PRÓLOGO

VOLAR, TAL VEZ SOÑAR

Mira al cielo y sueña. Sueña con poder volar. Sueña con todos los poderes que siempre hayas imaginado. Imagina que esos poderes son tuyos. Imagina que eres más rápido que una bala. Más fuerte que una locomotora. Capaz de saltar grandes edificios de un solo impulso. Que doblas el acero con tus manos. Que ves a través de las paredes. Que oyes cualquier sonido por insignificante que sea. Pero, sobre todo, imagina que puedes volar. Que puedes dar tres pasos y elevarte en el aire.

Ahora cierra los ojos. Cierra los ojos e imagina que estás en el cielo azul. Imagina que estás volando de verdad, despacio, acariciando las nubes a tu alrededor, contemplando el mundo que se extiende allí abajo. Nota las corrientes de aire. Siente los rayos del sol. Pero, sobre todo, siéntete libre. Si todos estos poderes cayeran sobre tus hombros… ¿qué harías? ¿Los usarías para el bien, en pos de la verdad y la justicia, o decidirías usarlos para el mal, aprovechándote de ellos, sometiendo a los seres humanos y dominando el planeta?

Mira al cielo. Cierra los ojos. E imagina que eres Superman. La respuesta a las preguntas anteriores ahora parece tener fácil solución, pero los creadores del mayor icono cultural del siglo XX no lo tenían tan claro cuando le dieron vida a principios de los años 30.

No hace mucho que ha empezado el siglo XX y Michel Sigel no puede más. Necesita trabajo y hará lo imposible para conseguirlo, aunque eso signifique viajar bien lejos de su familia. Su objetivo es el mismo que el que tiene todo el mundo en aquella época: el sueño americano. Hace el equipaje y pone rumbo a Nueva York. Su familia se queda en Lituania a la espera de buenas nuevas.

Sigel llega a «la ciudad que nunca duerme», pasando por Ellis Island, donde todos los inmigrantes actualizan sus papeles y se someten a un severo registro antes de poder pisar suelo norteamericano más allá de la frontera. Michel aprovecha el momento y cambia su nombre para que suene menos judío y más americano: Mitchell Siegel acaba de nacer. Su camino le conduce de Nueva York a Cleveland (Ohio), meca de la comunidad judía en EE. UU. y es que no podemos olvidar que entre 1890 y 1920, el 40% de la población es inmigrante, de los que más de setenta mil son judíos. Mitchell abre una mercería con la que aspira a hacer realidad su sueño. Los años pasan y Siegel ahorra todo el dinero que puede mes a mes. Es 1914 y su mujer, Sarah, así como sus hijos Harry, Leo, Minerva, Rosalyn e Isabel, llegan por fin a EE. UU. Ese mismo año, en octubre, nace el más pequeño de todos: Jerry Siegel. Sarah quiere que al menos uno de sus retoños quede libre de trabajo y responsabilidades. Quiere que uno de ellos crezca como un niño sin tener que convertirse en adulto antes de tiempo. Quiere que Jerry sea el afortunado. Desde su primer día de vida, Sarah protege en demasía a su hijo más pequeño, lo aleja de trabajos forzados y hace todo lo que puede para que tenga una educación en condiciones. Mientras el resto de sus hermanos trabajan y ayudan a su padre, Jerry obtiene el regalo de la infancia y la pasa de la mejor manera posible: siempre que puede mira al cielo y se deja llevar.

Siegel sueña con aventuras y su desinhibición hace que los estudios no le vayan tan bien como debieran. En 1920 repite curso y su relación con el resto de compañeros de clase está lejos de ser sociable. Siegel se recluye en sí mismo y prefiere evadirse en su propio ocio antes que en la compañía de los demás. Ese ocio se revela de muchas formas, ya sean novelas serializadas, libros, revistas pulp[1] o películas. Ese mismo año se estrena La marca del Zorro, con Douglas Fairbanks como protagonista de la primera adaptación del legendario héroe[2]. Fairbanks conquista los sueños de miles de espectadores en una América que se abre a los «felices años veinte» poco antes de darse de bruces con la Gran Depresión. Las piruetas, los chistes, la capa, los saltos… cada escena en El Zorro parece mágica. Todos los jóvenes quieren ser como él y Jerry Siegel, de solo seis años y con la boca abierta en la sala de cine, es uno de ellos.

1914 no marcó solo el nacimiento de Jerry Siegel. Ese mismo año, y bien lejos de Cleveland, en Toronto (Canadá), nace Joe Shuster, de padre holandés y abuelos rusos. Su padre, sastre de profesión, aspira a más; en 1923 cree que es el momento para un cambio y se muda junto a su familia a Cleveland. El pequeño Shuster posee una habilidad innata para el dibujo, que lo lleva a colaborar en The Federalist, el periódico de su escuela en Toronto, la Alexander Hamilton School. En ese diario dibujó una tira de cómic llamada Jerry, the Journalist escrita por Jerry Fine, un chico del mismo colegio, de la que se siente orgulloso. A pesar de dicho currículo, Shuster se dedica a vender periódicos por la calle y a dibujar por las noches con papel que le compra su padre cuando sobra algo de dinero, aunque la mayoría de las veces ha de conformarse con dibujar en sobras de tejido textil.

Agosto de 1928. Shuster pasea por la calle camino de la escuela. Solo le quedan dos años para pasar al instituto, pero dos años es una eternidad en la mente de un niño, así que no se preocupa por ello. De regreso a casa, su vista se centra en un escaparate repleto de revistas y se queda prendado de un ejemplar en concreto. Detiene sus pasos y mira con atención el puesto de venta. Tiene catorce años y acaba de ver la portada del Amazing Stories de ese mes. La imagen se le queda grabada en la retina. Necesita tenerlo en las manos. Sabe que no puede comprarlo y tampoco puede pedirle a su padre que se lo compre, así que recurre a la última solución: entra en la tienda y ojea la revista todo lo que puede antes de que le llamen la atención. Cuando vuelve a casa, la única imagen que ve por todas partes es la de un hombre ataviado con un traje rojo que sobrevuela la ciudad y sonríe a un par de civiles que le saludan con alegría.

