Sombras

 

          El caballero cumplió su promesa y días después mataba el tiempo aprendiendo salmos y leyendo la historia de Jesús novelada. No podía creer lo que estaba haciendo pero sabía la razón. Estaba angustiada, día tras día se decía que lo intentaría y allí estaba disfrazada de señorita rica portando una cruz y aprendiendo a rezar como los papistas. Si su padre la viera intentaría matarla y no se detendría hasta conseguirlo…

Sin embargo eso no era lo que más la preocupaba en esos momentos, era su debilidad de quedarse y la forma en que obedecía a ese caballero sabiendo que debía ignorarle y escapar.

—Señorita Prudence, le he traído el desayuno.

La voz de la criada Molly la asustó.

El día comenzaba y ella todavía no se había levantado. No tenía fuerzas, su cabeza era un torbellino de cosas que postergaba una y otra vez.

Comía sin entusiasmo un trozo de pan cuando de pronto notó que la doncella la observaba con cierta ansiedad como si quisiera decirle algo. Sus ojos se veían más saltones que de costumbre.

—¿Qué sucede, Molly?—se vio obligada a preguntarle mientras untaba un panecillo con mermelada de frutas.

La doncella parecía muy nerviosa, no dejaba de retorcerse las manos.

—Es que el señor me ha pedido que le avise que hoy debe asistir a misa, señorita Brighton.

—¿A misa?—repitió incrédula.

—Sí, es que acaba de llegar de Boston el padre Andrew y dijo que hoy dará misa.

—Pues yo no iré a misa, soy una puritana—declaró la joven—no soy católica para cumplir esos rituales tan extraños.

La doncella la miro asustada.

—No diga eso señorita, olvide que es puritana. Al señor no le agrada.

—¿Y por qué habría de olvidarlo? Es lo que soy y todos lo saben.

—Pero el señor Winston detesta a los puritanos y nosotros… sabe que debimos convertirnos para servirle porque él no habría tolerado puritanos trabajando en su mansión—respondió la doncella nerviosa.

Sí, ya lo sabía. La doncella se lo había confesado en otra ocasión.

Prudence saltó de la cama con pereza. No quería usar esa ropa ni tampoco convertirse en una papista. No entendía nada del credo ni de los misterios del rosario, los rezos eran tan complicados que le costaba mucho entenderlos y más aún memorizarlos.

—Por favor venga conmigo, si no lo hace el señor se disgustará.

La joven puritana se rindió.

—Una misa no me convertirá en papista—declaró.

La doncella la miró espantada.

Cuando entró en la capilla poco después vio a los invitados del caballero esperando impacientes en el altar sin embargo su anfitrión brillaba por su ausencia hasta que oyó sus pasos entrar en el recinto.

—Señorita Brighton, gracias por venir a la casa de Dios—le dijo en son de saludo mientras tomaba su mano con un gesto casi rapaz.

—Venga conmigo, todos la esperan—agregó.

—¿Me esperan?—Prudence lo miró aturdida.

Él sonrió de forma extraña.

—Sí… Hoy será bautizada en la nueva fe. Es el primer paso.

¿Bautizada? ¿De qué hablaba ese hombre?

Allí estaba el joven prelado aguardando con gesto ceñudo, debía ser el padre Andrew y tenía cara de pocos amigos que dio un discurso en latín antes de mojarla con la pira bautismal cerca de allí.

Mojó su cabeza e hizo la señal de la cruz varias veces y antes de que pudiera abrir la boca para protestar ya la habían bautizado.

Luego los presentes la besaron y felicitaron provocándole aún más confusión.

—Listo, ya es una de nosotros, ha entrado en la verdadera fe y desde el día de hoy abandonará sus creencias heréticas señorita Brighton—dijo su anfitrión y la obligó a presencial la misa.  No, no escaparía tan rápido.

Ella se quedó dónde estaba, con la cabeza levemente húmeda por el agua del bautismo incapaz de hacer nada aunque sintiera ganas de salir corriendo. Había sido todo tan rápido, tan precipitado. Ni siquiera le preguntó si quería ser bautizada.

Cuando todo terminó sintió deseos de correr, no creía en esa fe ni sería nunca una católica.

—Lo hizo muy bien señorita Brighton, ahora es una de nosotros—dijo el señor Winston imperturbable mientras la miraba con fijeza.

Furiosa por tener que guardar silencio  murmuró que ella nunca sería una católica, lo hizo en el momento en que abandonaban el sagrado recinto.

Pero sus palabras no fueron tomadas en serio por su anfitrión.

—Señor Winston necesito hablar con usted en privado, por favor—le pidió entonces.

Sus ojos  miraron sus labios, algo que hacía con cierta frecuencia.

—Por supuesto, acompáñeme.

Prudence lo siguió sin saber a dónde la llevaba pero entonces ocurrió algo inesperado, un sirviente con librea entró en el comedor y le habló al oído. Esa también era una costumbre que tenían sus criados, como si quisieran dar noticias que no podían ser oídas por nadie.

—Señorita, temo que debo atender unas visitas indeseadas. Por favor, regrese a su habitación y quédese al lado de la estufa, luego me reuniré con usted, en cuanto pueda—dijo su anfitrión visiblemente incómodo.

¿Visitas indeseadas? ¿Por eso la obligaba a esconderse?

Abandonaba la sala molesta cuando oyó las voces airadas de su hermano Louis.

—Deje de mentir señor Winston, todos saben que usted mantiene cautiva a mi hermana. No permitiré que le haga daño y le juro que llamaré a las autoridades, diré lo que hizo.

