Una boda en Escocia

 

Hacía algún tiempo que Angelet soñaba con el día de su boda como muchas jóvenes de su edad que se imaginaban con un largo vestido blanco, flores de azar y un novio guapo como un príncipe azul, atento, sereno y completamente enamorado. Una boda mágica, de ensueño.

Nada más distinto que eso, nada más raro que una boda entre dos extraños y jurar que amaría y respetaría a su marido hasta que la muerte los separara, que en la salud y enfermedad estaría a su lado todos los días de su vida. El oficial unió sus manos y ella se estremeció cuando en un santiamén, luego de aceptar como esposo a Elliot Praxton un desconocido los declaró marido y mujer.

Tembló cuando él atrapó sus labios en un beso apasionado ante la mirada atónita de sus padres. Y aún entre sus brazos él acarició su cabello y la miró con tanta intensidad.

—Ahora eres mi esposa, capullito—dijo y volvió a besarla, a abrazarla emocionado. Fue tan inesperado, tan raro que hiciera eso.

Su madre lloró ante la escena y su padre la abrazó. Más que boda parecía un funeral para su familia. Sólo su hermana Clarise se acercó a felicitarla y la besó y se mantuvo callada el resto de la ceremonia.

Abandonaron Gretna Green poco después rumbo a Dartmoor escoltados por sus padres que parecían tan serios y disgustados. Elliot se sentó a su lado en el andén de primera clase y hasta hizo algunas bromas en el camino mientras le robaba algún beso.

Angelet enrojeció al notar la mirada disgustada de su padre y la sonrisa triunfal que le dirigió Praxton.

—Debemos irnos ahora capullito, despídete de tus padres.

—Pero Elliot—balbuceó.

—Sí… ahora seguiremos caminos diferentes.

Lord Hampton no se movió.

—No me iré sin que me dé esos malditos papeles, señor Praxton—dijo con fría calma—Usted lo prometió.

—Luego recibirá los documentos lord Hampton, no se impaciente por favor. El matrimonio ahora no es más que un papel firmado que un individuo con influencias y amigos en el parlamento como usted podría deshacer, por eso le daré las pruebas que le enviarían a la cárcel en unas semanas.

Lord Hampton se quedó de piedra, tan disgustado que fue incapaz de decir palabra mientras que su esposa parecía al borde de las lágrimas.

Y Praxton sin arrepentirse de una sola de sus palabras se acercó a Angelet y le susurró: «despídete de tus padres y hermanos, querida».

Ella obedeció temblando, habría deseado regresar en su compañía y olvidar que ese día se había casado con el enemigo de su padre.

Esa inquietud se convirtió en desasosiego luego de abandonar la pintoresca posada donde habían pernoctado la noche anterior luego de ser agasajados con un pequeño banquete de bodas y emprender el camino de regreso. No importaba cuán amables fueran en ese pueblito pintoresco del sur de Escocia, ni tampoco ver a otros enamorados ingleses fugados listos para casarse, saber que ahora era la esposa de Praxton la angustió pues no olvidaba sus amenazas de quién se había convertido en su marido ese frío día de mediados de noviembre.

**********

La visión de la mansión de Stonehill, envuelta en una niebla helada concentró su atención durante unos instantes. Habían llegado y eso le provocaba alivio porque el viaje había sido incómodo y agotador.

—Ven preciosa, estás helada…—dijo Praxton y la abrazó mientras la guiaba al comedor principal luego de atravesar un cortejo de sirvientes uniformados que les dieron la bienvenida.

—Señora Adams encárguese de la cena, la señora Praxton está exhausta y deseamos descansar.

Angelet tiritaba frente al fuego extendiendo sus manos heladas.

—Bienvenida a Stonehill, preciosa—le dijo él envolviéndola con sus brazos.

Ella lo miró espantada preguntándose si esa noche le haría el amor. «no soportaré que me toque, creo que me desmayaré» pensó entonces.

—Necesito cambiarme, Elliot—dijo.

Un baño, ropa limpia y perfumada pues el vestido de bodas lucía ajado y los bordes de la falda con manchas de barro y pasto.

Praxton sonrió.

—Por supuesto querida, aguarda, le avisaré a Maude, tu nueva doncella.

Cuando Angelet entró en la que sería su nueva habitación se estremeció porque era hermosa, la cama principal con dosel de cortinados de seda azul al igual que la fina manta que la cubría. Se sonrojó al ver esa cama e imaginar lo que pasaría después, en tan poco tiempo…

Sumergida en la bañera sintió que entraba en calor, que todo su cuerpo recuperaba la energía que el frío y el miedo le habían quitado.

Ahora necesitaba comer algo porque estaba hambrienta, se sentía limpia y perfumada, renovada y lista para enfrentar aquello que tanto temía.

Pero ya estaba hecho: se había casado con Praxton, había prometido amarle, honrarle y obedecerle el resto de su vida. Sin embargo sus padres le habían pedido que no consumara su matrimonio pues así sería más sencillo el divorcio pues su boda era escocesa y en ese país estaba permitido el divorcio.

Entró en el gran comedor envuelta con una capa de fino paño para no enfriarse pues su doncella le había advertido que el comedor era uno de los lugares más fríos de la casa.

Él aguardaba sentado a la cabecera de la mesa.

—Ven aquí capullito, vamos, no voy a comerte—dijo.

La joven obedeció y se sentó a su lado. Su anillo de bodas brilló a la luz de las velas del candelabro emitiendo destellos en tonos plateados, esa joya significaba que había dejado de ser soltera y ahora le pertenecería a Praxton hasta que su padre decidiera lo contrario.

No, su marido acababa de cambiar sus planes pues si no consumaban el matrimonio enviaría a su familia a esa horrible prisión de estafadores en Londres, se lo había dicho con claridad.

—Come preciosa, estás muy pálida. ¿Acaso tienes miedo?—le preguntó de pronto.

Distraída con sus pensamientos no había visto que tenía un plato lleno de estofado que olía delicioso. Una carne tierna sazonada con legumbres le recordó que estaba hambrienta y exhausta, el cansancio comenzó a vencerla a medida que llegaba a la mitad de la generosa porción que le habían servido.

De pronto se preguntó por qué en esa cena no había invitados, parientes, amigos. ¿Dónde estaban? ¿Acaso no tenía amigos al menos a quienes agasajar?

Cuando le preguntó al respecto su esposo sonrió.

—Esto no fue lo que había planeado preciosa, no quería que fuera así… soñaba poder conquistar tu corazón antes de que llegara este momento.

Su respuesta la desconcertó, era como si no hubiera entendido su pregunta hasta que continuó:

—No hubo tiempo de organizar una fiesta, de invitar a mis amigos de Londres y parientes. En realidad nuestra estirpe no es tan importante ni numerosa como la vuestra, pero te confieso que me habría gustado dar una recepción. Sin embargo tuvimos que huir a Escocia para poder casarnos como dos enamorados rebeldes.

La joven lo miró desconcertada.

—Es que en Gretna Green pueden casarse jóvenes que aún no han cumplido la mayoría de edad, sin el consentimiento de sus padres. Y debimos ir al altar de los enamorados porque en Devon, el reverendo Thomas no quiso casarnos sin una dispensa.

—¿Y por qué la prisa, sir Praxton?

—Bueno, es que llevo esperando este momento hace más de un año señorita Hampton, desde el día en que la vi en esa fiesta en el salón de lady Hilton. ¿Lo recuerdas?

Sí, lo recordaba pero…

—Desde que te vi sentada en ese salón, hermosa y tímida como un capullo desee que fueras mi esposa. No podía dejar de mirarte y cuando tus ojos se posaron en los míos un instante me hechizaron por completo. Y cuando vuestro padre descubrió que te espiaba, que seguía tus pasos,  me prohibió acercarme a ti. Pero ya no podrán hacerlo, ahora eres mi esposa querida y deja de llamarme sir Praxton, dime Elliot por favor capullito—dijo y llenó su copa de vino tinto.

