10. LA INFLUENCIA DE LA CULTURA
A mediados de los años sesenta, el joven Paul Ekman visitó a Margaret Mead, una de las más insignes antropólogas del siglo pasado, para exponerle el proyecto de investigación que estaba a punto de emprender. El proyecto en cuestión se proponía investigar las expresiones faciales de una remota tribu de Nueva Guinea que aún no se había visto contaminada por el contacto masivo con extranjeros y, mucho menos todavía, por la influencia de los modernos medios de comunicación. Ekman llevaría consigo fotografías de occidentales exhibiendo una serie de emociones básicas -como el miedo, el disgusto, la ira, la tristeza, la sorpresa y la felicidad con la intención de comprobar el grado de reconocimiento que mostraban los miembros de la tribu.
Mead creía que, al igual que ocurre con las costumbres y los valores, las expresiones faciales presentan una gran variabilidad intercultural y no mostró gran interés en el proyecto. Pero, como posteriormente confesó en su autobiografía, esa indiferencia se derivaba de su agenda social implícita ya que, como muchos científicos sociales de su tiempo, consideraba que todas las modalidades de racismo -desde el colonialista hasta el fascista esgrimían las diferencias que existen entre los pueblos como una "demostración" de su supuesta inferioridad biológica. Mead y otros, por su parte, sostenían la idea de flexibilidad de la naturaleza humana y consideraban que esas diferencias no son tanto genéticas como ambientales y que, en consecuencia, pueden verse mejoradas.
Pero, como bien ha señalado el Dalai Lama en Ética para un nuevo milenio, más allá de nuestras diferencias culturales, todos los seres humanos compartimos la misma condición -el mismo equipamiento biológico, lo que nos convierte en hermanos. De hecho, la investigación realizada por Ekman puso de manifiesto nuestra herencia común, puesto que los miembros de la tribu de Nueva Guinea se mostraron perfectamente capaces de reconocer las emociones expresadas por hombres y mujeres de una cultura y de una sociedad completamente ajena a la suya.
Al poner de relieve la universalidad de la expresión de las emociones y, en consecuencia, la existencia de un legado biológico común a toda la humanidad, Ekman se inscribió de pleno en el mismo linaje científico de Darwin, cuya obra comenzó entonces a leer detenidamente. Como dice Ekman en su reciente comentario a La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, de Darwin: "La experiencia social condiciona nuestras actitudes hacia la emoción, articula las reglas de los sentimientos y de su expresión y prescribe y ajusta las respuestas concretas que más probablemente aparezcan ante una determinada emoción", o, dicho en pocas palabras, la cultura determina el modo en que expresamos nuestras emociones. Pero luego agrega: "La forma de expresión de las emociones, es decir, las configuraciones concretas de movimientos musculares, parecen ser fijas y permitir la comprensión entre distintas generaciones y culturas y, en el seno de la misma cultura, entre extraños y conocidos".
En el ámbito de las ciencias humanas existe una máxima según la cual "hasta cierto punto, una persona es como cualquier otra, desde otra perspectiva, se asemeja a algunas personas y, desde un tercer punto de vista, no se parece a nadie". En este sentido, la investigación llevada a cabo por Paul Ekman en torno a las expresiones faciales se ha centrado fundamentalmente en la primera afirmación (es decir, en las cuestiones universales) y sólo ha prestado una atención ocasional a la tercera de ellas (las diferencias individuales). Los estudios culturales, por su parte, se ocupan del nivel intermedio, es decir, de los rasgos distintivos que presentan las personas del mismo entorno cultural. Esta última fue, precisamente, la perspectiva aportada por Jeanne Tsai a nuestro debate.
Jeanne siempre ha estado muy interesada en el estudio de los determinantes culturales de la emoción. Ése fue el tema central de los estudios e investigaciones que llevó a cabo antes de licenciarse y durante la época de nuestro diálogo como profesora adjunta de la University of Minnesota (desde donde pasó al departamento de psicología de la Stanford University), aportando a sus estudios la visión de un observador participante, puesto que sus padres, ambos profesores de universidad, eran inmigrantes procedentes de Taiwan.
Los padres de Jeanne llegaron a Estados Unidos siendo estudiantes de física. La directora del parvulario les pidió que no hablaran con ella en taiwanés para que no se contagiara de su acento (-aunque lo cierto es que, siendo el inglés su segundo lenguaje, hubiera sido mucho más aconsejable que se hubiesen limitado a hablarle en taiwanés y que hubiese aprendido inglés directamente de personas angloparlantes!)
Jeanne creció en Pittsburgh donde, por aquel entonces, vivían muy pocas familias americanas de origen asiático. Luego, la familia se mudó a California, donde Jeanne estudió la carrera en Stanford especializándose en Berkeley. Fue sólo después de trasladarse a California, donde hay una mayor población americana de origen asiático, cuando Jeanne empezó a advertir que muchas de sus creencias y conductas estaban muy ligadas a su educación oriental.
Dicho más concretamente, Jeanne empezó entonces a darse cuenta de que muchas de las cosas que sentía y del modo en que las sentía -entre las que cabe destacar las sensaciones de humildad, de lealtad y de preocupación por el modo en que se sienten los demás- eran muy taiwanesas. Entonces fue cuando se dio cuenta de que los euro americanos suelen interpretar erróneamente la modestia como una baja autoestima o como una falta de confianza en uno mismo. Todas esas comprensiones movilizaron su interés por los determinantes culturales del psiquismo, un tema que aglutinaba perfectamente sus intereses científicos y personales y que pudo estudiar con detenimiento en Stanford.
En la época en que escribió su tesis doctoral sobre las diferencias que existen en las relaciones entre los jóvenes y ancianos americanos de origen chino y los de origen europeo, el campo de la psicología cultural -que había experimentado un apogeo temprano en los años sesenta experimentaba un pleno renacimiento. Jeanne y sus compañeros de clase se hallaban inmersos en la política de identidad característica de finales de los ochenta y no dejaban de cuestionarse lo que significa ser un americano de origen oriental. Todo ello la llevó a preguntarse por el impacto de la cultura en lo que somos y en el modo en que sentimos, pensamos y nos comportamos y, como psicóloga, empezó a investigar científicamente la influencia de la cultura en la conducta humana.
Jeanne decidió hacer su tesis de graduación en Berkeley para poder estudiar con Robert Levenson, un eminente investigador que estaba comenzando a analizar las diferencias interculturales, intergenéricas e intergeneracionales determinantes de la emoción. En aquella época fue cuando Jeanne emprendió la investigación que será también el tema que abordamos esa mañana.
El comienzo del día
Antes de empezar la sesión y mientras los participantes iban tomando asiento, le pregunté al Dalai Lama en un aparte cómo se encontraba. Y, aunque me dijo que creía que su resfriado estaba "mejorando" -como el clima, que también empezaba a despejarse, lo cierto es que la tos no le abandonó durante todo el día.