Louis. Su hermano. Había ido a buscarla y al parecer no era la primera vez que lo hacía y él negaba que ella estuviera en su casa. Prudence aguzó el oído agitada.

Entonces oyó la voz de Winston muy calma.

—Cálmese señor Brighton, ¿podemos hablar en privado un momento?

Al parecer Louis aceptó pues lo siguiente que escuchó fue una puerta que se cerraba con estrépito.

Debió correr a su lado pero de pronto sintió vergüenza de que supiera que había estado días en esa casa llevando vestidos lujosos y que acababa de ser bautizada. No la reconocería, ni ella podía reconocer  a la joven puritana asustada que había sido rescatada esa noche del bosque. Sintió miedo, vergüenza y además no podía regresar.

Cuando entró en su habitación tiritó y se acercó a la estufa para extender sus manos.

En su casa no solía haber espejos sólo uno que ella mantenía escondido bajo su cama pero en la mansión los había en abundancia y en esa  habitación era oval e inmenso. El espejo le dijo que era una tonta, que debió acudir a su hermano y pedirle ayuda, ¿acaso no había ido a buscarla? Estaban preocupados y sabían que era huésped de ese caballero de pésima reputación.

Pero si la veía vestida así, si notaba ese cambio acusado pensaría lo peor.

Un golpe en la puerta la despertó de sus tristes reflexiones.

Era Lisa, la doncella que la ayudaba a peinarse y a vestirse, un lujo tan raro… en esa casa había tantos sirvientes que ninguno pasaba muchos trabajos y Lisa tenía las manos más cuidadas que ella.

—Señorita, el amo Winston envía buscarla, quiere verla ahora en su biblioteca.

La biblioteca era su santuario. Cuando se encerraba allí algo muy malo pasaba.

Siguió a la doncella temblando y vio al ama de llaves que la observó con esa expresión avinagrada de labios apretados. Esa mujer la odiaba pero no sabía por qué.

Cuando entró en la biblioteca vio a su hermano y retrocedió asustada pues su mirada lo decía todo.

—Prudence, ¿eres tú?—preguntó y observó su vestido costoso, el cabello peinado hacia arriba y la cruz que pendía de su pecho.

—¿Qué te ha hecho este hombre? —preguntó horrorizado.

—Señorita Brighton por favor acérquese, tome asiento. Tengo que hablar con usted.

Ella obedeció temblando, deseando correr más que quedarse.

—Su hermano ha venido a buscarla, pretende llevarla de regreso a la aldea. Dice que su padre se ha curado de esa enfermedad que lo había aquejado y quiere verla.

Louis lo interrumpió:

—Debo hablar a solas con mi hermana, señor Winston. Es un asunto privado que no le incumbe.

Ephraim se incorporó molesto.

—Me temo que no podrá ser, su hermana pronto será mi esposa señor Brighton y no guarda secretos para mí y conociendo la demencia que afectó a su padre y que presencié en otras ocasiones temo que eso pueda alterarle a usted—declaró.

Su hermano enrojeció.

—Jamás haría daño a mi hermana señor Winston, ¿es que ha perdido el juicio? Prudence por favor, ven conmigo. Este hombre no va a casarse contigo, te ha embaucado y nuestro padre quiere verte, sabe que fue muy duro y necesita que lo perdones.

Ella lo miró asustada, horrorizada de que dijera el motivo de su huida. Sintió la mirada de Winston y tembló. No sabía qué hacer, todo era tan inesperado.

—Papá me humilló frente a todos, Louis, no puedo volver—dijo en voz baja.

La expresión de su hermano cambió.

—Lo sé, papá perdió la cabeza, sufre de demencia y lo está atendiendo un doctor de Boston. Está muy enfermo, sus días están contados y dijo que lamenta mucho lo que te dijo, perdió la cabeza.

Tuvo un instante de vacilación ¿y si todo había sido una cruel mentira producto de su locura?

—Él no recuerda nada, luego de ese ataque sufrió un desmayo y al despertar no sabía qué había pasado. Preguntó por ti y lloró al saber lo que había hecho. Pero no era verdad, lo que os dijo ese día, estaba fuera de sus cabales, eres su hija.

—¿Así y por qué inventaría algo tan cruel? ¿Algo tan horrible sobre mi madre?—la voz de Prudence se quebró.

—Está enfermo y su enfermedad hace que sufra esas alucinaciones y confunda pasado y presente, historias que no tienen sentido. Pero lo peor ya ha pasado y ha vuelto a ser el que era y quiere verte y pedirte perdón.

La joven miró a su anfitrión, sabía que estaba pendiente de sus palabras, no dejaba de mirarla.

—Señorita Winston, déjenos a solas un momento por favor—dijo entonces sin esperar a que respondiera.

Ella obedeció sin vacilar, no podía regresar a casa y hacer que nada había pasado, ¿cómo enfrentaría a sus vecinos? ¿Y qué pasaría si su padre volvía a sufrir otros de esos ataques de locura? No se fiaba de las palabras de Louis.

—¿Cómo se atreve a darle órdenes a mi hermana?—dijo Louis.

El caballero permaneció impasible mientras le decía:

—La señorita Brighton es mi huésped y ella acudió a mí ese día en busca de su ayuda. No permitiré que nadie vuelva a lastimarla. Es mi prometida ahora y no permitiré que regrese a la aldea donde su padre perdió el juicio y quiso matarla no sólo a ella sino a todos ustedes.

Prudence lo miró espantada, ¿entonces lo sabía todo? ¡Qué horror! ¿Cómo pudo enterarse? No había nadie más que el doctor y unos vecinos ese día.