Mientras tanto, en el propio Cleveland, Jerry Siegel está impresionado por un nuevo género. Guarda con recelo sus ejemplares de Amazing Stories y nunca se cansa de observar, sobre su mesilla, la portada del número de agosto de ese año, con un héroe vestido de rojo que vuela y sonríe a aquellos que le saludan. Esa imagen le impacta mucho más que la del Zorro. Y la mezcla de ambas no digamos… toda una epifanía para un chico de catorce años. Aún así, en el número de septiembre le aguarda otra sorpresa. El editor de Amazing Stories bautiza ese género sin nombre que tanto le gusta a Siegel y que miles de personas como él siguen mes a mes, semana a semana, sea donde sea. El número de septiembre de 1928 contiene la palabra mágica y, en su cuarto, Jerry la pronuncia en voz alta: «Scientifiction (cientificción)». La palabra aparece en la misma portada, justo entre otras dos: «Hecho» y «Teoría».

Es 1929. Siegel sigue absorbiendo cuanta más «cientificción» posible, pero el grifo está a punto de cerrarse. Hugo Gernsback, editor de Amazing Stories cesa su publicación debido a asuntos legales pero prosigue su marcha con Science Wonder Stories. Sabe que todos los lectores fieles que ha conseguido con Amazing le seguirán y tiene razón porque no solo tiene lectores: tiene fans. La «cientificción» crea un campo de aficionados que se escriben entre sí a través de la revista. Toda una novedad para la época y un gran descubrimiento para Siegel: ha encontrado a más gente como él. Gernsback cambia el concepto por miedo a que los nuevos propietarios de Amazing Stories le demanden, con lo que «cientificción» cambia a «Science Fiction (ciencia ficción)».

Jack Williamson, uno de los fans de Gernsback, consigue un puesto en Amazing Stories y publica historias con regularidad. Siegel lo ve claro: una persona igual que él lo ha conseguido, lo que significa que puede intentarlo. Escribe a Williamson y le envía la historia «Muerte de un paralelogramo». La respuesta no es muy entusiasta. «Los personajes de aquel texto solo eran figuras geométricas: cubos, esferas y conos», recuerda Williamson. «Le dije que eso no tenía ningún interés humano, no había emoción… tenía que encontrar algo con lo que la gente pudiera identificarse». Esta historia demuestra el aislamiento social al que Siegel se expone por voluntad propia. No le interesa el deporte, no le gusta quedar con el resto de compañeros de su clase y la diferencia de edad que tiene con ellos al haber repetido curso tampoco ayuda. Su fascinación por ese universo que le hace pensar va mucho más allá de lo que cualquier satisfacción social podría darle en ese momento. Si no se relaciona con los chicos, con las chicas menos, de quienes aseguró que le aterrorizaban. Su interés por la humanidad aún está por llegar pero, cuando lo haga, demostrará que ese aislamiento de la sociedad le permite ejercer un poder de análisis sobre la misma mucho mayor desde fuera que estando inmerso en ella.

Rechazo tras rechazo, Siegel se da cuenta de lo inevitable. Si quiere ver publicadas sus historias, deberá hacerlo él mismo. Recopila todo lo que ha escrito, firma con distintos pseudónimos, como Hugh Langley, y ni corto ni perezoso crea su primer fanzine: Cosmic Stories. En realidad, es algo mucho más importante que eso. Siegel no tiene ni idea, pero no es solo su primer fanzine: es el primer fanzine sobre ciencia ficción de la historia según The Encyclopedia of Science Fiction. Con los ejemplares en su poder, rompe la hucha, cuenta lo que tiene ahorrado y lo invierte todo en publicidad. El anuncio aparece en Science Wonder Stories y así, con las diez únicas copias bajo el brazo, acude a su último año en el colegio dispuesto a venderlas todas. Las historias le llenan de orgullo y recuerda con qué ilusión se las mostraba a su profesor de inglés. La respuesta que obtuvo no pudo ser más tajante:

—Es una lástima que pierdas el tiempo escribiendo esta basura en vez de dedicarte a otros géneros literarios mucho mejores.

—Bueno —respondió Siegel—. Pues esta basura es lo que me gusta y voy a seguir escribiendo sobre ella.

Es octubre de 1929. Jerry Siegel termina el colegio y se prepara para su entrada en el instituto al año siguiente. Al mismo tiempo, en la misma ciudad, Joe Shuster hace lo propio. Ninguno de los dos lo sabe, pero en 1930 ambos van a estudiar en la Glenville High School, el instituto que hizo que los creadores de Superman se conocieran.

Antes de que esto ocurra, EE. UU. tiene que vivir uno de sus peores momentos financieros. El crack bursátil de 1929 deja a miles y miles de personas en la bancarrota. Los suicidios se suceden en masa y la situación insostenible provoca que la década de los años 30 sea conocida como la de la Gran Depresión. Por desgracia, todo esto carece de interés para el joven Siegel. Una noche de 1930, Sarah Siegel está inquieta. Su hijo Jerry se lo nota y el resto de hermanos, ya en casa después del trabajo, saben por qué. Normalmente no llega tan tarde y esa noche se está retrasando mucho. Tras mucho nerviosismo llega la noticia y es lo que temían: Mitchell Siegel ha sido asesinado. El asesino entró en la tienda justo cuando el hombre iba a cerrar. Se quedó con la recaudación del día y le pegó dos tiros[3]. La policía no encontró al asesino. Jerry Siegel no dice nada al respecto, ni esa noche ni nunca más. Nunca hablará del tema pero no lo olvidará jamás.