El monje que se ocupaba de la limpieza mantenía la sala inmaculadamente limpia y con un esmero que evidenciaba su reverencia, aunque no podía tocar el material que los científicos dejaban sobre la mesa. Esa mañana, el mantel verde que cubría la mesa estaba lleno de papeles, cámaras y la maqueta desmontada del cerebro, además del habitual equipo de grabación. Era como si esa imagen reflejase la energía movilizada durante el día anterior que se había prolongado en diversas conversaciones nocturnas en torno al posible programa de desarrollo del equilibrio emocional.
Entonces presenté la sesión del día apelando de nuevo a la metáfora del tapiz:
"Ayer seguimos tejiendo nuestra alfombra y comenzamos a vislumbrar claramente la presencia de una pauta. Richie habló de los fundamentos neurológicos de las emociones aflictivas, es decir, de lo que ocurre en el cerebro durante la experiencia de los Tres Venenos y de nuestra posible intervención para mejorar ese proceso. Es evidente que la ciencia del cerebro no puede decirnos gran cosa sobre los temas que interesan a la visión budista (como, por ejemplo, si la conciencia se encuentra o no exclusivamente circunscrita al cerebro), pero no cabe duda de que tiene muchas cosas que decirnos sobre lo que podemos hacer para mejorar nuestra vida afectiva. Ya hemos mencionado algunos de los principios clave -uno de los cuales es que la experiencia y el aprendizaje modifican nuestro cerebro para diseñar programas de formación que nos permitan gestionar más adecuadamente las emociones destructivas.
"Creo que el debate de ayer -añadí, dirigiéndome hacia el Dalai Lama fue muy interesante. La idea de elaborar un plan de acción para proporcionar a las personas métodos prácticos a fin de poner en práctica los principios de la ética secular de la que usted ha hablado en sus libros resultó muy inspiradora. Creo que ése es un proyecto muy interesante y que deberíamos seguir el mismo camino, no sólo con ideas, sino con acciones. Después de la interrupción para tomar el té, Mark Greenberg nos presentará algunos programas dirigidos al mundo infantil que ya parecen estar arrojando resultados muy prometedores.
"Pero comenzaremos dando un paso hacia atrás y contemplando todo esto a un nivel mucho más fundamental. Este tipo de programas debería orientarse hacia todo el mundo. Por ello, no sólo debemos prestar atención a la semejanza que existe entre las personas -que es lo que hemos estado subrayando hasta ahora, sino también a algunas diferencias muy importantes, especialmente en lo que respecta a la cultura. ¿Cuál es el impacto de la cultura sobre las emociones? ¿Afecta acaso ello al modo en que debemos acometer este proyecto? ¿Qué es lo que deberíamos tener en cuenta para seguir hacia adelante?
"Somos muy afortunados de contar con la presencia de Jeanne Tsai, hija de padres taiwaneses que emigraron a Estados Unidos. Ella creció en un hogar sinohablante y, como psicóloga, se ha ocupado del estudio de la cultura con una comprensión que procede tanto de su experiencia personal como de un abordaje científico objetivo. Debo decir que la investigación es más adecuada cuando, como sucede en el caso de Jeanne, el investigador posee una comprensión intuitiva del tema. Ella va a hablarnos de la cultura y de la emoción, un tema que, en mi opinión, constituye una parte fundamental de nuestro debate".
Durante toda mi introducción, Jeanne estaba llena de una excitación contenida. A primera vista, sus formas eran muy deferentes, pero cuando empezó a hablar, mostró una gran serenidad y una gran claridad de expresión. Y aunque, al comienzo, parecía un tanto nerviosa, cuando habló directamente con el Dalai Lama su tensión empezó a disminuir.
El Dalai Lama había solicitado concretamente la presencia de un científico representativo de una cultura oriental y, a pesar de la tos que le aquejaba, esa mañana parecía más atento de lo habitual y, durante casi toda la presentación de Jeanne, permaneció sentado en el borde de su silla observando el modo en que sus gestos elegantes y tímidos subrayaban la dulzura de su voz.
Yoes diferentes
Jeanne empezó diciendo que se sentía muy honrada de tener la ocasión de hablar con el Dalai Lama sobre las relaciones existentes entre la cultura y la emoción. Luego entró rápidamente en tema diciendo:
"En la psicología americana existe un interés creciente por los determinantes culturales de la conducta humana y por la comprensión de la aplicación concreta de los principios psicológicos a personas de sustratos culturales diferentes, especialmente no occidentales. Y esto se debe a la creciente diversidad cultural de Estados Unidos, a la globalización del mundo y a que cada vez hay más individuos que, como yo, se han visto expuestos a culturas muy distintas y comienzan a intervenir en el diálogo de la psicología occidental.
"Hoy quisiera referirme al impacto de la cultura en nuestras emociones y en nuestros sentimientos. Hace unos días, Paul Ekman nos habló de los aspectos universales de la emoción que son válidos para individuos procedentes de culturas muy distintas, y hoy les hablaré del modo en que la cultura puede establecer diferencias en nuestra forma de experimentar las emociones. Y debo decir que estas diferencias son muy importantes para determinar el modo en que podemos alentar estados y conductas constructivas y minimizar, por su parte, las destructivas. También sabemos que muchas de las aplicaciones válidas para Estados Unidos o para Europa, por ejemplo, no son tan eficaces para los estadounidenses de ascendencia oriental. La psicoterapia, por ejemplo, que tan útil resulta para personas con problemas emocionales, suele desagradar a los miembros de las culturas orientales.
"¿Cuál es la influencia de la cultura en nuestro mundo emocional? Hay que decir, para empezar, que las culturas se asemejan en ciertas facetas y se diferencian en otras. Los científicos sociales, por ejemplo, han determinado la existencia de una diferencia en la respectiva visión que tienen del yo las culturas occidentales y las no occidentales, una diferencia que, a su vez, influye en la emoción, es decir, en el modo en que nos sentimos".
Jeanne señaló que esa influencia es mucho mayor en los niveles más externos del yo que constituirían el tema del debate del día de hoy.
A continuación, Jeanne subrayó los dos extremos del continuo en que se mueve la visión del yo mantenida por las distintas orientaciones culturales: "En uno de los dos extremos de ese estrato exterior se halla lo que los psicólogos Hazel Markus y Shinobu Kitayama denominan "yo independiente" -el yo típico de los individuos que viven en una cultura occidental-, según el cual el yo es algo separado de los demás, incluidos los padres, los hermanos, los parientes y los amigos. Esas personas consideran que el yo está fundamentalmente compuesto de valores y de creencias es decir, de atributos internos.2
"En el otro extremo se halla el "yo interdependiente", típico de quienes viven en culturas orientales, que consideran que el yo está mucho más ligado a los demás y forma parte del mismo contexto social. En este sentido, el yo interdependiente se define en términos de relaciones sociales y los estudios realizados al respecto se han llevado a cabo con personas procedentes de las culturas china, japonesa, coreana y taiwanesa y debo decir que casi nada -si es que se ha realizado alguna investigación al respecto- sobre la cultura tibetana."
