CAPÍTULO 9

PARA Galo Arrow, desapareció toda sensación física en el momento preciso de pulsar Laila el resorte.

Como un estallido dentro de su ser apacible y balsámico, quedó sumido en total inconsciencia. Pudo haber durado años, o no haber llegado a un segundo. Lo cierto es que de pronto se encontró en algún lugar.

Igual que si nada hubiera sucedido. De momento pensó que todo había fracasado. Luego... Adam Olak se materializó junto a él, como un centelleo rápido al reagruparse los átomos dispersos en un instante invisible para el más agudo ojo humano.

Se miraron ambos. Luego, estudiaron el lugar en que se hallaban, aún aturdidos, esperando ver ante ellos a Laila, lamentándose por el fracaso.

Pero Laila no estaba allí. Ni tampoco el «teleportador». Ni siquiera era aquello el laboratorio de la hija del profesor Wakky. Se encontraban en un largo corredor metálico, de muros curvados, de techo abovedado, con remaches metálicos también. El suelo era bruñido, oscuro y se reflejaron sus imágenes en él.

Galo solamente había estado una vez en aquel lugar, algún tiempo atrás. Pero lo reconoció en el acto. Susurró con voz apenas audible:

—¡Santo cielo, es esto! ¡Nos hallamos en el Satélite K-13!

—Sí —afirmó con voz ronca Adam—. El «teleportador» ha funcionado... Estamos en los dominios de Igor Urko... aunque parezca que no hemos dejado de pisar la Tierra.

Galo se tocó el uniforme para comprobar que nada le faltaba. Palpó la pistola, el cuchillo electrónico, todo lo demás, que formaba el equipo de un piloto del espacio, desde píldoras de vitaminas y de líquido comprimido, hasta ampollas de gas narcótico, cargas nucleares y diminutas lámparas de luz condensada.

Hasta el último átomo de sí mismo, de sus ropas y enseres, había viajado por las sombras del espacio, en décimas de segundo, para reagruparse fielmente en aquel alejado punto. Esta no sólo era la mejor prueba de que el profesor Wakky no fue culpable de la negligencia de su infortunado auxiliar, sino que además era el único medio de viajar hasta la fortaleza del tirano que mantenía en intenso terror a la Tierra con su amenaza.

—¿Y ahora, Galo? —musitó Adam.

—Ahora ya estamos en la madriguera. Lo difícil empieza en este momento. Y corre de nuestra cuenta. Vamos, Adam... Hemos de localizar el sitio donde se halla Urko dirigiendo sus bravatas al planeta. Entonces emprenderemos la acción más conveniente. Pero si antes nos fuera posible libertar a los presos todo sería más fácil.

Se movieron por el largo corredor sigilosa, cautamente. Empuñaban sus armas, y mantenían los ojos muy abiertos, atentos al menor síntoma de proximidad de peligro.

Nada sucedió mientras se fueron aproximando más y más al fondo del corredor. De allí, partía una larga galería, bordeando unos enormes hornos atómicos centrales, protegidos por la transparencia amarilla de los supercristales metalizados. La galería estaba delimitada por una barandilla metálica, por la que se pudieron asomar a los hornos nucleares, auténtico corazón y arteria vital del Satélite K-13.

Galo rio, pensando lo que ocurriría si llegaba a disparar su pistola sobre ellos, derritiendo la capa refractaria y llegando a la energía en fusión. El Satélite se haría millones de fragmentos, con todo cuanto contenía.

Por encontrarse en aquella situación horas antes, hubiese dado toda su vida. Al menos, significaba sacrificio, pero también aniquilación del peligro que se cernía sobre el mundo.

Ahora era distinto. No quería hacer nada a la desesperada. Siempre había otras esperanzas, poseyendo un arma, y estando en el interior del cuerpo artificial planetario.

Procurando que las pisadas de sus blancas botas esponjosas percutiesen lo menos posible en el metal de la galería o baranda circular, ambos avanzaron pegados al muro. Finalmente se detuvieron ante una puerta metálica, recia y provista de un gran cerrojo automático. Sobre ella, la inscripción: «ACCESO AL CUERPO CENTRAL».

Se miraron. Aquel era, sin duda, el camino. Adam accionó la cerradura automática, con la llave maestra, propia para sistemas automáticos, que todo piloto-policía llevaba en prevención en su bolsillo de herramientas.

La puerta se abrió, con un leve chirrido. Unos escalones metálicos, descendían hasta otro pasillo estrecho, de altos muros, todo ello en metal. Otra escalera, al fondo, se encaramaba hacia una galería con varias puertas.

La estructura interior del Satélite, recordaba en aquellos lugares a un antiguo submarino del siglo XX o a una edificación de seguridad subterránea, de la misma época.

Alcanzaron sin novedad la galería provista de varias puertas. El silencio, la soledad, continuaban dentro del Satélite.

De súbito, Galo señaló una puerta metálica, la más próxima a ellos, y susurró a Adam escuetamente:

—¡Deprisa, adentro! ¡Viene alguien!