Siegel comienza su primer año en Glenville High mientras alterna por primera vez los estudios con el trabajo. La muerte de su padre deja maltrecha la economía familiar y la Gran Depresión no ayuda a salir a flote. Cuando Siegel sale del instituto trabaja cuatro horas en una imprenta. De una forma u otra, siempre acaba rodeado de lo mismo: papel y tinta, lo que solo le hace tener más ganas de crear algo basado en esas historias que le tienen enganchado y con las que, ahora más que nunca, se evade del mundo real. Cree que el periódico de su nuevo instituto es el lugar adecuado. Aquí publica por fin «Muerte de un paralelogramo», entre otras. A los pocos días habla por teléfono con Jerry Fine, un primo suyo de Toronto, en busca de consejo porque ya ha escrito algunas historias pero no tiene quién se las dibuje. Su primo le dice: «Aquí teníamos a un joven dibujante muy bueno con el que trabajé en Jerry, the Journalist y se mudó a tu vecindario. Deberías quedar con él. Se llama Joe Shuster». Siegel descubre que ambos estudian en el mismo sitio y da con él en The Glenville Torch, el periódico del instituto[4]. Conectan desde el principio, hablan sin parar sobre ciencia ficción y descubren que viven a un par de manzanas el uno del otro. Tienen dieciséis años, caminan por la calle que les lleva a sus respectivas casas y acaban de entablar una amistad que será recordada por millones de personas en todo el mundo.

Ahora, con Joe de su lado, las cosas no pueden presentarse mejor. Son la combinación perfecta para lo que ambos tienen en mente. Sus primeros pasos juntos en The Glenville Torch les conducen hasta un personaje de creación propia: «Goober, el poderoso», una parodia de las publicaciones de la época: Buck Rogers de Dick Calkins y Tarzan de Harold Foster, dos futuros iconos de la cultura popular. El objetivo de Siegel y Shuster es satirizar a estos personajes desde un punto de vista cómico. «Goober» se publica en 1931 y es la primera vez que se les pasa por la cabeza la idea de un héroe superpoderoso. No será la última.

Y tampoco son los primeros en pensar en esa especie de ser con superpoderes. Justo el año anterior a la publicación de «Goober», Philip Wylie publica Gladiator, una novela que escribió en 1927. Su subtítulo lo dice todo: «La impactante novela sobre un superhombre americano». En ella asistimos a la fascinación que Abednego Danner siente por la superfuerza de algunos insectos que son capaces de levantar el triple o más de su peso. Danner hace experimentos científicos con algunos animales hasta que los resultados le convencen para probar suerte con seres humanos. El personaje consigue su propósito y crea a Hugo Danner, todo un superhombre. El científico se expresa de la siguiente manera cuando habla con su mujer sobre su logro: «Es fuerte. Es más fuerte que una manada de leones y su fuerza aumentará a medida que crezca hasta que Sansón y Hércules sean niños a su lado. Será el primero de una nueva raza. Una raza llena de gloria que no tendrá nada que temer… porque no habrá nada que le pueda dañar». La novela no se queda solo en la superficie de lo que es ser un superhombre. No se limita a demostrar los poderes de Hugo Danner, sino que también profundiza, por primera vez, en lo que siente un superhombre, como demuestra el siguiente diálogo con su padre:

—Soy como un hombre de hierro en vez de uno de carne.

—Eso es, Hugo. Es algo que siempre has de recordar a medida que crezcas. No eres un ser humano como cualquier otro y, si la gente se da cuenta de eso, ellos… ellos…

—¿Me odiarán?

—Porque te tendrán miedo. Así que tienes que ser bueno, amable y considerado. (…) Hasta que llegue el día en el que sepas qué hacer con toda la fuerza que tienes, debes esconderte y ser como los demás, no actúes por beneficio propio. Espera a que llegue el momento y te sentirás orgulloso por ello.

Para el joven Siegel, esta novela supone toda una revelación y aquellos que estén familiarizados con el mito de Superman es probable que crean que el diálogo anterior está sacado de alguno de sus cómics. Gladiator representa así una de las influencias más importantes de la creación de Superman, aunque el tiempo haya tendido a ocultarla[5]. Gladiator se convierte en todo un éxito y no hay ni un solo aficionado a la ciencia ficción que no haya oído hablar de ella.

Pese a que el concepto del superhombre aparece tímidamente en los libros, las revistas pulp y las tiras de prensa no adoptan esa tendencia y se centran en explotar el género negro, con personajes como Dick Tracy, creado por Chester Gould en octubre de 1931, o el más importante de todos: The Shadow (La Sombra), creado por Walter B. Gibson. Ese mismo año, y en uno de los números de The Shadow, se anuncia el primer personaje que tiene como influencia obvia el Gladiator de Philip Wylie: Doc Savage. En la publicidad podía leerse la palabra «Superman» haciendo referencia al héroe, así como el subtítulo: «Doc Savage… el hombre con un cuerpo y una mente superiores al resto». Este nuevo superhombre, apodado el hombre de bronce, se recluye de vez en cuando en su Fortaleza de la Soledad para descansar y pensar sobre su existencia. No hay forma alguna de desmentir en este caso la influencia de la novela de Wylie[6]. Jerry Siegel es fan de todos estos nuevos personajes y devora sus aventuras con la misma rapidez con la que se le ocurren ideas para historias propias.

1932. Dos jóvenes autores, Julius Schwartz y Mort Weisinger, publican por primera vez Science Fiction Digest, un fanzine de venta por suscripción. «Uno de nuestros primeros suscriptores fue alguien llamado Jerry Siegel», recuerda Schwartz. «Jerry escribió una historia tras otra. Y eran rechazadas una y otra vez». Siegel no está dispuesto a quedarse con ese mal sabor de boca.

