Capítulo 4
CLAIRE ESPERABA encontrar la casa vacía, fria y oscura; con telas de araña y polvo y humedad en las paredes. Pero no fue así. Ni siquiera estaba completamente vacía.
El suelo de madera de la preciosa entrada brillaba como recién barnizado, al igual que la curvada balaustrada oscura que subía hacia el piso de arriba. Y las paredes, no sólo las de la entrada, sino también las de la habitación que encontró a la derecha y que no pudo evitar curiosear, estaban recién pintadas. Las habían decorado con un sofisticado colorido que contrastaba de forma exquisita con los zócalos y alquitrabes blancos.
—¡Dios mío! —exclamó admirada.
Era un lugar muy acogedor y cálido. Se desabrochó los botones del abrigo; los vendedores habían debido dejar conectada la calefacción central.
Aquel lugar podía habitarse desde ese mismo momento, y parecía muy tranquilo.
Ni siquiera se habían llevado todos los muebles. Quedaban algunas exquisitas antigüedades en aquella habitación que parecían haber sido creadas especialmente para ese lugar.
Regresó a la entrada, aún perpleja. ¿Cuánto tiempo habría estado Harnage Place en el mercado inmobiliario? Jake había viajado mucho últimamente; entonces, ¿cómo se había enterado de que la vendían? Porque, si él hubiera estado en trámites de conseguir la casa durante algún tiempo, ella lo hubiera sabido. En los últimos dos años, Jake no había concluido ningún negocio sin haberlo consultado previamente con ella.
¿Habría comprado aquel lugar mientras se encontraba con la princesa? ¿Habría mantenido las negociaciones en secreto deliberadamente? ¿Le había pedido a Claire que estuviese allí aquel día para comunicarle el fin de su matrimonio y el porqué?
«No puedo soportarlo», pensó de repente, sintiendo que su estómago se contraía y empezaba a encontrarse mal. Pero sabía que tenía que afrontarlo. Cuando escuchó la llegada de un coche y el profundo silencio tras la parada del motor, Claire supo que no estaba preparada para oír lo que él tenía que decirle. Se colocó el abrigo por encima de los hombros mientras todo su cuerpo temblaba.
De alguna manera, la misma desesperación la ayudó a sobreponerse ante la adversidad. Escuchó el inconfundible sonido de la puerta del coche que se cerraba.
Luego, unos pasos firmes sobre las escaleras de piedra que conducían a la puerta de entrada.
«Todo va a estar bien», se repetía mentalmente una y otra vez. No tenía que preocuparse. No tendría problemas para encontrar otro trabajo, aunque no fuese tan estimulante como el actual. Estaba muy bien cualificada.
Pero, justo en el momento en que la puerta se abrió, comprendió que su trabajo no tenía nada que ver con su frustración.
Jake llevaba el elegante chaquetón negro que ella misma le había comprado el año anterior en Italia. El pelo oscuro, ligeramente ondulado y mojado a causa de la fina lluvia que caía en el exterior, enmarcaba los rasgos perfectos de su rostro. En ese momento, Claire supo que lo echaría de menos como si de una parte de su propio cuerpo se tratara; que, cuando lo perdiese, algo en su interior moriría.
Durante los interminables segundos mirándose en silencio, advirtió que, bajo la apariencia tranquila de Jake, su mente debía estar bullendo de excitación. Lo notaba en el brillo especial de sus ojos grises.
Aquellos ojos que la miraban con una intensidad que ella sentía como algo fisico, y que conseguían dejarla sin aliento y la hacían estremecer. Hipnotizada por aquella mirada profunda, se preguntó desde cuándo lo amaba, y por qué, hasta ese mismo instante de locura, no había sido capaz de admitirlo conscientemente. De repente, acababa de salir de la oscuridad en la que había estado sumida, y esa percepción la decepcionó.
¿Por qué tuvo que ser en ese momento? ¿Por qué entonces, cuando todo indicaba que él deseaba casarse con la mujer que amaba?
La necesidad de ocultar ese tormento interior hizo que su rostro adquiriese un aspecto pétreo.
—¿Te gusta? —le preguntó Jake.