- ¿Y qué ocurre -terció entonces el Dalai Lama, que ahora vive en la India en el caso de los indios?
- También se han realizado estudios con la cultura india.' Los miembros de diferentes grupos orientales difieren en el tipo de relación en el que centran su atención. A este respecto, parece que los chinos focalizan su atención en las relaciones familiares, mientras que los japoneses se centran más en las relaciones familiares y las laborales, y el número de sus relaciones sociales significativas también es mayor.4 En este sentido, creo que los tibetanos poseen un círculo de relaciones todavía mayor.
Jeanne creía (aunque no lo explicitó) que la fuerte influencia del budismo llevaría a los tibetanos a tratar a todo el mundo con la misma importancia.
- Yo no estaría tan seguro -replicó el Dalai Lama con una sonrisa. No olvide que existen numerosos tibetanos nómadas que viven aislados en la soledad de las estepas.
"¿Cómo hemos llegado a concluir -prosiguió Jeanne- la existencia de esas distintas visiones del yo? Aunque existen ejemplos procedentes del campo de la literatura y de las artes, nuestra tarea como psicólogos nos lleva a preguntar directamente al individuo. Es por ello que hemos preguntado: "¿Quién es usted?" a individuos procedentes de culturas muy diversas, una pregunta a la que los americanos -cuyo yo es más independiente suelen responder diciendo: "soy extravertido, soy amistoso, soy inteligente, soy una buena persona, etcétera", mientras que los miembros de culturas orientales -cuyo yo es más interdependiente suelen contestar diciendo: "Soy hija o hijo de tal persona, trabajo en ésta o en aquella empresa, toco el piano, etcétera". Por este motivo, creemos que, a diferencia de los occidentales, los orientales no se definen tanto en función de cualidades internas, como del papel social que desempeñan."5
Siempre dispuesto a traer a colación los hechos que parecen refutar una determinada teoría, el Dalai Lama inquirió:
- ¿Cómo interpreta usted entonces la tradición occidental de asignar a los hijos el apellido familiar? Porque ello parece implicar una clara identificación con la familia, cosa que, por cierto, los tibetanos no hacen.
- Eso es verdad -dijo Jeanne, que estaba acostumbrada a tales desafíos-, pero le recuerdo que todavía no hemos estudiado la cultura tibetana.
Para Jeanne, la existencia de este tipo de contraejemplos simplemente ilustra la complejidad de cada cultura y el hecho de que, en todas ellas, existen casos que contradicen el modelo imperante.
Como una afirmación tácita de este punto, Thubten Jinpa añadió:
- Hoy en día, los tibetanos están planteándose la necesidad de usar los apellidos de la familia porque, de otro modo, se genera una gran confusión. Hay tantos Tenzin que, si pronuncias ese nombre en medio de una multitud, se girarán no menos de seis personas -dijo, despertando la hilaridad de los presentes.
¿Uno debe seguir su propio camino o poner a los demás por delante de uno mismo?
"Las distintas visiones culturales del yo -dijo Jeanne recuperando el hilo de su exposición- determinan los objetivos vitales del individuo. En ese sentido, el objetivo vital de quienes poseen un yo independiente es el de diferenciarse de los demás. Y eso es algo que llevan a cabo expresando sus creencias internas, diciendo cómo se sienten y subrayando su propia importancia, especialmente en relación con los demás. La cultura de Estados Unidos está saturada de este tipo de mensajes: existe una conocida canción de Madonna que se titula "Exprésate a ti mismo", la publicidad insiste en que "uno debe seguir su propio camino" y hasta un famoso proverbio afirma que: "Quien no llora no mama", lo que da a entender que sólo haciendo ruido y dando a conocer nuestras opiniones obtendremos la atención de los demás.
"Pero los objetivos de quien posee una visión más interdependiente del yo y que, en consecuencia, se encuentra más estrechamente ligado a los demás, son muy diferentes. En tal caso, el sujeto se ve obligado a acallar sus creencias internas y a minimizar su importancia. Existe un famoso proverbio japonés que dice: "La cabeza de quien sobresale corre peligro" que ilustra perfectamente este tipo de mensaje. En el Village Tibetan Children he visto una fotografía cuyo pie reza: "Poner a los demás por delante de uno mismo", que también transmite un mensaje manifiestamente interdependiente.
"Existen tres modos en que las distintas visiones del yo influyen sobre la emoción. En primer lugar, determinan las emociones que resultan deseables. En este sentido, los occidentales, por ejemplo, valoran la exaltación de uno mismo, mientras que los orientales, por su parte, consideran muy positivamente la modestia. Por ello, en Occidente, nos gusta decir cosas muy positivas sobre nosotros mismos."
En este punto, el Dalai Lama intervino nuevamente en la conversación, poco convencido de la existencia de distinciones tan nítidas entre los orientales y los occidentales, que contradecía su creencia de que nos unen muchas más cosas que las que nos diferencian:
- ¿Se hallan estas diferencias basadas en evidencias estadísticas? ¿Es válido establecer este tipo de generalizaciones?
- Así es -aseguró Jeanne. Se trata de hallazgos significativamente válidos.
Todavía escéptico, el Dalai Lama apuntó un nuevo contraejemplo: -Pero podría haber excepciones como, por ejemplo, la conocida afirmación de Mao Zedong de que los vientos del Este acabarán desplazando a los vientos del Oeste -dijo, con una sonrisa irónica.
- Obviamente existen excepciones -admitió Jeanne.
Jeanne dijo entonces que la psicología cultural se ve obligada a resaltar los casos más extremos cuando, de hecho, dentro de una determinada cultura existe una considerable variabilidad. También dijo que, la primer vez que alguien oye hablar de psicología cultural, suele resistirse, especialmente en el caso de que esa persona crea que el hecho de insistir en las diferencias culturales puede contribuir a dividir a las personas en lugar de unificarlas. Y es que Jeanne, como yo mismo, se hallaba un tanto sorprendida por la aparente resistencia que mostraba el Dalai Lama a la noción de diferencias culturales, puesto que esperábamos un mayor interés por su parte en los determinantes culturales de la emoción.
El hecho de sentirse bien consigo mismo
"Así pues, los orientales -continuó Jeanne valoran la humildad, como si el hecho de querer promover la relación con los demás les tornase más críticos consigo mismos. En este sentido, resulta muy ilustrativa la noción de autoestima, es decir, el modo en que nos valoramos a nosotros mismos, un atributo que medimos mediante cuestionarios que incluyen afirmaciones tales como: "Hablando en términos generales, estoy satisfecho conmigo mismo, siento que poseo cualidades positivas y que tengo una actitud positiva hacia mí mismo".