Octubre de 1932. El primer número de Science Fiction ve la luz. Es otro fanzine de Jerry Siegel. «Joe y yo disfrutábamos mucho con las revistas pulp y teníamos muchas ganas de hacer algo parecido», explica el guionista. «Así que como veía que tenía problemas para que la gente publicara mis historias, decidí publicarlas yo mismo. Al conocer a Joe, me volqué en este proyecto y comencé a escribir historias cómicas, de aventura, de ciencia ficción… de todo lo que se me ocurría». Una de ellas es una mezcla de género negro y ciencia ficción llamada The Interplanetary Police (La policía interplanetaria), una de sus primeras tiras de cómic juntos. Siegel la envía al United Feature Syndicate con la esperanza de que la publiquen en algún periódico. A los pocos días, recibe una carta de respuesta. No puede contener la emoción mientras todo su cuerpo tiembla al abrirla. En su interior hay una pequeña nota que dice: «¡Felicidades!». Los ojos de Siegel se abren como platos. «Oh, amigo, lo hemos conseguido», piensa. Entonces sigue leyendo: «Es una historia muy interesante pero no podemos usarla». La decepción es mayor de lo imaginable y Siegel vuelca sus esfuerzos en el fanzine.

Enero de 1933. Science Fiction 3. En su interior se halla su segunda historia sobre un ser superpoderoso, solo que esta vez no se llama Goober. Se llama Superman. El tono de la historia, titulada The Reign of the Superman (El reinado del superhombre) tampoco tiene el mismo estilo cómico que destilara «Goober», sino que lleva consigo un rastro de pesimismo y decadencia palpables, exactamente el mismo sentimiento imperante en los EE. UU. de principios de los años treinta. La historia, de ocho páginas escritas a máquina, lleva ilustraciones de Shuster en solo tres de ellas. La primera es una panorámica de lo que parece una ciudad futurista con un hombre calvo de aspecto amenazador por encima de la gran urbe. The Reign of the Superman está escrita íntegramente por Siegel, aunque la firma como Herbert S. Fine[7] y representa una primera toma de contacto con lo que creará pocos años después.

La historia gira en torno al científico Ernest Smalley, quien encuentra un meteorito y experimenta sus efectos en vagabundos. Su conejillo de Indias, William Dunn, sufre una transformación física que le desarrolla dos de los cinco sentidos: la vista y el oído. El primero le permite ver a grandes distancias (hasta presencia un combate alienígena en Marte), mientras que el segundo tiene efectos similares. William Dunn no puede volar, pero puede oír los pensamientos de los demás y, no solo eso, sino que puede obligarles a pensar lo que él quiera. Este cambio le lleva a ambicionar más, mucho más, por lo que asesina al profesor y prepara el camino para una guerra que le llevará a dominar el mundo. Al final de la historia, Dunn pierde sus poderes, pues eran temporales, y entonces Siegel da rienda suelta a la moraleja de la historia con los últimos pensamientos de este superhombre: «Ahora veo lo equivocado que estaba. Si hubiera trabajado por el bien de la humanidad, mi nombre se habría grabado en los libros de historia con respeto y admiración… en vez de con odio». Dicho esto, vuelve a la cola de la asistencia social en busca de pan y al banco del parque que le sirve como cama, enfatizando de nuevo ese regreso a la miseria y a la pobreza, un ambiente que sus jóvenes autores presencian cada día, un ambiente en el que han situado a este primer Superman, quien se ha visto incapaz de escapar de él. Las últimas palabras de Dunn parecen proféticas porque, desde un punto de vista metalingüístico, es como si hiciera referencia al Hombre de Acero que el mundo llegará a conocer, un personaje que tiene su lugar en la historia gracias a su buen hacer, mientras que Dunn, por haberse dedicado al mal, cae en el más profundo de los olvidos.

The Reign of the Superman atesora algunos de los elementos favoritos de Siegel. Uno de ellos es lo extraterrestre, presente en el meteorito; otro son los superpoderes, con la vista superdesarrollada y la capacidad para escuchar y doblegar los pensamientos ajenos. Además, está la faceta innovadora del guionista al dotar de protagonismo y poderes al malo del cuento, algo que puede considerarse inaudito hasta esta historia. «Si existían historias con “superhombres” como villanos, yo no las conocía», asegura Siegel. «Como seguidor de la ciencia ficción, sabía de los temas más candentes del género y el del “superhombre” ha sido uno muy recurrente, ya desde Sansón y Hércules. Simplemente un día, tras mucho pensar, se me ocurrió que sería interesante representar a ese “superhombre” como un villano». Esta declaración sobre el conocimiento del medio, así como la referencia a Sansón y Hércules demuestran la clara influencia del Gladiator de Philip Wylie.

Siegel y Shuster están atentos al mercado que se mueve en torno a ellos. Es un negocio en ebullición y los pulps están dejando paso poco a poco y sin darse cuenta a una nueva forma de contar historias: los comic-books. Este formato en principio solo reedita material de prensa de los personajes más populares pero, en 1933, sale al mercado Detective Dan de Norman Marsh. Esta publicación consta de material original y se edita directamente en formato comic-book. Siegel enseguida se percata de esto y, como pocos meses atrás cerró Science Fiction en su número cinco, vislumbra el nuevo medio en el que contar historias a su gusto.

Siegel quiere entregar algo a la editorial que publica Detective Dan, pero no se le ocurre el qué. Entonces, como venido del cielo, varios personajes e ideas que ha ido viendo a lo largo de los últimos años le asaltan a la vez y de repente todo encaja. Le asaltan imágenes de Tarzan y Buck Rogers pero, sobre todo, de Popeye, personaje creado en 1929 de la mano de Elzie C. Segar que posee unos superpoderes más allá de toda duda, aunque su estilo es puramente humorístico. Lo único que falta es acabar de perfilar el concepto y bautizarlo. Entonces es cuando se acuerda del Science Fiction 3: «Se me ocurrió que un Superman que fuera un héroe en lugar de un villano sería algo que nos otorgaría un cómic fantástico, en el mismo estilo que Tarzan, solo que más súper y sensacional que él. Además, hacerle un héroe era algo mucho más comercial que si fuera un villano. Recuerdo que Dr. Fu Manchu tenía problemas para ser publicado porque el protagonista era malvado. Tomando de ejemplo a Tarzan y al resto de héroes de aquella época, hacia los que sus lectores rendían pleitesía, convertir a Superman en un héroe era lo más coherente que podíamos hacer. El primer intento fue para una historia corta y, como tal, el concepto de villano no quedaba mal. Si con esta historia pretendíamos dar inicio a una publicación regular, haberlo convertido en un villano habría sido un error».

