CAPÍTULO 6

LOS motores de toda la Tierra se pararon a la noche siguiente, cuando las flotillas de aeronaves, en inútil búsqueda del fugitivo de la Prisión-Satélite, regresaron a sus bases, en previsión de cualquier cataclismo.

Eran justamente veinticuatro las horas transcurridas desde que Igor Urko asomara su faz repulsiva y hosca en las pantallas televisoras.

Y los motores, las centrales atómicas, los sistemas de alumbrado, de aire artificial, de suspensión aérea sobre las ciudades terrestres, y mil otros medios de transporte y de vida, dejaron de funcionar de una forma precisa, automática.

Entraron en rápido funcionamiento equipos de emergencia, movidos por pilas no atómicas ni eléctricas, los condensadores de reserva de luz y de energía solar, para suplir la mortal deficiencia provocada por la paralización absoluta de toda energía sobre la Tierra.

Sin embargo, los televisores de gran distancia continuaron funcionando perfectamente, al menos en lo que a luz se refería, si bien no captaban imagen alguna.

Hasta que, cinco minutos después de la total paralización sobre la faz terrestre, en todas las pantallas, abiertas por el anhelante público de todas las ciudades del mundo, surgió la misma temida y esperada imagen.

De nuevo Igor Urko. Más fiero, más rebelde y brutal que nunca, como si le atenazase algo de lo que pronto se iba a liberar, desencadenando su odio feroz e incisivo sobre la humanidad entera.

—¡Ciudadanos del Mundo! —gritó Urko, a través de las pantallas receptoras, agitando su rostro demoníaco en primer término—. ¡Miradme bien, estúpidos, y daos cuenta de mi poder! ¡Del poder terrible que voy a desencadenar sobre todos vosotros, aniquilando vuestro caduco sistema de gobierno y de vida, si no os sometéis a mi voluntad, que es la más poderosa! ¡Exigid a vuestros jefes y dirigentes la rendición total, al grande, al poderoso Urko... o la maldición más espantosa de todos los tiempos caerá sobre vosotros! ¡Os habéis esforzado en vano por buscarnos, habéis revuelto el cielo entero sin dar con nosotros! ¡Y nosotros nos burlamos de todos vosotros, y ahora os revelo dónde me hallo, sin que os sea posible venir en mi busca, porque vuestros aparatos no funcionan, porque vuestras naves, vuestra fuerza vital, han desaparecido, bajo el Rayo Paralizador que yo manejo a mi antojo! ¡Sí, enteraos de una vez, necios y torpes! ¡Mientras me buscabais por doquier, revolviendo el cielo entero en busca mía, yo estaba oculto ahí, precisamente en la propia Tierra! Pero no tengáis esperanzas de dar conmigo, porque ahora ocupo el Satélite Científico K-13. ¡Todos sus ocupantes han muerto o están en mi poder! ¡Soy el amo del Satélite Científico, que es el más poderoso, y también el que está más estratégicamente situado para dominar desde él toda la faz terrestre!

Hizo una pausa, tragando saliva. Debió desviar un poco el tomavistas televisor, porque ahora la imagen captó a tres personas ligadas, prisioneras al fondo de la cámara donde Urko solamente ocupaba un tercio de la pantalla.

Todos pudieron ver allí a Lothar, al doctor Wakky, al profesor Czanor, ligados y amordazados, al fondo de la sala metálica, mirando a Urko con ojos dilatados por el terror y la inquietud. O acaso más allá de Urko, a las mismas pantallas, a la multitud que les contemplaba desde la Tierra, con una esperanza en sus ojos. La esperanza de ser libertados, y de que aquella pesadilla espantosa terminara de un modo u otro.

En su casa, Laila Wakky gritó, estremecida de angustia, al ver a su padre, reducido a la impotencia, con aquella patética expresión de dolor y de inutilidad, en poder del sádico monstruo.