—Usted no puede casarse con mi hermana, ese matrimonio no sería lícito. ¿Dónde está su esposa señor Winston y por qué nadie la ha visto en meses?

—Mi esposa murió y está enterrada en el bosque junto a mis ancestros señor Brighton, puedo llevarlo hasta su tumba para que deje de decir que soy casado. No soy casado, soy viudo y puedo casarme cuando me plazca.

Louis se dio por vencido.

—Un caballero rico y de noble cuna jamás se casaría con una puritana de la aldea, no pretenda embaucarme.

—Su hermana ya no es una puritana de la aldea, acaba de convertirse a la verdadera fe esta mañana, ¿ve la cruz y el relicario que tiene en su mano? Ahora comparte mi fe, es católica y la estoy instruyendo en nuestros ritos.

La joven se apartó aturdida, no podía creerlo, ¿ese hombre quería casarse con ella y por eso la había bautizado ese día y obligado a leer salmos y aprenderse oraciones?

—No puede ser… ¿qué le ha hecho a mi hermana? Ella jamás cometería esa traición a su familia, es una puritana y no puede aceptar esos ritos paganos, Prudence si aceptas esa fe condenarás tu alma al infierno.

—Pues no toleraré que hable así en mi casa joven Brighton, retírese de inmediato. El alma de mi prometida está a salvo y también su vida, en cambio en su aldea reina la herejía y al superstición pero eso se terminará cuando se construya una iglesia. Bendeciremos este lugar pese a quién le pese y no permitiré que esta tierra se convierta en una colonia de herejes.

—¿Herejes? No somos herejes, somos colonos honestos y trabajadores, no vivimos en la opulencia como usted lo hace. Prudence por favor, no puedes desposarte con este caballero, ¿lo has oído hablar? ¿Qué pretende señor Winston? Este es un continente libre, nadie puede ser perseguido por sus creencias.

—Y sin embargo esos puritanos forman una congregación cerrada dónde cualquier cristiano o católico podría ser considerado el enemigo de la comunidad. Hace años quemaron a dos mujeres por brujería y luego escondieron sus cuerpos cuando llegaron las autoridades a investigar. Nadie está a salvo de esos locos fanáticos. El pastor Williams y el reverendo Thomas son personas peligrosas y curiosamente una de las jóvenes quemadas por brujería era la amante del pastor Williams. ¿Sorprendido? Es uno de los líderes de la aldea y planeaba pedir la mano de Prudence para su hijo, afortunadamente vuestro padre se opuso.

—Vaya, al parecer estaba muy al tanto de todos nuestros asuntos.

Su anfitrión sonrió.

—Nada ocurre en ese pueblo sin que yo me entere, señor Brighton—respondió él y mirando a la joven le ordenó que regresara a su habitación.

Prudence obedeció sin oír las palabras de protesta de su hermano que la acusaba por haber abandonado a su familia y a su fe. Fue tan injusto. ¿Qué sabía él lo que había sufrido ese día a la deriva sola en ese horrible bosque y que su padre la llamara bastarda frente a todos?

No, no podía ni imaginarlo.

Permaneció en su habitación hasta que oyó un sonido en la puerta y se acercó. Su anfitrión estaba allí mirándola de esa forma intensa y posesiva como si ella fuera su cautiva, suya…

Pero esquivó su mirada al pensar que él lo sabía. Sabía que su padre la había llamado bastarda y sin embargo…

—¿Entonces todo tenía un propósito señor Winston? El bautismo, sus lecciones de religión.                               

Él asintió despacio.

—Es que necesito una esposa, una compañera que comparta mi fe y mis costumbres. Temo que deberé educarla para que pueda desempeñarse en ese papel, porque necesito que se comporte como la señora de esta casa y no como una invitada. ¿Cree que podrá hacerlo?

La joven sintió que le tiraban un cubo de agua fría, helada.

—Señor Winston… usted habla como si estuviera ofreciéndome un trabajo—se quejó entre molesta y desconcertada.

—Oh, perdone, temo que la he ofendido con mi franqueza. Pero hace tiempo que busco esposa, enviudé hace más de un año y a pesar de que mis parientes me aconsejaron viajar a Boston y cortejar a alguna señorita temo que ya no será necesario. Usted se convertirá en mi esposa, temo que no tiene otra alternativa ahora.

—Se equivoca, podría negarme y buscar una colocación en Boston.

Sus palabras debieron enfadarle pero no lo demostró, su voz se oyó fría al decir:

—Hágalo si lo desea pero no se engañe, que cuando entre usted de sirvienta en la mansión de algún caballero estará a merced de los caprichos del señor que la tomará las veces que desee hasta dejarla preñada y entonces no tendrá un marido que cuide de usted, estará sola señorita Brighton y temo que no podré ayudarla. Eso es lo que le pasará, no me mire así, una mujer hermosa y joven, sin un hombre que vele por ella será presa fácil del primer sinvergüenza que aparezca. ¿Cree que estoy mintiéndole, señorita Brighton? Usted huyó de su casa ese día y cuando la encontré un grupo de mozalbetes la había encontrado, ¿no es así? Uno de ellos estaba pegado a usted.

La puritana se sonrojó intensamente.

—Y desde que llegó a esta aldea no ha hecho más que despertar pasiones y enamoramientos violentos.

—Eso no es verdad.