La joven lo miró aturdida.

—Bébelo ahora, te sentirás mejor—aseguró.

Angelet obedeció y poco después notó que las velas se movían como si un viento inesperado inundara el comedor.

—Luego daré una fiesta para celebrar nuestra boda querida, ahora ven… debes estar muy cansada.

Sí, lo estaba y cuando llegaron a la habitación y vio la cama esperándoles sintió deseos de escapar. Entonces había llegado el momento que tanto temía.

Se alejó despacio y miró la puerta al sentir que la rodeaba con sus brazos y besaba su cuello.

—Ven aquí… eres mi esposa ahora y no puedes negarte a mí—le susurró y comenzó a quitarle el vestido despacio. Uno a uno los minúsculos botones se desprendieron liberándola de la prenda hasta que sólo quedó ese vestido ligero y transparente.

Sus manos atraparon su cintura y comenzó a acariciar su cuerpo a través de la tela atrapando sus pechos sin dejar de besarla.

Estaba asustada, no quería hacerlo y cuando él intentó quitarle el vestido lloró.

—No… por favor… necesito tiempo ahora… todo ha sido tan precipitado señor Praxton. Ahora no puedo…—murmuró.

Sus ojos castaños brillaron de rabia al sentir su rechazo.

—¿Acaso odias que te toque, muñeca mimada de Forest Manor?—dijo molesto sin apartarse de ella.

Ella se alejó, corrió pero él la atrapó cuando llegaba a la puerta.

—No es eso sir Praxton… Aguarde por favor, sólo necesito de un tiempo. Prometo que si me da un tiempo seré su esposa  como debe ser.

Estaba atrapada pues la tenía fuertemente sujeta y no podía librarse de sus brazos.

—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo?—preguntó él. Desconfiaba, no se fiaba de sus promesas.

—Unos días, tal vez una semana, no más que eso. Por favor.

—Una semana es mucho tiempo, preciosa… pero si me pides unos días quiero que comprendas el riesgo que supone un matrimonio no consumado. Vuestro padre es mi enemigo y puedo imaginar lo que planea, no soy ingenuo.

—No diré nada de esto, lo prometo Elliot.

Estaba tan asustada que habría jurado cualquier cosa.

—Espero que recuerdes que has dado tu palabra preciosa, si no lo haces, si me traicionas…

—No, no diré nada.

—Espero que así sea, ahora regresa a la cama, no te tocaré pero deberás compartir la habitación y también el lecho.

Angelet obedeció nerviosa al tiempo que secaba sus lágrimas y cuando se metió en la cama todo el cansancio y los nervios de ese día la vencieron. Qué alivio sintió de que no la tocara, un alivio tan grande que pensó que unos días no serían suficientes y que acababa de hacer una promesa que no podría cumplir.

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Despertó exhausta como si hubiera dormido mil años y confundida abandonó despacio la cama sin saber dónde estaba. ¿Qué era esa habitación azul?

Entonces recordó que se había casado con Praxton y su primer impulso fue buscar su vestido pues se sentía medio desnuda con esa túnica. ¿Dónde estaba su traje de bodas? Se preguntó mientras lo buscaba con desesperación.

No pudo encontrar un guardarropa ni mueble, debía haber otra habitación contigua pero no tenía forma de llegar a ella. ¡Demonios! No podía escapar sin ropa.

Un sonido en la puerta la sobresaltó. No podía ser. Praxton estaba allí con el traje de montar blandiendo un rebenque. El cabello oscuro alborotado y sus ojos brillantes  le daban un aspecto extraño.

—Buenos días preciosa, ¿todavía no te has vestido?

La joven retrocedió espantada y murmuró que no había encontrado nada que ponerse.

—¿De veras? Pues te ves muy bella así…

—Pero no puedo quedarme con este camisón señor Praxton estoy helada—se quejó—¿Dónde habéis guardado mi ropa?

Él se acercó y se quedó mirando sus labios con deseo.

—¿Es que no vas a besar a tu marido, preciosa?—se quejó.

Angelet se acercó y le dio un beso tímido en la mejilla.

—¿Y eso qué fue? ¿Un beso de amigos? Soy tu marido capullito, ¿acaso lo olvidas?

No la dejó en paz hasta que le dio un beso profundo, apasionado. Olía a cuero y a sudor y se preguntó si intentaría algo más.

Sin embargo sólo le preguntó si había desayunado.

Al parecer no sería tan sencillo escapar pero debía intentarlo.

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Día tras día, la recién casada salía a caminar en compañía de su doncella Maude, observando a su alrededor y estudiando cada detalle de la casa preguntándose si tendría alguna posibilidad de escapar. Creía que no pero tal vez valiera la pena intentarlo. Sin embargo a medida que pasaba el tiempo comprendía que era casi imposible pues notaba que los criados jamás la dejaban sola ni tampoco él, su marido.

Estaban conociéndose, conversaban, compartían salidas a media mañana pero en la tarde el frío los obligaba a permanecer recluidos.

Un día le preguntó por qué su hermano lo había retado a duelo, caminaban rumbo al lago de la mansión, un lago que en invierno se convertía en un páramo helado.

—Es que tu hermano no me permitía cortejarte capullito, ni quería que me acercara a ti. Y cuando me vio merodeando Forest Manor se enfureció y dijo que me mataría—sonreía al recordar.

—¿Y esas cartas Elliot, por qué me hiciste creer que esa poesía la habías escrito para mí?

Ese incidente la había ofendido y él no podía entender la razón. Se acercó a ella y la abrazó.

—Creo que debemos regresar ahora preciosa, hace mucho frío aquí y temo que pueda llover. Mira el cielo.

El cielo estaba cubierto pero eso no decía nada, en esas fechas el cielo solía amanecer despejado y luego nublarse a media mañana o llenarse de nubes plomizas.

¿Por qué evitaba hablarle de esas cartas? ¿Las había escrito él o lo había hecho alguien más?

Emprendieron el camino de regreso en silencio.

—¿Y dónde está tu familia, Elliot? ¿Por qué no visitan Dartmoor?—le preguntó.

—Mis padres murieron preciosa y mi único hermano se ha dedicado a viajar por el mundo y nadie sabe si regresará o… en realidad hace mucho que no me envía ni una postal. La soledad de este paraje ya no me abruma ni tampoco los recuerdos de tiempos felices. Mi padre se casó a los cuarenta y siete años y sus hermanos ya eran abuelos. Demasiado mayor para ser padre—hizo una pausa y se enjuagó el sudor de la frente—. Sus malos negocios hicieron que perdieran sus tierras, otros migraron a otro condado para huir de la gripe y no quisieron regresar.

—¿Te refieres a la epidemia que hubo hace tiempo?

—Sí… me encontraba en Oxford estudiando leyes cuando pasó, fue como una peste medieval, primero enfermaron los criados, los niños… mi padre tenía setenta años y mi madre había muerto el año anterior por la misma enfermedad. No pudo resistirlo y mi hermano estuvo grave pero luego se mudó a Corneille con unos tíos y no quiso regresar. No soportaba la casa sin mi madre y por eso cuando tuvo su parte de la herencia dijo que haría un viaje y no he vuelto a verlo desde entonces. Así que tuve que dejar mi carrera de leyes y regresar. En ocasiones he pensado en vender la casa pero no puedo hacerlo, es todo lo que tengo. Tío Edgard me legó una villa contigua a esta, tal vez sí pueda venderla en un futuro si la situación aquí empeora.

—Lo lamento… creí que mi padre—dijo Angelet sonrojada.