"La cultura de Estados Unidos valora tan positivamente la autoestima que las autoridades educativas del estado de California, por ejemplo, han destinado millones de dólares a aumentar la autoestima de sus alumnos. Nosotros consideramos que una alta autoestima es buena y que, por el contrario, una baja autoestima no sólo es mala, sino que está relacionada con la depresión y la ansiedad. Lo más interesante a este respecto es que existe una diferencia muy significativa entre los niveles normales de autoestima de los estadounidenses y de los miembros de culturas orientales."6
La autoestima había sido uno de los principales temas abordados en el diálogo de Mind and Life que moderé en 1986. Como ya he comentado anteriormente, en esa ocasión, el Dalai Lama se asombró al enterarse por vez primera de que muchos occidentales están aquejados de una baja autoestima, es decir, que no piensan positivamente sobre sí mismos. Lo que más le sorprendió fue la idea de que las personas se ignorasen tanto y pudieran tener tan poca compasión hacia sí mismos que sólo pudieran ser amables con los demás. Pero la misma idea de que la baja autoestima pueda ser un problema refleja la otra cara de la visión americana del yo, es decir, la visión excesivamente elevada que tiene la gente de sí misma, y la ansiedad que experimentan cuando no pueden estar a la altura de esa imagen idealizada.
Ése hubiera sido un ejemplo perfecto para ilustrar lo que Jeanne estaba tratando de explicar, ya que la misma supravaloración que muestran los americanos por el yo les lleva a concluir que quienes no lo consideren del mismo modo que ellos padecen algún problema. Porque hay que decir que son muchas las culturas que consideran que buena parte del problema reside en la exagerada admiración por uno mismo.
Luego Jeanne proyectó una diapositiva que ilustraba el ranking de autoestima mostrado por varios grupos de estudiantes universitarios:
1) Japoneses que nunca han salido de su país
2) Japoneses que han viajado fuera de su país
3) Asiáticos recién inmigrados
4) Asiáticos que inmigraron hace tiempo
5) Asiáticos canadienses de segunda generación
6) Asiáticos canadienses de tercera generación
7) Canadienses de origen europeo
Según esto, los canadienses de origen europeo eran el grupo de mayor autoestima.
"Cuanto mayor es la exposición de un determinado grupo a la cultura americana, más elevada parece ser su autoestima -señaló Jeanne. En este sentido, la autoestima promedio de los estadounidenses es más elevada que la normal entre los japoneses."7
- ¿Acaso se han llevado a cabo estudios orientados a determinar la existencia de alguna relación entre el nivel de vida y la autoestima? -preguntó entonces el Dalai Lama. Porque parece que, hablando en términos generales, las personas más ricas podrían tener una autoestima más elevada mientras que las personas más pobres, por el contrario, deberían tener una autoestima inferior.
- Su afirmación parece muy probable -replicó Jeanne, pensando en los complejos factores que dificultan el estudio directo de la posible relación existente entre la autoestima y el status socioeconómico.
La idea -resumió entonces Jeanne- es que, hablando en términos generales, los orientales poseen una baja autoestima. Y aunque, desde la perspectiva americana prevalente, ello parezca implicar una menor salud psicológica, lo cierto es que no es así y que, simplemente, su visión normal no les lleva a realzarse tanto a sí mismos como hacen los angloamericanos.
¿Qué es lo más deseable?
Los conflictos y el amor romántico
El segundo ejemplo que Jeanne expuso para ilustrar el efecto de las diferencias culturales sobre los estados emocionales deseables tiene que ver, paradójicamente, con los conflictos interpersonales. Se trata de una investigación realizada en Berkeley por Jeanne y Robert Levenson comparando las relaciones de pareja que mantenían los universitarios euroamericanos con las relaciones similares de los sinoamericanos.
"No olvidemos que la distinta visión que tienen del yo lleva a los occidentales a resaltar lo que les diferencia de los demás, mientras que los orientales, por su parte, tienden a centrarse más en lo que les une -comenzó recordándonos Jeanne-. Hay que decir que ambos grupos viven mal los conflictos y los desacuerdos, pero que los occidentales parecen valorarlos más positivamente que los orientales, porque les proporcionan una oportunidad para expresar su estado interno."
Los datos de Jeanne también mostraban la existencia de un continuo que depende del grado de aculturación de los sinoamericanos. Así, cuanto más "chinos" son los sinoamericanos, menos emociones positivas evidencian durante las conversaciones conflictivas.9
- ¿Eran personas que se amaban? -preguntó entonces el Dalai Lama.
- Sí -respondió Jeanne, Eran personas que decían amarse y que llevaban saliendo no menos de un año… lo que debo decir que es mucho tiempo para las parejas de universitarios -un comentario que despertó la risa contenida de Amchok Rinpoche.
- ¿Adivina usted -preguntó entonces Jeanne al Dalai Lama cuál era el tema -común, por otra parte, entre ambos grupos de mayor desacuerdo entre esas parejas?
- ¿Quizás los temas ligados al matrimonio? -respondió el Dalai Lama después de pensarlo un instante. Y luego aclaró su comentario diciendo: Creo que los problemas de las parejas orientales podrían estar ligados a la obtención del permiso o, al menos, a la aceptación, de sus padres, cosa que, en el caso de los occidentales, no resulta tan decisiva porque no tienen ningún problema en romper con la familia.
Entonces pregunté a Jeanne si las parejas americanas de origen oriental necesitan la aprobación paterna para casarse, a lo que respondió:
- Sí, alguna de ellas -aunque creo que las parejas estudiadas no se hallaban en esa situación.
- Independientemente de que haya o no algún tipo de imposición por parte de los padres -intervino de nuevo el Dalai Lama-, su aprobación es muy importante para los orientales. Y lo mismo diría que ocurre dentro del contexto occidental ya que, si la relación entre padre e hija es buena, no creo que la hija desoiga los consejos de su padre.
Tras ese comentario, el Dalai Lama se rió jovialmente mirando a Paul. Durante el día anterior, Paul y su hija Eve habían estado hablando con el Dalai Lama, y Eve le había preguntado su opinión sobre el modo más adecuado de evitar las emociones destructivas en el amor romántico, a lo que él respondió con un consejo sorprendente: visualizar los aspectos negativos de la pareja y, de ese modo, bajarla del pedestal de la idealización y considerarlo como un ser humano. De ese modo -había dicho, las expectativas que uno se hace sobre la otra persona serán más realistas y también será menos probable que uno se sienta desengañado. También señaló que el amor debe ir más allá de la simple atracción e incluir el respeto y la amistad.
