Capítulo 10
LA LÁMPARA estaba encendida, añadiendo con su brillo vacilante, calidez a la habitación. Jake se volvió para mirarla, con una mirada indescriptible y, lentamente, levantó los largos brazos para alcanzar el rostro de Claire. Y ella permaneció allí, inmóvil, como si estuviese viviendo un sueño, incapaz de moverse, sin poder hablar, tan sólo amándolo, deseándolo...
Jake entornó sus gruesas y oscuras pestañas que ocultaron así la expresión de sus ojos. Su mirada reposó sobre la boca de Claire. Ella, abrió ios labios levemente, jadeando mientras su cuerpo, ardiente y tembloroso, se balanceaba y ardía en una fiebre que le quemaba por dentro; Jake iba a besarla y eso no debía ocurrir.
Y no ocurrió.
—Es hora de que hablemos, cariño —dijo él.
Su voz sonaba tan dulce que a Claire le resultó un sufrimiento amargo reconocer que el momento había llegado. El horrible, inevitable y temido momento. No el de la verdad, sino el de las mentiras. Y, una vez que se lo dijese todo, no habría posibilidad de dar marcha atrás, nunca.
Claire no podía permitir que las cosas siguiesen como hasta entonces. Esa opción quedó definitivamente cerrada desde el momento en que se enamoró de él. Tenía dos posibilidades, una impensable, la otra deplorable. Había que elegir. Y ella ya había hecho su elección.
Suspiró profunda y largamente. Las manos de Jake le rodearon la cintura, sujetándola con una ternura que provocó que Claire sintiese deseos de llorar. Tomó aire para evitar el sollozo y Jake la agarró con más fuerza aún, como si supiese lo que estaba ocurriendo. Su voz sonó susurrante junto a su oído:
—No hay un problema tan grande que no pueda resolverse. No tienes que decir nada, cariño. Tan sólo relájate y déjame hacer a mí.
Una de las manos de Jake acarició la línea de la espalda de Claire. Ella se estremeció convulsivamente, luchando contra el fatal deseo de estrecharse contra él y permitir que el destino y su amor por él demostrasen sus verdaderos sentimientos.
Le dejó hacer. Porque ella sería capaz de entregarse a él, ser suya para toda la eternidad; pero se volvería loca, porque la necesidad más profunda de todo ser humano quedaría insatisfecha, la de ser amado. Porque Jake no la quería.
Entonces, el sollozo se hizo dolorosamente intenso. Desesperada, intentó rebelarse contra sus propios sentimientos que la traicionaban y trató de liberarse de la dulce prisión de los brazos de Jake. Pero él fue más rápido y la agarró, como si se tratase de una niña, y la colocó encima de sus rodillas, después de sentarse él en uno de los sillones.
Claire se permitió, sólo por un momento, al menos eso pensaba, reposar la cabeza en el regazo de Jake. Sólo para tratar de recobrar la calma y recuperar la compostura, se aseguró. Sólo un minuto más y estaría en condiciones de preguntarle qué creía que estaba haciendo. «Suéltame, canalla», se decía a sí misma, mientras se agitaba histérica.
Jake se percató de la tensión que estaba soportando y trató de reconfortarla.
—No tienes que estar tan tensa, créeme. Has estado viéndote con otro hombre.
No, por favor, no trates de negarlo, cariño—la miraba con dulzura mientras ella permanecía rígida contra su regazo—. Has dejado demasiadas pistas, lo cual es un consuelo, supongo, porque si hubieras tenido otros amantes, ya habrías aprendido a no dejar evidencias por todas partes. Y ha habido muchas, te lo aseguro. Justo desde que volví de Roma y te encontré hablando animadamente con alguien por teléfono.
Dijiste que habías estado hablando con Liz. Pero la culpabilidad en tu rostro me demostraba que estabas mintiendo. Luego, tu deseo de terminar con nuestra maravillosa relación de trabajo por una excusa falsa. Tú no te encuentras ni cansada ni aburrida. Sí, cariño, han sido muchas las pruebas. No voy ahora a enumerarlas todas.
Claire llenó los pulmones que había mantenido sin aire, inconscientemente, mientras Jake hablaba. Podía escuchar el ritmo acompasado del corazón de Jake. Sin embargo, el suyo, latía frenético y sin control. El no demostraba estar irritado ni, por supuesto, celoso. Aquello le demostraba, una vez más, lo que ella ya sabía. Jake no estaba emocionalmente involucrado en nada que tuviese que ver con ella.