Él sonrió de forma extraña.

—¿Se refiere a la dote? No hubo tal dote ni tampoco la habría pedido. No me casé por su dinero, señorita Hampton.

Parecía ofendido y molesto y ella no insistió en el asunto su prioridad era observar a su alrededor y preguntarse si sería muy difícil escapar.

Todos los días aprendía algo de los atajos del camino que podía seguir para salir de Dartmoor pero sabía que no sería sencillo.

*************

Una semana después mientras cenaban recordaba una anécdota de infancia cuando comenzó a sentir sueño. Había bebido demasiado y nunca había tolerado demasiado bien la bebida.

—Creo que debo retirarme ahora, estoy algo mareada—dijo.

Él se acercó solícito y la ayudó a regresar a sus aposentos, los que compartían sólo en apariencia.

Al llegar una doncella aguardaba para ayudarla a desnudarse pero su esposo le dijo que no sería necesario.

—Yo lo haré, gracias…

La puerta fue cerrada con llave mientras la joven observaba algo aturdida la situación. ¿Entonces su marido la ayudaría a desvestirse?

Sintió sus dedos moverse ligeros liberando primero el corsé y luego, sin prisa, su vestido color malva de seda.

La visión de su cuerpo con ese vestido ligero lo hizo temblar.

—Eres hermosa Angelet, tan bella…—le oyó decir.

Su mirada intensa recorría su cuerpo como una caricia, una caricia tan sutil que se alejó ruborizada y excitada pues nunca la habían mirado así, con tanto deseo y deleite.

Pensó en escapar al comprender sus intenciones, no se había movido pero sus ojos lo decían todo: la deseaba y quería convertirla en su mujer y eso le daba miedo.

—No… aléjese de mí—protestó pero al correr tropezó y tuvo que sostenerse de la pared para no caer.

Estaba mareada y se sentía muy extraña.

—¿Estás bien preciosa? ¿Te has lastimado?—preguntó él.

Ella lo miró ruborizada.

—Soy tu marido preciosa, no es justo que me prives de ti, que te escondas y no dejes… déjame verte por favor, deja que te toque…—le suplicó desesperado.

Un beso ardiente atrapó sus labios, un beso intenso y de pronto sintió unos brazos rodear su talle con el ímpetu de un bandido dispuesto a tomarla sin esperar a ser invitado.

Estaba demasiado mareada para resistirse y también confundida, pues sabía que no podría escapar y sin embargo ese beso la había hechizado, ese beso ardiente la envolvía y empujaba un poco más.

Sus padres le habían prohibido acercarse a ese hombre o permitir que la tocara pues si lo hacía nunca más podría escapar de ese matrimonio, no podría ser anulado. Pero era su esposo y sus caricias eran tan tiernas y seductoras. Sintió sus manos atrapar sus pechos a través de la tela y suspirar al sentir su suavidad. Sus manos recorrieron cada rincón de su cuerpo sin dejar de besarla, de arrastrarla al deseo… nunca antes había sido tan abrumada por el deseo y sabía que no podría resistir. Él le rogaba que se entregara a él, que fuera su esposa como debía ser, estaban casados y …

Un beso ardiente ahogó sus gemidos, no sabía qué le pasaba, por qué permitía que la tocara y cómo podía disfrutarlo.

Su vestido cayó al piso y fue un gesto de desafío y triunfo.

No fue él quien se lo había quitado, fue Angelet que lo hizo sabiendo que era su deber de esposa desnudarse y permitir que tomara su virginidad y la convirtiera en su mujer.

Praxton no tenía prisa y lentamente la llevó a la cama para llenarla de caricias y aguardar el momento adecuado para consumar esa magnífica cópula. Su miembro estaba más que listo y pujaba por salir pero una caricia en su vientre comprendió que debía demorarse un poco más.

—Tranquila, no voy a lastimarte…—le susurró.

Ella se sonrojó.

—Elliot es que no sé qué debo hacer ahora, nadie me ha hablado si es que…

Su esposo sonrió.

—Tú no debes hacer nada preciosa, sólo quedarte quieta y abrirte para poder convertirte en mi mujer esta noche. No temas… Angelet, eres tan hermosa, no te cubras, tu cuerpo es tan bello, tan perfecto…

Luego de decir eso atrapó sus labios y la cubrió con su cuerpo medio desnudo luchando por contener ese deseo que lo volvía loco. Necesitaba que se relajara, que estuviera lista para él, para que pudiera tomarla y convertirla en su mujer.

Ella lo abrazó con timidez y lentamente comenzó a dominar el miedo y desconcierto. No estaba asustada, su temor era no saber qué debía hacer porque nadie la había preparado para compartir el lecho con su esposo sino que por el contrario le habían prohibido que lo hicieran. Pero no esperaba obedecerles ahora, no quería convertirse en la enemiga de su marido él se había mostrado tan amable y amoroso, tan paciente…

Rodaron por la cama y siguió besando sus labios, su cuello, nunca la habían besado así, con tanta pasión…

—Angelet, mírame… quiero que veas como soy—dijo Praxton mientras se quitaba el pantalón oscuro despacio.

Ella se sonrojó cuando vio que de los pantalones salía ese miembro rosado y muy erguido, mucho más grande de lo que había imaginado. Pero afortunadamente no era como el de los caballos que había visto aparearse en el campo.

—Mírame… quiero que me conozcas, que me toques… hacer el amor no es un acto de procreación como te han inculcado hermosa, es un acto de amor, de cariño y también de placer…

Ella se acercó y comenzó a acariciarle, a tocar esa inmensidad despacio palpando su fuerza y suavidad. No sabía cómo entraría eso en su vagina, hasta dónde sabía la suya era pequeña y pensó que le dolería como habían dicho sus primas pero… cuando se tendió en la cama estaba lista para hacerlo. «Sólo duele la primera vez, luego dicen que no sientes nada» le había dicho su pícara hermana.  Eso le había dicho Rose, la pícara doncella que lo hacía a menudo con su novio en la pradera. Pronto se casarían pero ese pronto nunca llegaba.  Sin embargo evitaba los embarazos introduciéndose esponjas empapadas en vinagre. Algo que debía arder como el demonio.

Cerró los ojos y gimió al sentir el peso de su cuerpo y también que estaba haciendo, entraba en ella con mucha suavidad.

—Relájate, no temas, luego pasará, es sólo al comienzo—le susurró—Angelet, mi ángel, mírame… quiero que me abraces y te quedes así, tranquila… puedes llorar si lo deseas.

No, no quería llorar sólo escapar la mareaba sentirse así, unida de forma tan íntima con un extraño. Esa inmensidad estaba en ella y se movía, se movía una y otra vez hasta que de repente notó que expulsaba ese simiente para hacerle un bebé y entonces pensó que todo había terminado porque él la apretó contra la cama y cayó exánime, fundido, sin fuerzas…

—Angelet, preciosa… te amo…—le susurró al oído y la besó.

Pensó que todo había terminado y se dormiría pero no fue así, lo haría de nuevo, estaba preparándola con besos y caricias, aguardando el momento en que estuviera lista.

No sabía que el  hombre lo hacía varias veces hasta estar satisfecho.

Y le llevó varios días aceptarlo y adaptarse.

Lo bueno era que ya no le dolía y casi disfrutaba ese momento de amor e intimidad.

—Nada de lo que pase en esta cama debe avergonzarte, preciosa—le dijo él en una ocasión.

Ella se desnudó despacio y sus caricias le provocaron un raro cosquilleo.

Se estremeció cuando luego de demorarse un buen rato llenándola de caricias entró en su vientre y cayó sobre  ella.

Todos los días quería hacerle el amor: a media mañana o en la tarde y en la noche jamás podía escapar de su apasionado abrazo.

