1. Fantasmas
Son las 14h 47 cuando nuestro taxi, de David y mío, llega frente a un edificio deteriorado de la Bowery. Siete minutos: es el tiempo que transcurrió desde que abandonamos precipitadamente el restaurante en el que almorzábamos.
Siete minutos desde que Judith nos llamó en plena crisis de pánico. Siete minutos desde que sabemos que Gary fue a casa de Marc Hasting, uno de sus antiguos educadores del orfelinato. Siete minutos desde que nos enteramos de que el chofer y amigo de infancia de David llevó consigo una calibre 38.
Todavía esta mañana, ignorábamos la identidad del hombre que, durante meses, abusó de Sacha. Pero fui a Brooklyn, hice mis investigaciones: puedo afirmar sin lugar a dudas que Marc Hasting es el culpable. Si Sacha está todavía con vida, es por su influencia que buscó liberarse simulando su suicidio.
¿En cuánto tiempo una existencia puede trastocarse? ¿Siete minutos son suficientes? ¿Gary sólo tiene esos segundos de ventaja sobre nosotros?
¿Cuánto tiempo necesitó Judith para comprender las intenciones de su amigo? ¿Cuánto tiempo necesitó para tomar el teléfono, para buscar el número de David en su agenda, para llamarlo y explicarle la situación?
«David, soy Judith… Estaba en casa de Gary cuando recibió tu mensaje de texto.
Cuando se enteró que Hasting es quien maltrató a Sacha hace quince años, se puso como loco. Buscó la dirección de ese maldito en Internet luego fue a su recámara para tomar algo antes de salir precipitadamente de su apartamento. Fui a checar: el arnés en donde guardaba su pistola estaba vacío sobre la cama. Ésta no estaba.
¡Oh David, tengo tanto miedo! Creo que se le metió en la cabeza el hacer justicia con su propia mano.»
¿Es demasiado tarde para impedir que el hermano de Sacha cometa algo irreparable?
Me parece que la carrera que emprendemos, David y yo, para subir de cuatro en cuatro las escaleras del edificio para llegar lo más rápidamente posible al quinto piso, pasara en cámara lenta. Nunca mis pensamientos habían sido tan claros. Siete, no, ocho minutos ahora. Es poco, y al mismo tiempo tan terriblemente largo. Ya estamos en el piso. La puerta de entrada del apartamento 505 está entreabierta. De ahí se escapa una música doliente, que mezcla un violín y una guitarra acústica.
David golpea la puerta con tres pequeños golpes secos. Llama: — ¿Gary?
¿Gary?
La puerta se abre completamente, con un rechinido que me hiela la sangre.
Entramos a una pieza en donde reina un caos sin nombre. Papeles que se apilan sobre una mesa. Tazas, vasos vacíos y platos se amontonan por doquier.
Al lado de la única ventana que da a un patio sombrío, una planta agoniza.
— ¿Gary?
David continúa avanzando prudentemente. Con su mano izquierda me indica que me quede detrás. No obedezco. Sigo envuelta por la melancolía de la música cíngara que se escapa de un viejo aparato de sonido. A pesar del presentimiento terrible que me asalta, ya no tengo miedo.
David avanza hasta el fondo de la pieza: le piso los talones. Separa la cortina de perlas de madera que separa la pieza principal de la recámara. Un gato, surge de ninguna parte, roza mi pierna: pongo una mano sobre mi boca para ahogar un grito de sorpresa.
— ¿Gary? ¿Estás ahí?
David se detiene en el marco de la puerta. Puedo ver como se tensa su nuca.
Me acerco a él con sigilo. Mi hombro toca su omóplato. Me levanto sobre la punta de mis pies para ver mejor. Un hombre calvo y regordete, con una playera húmeda por el sudor, esté sentado en la orilla de una cama deshecha.
Debe tener como cincuenta años. Su piel es lustrosa, sus ojos abiertos desmesuradamente. No deja de abrir y cerrar la boca, como un pez fuera del agua, con una mueca estupefacta.
Parece que no entiende qué es lo que le está ocurriendo, o al menos que no puede creerlo.
Sin embargo, es terror lo que debería sentir.
Apuntado sobre el rostro del hombre, una enorme pistola automática cromada, que brilla en la penumbra. Y, al borde de la pistola, un brazo musculoso, imponente, que prolonga un hombro cuadrado, una espalda sólida, una cabeza erguida cubierta por una cabellera rubia ceniza.
Gary.
— Entra David: llegas a tiempo para el espectáculo.
Gary repliega su brazo y deja por un momento de apuntarle al hombre.
— ¿Te acuerdas de Marc Hasting, David? Él se disculpa por el desorden: no esperaba recibir visitas hoy.
De la manera más natural del mundo, David avanza hacia su amigo. Pone una mano firme sobre su hombro.
— Dame esa pistola, Gary.
El chofer gira su rostro hacia David.
— Tienes una manera muy autoritaria de pedir las cosas, David. Un «por favor» o un «gracias» no estarían nada mal.
— Eres tú quien me agradecerás cuando haya impedido que cometas la más grande estupidez de tu vida. Dame esa pistola.
