendidura entre un gran paredón de roca gris.
-Parece como si fuese una respiración- dijo Otto.
El sonido era claramente una respiración. Una respiración profunda, rítmica, perteneciente a algún ser de grandes proporciones debido al alto volumen.
-Creo que ahí tenemos a nuestro amigo el dragón - dijo Duma- y, a juzgar por el ruido, parece que debe de estar durmiendo.
-Sí, eso parece - dijo Otto -. A lo mejor hasta tenemos suerte y no terminamos entre sus mandíbulas, o chamuscados como carbones. Debemos pasar muy despacio y sin hacer el menor ruido, y cuando veamos que le hemos sobrepasado, salir a galope.
-De acuerdo- dijo Duma -, vayamos uno detrás de otro y cuando el último dé la señal, saldremos corriendo.
-Iré yo el segundo - manifestó Otto -. ¡En marcha pequeño!
Empezaron a cabalgar de nuevo hacia la abertura que tenían enfrente; la respiración se hacía más nítida cuanto más se acercaban, y los corazones de Otto y Duma incrementaron su ritmo a cada paso que sus caballos daban. Por fin, llegaron a la entrada de la Plaza del Callejón, la parte más ancha del desfiladero que, debido a su forma, tomaba ese nombre. Duma sin parar de cabalgar miró hacia atrás para ver a Otto, y éste pudo ver el semblante serio, marcado por el miedo, del gigante. Por fin entraron a la Plaza, la angostura del Callejón dio paso a una amplia plaza de unos veinte taes de diámetro. Dentro de la plaza en uno de los laterales dormía el dragón, un enorme dragón. Los rayos del sol se reflejaban en sus verdes escamas, a la vez que su vientre se hinchaba al ritmo de su respiración. De sus enormes agujeros del hocico, salía un espeso vapor cada vez que expulsaba el aire de sus grandes pulmones.
Enfrente tenían la salida o el estrechamiento de la Plaza, y nada impedía que consiguieran con éxito librarse de este ingente peligro. Los caballos estaban algo inquietos por la presencia del enorme ser, pero quedaba poca distancia para salir. De repente, el caballo de Duma relinchó, y el dragón, sobresaltado, se incorporó al instante.
-¡Corre, Duma! - gritó Otto -¡Salgamos de aquí!
Los dos caballos galoparon la distancia que les separaba de la salida en poco tiempo. El caballo de Duma cruzó la salida como una saeta. Nada más cruzarla, la enorme cola del dragón taponó la salida dejando a Otto dentro de la Plaza del Callejón.
El caballo de Otto se puso sobre las patas traseras asustado al ver al dragón. Otto giró la cabeza para ver la entrada pero estaba demasiado lejos para intentar llegar hasta ella. Y tampoco podía hacer frente al dragón. Se hallaba sin escapatoria: por un lado su cola, y por el otro, las fauces que se aproximaban abiertas hacia él.
Al otro lado de la salida, Duma intentaba hincar su hacha en la cola, pero las duras escamas hacían de escudo protector. Otto no veía más escapatoria que el moverse e intentar apartar al dragón a fin de que dejase de taponar la salida. Agitándose de un lado para otro logró inquietarle, pero lo único que consiguió fue enfurecerle mucho más, poniéndose más agresivo.
Otto decidió quedarse quieto, desenvainó su espada, y esperó a que le quisiera atacar. No tardó mucho en ocurrir, ya que la boca del dragón se dirigía abierta hacia su dirección. En el preciso instante en que sus grandes mandíbulas estaban a menos de un tae, Otto tiró de las bridas del caballo para apartarle, y con un rápido movimiento le hincó fuertemente la espada en el ojo.
El animal, dolido por la herida, emitió un agudo gemido que le hizo por fin mover la cola. Sin pensárselo dos veces, lanzó al galope a su caballo, que penetró por la salida tan raudo que casi no vio a Duma.
-¡Corre! ¡no te detengas!- gritó Otto-. ¡El dragón está enfurecido y puede quemarnos con su fuego!
Los dos jinetes se dieron al galope entre las estrechas paredes con Otto a la cabeza. Duma miró hacia atrás y vio la cabeza del dragón salir de la Plaza y abrir su descomunal boca para emitir un espeluznante sonido gutural. De su boca salió una larga llamarada hacia el cuerpo de Duma. La llama alcanzó su espalda, prendiendo su chaqueta de piel. Casi al instante, se arrojó al suelo revolcándose, envuelto en llamas. Como un rayo, Otto frenó su caballo y se tiró encima de Duma cubriéndole con su manta de dormir.
-¡Vamos! ¡Debemos continuar o moriremos quemados!-gritó Otto.
Los dos se montaron en el caballo de Otto alejándose lo antes posible de aquel lugar. Cuando llevaban unos cien taes, Duma pudo recuperar su caballo, que había huido tras la caída.
-¿Qué tal estás? - pregunto Otto-, ¿quieres que paremos?
-No, estoy bien. El fuego no ha alcanzado mi cuerpo, solo me ha dejado sin chaqueta, pero no tiene importancia- contestó Duma-, sigamos hasta salir de este callejón, no debe quedar mucho para cruzarlo.
Estuvieron cabalgando durante media hora, pero el Callejón se hacía interminable; las paredes seguían igual de inaccesibles, y la oscuridad persistía siendo casi total debido a la gran altura y estrechez de sus muros de roca. El cabalgar se hacía cada vez más difícil debido a que el suelo del Callejón, se había convertido en fango por la gran cantidad de agua que manaba de las paredes.
Las patas de los caballos se hundían más de dos palmos en el lodo, y costaba mucho seguir adelante. Ese lodo fue dejando paso al agua que cubría enteramente las patas de los caballos.
-Tendremos que desmontar y seguir a nado. Si no, ahogaremos a los caballos- dijo Duma.
Desmontaron y siguieron a nado tanto ellos como los animales. No mucho después, pudieron ver cómo los caballos, unos veinte taes por delante de ellos, subían una pequeña pendiente que les sacaba de aquel espontáneo río. Llegaron nadando hasta allí para remontar también la rampa que les sacaba del agua. Una vez fuera, se sacudieron como si fueran perros, subieron de nuevo a las cabalgaduras y continuaron montando por lo que quedaba de callejón.
-Otto, mira delante de nosotros- suspiró Duma después de unos cuantos minutos en silencio.
-Por fin una luz; parece ser el final. ¡Vamos, te echo una carrera, pequeño! - dijo Otto.
Los dos salieron al galope y, tras recorrer unos doscientos taes, fueron a dar con una gran explanada verde que dejaba atrás el Callejón Negro.
Al salir del callejón, quedaron como extasiados al ver tanta claridad y tanto espacio abierto y permanecieron quietos como estatuas contemplando la pradera.
-¡Y nos lo queríamos perder! - exclamó Otto.
-Ya podemos decir que hemos estado en el Callejón Negro y hemos sobrevivido para contarlo - dijo Duma.
- Creo que nos merecemos un descanso. Busquemos alguna sombra y algo de comer - propuso Otto.