Nadie le había advertido que el matrimonio sería así, tuvo la sensación de que pasaba el día entero desnuda pegada a él, unida en esa cópula que empezaba a gustarle.

Él insistía en llenarla de besos pero no permitía que las caricias fueran tan atrevidas como intentó una vez al perderse más allá de la cintura y besar su pubis emitiendo un gemido extraño.

Lo apartó avergonzada y confundida y él había sonreído.

—Sólo son caricias preciosa, suaves caricias… debes aprender a disfrutar y entender que esto no es sólo para hacer bebés. Tranquila, no te asustes.

Sí se había asustado pero regresó a su lado y él la atrajo contra su pecho para sentir su hermoso cuerpo de formas llenas, se deleitaba contemplando las curvas de sus caderas y sus pechos llenos tan blancos de aureola rosada, le encantaba besar y lamer de ellos y su intención era convertirla en una amante apasionada pero aún era muy tímida. Necesitaría más tiempo… sin embargo él notaba que tras esa damita tímida se escondía una mujer apasionada y tan dulce…

Nada más regresar a la casa y verla sentía que su corazón se llenaba de amor y dicha, sólo verla y luego llevársela a la cama para hacer el amor el resto de la tarde.

Pero Praxton sabía que el peligro acechaba, que la familia de su esposa tramaba una cruel venganza por haberles arrebatado la flor de su casa y cuando Angelet pidió ver a sus padres se puso alerta.

—Luego querida, ahora hace mucho frío… no quiero que te resfríes—inventó él.

Los ojos de la jovencita se pusieron tristes y permaneció callada durante la cena.

—¿Extrañas Forest manor, preciosa?—preguntó luego.

Ella sostuvo su mirada y se sonrojó por la intensidad que la miraba.

Todos los días quería hacerle el amor, la deseaba como el primer día y sabía que luego la desnudaría y arrastraría a la cama.

—Sí, un poco… les he escrito dos cartas pero no me han respondido ni tampoco han venido a visitarme como les pedí.

Él sonrió con ironía.

—Ni creo que lo hagan, querida. Me odian con toda el alma y aborrecen profundamente que sea su yerno.

Esas palabras la inquietaron.

—Oh, no creo que sea así querido.

—Me odian ángel, y tienen razones para ello. No los culpo. Irrumpí en su casa para exigir el pago de una deuda y como se negaron a pagarme decidí llevarte a ti… Te aseguro que harán hasta lo imposible por robarte de mi lado anulando la boda. Aunque eso ya no podrán hacerlo…

Sus ojos recorrieron sus labios y su blanco escote que se perdía en sus senos redondos y suaves.

Tomó un sorbo de vino y apuró la cena para deleitarse con su dulce compañía.

—Ven preciosa…—tomó su mano y notó que sus mejillas se encendían lentamente.

Una doncella aguardaba en su recámara pero sir Praxton le dijo que no debía estar allí de malos modos. No quería que nadie viera el cuerpo desnudo de su esposa aunque fuera una criada.

—Lo siento, señor—dijo la jovencita y se alejó rápido de la recámara.

Angelet se acercó a la cama y esperó paciente a que su esposo la desnudara. Sabía cuánto le agradaba hacerlo para deleitarse observando su cuerpo desnudo, mucho antes de tocarla, de llenarla de besos…

—Ven aquí preciosa… esta noche no escaparas—le susurró al oído rozando sus nalgas apenas con su miembro erguido y duro como una piedra.

Ella rió al sentir que le hacía cosquillas con sus manos y también con el roce de su miembro.

—Sí nunca puedo escapar, Elliot—le respondió mirándole con picardía.

De pronto el gran espejo reflejó su cuerpo de curvas llenas y a él atrapando su cintura mientras besaba su hombro izquierdo y su cuello mientras sus manos se movían deprisa para atrapar sus pechos y apretarlos con suavidad.

Era la primera vez que lo veía en el espejo y la imagen fue tan turbadora que quiso apartarla pero él, divertido por su rubor le ordenó que siguiera mirando.

—Quiero que observes este hermoso acto Angelet, que lo veas y descubras qué bonito que es ver el reflejo de lo que está pasando ahora—dijo.

Angelet obedeció y se estremeció al ver que sus besos atrapaban sus pechos por detrás mientras sus manos acariciaban su pubis casi desprovisto de vello. Aún era pequeño pero no tanto como antes, luego de hacer el amor por primera vez había perdido su apariencia casi infantil y ahora se notó más mujer y eso le agradó.

Sus besos y caricias se demoraban en cada rincón de su cuerpo haciendo que se humedeciera y que disfrutara cada momento.

Y muy despacio fue llevándola a la cama sin despegarse un centímetro de su cuerpo y de pronto le rogó que cerrara sus ojos y se quedara inmóvil pero con las piernas relajadas y levemente abiertas.

Angelet lo hizo, cerró los ojos y no se movió de espaldas a él. Pensó que se acercaba el momento más deseado cuando entraba en ella para rozarla hasta esparcir su semilla en su interior. Deseaba que lo hiciera, deseaba sentirle y al sentir algo duro en la entrada de su pubis tembló y sintió que se humedecía y relajaba.

Pero no fue su virilidad lo que rozó su pubis sino algo húmedo y unos labios hambrientos y voraces que comenzaron a devorarla.

Abrió sus ojos espantada y lo vio inclinado sobre ella, su boca atrapaba la humedad que la excitación provocaba y no dejaba de deleitarse y gemir.

Su impulso fue escapar pero al tenderse boca arriba y apartarle, su esposo, enojado jaló de sus caderas y la atrapó y su boca regresó a ese deleite inmovilizándola casi contra la cama. No, no podría escapar esta vez. Él se lo había pedido otras veces, lo había intentado otras tantas pero ella no se lo había permitido y ahora que tenía lo que deseaba no se detendría y…

Oh, pensó que iba a desmayarse, que el placer de sentir su lengua prodigándole esas caricias tan íntimas y atrevidas la volvería loca.

Cerró sus ojos y se rindió y gimió cuando su boca la apretó aún más y las caricias subieron hacia arriba, a ese lugar al que nunca antes había llegado.

Todo su cuerpo sintió ese relax y esas oleadas de placer que la sacudieron por completo una y otra vez.

Pero le gustaba, nunca antes había sentido un placer semejante ni había creído que ese acto de procreación pudiera darle tanta satisfacción. Y sin darse cuenta de lo que pasaba ni de lo que hacía se abrazó a su hombre y gritó al sentir que el placer llegaba al límite de lo soportable contrayendo su pubis de forma rítmica una y otra vez.

Elliot no quería detenerse y siguió besando los pliegues de su sexo succionando de ellos con la desesperación de un loco.

Y cuando le rogó que la dejara que no podía más lo vio sonreír triunfal tomando con su miembro inmenso el motín que acababa de conquistar llenándola, estirándola y haciendo que cada movimiento fuera maravilloso.

—Eres hermosa mi ángel, tan dulce…—le susurró mientras se preparaba para esparcir su simiente.

Angelet respondió a sus embestidas como él le había enseñado a hacerlo, con movimientos rudos que no tardaron en darle nuevamente ese placer nuevo que acababa de descubrir y que hacía que su sexo se contrajera con fuerza aprisionando aún más esa inmensidad…

Gimió desesperada al sentir ese alivio y placer tan fuerte que temió desmayarse, lo abrazó con fuerza y él cayó con todo su peso para hundirse en el placer y la satisfacción final sintiendo cómo esparcía cada gota de su simiente muy al fondo, soñando que esa maravillosa noche pudiera engendrarle un bebé… siempre lo deseaba pero por momentos su ansiedad lo desesperaba pero una emoción mucho más intensa lo embargaba al sentir que por primera vez despertaba a la amante ardiente y apasionada que había escondida en su esposa. Se había rendido, había logrado que lo hiciera y su respuesta lo había vuelto loco y sintió que podía estar toda la noche saboreando esa delicia.