Adam aguzó el oído. Era cierto. Se percibían pasos, no muy distantes, a sus espaldas. Rápidos, accionaron el pestillo de la puerta inmediata. Se colaron dentro de una cámara y cerraron tras de sí, pegándose a la hoja metálica de la puerta, conteniendo el aliento.

Escucharon unos segundos. Los pasos no se percibían ya. Adam musitó:

—Parece que se alejan...

Y en ese momento, Galo giró bruscamente sobre sí mismo, desentendiéndose de todo ruido exterior, para volver sus ojos atónitos a la cámara en que se hallaban. Vivamente, oprimió el brazo de Adam y susurró:

—¡Eh, mira eso! ¿Estás viendo lo mismo que yo?

Adam siguió la dirección de la mirada de Galo Arrow. Estuvo a punto de lanzar una imprecación de asombro. Pero se contuvo, por un elemental sentido de prudencia.

Tendido en un camastro, profundamente dormido, de cara al muro metálico, había un hombre de negro uniforme, conocido de Galo. Identificó su figura joven y atlética, su cabello castaño revuelto y la gorra con el emblema de la Prisión del Espacio, arrojada en tierra descuidadamente.

—¡Alcaide Groth! —exclamó Galo, gratamente sorprendido—. ¡Es él... y no le tienen atado ni amordazado!

—Después de todo, ¿para qué iban a hacerlo? Posiblemente todo esto se halla vigilado por Igor Urko, o lleno de trampas mortales que nosotros hemos salvado milagrosamente.

Galo se inclinó sobre el alcaide cautivo y le zarandeó con viveza.

—¡Eh, Groth! —avisó—. ¡Escúcheme! ¡Soy yo, Galo Arrow! ¡Tiene que despertar!

—¿Eh? ¿Quién...? —empezó Groth, amodorrado. Abrió los ojos, somnolientos. Al ver a Galo, los dilató desmesuradamente, y de un brinco se puso en pie sobre el camastro, lanzando una imprecación de vivísimo estupor—. ¡Diablo, usted! ¿De dónde sale?

—Silencio, Groth, ¡por Dios! —suplicó Galo, haciendo un gesto vivaz—. Adam Olak y yo hemos llegado al Satélite K-13. Pero lo cierto es que no esperaba encontrarle sin ligaduras. ¿Y los demás presos, dónde están?

—¿Se refiere a los cautivos de Igor Urko? —Groth hizo un gesto de desaliento. Se había despejado completamente, aunque todavía les contemplaba a ambos con enorme sorpresa—. Todos están como yo, sin ligaduras ni mordaza. En realidad, no las necesitamos. Nos tiene aislados a unos de otros. Lothar se ha pasado a su bando, y le ayuda, vigilando todos los corredores muy estrechamente. Uno de mis celadores, también se ha unido a Urko, cegado por sus promesas, y queriendo huir de la muerte. Es humano, aunque si salimos de ésta, irá al Presidio en forma muy distinta a la que estaba, el muy perro cobarde...

—¿Quién es ese traidor? ¿Velda otra vez?

—¿Velda? Oh, no. Ese me es leal a mí, y lo es con la Justicia. Se trata de Takk, el otro guardián. Velda, Wakky, el doctor Czanor, en mal hora llevado a la Fortaleza Negra, y yo mismo, somos los sometidos al poder de Urko. Está como loco, y es peligrosísimo, Galo... Pero, dígame, ¿cómo diablos han podido llegar ustedes al Satélite K-13? Creo que todo está paralizado allá abajo... y dentro de pocas horas, paralizará lo demás... incluso la vida de los humanos.

—¿De modo que era cierto? ¿Posee ese Rayo Paralizador tan terrible?

—Sí. Un delicioso invento del doctor Czanor. En manos de ese monstruo es un horror para nuestro planeta, Galo. Pero aún no me ha dicho cómo llegaron aquí usted y su amigo...

—Si se lo contara, no lo creería. De modo que lo dejaremos para más tarde, cuando haya tiempo para ello. Ahora, urge dominar a Urko, apoderarse de ese rayo e inutilizarlo, le guste a Czanor o no.

—Eso será difícil de lograr, Galo. Urko no se fía de nada ni de nadie, vigila entorno suyo sin cansarse, sin dormir. Me produce el efecto de una bestia inteligente y cruel, siempre avizor, siempre en guardia.

—A pesar de todo, ha de intentarse, Groth. Para eso estamos aquí, y armados. Usted debe de llevar también un arma, Groth. Tome mi pistola secundaria de luz térmica. Yo utilizaré la de energía nuclear. Supongo que aquí funcionará.

—Sí, en el Satélite funciona todo —asintió el alcaide de la Penitenciaría del Espacio—. A Urko le conviene que así sea para tenernos dominados a todos.

—¿Podría guiarnos a donde tiene prisioneros a los demás, Groth? —interrogó Galo.

—Es difícil. Ni siquiera sé dónde podrá tenerlos metidos. En cambio, sé dónde está Urko, y también cómo llegar hasta allí. Estando armados, es posible que logremos sorprenderle y reducirle.

—¿Tiene a alguien consigo? —se interesó Adam.

Groth exclamó:

—No. Necesita a Lothar y a Takk como guardianes nuestros. Él se mantiene solo, junto al Rayo Paralizador.