Junto a ella, Galo Arrow, que la había visitado para tranquilizarla, después de la paralización total de motores y centrales de energía de todo el mundo, y también para evitarle pensar demasiado en su padre, cautivo de la fiera en libertad, la tomó por los hombros, la atrajo hacia sí, sin quitar la sombría mirada de la pantalla, y dijo:

—Por favor, Laila, no sufra. De todos modos, su padre estaba cautivo. Ahora, el único peligro estriba en la locura, en la vesania dominante y ególatra de ese criminal vengativo. Pero tenga fe. Todo se resolverá. Un hombre solo no puede vencer al mundo entero. ¡Ni siquiera Igor Urko nos vencerá, esté segura, Laila!

Enmudeció, porque tras la nueva pausa, Urko volvía a machacar en su ultimátum terrible, con acento colérico y violento, agitando su faz rabiosa ante la cámara:

—¡Ya veis a mis rehenes! ¡Hay otros, como los científicos que no se resistieron, a bordo de este satélite, o como el alcaide Groth! ¡Los demás han muerto... igual que moriréis todos, si no obligáis a vuestros jefes a rendirse! ¡Ya sólo os quedan veinte horas! ¡Mañana, de madrugada, antes de que amanezca de nuevo, la paralización total caerá sobre vosotros! ¡Yo detendré el mundo, y seré su amo total y absoluto! ¡Rendíos, es mejor! ¡Admitid que Igor Urko es vuestro supremo amo y señor, y nada os ocurrirá! ¡Pero resistid, aceptad la voluntad de vuestros tiranos de hoy, y será vuestra perdición, vuestra muerte, en una eterna noche de paralización y silencio! ¡Recordadlo! ¡Sólo contáis con veinte de las veinticuatro horas de que disponíais al paralizarse los motores y centrales de energía! ¡Veinte horas para vivir... o para morir, en el mundo que yo paralizaré!

Su risa larga, hueca y siniestra, resonó en todos los altavoces. Se borró la imagen del televisor, y volvió el silencio terrible, tan impresionante como los propios discursos estremecedores de Igor Urko, el monstruo humano en libertad, en cuyas manos se hallaba el máximo poder de todos los tiempos. El Rayo Paralizador, creado por el doctor Czanor.

Claro que esto podía ser un colosal engaño, puesto que no existía la confirmación directa de que tal arma existiese. Czanor, prisionero y amordazado, no pudo negar o confirmar que hubiera hallado el rayo capaz de paralizar a distancia la vida orgánica. Pero nada existía tampoco que lo negase a ciencia cierta... y la amenaza continuaba latente sobre ellos.

Por otro lado, ya la energía, los motores y centros industriales de la Tierra, estaban dominados, detenidos por el nuevo poder, que de beneficioso para la Tierra, en casos defensivos contra un enemigo, fuese de otro mundo o del propio planeta, se había tornado de pronto en la más pavorosa y tremenda amenaza de todos los siglos.

¿Porqué, pues, no podía Urko mover aquella nueva pieza de su dominio total sobre la Tierra?

Galo no le hubiera imaginado nunca inteligencia bastante para llevar a cabo aquel audaz y espantoso golpe, pero los hechos hablaban por si solos. Urko, además de brutal y peligroso, se había destacado ahora como un ser inteligente, sutil y capaz de todas las sorpresas. En manos de un hombre así, el Rayo Paralizador era la total ruina para la humanidad.

—¡Dios mío, Galo...! —insensiblemente, Laila Wakky se dejó rodear por los firmes brazos de Arrow, tras la tempestuosa escena vista en la pantalla—. Mi padre... mi pobre padre, en manos de ese monstruo. Morirá. Sé que morirá... y ahora no servirá de nada cuanto hice por él, cuanto hemos intentado...

—No, Laila, no desfallezca. Debe seguir adelante, debe luchar todavía más, tratar de concluir con la obra de su padre. ¿Quién sabe lo que aún puede ocurrir?