—¿Eso cree, señorita? ¿Y por qué fue ese grupo de imberbes a buscarla al bosque arriesgando su vida para encontrarla? ¿Uno de ellos quería casarse con usted o eran dos? ¿Pero ninguno le hizo daño no es así? ¿No sufrió ningún daño esa noche?

—No… ¿no comprendo por qué me hace esas preguntas?

Él se acercó un poco más sin dejar de mirarla.

—Porque mi esposa debe ser católica y virgen, señorita Brighton.

Ante semejante declaración Prudence abrió sus ojos y lo miró espantada.

—No soy católica, señor Winston—dijo con un gesto desafiante.

—Pero imagino que sí es virgen—sonrió levemente.

Ella abrió la boca para protestar, ¿cómo se atrevía a poner en duda su honra, acaso la creía una casquivana, una coqueta que tal vez había cometido una imprudencia en el bosque?

—Muy bien—dijo antes de que pudiera protestar—haré los arreglos para nuestra boda.

—No, aguarde… No me ha preguntado qué pienso de todo esto y ni siquiera me ha pedido que sea su esposa, lo ha dado por sentado y también que aceptaré.

—Sí lo hará, usted pertenece a este lugar y me pertenece a mí. Huyó de su casa y se expuso a peligros, pero no le importó pues sabía que no podría regresar.

—Usted sabía que mi padre… ¿cómo lo supo? No estaba presente.

—Tengo mis informantes señorita Brighton, pero no piense en eso, creo que hizo bien en escapar porque su padre pudo matarla ese día. Sufre una demencia peligrosa, me lo dijo el doctor Sanders cuando lo vi en la aldea ese día. Pero no piense en eso, yo cuidaré de usted pero deberá abandonar su religión y olvidar que un día fue una puritana de la colonia.

—Pero no me conoce ni yo a usted señor Winston y todo esto me parece tan precipitado. ¿Cómo puede estar seguro de que seré la esposa que necesita?

—Lo supe el primer día que la vi en ese lago señorita Brighton. Pero estaba casado y no podía pedir su mano.

Prudence lo miró confundida. Estaba atrapada y lo sabía, ese hombre la asustaba y fascinaba y no podía creer que le hubiera pedido matrimonio, que realmente quisiera casarse con una joven puritana de la aldea.

No podía negarse, por más que la asustara parecía una respuesta a sus plegarias, no tenía hogar y la posibilidad de viajar a Boston y conseguir un trabajo le parecía una locura. No conocía a nadie, ¿a dónde acudiría?

—¿Y bien, señorita Brighton? ¿Puedo preguntarle si acepta ser mi esposa?—preguntó Winston.

Ella parpadeó inquieta y dijo que sí emocionada, que aceptaba ser su esposa. Se rindió sin vacilación como si estuviera segura de lo que hacía y su rendición le arrancó una sonrisa a su prometido quién de forma inesperada la tomó entre sus brazos y la besó. Un beso ardiente de amantes que la dejó tiesa, sin habla.

—No…—dijo entonces como si temiera que ese día pudiera llegar más lejos.

—Calma señorita, sólo es un beso, luego no tendrá excusas para negarse a mí…—dijo.

Esas palabras dichas casi al oído le provocaron un cosquilleo desconocido, algo celosamente reprimido en su cuerpo y en su corazón durante mucho tiempo y se alejó espantada, confundida y él parecía decidido a alejarse, a dejarla en paz pero algo lo hizo cambiar de idea y de pronto regresó y la besó apasionado y a la fuerza sin importar su resistencia, disfrutando de ese momento de intimidad inesperada.

Luego se marchó dejándola mareada y excitada, con el corazón palpitando.

La había besado dos veces pero la última había introducido su lengua en su boca de una forma atrevida y sensual, intentó apartarle de nuevo y ese forcejeo la dejó excitada pues su boca y su lengua estaban cautivas y comprendió por qué lo hacía. Su lengua estaba saboreándola, su lengua la provocaba y su sabor era suave, su tacto húmedo, despertando en ella sensaciones extrañas y excitantes.

¿A quién engañaba? Hacía tiempo que ese caballero la buscaba y todavía no podía creer que le hubiera pedido matrimonio y que fuera  a convertirse en la señora de esa mansión. Era casi un cuento de hadas esos que tenían final feliz, tía Emma se los contaba cuando era niña porque sabía que le gustaban a pesar de que su padre decía que eran puras tonterías. Pero a ella le gustaban y de pronto tuvo la sensación de que estaba viviendo un cuento de hadas excepto por un detalle: todo parecía precipitado, casi forzado. Su huida y ese encuentro, casi un rapto y ahora, ahora iba a casarse con ese caballero guapo y distinguido que no era más que un perfecto extraño y eso la asustó. ¿Qué locura la había impulsado a aceptar ese trato? Por qué había prometido que se casaría con Winston? No lo conocía, no sabía nada de su religión ni sus costumbres ni tampoco qué había pasado con su anterior esposa.

“Necesito una esposa virgen y católica, una compañera en mis horas más tristes y sombrías en este viejo caserío” le había dicho.

“Una compañera” antes que virgen y católica. Ese había sido el orden de sus palabras pero luego dijo que había deseado convertirla en su esposa en la pasada primavera meses después de haber llegado a Nueva Inglaterra y eso tal vez fuera lo más romántico de esa historia. Sus miradas, su acecho… y la trampa en la que había caído.

Prudence parpadeó inquieta al verle salir en su caballo al galope por la pradera, era tan guapo y seguía sin creer que ese hombre elegante y fino pronto fuera su marido. Era mucho más de lo que se había atrevido soñar un día y lo sabía pero…

Debía agradecer su suerte en vez de pensar que algo pasaría.