—¡Magnífico! —los ojos de Galo brillaron—. Hemos de intentar eso, Groth. Ocurra lo que ocurra. Esta es una partida a vida o muerte. No se puede perder ya más tiempo...

—Está bien —asintió Groth, con un brillo jubiloso en sus ojos inteligentes—. ¡Vamos allá, muchachos! Nos jugaremos el todo por el todo. Creo que merece la pena, ciertamente. Hace unos momentos, no tenía la menor esperanza. Ahora, creo que las cosas pueden cambiar mucho. ¿Supone que pueden venir más refuerzos, del mismo modo que llegaron ustedes?

—No, no lo creo. Tendremos que arreglárnoslas solos, Groth. No espero más ayuda.

—No importa. De todos modos, lo haremos —sonrió el joven alcaide—. Ya lo verán...

Les impuso silencio con un gesto. Luego, se acercaron a la puerta, y escucharon. No se percibía el menor ruido en el exterior. Groth abrió poco a poco la hoja metálica. Salieron al pasillo, tras un cauteloso otear a un lado y otro. Todo seguía desierto.

—Por aquí —susurró Groth, señalando hacia una puerta inmediata—. Y mucha cautela, por amor de Dios...

Galo y Adam asintieron, siguiendo los pasos de Groth. Aquella puerta comunicaba con un corto y silencioso corredor, cuyo final había una sola puerta. Groth la señaló gravemente:

—Ahí dentro está Urko —indicó, hablando a flor de labios—. Y también el control de los dos Rayos Paralizadores... No se separa de ellos un solo momento.

—Como un niño con su juguete nuevo, ¿eh? —rezongó abruptamente Galo—. Está bien, le sorprenderemos en su propia madriguera. Y que gane quien sea.

Groth asintió, aprobando tácitamente su audaz proyecto de vida o muerte. A fin de cuentas, no parecían tener muchas probabilidades a su favor. Avanzaron hacia la puerta decisiva. Galo sentía sus nervios tensos, vibrantes, pensando en lo que iba a suceder en los momentos inmediatos.

La suerte de ellos, la del mundo entero —y Laila estaba en ese mundo, no podía olvidarlo—, pendían de un hilo sutil. En su mano estaba afianzar ese hilo... o quebrarlo definitivamente, sin remedio.

Se pararon ante la puerta. Groth habló con voz ronca, sin poder contener su emoción:

—Está a la derecha, justamente a diez pasos del umbral, al entrar. Así, todo será más preciso. Déjenme pasar a mí delante, no arriesguen ustedes sus vidas...

—No —atajó Galo—. Ya arriesgó usted bastante la vida hasta hoy. Iremos nosotros. Usted puede cubrirnos las espaldas.

Groth se encogió de hombros, aceptando aquella misión. Galo contó en un murmullo:

—Una... dos... ¡y tres!

Rápido, estiró la mano, abrió la puerta de un violento tirón, y penetró como un alud en la cámara inmediata. Adam tras de él. Sus armas enfilaron a la derecha. Una luz roja, fantasmal, les inundó en aquella estancia.

No llegaron a disparar siquiera. Algo les dejó asombrados en principio. ¡A la derecha, solamente se descubría algo parecido a una cámara tomavistas de televisión!

Al lado opuesto, en un rincón, bañados en aquella fantástica luz roja, vieron las formas de varios hombres ligados y amordazados en tierra. Galo, con una exclamación de infinito asombro, los reconoció a todos.

¡El profesor Wakky, el doctor Czanor, Lothar... y EL PROPIO IGOR URKO, tan ligado y amordazado como todos los demás!

Adam y él permanecieron un segundo atónitos, sin reaccionar. Después, una risa sibilante, burlona, sonó tras de ellos. ¡Y la puerta de la cámara se cerró de golpe!

Ambos se volvieron en redondo, pero era tarde. La puerta estaba cerrada y ajustada. Resistió a sus embates. Estaban encerrados, prisioneros. Galo alzó su pistola, para disparar sobre la puerta una carga nuclear. Apretó el gatillo.

Pero nada sucedió. Lo mismo que en la Tierra, sus armas resultaban completamente inútiles. Otro intento de Adam, igualmente negativo, así lo confirmó.

Por el muro, a través de un altavoz invisible, llegó ahora de nuevo la misma risa siniestra que sonara tras de ellos al cerrarse la puerta. Y una voz conocida les avisó:

—Es inútil, amigos. Sus armas, dentro de esa cámara, resultan inútiles. Están sometidas también a la acción del Rayo Paralizador. Ahora ya saben la verdad, el misterio que no esperaban encontrarse aquí, ¿no es cierto? Igor Urko fue siempre un prisionero más... Y yo, ¡YO!, era quien le dictaba sus frases, quien le enseñaba a interpretar su papel para las pantallas de la Tierra... ¡YO SERE QUIEN DETENDRA EL MUNDO!

El que hablaba era el mismo que les cerró la puerta. El mismo que les metió en la ratonera, el mismo que ellos jamás relacionaron con aquel horror:

¡GROTH, EL ALCAIDE!