Al día siguiente se presenta en casa de Shuster y entre los dos hacen un número entero de The Superman. Las ideas no paran de surgir. «Era la segunda vez que usábamos ese nombre», anota Shuster, «aunque era la primera que lo hacíamos para referirnos a un ser de buena voluntad». El dibujante sugiere que le pongan una capa, pero al final creen que es mejor que no, por lo que acaba vistiendo camiseta y tejanos[8]. Además de su vestimenta, ambos autores dejan claro que esta vez nada de superpoderes: este Superman es humano, aunque con una fuerza descomunal. He aquí la influencia de Popeye. Envían la muestra a Consolidated Book Publishers y esperan la respuesta. Esta llega el 23 de agosto de 1933. Siegel y Shuster la leen a la vez: «Hemos tardado en contestar porque queríamos meditar mucho sobre The Superman. Deseamos seguir publicando Detective Dan pero, en caso que el autor de dicha obra no llegue a un acuerdo con nosotros, entonces negociaremos la publicación de The Superman en su lugar». Norman Marsh finalmente decide no continuar con Consolidated y en septiembre de 1933, Detective Dan comienza a publicarse como tira de prensa. Siegel y Shuster esperan ansiosos la llamada de la editorial, que debe ser inminente.

El tiempo pasa y esa llamada nunca llega. Es más, Consolidated deja el negocio del cómic. El enfado de Shuster es descomunal. Cree que el motivo por el que siempre les rechazan la idea es porque sus dibujos no son lo suficientemente buenos. «¡Si volvemos a hacerlo alguna vez, lo haré todo desde el principio!», exclama y, decidido, coge las páginas de The Superman y les prende fuego. Siegel llega justo a tiempo para salvar la portada, lo único que queda intacto hoy día de aquella versión de Superman. Era el segundo intento… a la tercera irá la vencida.

Verano de 1934. Hace demasiado calor. Jerry Siegel da vueltas en la cama sin poder dormir. Se queda quieto, mira al techo e imagina historias sin parar. De repente y sin previo aviso, todas las ideas de los últimos años vienen a él. Se pone en pie de un salto, acude a su escritorio, coge papel y lápiz y empieza a escribir. No puede parar. Se pasa toda la noche escribiendo material que equivaldría a semanas de publicación en tiras de prensa. Apenas se da cuenta y ya ha amanecido. Acude raudo y veloz a casa de su amigo, espera impaciente a que le abra la puerta y acto seguido le muestra los guiones. A Shuster le gusta lo que ve. Prepara varios sándwiches y van a su habitación. Se encierran todo el día. «Ese fue uno de los días más importantes de nuestras vidas», recuerda el dibujante. «Nos sentamos y comenzamos a trabajar sin descanso, el entusiasmo de Jerry me había cautivado y comencé a dibujar tan rápido como podía. Mi imaginación conectó perfectamente con el concepto que Jerry tenía en mente. Además, sus guiones parecían guiones de cine. La técnica que utilizaba era la de visualizar la historia como en un plató de alguna película, algo que me ayudaba mucho a la hora de dibujar». La historia que crean ese día soleado de 1934 es la de un planeta condenado llamado Krypton que envía a su único superviviente a la Tierra. Allí, gracias a que la gravedad en el planeta azul es inferior a la de su planeta natal, el Último Hijo de Krypton desarrolla la capacidad de saltar grandes edificios de un solo impulso. También tiene otros poderes, como el superoído y una fuerza descomunal. Superman tal y como lo conocerá el mundo entero acaba de nacer.

«Cuando era estudiante, de mayor quería ser periodista», recuerda Siegel. «Tuve algún que otro contacto con chicas muy atractivas que, o no sabían que yo existía o bien no les importaba. Algunas hasta parecía que deseaban que no existiera. Entonces se me ocurrió lo siguiente: ¿Qué pasaría si fuera realmente espectacular? ¿Qué pasaría si tuviera algo especial, como saltar por encima de varios edificios o lanzar coches a gran distancia? Tal vez así se darían cuenta de mi existencia. Aquella noche, con todas las ideas que me asaltaban, se me ocurrió que Superman podría tener una doble identidad y que en una de ellas sería gentil, amanerado, tímido, con gafas… sería yo». Por pura coincidencia, Shuster es muy parecido a Siegel en cuanto a un aspecto físico pobre, pese a que va a un gimnasio desde hace tiempo para eliminar esa debilidad. «Como Joe también era así», prosigue el guionista, «sus dibujos no estaban traduciendo mis guiones. No los estaba dibujando, los estaba sintiendo». A la hora de hacer realidad el juego de la identidad secreta, ambos autores se inspiran en La marca del Zorro de Douglas Fairbanks, gran influencia en este aspecto[9]. Siguiendo este patrón, ambos crean primero a Clark Kent, la parte más fácil pues solo tienen que basarse en ellos mismos[10]. Clark aparece como un hombre adulto muy introvertido, vestido con traje y sombrero, gafas y cara de no saber muy bien dónde está. El siguiente paso es vestir al héroe. Lo primero es ponerle una capa, botas y un escudo en el pecho. La capa se vuelve una necesidad imperiosa porque ayudará al dibujante a denotar movimiento, sobre todo por el alto nivel de acción que tendrá la serie en caso de hacerse realidad. Los colores les llevan algo más de tiempo. Shuster acaba decantándose por el rojo y el azul, con un poco de amarillo en el cinturón y en el emblema porque son colores que llaman mucho la atención y eso es precisamente lo que buscan. Ambos miran el dibujo que hay en la mesa de Shuster y creen que les falta algo. Tras mucho pensar, uno de ellos dice: «¡Pongámosle algo en el emblema!». Dado que el personaje se llama Superman, una «S» parece lo apropiado. Shuster la dibuja y ambos contemplan su obra con admiración. La «S» les encanta y, en medio del silencio que reina en la habitación, comentan: «Bueno, también es la primera letra de Siegel y Shuster».