Ese consejo parecía estar relacionado con los descubrimientos realizados por Jeanne que, retomando el hilo de su presentación, dijo:
"Lo que resulta más interesante, Su Santidad, es que, el ámbito de mayor desacuerdo era común a ambos grupos (tanto las parejas euroamericanas como las sinoamericanas), ya que ambos se hallaban igualmente preocupados por los celos y por el hecho de que la pareja pasara demasiado tiempo con otra persona."
- Si los seres humanos fueran verdaderamente racionales y estuvieran capacitados para utilizar adecuadamente su inteligencia, no parece que los celos debieran generar tantos problemas en la sociedad secular como la actual en la que parece haber tanta libertad sexual -dijo el Dalai Lama aportando su lógica al dominio de la pasión.
- Sí -replicó Jeanne, pero no siempre somos seres racionales.
- ¿No pone esto en cuestión -terció entonces Alan la racionalidad de los amoríos universitarios? -despertando la risa del Dalai Lama.
- En realidad, de todos los romances -ironizó Paul.
- ¿No es cierto que, desde la perspectiva budista, los celos son una emoción aflictiva? ¿Acaso lo es también el amor romántico? -pregunté entonces al Dalai Laraa.
Tras un largo debate, Alan aclaró que el significado exacto del "amor romántico" resulta muy difícil de traducir al tibetano y que la explicación que se le había dado al Dalai Lama "no se había limitado a un sentimiento aflictivo, sino a una compleja mezcla de identificación, cariño y afecto".
Ésa fue la explicación dada por Thupten Jinpa, un ex monje que ahora estaba casado y era padre de dos niños.
De hecho, como el mismo Alan comentó, él y Jinpa solían ofrecer al Dalai Lama sus propias visiones sobre cuestiones un tanto ajenas a quienes llevan toda la vida asumiendo una vida monacal. Por ello, al comienzo, el Dalai Lama había asumido que el "amor romántico" era lo mismo que el deseo sexual que, desde la perspectiva budista, caía directamente bajo el epígrafe de las aflicciones mentales. Pero Alan objetó esa conclusión, señalando, para ello, la existencia de una compasión aflictiva. En su opinión, estaban tratando con emociones que entremezclan elementos aflictivos y otros que no lo son; a lo que Jinpa añadió que los aspectos no aflictivos del amor romántico incluyen los sentimientos de proximidad, empatía, compañerismo, y otros que acaban dando forma a una modalidad del amor cordial y duradera.
- El amor romántico -concluyó el Dalai Lama parece complejo, puesto que no sólo incluye el instinto sexual, sino también factores genuinamente humanos. Con ello quiero decir que las personas no sienten amor romántico hacia un objeto inanimado, aunque puedan hallarse identificadas con él. De modo que el amor romántico suele incluir la atracción sexual y otros factores propiamente humanos como la bondad y la compasión. Así las cosas, no podemos decir que el amor romántico sea una mera aflicción mental, porque es multifacético e incluye, como acabamos de apuntar, factores sanos y otros aflictivos.
No obstante -prosiguió-, aunque no se considere como una de las principales emociones aflictivas, sí que es, desde la perspectiva budista, un estado aflictivo porque se fundamenta básicamente en el apego. Y no debemos olvidar que el apego distorsiona el amor y la sensación de intimidad y cercanía que uno es capaz de experimentar. Si ustedes me preguntaran si, desde la perspectiva budista, podría haber formas adecuadas de ese apego, yo les respondería afirmativamente, porque el apego puede ser muy útil cuando va asociado al amor y a la compasión.
Jeanne resumió entonces las reacciones de las parejas románticas cuando estaban hablando de algún tema conflictivo y mencionó la presencia de reacciones negativas, como la ira, la hostilidad y la oposición, así como de otras respuestas positivas, como el afecto, la felicidad y el respeto.
"Nuestra investigación demostró que, si bien no hay diferencias interculturales en la tasa de respuestas emocionales negativas, sí que las hay en la tasa de las respuestas emocionales positivas. En este sentido, los euroamericanos experimentaron más emociones positivas durante el conflicto que los sinoamericanos, lo cual parece apoyar la idea de que la sociedad occidental valora más positivamente los conflictos que las sociedades orientales."1
El conformismo de los niños orientales
"Pero la visión cultural del yo también influye en las emociones a través del componente fisiológico, es decir, del modo en que responde nuestro organismo. En cuanto yoes independientes, los euroamericanos valoran muy positivamente los estados de elevado arousal (activación), porque para ellos es importante estar en un estado placentero. Tal vez por eso presenten un mayor arousal fisiológico durante la emergencia de la emoción y tiendan también a tardar más tiempo en recuperar el estado de activación normal.
"Los yoes interdependientes, por su parte, valoran más los estados de bajo arousal. Recordemos que el yo independiente está centrado en sí mismo y quiere sentirse positivo, pero no olvidemos también que el arousal elevado puede hacer que los demás se sientan mal. Así, durante la emergencia de una determinada emoción, los yoes interdependientes muestran un bajo arousal y recuperan con más facilidad el estado normal de arousal para que los demás no se sientan mal. Dicho en pocas palabras, el yo interdependiente trata de que su estado emocional cause el menor impacto posible en el estado emocional de los demás."
Luego Jeanne pasó a relatar los resultados de la investigación realizada por Jerome Kagan, un psicólogo evolutivo de Harvard que comparó las respuestas fisiológicas de niños de cuatro meses de Beijing con las de niños euroamericanos de la misma edad."
"Los investigadores mostraron a los niños una serie de estímulos sensoriales, como objetos en movimiento, y observaron su conducta y descubrieron que los euroamericanos lloraban y vocalizaban más y, en suma, parecían más inquietos."
El Dalai Lama pareció intrigado por estos comentarios, al tiempo que se inclinaba y gesticulaba intensamente mientras discutía los datos con los traductores. Entonces adujo la siguiente explicación:
- Esto me parece muy interesante. ¿Acaso había alguna diferencia significativa en las experiencias que habían tenido durante esos cuatro primeros meses?
- Esa cuestión es esencial -dijo Jeanne, y debo decirle que ignoramos la respuesta.
- Esto me parece crucial -dijo el Dalai Lama, porque la existencia de alguna diferencia de índole ambiental descartaría cualquier posible explicación genética. Además, esas diferencias tan tempranas también podrían deberse al efecto de factores ambientales operando en el útero a través de las reacciones emocionales de la madre o del modo en que son tratados a partir del momento del nacimiento.
- Así es -dijo Jeanne, considerando todas esas implicaciones. Lo cierto es que ignoramos si esas diferencias son realmente genéticas.
- ¿Qué es lo que dice la psicología evolutiva -preguntó entonces el Dalai Lama sobre el momento en el que el bebé tiene un reconocimiento cognitivo de su madre?
Jeanne derivó entonces esta pregunta a Mark Greenberg, un psicólogo evolutivo, quien dijo:
- Ello depende de la modalidad sensorial que consideremos -aclaró Mark-. Durante los primeros días de vida, el bebé puede identificar olfativamente el pecho de su madre.