***********

Los días pasaron volando y tuvieron que postergar el viaje a Boston por el mal tiempo, pero Prudence no echó en falta no realizar el viaje, anhelaba quedarse y aprender el manejo de la casa para ser una esposa digna del caballero Winston.

Molly y el ama de llaves estaban ayudándola en ello aunque la joven notó que la señora Adams se las arreglaba muy bien con todo.

Era tan feliz de saber que pronto sería la esposa de Winston que casi contaba los días para que eso pasara.

Una maña sin embargo, mientras recorría las habitaciones en busca de Molly para preguntarle por su esposo sintió voces en el ala sur. Qué extraño, el ama de llaves dijo que allí no vivía nadie y que las habitaciones de esa parte de la casa siempre permanecían cerradas. Mientras se acercaba se hizo el silencio. Tal vez debió imaginarlo se dijo y bajó por las escaleras.

Molly apareció poco después como un fantasma, sin hacer ruido, provocándole un gran susto.

—Señorita Brighton, ¿me buscaba usted?—preguntó.

—Sí, quería saber si ha visto al señor Winston.

—Salió muy temprano para cobrar los arriendos con su mayordomo y tres mozos.

No le sorprendió, el caballero solía desaparecer durante las mañanas y… miró con ansiedad a su alrededor preguntándose si ella sería la esposa adecuada.

********

“Sois muy afortunada señorita” le dijo Molly día después mientras recorrían la casa. “Y todos nosotros estamos felices de que el señor escogiera a una joven puritana y no a la señorita Van Ryn. ¿Imagináis lo furiosa que se pondrá cuando se entere?

—¿Entonces ella esperaba ser la nueva señora de la mansión?—preguntó Prudence con cautela.

La doncella sonrió.

—Es una presumida. Hizo planes y se anticipó pero el amo de Winston no estaba interesado en la señorita Van Ryn.

Prudence sonrió. Tenía razón, no estaría muy feliz.

Cuando pensó que el caballero la llevaría a Boston para encontrarle un empleo de repente la tomó entre sus brazos y le pidió que fuera su esposa. Parecía un cuento de hadas.

—Gracias Molly, quiero que todo sea como antes, que me ayudes con los vestidos y también… temo que no seré una buena anfitriona cuando vengan los familiares del señor Winston para la boda.

—Oh, no se preocupe por eso señorita, todo saldrá bien. Además no es una familia numerosa, sólo tiene un hermano vivo y primos.

Tres días después comenzaron a llegar a la casa los parientes de Winston con sus carruajes y caballos, ataviados con sus mejores galas para ser testigos de la boda del caballero.

Eran cerca de doce personas, o eso le advirtió la fiel Molly. De repente la mansión solitaria se llenó de risas, voces y colorido.

Ella se mostró tímida y afortunadamente su prometido fue quién se encargó de todo con la ayuda de criados y sirvientes.

Todas las damas, jóvenes o viejas reparaban en Prudence con cierta ansiedad. ¿Quién era la joven que había podido atrapar al codiciado caballero Winston?

Oh, era muy hermosa por supuesto. Y católica. Educada y nadie sabía mucho de su familia pero eso no importaba. El caballero la miraba con adoración. Y ella era tan tímida y encantadora, parecía ansiosa de agradar y ser la anfitriona perfecta pero ciertamente no tenía demasiada idea. Por fortuna su doncella la ayudaba y también el ama de llaves que era el alma de esa mansión pues cuidaba cada detalle.

La puritana tuvo la sensación de que no lo había hecho bien y que en vez de recibir visitas era como si diera un examen para pasar de año en la escuela de Nothingham, algo que sólo sus hermanos conocían pues siempre había recibido educación de una institutriz pues a su padre le desagradaban los internados para señoritas a pesar de que comenzaban a estar de moda. Pero la presencia del ama de llaves y Molly pendientes de que cada invitado encontrara sitio en la mesa, y luego fuera conducido a su habitación fue un gran apoyo. También Winston que permaneció a su lado y respondió en su nombre preguntas que ni siquiera podía entender pues una de las emperifolladas damas hablaba una mezcla de inglés y francés que sólo él podía entender.

Si ella pensaba que lucía frívola con su vestido azul de terciopelo, que era en exceso lujoso pues era que no había visto a esa dama llamada Sophia Stevenson con un vestido de ajustadísimo corsé color borgoña, labios rojos pintados y pestañas larguísimas (tal vez no eran naturales) cabello muy rubio peinado hacia arriba que terminaba en un nido de rulos grandes y exuberantes demasiados tiesos para ser reales mientras sus pechos parecían a punto de explotar en el escote. Esa era la dama que además hablaba francés y todos parecían entenderla excepto ella.

Sus ojos oscuros miraban a Winston con excesiva frecuencia.

Prudence no tardó en comprender que esa señora podría ser muy culta y sofisticada pero que en realidad era una ramera con todas las letras, esas mujeres de las que había oído hablar que estaban en Londres y se dedicaban al comercio carnal, de su propia carne por supuesto. Fornicaban por dinero y hacían de eso un oficio. ¡Libraos de pareceros a una de esas mujeres hija mía, vive siempre casta y temerosa de Dios! Solía decir su padre.

Y como si la dama en cuestión pudiera leer sus pensamientos la miró con cierta frialdad y disgusto, fue un instante, luego sonrió de forma forzada para preguntarle por su familia.

Ella la miró espantada, ¿qué debía decir para explicar su ausencia? Al parecer esa dama quería humillarla en público porque la detestaba tal vez por haberle robado al caballero Winston.