Claire apartó los ojos de su mirada, cargada de entusiasmo.
—No he visto mas que una de las habitaciones; pero sí, parece que el lugar promete.
Si Jake advirtió el aire distante que ella proyectó en sus palabras, no hizo ningún comentario. Tal vez estaba demasiado entusiasmado con sus propias expectativas como para percatarse de lo que le sucedía a ella.
Jake cerró la puerta de entrada, se quitó el chaquetón y lo colgó de cualquier manera sobre la oscura balaustrada de madera, como si de ese modo tratase de añadir el toque personal a la casa.
—Bien—asintió él.
Claire deseó haber insistido en que la acompañase el agente de ventas. No quería estar a solas con Jake, al menos no en ese momento. Era demasiado doloroso.
—¿Piensas comprarla? —preguntó Claire indiferente.
Estaba levantando un muro entre ellos, era necesario. Pero odiaba hacerlo. Echaba de menos los días inocentes en los que lo trataba como a su mejor amigo. Jake escondió las manos en los bolsillos del pantalón mientras se balanceaba ligeramente sobre los pies.
—La he comprado. Firmé el contrato hace seis semanas. Los electricistas, fontaneros y decoradores se fueron hace unos días. Utilizaban la llave que el vendedor te llevó esta mañana—lanzó a Claire una mirada divertida—. ¿Sorprendida de lo que puede conseguir un cheque en blanco?
Seis semanas atrás habían volado desde Hong Kong. Para pasar un par de días, había dicho Jake, para tomar un respiro. Ella comió con unas viejas amigas y él, según dijo a Claire, se había relajado en el apartamento de Londres, sin hacer nada.
Sin embargo, realmente, había estado consultando abogados, firmando escrituras, contratando servicios, sin duda a los mejores en sus especialidades. Jake sólo se conformaba con lo mejor.
Desastroso. Que ella supiera, Jake jamás le había ocultado nada antes. El dolor era demasiado profundo como para poder soportarlo.
Su romance con Lorella Giancetti debía durar mucho más de lo que Claire había imaginado. Siempre había veces, al final de las estancias en cualquier país, que ella debía adelantarse a Jake al próximo lugar de trabajo, especialmente si planeaban quedarse en alguno de los apartamentos que poseían. Ella debía acondicionarlos y ponerlos en funcionamiento, así como preparar las diversas citas.
Debía ser en esos momentos cuando Jake aprovechaba para ver a su amante. La princesa, y los planes que tenía con ella, debían ser las razones por las que Jake mantuvo esa compra en secreto.
—¿Por qué? —preguntó Claire.
En realidad, no quería escuchar la respuesta. Jake retorció el gesto y se encogió de hombros.
—Para vivir en ella, por supuesto. Después de muchos años de vagar de un lado para otro, ya es hora de echar raíces. ¿Y dónde mejor que aquí? Cuando era niño me fascinaba este lugar. Montaba a caballo por esta zona y siempre llegaba hasta esta casa. Me atraía como un imán. A los catorce años, me hice la promesa de que algún día viviría aquí. Yo le dejé Litherton a Emma cuando se casó, como ya sabes, y no me arrepiento de ello. Así que, cuando empecé a plantearme asentarme en alguna parte, pensé inmediatamente en esta casa. Les hice una oferta a los dueños que no podían rechazar Jake consultó su reloj—. Ven, echaremos un vistazo.
Claire advirtió la energía que emanaba de él, podía sentir su entusiasmo que hacía vibrar su impresionante cuerpo. Mientras tanto, el nudo de su garganta se hacía, cada minuto, más dificil de soportar.
Ella tembló y respiró hondo. Un paseo por la casa era imposible. Tenía que marcharse. No podría sonreír, ni exclamar con ilusión cuando contemplase las habitaciones que él compartiría con su mujer. Los imaginaría juntos, comiendo, relajados, riendo, haciendo el amor...
Volvió a respirar profundamente y, por fin, lo soltó.
—Mejor, no. ¿No debería ser Lorella Giancetti la primera que lo viese? Tú has comprado esta casa para ella. Quieres casarte con ella, formar un hogar; no trates de negarlo.