Lo único que le gustaba de ella era su habilidad para organizar su agitada vida a su completa satisfacción. Algo, como él mismo se encargaba de recordarle de vez en cuando, que no era capaz de hacer ningún otro empleado.
—No voy a decir que me agrada la situación—le dijo a Claire—. Pero lo comprendo, y no debes sentirte culpable, porque la culpa es más mía que tuya.
Claire se mordió el labio inferior, nerviosa. Deseaba haberse equivocado y que Jake se hubiese sentido herido ante su supuesta aventura sentimental. Pero no era así, y tenía que afrontarlo.
Claire gimió imperceptiblemente sobre el suave tejido de la camisa de Jake, que desprendía el calor de su cuerpo. Ella cerró los ojos. No tenía nada que hacer, ni nada que decir. Tan sólo, confirmar sus sospechas.
Todo había resultado demasiado fácil hasta entonces. Claire había imaginado para el acto final una escena horrible; Jake enfurecido, frío y cortante, le ordenaría mantenerse alejada de su amante mientras estuviesen legalmente casados. Le habría recordado que los periodistas airearían su infidelidad en la prensa y que él quedaría como un hazmereír delante de todo el mundo.
Pero parecía que eso no le preocupaba, o, tal vez, pensaba que ya era demasiado mayorcito como para que le perturbasen esas cosas. Fuese lo que fuese, era dificil pensar claramente cuando una de las manos de Jake le acariciaba el pelo, dulcemente, reconfortándola, como si intentase conseguir que sus problemas desapareciesen...
—Lo dejaste claro desde el principio—siguió diciendo Jake—. Cuando yo te sugerí nuestro futuro acuerdo, me aseguraste que el compromiso de matrimonio no tenía sentido. Pero los dos teníamos nuestras razones para llevarlo a cabo, aunque muy distintas. No lo pensé como debía—le confesó, algo tenso mientras la abrazaba con más fuerza—. Tú tienes los mismos deseos y necesidades fisicas que cualquier persona, y eres demasiado hermosa como para tener problemas para encontrar un hombre. Tal y como estaban las cosas entre nosotros, tenía que ocurrir tarde o temprano...
—¡Ah! ¿sí?
Claire se incorporó furiosa buscando la fuerza necesaria para liberarse de la potencia indómita de los brazos de Jake. Se estaba limitando a una cuestión de biología, hablando como si ella fuese una hembra en celo. ¡La había insultado!
—También tenía que ocurrir lo tuyo con la princesa italiana? —exclamó Claire enrojecida de ira—. ¿Con ella y con cuántas más9 ¿O es que ya has perdido la cuenta?
Los ojos grises de Jake brillaron con la satisfacción del culpable, y ella quiso abofetearlo por lo que esa mirada implicaba. ¿Estaba pensando en el voluptuoso cuerpo latino de la italiana o se regodeaba pensando ya en las futuras amantes por llegar? ¿o por todas las otras que habían pasado por su vida?
—La Giancetti. Me preguntaba cuándo iba a salir en la conversación.
La expresión de Jake se suavizó y desplegó todo su encanto. Claire lo miró enfurecida. Lo odiaba. Lo odiaba por haber hecho que ella lo amase. E intentaba con todas sus fuerzas liberarse de entre sus brazos, retorciéndose enojada mientras los brazos de Jake se aferraban aún más a sus caderas.
Deja de contonearte mujer, o no soy responsable de mis actos. Aún tenemos cosas de qué hablar. Estoy tratando de mantener la calma, pero no respondo de mí mismo si...
¿Estaba sugiriendo que ella era la responsable de esa.., esa inesperada escenita?
Claire explotó, roja de ira, sin guardar la compostura ni las formas, dejando paso a la furia y al dolor, y a la desesperada necesidad de defenderse.
—¡Pues habla! —exclamó contra su cuello, incapaz de moverse entre los brazos de quien la mantenía prisionera . Pero suéltame. No tengo por qué estar encima de ti.
Puedo sentarme al otro lado de la habitación y oírte. ¡No estoy sorda, ya lo sabes!
Pero parecía que él sí. Ignoró sus demandas e incluso la tomó aún con más fuerza y, con voz airada, declaró:
—Necesitas una relación completa y amorosa. Yo lo entiendo, y me culpo a mí mismo por no haberme dado cuenta antes. Yo te lo ofrecí, ¿recuerdas? —apretada contra su pecho, Claire podía notar su voz disgustada—. Pero no con la delicadeza que tú, obviamente, esperabas y te mereces. Así que te pido que me dejes intentarlo de nuevo..., por los viejos tiempos.