—La familia de mi prometida llegará el día antes de la boda, son puritanos de la aldea, Sophia—le respondió Ephraim.

Prudence lo miró agradecida. Sabía que nadie iría a su boda, ninguno de sus familiares a pesar de que sabía que el caballero Winston había enviado a un sirviente con la invitación. Louis estaría enojado por esa boda y su padre… no quería pensar en eso en realidad, sentía que su presencia arruinaría la dicha de ese momento tan especial.

—Oh, ¿entonces vas a casarte con una puritana de la colonia, mi querido Ephraim? No puedo entenderlo. Mi querido primo, sois realmente tan  extraordinario y tan generoso—respondió Sophia hablando en inglés alto y claro para que todos los presentes la escucharan y entendieran.

Su prometido sentado en la cabecera de la mesa sonrió ante lo que consideró un cumplido.

—La señorita Brighton es una dama inglesa que llegó hace poco a las colonias, no podría ser considerada una puritana de la aldea—aclaró luego.

—Oh, es inglesa, eso explica sus exquisitos modales—dijo otra mujer.

Todos la miraron con cierta admiración. Al parecer valía más se llamada inglesa que simplemente una colona. Y eso mismo había sentido cuando llegaron a la aldea, excepto aquellos que la miraban con desconfianza.

Sophia la miró con cierta envidia y la joven se preguntó por qué su prometido la había invitado pues era evidente que la dama estaba celosa y de mal talante. Claro que lo disimuló y durante el almuerzo ella dejó de ser el centro de atención (afortunadamente) y la conversación se centró en las últimas novedades de Europa y también de Boston. Parecían estar muy pendientes de lo que ocurría en Inglaterra y también en las colonias que lentamente comenzaban a intentar independizarse, pero era sólo una idea que su prometido llamó temeraria. “Todavía necesitamos la protección de la corona” dijo en algún momento.

**************

El día de la boda amaneció oscuro y frío. El bendito invierno se negaba a marchase, duraría hasta lo último.

Molly y sus otras criadas la esperaban con ansiedad.

—Despierte señorita Prudence… es el día de su boda. Hay mucho para hacer—le dijeron.

La novia sonrió. No podía creerlo, al fin había llegado. El día que se convertiría en esposa de Ephraim, el amo de la mansión Winston.

Salió de la cama temblando porque hacía frío y pensó que sería un día memorable.

La capilla de la mansión aguardaba con todos los parientes de milord. Y con él cerca del altar esperando su llegada expectante. Fue algo extraño entrar en el sagrado recinto del brazo de su primo Alfred, y casi echó de menos ir del brazo de su padre.

Estaba nerviosa, sentía un montón de ojos sobre ella, no dejaban de mirarla, en especial el caballero Winston. Se preguntó si su vestido gris sencillo agradaría a su prometido, lo había escogido con la ayuda de Molly de uno de los armarios y estaba nuevo, sin uso. Era de fino terciopelo con encajes y escote discreto, apropiado para una novia puritana.

Al llegar al altar él tomó su mano y la apretó despacio sin dejar de mirarla.

—Estáis hermosa, puritana—le susurró.

Prudence sonrió y bajó la mirada ruborizada.

El capellán comenzó la ceremonia que se le hizo eterna, a la cual respondió con balbuceos pues de los nervios olvidó las frases en latín que debía pronunciar. Fue un momento algo tenso en el cual ambos parecían estar sumidos en sus pensamientos.

Pero él no había dejado de tomar su mano y de pronto sintió la pregunta que debía responder.

—¿Aceptáis al caballero Ephraim Joshua Winston como esposo?—preguntó el prelado en su lengua.

—Sí, acepto—dijo Prudence con timidez.

Ahora fue el turno de tomar el juramento del caballero. ¿Juraba honrarla, protegerla y cuidarla en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?

El tono del caballero era firme.

Luego puso el anillo de zafiros que había pertenecido a su abuela paterna en la mano pequeña de su esposa.

Entonces el padre los declaró marido y mujer.

Prudence se estremeció al sentir en su boca ese cálido beso y luego tembló como una hoja al oír su voz decir: “ahora me perteneces, hermosa puritana”. Y la abrazó, un abrazo cálido y amoroso. Lo necesitaba, estaba muy nerviosa.

Y así abrazados abandonaron la capilla.

—Ven preciosa, quiero que brindemos—dijo poco después llevándola hasta el salón.

No habría fiesta, sólo un banquete para agasajar a sus invitados.

Prudence tomó la copa de vino que le ofrecía su esposo y vaciló. No debía beber, jamás lo hacía pero era un brindis por los recién casados y perpleja bebió un sorbo ante la mirada atenta de su esposo.

—No has bebido nada, querida—le dijo él en un susurro.

Ella lo miró asustada.

—Nunca he bebido, señor Winston.

Él sonrió.

—¿No te dejaba tu padre puritano?—preguntó.

—No—le respondió ella con sinceridad.

—Pues bébelo, te hará bien, te ayudará a no estar tan asustada—le respondió.

¿Asustada? Era feliz, acababa de convertirse en la esposa de un caballero guapo y fino, no tendría que ser la esposa de un granjero puritano fregando, zurciendo y cocinando todo el día. ¿Por qué debía estar asustada?

—Pero no estoy asustada, señor Winston—le respondió altiva.

Él sostuvo su mirada y sonrió divertido.

—¿Y no cree que debería estarlo?—le preguntó a su vez.

Prudence se sonrojó sin atreverse a pensar en lo que pasaría algunas horas después.