Davis está tranquilo, seguro de sí mismo. Como si controlara perfectamente la situación.
¿Pero, si se equivoca? ¿Si Gary está fuera de control?
Gary se ríe burlonamente.
— ¿De mi vida? ¿De mi vida?
Con su arma, que vuelve a apuntar sobre Hasting, Gary le pregunta a David: — ¿A esto le llamas vida? ¿Todos estos años estropeados por el duelo y la pérdida? ¿Todo este sufrimiento que me acompaña cada día, cada segundo, desde hace quince años?
El brazo del chofer se pone a temblar. Imperceptiblemente, su dedo se cierra un poco más sobre el gatillo.
— ¿Sabes lo que le hizo, David? ¿A mi hermana, a Sacha? Este puerco sudoroso que tienes enfrente de ti no se contentó con usarla para saciar sus más asquerosas necesidades, David: la torturó. Apagó sus cigarrillos en ella. La golpeó. Le hizo creer que lastimaría a Judith si no lo obedecía al pie de la letra.
La miró temblar, la miró llorar, la escuchó suplicar. Le hizo prometer hacer todo lo que él quisiera para que dejara a sus amigos tranquilos.
Y lo disfrutó.
— Yo sé todo eso Gary. Yo estaba ahí.
Gary da de repente media vuelta, olvidándose por un instante de Hasting.
— ¿Realmente? ¿Estabas ahí? Perdón pero yo creía que durante todo ese tiempo, estabas ocupado pasando un buen momento en el Upper East Side.
Hasting, sintiendo que es su oportunidad, se levanta repentinamente y trata de escabullirse. Gary apunta de nuevo con su 38 mm en su dirección.
— Tranquilo, imbécil. Pon de nuevo tu trasero en la cama, rápido o te vuelo los sesos.
Hasting obedece, poniendo una mirada desamparada, con lo que consigue que Gary enloquezca de rabia.
— ¿Qué sucede, Marc? ¿Miras a la hermosa chica? ¿No te parece que está un poco grande para tus gustos? Oh, entiendo: es su mezcla de sex-appeal y de inocencia lo que te recuerda a Sacha… Y si, como puedes ver, David logró salir adelante…
Le agita su pistola frente a su nariz.
— Mientras que yo, esa es otra historia. Yo no he olvidado a Sacha.
¿Pero qué quieres? Era mi hermana. Una novia, puede reemplazarse, pero una hermana es otra cosa.
La rabia y el dolor de Gary son palpables. Veo claramente que David está conmovido por las frases de su amigo: su odio por Hasting es igualmente fuerte, le es muy difícil encontrar las palabras para poder razonar con Gary.
Pero tal vez yo podría encontrar las palabras tranquilizadoras para detener esta locura asesina. Debo intentarlo en todo caso: — Gary, no sabes si Hasting es culpable o no.
— ¿En serio? ¿Parezco dudarlo según tú?
Me acerco a él y pongo una mano sobre su brazo, aquél que tiene en dirección de Hasting y que empieza a desfallecer bajo el peso de su pistola.
David esboza un movimiento para ponerse entre nosotros pero hundo mis ojos en los suyos.
No te preocupes mi amor: sé lo que hago.
— Tienes pruebas. Tienes muchas pruebas, pero ninguna certeza. Sólo un jurado puede decidir la culpabilidad de Hasting. Sólo un juez puede decidir su castigo. No te corresponde.
Es absolutamente necesario que lo haga entrar en razón.
— Si disparas, te convertirás en un asesino y Hasting en una víctima. ¿Es lo que quieres? ¿Es realmente lo que quieres?
— El violador de Sacha nunca será una víctima ante mis ojos.
— Lo entiendo. Pero en ese caso, no te conviertas en una víctima de tu propio odio. No cedas a tus impulsos de ira.
Al oído, le murmuro.
— Si lo haces callar, nunca sabrás la verdad. ¿Podrías vivir con esa duda?
¿Preguntándote constantemente si el verdadero culpable anda libre? ¿No sabiendo si tomaste la vida de un hombre inocente? ¿Sin haber puesto punto final a toda esta historia y sin saber lo que realmente le pasó a tu hermana?
Hablo con una voz tranquila, mesurada. Siento que Gary me escucha.
Siento que me comprende. En el fondo de él, lo sé, me da la razón. David entra a la conversación.
— Si aprietas ese gatillo Gary, la bala llegará al corazón de Hasting en dos milésimas de segundo. Entrará en su pecho y explotará en su caja torácica.
Morirá por una hemorragia interna en menos de cinco minutos. Cinco minutos: es el tiempo que tendrás frente a ti para sentirte mejor, para convencerte de que vengaste a Sacha. Pero ya que se encuentre frente a ti, muerto, las preguntas regresarán. ¿Qué le pasó a tu hermana? ¿Está todavía viva? ¿Está a salvo? Y esas preguntas, no habrá nadie en la tierra que pueda responderte.
Una voz se eleva detrás de nosotros.
Una voz de mujer.
— De eso, Davy, yo no estaría tan segura.