Su voz se suavizó de un modo alarmante; dulce y suave como la miel. Luego, siguió hablando.
—Prometo hacerte olvidar a ese hombre, sea quien sea.
Así de fácil. Como si ella tuviese un grano y no le importase quién se lo iba a rascar. La furia que embargaba a Claire estaba a punto de explotar. Nunca escuchaba de la boca de Jake las palabras que necesitaba oír. Nunca una palabra de amor.
Pero, ¿qué podía esperar? El quería que ella permaneciese fiel al acuerdo que habían establecido, eso era todo. Y si sus sentimientos le estaban jugando una mala pasada, bien, era su problema. Aunque parecía que Jake se estaba molestando mucho en consolarla y aplacar sus nervios, Claire jamás se había sentido tan ofendida y degradada en toda su vida.
La tensión que le bullía por dentro derivó en un ataque de furia y comenzó a golpearle el pecho con los puños, esta vez utilizó toda la fuerza que fue capaz de reunir para escapar de sus garras. Y Jake la dejó ir, pero inmediatamente, la volvió a atrapar por las caderas, colocándola de nuevo en su regazo. Claire estaba enfurecida.
—¿Quién diablos te crees que soy yo?
Claire soltó aquellas palabras frente a su cara, como si se tratase de un insulto, deseando abofetearlo por esa débil y dulce sonrisa.
—Una mujer guapa, inteligente y muy deseable.
Jake fijó la mirada en ella. Su rostro masculino, dorado por el efecto de la luz de la lámpara, que suavizaba sus facciones y reflejaba el fuego vacilante de la chimenea.
Todo el amor que sentía por él volvió a aflorar, no pudo evitarlo. Y, cuando las manos de Jake acariciaron suavemente sus caderas, Claire rompió a llorar; porque era más de lo que podía soportar.
El pareció muy afectado.
—No llores. No quiero verte llorar nunca.
La apretó contra su cuerpo, sin dejar de acariciarle la espalda. Su voz sonaba dulce, tan dulce.
—Déjamelo a mí. Todo irá mejor ahora, te lo prometo—murmuraba.
Como si fuese una niña con un problema sin importancia que podía ser resuelto con el mero sentido común de un adulto.
Pero ella no era una niña, era una mujer. Y, como mujer, lloraba desesperadamente por el hombre al que amaba. Lejos de reconfortarla, las caricias en su espalda la estaban volviendo loca. Claire se aferró alrededor de los hombros de Jake mientras, abatida por las lágrimas, su rostro lloroso buscaba el cobijo de su piel desnuda, sobre su pecho.
—¿Te encuentras mejor, cariño? —susurró él.
Y tomó las manos de Claire entre las suyas y la incorporó de nuevo.
Ella estaba demasiado indefensa, y dócil, como para hacer el esfuerzo de escapar de su regazo. Se enjugó las últimas lágrimas y pudo ver entonces el gris de los ojos de Jake, y su pecho que respiraba casi violentamente.
—Toma... tal vez necesites un poco de esto. Yo lo necesito.
Su voz sonaba afectada mientras alcanzaba la botella de vino. Llenó las dos copas que esperaban sobre la mesa junto al sillón. Le ofreció una a Claire que, con dedos temblorosos, la agarró y bebió parte de su contenido como si estuviese muerta de sed.
Amablemente, Jake volvió a colocar la copa sobre la mesa, junto a la suya que no había tocado. El vino y la necesidad de él se le subieron a la cabeza a Claire casi inmediatamente.
—Pensé..., pensé que habías dicho que necesitabas beber—dijo tartamudeando.
—No de ese recipiente—susurró él, mientras se inclinaba hacia ella, muy cerca de su boca—. Prefiero éste.
Jake lamió los labios mojados en vino de Claire.
—Así es como quiero emborracharme.
Las palabras sonaron profundas y seductoras. Aquel baño sensual en su boca provocó una explosión de sensaciones dentro de ella que fueron más allá de lo que hubiera deseado. Ante la respuesta profunda y ardiente de Claire, Jake comenzó un recorrido lento y maravilloso por su cuerpo, acariciando las caderas, y luego los hombros y volviendo de nuevo a bajar, tiernamente.
Las lentas y seductoras caricias encendieron su cuerpo en un fuego abrasador, poniendo fin al poder de su voluntad, impidiendo el funcionamiento de su mente.