Ya lo había hecho. Entonces, él tendría que dejar de fingir que no pasaba nada.
Tendría que decir la verdad. La espera parecía insoportable. Estaba exhausta tras el esfuerzo que había supuesto expulsar lo que lleyaba dentro.
—¿Por qué dices que ella tiene que ser la primera? —su mirada atónita dejó confusa a Claire. Ella cerró los ojos mientras le escuchaba incrédula—. Si tú eres capaz de imaginarte a la princesa viviendo en la Inglaterra profunda, tienes más imaginación de lo que jamás hubiera pensado. Ella es una mujer de ciudad.
Claire podía escuchar su voz cada vez más cerca. Abrió los ojos, sus ojos grandes e inmensamente azules. La voz de Jake sonaba cálida, y él entornó los ojos ligeramente. Parecía muy satisfecho de sí mismo.
—No tengo ninguna intención de casarme con la Giancetti. Estoy casado contigo,
¿recuerdas? No pienso hacer uso de la cláusula de renuncia, eres demasiado valiosa.
Un bien personal. ¿Podemos empezar?
¡Así de sencillo! Ella lo miró atónita. ¿Quiso decir exactamente lo que había dicho?
¿que no tenía intención de poner fin a su acuerdo porque ella era demasiado valiosa para él? Así que Jake no pensaba casarse con la voluptuosa princesa italiana. ¡Tendría que conformarse con ser la consentida e indulgente amante! Y ella, Claire, tendría que hacer la vista gorda y ser una buena esclava.
Esclava o compañera, ¿qué importaba? Tenía que terminar de todos modos, eso era lo único que sabía. No podía continuar como hasta entonces; no, amándolo como lo amaba... No con la Giancetti amenazante, siempre en la trastienda...
Claire ignoró la invitación de acompañarlo a visitar el resto de la casa y permaneció de pie.
—¿Podría pedirte que fueses más discreto en adelante, si es que no quieres que corran rumores sobre el posible final de nuestro matrimonio perfecto... —pronunció las últimas palabras con sorna en las páginas de todas las revistas del país? Estoy segura de que no ha sido la única vez que has salido con esa mujer, ni será la última.
Pero trata de que el romance no salga a la luz en el futuro.
Mientras pronunciaba esas palabras, Claire sintió que se le revolvía el estómago.
Pero pronto la pálida piel de su rostro se sonrojó cuando escuchó a Jake, muy cerca de ella:
—Creo que estás celosa.
—¡No seas absurdo!
La negativa escapó de su boca instintivamente. Y se dispuso a reforzar sus palabras añadiendo con mucha calma:
—Los dos sabíamos que era posible que algo así ocurriera, tarde o temprano. ¿Por qué, si no, estuvimos de acuerdo en que existiese una cláusula especial en un caso como éste? Si has tenido otras aventuras, nadie lo sabe, y yo menos. Eres muy escurridizo en ese tema, o muy serio.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada, con la espalda erguida.
Probablemente se dirigía hacia la zona de la cocina. No lo sabía ni le importaba. Si Jake trataba de establecerse en aquel lugar, tendría que contratar servicio. Un lugar como ése no podía abandonarse a su propia suerte, como hacía con los apartamentos que había adquirido por todo el globo. Y ella no estaría junto a él para hacer los honores.
De alguna manera, Claire tendría que convencer a Jake para que aceptase poner fin a su relación, que se había hecho insostenible.
Pero él era un hombre de honor; siempre cumplía su palabra y esperaba que los demás hiciesen lo mismo. Recordaba haber comprobado su ira cuando uno de sus socios le jugó una mala pasada. Jake le castigó justa y bastante duramente.
Si ella se marchaba y lo dejaba, para provocar así la anulación del matrimonio, él se aseguraría de que Claire no volviese a encontrar trabajo. Al menos, no en el campo para el que ella estaba cualificada. Jake era un gran amigo, pero un temible enemigo.
—Vas en la dirección equivocada.