Se miraron en silencio y en sus brazos Angelet le confesó que había sido especial.

—Nunca creí que sería así pensaba que… una dama jamás lo disfrutaba sólo las mujeres que…

Praxton sonrió.

—Eso es lo que le inculcan a las señoritas para que no caigan en la tentación de la carne, ángel. Es por eso… Pero como te dije al comienzo, nada de lo que ocurra aquí debe avergonzarte, déjate tentar por el deseo, esto es sólo el comienzo… ven aquí, ¿crees que voy a dejar que te duermas ahora?

Angelet lo miró sorprendida pero cuando cayó sobre ella y comenzó a besar sus pechos sintió que quería hacerlo de nuevo y sentir esas cosas tan maravillosas que había experimentado recién.

*********

Los días se hacían más cortos y los recién casados se demoraban la mañana en la cama con juegos sensuales y ningún criado osaba acercarse hasta que el señor se presentaba en el comedor, lo que ocurría cerca de las once.

Angelet siempre accedía a sus juegos y lentamente fue liberándose de sus miedos aunque seguía siendo tímida al comienzo siempre terminaba disfrutando cada momento fascinada y seducida por el deseo ardiente que él despertaba en todo su cuerpo. Jamás imaginó que lo disfrutaría tanto.

Pero sabía que esa intimidad la había unido de una forma extraña y profunda a Praxton y eso ocurrió desde la primera noche que hicieron el amor. No sólo había cumplido con sus deberes de esposa, al ser desflorada por él supo que nada sería como antes. Se sintió muy extraña entonces, pensó que ya nunca sería la misma porque se había convertido en su esposa, en su mujer y ese cambio le gustaba. La intimidad no era una simple obligación para ella, un deber marital y nada más, la intimidad se convirtió en su mundo y en  una necesidad que ahora no deseaba evitar. Disfrutaba tanto sus besos y caricias y cuando tenía que irse se sentía tan triste y vacía. Lo quería sobre ella, fundido y acoplado en su pubis, en su cuerpo…

¿Por qué se alejaba? ¿Por qué tenía que recorrer las tierras a caballo todos los días, reunirse con los arrendatarios o conversar con su administrador, recibir amistades o visitas inesperadas?

Angelet comenzó a desear que él no tuviera que alejarse ni ella recibir esas visitas inoportunas. Solos los dos, charlando o haciendo el amor.

El mundo podía esfumarse.

El mundo con todas sus criaturas molestas, impertinentes e intrusas podía desaparecer que no la habría afectado para nada, que el mundo se convirtiera en humo pero que quedara el señorío de su esposo y por supuesto: él…

Pero al parecer el mundo conspiraba para arruinar su intimidad y como si despertara de un sueño un día recibió una carta dirigida a ella.

«Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil espinas.» Decía y allí estaba una rosa roja junto con esa esquela y un raro mensaje: «Mi hermosa dama, no penséis ni un segundo que os he olvidado, no vivo recordando la dulzura de tu mirada…  Porque te dije que nunca podría olvidarte…»

Angelet suspiró al sentir el aroma de la rosa y luego sonrió.

Praxton quería hacerle una broma.

O tal vez era un gesto romántico tan tierno de su parte, escribirme esas misteriosas cartas como en el pasado…

Elliot se encontraba abocado a su faena diaria en el campo, aguardaría su regreso…

Acababa de darse un baño ayudada por la doncella y lo esperaba con ansiedad, el día se hacía tan largo sin él.

Dio vueltas en el comedor y se detuvo a tocar el piano. El piano era su gran solaz cuando lo echaba de menos.

Y tan ensimismada estaba tocando una melodía que no se dio cuenta de que su esposo la observaba desde la puerta.

Hasta que sintió su mirada y sonrió.

Acababa de llegar y tenía las botas y el saco lleno de barro, necesitaba asearse pero no pudo evitar acercarse y besarla.

—Preciosa… ven aquí… hueles a rosas y algo dulce y tierno—le susurró.

Angelet dejó escapar una risita al sentir que besaba su cuello y atrapaba sus pechos a través del corsé.

—Aguarda… iré a darme un baño ahora. Espérame en nuestros aposentos.

Ella sonrió y sus mejillas se cubrieron de rubor y él se quedó mirándola embelesado y quiso besar esas mejillas y sentir el calor. Porque estaban ardiendo y su respiración también se volvía agitada por sus caricias, por la expectativa de hacer el amor.

—Angel, eres tan dulce… ven aquí…

Él tomó su mano y la llevó a su habitación donde le quitó el corsé y comenzó a apretar y besar sus pechos llenos por la excitación. Su cuerpo había cambiado esas semanas y ahora era toda una mujer.

—Oh Elliot… estaba deseando verte…

—Yo también mi amor, todo el tiempo que paso lejos de ti es un infierno, a veces quisiera llevarte conmigo pero… no puedo hacerlo.

Ella lo miró interrogante.

—¿Por qué no puedes llevarme? Soy tu esposa, debería acompañarte.

No tardó en desnudarla dispuesto a prodigarle caricias y luego regresar bañado y más presentable, esa ropa apestaba.

—No puedo mi amor… no quiero que esos campesinos atrevidos se deleiten contemplándote, no lo soportaría—respondió.

Ella se dejó caer en la cama cubierta solo con su desnudez y le sonrió con expresión traviesa.

—Diablos, debo irme ahora pero… no puedo hacerlo. Ven aquí.

Sabía que lo haría y casi gritó al sentir sus labios hambrientos devorar su pubis con avidez, deleitándose de que estuviera tan húmeda y dispuesta.

—Eres un demonio Elliot, mi padre tenía razón…—se quejó mientras acariciaba su cabello despacio y él se hundía un poco más en su rincón secreto.

Podía pasarse horas allí, siempre lo decía pero en esos momentos sintió que volaba con esa invasión feroz tan placentera, su lengua inmensa jugaba con esa protuberancia rosada y no la dejaba en paz. Si la lujuria era pecado pues ella se iría al infierno.

Pero Angelet quería que entrara en su cuerpo, estaba tan excitada que no soportaba más esos juegos, todo su ser convulsionaba al tiempo que él se despojaba de la camisa y liberaba su miembro húmedo para estallar en su delicioso vientre.

Ella lo abrazó con fuerza y gimió al sentir que su desesperación encontraba la calma en esa cópula rápida y salvaje, ruda… Adoraba su cuerpo fuerte y vigoroso, el olor de su piel y no le importó que tuviera la ropa llena de barro ni que oliera a sudor. Era su amor, su amante y adoraba sentirle así y hasta asió sus nalgas para que la penetración fuera más profunda.

Y entonces su marido no pudo retener más su placer, no fue capaz y gimió al vaciar hasta la última gota de semen en su vientre y ella gritó al sentir nuevas convulsiones de placer en ese preciso instante.

—Te amo mi amor, te amo tanto… preciosa…. ¿Creíste que te dejaría ir, que permitiría que ese remilgado conde te hiciera su esposa?—le susurró exhausto, incapaz de dar un paso más.

Ella sonrió.

—Pues me alegro que hayas sido tan vehemente Praxton, creo que eres el mejor amante que podría haber tenido… A veces me pregunto si es correcto que…

Él sonrió.

—Lo que no es correcto es que me quede más tiempo aquí con el olor a caballo tengo, preciosa. Aguarda, ya regreso.

—No, no te vayas… siempre tardas mucho en bañarte.

—Es que necesito darme un baño tesoro para volver a ti como un verdadero caballero si es que puedes considerarme así… me he comportado como un salvaje.