Los parientes de su esposo parecían ensimismados con la música y los confites mientras conversaban y se alejaban. Al comienzo los habían rodeado y brindado en su honor pero ahora la reunión parecía dispersa.

La novia se acercó despacio a la estufa de leña en busca de calor, la habitación se había vuelto fría de repente y comenzó a tiritar. Tal vez ese vestido era muy elegante y bello pero no la abrigaba.

—¿Qué tienes, querida?—preguntó Winston entonces.

Prudence lo miró a los ojos y pestañeó inquieta.

—Es que hace frío aquí, señor Winston.

Él se acercó y tomó su mano despacio y la llevó a sus labios besándolas con suavidad.

—Estáis helada, puritana—murmuró sin dejar de mirarla—Aguarda, os pediré un té caliente.

Una sirvienta entró poco después con una bandeja caliente y el té una bebida deliciosa que la ayudó a que sus dientes dejaran de castañear. Pero sus manos seguían frías y deseó meterse en la cama con una botella con una manta abrigada.

—Quisiera retirarme señor Winston—dijo vacilando.

—Por supuesto, yo os acompañaré preciosa.

¿La acompañaría? ¿Eso significaba que…?

—Ven querida, yo os guiaré—dijo tomando su mano.

Cuando entraron en la lujosa habitación nupcial Prudence suspiró extasiada. Nunca antes había visto algo tan hermoso ni en Nothingham, a pesar de que había sido una de las mansiones más lujosas del condado. Cuadros religiosos y tapices medievales, y una gruesa alfombra roja que les daba la bienvenida y esos muebles trabajados con arabescos en tono caoba. Y casi al final el lecho nupcial cubierto con un edredón rojo de terciopelo.

Estaba temblando cuando él tomó su mano y la llevó hasta la cama.

—Entonces sí estáis asustada, puritana—dijo su esposo con una leve sonrisa.

Prudence se alejó unos pasos y se preguntó si ese caballero la obligaría a desnudarse con la luz prendida y luego, la obligaría a quedarse así el resto de la noche. Una esposa puritana no se desnudaba, los puritanos hacían el amor con la ropa puesta y sólo les estaba permitido subir la falda para poder introducir su simiente. No era tan ignorante de no saber lo que ocurría en la intimidad. Pero eso no la ayudaba ahora.

—Aguarda aquí puritana, ya regreso—dijo el señor Winston y se alejó con paso rápido.

La puritana miró a su alrededor desesperada y entonces vio el espejo, un bello espejo con forma oval con un marco de plata y en él pudo ver reflejada su terror y desconcierto. Debía dominarse ya no era una jovencita ni tampoco era tan pacata como él la imaginaba…

Caminó por la habitación contemplando los adornos y las imágenes religiosas y le pareció algo extraño que en la cabecera de la cama hubiera una inmensa cruz como si se tratara de un monasterio.

Mientras recorría la habitación notó que el fuego estaba encendido en un rincón  y sin embargo el cuarto seguía frío.

Winston llegó entonces con una botella de vino y dos copas que colocó en una mesa y comenzó a llenar lentamente.

—Señor Winston, yo nunca bebo, no es correcto—dijo Prudence observando cómo ese líquido oscuro y pecaminoso invadía una de las copas sin que nada pudiera impedirlo.

—Pero hoy beberás preciosa, es nuestra noche de bodas, ¿acaso lo habéis olvidado?—respondió su esposo.

—No puedo beber, es pecado señor Winston, bebí hace un rato muy contra mi pesar—dijo ella desesperada.

—¿Y quién os dijo eso? ¿Vuestro padre puritano? Son tonterías. Beberemos a nuestra salud, ten preciosa. Aquí está tu copa.

Ella demoró en tomarla en un gesto de turbación y rebeldía.

—Está bien señor Winston, pero sólo beberé un sorbo—dijo y se la llevó a los labios ante la mirada atenta del caballero.

—La beberéis toda preciosa, no dejaréis ni una gota. Os ayudará a no sentir miedo… sé que estáis asustada, no me engañáis.

Con la copa en la mano Prudence bebió, sólo porque su marido se lo estaba ordenando y nada más. El líquido oscuro llegó a su garganta mientras él la observaba con atención.

—Bébelo todo preciosa—le susurró al oído.

Se había acercado sin hacer ruido y de pronto vio su sonrisa maligna y esos ojos mirándola con una expresión que no lograba entender mientras decía: “todo preciosa, no has bebido más que un trago”.

—Es que si me lo bebo todo sufriré un mareo señor Winston, no estoy acostumbrada el vino no… no me agrada.

—Eso no importa puritana, yo os quitaré el mareo y cualquier malestar que os genere, lo prometo.

Ella lo miró indignada.

—¿Acaso intenta embriagarme, señor Winston? Pues no necesitáis hacerlo, sé bien cuáles son mis deberes de esposa.

Su acalorada respuesta lo sorprendió.

—Pero necesitará esa copa para convertirse en mi mujer esta noche bella puritana y evitará que grite, llore, así que deje de perder tiempo y bébasela ahora.

Su tono altivo la espantó y en menos de lo que tardó en regañarla la copa de cristal estaba vacía.

—¿Lo ve señora Winston? No está ebria ni tampoco el señor la castigará por tan poca cosa.

Ella lo miró ceñuda y él rió divertido por su expresión al tiempo que la abrazaba despacio y le robaba un beso fugaz.

—Ven aquí, te ayudaré con el vestido.

Prudence lo miró espantada, ¿entonces tendría que desnudarse a la luz de las velas?