- ¿Inmediatamente? -preguntó el Dalai Lama. De modo que parece haber un sentimiento espontáneo de dependencia.
- En lo que respecta al ámbito auditivo, el bebé puede reconocer la voz de la madre desde el mismo momento del nacimiento -prosiguió Mark-. En el ámbito visual, sin embargo, ese reconocimiento es posterior, porque el sistema visual todavía no ha madurado lo suficiente. La pasión del Dalai Lama por la experimentación pasó entonces a primer plano:
- ¿Y qué ocurriría -preguntó entonces a Mark- si diera al bebé recién nacido el pecho de su propia madre y, al día siguiente, el pecho de otra mujer? ¿Habría acaso entonces alguna diferencia o rechazo en la respuesta del bebé? -Así es -confirmó Mark.
Richard Davidson añadió en ese momento otro descubrimiento de la investigación diciendo:
- Hay investigaciones que han demostrado que la respuesta fisiológica del feto de tres meses a una voz ajena a la madre es distinta a la que se produce cuando escucha la voz de su madre.
- Pero -matizó Jeanne tampoco está muy claro si esas diferencias se deben a factores genéticos o a diferencias ambientales.
- ¿Y qué me dice de lo que sucede con los niños de Taiwán? -preguntó el Dalai Lama.
- Me gustaría mucho hacer ese estudio -respondió Jeanne con una sonrisa.
El Dalai Lama prosiguió con el tema de las influencias ambientales diciendo:
El dominio de las habilidades emocionales
- También sería distinto si el niño hubiera sido criado en un orfanato o hubiera estado en una guardería.
- Así es -coincidió Jeanne.
- Si los padres trabajan, los niños pueden estar en una guardería -dijo el Dalai Lama, ponderando los datos de los bebés de Beijing de Kagan, que es lo que suele ocurrir en el sistema comunista.
- Sí. Así es.
- De modo que ello no nos permite discernir claramente si se trata de una influencia oriental o exclusivamente china.
Jeanne coincidió de nuevo con el comentario del Dalai Lama y agregó:
- Hasta el momento no hemos podido determinar las razones que explican esas diferencias interculturales. Pero una de ellas podría ser la distinta visión del yo.
Tal avalancha de preguntas hizo lamentar a Jeanne que la psicología cultural se hallase en un estadio tan rudimentario. Todo lo que mencionaba -las prácticas de crianza, las distintas formas con que las diferentes culturas cuidan a los bebés podrían dar cuenta de las diferencias interculturales descubiertas por Kagan y otros. Lamentablemente, sin embargo, en la actualidad disponemos de muy pocos datos que nos permitan identificar los factores culturales implicados.
- La china comunista es una sociedad oriental que utiliza deliberadamente la ingeniería -si no les molesta que utilice esa palabra social, y no creo, en consecuencia, que su ejemplo sea representativo de todas las comunidades orientales -comentó entonces el Dalai Lama, abordando el tema desde otra perspectiva.
- Eso es muy cierto -coincidió Jeanne. Pero debo decirle que otros grupos orientales que no se han visto influidos por el comunismo también muestran parecidas diferencias en comparación con las culturas occidental o euroamericana.
Jeanne procedió, entonces, a presentar los datos procedentes de una investigación que comparó a los niños sinoamericanos con los niños euroamericanos.'1
"Todos esos estudios evidencian la presencia de la misma pauta, y es que los niños sinoamericanos parecen tardar menos en recuperar la normalidad después de un estado de agitación."
- Me pregunto si todas esas diferencias y similitudes no pueden deberse al entorno familiar en que han crecido -insistió de nuevo el Dalai Lama, centrando ahora su atención en una cuestión metodológica.
- Lamentablemente -dijo Jeanne, los autores de esa investigación sólo agruparon a los niños en función de su herencia cultural y no consideraron la posibilidad de estudiar otros factores concretos que pudieran determinar esas diferencias.
Las preguntas del Dalai Lama sorprendieron a Jeanne por cuanto se centraban precisamente en las facetas que la psicología cultural todavía ignoraba y sugerían posibles mecanismos mediante los cuales el entorno cultural puede ejercer su influencia. Entonces resumió:
"Parecía como si los niños orientales experimentasen un menor arousal y fueran también más capaces de recuperar la normalidad que los occidentales. También existen algunos estudios que sugieren que esta diferencia se mantiene en el caso de los adultos ya que en el estudio de las parejas antes mencionado, por ejemplo, las parejas sinoamericanas mostraron un aumento significativamente menor en la tasa cardiaca durante los conflictos que las parejas euroamericanas."
Luego Jeanne presentó los resultados de un estudio realizado sobre el reflejo del sobresalto, el mismo factor estudiado por Paul Ekman y Robert Levenson con el lama Oser. Según este estudio, los sinoamericanos se recuperan más rápidamente -es decir, su tasa cardiaca vuelve más pronto a la normalidad después de escuchar un ruido súbito e intenso que los estadounidenses de origen mexicano.11 Hablando en términos generales, cuanto más prolongado es el reflejo del sobresalto, mayor es la respuesta emocional típica de la persona. Según concluyó Jeanne, todos esos datos sugieren la posible presencia en el entorno cultural de algún factor que determine nuestra respuesta fisiológica a la emoción, aunque todavía ignoremos de cuál se trata.
¿La atención centrada en uno mismo o la atención centrada en los demás?
Otra diferencia cultural es que, durante los episodios emocionales, los orientales tienden a centrar la atención en los demás, mientras que los occidentales lo hacen en sí mismos.
"Obviamente -señaló Jeanne existen diferencias entre los orientales y los occidentales, pero la cuestión es que, durante una interacción social, los occidentales (que poseen un yo independiente) piensan más en sí mismos, mientras que los orientales (que poseen un yo interdependiente) piensan más en los demás. Y resulta muy curioso que, cuando se les pregunta por el momento en que suelen experimentar las emociones más intensas, los primeros se refieran a acontecimientos que tienen que ver con los demás, mientras que los segundos, por su parte, afirmen experimentarlas en situaciones que les comprometen a ellos mismos."
Jeanne ha investigado la vergüenza, una emoción especialmente relevante para las culturas orientales, que suelen considerarla como una valoración negativa por parte de los demás. Los datos presentados en esta ocasión por Jeanne se referían a uno de sus estudios en los que comparó a los euroamericanos con el grupo asiático de los hmong, ubicado al sudoeste de Laos.