—No es verdad… ven aquí, no te vayas todavía…

—Debo irme ángel, luego regreso, prometo no demorar…

Angelet suspiró y se vio en el espejo colocado frente a la cama y notó que se veía distinta. Enamorada y feliz… pues ahora sabía lo que era el amor carnal, la pasión que compartían los amantes pero no todos los casados… Pues el testimonio de sus primas era muy distinto a lo que ella estaba viviendo con su esposo. Para ellas era una obligación que detestaban y a la que se sometían una vez a la semana y no más, a menos que sus esposos las obligaran. «Es horrible, es vergonzoso, no te cases Angelet, tú no eres para el matrimonio. No lo soportarías» le dijo su prima Claude.

Si su puritana prima se enterara de todo lo que pasaba en esa cama se desmayaría del horror.

Suspiró deseando que su marido no se demorara, deseaba quedarse en la cama hasta la hora de la cena.

Elliot regresó poco después húmedo y perfumado. La toalla que cubría su cuerpo fuerte cayó al piso y Angelet se sonrojó al notar que estaba más que listo para hacerle el amor pero antes quería recibir caricias…

Lo vio en sus ojos, en sus labios que sonrieron mientras se acercaba a la cama despacio.

Besó sus labios y le quitó a manta que cubría su desnudez.

—Ven aquí preciosa… se muere por sentir tus caricias—dijo tomando su mano.

Angelet también deseaba hacerlo y dejó que él la guiara, cerró sus ojos al enfrentarse a ese miembro suave y erecto besándolo con timidez. Besos y caricias que lo volvían loco, sus labios rozándole despacio hasta que su boca se abrió y lo engulló como su dulce favorito. Suave y delicioso, ya no sentía pudor en prodigarle esas caricias ni tampoco en que él la tendiera de lado y le respondiera como una fiera hambrienta, ansiosa de devorarla… sintió que asía sus nalgas y la empujaba hacia atrás mientras ella se abrazaba a su espalda y comenzaba a moverse en busca de placer.

Hasta que él la apartó despacio y la llevó a la cama para entrar en ella como un demonio y esparcir su semilla, estaba desesperado y no pudo retenerlo más tiempo.

Y mientras lo hacía sujetó sus caderas y cayó sobre ella susurrándole: —Un bebé preciosa, quiero que me des muchos bebés… y no dejaré de hacerte el amor hasta conseguirlo.

Angelet sonrió y le dijo que se lo daría.

—Nunca pensé que sería así… creí que tú… Serías muy malo conmigo—dijo de pronto suspirando al sentirse colmada y satisfecha.

Él se puso serio.

—Creíste que era el demonio de Dartmoor—dijo mirándola con fijeza.

La joven rió.

—En realidad ese era tu antiguo nombre.

—Y tú creíste que realmente era un demonio. No lo soy… estaba furioso porque me enamoré de ti desde el primer instante en que te vi, fue amor a primera vista y decidí que te convertiría en mi esposa, no importaba cuánto tuviera que enfrentar, cumpliría mi sueño.

Angelet sonrió.

—Tú me ponías muy nerviosa Praxton, tu mirada era tan intensa que huía de ti y creo que quise escapar de ti todo el tiempo—le confesó—Es que siempre fui muy tímida.

—Tímida y apasionada… hay tanto fuego en ti preciosa…

La joven se sonrojó.

—Eres tú quién me hace sentir esa pasión Praxton, nunca antes… tú me diste el primer beso de amantes, cuando vine a verte para pedirte que no te batieras a duelo con mi hermano… cuando me robaste ese beso sentí algo que nunca había sentido en mi vida y luego… Jamás imaginé que la intimidad sería así pero… lo hago porque sé que tú necesitas una esposa ardiente pero en el fondo sigo siendo muy tímida.

Praxton la miró con tanta ternura.

—Lo vi desde la primera vez que hicimos el amor, cuando te desnudé y contemplé tu cuerpo, la forma en que reaccionaste… eres dulce y ardiente Angelety no debes sentir culpa ni vergüenza por ello. ¿Recuerdas lo que te dije un día? Que nada de lo que pasara en esta cama debía escandalizarte, nada…

Y tras decir eso se escuchó la campanilla desde el comedor anunciando que la cena estaba lista.

*************

Una semana después mientras daba un paseo por la pradera aprovechando los pocos rayos de sol de la mañana tuvo un encuentro inesperado.

A Stonehill solían llegar forasteros para contemplar el paisaje y pedían permiso a Praxton para seguir pues esas eran sus tierras aunque no todas estaban alambradas (él estaba abocado en esa tarea algo cansado de los intrusos) así que seguramente ese jinete podía ser un vecino o un viajero de paso que recorría Dartmoor muy confiado.

Se equivocaba, no era un viajero sino su hermano Richard. Lo reconoció apenas estuvo a media milla de distancia, su porte, sus gestos, hasta la forma de montar le resultaba familiar.

Tembló cuando se acercó a ella de forma furtiva.

—¡Dios santo, Richard! ¡Qué susto me has dado!—Angelet estaba asustada—No puedes estar aquí, Praxton se disgustará. Vete por favor.

Su hermano era orgulloso y sabía que en otras circunstancias se habría marchado pero al parecer algo muy urgente lo había llevado a las tierras de su enemigo y ella no tardó en enterarse.

—Angelet, escucha… Sólo vine a pedirte que encuentres el documento que condena a nuestro padre a la cárcel por ese mal negocio. Praxton lo tiene en su poder y se ha negado a cumplir su palabra, no quiere entregarlo. No es justo. Nos ha engañado a todos. Dijo que luego de la boda… escucha, no tengo tiempo, debo irme ahora. Sé que tu marido nos odia pero no permitas que nos haga esto. Tú eres una Hampton y no puedes permitir que ese malnacido envíe a nuestro padre a prisión.

Angelet tembló.

—Pero no entiendo… Nuestro padre es inocente, siempre lo ha dicho pero…

—Por supuesto que lo es, pero ese demonio le tendió una trampa.  Maldita la hora que os vio en esa fiesta… Mi querida hermana, te ves tan triste caminando sola por estas tierras… pero no temas. En cuanto consigas el documento entrégamelo, convence a tu marido de que te deje venir a Forest o envíalo por correo. O destrúyelo. Lo que sea pero hazlo. Sólo entonces nuestra familia estará a salvo y tú también… podrás ser liberada de ese malnacido y regresar a casa. Sé que debes estar sufriendo Angie pero sé fuerte ¿sí? Tu sufrimiento tendrá fin, sólo consigue ese documento, búscalo, debe estar en alguna parte. No permitas que nuestro padre sea llevado a prisión.

Tras decir eso espoleó su caballo negro y huyó, huyó al galope hasta convertirse en un punto oscuro en el horizonte.

Angelet se quedó con la mirada fija en la distancia y tan asustada como perpleja pues pensó que su marido había enviado el documento a su padre luego de que su matrimonio fuera consumado, así lo había prometido. ¿Por qué no lo había hecho?

Pues ella no podía tomar ese documento y entregarlo en Forest Manor, jamás lo habría hecho.

Su familia creía que ella ansiaba librarse de Praxton, que lo odiaba y estaba sufriendo al tener semejante marido.

Pero Angelet sabía que eso no era verdad y que su vida había cambiado por completo. Stonehill se había convertido en su hogar y él en su hombre, su marido en todo el sentido de la palabra.

Las noches de pasión, los momentos compartidos la llenaron de rubor.

Por cierto que no tenía pensado abandonar a su marido. En realidad nunca pensó hacerlo, fue su padre que supuso que ella pediría el divorcio por eso la casaron en Escocia.