Los brazos de Claire lo rodearon por los hombros, aferrándose a él. La boca de Jake se abrió en un beso que fue inmensamente intenso, que enloqueció a Claire. Y se fundió en su cuerpo irremediablemente mientras las incansables manos de Jake buscaban el borde de su suéter, mientras acariciaba con urgencia su suave y cálida piel de seda, haciéndola estremecer y provocando respuestas sexuales donde quiera que la acariciase, hasta que se perdió en un éxtasis que lo incitaba a seguir más y más.
Cuando Jake levantó la cabeza, los labios de Claire estaban húmedos y enrojecidos, estaba poseída por él. Lanzó un gemido de protesta inaudible que se transformó en un gemido de intenso placer cuando las manos de Jake dibujaron la curva de sus pechos con sus dedos, acariciando una y otra vez los encendidos pezones.
—Cariño, tú me perteneces. No dejaré que te vayas.
Los ojos de Jake lanzaban una mirada profunda, brillante y posesiva que la estimulaba y la esclavizaba. Deseaba ser suya, sólo suya; en cualquier circunstancia.
Para siempre. Temblorosa, Claire tomó el rostro amado de Jake entre sus manos.
Esperaba que él le dijese que no podía vivir sin ella, que la amaba, que no la dejaría nunca marchar... Acariciaba con los dedos los labios de Jake, con todo el amor que era capaz de sentir reflejado en su mirada.
Jake cerró los ojos brevemente y tragó saliva. De repente, bajó las manos hacia la cintura de Claire con los puños cerrados. Desconcertada, sintió que un leve estremecimiento recorrió el cuerpo de Jake y ella también dejó de acariciarlo. Él abrió los ojos, y tal vez fue un efecto de la luz trémula, pero Claire pensó que estaba preocupado; aunque supo que se trataba otra vez de su enfebrecida imaginación cuando él susurró:
—Podríamos conseguir que nuestro matrimonio funcionase. Lo que nos está pasando es una prueba de ello—su voz sonaba de nuevo dura—. Deja a tu amante o lo haré yo mismo. No me cuentes nada de él, no quiero saberlo..., a no ser que te dé problemas. En ese caso, haré que desee no haber nacido nunca.
Sus labios estaban tensos. Bruscamente, Jake tomó a Claire de la cintura y la levantó, y se levantó él también. Parecía de pronto mucho más alto que ella. Incluso a través del velo de lágrimas que aún cegaba sus ojos, Claire pudo apreciar el esfuerzo que Jake estaba haciendo por recobrar la compostura y su estado natural. Pero ella estaba tan angustiada que no era capaz de decir ni hacer nada.
—En este momento—dijo Jake suavemente—, te deseo desesperadamente. Pero los dos sabemos que tenemos que esperar hasta que hayas hecho lo que debes hacer.
Escríbele una carta. No puedes disimular cuánto me deseas. Yo haré que no te arrepientas de tu decisión, te lo prometo. De momento, voy a preparar la cena.
Mañana arreglaremos las cosas.
Jake se dirigió hacia la cocina como si nada hubiese ocurrido, como si ella no hubiese estado a la entrada del cielo y, de repente, le hubiesen cerrado las puertas del paraíso en sus propias narices.
Temblorosa, rellenó la copa de vino y tomó un sorbo despacio, observando el fuego. Estaba demasiado falta de energía como para sobreponerse a la inercia y cruzar la habitación para hacer algo.
Así que nada había cambiado. El aún creía que ella estaba necesitada de sexo, que necesitaba un hombre. Cualquier hombre. Y se había ofrecido como una posibilidad, para mantenerla contenta y conseguir que se quedase con él.
—Me perteneces—le había dicho—. No te dejaré marchar.
En lo que a él concernía, poseerla no era más que retenerla gracias a un pedazo de papel. Ella le era necesaria y no pensaba dejarla marchar, sin importarle lo que tuviese que hacer para conseguirlo. Incluso haría la vista gorda a su posible amante, con tal de que ella lo despachara amablemente. Y ella, pobre estúpida, le había seguido el juego mientras representaba la escena de la seducción; hasta que él lo consideró necesario. Claire no había puesto reparos, esperando unas palabras de amor que Jake nunca pronunció.
El no la amaba y nunca lo haría, y eso le hacía odiarlo casi tanto como se odiaba a sí misma por ser tan estúpida.
El olor de la carne asada le hizo sentir náuseas. Se detuvo en el umbral de la puerta de la cocina, antes de decirle secamente:
—No tengo hambre. Me voy a la cama. Te veré mañana.