El contacto de las manos de Jake sobre sus hombros la estremeció. Colocó a Claire frente a él. Ella lo estaba mirando y se sintió muy frágil, como si fuese a saltar en mil pedazos de un momento a otro, porque él estaba junto a ella, tocándola, y el contacto físico era tabú entre ambos. Al menos, lo había sido en el pasado, pues parecía que Jake se inclinaba, en ese momento, por cambiar la situación; lo cual, era una traición, dadas las circunstancias.
Los labios de Claire temblaron cuando, de la mirada de Jake, desapareció el aire burlón. La miraba dulcemente, y su voz sonó más suave que nunca, como si entendiera lo que le ocurría, como si quisiera calmar su dolor.
Pero no podía, pensó Claire furiosa. No podía saber lo que sentía por él, ella misma acababa de reconocerlo.
—Relájate, Claire—murmuró mientras entornaba los ojos grises recubiertos de largas pestañas, negras como el azabache—. ¿Por qué estás tan tensa? Dime qué te preocupa.
La sujetó con más fuerza entonces, las puntas de sus dedos enviaban ráfagas de excitación a las partes más secretas del cuerpo de Claire.
Ella jadeó, tratando desesperadamente de ignorar aquella dulce e incesante sensación. Se humedeció los labios con la lengua. Aquella era su oportunidad, tal vez, la mejor que se le iba a presentar.
—Debo advertirte..., todos los planes que estás haciendo para el futuro... esta casa.
Sabía que sus palabras no tenían sentido, a pesar de que trataba de que no fuese así. Jake pensaría probablemente que era una estúpida. Pero no podía hacer nada para evitarlo. Volvió a tomar aliento y advirtió entonces los veloces latidos de su corazón.
—No le queda ni un día, Jake. Me refiero a nuestro acuerdo. Yo... Ha funcionado bien mientras nos convenía a ambos. Pero ya no—añadió con mucha menos convicción de la que hubiera deseado.
La sensación de silencio total, la fría, vacía ausencia de sonidos, fue horrible. Y fue peor el dolor inmenso que sintió en el alma cuando Jake la soltó despacio, y el tono de su voz se endureció.
—¿Por qué? Yo estoy bien así. ¿Qué ha pasado para que quieras dejarme?
¿Qué podía ella decir? ¿Que lo amaba? ¿Que no podía seguir viviendo con él siendo su esposa... sin serlo? ¿Que el acuerdo que a él le convenía, se había convertido en una pesadilla para ella? Porque lo amaba, y la pesadilla se intensificaría cada momento que pasasen juntos.
—Estoy aburrida; necesito cambiar.
Se encogió de hombros tratando de parecer despreocupada, pero no supo si lo había conseguido o no; no sabía nada. ¿Como podía sentirse tranquila?
Claire esperaba incredulidad, burla, una demostración de orgullo herido. Después de todo, ¿cómo podía cometer la temeridad de estar aburrida junto a ese hombre? Lo que no esperaba era la mirada despreocupada de los ojos de Jake, el modo en que dijo:
—¿Eso es todo? —como si lo que ella había declarado le resultase irrelevante—.
Creo que yo puedo remediar tu aburrimiento. Y si son nuevos retos lo que deseas, pensaré en algo.
Colocó la mano sobre la espalda de Claire, tratando de que se pusiera en movimiento, pero ella se resistió tozuda.
Lo último que deseaba era un nuevo reto.
Tal vez Jake estuviera bromeando. Ella no tenía el coraje suficiente para mirarlo a la cara y averiguarlo. Pero sabía que él no la estaba tomando en serio. Así que decidió no darse por vencida tan pronto.
—Lo que quiero decir Jake, es que necesito irme. Nada permanece inalterable para siempre.
Arriesgó una mirada y observó que él la estaba juzgando. Conocía muy bien ese modo de mirar. Utilizaba su mente como si se tratase de una computadora, examinando toda la información procesada, calculando, tratando de encontrar un camino que condujese a la verdad.
El no deseaba perder los impagables servicios que Claire le prestaba; el hecho de tener que plantearse la posibilidad de contratar ayuda de nuevo, le pondría de mal humor. Pero, ¿pensaría que ella podría soportar dejar las cosas como estaban, actuando como su secretaria, paño de lágrimas y niñera, ama de casa e incluso cocinera, cuando se quedaban en alguno de los apartamentos?