«Debes hacerlo por nuestra familia Angie, no permitas que nuestro padre vaya a prisión…»

Un nudo angustia se instaló en su garganta al recordar esas palabras y pensó que su paseo matinal se había arruinado y emprendió el camino de regreso más angustiada que antes. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Acaso le diría a su marido que acababa de recibir la visita de su hermano pidiéndole que tomara el documento que condenaba a su padre por estafa? Diablos, no… no podía hacer eso pero… ¿Acaso Praxton pensaba enviar a su padre a prisión?

No, su esposo no haría eso. Era su suegro y además, no lo odiaba tanto. Sólo había querido cobrar una deuda y ella había sido el pago de dicha deuda…

Saber eso le provocó cierta rabia pero luego comprendió que luego de ser rechazado y de amarla así, con tanta locura y desesperación, no había tenido alternativa. Y no la había desposado por su título ni por la dote que jamás había recibido, sólo por ella…Porque la deseaba y la amaba locamente.

Cuando entró en la casa regresó a sus aposentos para escribir una carta a sus padres.

No, no podían pedirle que hiciera semejante cosa, ella no era una ladrona.

Intentó serenarse.

Diablos no podía escribir eso.

El papel de su escritorio fue arrojado al fuego.

Estaba helada, mejor sería acercarse y extender sus manos y olvidar ese asunto. Ella no buscaría el documento ni haría nada porque si su marido se enteraba que su hermano había ido a buscarla para hacerle semejante pedido…

—Lady Angelet… acaba de llegar una carta para usted—dijo el ama de llaves con expresión torva.

No la miraba así, era su cara de siempre ya se había acostumbrado a verla. Le recordaba mucho a las monjas francesas que había visto en su viaje a Paris hacía años: poco agraciadas y de semblante alerta y una mirada oscura y torva. Así era la señora Richardson, el ama de llaves.

La joven tomó la carta y al abrirla supo que era de su prima Beth felicitándola por la boda y pidiendo que fuera a visitarla. Su vida en Cumbria era difícil, el frío del invierno invadía cada confín y hasta había unas partes del condado que quedaban aisladas por la nieve.

Se distrajo leyendo su carta y de pronto escuchó sus pasos. Sabía que su esposo estaba cerca y sonrió al verle llegar.

No tuvo valor para hablarle de la visita de su hermano ni tampoco de preguntarle por qué todavía conservaba el documento.

Tal vez luego pero…

Lo cierto es que nunca encontró el momento oportuno para hacerlo.

Días después recibió una carta de su madre.

“Mi querida niña:

Te ruego me disculpes por no haberte escrito antes es que he estado ausente estas semanas pues tuve que viajar a Dorset a visitar a mi hermana Claire pues estaba enferma… Tengo una buena noticia que contarte, tu hermano se casará el año próximo con Edelaine, han fijado fecha para el diez de abril, espero que puedas asistir…”

La carta no mencionaba el documento pero le pedía amablemente que fuera a visitarla. Y no mencionaba a Praxton, como si diera por sentado que su hija iría sola.

Este la miraba muy atento terminando su desayuno.

—Es mi madre… quiere que vaya a visitarla.

Esa frase provocó un cambio notable en el semblante de Elliot.

—¿De veras? Bueno, al fin se acuerda que tiene una hija… ha pasado semanas sin dignarse a contestar. Llevamos dos meses casados y jamás ha venido a verte ni…

—Pero me pide que vaya a verla…

—¿Quieres ir a visitar a tus padres?

Angelet asintió.

—Está bien, en unos días cuando el tiempo mejore iremos. No irás sola, preciosa.

—¿De veras, me llevarás?

—Por supuesto, iremos a visitar Forest Manor.

Los ojos de la joven brillaron con intensidad, de pronto tuvo miedo que esa visita avivara el fuego y sus padres riñeran con Praxton. No deseaba que eso pasara.

Por eso la visita a sus padres se postergó.

Los días se hicieron más fríos y comenzó a llover.

Envió un mensaje a su madre diciéndole que en cuanto pasara la lluvia iría pero…

Era maravilloso tenerle para ella sola.

Pasaban el día entero en sus aposentos haciendo el amor, charlando, riendo. Oh, no podía escapar de él, cuando intentaba salir de la cama con cualquier excusa él la obligaba a regresar. Estaba desnuda y no la dejaba vestirse, le encantaba deleitarse observando cada rincón de su cuerpo y con la imagen reflejada en el espejo se acercaba y le hacía el amor.

Angelet se excitaba viendo cómo sus besos recorrían su cuerpo hasta que su miembro duro y poderoso la atrapaba, la tendía de lado, de espaldas, gemía al sentir que entraba en su vientre desde otra posición llenándola por completo, haciéndole sentir cada milímetro de su virilidad rozándola sin piedad una y otra vez hasta que su semilla se perdía en lo profundo.. y entonces la apretó contra la cama y gimió diciéndole que nunca antes había sentido algo tan fuerte por una mujer…

Angelet sonrió exhausta y mareada. Débil… no podía más. Había sido tan fuerte que casi se desmaya.

No era la primera vez sentía esos mareos y pensó que era el cansancio.

—Tranquila, mírame, respira hondo preciosa—le respondió.

Ella obedeció y él la ayudó a incorporarse con dos almohadones y fue un trozo de cartón para abanicarla.

El mareo pasó y de pronto supo lo que pasaba casi al mismo tiempo que él notara el cambio en su cuerpo acariciando su vientre despacio.

—Preciosa… tu vientre… hay un bebé en él y es inmenso. Mira… ¿lo sientes?

Angelet lloró emocionada al sentir sus manos acariciar su vientre mientras su boca la besaba.

Era verdad, lo sospechaba, hacía más de dos meses que hacían el amor y desde entonces su regla no había llegado. Por eso los mareos y las náuseas a media mañana.

—Oh Elliot, un bebé… —susurró.

Él sonrió.

—Y presiento que te lo hice durante nuestra noche de bodas, ángel, lo hice…

Pero ella estaba asustada, temía al parto y volvió a llorar. No, no quería tener un bebé ahora pensó y su rechazo duró días, semanas en las que estuvo postrada suspendiendo no solo la visita a casa de sus padres sino que tuvieron que llamar al doctor porque los síntomas eran cada vez más frecuentes. Mareos y horribles vómitos a media mañana que la dejaban postrada y con dolor de cabeza.

El médico la examinó y confirmó su embarazo y le recetó un tónico. No había más para hacer.

Debía descansar, beber mucha agua, tomar sopa y alimentos livianos y esperar que los síntomas desaparecieran.

Durante casi tres semanas estuvo así y él sólo se acercaba para besarla y consolarla, casi se sentía culpable de ser tan feliz sabiendo que le daría un hijo al verla tan desganada.

No le hizo el amor.

Se moría de ganas pero Angelet pasaba durmiendo, mareada y enferma.

Hasta que los malestares desaparecieron y su vientre fue volviéndose redondo lentamente.

Al fin se despertó sin sentirse mareada, sedienta y con mucho apetito.

Comer le dio energía y pudo recuperar el peso que había perdido con los vómitos.

Entonces vio su mirada llena de deseo al entrar en la habitación. Su doncella la ayudaba a cepillarle el cabello y él la miraba como un lobo hambriento.

Angelet se excitó al sentir su mirada, sintiendo que el deseo que sentía por él había permanecido dormido todo ese tiempo pero ahora al despertar sintió que tal vez no fuera prudente. Tenía un hijo en su vientre y… no sabía si debía hacerlo. El médico no se lo había prohibido pero ¿cómo iba a preguntarle eso? Habría muerto de vergüenza.

—Estás hermosa ángel… me alegra verte mejor, ese color en tus mejillas…

Ella se ruborizó aún más al oír sus palabras y cuando se acercó y la besó con suavidad respondió a sus besos rodeándole con sus brazos sintiendo como el calor volvía a su cuerpo, el calor y el deseo.