Siento como el vello de Gary se eriza bajo mis dedos. Un escalofrío recorre su cuerpo. Me volteo hacia David para comprender lo que pasa. Por su expresión, me parece que él también ha visto a un fantasma. Lentamente, giro sobre mis pies en dirección de la puerta.
Una rubia de tez pálida y con ojos verde-gris se yergue ahí. A pesar del color artificial de sus cabellos largos, a pesar del fleco que disimula su mirada, la reconozco enseguida.
Aquí está, que vuelve de entre los muertos. Sacha Stewart.
Debe medir alrededor de 1.70 metros. Sus ojos están subrayados por el kohl. Trae puesto una chamarra de mezclilla y un pantalón de cuero extremadamente ceñido lo que resalta su grácil silueta. Parecería salida de un concierto de rock. Su cara larga y su porte noble tienen algo de felino. Por la sorpresa, Gary estuvo a punto de soltar el revólver. Pero se recupera rápidamente. Ansiosa, vigilo a David por el rabillo del ojo. Parece estupefacto pero sus pupilas están húmedas. Logra por fin articular: — Sa… Sacha… Pero…
¿Pero cómo…?
— Es una historia muy larga, pero digamos simplemente que es una suerte que yo sea la clase de chica que espía a sus ex. Sino, jamás hubiera tenido la idea de seguir a David mientras iba a un almuerzo con su nueva novia, ni la de seguir a estos dos viéndolos saltar precipitadamente a un taxi.
¡No se puede decir que esta chica carezca de aplomo!
Y es mirando fijamente a Hasting que Sacha retoma la palabra.
— Gary, en diez minutos, vamos a abandonar este apartamento. Tú y yo, David y su amiga. Vamos a tomar un taxi y vamos a ir a un lugar tranquilo para hablar libremente, sin preocuparnos de nada. Es decir: sin tener a toda la policía de Nueva York sobre nuestra pista, y sin que tú te vuelvas culpable de asesinato. ¿Me has entendido?
Gay sacude la cabeza.
— Escúchame, cabeza de chorlito: vas a soltar esa pistola.
Ella avanza hacia él, con la mano extendida. Lentamente, retrocedo para cederle el paso.
— Me la vas a dar y a prometerme…
Ella se interrumpe: — Marc, no tomarás a mal que me refiera a ti utilizando la expresión «cerdo asqueroso», ¿verdad?
Y continúa.
— Gary, quiero escucharte decir que no le harás daño a ese puerco. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. Prométemelo.
Son demasiadas emociones de un solo golpe para Gary. Su voz se quiebra.
— Sacha, no puedo… No puedo prometerte algo pare…
Lo interrumpe secamente.
— Quince años, Gary. Hace quince años que vivo escondida, que camino pegada a los muros, que me mantengo lejos de ti. Quince años en que no te he tomado entre mis brazos. Ahora que por fin nos reunimos, me gustaría que soltaras ese revólver y que me apretaras fuerte contra ti. ¿Puedes hacer eso por mí?
Su voz sigue tranquila pero gruesas lágrimas desbordan sus grandes ojos claros.
— Todo lo que quiero, es que abandonemos este lugar atroz.
Ella suplica.
— Si disparas, te pondrán en prisión y jamás tendremos la ocasión de recuperar el tiempo perdido… Por piedad, ¡escúchame! Ya he sufrido suficiente por culpa de este hombre. ¡Me privó de mi gemelo, de la parte más esencial de mí, durante la mitad de mi vida! No quiero que nos separe definitivamente. Por favor…
Sumergido por la emoción, Gary deja de repente caer su brazo. Desvía la mirada de Hasting para contemplar a su hermana. Lágrimas se escurren por su rostro. Atrapa a Sacha y la aprieta fuertemente contra su pecho. David se aproxima subrepticiamente a ellos para desarmar a su amigo. Con un movimiento delicado, se apodera del revólver y comienza a retroceder algunos pasos.
Es el momento que Hasting escoge para saltar y precipitarse fuera de la recámara. Pasa a mi lado y, al empujarme, casi me atropella. Gary suelta a Sacha y se pone a gritar: — ¡Dispara David! ¡DISPARA!
David, creyéndome en peligro, extiende su brazo y apunta pero antes de que tenga el tiempo para apretar el gatillo, me escucha gritar: — ¡NO!
Por la sorpresa, mi amante detiene su movimiento mientras que Hasting desaparece de nuestra vista. Gary quiere lanzarse en su persecución pero Sacha le obstruye el camino: — Déjalo irse. Es demasiado tarde.
Por la rabia, Gary da un violento puñetazo a la pared.
— ¿Porqué me impediste perseguirlo? ¿Porqué?
Ella se lanza a sus brazos.
— El pasado ya no tiene la menor importancia, ¿entiendes? Estoy de regreso. Estoy aquí, Gary.
Entonces, solamente entonces, parece darse cuenta de que esta hermana desaparecida que lloró tanto tiempo está frente a él. Este hombre inmenso, con una musculatura impresionante, se deja por fin llevar. Abraza de nuevo a Sacha contra su pecho y logra articular, entre dos sollozos: — Estás aquí… Estás aquí…