No durmió. No pudo. Y tampoco le oyó dirigirse hacia su propio dormitorio.
Su mente estaba en blanco, no podía pensar en nada. Silo hubiese hecho, si se hubiese permitido pensar, sentir, se habría hundido en la miseria, recordando, tal vez, el instante en el que creyó, con toda su alma, que él iba a confesarle su amor. O
hubiese evocado la injusticia que Jake cometía con ella, una y otra vez, insistiendo en que todo lo que ella necesitaba para tranquilizarse, era un hombre en su cama. Y si se permitiese pensar en esos insultos, se encontraría de pronto empuñando un cuchillo tratando de clavárselo en las costillas mientras él dormía.
Así que no pensó en nada en absoluto. Hizo las maletas concienzudamente y se sentó en el borde de la cama, cobijada bajo el edredón, y esperó, mirando la ventana, la llegada del amanecer, que se reflejó en su pálido rostro.
Moviéndose lentamente, como una anciana, se lavó los dientes, se atusó el pelo, se echó el anorak a los hombros y bajó la maleta hasta la entrada de la casa.
Pudo oler el café recién hecho, pero Jake no estaba por ninguna parte. El sonido de la leña la llevó al exterior de la casa. Si el aire de la mañana era frío, no lo advirtió.
Jake estaba junto a la pila de leña, golpeando el hacha violentamente sobre los troncos de madera, haciéndolos de tamaño más manejable. Y la misma violencia reflejaban las facciones de su rostro cuando la miró, al reparar en su presencia.
Luego, se incorporó y permaneció de pie mirándola, respirando aceleradamente, pero su mirada se tomó amable.
—No te quedes ahí pillando frío, cariño. He hecho café. Prepárate una taza. Me reuniré contigo en cuanto termine con esto.
Como si no pasase nada y todo fuese normal; absolutamente normal.
—Me voy.
Claro que lo vería, para decirle adiós.
Su voz sonó profunda. Tenía la garganta seca. Sentía una especie de fiebre que le hacía temblar. Claire cruzó su mirada con la de Jake. Sus ojos la escrutaban y ella reparó, de pronto, en sus blancas manos cuando observó que agarraba con fuerza el hacha. Se propuso continuar hasta el final. No podía detenerse entonces. Tenía que irse y conseguir que él la creyera. Si se quedaba, su amor la destruiría al final.
—Estás equivocado a cerca de él—dijo con forzada tranquilidad, sintiendo que el viento helado atravesaba sus ropas—. Quiero ser libre para casarme con él. Lo amo desesperadamente. Quiero la libertad, sin recriminaciones. Eso es lo que acordamos en nuestro contrato para este caso, ¿recuerdas?
Por un momento pensó que se acercaría a ella. Luego, él logro controlarse, con esa capacidad innata que poseía. Permaneció de pie, mirándola con dureza. Sin decir nada. ¿Porque no podía? ¿Qué iba a decir en una situación como esa?
—¿Podría usar tu teléfono móvil para llamar a un taxi? —perseveró ella.
No quiso preguntarle nada. Jake le había dado de todo excepto lo único que necesitaba.
—No puede ser—sus palabras parecieron escapar de su boca sin pretenderlo—.
Después de lo que pasó anoche mismo, el modo en que me respondiste...
El hacha resbaló de entre sus manos y ella miró hacia otro lado, con el corazón latiendo a gran velocidad.
Eso lo decía todo, claro que sí. se dijo ella amargamente. El modo en que le respondió, como si él supiese qué botones tenía que accionar para conseguir una respuesta de ese tipo, para conseguir que ella hiciese lo que él esperaba, que fuese lo que él deseaba que fuera.
—Ah, ¿eso? —dijo despreciativa, encogiéndose de hombros—. Créeme, no estoy orgullosa de mi comportamiento. Yo... ¡Le he echado tanto de menos!
Su voz entrecortada la ayudaba en su favor; él no podía imaginar cómo odiaba las mentiras que le estaba diciendo.
Nos queremos y no nos lo has puesto fácil para estar juntos —siguió diciendo.
Rechazó mirarlo, ni siquiera cuando escuchó su respiración entrecortada. Si lo hacía, corría el peligro de no ser capaz de evitar echarse a sus brazos, llorando desconsoladamente, diciéndole que nada de eso era cierto, que lo amaba a él, sólo a él y que se quedaría para siempre si él intentase quererla sólo un poco.
Entró en la casa, muy erguida. Jake nunca sabría lo que esa separación suponía para ella.