—Ángel… me muero por hacerte mía pero… temo que el bebé, aún es muy pequeño y…

Ella tembló al ver que vacilaba.

—Ven… me muero por estar contigo, todo este tiempo no… me sentía tan mal que no podía moverme ni…—dijo ella suplicante.

Él la besó y le quitó el vestido, no pudo resistirse. Ambos estaban asustados pero lo deseaban tanto…

Su cuerpo de figuras llenas lo tentó y atrapó sus pechos. Pensó que sólo serían caricias, que la devoraría hasta satisfacerla y luego…

Atrapó sus pechos redondos y tan llenos y los besó y apretó con suavidad.

Angelet se rindió a sus caricias, no tenía fuerzas para negarse, su mente era un torbellino y pensó que no pasaría nada. Su boca la devoraba y ahora se deleitaba con el néctar de su respuesta. Sintió que se relajaba y caía hacia atrás abriendo sus piernas despacio mientras su lengua la devoraba por completo y sus labios se plegaban a ella con fuerza…

No, no podía resistir más, sintió que su cuerpo se mecía y luego estallaba de placer mientras él no se apartaba un ápice hambriento de ella y desesperado…

Tanto tiempo sin hacer el amor, ¿cómo había aguantado? Angelet casi le rogó que entrara en su cuerpo, lo quería sentir, aunque fuera un poco si tenía miedo…

Elliot estaba tentado. Ahora era ella quién lo envolvía con su boca y suaves caricias empujándole al placer con sus movimientos suaves y la visión de su cuerpo tan dulce y femenino.

No podía negarle nada, nunca podría en realidad.

El médico había dicho que podían tener intimidad pero no a diario y con la debida delicadeza. ¡Ni que sospechara que copulaba como un demonio y lo hacía a diario con su esposa!

Sin embargo tenía miedo y de no haberle suplicado tal vez…

—Angelet escucha… si sientes algo si pasa algo que…

Ella sonrió contenta de salirse con la suya, lo necesitaba, necesitaba sentirle en su cuerpo, disfrutar ese instante de unión profunda.

Pero Elliot fue muy despacio y se mantuvo alerta por si acaso ella se quejaba o lo detenía. Nada de eso ocurrió, fue un reencuentro maravilloso y luego de esa noche volvieron a tener intimidad casi a diario.

***********

Ya no tenía excusas para no ir a Forest Manor, el médico dijo que podía realizar paseos pero su esposo se opuso, temía que perdiera al bebé así que tuvo que resignarse a permanecer confinada en sus aposentos y solo recorrer los jardines muy de vez en cuando.

El invierno tocaba a su fin pero le costaba decirles adiós y Angelet se sintió inquieta porque su madre no había respondido su última carta y…

A veces pensaba en ese documento que obraba en poder de su esposo. No creía que él fuera a usarlo por supuesto pero pensó que era justo que su padre lo tuviera en su poder pues a fin de cuentas él había cumplido con su parte entregándola en matrimonio y además, estaba embarazada y había sido una buena esposa… ¿Por qué no podía dejar atrás antiguos rencores y olvidar ese asunto?

No era sencillo hablar del tema con su esposo, nunca hablaban de sus padres ni tampoco de ese documento pero…

Por fortuna sus amigas la visitaban a veces y un día apareció Clarise, escoltada por su doncella.

Una visita que la emocionó hasta las lágrimas.

—Angie, ¿qué tienes? —su hermana se asustó y miró a su cuñado con cautela.

Elliot la saludó cordial invitándola a acompañarles hasta el comedor, pero una nueva visita atrajo su atención: una tía anciana que había hecho un largo viaje para conocer a su esposa y las dejó a solas para que conversaran.

Angelet secó sus lágrimas al tiempo que reía.

—Disculpa Clarise… es que hace tanto que no os veía…

—Angelet… os veis distinta. Habéis engordado pero tenéis las mejillas rosadas. Ciertamente que no se os ve como una esposa casada con un demonio—opinó su hermana menor.

Angelet no supo si reír o llorar y optó por gruñirla.

—Deja de decir tonterías, mi marido no es un demonio. Al contrario él… ha sido muy bueno conmigo.

—¿De veras?—Clarise parecía francamente sorprendida—Angie… no me mires así pero… he venido a escondidas. Papá no sabe que estoy aquí.

De nuevo la historia del documento. ¿Entonces no lo había encontrado?

—Es que no puedo hacer eso, por favor entiende que… Pero prometo que hablaré con Praxton, le pediré que entregue el pagaré a nuestro padre.

—¿Lo harás?

—Sí, lo prometo. Es que…

No podía contarle que estaba embarazada, no quería que su hermana pensara que… había dormido con su esposo. ¡Qué vergonzoso habría sido eso! Ninguna dama hablaba de su preñez y todas se recluían en sus mansiones cuando el embarazo comenzaba a notarse.

—Es que he estado resfriada y luego…—contestó evasiva.

—¿De veras? Pero se te ve muy saludable y… Angelet, tu escote parece a punto de estallar, ¿qué ha pasado contigo?

Su hermana mayor enrojeció y fue como regresar a los viejos tiempos. ¿Cómo se atrevía a decirle que estaba más gorda primero y que sus pechos se veían enormes?

—Con esos modales no me extraña que todavía estés soltera hermanita—tuvo que decirle.

Los ojos celestes de su hermana sonrieron.

—Pues te equivocas, tengo un nuevo pretendiente que… está a punto de pedir mi mano.

Luego de hablar más de quince minutos sobre un tal lord Ackerman se dignó a decirle que su madre estaba bien y le enviaba cariños.

—Justin ha preguntado por ti, está muy preocupado y quiere que… te envía esta carta.

Angelet tomó la carta vacilando y al oír pasos la escondió en la manga de su vestido preguntándose por qué le habría escrito una carta, resultaba algo extraño.

—Sigo pensando que hay algo distinto ahora te ves como una dama casada—dijo de pronto su hermana menor.

Angelet le dirigió una mirada rápida.

—Por supuesto, es lo que soy hermanita. Una mujer casada.

—Bueno, al menos no te golpea ¿verdad?

—¡Por supuesto que no! ¡Deja de decir tonterías! Mi esposo es un caballero y jamás…

—¿Y cómo hiciste para que tu matrimonio no se consumara? Sabes que debes guardarte porque de lo contrario la anulación… 

—¡Cállate Clarise, eres realmente un incordio!

Su hermana la observó y de pronto tuvo la sospecha que su hermana sí había consumado su matrimonio y diablos, ardía de curiosidad por saber cómo había sido pero claro, ella jamás le habría contado nada.

¿Pero qué pasaría si al final el matrimonio había sido consumado? Sus padres no habían considerado esa posibilidad ni tampoco Justin.

Justin quería ayudar a su hermana a escapar del demonio de Dartmoor, estaba decidido a hacerlo.

—Angie, debo irme ahora—dijo entonces algo incómoda al ver entrar a su temible cuñado.

De pronto recordó algo y buscó en su carterita. ¡La carta de su madre! Diablos, por poco lo olvidaba.

Angelet tomó la carta encantada y la guardó, pues luego de despedir a su hermana regresó junto a Elliot pues una tía había ido desde muy lejos a conocerla.

La visita de su hermana la había dejado inquieta, nerviosa y se preguntó por qué no fue capaz de decirle que estaba esperando un bebé pues tuvo miedo de que quisiera saber con detalle cómo había sido eso, era muy capaz… Debió hacerlo para que le avisara a sus padres. Era tiempo de dejaran de pensar que ella quería el divorcio. Pues les escribiría una carta y listo.