El torrente de ideas no se detiene ahí. Ahora falta el personaje femenino que, para ambos, es de vital importancia. «La heroína, a quien imaginé como otra periodista, trabajaría con Clark pero él le resultaría poco menos que insignificante», explica Siegel. «Por el contrario, se volvería loca cada vez que viera a Superman. Estaría completamente enamorada de él y, como broma personal, eso significaría que también estaría enamorada de la persona que tanto despreciaba en su día a día». Es una manera de exorcizar los fantasmas que le invaden por culpa del rechazo continuo al que se ve expuesto por parte de las chicas que le rodean, en especial de Lois Amster, una compañera de instituto. «Solía quedárseme mirando», confiesa la chica. «Era un tipo raro y nunca entablé ninguna conversación con él». Siegel mantiene ese recuerdo vivo en su interior, aunque nunca lo menciona: «Cuanto menos se hable del tema, mejor». Superman puede ser el personaje con el que sueñan millones de personas, pero comenzó como el sueño de Jerry Siegel y eso se nota en todos y cada uno de los elementos que lo definen.

«Quería que esta historia fuera más parecida a la vida real», explica Shuster. «Así que por eso comenzamos a buscar modelos para el personaje femenino». Bautizan a este personaje como Lois Lane, por lo que aunque Siegel no quiera hablar de ello, la influencia de Lois Amster es más que evidente. Comienza la búsqueda de su Lois Lane particular.

Joanne Carter, una joven de Cleveland, lee un artículo sobre pases de moda y la idea le fascina. Comienza a posar delante de su espejo y cree que tiene madera para triunfar. De esa manera conseguiría algo de dinero, pues la situación económica en casa es bastante difícil por culpa de la Gran Depresión que asola el país. Convencida, se anuncia en el Cleveland Plain Dealer. Al poco tiempo, recibe una carta de un tal «Sr. Joe Shuster». Se comunican por correo y conciertan una cita en el apartamento del dibujante para el sábado siguiente porque Joanne acude al instituto entre semana. «Estaba muy nerviosa por si me decía que era demasiado joven», confiesa Carter.

El sábado llega por fin. Joanne cruza todo Cleveland hasta llegar a casa del «Sr. Shuster», congelada por el frío invernal que azota EE. UU. Cuando alcanza la puerta, se frota las manos para calentarse un poco y llama. Un par de segundos después, un joven le abre la puerta. Joanne dice:

—Hola. Soy la modelo que está esperando el Sr. Shuster.

—Pase, pase.

—¿Le importa que no me quite la chaqueta? Es que estoy muerta de frío.

El joven le prepara una bebida caliente y se sientan en el sofá. La conversación sobre el tiempo da lugar a otra sobre películas y muchas cosas más. Al final, Joanne se acuerda de por qué está ahí y pregunta:

—¿Sabe el Sr. Shuster que ya estoy aquí?

—Yo soy el Sr. Shuster.

La sorpresa en el rostro de la joven no se hace esperar. Desde luego, no era eso lo que se imaginaba. Cuando terminan de beber, van a la habitación de Shuster y comienza la sesión. La hora programada termina, el dibujante le paga a la modelo $1.50 y acuerdan que a partir de entonces ella irá a posar todos los sábados. Salen del cuarto y en el comedor ven a Jerry Siegel, que lleva esperando impaciente el momento en el que conocería a su «Lois Lane». «Me quedé maravillada ante la energía que tenía Jerry», confiesa Carter. Y no es de extrañar. Siegel no puede esconder su entusiasmo, correteando por todo el lugar, emocionado por poder contarle a alguien más la idea de Superman. Se sube a una silla y salta hacia el sofá mientras dice: «¡Así es como volará!». Luego va hacia Joe, lo coge por el torso y le dice a Joanne: «¡Y así será como cogerá a los malos, para luego estamparlos contra un muro!». La modelo está impresionada: «Su entusiasmo me contagió y salí de allí convencida de que Superman era un personaje fantástico. Pensé que era algo diferente a lo visto hasta entonces, la idea de Jerry era genial y los dibujos de Joe hacían que cobrara vida. Estaba emocionada por tener un pequeño papel en todo aquello. Además, todos teníamos lazos en común. Yo siempre había querido ser periodista, así que la idea de posar para ese rol me gustaba. Aunque fuimos a institutos distintos, dado que yo vivía en la otra punta de Cleveland, todos habíamos trabajado en los periódicos de nuestras respectivas escuelas. Eso creó un lazo muy especial y desde entonces siempre hemos estado juntos, a pesar de los muchos viajes que tuve que hacer por los pases de modelo que conseguía, siempre estuve en contacto con Joe». Aunque Lois Lane ya estuviera perfectamente detallada en la mente de Siegel, la presencia de Joanne les aporta más inspiración, como el propio Shuster reconoce: «Para mí, ella fue Lois Lane desde el primer día».

Ahora comienza lo realmente difícil: vender el personaje. Siegel y Shuster prueban con todas y cada una de las agencias del país. Y todas lo rechazan. Una de ellas, Esquire Features, incluso añade lo siguiente en la carta de respuesta: «Prestad un poco de atención a los dibujos del mercado. Lo vuestro parece muy tosco y hecho con prisas». Super Magazines, Inc. responde con interés, pero no les lleva a ningún sitio, mientras otras editoriales les devuelven el paquete con la copia de la tira de prensa sin abrir. A pesar de todo, no van a rendirse. Llevan más de un año luchando por esta idea y, de una forma u otra, verá la luz.