—¿Qué ha de ocurrir, sino que ese hombre triunfe? ¿Cómo van a hacer nada contra él? Usted mismo, Galo, que aniquiló a los atacantes de otros planetas, está aquí ahora, cruzado de brazos, a pesar de que las horas se echan encima, de que nuestro tiempo se reduce más y más... ¿Por qué?

Galo Arrow inclinó la cabeza, abatido. No respondió, pero ella lo hizo por él.

—¿Quiere que se lo diga, Galo? ¡Porque no puede hacer nada! ¡Porque sus aparatos atómicos están paralizados, porque no pueden mover un solo cohete, nave o vehículo del espacio, para buscar a ese hombre, en el Satélite K-13! Están atados de pies y manos, ligados a la Tierra, como pájaros sin alas... ¡a merced de Igor Urko y su amenaza!

—A pesar de todo, Laila... debe tener fe. Espere un milagro y siga adelante. No se sabe nunca cuáles pueden ser los designios de Dios. Tal vez en breve, Urko vuelva a caer en poder de la Justicia, y usted sea capaz entonces de luchar por la total libertad de su padre, prestando su propia prueba. Vamos, no se desanime...

—Sé que me alienta en vano, que usted mismo no cree en ello —suspiró Laila, mirándole fijamente al fondo de sus pupilas. Sonrió tristemente—. Pero lo haré. Seguiré adelante.

—Gracias a Dios. Es usted una chica maravillosa. ¿Hizo algo hasta ahora?

—Mucho. Todo ha resultado más fácil de lo que yo creía, con las notas de mi padre.

—¿Ha visto sus trabajos detenidos por la paralización total de la energía terrestre? Puedo traerle botellones de energía solar condensada, y...

—No, no. No lo necesito, Galo. Recuerde que trabajo con elementos no radioactivos y la paralización no ha afectado a mi laboratorio. El copratomium y sus derivados químicos no poseen energía radioactiva.

—Es cierto, lo había olvidado. Siga, pues, Laila.

—Y usted... ¿adónde va, Galo?

—Adonde puedo ser útil, a la menor señal de desfallecimiento por parte de Urko —sonrió Arrow—. Tengo que estar en la Base estas horas... aguardando a la madrugada. Confiando en Dios, en nosotros mismos, en la supervivencia del hombre y en el triunfo de la Justicia...

—Es usted admirable, Galo —musitó ella, con un brillo de leve esperanza en sus pupilas verdes y profundas—. Me da alientos, fe..., me hace confiar en algo, aunque no sepa en qué... Gracias por todo. Procuraré ser digna de su confianza. Hasta pronto... y que Dios le ayude...

Impulsivamente, se empinó sobre sus pies. El tiempo, las épocas pueden cambiar. Las civilizaciones transformarse, las generaciones superarse a sí mismas y llegar a lo más alto. Pero el amor, el contacto entre hombre y mujer, resulta una de esas sublimes y hermosas cosas perennes, eternas, inmutables como el mismo devenir de las cosas y los seres.

Así, Laila besó los labios de Galo como cualquier mujer del pasado lo hubiera hecho. Y Galo puso en su beso la cálida respuesta que cualquier enamorado de todas las épocas hubiese dado a la mujer que le atraía profunda, intensa y sinceramente...

—Volveré, Laila... —susurró Galo, estremecido, apartándose de ella, sin quitarle la mirada de encima—. ¡Volveré a luchar por nuestro mundo, por nuestro amor, por tu padre... por ti y por mí, querida!

—Sí, Galo —susurró ella, emocionada, temblorosa—. Lucha... ¡Lucha, y vuelve, amor mío...!

* * *

Las horas transcurrieron rápidas. Demasiado, tal vez, para la angustiada humanidad que aguardaba, que sufría, que temía lo peor.

Así, la mitad del resto de aquel trágico plazo se cumplió, sin que nada hubiera cambiado, a pesar de la pugna de todos por revolverse contra la extraña, terrible paralización.

Y con diez horas de vida por delante, el mundo se enfrentó cara a cara con su sombrío e inevitable destino final...