Tembló al sentir que aflojaba su corsé y la liberaba de ese vestido inmenso y pesado para dejarla en ese otro vestido largo y transparente blanco que marcaba sus redondeces.

De pronto sintió su abrazo fuerte y posesivo mientras besaba su cuello y sus manos atrapaban sus pechos por detrás sujetándola con fuerza.

—Sois tan hermosa puritana, tan bella—le susurró.

La joven tembló al sentir sus manos recorrer su cuerpo despacio y lo miró asustada y desconcertada.

—No me haga daño señor Winston, por favor—le rogó entonces. De pronto sintió deseos de correr pero un fuerte mareo se lo impidió. El vino…

—Mírame preciosa, no soy un demonio como te han contado. No lo soy y jamás os haría daño—dijo mientras se quitaba la camisa despacio.

Iba a desnudarse y lo hacía con naturalidad.

Prudence se incorporó y apoyó su cabeza en la almohada mientras luchaba contra ese mareo.

—Mírame puritana, ¿creéis que es pecado mirar a vuestro marido mientras se desnuda?—le preguntó.

La joven puritana se sonrojó al ver que se quitaba el pantalón y se acercaba a ella despacio, completamente desnudo, tal como el Señor lo había traído al mundo. Tembló al ver esa virilidad rosada e inmensa, nunca antes había visto algo así y lo miró espantada, tanto que el efecto del vino desapareció.

—No temas preciosa, no muerde—dijo él leyendo sus pensamientos y se hincó frente a ella para que lo viera y tocara.

—Ven aquí puritana, esta noche os convertiréis en mi mujer y yo os instruiré en las delicias de la carne. Y la primera lección será perderle el miedo a mi virilidad.

Prudence se quedó tiesa sin saber lo que decía, ¿tocar su miembro, ella? No… jamás haría eso.

Sintió deseos de correr cuando tomó su mano y la guió hacia esa inmensidad.

—Tócame preciosa, ven…así. No temas, todo estará bien.

Prudence se quedó tiesa y cerró los ojos al sentir que su mano rozaba su miembro inmenso. Lo estaba haciendo, él la guiaba y ella obedecía por supuesto. Sintió que era suave, tan suave que se sorprendió.

—Abre los ojos preciosa, mírame. Nada debe asustarte, nada de lo que pase en nuestra alcoba te hará daño. Sólo placer y lujuria.

Ella obedeció y lo miró espantada. Estaba temblando pues él estaba quitándole el vestido con mucha calma.

La visión de su cuerpo desnudo la sonrojó y quiso cubrirse, no estaba preparada, sólo quería escapar.

—No por favor—le rogó—mi vestido…

—Vuestro vestido irá al suelo, no encuentro mejor sitio que ese.

Ella lo miró espantada sin dejar de soltar su vestido. Había esperado que fuera distinto que él se comportara como un puritano y no le exigiera desnudarse.

—No os cubráis, mi placer es contemplar vuestra belleza, déjame verte por favor—le pidió él y se deleitó mirándola un momento antes de atrapar su boca con un beso ardiente y apasionado.

—Ahora quitaos el vestido y dejad que observe esa perfecta obra de creación de nuestro señor pues no dudo que no ha de haber mujer más hermosa que vos en toda esa aldea—dijo luego y suspiró mientras se deleitaba mirándola y la atrapaba contra la cama.

Prudence se quedó inmóvil mientras comenzaba a besar su cuello y se detenía en sus pesos apretándolos con sus manos.

—¿Estáis asustada, preciosa?—le preguntó de pronto.

—Sí…—respondió y lloró—Es que nadie me dijo que… nadie me habló nunca de la noche de bodas.

—¿Y vuestra madre no lo hizo?

—Mi madre murió cuando tenía dos años, señor Winston.

Él se puso serio.

—Lo siento hermosa… yo seré tu familia ahora, tu esposo y tu amo.

La vehemencia con que dijo esas palabras la asustó.

—¿Mi amo?—repitió incrédula.

—Sí, seré vuestro dueño, hermosa… pero no me disgusta que os mostréis trémula, imaginé que sería así y os haré a mi manera, os convertiré en una esposa católica dulce y apasionada. Tranquila hermosa, no temas, no os haré daño…—le susurró y la abrazó y besó con tanta fuerza mientras entraba en su cuerpo y luchaba por vencer la estrechez de su vientre cerrado.

Ella tembló al sentir que esa inmensidad entraba en su vagina casi por completo y gimió cuando comenzó a rozarla despacio, era maravilloso, estaba tan excitada que la molestia que sintió al comienzo se evaporó y se abrazó a él mareada por las sensaciones tan fuertes y placenteras. Estaban unidos, fundidos en ese apasionado abrazo, desnudos y no quedaba ni un milímetro fuera de su vientre, no sabía cómo ese miembro inmenso lo había conseguido pero allí estaba rozándola mientras su boca la llenaba de besos y sus manos atrapaban sus caderas para que el roce fuera más fuerte e intenso. Hasta que sintió que la abrazaba con fuerza y caía rendido en sus brazos besándola con desesperación para luego decirle al oído: “hermosa puritana, sois tan bella, tan dulce, nunca os neguéis a mis brazos y seré un esposo ejemplar, no me privéis de vuestro calor, por favor” le susurró.

—No lo haría señor Winston, sé bien cuáles son mis deberes de esposa—le respondió ella.

Él sonrió mientras acariciaba sus mejillas y volvía a besarla. Se moría por hacerle el amor de nuevo, oh sí, no la dejaría dormir.