Para ello comenzó leyéndonos la siguiente descripción de una experiencia avergonzante realizada por un euroamericano: "En cierta ocasión, acepté un trabajo de subdirector porque creí que serviría para ello. Al cabo de cinco meses, sin embargo, estaba completamente avergonzado de mi mala gestión". La descripción realizada por una mujer americana de origen hmong de una experiencia avergonzante, por su parte, era completamente diferente: "Yo soy una "X" [un nombre hmong]. En un determinado momento, se descubrió que el pastor de nuestra iglesia -que también es un "X"- llevaba tres años manteniendo relaciones con una de sus feligresas, Y, aunque entre nosotros no exista ningún lazo de sangre, el hecho de compartir el mismo nombre nos avergüenza profundamente". En este último caso, eran las acciones de otra persona las que la avergonzaban ya que, aunque no se conocieran, compartían el mismo nombre y pertenecían al mismo clan (la unidad social básica de la sociedad hmong).^
Jeanne también habló de otro estudio en el que los estudiantes universitarios tenían que describir escenarios hipotéticos en los que debían imaginar lo que ocurriría si ellos o sus hermanos hubieran cometido un error.
"Este estudio puso de relieve que, cuando el responsable de una acción era el hermano, los chinos se sentían mucho más avergonzados que los americanos -concluyó Jeanne."^
Luego resumió diciendo:
"Los orientales se sienten más avergonzados y culpables de los errores de los demás -así como también más orgullosos de sus aciertos que los occidentales porque, como ya hemos dicho, su visión del yo es más interdependiente. Así pues, la visión cultural del yo parece determinar tanto el modo en que experimentamos las emociones como las que consideramos más deseables, independientemente de que centremos la atención en nosotros mismos o en los demás. Bien podríamos decir, en este sentido, que la cultura se encarna en nuestro cuerpo y determina nuestro funcionamiento fisiológico.
"Yo creo que estas diferencias culturales tienen implicaciones muy profundas y que deberíamos tenerlas muy en cuenta a la hora de esbozar un programa como el que mencionábamos ayer. Es muy probable, por ejemplo, que los estadounidenses crean que ellos no necesitan tanto los programas de desarrollo de las competencias emocionales como otros grupos sociales, mientras que las cosas pueden ser muy diferentes en las culturas orientales".
- Yo no creo que esa actitud sea especialmente característica de los estadounidenses porque hasta los tibetanos, cuando escuchan las enseñanzas del Buda, piensan: "Esto está muy bien para los demás, pero no para mí" -señaló irónicamente el Dalai Lama.
Eso llevó a Jeanne a preguntarse si la actitud de los americanos con respecto a la compasión, por ejemplo, discurriría por los mismos cauces. Según dijo, existen ciertos estudios que muestran que los estadounidenses, más que los integrantes de cualquier otra cultura, creen hallarse por encima del promedio y ser mejores que los demás.
"Me parece muy lamentable que los estadounidenses sostengan esa actitud. Necesitamos programas apropiados y aceptables para los miembros de culturas muy diferentes. Creo que cualquier programa para el cultivo de la compasión que aspire a ser de aplicación universal debería admitir y considerar la existencia de todas estas diferencias culturales."
Cuando Jeanne acabó su presentación, el Dalai Lama tomó sus manos y se inclinó ante ella.
El reconocimiento de las similitudes
Aunque el Dalai Lama permaneció muy atento durante toda la exposición de Jeanne, también mantuvo una actitud un tanto escéptica hacia la importancia de las diferencias culturales con respecto a la herencia común de la humanidad y a la universalidad de los problemas que aquejan al ser humano. En un debate posterior esbozó del siguiente modo sus dudas al respecto:
- Todavía estoy un tanto perplejo por la insistencia de Jeanne en aferrarse a la idea de que existe una diferencia esencial en el modo en que los orientales y los occidentales gestionan sus emociones. Estamos hablando de algo que tiene que ver con la espiritualidad. Tal vez esas diferencias no se asienten realmente en factores culturales o étnicos, sino en sus distintos sustratos religiosos.
La tradición judeocristiana, por ejemplo, centra su atención en la Divinidad y orienta todo su empeño hacia el logro de la unión trascendente, desatendiendo simultáneamente la necesidad de afrontar los problemas afectivos o la búsqueda del equilibrio interior. Desde esa perspectiva, basta con amar a Dios para que todo lo demás, incluido el amor al prójimo, se nos dé por añadidura. En tal caso, cuestiones como matar, robar o saquear van en contra de la creencia en Dios, un mensaje muy poderoso para convertirse en una buena persona.
Pero la aspiración última de la práctica budista consiste en el logro del nirvana. En tal caso, el énfasis está dentro de uno mismo, y las emociones y acciones negativas resultantes cobran importancia por sí mismas y, para ello, conviene saber lo que ocurre en el interior de la mente. Así pues, el objetivo del budismo es distinto al del cristianismo; y ello determina una visión cultural distinta de la emoción desde la cual hasta el más sutil intento de identificación con la realidad del yo y del mundo se torna obstructivo y negativo.
Por ello creo que las diferencias entre el cristianismo y el budismo tal vez se deriven de su distinta orientación esencial hacia lo trascendente o hacia el desarrollo interno, respectivamente. Pero, si dejamos de lado las creencias religiosas, creo que esas discrepancias sutiles son meras cuestiones secundarias y que no existe, desde la perspectiva de una ética estrictamente secular, diferencia fundamental alguna entre la visión occidental y la visión oriental. Ésa es mi conclusión.
A veces me parece -añadió- que los estudiosos suelen dar demasiada importancia a las diferencias que hay dentro de su campo de estudio, perdiendo entonces de vista la visión holística que lo unifica todo y centrando su atención excesivamente en las pequeñas diferencias. Dentro de mí mismo, por ejemplo, existen muchos Dalai Lamas diferentes: el Dalai Lama de la mañana, el Dalai Lama de la tarde y el Dalai Lama de la noche, muchos Dalai Lamas que difieren en función del estado de ánimo y hasta del hambre que uno tenga.
Luego volvimos a las cuestiones planteadas en aquella remota conversación entre Paul Ekman y Margaret Mead en torno a la agenda social implícita en los estudios culturales. Jeanne coincidía con el Dalai Lama en la existencia de similitudes y diferencias culturales y en que, dentro de cada individuo, existe una gran variabilidad conductual. Ciertamente, en un determinado nivel, los individuos son esencialmente iguales. Pero ella consideraba que la investigación científica no podía obviar la magnitud de las diferencias culturales y que eso era, precisamente, lo que ella y muchos otros estaban tratando de determinar. Jeanne también estaba de acuerdo en que la decisión de centrarse en las similitudes o en las diferencias culturales depende de la propia escala de intereses. En ese sentido señaló que, muy probablemente, su especial interés en las diferencias culturales fuese una reacción en contra de la manifiesta ignorancia que albergan al respecto el ámbito científico estadounidense y por la consecuente necesidad de llamar la atención de la psicología occidental sobre este particular. Jeanne era muy consciente de que, cuando la psicología occidental habla de emociones "universales", suele referirse, con demasiada frecuencia, a la corriente dominante "angloamericana y blanca". Del mismo modo, ella entendía perfectamente que el Dalai Lama, cuyo interés apunta a la unificación de personas procedentes de distintos sustratos culturales, quisiera centrar su atención en las similitudes y subrayar la naturaleza universal de la experiencia humana.