Siegel siempre habla en todas las negociaciones, mientras que Shuster se sienta y asiste a las conversaciones sin mucho que decir. Esta escena se repite en muchas editoriales de Nueva York y en todas ellas la respuesta sigue siendo no. Siegel piensa que debe hacer algún cambio y, mientras sigue con Joe, trata de vender Superman con otro dibujante. Se pone en contacto con dibujantes como Tony Strobl, del Cleveland Art Institute, o Mel Graff. Ninguno accede ante el personaje de Siegel y este busca ayuda en Russell Keaton, el responsable de las tiras dominicales de Buck Rogers. Ambos entablan buena relación y siguen en contacto durante meses pero Keaton se resiente al final, alegando que no quiere arriesgarse de esa manera con un personaje nuevo y un guionista sin experiencia. La respuesta de Jerry surge de la rabia: «No puedes dejarme en la estacada ahora. Si lo haces, me dejas solo con un dibujante amateur». Keaton sigue en sus trece. Siegel y Shuster vuelven al redil.

Después de vagar por mil y una agencias, Superman llega a las manos de Sheldon Mayer, uno de los editores del McClure Syndicate. Cuando abre el paquete y contempla las páginas no puede contener su emoción y exclama: «¡Esto es lo que estaba buscando! ¡Es la cosa más sensacional que he visto nunca!». Por desgracia, su jefe, M. C. Gaines, no da el visto bueno y, de nuevo, la esperanza desaparece antes siquiera de tomar forma. Un año después, en 1935, Gaines y Mayer entran a trabajar para la Wheeler-Nicholson Company, propietaria de National Allied Publications[11] y se puede decir que ambos guardan el recuerdo de «Superman» en algún recoveco de su mente, algo que será determinante en el futuro. Esta prehistórica DC contrata a Siegel y Shuster, quienes realizan aquí su primer trabajo profesional: «Henri Duval de Francia, afamado soldado de fortuna» (New Fun 6, octubre de 1935), una historia de espadachines. A este primer trabajo le sigue otro en el mismo número: «Dr. Occult, the Ghost Detective», con detalles de ciencia ficción que tanto gustan a los autores. Ambas historias solo constan de una página en blanco y negro, pero sirven para dar rienda suelta a su imaginación y para perfeccionar sus técnicas. «Dr. Occult» se convierte en un producto en el que Siegel y Shuster dan cabida a todo lo que querrían hacer con Superman: muestran a un héroe poderoso, con capa y capaz de volar. Tienen tantas ganas de hacer realidad su sueño, que cualquier oportunidad es buena para expresar la necesidad que tienen de contar este tipo de historias.

Cuando Siegel encuentra el momento, le propone a DC la publicación de Superman. La respuesta no tarda en llegar un 4 de octubre de 1935: «La tira de Superman está pendiente de aprobación como tira de prensa diaria. Aún así, y dada mi experiencia en el campo, creo que Superman funcionaría mucho mejor en una de nuestras publicaciones a color. Así pues tenemos pendiente de aprobación la orden que daría luz verde a una publicación de este estilo con vuestro personaje, siempre y cuando tuviéramos suficiente material. Creemos que Superman tiene posibilidades». Esta propuesta de Wheeler-Nicholson parece muy alentadora, pero ambos autores solo ven un cúmulo de cosas «pendientes de aprobación». La experiencia a la hora de recibir rechazos les ha servido de algo y, recelosos, reniegan la oferta. Aparte de por todo esto, corren rumores de que Wheeler-Nicholson no está muy bien económicamente y a lo mejor su empresa quiebre en breve. Guardan a Superman en un cajón y siguen trabajando poco a poco en nuevas historias de «Dr. Occult» y de nuevos personajes, como «Federal Men of Tomorrow» (enero de 1937). Siegel se inspira en las noticias sobre el FBI, la nueva agencia gubernamental de EE. UU., para dar cabida a sus deseos imaginarios y futuristas, con protagonistas con nombres rocambolescos como, por ejemplo, Jor-L.

Wheeler-Nicholson no aguanta más. Está prácticamente decidido a cerrar la editorial, pero tiene tiempo para sacar una nueva colección gracias a la ayuda de sus nuevos socios: Harry Donenfeld y Jack Liebowitz. La nueva serie se titula Detective Comics, nace en marzo de 1937 y en su primer número Jerry Siegel y Joe Shuster crean a Slam Bradley. «Este personaje es una parte muy importante de nuestras vidas», asegura el dibujante. «Jerry suele decir que Slam Bradley fue el precursor de Superman porque lo hicimos sin ningún tipo de restricción, teníamos libertad total para hacer lo que quisiéramos. El único problema eran las fechas de entrega. Teníamos que trabajar muy rápido, así que Jerry sugirió que, para ahorrar tiempo, hiciéramos menos de seis viñetas por página. La mayoría tenían cuatro o tres, a veces solo dos. Una vez hicimos un dibujo a página completa, a los niños les encantaba porque era muy espectacular. Los editores no nos dejaron seguir con ese estilo porque decían que los lectores recibían menos historia de la que pagaban». La primera página en la que aparece Bradley es precisamente una de una sola viñeta, con el héroe luchando contra varios japoneses con sus manos desnudas, en un claro síntoma del ambiente que se vive a finales de los años 30 y que acabará por desembocar en la Segunda Guerra Mundial a mediados de la década siguiente. «El personaje fue idea de Jerry», confiesa Shuster. «La editorial quería una tira de acción, así que Jerry creó a un hombre de acción con sentido del humor. Bradley tenía una actitud temeraria, muy al estilo del Zorro de Douglas Fairbanks». El parecido entre Bradley y The Superman, la versión de 1933, salta a la vista: ambos son humanos, visten camiseta y vaqueros y lo único que les diferencia del resto del mundo es una fuerza algo superior a la media.