Ella jamás le había hecho creer que pensaba permanecer con él para siempre. Jake era plenamente consciente de que ella había consentido la propuesta de matrimonio a causa de Liz. El médico que trataba a su madre le había advertido que le quedaba poco tiempo de vida, pero que, tal vez, con mimos y cuidados, libre de preocupaciones, el siguiente y probablemente último ataque al corazón, podría retardarse.
Por lo tanto, ella jamás le había dicho que sería para siempre.
—¿Estás segura? De repente, me dices que necesitas marcharte y pones como excusa que te aburres—Jake torció la boca en lo que pareció una parodia de sonrisa
—. Perdóname si te digo que mientes, cariño. ¿Quieres que lo comprobemos?
El tono irónico de su voz la dejó en blanco; no sabia qué responder. Por supuesto que estaba mintiendo. No se había aburrido ni un sólo instante durante los pasados dos años. No sabía cómo Jake pretendía echar por tierra sus argumentos, tampoco le iba a preguntar, ni se iba a quedar allí para averiguarlo.
—Tengo que irme.
Consultó su reloj de pulsera y se abotonó el abrigo apresuradamente tratando de dar credibilidad a sus palabras. Al menos, eso esperaba.
—¿A dónde?
Estaba preparada para la pregunta, pero le sorprendió la absoluta tranquilidad e intensidad de sus ojos grises.
—Vuelvo a Litherton —-respondió intentando no vacilar demasiado—. Emma estará preocupada.
No lo estaría; por supuesto que no. Y Jake lo sabía y contestó con sorna.
—¿Vas a seguir diciendo mentiras? Emma sabe perfectamente dónde estás y con quién, como tú sabes muy bien—agarró a Claire del brazo con firmeza—. No seas mala. Estamos perdiendo el tiempo. Hay algo que quiero que veas. Trata de complacerme, por favor.
El contacto con su piel, la cercanía de su cuerpo mientras caminaban por la casa echó por tierra la decisión que había tomado. La relación entre ambos sufrió un cambio irreversible desde el momento en que Jake regresó de Roma y Claire le puso aquel periódico delante de sus narices. Nunca antes se había enfadado con ella, ni se había burlado, ni la había forzado. La suya era una relación entre iguales, cómoda y agradable, basada en la amistad y el respeto mutuo.
Pero ella sentía que ya no eran iguales; ella era dominada. No iba a permitir que Jake Winter se comportase de mala manera y no tuviese en cuenta sus deseos. Pero no iba a presentar batalla frente a él, porque sabia que sería vencida. Además, pensó mientras trataba de humedecer su reseca garganta, nada iba a cambiar por tratar de complacerlo, como él deseaba. El tiempo que les quedaba de estar juntos tenía las horas contadas; cada segundo les acercaba más al fin, le gustase a Jake o no.
Iba sin aliento, a punto de echarse a llorar mientras él la llevaba de la mano a través de la biblioteca. Los vacíos estantes de caoba, protegidos por elegantes puertas de cristal, parecían no acabar nunca. Las grandes zancadas de Jake no se detuvieron hasta llegar ante una puerta panelada al fondo. Allí se detuvo, con una mano agarró el picaporte de porcelana y, con la otra, buscó la mano de Claire. Oleadas de sensaciones atravesaron su cuerpo mientras se aferraba convulsivamente a la mano de Jake, incapaz de resistirse. El fuego de su piel contra la de él era una droga tan potente que podría convertirse fácilmente en una adicción.
Se esforzó en intentar volver a la realidad y separarse de él. No debía traicionarse a sí misma, deseaba ser suya, sentía la desesperada necesidad de estar con él para siempre, pero amando y siendo amada.
El se adelantó a Claire y abortó su incipiente intención de soltarlo de la mano. La voz de Jake sonó profunda y dulce, con un tinte triunfalista ante su nuevo desafio.
—Dime que esto te aburre y te diré que mientes. Por tercera vez en menos de una hora.
Y abrió la puerta que conducía al paraíso.