XV
París, 10 de febrero de 1769
Empecemos por poner sus cuentas en regla:
A su señora madre por su última cuota trimestral | 50 l. |
Antes, para sus deudas según Ud. me indicó | 500 l. |
Tenemos sus recibos anteriores | 750 l. |
De donde puede ver que me queda dinero de su propiedad | 240 l. |
Su intención es que su señora madre goce anualmente de 1.500 libras. Para formar ese ingreso, tiene la pensión que usted le concede, de 200 libras, las 300 de saldo, y 250 trimestrales que viene a cobrar aquí. A la edad que tiene, resulta difícil inspirarle cierto espíritu de economía; pero me he encargado de confirmarle de parte de usted que si contrae nuevas deudas, usted no las pagará. No le participo más que las 240 libras de plata que me quedan, porque debí tomar 3.000 y agregarlas a las 22.000 de la letra de cambio contra Tourton y Baur para completar un fondo de 25.000 libras que, constituidas en nuevas rentas vitalicias emitidas por el rey, le dan una renta anual de 2.250 libras.
De los dos contratos de rentas vitalicias, uno se hizo con Dutartre, notario, o Piquet su sucesor. La minuta está depositada en ese estudio. Usted quiere una copia, y creo que es muy fácil conseguirla, me ocuparé inmediatamente.
El otro contrato se hará con Le Pot d’Auteuil; pero entre el depósito del dinero en el tesoro real y la expedición del contrato, siempre pasa un tiempo más o menos largo, lo que no impide que corra la renta de 2.250 libras. En cuanto ese nuevo contrato esté listo, mandaré hacer una copia para enviarle.
Como sea, puede dormir tranquila. Sus fondos están seguros ante cualquier circunstancia. Las actas que lo aseguran están consignadas en los archivos públicos. A partir de mañana, la minuta de una estará en lo de Piquet, notario sucesor de Dutartre, y la de la otra, cuando exista, en lo de Pot d’Auteuil.
En lugar de copias, le enviaré los originales en pergamino si no me fueran necesarios. Hay que tenerlos a mano para cobrar en el Hôtel de Ville.
No me asombra que, ajena a los negocios, usted ignorara estos pequeños detalles, que yo no conocería más que usted si la gestión de sus asuntos no me hubiera dado la ocasión de enterarme.
Así, está bien protegida contra cualquier acontecimiento enojoso de la vida. Goza de un ingreso decente del que nada puede privarla. Sé muy bien cuál es la vida que el honor y la razón deberían dictarle; pero dudo que esté en sus planes y en su carácter someterse a ella: basta de espectáculo, basta de teatro, basta de disipaciones, basta de locuras; un piso pequeño y bien aireado en algún rincón tranquilo de la ciudad; un régimen sobrio y sano; algunos amigos seguros; un poco de lectura, un poco de música y mucho ejercicio y paseos; eso es lo que querrá haber hecho cuando sea demasiado tarde.
Pero dejemos esto; estamos todos en manos del destino que nos maneja a su voluntad, que ya la ha sacudido bastante, y que no parece estar dispuesto a concederle pronto un descanso. Desdichadamente, usted es una persona enérgica, turbulenta, y nunca se sabe cuál será el fin de los seres así. Si alguien le hubiera dicho a los catorce años todo los bienes y todos los males que iba a experimentar hasta el presente, usted no lo habría creído. El resto de su horóscopo, si se le pudiera anunciar, le parecería igualmente increíble, y esto le es común con muchas otras personas.[68]
Una jovencita iba regularmente a misa con cofia y un vestido modesto. Era bonita como un ángel; al pie de los altares unía las dos más bellas manitas del mundo. Un hombre poderoso la miraba, se enamoraba locamente, se casaba con ella; es rica, honrada, está rodeada de los más grandes de la ciudad, de la corte, en las ciencias, en las letras, en las artes; un rey la recibe y la llama mamá.[69]
Otra, en justillo y enaguas cortas, freía pescado en una posada; los jóvenes libertinos le levantaban las faldas por detrás y la acariciaban de manera muy libre. Salió de allí, circuló en sociedad y sufrió toda suerte de metamorfosis hasta que llegó a la corte de un soberano. Entonces, toda una capital resonó con su nombre; toda una corte se dividió a favor o en contra de ella; amenaza a los ministros con la caída y casi pone a toda Europa en movimiento.[70] ¿Y quién podría contar todos los ridículos pasatiempos de la suerte? Hace lo que se le antoja, y es una lástima que tan raras veces se complazca en hacer personas felices.
Si usted es sensata, dejará a la suerte el menor margen posible; pensará pronto en vivir como querría haber vivido. ¿De qué sirven todas las severas lecciones que ha recibido, si no las aprovecha? Es tan poco dueña de usted misma; entre todas las marionetas de la Providencia, es una cuyos hilos ella tira de modo tan extraño que sólo la creeré allí donde esté, y no está en París, y tal vez no estará aquí tan pronto.
Acabo de recibir de Dresde una carta del pobre Michel. No sé qué falta ha cometido para disgustarla, pero me parece que lamenta mucho haberla dejado. Desearía volver a su servicio. Veo que estaba muy ligado a usted; parecía un buen muchacho; tiene mujer e hijos; está en la miseria; la aventura que usted tuvo en Dresde lo ha hecho odioso; todo el mundo lo acusa. Está en la calle. Vea lo que puede hacer por él.
Es muy grato de su parte proponer que me haga un grabado; casi tan grato como sería vano de mi parte el aceptarlo; pero es asunto terminado: un artista que me debía un favor y me estimaba, me dibujó, me hizo grabar, y de modo extraordinario, y me envió la plancha con unas cincuenta pruebas. Ya ve que le ganaron de mano.
Buenos días, señorita. Que esté usted bien; sea circunspecta; no corrompa usted misma su propia felicidad, y crea que la verdadera recompensa del que merece obligarnos está en los pequeños favores que nos hace.
La saludo y la abrazo. Transmita mis respetos al señor conde.