El exceso de trabajo empieza a ser preocupante para Shuster, que suele sufrir problemas de vista. Es por ello que deciden poner un anuncio en la prensa en busca de algún colaborador que les eche una mano. La respuesta no tarda en llegar con el nombre de Paul Cassidy, dibujante que ayuda en los lápices de Slam Bradley, Radio Squad, Federal y todo lo que le manden, estableciendo así una buena relación profesional sin ningún quebradero de cabeza por ambas partes.

Mientras se ganan el pan con estas historias, ambos autores siguen luchando por vender los derechos de Superman a alguna editorial, con una constancia digna de elogio. Tres años seguidos llenos de negativas no desaniman a este par de jóvenes que mantienen alta su esperanza e ilusión por este personaje. La última opción es Tip Top Comics, agencia encargada de, entre otros, Tarzan, por lo que las expectativas son algo más elevadas al ver que la editorial ya se encarga de un héroe de acción. El 18 de febrero de 1937, la editorial les envía la siguiente misiva: «El personaje tiene atractivo dada su frescura e ingenuidad. Aún así nos parece un producto demasiado inmaduro».

Finales de 1937. Wheeler-Nicholson se declara en bancarrota. Harry Donenfeld y Jack Liebowitz se apoderan de la empresa y planifican cambios. Lo primero, hacer una nueva serie. Ambos empresarios confían dicha tarea a al editor M. C. Gaines. El 30 de noviembre del mismo año, Siegel y Shuster reciben una carta suya: «Estamos trabajando en una idea completamente nueva que no tiene nada que ver con los cómics o las tiras de prensa. Se trata de una colección en formato tabloide con varias historias cortas de ocho páginas en cada ejemplar y necesitamos material original». Siegel no lo duda ni un momento y le envía una copia de Superman. Los planes de Donenfeld y Liebowitz no se quedan ahí. Van a abrir una nueva colección mensual en formato cómic que llevará por título Action Comics. Liebowitz llama a Gaines y le dice que busque material para esta serie de inmediato porque quieren publicarla cuanto antes. Al colgar, Gaines, secándose el sudor de la frente, suspirando y dejándose caer en su silla tras tanto trabajo acumulado, ve encima de su mesa la copia de Superman. Se la queda mirando un rato, sin hacer nada más. Llama a Vin Sullivan, editor de Detective Comics, para hablar de esos dos jóvenes que hacen «Slam Bradley».

Irwin Donenfeld entra un día en el despacho de su padre como suele hacer para aprender algo del negocio. Cuando entra, Harry Donenfeld casi ni se percata. Está absorto mirando varios papeles que tiene sobre la mesa.

—Papá, ¿qué haces?

—Ven aquí, quiero enseñarte algo.

—¿Qué es? —Harry le enseña la tira Superman y le obliga a leerlo.

—Y bien, ¿qué opinas?

—Me gusta, me parece muy bueno.

10 de enero de 1938. Siegel y Shuster siguen con sus trabajos mensuales a la espera de que por fin Superman alce el vuelo. Ese mismo día reciben una carta de Vin Sullivan que dice así: «Tengo en mi mano varias propuestas que le habéis enviado al Sr. Liebowitz a través de M. C. Gaines por la nueva serie tabloide que estamos preparando. La propuesta que más me gusta, y la que creo que encajaría mejor, es la que lleva por título Superman. Por el dibujo reconozco el trazo de Joe Shuster. ¿Sería posible que me entregarais trece páginas completas de este personaje?». La emoción es tal que no pueden contener su alegría. Lo han conseguido. Superman será una realidad. Siegel no tarda nada en enviarle la tira de prensa completa que realizara junto a su amigo aquel día de verano de 1934. Si quiere trece páginas de material, Siegel le dará todo lo que tiene y mucho más.

1 de febrero de 1938. Sullivan les devuelve la tira de prensa con la siguiente nota: «El formato que vamos a usar con esta nueva colección no es el de la tira de prensa. Cortad y pegad las viñetas de este material para que se adapte al formato comic-book». Ambos dejan todo lo que estaban haciendo hasta ahora y se ponen manos a la obra.

4 de febrero de 1938. Otra carta de Sullivan llega al correo de Siegel, esta vez urgente: «Acabad el trabajo YA. Esas trece páginas tienen que estar en mi despacho dentro de tres semanas, así que tendréis que añadir algo de presión a lo que estáis haciendo. Y recordad: ocho viñetas por página. Recuerdos a Joe y aseguraos de que lo hacéis lo mejor posible. El primer número de cualquier colección tiene que salir perfecto». Siegel le comunica el mensaje a su amigo y este accede enseguida. «Soy un perfeccionista», asegura Shuster. «La única solución para que este trabajo quede bien en tan poco tiempo es cortar y pegar el material original. Si algunas viñetas eran demasiado largas para encajar, las cortábamos. Si otras eran demasiado cortas y sobraba espacio, las extendíamos. El proceso fue una auténtica obra de arte». Cuando terminan, se lo envían todo en un paquete urgente a DC con una nota especial para Sullivan: «Queremos que pongan la viñeta 3 de la página 9 como portada». Esa anotación hace referencia a una escena en la que Superman eleva un coche por encima de su cabeza con las manos desnudas y lo aplasta contra una roca. Los miembros de la editorial se asombran ante la historia que tienen entre manos. Sheldon Mayer, antes de que su jefe vea el producto, incluso afirma: «Donenfeld no se lo va a creer».

Junio de 1938. Superman aparece por primera vez en Action Comics 1, con la portada que Siegel y Shuster querían. Cinco años después del primer Superman, este ha encontrado su lugar. De no ser por la lucha constante de ambos autores y, sobre todo, por la perseverancia que mostrara Jerry Siegel a pesar de tantos rechazos, el Hombre de Acero sería poco menos que una idea muerta antes de empezar. Por suerte, Siegel tenía claro que en sus manos residía una leyenda, un personaje que la gente se llevaría consigo en su corazón. Un personaje que, aquí y ahora, acaba de descubrirse al mundo. «Teníamos un gran personaje», sentencia Siegel, «y estábamos convencidos de que se acabaría publicando».