"Estoy de acuerdo -dijo en que las distintas tradiciones religiosas de las culturas orientales y occidentales pueden explicar las diferencias interculturales de las que he hablado hoy. Pero también debo señalar que los sinoamericanos de los estudios que les he presentado esta mañana no eran budistas sino cristianos y que, a pesar de ello, las diferencias parecen seguir existiendo.
"Pero -agregó Jeanne- también coincido con Su Santidad en que, dentro de cada grupo cultural, existen muchas diferencias individuales y en que estas visiones culturales del yo representan las distintas formas de ser globales a las que el individuo está reaccionando. Por supuesto que hay occidentales que están muy interesados en el budismo y que probablemente sean más interdependientes, pero, aun en ese caso, el individuo inmerso en un determinado contexto debe reaccionar de algún modo a los mensajes predominantes de su cultura.
"La cultura estadounidense, por ejemplo, transmite el mensaje de que cada individuo es especial y alienta, en ese sentido, la singularidad. Con ello no estoy diciendo que todos los americanos presentes en esta sala tengan que sentirse así, sino que, de un modo u otro, se ven obligados a responder a los mensaje predominantes transmitidos por su cultura. Y creo que es precisamente ahí donde se asientan las diferencias culturales de las que estamos hablando."
Lo individual versus lo colectivo
Los múltiples viajes que he realizado a lo largo de mi vida me han convencido de que muchas culturas occidentales modernas no son tan individualistas como Estados Unidos y de que también las hay de corte más colectivista, como ocurre en Oriente.
- La ética de las culturas escandinavas -dije, para ilustrar este punto se asemeja mucho a la de las culturas orientales y, según ellas, el individuo no debe sobresalir.
De hecho, los datos de Jeanne muestran que los euroamericanos de origen escandinavo son emocionalmente menos expresivos que aquellos cuyos antepasados proceden del Centro y del Sur de Europa, especialmente en lo que respecta a las manifestaciones de la alegría.
Jeanne conocía la existencia de estudios comparativos de las diferencias entre el individualismo y el colectivismo presentes en las distintas culturas occidentales.17
- Pero -agregó- la investigación todavía debe determinar si una cultura colectivista occidental es o no más individualista que la cultura oriental.
- Todo esto me parece un tanto extraño -observó entonces el Dalai Lama-. Por un lado tenemos la visión tradicional de un Dios creador sostenida por las tres religiones mediterráneas, el cristianismo, el judaísmo y el islam. Desde esa perspectiva, todos nosotros somos hijos del mismo creador, lo que nos convierte en miembros de la misma familia. ¿No creen ustedes que esa visión debería alentar la sensación de pertenencia, de uniformidad y de homogeneidad?
Las religiones tradicionales de Oriente como el budismo, por su parte, no sustentan la misma noción de un creador externo. Desde esta perspectiva, el karma individual es el que determina las condiciones de cada ser vivo y nos inserta en este mundo. Aun el mundo que experimentamos se deriva de nuestro karma. Una de las cuatro leyes del karma es que, si usted no crea la causa, no experimentará el resultado, pero si ha creado la causa, definitivamente se verá obligado a experimentar sus consecuencias. Y todo ello parece muy ligado a la individualidad, porque no existe fuente externa que nos unifique y es uno, en cuanto individuo, el que crea el mundo en que vive.
¿No debería, pues, esa actitud, imprimir a los budistas una intensa sensación de individualidad? Pero parece que las cosas no funcionan así. Así pues, el individualismo occidental y la interdependencia oriental no deben asentarse en fundamentos religiosos, sino en otro tipo de factores. ¿De qué factores podría tratarse?
- Tal vez tengan que ver con la familia o con variables de tipo económico -conjeturó Jeanne. Yo creo que son muchos los factores que inciden sobre el yo. Éstas cosas son muy complejas. No es que todas las culturas occidentales sean así y que todas las culturas orientales sean asá. En una cultura individualista, por ejemplo, existen individuos más o menos biculturales, como yo misma, que se han visto influidos por más de una tradición cultural. Y debo decir que, en algunos contextos, soy muy independiente mientras que, en otros, soy muy interdependiente. Así pues, el modo en que todo ello se manifiesta en un determinado individuo es muy complejo.
- Si tenemos en cuenta una religión como el cristianismo, por ejemplo -dijo entonces Alan, es muy importante prestar atención a su desarrollo histórico. La reforma protestante subrayó la importancia de la relación del individuo con Dios sin intermediación sacerdotal, al tiempo que disminuyó la importancia de la comunidad. La Ilustración, por su parte, puso el acento en la razón individual. Yo creo que el fuerte énfasis en el individuo es un hecho más bien reciente y sospecho que, en el cristianismo medieval -anterior a la reforma protestante, nos encontraríamos con una situación muy parecida a la modalidad típicamente oriental.
- Lo cual pone de relieve -concluyó Jeanne que la cultura se halla sometida a un continuo proceso de cambio.
En opinión del Dalai Lama, ése era un punto crucial porque, como me dijo más tarde, todavía tenía ciertas dudas e interrogantes metodológicos sobre la validez de establecer generalizaciones entre las diferencias culturales, aunque sólo fuera por el hecho de que éstas se hallan en un continuo proceso de cambio. Él había sido testigo directo del cambio provocado en su propia cultura por el contacto con otras culturas. Tal vez sea útil conocer las diferencias de cómo las distintas culturas expresan sus emociones pero, aun así, creía que, por debajo de ello, todo el mundo experimenta el mismo tipo de emociones. Además, en tanto que figura del escenario mundial, es comprensible que el Dalai Lama prefiera centrar su atención en las cuestiones que nos unifican y no en las que nos diferencian. En su opinión, todas las personas son, esencialmente hablando, iguales, lo que significa que no le importa tanto si alguien es chino, indio o americano, puesto que aspira a encontrar soluciones a los problemas que aquejan a toda la humanidad.
Durante la pausa para el té, se produjo un intercambio mucho más personal entre Jeanne y el Dalai Lama. Ella consideró importante hacerle conocer su simpatía por la causa tibetana en su lucha contra la China comunista. Él, por su parte, le respondió que no sentía la menor animosidad hacia los chinos y que respetaba profundamente su cultura. Entonces, ella aprovechó la oportunidad para decirle que, aunque estaban orgullosos de su herencia china, eran muchos los sinoamericanos que simpatizaban con la lucha del pueblo tibetano. Cuando el Dalai Lama le dijo que se sentía muy conmovido por ello, los ojos de ambos se llenaron de lágrimas.